LA PERSONALIDAD CREADORA. PARTE 2


7. LAS EXPERIENCIAS COMO FACTORES ACTUALIZADORES Y CONFIGURADORES DE LA PERSONALIDAD

Consideraciones previas

Vamos a entrar ahora en el estudio de los mecanismos de nuestro psiquismo profundo, que consideraremos desde diversas perspectivas en este y en los cinco próximos capítulos. Su interés es extraordinario para llegar a conseguir una mejor comprensión de nuestra propia conducta y de la de los demás. De tal modo, que, sin estos conocimientos, puede decirse que siempre permanecerán en un plano superficial y sin verdadera operatividad cuantos estudios se emprendan sobre Psicología social, pedagógica, religiosa, industrial, relaciones humanas, formación de mandos, motivaciones del consumidor y demás materias en las que intervenga de un modo activo el factor humano.
En los capítulos anteriores hemos visto algunos factores determinantes de la conducta: los impulsos básicos, la estructura y el funcionamiento fisiológico, la importancia en general de la afectividad -reservándonos para sucesivos capítulos el estudio con mayor detalle de este factor-, las funciones de la mente y la influencia del medio ambiente.
El orden que vamos siguiendo en la exposición de la estructura y dinámica de la personalidad, corresponde, poco más o menos, al mismo orden con que debe ser enfocado el estudio concreto de una persona determinada y es el mismo orden que sigue en su formación o estructuración: primero, los impulsos básicos; segundo, lo biológico general -necesidades primarias-; tercero, lo biológico particular -constitución, temperamento, estado de salud y edad-; cuarto, vida afectiva; quinto, nivel racional, y por último, mundo exterior. Aunque todos estos factores se entremezclan entre sí constantemente, cabe mantener el orden que hemos establecido tanto para mayor facilidad didáctica como por el hecho de responder a una real prioridad jerárquica, en tanto que factores determinantes de la conducta en general.
Ahora, es preciso estudiar esta misma personalidad concreta desde un punto de vista de profundidad, desde el ángulo de la dinámica de nuestro psiquismo profundo, esta zona de donde surgen todas las energías que animan los cuatro niveles elementales de la personalidad y a donde van a converger los impulsos, sentimientos, emociones y representaciones mentales cuando, por alguna de las razones que explicaremos en su lugar, desaparecen del sector consciente de nuestro psiquismo. Y es desde esta misma zona profunda e inconsciente que todos estos factores, indisolublemente unidos entre sí, actúan en nuestro psiquismo consciente influyendo, en una medida insospechada, tanto en nuestros estados de ánimo como en nuestra conducta.


Varios enfoques del estudio de la personalidad

El hombre puede ser considerado simultáneamente como:
- La suma de experiencias acumuladas durante toda la vida.
- Un sistema complejo de energías eminentemente dinámicas.
- Un conjunto, más o menos organizado, de representaciones mentales.

Vamos a tratar sucesivamente con cierto detalle de cada uno de estos puntos, con sus consecuencias y aplicaciones.


El hombre como suma de experiencias

Toda nuestra vida es, de hecho, una suma de experiencias.
¿Y qué se ha de entender por experiencia? Cada cosa nueva que vivimos es una experiencia. Cada nueva percepción, cada nueva reacción, de cualquier orden que sean, son experiencias. Todo acto consciente, interno o externo, es una experiencia. Por lo tanto, toda nuestra vida es una sucesión constante de experiencias.
Cada experiencia produce en nosotros unos cambios, grandes o pequeños, para el caso es igual, que nos modifican o condicionan para experiencias futuras. Y también, cada experiencia la vivimos de acuerdo con nuestras experiencias pasadas, según los condicionamientos producidos anteriormente. Por consiguiente, lo que somos ahora es el resultado exacto de todas las experiencias acumuladas durante nuestra vida.


Análisis de una experiencia

Sentado esto, observemos ahora con más detalle qué elementos contiene toda experiencia. Tomemos un ejemplo sencillo para que el análisis sea más fácil y concreto. Un niño va por la calle, a la escuela, y se acerca un señor para preguntarle dónde está tal calle. ¿Qué ocurre dentro del niño en este momento? Probablemente esto: al ver acercarse a un desconocido, el niño tiene una sensación de alarma; mirará a aquel individuo como un ser grande y fuerte; y se sentirá a sí mismo encogido, como poca cosa. Todo esto prescindiendo de la verdadera intención del adulto, que el niño no conoce. El hecho es que en aquel momento, el niño vive una simple experiencia en la que hay implícitos los siguientes elementos:
a) Un modo de sentirse a sí mismo.
b) Un modo de percibir y valorar lo exterior, el no-yo, el mundo.
c) Un modo de reacción, de relación, de contacto.

El modo de sentirse a sí mismo es el de alarma. La valoración del no-yo, es la de «hombre adulto, que viene hacia mí como posible amenaza de algún mal». La relación que se establece entre estas dos percepciones es la de rechazo. Después posiblemente el hombre sonreirá, el niño recapacitará, etcétera, y serán a su vez nuevas experiencias que modificarán la primera en un sentido u otro; pero lo que nos interesaba ver claramente era el contenido de una experiencia simple.
Cada experiencia, pues, es una resonancia interior de tono agradable o desagradable con su correspondiente reacción de atracción o de rechazo, y en cuyos extremos se sitúan por un lado la conciencia de sí mismo y por el otro lado su conciencia del mundo.
En el ejemplo indicado, en aquel momento se vive a sí mismo como miedo. Después, pasará a otra experiencia y se sentirá de otra manera, pero mientras lo está viviendo se identifica con lo que siente, como si él mismo fuera miedo. Por otro lado, vemos que en esta experiencia ve el mundo y le da un valor: peligro, amenaza. La experiencia tiene en un extremo una vivencia de sí mismo, miedo; en el otro extremo un modo de percibir, conocer y valorar al mundo, amenaza. Y en el medio, entre estos dos polos, surge el factor de la reacción, la respuesta interior ante la situación: el niño tiende a huir, a encogerse, a alejar el obstáculo, actitud de rechazo.


Clases de experiencias

Si la vida es una sucesión de experiencias, eso quiere decir que constantemente se están produciendo en el hombre:
a) modos de vivenciarse a sí mismo
b) modos de percibir y valorar lo externo a sí mismo, lo otro, el mundo, y
c) modos de reacción, actitudes, estilos de relación, conductas.

Si la experiencia es positiva, el niño se vivirá a sí mismo como algo agradable y de valor; apreciará el mundo como algo que está a su favor, como algo bueno y deseable, y reaccionará interiormente con una actitud de colaboración, de sintonía, de contacto.
Es completamente normal que en la vida todos acumulemos experiencias de ambas clases: positivas y negativas. Pero lo importante es el hecho de que, en conjunto, cada uno de nosotros tendrá una conciencia de sí mismo exactamente igual a la suma de experiencias de sí mismo que haya ido viviendo, y ésta será la única noción que podrá tener de sí mismo. Paralelamente, tendremos la noción del mundo exactamente de acuerdo con la suma de los modos de percibirlo que hayamos tenido a lo largo de toda la vida, y éste será el único modo posible para nosotros de conocerlo y valorarlo hasta este momento dado. Y, finalmente, tenderemos a actuar y nos sentiremos interiormente en disposición de actuar exactamente según la suma de todas nuestras reacciones hasta este momento.
Si en el transcurso de nuestra vida hubiéramos acumulado tan sólo experiencias positivas, nuestra actitud hacia el mundo sería plenamente constructiva, armónica, sólida y profunda. Si las experiencias fueran todas negativas, sería todo lo contrario. Como que, en realidad, nadie tiene experiencias sólo positivas o negativas, resulta que todos somos una combinación de vivencias de ambas clases, si bien puede existir un predominio de unas o de las otras.
Las experiencias de una clase tienden a repetirse más en relación con ciertas personas, cosas o situaciones que con otras, por lo que tenderán a acumularse respecto a ciertos aspectos de la vida que guardan semejanza entre sí. Por ejemplo, el niño que de pequeño choca y no se amolda a la disciplina del padre, después tendrá probablemente dificultades en la escuela con los maestros y con los superiores en el trabajo. El muchacho que tiene buenas experiencias con los amigos en la escuela, las tendrá igualmente después con los compañeros de estudio o de trabajo, en tertulias, etc. Se forman series de experiencias positivas que hacen que la persona en determinadas ocasiones se viva siempre a sí misma de un modo positivo y en otras situaciones siempre de un modo negativo, porque se ha adiestrado así, a través de las experiencias acumuladas en aquel sentido.
La resultante dependerá siempre de los factores que estén dentro: cuantas más experiencias negativas tenga la persona, más estados negativos y mayor dificultad de contacto, y cuantas más experiencias positivas mayor capacidad de vivirse de un modo positivo y mayor capacidad de contacto armónico con el mundo. Y al decir aquí «más», nos referimos no sólo al número sino a la intensidad y, principalmente, a la profundidad de tales experiencias.
Entre las experiencias negativas figuran, formando por sí solas un conjunto de condicionamientos de excepcional importancia, las represiones de impulsos básicos o inhibiciones de nuestra espontaneidad.


Las experiencias profundas

De entre las innumerables experiencias que hemos ido acumulando a través de los años, hay algunas que destacan de todas las demás por el hecho de haberse vivido uno a sí mismo en ellas de un modo más profundo, sin que se sepa exactamente por qué se han vivido así. Parece como si en determinados momentos de nuestra vida se abriera una nueva capacidad de percepción que permite una resonancia interior mucho más profunda de ciertas experiencias. Esta mayor profundidad de las experiencias no puede atribuirse precisamente al hecho de que sean siempre situaciones muy importantes, dramáticas o alegres, ya que a menudo se refieren a hechos baladíes, sin ninguna importancia especial por sí mismos. Por ejemplo, una señorita nos explicaba que cuando tenía unos siete años mientras estaba un día en la fuente donde muy a menudo iba a buscar agua, sintió de repente algo más profundo dentro de sí misma, mientras se repetía con cierto asombro «pero si soy yo, yo, que estoy ahora aquí en la fuente llenando el cántaro de agua», y esto lo había recordado siempre como uno de los momentos solemnes de su vida. Precisamente estos momentos son los que se recuerdan mejor porque quedan grabados de forma más acentuada. Uno se siente más a sí mismo que en las otras experiencias y tiende a apoyarse en ello, ya que la persona lo registra como lo más importante, lo más real, por sentirse a sí misma con más realidad, con más profundidad y con más fuerza que en ningún otro momento.
El hecho importante reside no sólo en que el sujeto se siente vivir más a sí mismo que en otros momentos, sino en que esta vivencia profunda quede estrechamente asociada a la situación concreta que en aquel momento se está desarrollando. Si por ejemplo, está mirando un desfile militar y en el momento en que están pasando los soldados, y suena la música, se da cuenta con una mayor realidad de que es él quien está mirando, tiene una vivencia profunda de sí mismo y esta vivencia queda grabada en él conjuntamente con la música, el desfile, el gentío, el aire libre, etc., es decir, con toda la situación.
Resultado de todo esto: esta vivencia profunda tendrá para dicha persona más importancia que las demás experiencias, tenderá a vivir aquello preferentemente, tendrá tendencia a buscar la misma cosa con el fin de sentir de nuevo lo mismo, nacerá en ella una afición a los desfiles o a todo lo que sean manifestaciones al aire libre, fiestas populares, de música, etc., es decir, algo que de un modo u otro le evoque aquella situación para ver si siente lo mismo o algo similar. Quedará sujeta a aquella clase de situaciones concretas sin darse cuenta exactamente del por qué, de un modo automático, inconsciente, ya que las personas raramente se dan cuenta con detalle de sus propios procesos psíquicos, y es probable que de la primera experiencia la, persona sólo recuerde que aquel desfile «le llamó mucho la atención», «le gustó de un modo muy especial», etc., y solamente si se esfuerza de modo deliberado en recordar con precisión, conseguirá aislar el momento de la vivencia profunda.
Esto está muy bien, pero lo trágico del caso es que, por ex-o traño que parezca, si una persona tiene experiencias profundas de sí misma en momentos en que ocurren cosas desagradables, quedará tan sujeta a ellas como en el caso de experiencias positivas. Si, por ejemplo, un muchacho tiene esta conciencia más profunda de sí mismo en el momento en que su padre le está riñendo, esta vivencia de realidad quedará estrechamente asociada a la situación de violencia, y el muchacho, sin darse cuenta exactamente de la razón, se sentirá obligado posteriormente a provocar situaciones semejantes una y otra vez, con el objeto de vivenciar otra vez aquel estado profundo de sí mismo, que es lo más importante, a pesar de que las situaciones que se sienta impulsado a provocar sean desagradables. La fuerza de la experiencia profunda es mucho más fuerte que lo desagradable del miedo o de la vergüenza y atraerá inconscientemente al muchacho a repetir situaciones culpables para que tengan que reñirle, de modo que, aunque lo pase mal en la superficie, vivirá una experiencia profundamente positiva. El mal precisamente reside en esto: en que asocia una situación negativa, que puede ser una conducta antisocial e incluso pequeños actos delictivos, con algo realmente positivo. El individuo «positiviza» rasgos negativos y actitudes o situaciones que después muy probablemente le causarán definidos perjuicios. Conocemos el caso de un industrial que de niño, tuvo frecuentes experiencias profundas en los momentos que esperaba que su padre descubriera su última «fechoría» y empezaran las amenazas y castigos. Hoy día, a pesar de ser una persona sumamente práctica e inteligente y de ver las cosas con claridad, se encuentra constantemente en situaciones apuradas por pasar los límites prudenciales en sus operaciones, debido a esta compulsión inconsciente que en los momentos en que no controla con sus cinco sentidos todas sus reacciones le hace comprometerse imprudentemente en sus transacciones.
Mientras la persona está en una actitud perfectamente despierta y atenta reacciona de acuerdo con lo que la experiencia y el sentido común aconsejan, pero en el momento en que su atención, su actitud vigilante disminuye, entonces surgen sin pensarlo reacciones aparentemente absurdas que a veces llegan a esterilizar un largo período de trabajo laborioso. La persona se encuentra que algo dentro de ella va contra sus deseos y esfuerzos conscientes y, como es natural, no tiene la menor idea de lo que se trata, puesto que son tendencias totalmente por debajo del umbral de la conciencia habitual. Se explican así los casos de personas que repetidamente se han esforzado en conseguir determinado cargo o posición y que en el preciso momento en que estaban a punto de conseguirlo ocurre algo dentro de ellos -una enfermedad, un brusco cambio de opinión, una inexplicable angustia, etc. - que les obliga a abandonar la partida. Esta es la explicación de la mayor parte de conductas contradictorias, debido a las cuales, muchas personas van de fracaso en fracaso o no llegan nunca a alcanzar la posición que realmente les corresponde por sus cualidades positivas.
Uno se encontrará con que no puede tener amigos porque al cabo de un tiempo le traicionan; otro, a quien los superiores al principio siempre le alaban para acabar después rechazándolo; a otra persona le ocurrirá que las figuras femeninas que han intervenido en su vida han querido dominarle, etc. Son hechos que se repiten a lo largo de la vida de cada uno, como si fueran notas dominantes de la propia historia. Si una persona ha vivido intensamente situaciones de fracaso, inconscientemente se sentirá compulsada a provocar un nuevo fracaso en su vida aunque conscientemente se esté esforzando en triunfar. Si en el momento de, una fuerte discusión alguien se ha sentido a sí mismo con más fuerza y realidad, tendrá una tendencia automática a provocar discusiones sin el menor motivo, etc.
Cada persona busca imperiosamente la vivencia profunda de sí mismo y para ello tiende a reproducir las situaciones concretas que para ella tienen más significación, más importancia. ¿Por qué van tantas personas al cine a ver películas «de miedo», a pesar de que el miedo es algo bien desagradable? Se sienten fuertemente inclinadas a asistir a tal espectáculo, porque un día, viviendo una situación de miedo, sintieron una resonancia de sí mismas más profunda, y por este motivo, el miedo ha adquirido un carácter evocador de algo profundamente positivo, a pesar de ser por sí mismo, negativo. Las personas que van a ver las películas de miedo no buscan directamente el miedo, sino lo que hay detrás de él: la conciencia del yo que tiene miedo. Lo mismo ocurre con las películas sentimentales, los dramas, etcétera.
Las experiencias que llevan asociadas una resonancia profunda pero que son positivas no llaman tanto la atención. Se considera,; por ejemplo, la afición deportiva -nos referimos al verdadero placer por el ejercicio personal de un deporte- tan normal que no parece requerir otras explicaciones. Quizás el mismo sujeto afirmará que practica el deporte porque es bueno para la salud, porque le permite mantenerse en forma, etc., cuando el verdadero motivo, en el caso del auténtico aficionado, es que al practicar aquella actividad física, en un momento dado, sintió algo más profundo de sí mismo y este algo es precisamente lo que le ha hecho valorar el ejercicio.


Cómo identificar los condicionamientos de estas experiencias

Se comprende de inmediato el interés que tiene para toda persona que desee comprenderse un poco más a sí misma al objeto de aprovechar mejor sus capacidades, discernir claramente cuáles son los condicionamientos que están funcionando en su interior afectando, en conjunto, a su vida. Sólo mediante este conocimiento podrá separar los condicionamientos positivos de los negativos para utilizar más conscientemente los primeros y contrarrestar o disolver los segundos.
Una de las maneras de poder identificar estas experiencias profundas es la siguiente:
1.° Se traza un resumen autobiográfico en el que se han de anotar con rigurosa objetividad los hechos principales que han sucedido desde los 14 ó 15 años hasta la época actual, divididos en grupos de 5 años. Hay que limitarse a la simple exposición de los hechos, sin querer juzgar, interpretar o valorar nada.
2.° Se escriben después los recuerdos que se conservan de la infancia. Especialmente los que se refieren a los primeros años, conviene anotarlos con todo detalle aunque sean escenas sueltas y sin sentido. Aquí es necesario que se anoten los estados subjetivos correspondientes a las experiencias recordadas.
3.° A la vista de cada uno de los recuerdos de la infancia se repasa la primera lista y con toda seguridad se encontrarán varios hechos de la vida de adulto que se repiten en varios grupos y que vienen a ser como un duplicado de cada experiencia infantil, especialmente en su aspecto subjetivo: estado de ánimo, sensaciones, afectos, etc. La simple comparación de los hechos, de infancia y de adulto, hecha con calma e interés, hará resaltar inmediatamente una serie de situaciones que se han repetido una y otra vez conservando siempre el mismo fondo.
4.° Hay que tener en cuenta si en determinada época de la vida se han tenido experiencias de un orden completamente nuevo y profundo, que hayan producido cambios fundamentales en la propia vida, porque entonces habrá una serie de hechos posteriores que tendrán por base estas experiencias y no las de la infancia. Es frecuente que estas nuevas experiencias ocurran a los 16-17 años o a los 26-28, pero eventualmente pueden también presentarse en cualquier edad.
Si queremos resumir y completar cuanto llevamos dicho sobre el tema de las experiencias, añadiremos lo siguiente:
Toda nuestra vida psíquica está constituida por una serie ininterrumpida de experiencias.
Cada experiencia viene a ser un aprendizaje que condiciona nuestras futuras respuestas, ya que tendemos en general a reaccionar del mismo modo ante situaciones semejantes por ahorro de energía y de esfuerzo.
A través de las experiencias vamos edificando nuestro psiquismo, tanto en lo que se refiere al conocimiento de nosotros mismos y al de lo exterior, como en las actitudes y conducta, ya que en cada experiencia están contenidos los siguientes elementos:

a) un modo de vivenciarse a sí mismo, esto es, un modo de sentirse y conocerse;
b) un modo de percibir y valorar lo exterior, el no-yo, el mundo, y
c) un modo de reacción, actitud, relación, contacto.

Las experiencias pueden ser positivas o negativas. Las positivas son aquellas que tienden a afirmar los valores reales del individuo y del ambiente, y a promover su expresión; la resonancia subjetiva de estas experiencias siempre es agradable. Las experiencias negativas, por el contrario, son las que tienden a negar la realidad de aquellos valores o a dificultar su expresión.
Todos los estados negativos que siente una persona -miedo, ansiedad, depresión, desconfianza, apatía, etc. - si no son debidos a causas orgánicas, o a una causa exterior bien definida, son resultado de las experiencias negativas acumuladas.
Las experiencias negativas acumuladas son, igualmente, las que impiden que una persona pueda expresar libremente toda su capacidad de acción, que pueda vivir con el máximo rendimiento en todas las esferas de la vida.
Las experiencias se clasifican, además, por su profundidad, su antigüedad (experiencia primaria), su frecuencia y su intensidad.
La importancia del factor intensidad depende de la cantidad de energía que moviliza la experiencia; a mayor cantidad de energía, mayor descarga emocional. Pero si al mismo tiempo la experiencia no es profunda o primaria (o no se reprime), una vez pasado el momento más o menos dramático del hecho, no deja huella duradera, apenas deja residuos que afecten a la conducta ulterior. La experiencia profunda es la que acerca más al hombre al fondo de sí mismo, es la que le permite vivirse con más realidad, con más autenticidad, de un modo más inmediato, verdadero y total.
La experiencia profunda puede tenerse en cualquier momento y situación. Pero una vez experimentada, el momento y la situación adquieren por asociación una gran importancia.
Las situaciones concretas asociadas a las experiencias profundas son las que marcan el armazón de nuestra vida psíquica personal, las que determinan concretamente nuestros gustos y aversiones dominantes. Si la tendencia temperamental, por ejemplo, era de actividad física, ahora es posible que se concrete al ejercicio de la natación o del tenis, etc.
Todas las experiencias tienden a desaparecer de la mente consciente, se olvidan, pero su efecto condicionante permanece siempre activo desde el plano inconsciente.
Puede existir dentro de una misma persona un condicionamiento negativo hacia el fracaso, la violencia o la pasividad y, a la vez, la persona puede desear y luchar conscientemente por el triunfo, la armonía o la actividad, sin sospechar que en su interior está deseando otra cosa. Cuando se entabla una lucha de esta clase, en el último momento suele ganar el inconsciente, ya que la lucha desde la sombra tiene a su disposición mucha más energía y su acción es constante.
Todo esto son mecanismos normales y todos los poseemos. Sólo que las personas realmente eficientes llegan a serlo porque consiguen que las tendencias básicas del inconsciente se armonicen con y trabajen a favor de los objetivos conscientes.


Cómo se pueden neutralizar o modificar los condicionamientos negativos

Las experiencias acumuladas constituyen una serie irreversible de condicionamientos, por cuya razón, parece a primera vista imposible modificar su resultante, sea ésta buena o mala. Y, no obstante, mucho es lo que se puede hacer para contrarrestar la fuerza de las experiencias negativas y hasta para deshacer en gran parte su fuerza compulsiva.
Los procedimientos o técnicas que persiguen esta finalidad pueden agruparse en dos grandes secciones:

I. Técnicas de acción rápida, aunque superficial. Consisten básicamente en una educación especial de la actitud con la finalidad de reforzar la mente consciente y poder así contrarrestar con más eficacia las tendencias disolventes del interior.
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Las más importantes de esta clase son las siguientes:

1. Cultivar deliberadamente la repetición de experiencias positivas:
a) en general durante todo el día, mejorando la propia actitud;
b) de un modo particular, mediante la práctica de sesiones especiales de adiestramiento.
2. Aumentar la capacidad de control para que no salgan las tendencias negativas.

II. Técnicas de acción profunda, mucho más lentas y laboriosas, cuyo objetivo consiste en producir una desidentificación, una desarticulación y finalmente una reestructuración de las imágenes o cuadros mentales retenidos fuertemente en el inconsciente por su asociación a las vivencias profundas. Si bien su ejecución presenta más dificultades que las anteriores por el tiempo, el esfuerzo y la dedicación que requieren, sus efectos son, en cambio, definitivos y totales, puesto que transforman integralmente la personalidad. Sus formas más importantes son las siguientes:
1. El análisis sistemático de las manifestaciones a que dan lugar las tendencias negativas hasta llegar paulatinamente a la situación original causante del conflicto. Esta es la técnica del psicoanálisis.
2. La práctica inteligente y perseverante de determinadas disciplinas al margen de los condicionamientos negativos, que conducen de un modo preciso a la vivenciación de nuevas experiencias profundas y positivas. Desde el momento en que se obtiene una vivencia profunda de un modo estable, todas las situaciones, actitudes, y demás hechos del pasado que se mantenían fuertemente retenidos en el inconsciente pierden automáticamente toda su fuerza e importancia. Al existir la actualización de otra vivencia en el mismo nivel de profundidad o en otro mayor, aquellos hechos dejan de tener importancia, se descargan y se desprenden por sí mismos de la mente inconsciente. Entonces la persona cambia su sistema de valores y, por lo mismo, su estilo de vida, su conducta, sin esfuerzo alguno, ya que no tiene que vencer resistencias.
Es conocido el caso de ciertas personas que como consecuencia de experiencias muy dramáticas -peligro inminente y sostenido de perder la vida, graves desastres familiares, etc. - se han sentido a sí mismas totalmente cambiadas, perdiendo todo interés por cosas que antes les entusiasmaban y manifestando en cambio nuevos gustos y aptitudes. La situación dramática les ha hecho tomar conciencia de los planos profundos del nivel instintivo o afectivo, y esto ha cambiado su perspectiva y su valoración de todo cuanto era más superficial.
En las técnicas de que aquí hablamos ocurre algo parecido en los resultados, si bien, en su producción no existe, como es natural, el carácter adverso y dramático de los ejemplos citados. Son técnicas de esta clase: la auténtica vida espiritual, las varias formas de los yogas de la India y la técnica Zen del Japón.
Vamos ahora a describir brevemente las técnicas indicadas en la primera sección.. Por lo que se refiere a las demás, describiremos las más importantes en el capítulo 11.


Cómo cultivar a voluntad las experiencias positivas

Si la confianza que tenemos en nosotros mismo y nuestra capacidad de acción son el resultado de las experiencias acumuladas, significa que introduciendo en nuestro psiquismo nuevas experiencias positivas, aumentará el coeficiente de nuestra seguridad y nuestro dinamismo.
Recordemos que lo único que nos impide vivir activamente de acuerdo con todas nuestras capacidades reales, es la suma de los condicionamientos negativos o experiencias limitativas acumuladas en nuestra vida y que no han sido conscientemente contrarrestados mediante suficientes experiencias de signo positivo.
En conjunto, mi seguridad aumentará en la medida en que acumule experiencias afirmativas de mí mismo, esto es, en la medida en que pueda tomar conciencia de mis contenidos reales y positivos y en la medida en que los exprese.
¿De qué depende, pues, que una experiencia sea positiva?
Una experiencia es positiva cuando contiene, por lo menos, uno de los elementos siguientes:
1. Una toma de conciencia, aun parcial, de lo que soy positiva y realmente: energía, inteligencia, voluntad, iniciativa, empuje, etcétera.
2. La verificación de que algo exterior a mí -personas, cosas, situaciones, acontecimientos, etc.- está a favor mío, me protege, me asegura, me reafirma.
3. Una actitud hacia el mundo afirmativa-expansiva, armónica, placentera, entusiasta, decidida, despierta, alegre, enérgica, inteligente, etc.
El primer elemento puede desarrollarse activamente mediante la práctica de ciertos ejercicios especiales físicos y mentales, y mediante la ejercitación deliberada de la actitud positiva.
El segundo factor puede actualizarse de varias maneras: mediante la evocación concreta y objetiva de todo cuanto en este momento está a nuestro favor, en todos los órdenes de cosas; o mediante la selección del ambiente que nos es favorable; o mediante un adecuado cambio de política en las relaciones personales, que produzca una propiciación de los demás hacia nosotros, es decir, mejorando la actitud.
El tercer elemento, la actitud positiva, es el más próximo a nuestra acción diaria y es también el más susceptible de ser cultivado inmediatamente. Empezaremos, pues, con la descripción del modo de desarrollar este elemento, que nos servirá también de base para el desarrollo de los otros dos.


El desarrollo de la actitud positiva

En la vida corriente nuestros estados interiores y nuestra actitud dependen o bien del estado de ánimo al que fortuitamente estamos sometidos en aquel momento, o bien de la naturaleza del estímulo exterior: de que las cosas nos marchen bien o mal, de una entrevista afortunada, etc. Nuestra actitud es, por lo menos en gran parte, resultado de nuestro estado de ánimo, y éste, a su vez, en la mayor parte de las personas, es resultado de las circunstancias internas y externas. En todo caso, vivimos el estado de ánimo de un modo pasivo, nos lo encontramos hecho; no somos nosotros quienes tenemos un estado y adoptamos una actitud, sino que son el estado de ánimo y la actitud los que nos tienen a nosotros, nos dominan y determinan en gran parte nuestra conducta.
Esto ocurre así porque vivimos excesivamente apoyados en el mundo exterior, dependemos mentalmente con exceso de lo que nos rodea, y cuando nos alejamos un poco del exterior, caemos en un estado mental pasivo, desde el que sufrimos los vaivenes emocionales procedentes del inconsciente. No se nos ha adiestrado suficientemente a manejar de un modo consciente y deliberado nuestros estados mentales. La sociedad se preocupa mucho más del buen condicionamiento social de los individuos, esto es, de que se comporten en el exterior de un modo útil y conveniente, que de su perfecta educación y armonía interior.
El hecho es que está por completo en nuestra mano el adquirir un total y permanente dominio de nuestros estados de conciencia y, por consiguiente de nuestras actitudes. Y al decir dominio, no nos referimos, como se entiende siempre a esta palabra, a una inhibición o supresión de algún rasgo caracterológico, sino a su verdadero significado de manejo completo a voluntad de una función, tanto en sentido activo como pasivo, tanto en el sentido de hacer como en el de no hacer. Podemos llevar las riendas de nuestra personalidad, podemos llegar a ser los autores de nuestros actos y estados en vez de ser sólo los ejecutores. Pero para esto es preciso someterse a un adiestramiento activo para descubrir nuestras verdaderas capacidades y para aprender a ejercitarlas. La inercia de nuestra actitud habitual exige ya un verdadero esfuerzo de la mente para llegar a descubrir que no estamos del todo despiertos y comprender que podemos mejorar ampliamente la calidad de nuestro rendimiento psicológico. Son muchos los directores de empresas y jefes de personal que buscan en la Psicología normas y consejos prácticos para hacer que aumente el rendimiento de los demás, de los que tienen a sus órdenes, y no se dan cuenta de que precisamente quienes más podrían beneficiarse de estos conocimientos son ellos mismos, si una exagerada sobreestimación no les cegara incapacitándolos para reconocer sus propias limitaciones.
Todos recordamos seguramente haber tenido días en los que nuestro estado de ánimo y nuestra actitud han sido óptimos. Días en que nos hemos sentido eufóricos, alegres, expansivos, dinámicos y seguros, dispuestos a emprender con mayor optimismo y decisión que de costumbre cualquier nueva tarea que se nos presentase.
Todo cuanto se hace con este estado de ánimo se traduce en experiencias positivas, puesto que todo son expresiones afirmativas de cuanto mejor hay en nosotros. Y reconocemos de tal modo la positividad de esta disposición, que a menudo nos lamentamos de no poder estar siempre de la misma manera. Y es que, en efecto, mientras dura este estado, todas nuestras facultades -perceptivas y expresivas - están trabajando con el verdadero rendimiento de que son capaces, están expresando más su verdad. Cuando estamos así, somos más nosotros mismos.
Pues bien, las experiencias de esta estado de positividad son parte integrante de nuestra estructura psíquica, están registradas en nuestro interior, del mismo modo que lo están las experiencias negativas. Y porque están presente en nuestro interior con toda su fuerza y vigor, podemos evocarlas a voluntad, actualizarlas en el primer plano de nuestra conciencia y llegar a mantenerlas presentes de modo permanente. Aprenderemos así a convertir en estado habitual y deliberado lo que antes era sólo esporádico y producto de circunstancias no controlables por nosotros.
Esta actitud positiva será causa a su vez de constantes experiencias positivas que irán reforzando nuestra personalidad en este sentido hasta que podrá mantenerse en el mismo tono sin necesidad ya de esfuerzo alguno. Hemos hecho referencia a las experiencias positivas concretas que cada cual ha vivido personalmente en vez de describir ninguna actitud ideal, porque, al fin y al cabo, éste es el modelo más vivo e inmediato que cada uno posee y le será mucho más fácil revivir lo que en realidad es ya suyo que no intentar adquirir del exterior algo completamente nuevo.
El modo, pues, de revivir la actitud positiva consiste esquemáticamente en lo siguiente:
1.º Evocación.- En actitud cómoda y con la mente tranquila, evocar el recuerdo de los momentos en los que se ha sentido el mejor estado de ánimo y la actitud más positiva. Procurar que el recuerdo sea lo más definido y vívido posible. Concentrar la atención, acto seguido, en la resonancia subjetiva, es decir, en la sensación, el sentimiento y la disposición interior de la experiencia evocada: volverlas a sentir con toda nitidez y mantenerlas presentes en la conciencia. Entonces se pasa inmediatamente a la actualización.
2.° Actualización.-Si el paso anterior ha sido bien dado, éste será fácil. Manteniendo en la conciencia el sentimiento vívido de la evocación, dígase con lentitud y reflexión: «Yo estoy sintiendo esto, esto está en mí, yo soy esto».
Como se ve, en este punto se trata de incorporar a la conciencia del yo el estado de referencia que en la primera fase, aunque estaba presente, permanecía aparte del yo. Cuando se consigue realizar bien este segundo tiempo, se notará una definida sensación de energía, acompañada muchas veces de un ligero escalofrío.
3.º Consolidación.-Consiste en el hecho de mantener el estado conseguido en los puntos anteriores durante el máximo de tiempo posible y en repetir todo el proceso cada vez que el estado tiende a desvanecerse en virtud de los hábitos mentales adquiridos, bajo la acción de algún estímulo negativo o por simple olvido.
La consolidación puede hacerse también convirtiendo los dos primeros puntos en ejercicio obligado durante .tres meses, por ejemplo, a base de dos sesiones diarias: por la mañana y por la tarde, quince minutos antes de marcharse a trabajar.
Por propia experiencia se comprobará que la actitud positiva comporta unos definidos gestos o disposiciones especiales en cada uno de los niveles de la personalidad. Por ejemplo, el cuerpo adopta una actitud erguida, sin ser rígida, como si el peso gravitara sobre la columna vertebral; en los estados negativos, en cambio, el cuerpo o está excesivamente tenso -estados de excitación- o tiende a doblarse hacia adelante -estados de inhibición-. La mente está activa, suelta y abierta, en oposición a los estados negativos en los que está hiperactiva, tensa y cerrada. La afectividad, en un tono positivo e irradiante de buena voluntad, optimismo y seguridad, en contraste con la actitud centrípeta, desconfiada y susceptible de los estados negativos.
La reeducación de la actitud positiva prestará inapreciables servicios al sujeto en todo momento, pero muy especialmente en los períodos de crisis y dificultades de la clase que sean. Ya hablaremos de ello más adelante al hablar de las técnicas de tranquilización.


Ejercicios especiales para la actualización de contenidos positivos.

Existen muchas clases de ejercicios que cumplen esta finalidad. Mencionaremos aquí tan sólo dos de estas prácticas, sacadas de las disciplinas orientales del Yoga, para que se aprecie su fundamento y su modo de acción. Al mismo tiempo, servirán de entrenamiento inicial para las técnicas de tranquilización que explicaremos más adelante.
Estos ejercicios tienen varios grados de efectividad según sean la intensidad, la amplitud y la continuidad con que se practiquen.
Desde el principio, son ya un medio excelente de cultivar la actitud positiva. En un grado más avanzado, conducen a la progresiva toma de conciencia de importantes contenidos positivos encerrados en nuestro interior. Y cuando se practican conjuntamente con otras prácticas complementarias siguiendo un plan sistemático, con plena dedicación y perseverancia, llegan a producir con el tiempo un estado habitual de conciencia profunda que transforma radicalmente la personalidad por el mecanismo que hemos explicado más arriba.
Recordemos que contenidos positivos son todas aquellas realidades básicas que, desde el ángulo subjetivo, constituyen substantivamente al ser humano: energía, comprensión, afecto, voluntad, capacidad de acción y de decisión, habilidades diversas, etc.
Todos hemos tenido durante nuestra vida muchas experiencias positivas en los niveles físico, vital, afectivo y mental. Y quizá, también, en algún nivel superior. Precisamente gracias a estas experiencias vividas hemos conocido la existencia de tales niveles y su realidad dentro de nosotros. Los contenidos a que se refieren estas experiencias positivas permanecen constantemente en nuestro interior puesto que son grados actualizados de conciencia y, aunque ahora nos puedan parecer muy remotas y alejadas del estado de ánimo actual debido a otras actitudes de la mente, pueden ser evocadas nuevamente a voluntad y mantenerse por un tiempo indefinido con todo su vigor y afectividad en el primer plano de nuestra mente consciente.

El primer ejercicio es muy semejante al que hemos mencionado al hablar del desarrollo de la actitud positiva. Pero aquí son experiencias y estados, y no sólo actitudes, lo que hay que manejar.
Sentado en una postura cómoda, manteniendo la espalda y la cabeza erguidas, pero sin rigidez, procure relajar toda tensión muscular, emocional y mental como si fuera a entregarse al descanso. Evoque entonces mentalmente, con mucha calma y tranquilidad, los momentos en los que se ha sentido con gran energía, optimismo y serenidad. Procure centrar su recuerdo con la máxima nitidez en este estado de ánimo positivo, dejando de lado poco a poco las imágenes concretas asociadas al recuerdo. Mantenga vivo este sentimiento, mirándolo con la mente pero sin pensar, saboreándolo en silencio y dejando que la impresión positiva vaya invadiendo gradualmente toda la conciencia.
Es preciso que la atención se mantenga en todo momento bien despierta, evitando que caiga en un estado de torpor. Esto requiere unos días de entrenamiento, puesto que nuestra mente está acostumbrada a mantenerse despierta sólo gracias al movimiento de las imágenes mentales y al principio parece muy difícil conseguir que la atención se mantenga alerta y vigilante al mismo tiempo que la mente se conserva tranquila y silenciosa.
Cuando se note una creciente dificultad para mantener la actitud requerida, conviene dar por terminado el ejercicio. Con suavidad incorpore la mente a la atención exterior habitual, pero procurando conservar todo el tiempo posible el estado interior que habrá alcanzado. En conjunto, todo el ejercicio dura apenas unos diez minutos.
Cuando la mente dirige su atención -siempre en la doble disposición simultánea que hemos mencionado: alerta y tranquila- hacia un contenido subjetivo, y se mantiene fija en la misma dirección, se producen los siguientes efectos:
1.º Una profundización progresiva del estado mental, que permite tomar conciencia, automáticamente, de las energías existentes en nuestro interior, aumentando en calidad y en intensidad las cualidades positivas inicialmente evocadas.
2.° Una incorporación automática de gran parte de estas energías a nuestra mente consciente, cuyo funcionamiento habitual queda, a partir de este momento, notablemente mejorado en el sentido de mayor profundidad, amplitud o intensidad.

El segundo ejercicio es, inicialmente, más fácil para el neófito en esta clase de prácticas.
Todos conocemos la sensación agradable que se produce en el momento de ponerse a descansar extendido en la cama cuando se está rendido de fatiga. Se trata de aprovechar precisamente esta sensación de bienestar.
El ejercicio físico moviliza cantidad de energía vital, cuya mayor parte se consume con el mismo ejercicio, pero queda un remanente activado y no consumido, que es el causante de la especial sensación de hormigueo que se siente en todo el cuerpo cuando cesa por completo el esfuerzo. Si entonces la mente está ocupada en pensamientos o imaginaciones diversas, o bien si la persona se duerme, esta energía se reabsorbe naturalmente en el organismo y no ocurre nada más. Pero si en estos momentos se mantiene la mente despierta pero tranquila y serena, enfocando la atención exclusivamente hacia la sensación de hormigueo o de bienestar, contemplándola y saboreándola, la mente toma entonces plena conciencia de esta energía y, de un modo automático se la incorpora por completo. Por esta razón, media hora de esta forma de descanso consciente produce no sólo una recuperación física muchísimo más rápida que el mismo tiempo de sueño normal, sino que además, aumenta progresivamente el vigor y la capacidad general de la mente.
Cuando se practica algún deporte, será inmediatamente después de finalizar éste y antes de ducharse, el momento más oportuno para hacer el ejercicio de referencia. Cuando no se hace deporte, entonces será necesario hacer una breve sesión intensiva de gimnasia o, mejor aún, de Yoga, como preparación indispensable para el ejercicio provechoso de la relajación consciente.
La duración de la fase de relajación puede ser de diez minutos a media hora, según sea la facilidad con que se pueda ir manteniendo la correcta disposición mental y, claro está, según el tiempo disponible.
Cuando se da por terminado el ejercicio es conveniente no levantarse en seguida, sino que previamente hay que hacer tres o cuatro respiraciones más profundas y mover un poco las manos y los pies al objeto de reactivar la circulación.
Estos ejercicios, al igual que el que hemos descrito antes para la reeducación de la actitud positiva, serán de inestimable valor, además, en los períodos difíciles de crisis y de depresión metal, permitiendo conservar en todo momento el pleno dominio de la situación y un elevado nivel de seguridad interior.


El aumento de la capacidad de control de la conducta

Siguiendo la descripción de las técnicas indicadas anteriormente, nos toca hablar, finalmente, del aumento de la capacidad de control de las tendencias negativas. Con esto quedará completado el estudio de las técnicas de aplicación más inmediata que nos proponíamos dar aquí para la neutralización de las experiencias negativas. Más adelante, cuando conozcamos otros factores determinantes de la conducta, veremos la posibilidad y conveniencia de aplicar nuevas técnicas que complementarán las hasta aquí descritas.
La capacidad de controlar la conducta al objeto de evitar que surjan tendencias disolventes o perjudiciales para nuestros objetivos conscientes, depende directamente por un lado de la «fuerza» y solidez de los condicionamientos positivos y, por otro lado, de la positividad de la actitud habitual.
Los condicionamientos positivos, que son resultado de las experiencias del mismo signo acumuladas en nuestro psiquismo, tienen el efecto natural de facilitar las soluciones constructivas y afirmativas en toda situación, permitiendo además, encajar y resistir sin grandes inconvenientes muchas situaciones adversas o negativas.
La actitud positiva, a su vez, produce una selección automática de nuestras reacciones interiores dejando salir al exterior tan sólo aquéllas que están de completo acuerdo con la actitud consciente. Esta acción constante de filtraje depende principalmente de un factor que lo hallamos presente en toda actitud verdaderamente positiva: la atención despierta.
Como que ya anteriormente hemos visto los demás elementos, vamos a estudiar ahora la atención como factor esencial para el control de la conducta.


La atención, factor esencial del control

La atención a la que aquí nos referimos no es la que consiste en fijar la mente en algún objeto o idea de un modo exclusivo, sino más bien la que resulta del especial estado de la mente que significamos con los términos «estar muy despierto», «ser plenamente consciente» y «tener la mente vigilante, alerta y despejada».
Es el estado mental que se produce al adoptar la actitud compuesta simultáneamente de interés, deseo de comprender, expectación y amplitud mental. Es el estado de atención general pero apoyándose muy especialmente en la intención de estar más despierto, más consciente, más atento. Es la conjunción de la mente, como principio de intelección y de la voluntad, como principio de acción.
La mayor parte de las personas viven habitualmente y sin darse cuenta de ello con un nivel de atención extraordinariamente bajo. Sólo esporádicamente, y como consecuencia del interés que provocan determinados estímulos internos o externos, se despierta un poco de atención. Así, por ejemplo, el dolor, el hambre o el amor son estímulos internos que avivan la mente, y un hecho que se sale de lo corriente o un acertijo que hay que resolver, son estímulos externos que despiertan igualmente la atención. Pero una vez desaparecidos los estímulos que tenían un definido interés para la persona, parece como si la mente se apagara de nuevo parcialmente, disminuyendo por igual su agudeza de percepción y la amplitud de su capacidad de reacción. La mente sigue funcionando, pero de un modo restringido, sujeta a un ciclo de automatismos de amplitud muy limitada. En esta disposición, la conducta de las personas está prácticamente determinada por completo por la resultante de la inercia de los condicionamientos interiores más habituales, sean del signo que sean, y por la reacción más fácil ante los limitados estímulos externos que son así capaces de registrar.
Esta tendencia a la pasividad mental es tan fuerte que incluso la vida en una populosa ciudad moderna, cuyo ritmo y complejidad obligan a «ir con los ojos muy abiertos», no basta para que la gente se despierte por completo y viva de un modo más consciente.
El cultivo de esta clase de atención es la mejor «gimnasia» que puede hacer la mente para alcanzar su pleno desarrollo y madurez. Sus principales efectos, cuando está ya bien consolidada, pueden resumirse como sigue:
- Aumenta la capacidad receptiva, permitiendo registrar mayor número de estímulos procedentes tanto del exterior como del interior del propio sujeto.
- Mejora la capacidad de fijación de las percepciones, aumentando por lo tanto, la memoria en general.
- Facilita la comprensión inmediata de las ideas, personas y situaciones.
- La mente dispone con mayor facilidad de todos los datos que tiene a su disposición, por lo que sus razonamientos y conclusiones serán más lúcidos y acertados.
- Favorece la constante visión de conjunto, impidiendo caer en exclusivismos o parcialidades.
- Aumenta la potencia de la mente y, por consiguiente, su poder de irradiación.
- Da mayor facilidad para concentrarse a voluntad sobre cualquier tema y, en general, aumenta el dominio de todas las facultades mentales. Estimula la percepción intuitiva procedente del nivel superior de la mente, gracias a la cual verá nuevas posibilidades y soluciones en cada situación.
- Facilita la visión inmediata de la esencia de los problemas, por dirigir automáticamente su mirada al núcleo de los mismos.
- Produce una permanente actitud positiva frente a las situaciones, erigiendo una poderosa barrera ante los estados negativos que pudieran intentar emerger del interior.


La práctica de la atención intencional

En la práctica, la primera dificultad que se presenta ante la ejercitación de esta facultad es la idea que en general se tiene de que «ya se está muy despierto» cuando las circunstancias lo requieren y que, como, al fin y al cabo, esta atención de que hablamos parece consistir en hacer tan sólo un poco más lo mismo que ya se viene haciendo, no merece la pena esforzarse demasiado en ello.
Los que así razonan no se dan cuenta de que en muchísimos casos la diferencia entre la mediocridad y el éxito radica precisamente en este constante ver un poco más las posibilidades que encierra cada situación y en dar en todo momento un rendimiento sólo un poco mejor. Cuanto más inteligente es una persona, mejor sabe apreciar las grandes consecuencias que pueden derivarse de estos pocos, especialmente cuando se refieren al factor humano. En toda competición -y la vida es una constante suma de competiciones- para triunfar basta ser un poco superior al otro o manejar la situación un poco mejor que él. Toda persona mediocre pasaría a ser una persona verdaderamente superior si utilizara de modo constante un poco más y un poco mejor todas sus facultades naturales.
Otra dificultad que surge con frecuencia al principio del ejercitamiento de esta atención intencional es que se confunde con un estado especial de tensión mental. El individuo se esfuerza entonces buenamente en estar atento a todo, en que no se le escape nada, en estar también atento a estar atento... y así sucesivamente hasta que acaba agotado y con un fuerte dolor de cabeza. Nada más opuesto a la correcta actitud de la mente, ya que se puede estar perfectamente lúcido y despierto mientras se está en total descanso físico y mental.
Dos gestos internos caracterizan la actitud básica de la mente en la atención intencional: apertura, amplitud y relajación del plano externo o superficial y, al mismo tiempo, máxima intensidad, presencia y lucidez en el plano interno o central. Por esto se ha llamado también a esta actitud de la mente, atención central. Es la constante voluntad de estar plena y activamente consciente, de un modo esférico, total. Es como si el foco de la atención estuviera situado en el centro de una esfera, que es el centro de la mente, y desde allí contemplara simultáneamente la totalidad de la esfera, que es el conjunto de percepciones que llegan a la conciencia procedentes tanto del interior como del exterior del sujeto.
Este es el estado de atención intencional que podríamos denominar puro o contemplativo y que, contrariamente a lo que pudiera parecer a primera vista, es un estado de máxima lucidez y productividad. Es la condición óptima para escuchar activamente, para comprender con rapidez ideas, personas y situaciones. Es también el estado ideal para la práctica de la «relajación consciente», de la que más adelante hablaremos extensamente.
En la actitud exteriormente activa, esto es, cuando hay que actuar, del modo que sea, hacia el exterior, el plano central de la mente se mantiene despierto y activo exactamente igual que en el caso anterior, mientras que el plano externo o superficial se pone en acción de acuerdo con la necesidad de la situación. Se produce entonces un estado especial de la mente en el que por una parte la persona se entrega a la acción particular que conviene en cada momento, con energía, concentración y entusiasmo, mientras que por otra permanece al margen, como espectador de la situación y de su propia actividad, conservando una conciencia central de sí mismo, desde la cual precisamente domina y maneja a voluntad los elementos de aquella situación. Este es el secreto de los grandes actores. No se trata tan sólo de identificarse completamente con el personaje que representan, como cree y hace el aficionado, sino que detrás de la conciencia del personaje representado está siempre presente la conciencia de sí mismo, del actor, y desde la cual maneja sus expresiones graduándolas a voluntad. Detrás del personaje está la persona. Detrás de lo accidental está lo esencial, y esto es lo que da tanto relieve y verismo a cada una de sus palabras y actitudes.
La práctica de la atención central puede hacerse constantemente durante las actividades habituales del día: en el trabajo, en la calle, mientras se come, se habla o se descansa. Siempre se puede estar interiormente más despierto, más consciente, más atento, sin que la acción tenga que interrumpirse o alterarse en lo más mínimo.
Existe un procedimiento muy curioso para valorar exactamente los períodos de «inatención» que se tienen a lo largo del día. Es el ejercicio llamado de retrospección.
Todas las noches, una vez en la cama, hágase una revisión sistemática de todas las cosas que se han hecho durante el día, una por una, empezando por la última y siguiendo hacia atrás hasta llegar al momento de despertarse por la mañana. Se trata de hacer tan sólo una visualización estricta de cada acción encadenando cada una con la anterior, sin detenerse en consideraciones de crítica o de valoración de las acciones.
Se encontrarán, con sorpresa, que existen numerosos vacíos en el recuerdo vivo de las acciones ejecutadas. Se recordará, por ejemplo, que antes del trabajo se ha venido de casa, pero no podrá recordarse el hecho de «estar viniendo»; se recordará que se ha comido pero quizá no se recordará el hecho de «estar comiendo» ni de lo que estaba pensando mientras comía, etc.
Todos los períodos del día que no pueden ser «revividos» activamente, que no puedan ser recordados con claridad, se han vivido en un estado de semi-ausencia mental, en un estado de automatismo, en el que la atención estaba en su nivel más bajo. La atención despierta graba todas las impresiones con suma nitidez y precisión, y a medida que se va desarrollando el estado habitual de atención central se hace posible evocar con mayor claridad y rapidez todos los hechos del día sin vacíos comprometedores. Cuando se mantiene normalmente el estado de atención central durante el día, este ejercicio de retrospección, correctamente ejecutado, no requiere más de cuatro a cinco minutos. Ahora, cada cual puede hacer la prueba de este ejercicio y ver por sí mismo el verdadero grado de atención habitual que ha conseguido desarrollar.
Este ejercicio tiene otros efectos extraordinariamente interesantes que, como ocurre siempre en estas materias, parecen desproporcionados por completo a la sencillez de su ejecución. Entre estos efectos, merece especial mención el de proporcionar un auténtico conocimiento vivo e inmediato de uno mismo, como explicaremos más adelante. Por todas estas razones nos permitimos recomendar encarecidamente la práctica de este ejercicio a todos aquellos lectores que estén seriamente interesados en trabajar para el efectivo desarrollo de su personalidad.

8. EL HOMBRE COMO SISTEMA DINÁMICO DE ENERGÍAS

Utilidad de este enfoque

Todas las manifestaciones de la vida humana, desde las funciones fisiológicas más elementales hasta los actos intelectuales más sutiles, son expresiones de la energía que desde el centro de su interior fluye constantemente a todas las zonas de su ser, dotándolas a la vez, de vitalidad y de dinamismo.
Siendo, pues, la energía psíquica un denominador común de todos los fenómenos, tanto físicos como psíquicos, se comprende fácilmente que las alteraciones de su distribución a través de los diversos niveles, se traduzcan de modo inevitable en múltiples modificaciones del funcionamiento fisiológico, del estado de ánimo o de la conducta. Y dada la tendencia general de nuestra naturaleza a mantener la unidad del equilibrio entre todos los niveles de la personalidad, se comprende también que la alteración energética de un determinado nivel repercuta sobre otros niveles.
Así, por ejemplo, la disminución de energía general disponible en un momento dado, podrá traducirse a la vez, en pereza para el trabajo, miedo de afrontar ciertas situaciones e irritabilidad ante determinadas personas. Estos defectos conviene sean tratados en este caso, estimulando la producción y la circulación de dicha energía, en vez de estudiarlos y quererlos solucionar aisladamente uno por uno con medidas particulares de mayor o menor efectividad.
A mayor, energía psíquica, mayor capacidad de acción y de rendimiento de todas las facultades. A menor intensidad energética, en cambio, no sólo se produce un descenso en el rendimiento general de las facultades, sino que al mismo tiempo adquieren mucho mayor relieve cuantos rasgos negativos yacen en el interior: miedos, recelos, hostilidad, envidia, etc. Por esta razón, al incrementar la energía disponible se solucionan en estos casos no sólo todos los síntomas alarmantes y perjudiciales que existían sino que, a la vez, se incrementa la eficiencia total de la personalidad.
Normalmente, el hombre tiene dentro de sí toda la energía que necesita para el pleno ejercicio de todas sus facultades. Quiere decir esto que está básicamente equipado para que su personalidad pueda desarrollarse de un modo completo y total. La Psicología dinámica demuestra a diario que lo que le hace falta generalmente al hombre no es tener más energía, sino disponer mejor de la que ya tiene dentro de sí. El problema de tantas y tantas personas que van vegetando por el mundo con una aparente anemia de personalidad no consiste, salvo en muy contadas excepciones, en la producción de más energía, como creen firmemente, sino en su total circulación, en su completo aprovechamiento. Y esto es particularmente exacto en quienes sienten una clara protesta interior por el bajo rendimiento con que se sienten vivir. Como se verá claramente en este capítulo, esta rebeldía interna, esta reactividad, aunque de momento parezca no servir para otra cosa que para sufrir más por la propia limitación, es el claro testimonio de la existencia de una energía interior que, por una razón u otra, no ha podido abrirse camino hacia los planos externos y que, por lo tanto, no se ha podido utilizar. Y esta energía retenida puede ser liberada y puesta de nuevo a disposición de la mente consciente.
Veremos en este capítulo los mecanismos mentales que producen estos bloqueos energéticos y los efectos más importantes que los mismos producen en la mente y en la conducta. Igualmente tendremos ocasión de ver cómo este enfoque nos permite sacar unas conclusiones prácticas de gran utilidad para el desarrollo positivo de la personalidad.
La utilidad del estudio que aquí exponemos se extiende a todos los fenómenos de la conducta en los que la causa más inmediata o más importante es el aspecto energía. Estas manifestaciones incluyen, como se verá, muchos e importantes rasgos caracterológicos. Pero hay casos en los que es otro el factor predominante del problema -desequilibrio fisiológico, ambiente particularmente desfavorable, ideas dominantes rígidas y negativas, etcétera- y entonces es más conveniente enfocar su estudio desde el correspondiente punto de vista.
Resumiendo, se puede decir que si bien todos los problemas humanos pueden ser estudiados bajo el ángulo de la dinámica energética, puesto que todos ellos son expresiones más o menos complejas de la misma, a los efectos prácticos conviene utilizar este punto de vista especialmente para el estudio preliminar de la persona -para saber cuanta energía posee, cuánta utiliza y qué problemas concretos le crea la energía no utilizada-, antes de abordar el estudio de las cualidades y defectos más diferenciados que pueda poseer. Utilizando un símil de economía, diríamos que para conocer una empresa hay que averiguar primero el capital real de la misma, distinguiendo el disponible del realizable, antes de estudiar, por ejemplo, los problemas concretos de producción y ventas.


La función normal de la energía psíquica

La energía psíquica es dinámica por propia naturaleza y, una vez actualizada en el interior, tiende constantemente a fluir hacia fuera, hacia el exterior, sea directamente en virtud de su propio dinamismo -y entonces da lugar a los impulsos, tendencias y necesidades básicas-, sea indirectamente en respuesta a los múltiples estímulos que de continuo llegan a la conciencia procedentes del mundo exterior.
A su paso, la energía dinamiza las varias estructuras o niveles de la personalidad, activando sus funciones específicas. Al expresarse, por ejemplo, a través del nivel instintivo-vital se activarán los impulsos o necesidades básicas de conservación, desarrollo o reproducción; cuando la energía se expresa a través del nivel afectivo-emocional se experimentará la necesidad de sentir y exteriorizar afectos o emociones; a través del nivel mental, se producirá curiosidad, interés, deseo de nuevos estudios, de comprender mejor a las personas, etc. Y en los niveles superiores, igualmente, cuando la energía espiritual haga sentir su presencia, la persona sentirá nacer en ella inquietudes de orden trascendente y creador.
La energía psíquica tiene, pues, dos funciones principales:
Función objetiva: dinamizar todos y cada uno de los niveles de la personalidad.
Función subjetiva: servir de vehículo a la mente para la toma de conciencia de la realidad y del contenido de tales niveles.
La primera función no se refiere solamente a la simple dinamización de las actividades propias de cada nivel, sino que es, además, la que determina la fuerza, intensidad o potencia de las facultades dinamizadas. Así, si la energía fluye preferentemente a través del nivel afectivo, el rasgo predominante del sujeto será su fuerza de irradiación emotiva y sentimental; si es a través del nivel mental, será el poder de impacto de sus ideas, etc.
La manera como la energía esté habitualmente distribuida a través de cada nivel determinará el modo de ser básico y constante de una persona, según hemos mencionado ya en el capítulo primero.
El conocimiento de este perfil cuantitativo de los niveles en cada persona es de mucha utilidad. No sólo permite conocer con precisión la fórmula de una dimensión fundamental de su personalidad, sino que nos dejará prever con bastante exactitud su capacidad y su forma de contacto en las relaciones interpersonales, dato éste muy importante, como se verá en su lugar, en quien ha de ejercer funciones de mando o control de personal.
Pero este conocimiento es bastante difícil de obtener. Si no se está especialmente entrenado en las técnicas de auto-conocimiento no podrá, normalmente, ser conseguido por uno mismo. En cambio, quien practique con constancia el ejercicio de retrospección recomendado anteriormente, se irá formando poco a poco una idea muy aproximada de su verdadero equipo personal y aprenderá, simultáneamente, a reconocer mejor el modo de ser real de sus semejantes.

Digamos ahora unas palabras acerca de la función subjetiva. La energía psíquica viene a constituir la «masa» de los contenidos psíquicos, gracias a la cual dichos contenidos pueden ser registrados por la mente. Si un impulso cualquiera, por ejemplo la necesidad de comer, es débil, la mente consciente no lo registra, mientras que si es muy fuerte -esto es, si va cargado con mucha energía- no sólo se hace sentir en seguida, sino que además se impone a la atención de un modo imperioso.
Cuanta mayor sea la intensidad de la energía circulante en un momento dado, mayor será su fuerza en la conciencia, mayor será su noción de realidad. La energía psíquica, en efecto, no sólo permite registrar la existencia de los fenómenos psíquicos, sino que es la que da, además, la noción de su realidad. Si la cualidad de los fenómenos permite distinguirlos unos de otros según su nivel de procedencia y según sus variados matices, la intensidad -determinada por la cantidad de energía implicada en ellos- señala, en cambio, su fuerza de realidad y permite diferenciarlos unos de otros según su relieve y prioridad.
Una persona puede hablar de un modo muy equilibrado, muy «comedido», etc., porque en aquel momento inhibe sus impulsos y expresa las cosas de un modo meramente cualitativo y teórico, pero a la hora de actuar, su conducta responderá necesariamente a la fórmula energética real de su personalidad, esto es, dará expresión a su verdadero contenido dinámico, actuando según la importancia o realidad con la que la presión de sus niveles le obligue a sentir y valorar las cosas.


Los tres estados de la energía psíquica

Desde el punto de vista de la mente consciente, la energía psíquica personal está distribuida en los tres estados siguientes:

1. En estado latente, no manifestado. Es la energía de la que el sujeto no ha tomado nunca conciencia por residir en los estratos profundos de todos los niveles. Su progresivo conocimiento e integración con la mente, en especial la de los niveles superiores, constituye el desarrollo y la madurez de la personalidad. Es la fuente de origen de toda la energía de nuestro psiquismo.
2. En curso de manifestación. Esta energía, en la forma de fuerzas instintivas, impulsos, tendencias, deseos, sentimientos y emociones, existe en dos modalidades:
- La que se va actualizando de modo gradual en el proceso natural de desarrollo de todos los niveles de la personalidad.
- La energía que de algún modo ha comenzado a manifestarse pero cuyo proceso por una razón u otra ha sido detenido a mitad de camino, sin permitir que se acabara de actualizar o expresar del todo en la conciencia. Esto es un fenómeno normal, pero en muchos casos llega a ser causa de serias perturbaciones caracterológicas. Señala su existencia un cuadro muy nutrido de síntomas, caracterizados todos ellos por su negatividad: tensión, inseguridad, miedo, hostilidad, falsa perspectiva de sí mismo y de los demás, etc., etc.
3. Energía actualizada. Es la de nuestro mundo consciente. Es el contenido energético de todas las experiencias que hemos ido viviendo a lo largo de nuestra vida. Aunque en ningún momento somos conscientes de un modo actual de toda la energía que hemos ido actualizando en el pasado, debido a la actitud restringida y limitativa de la mente consciente, es característico de esta energía manifestada el poder ser evocada con relativa facilidad. La energía actualizada, sea actualmente consciente o no, es la que marca la verdadera edad del individuo, la que determina la fuerza de su carácter, la energía de su personalidad, el grado de conciencia de sí mismo, su capacidad de acción, de entrega y de autenticidad.


La inhibición o retención de la energía

Si los impulsos y reacciones de toda clase pudieran expresarse libremente sin trabas ni interferencias de clase alguna, la energía que se moviliza por un estímulo seguiría un circuito completo, agotándose totalmente en la consumación del acto o actos correspondientes. Por ejemplo, un niño de seis meses que se ha dado un golpe o que ha tenido un susto, se pone a llorar a gritos y sigue llorando así hasta que, literalmente, se le han acabado las ganas. Cuando al fin, de un modo natural, cesa el llanto, el niño ha liquidado por completo la situación, ha descargado de un modo total la energía que el dolor o el sobresalto habían actualizado. Y porque la criatura ha agotado la situación, sin residuos, queda de nuevo disponible toda ella, para vivir otra cosa de un modo fresco y totalmente nuevo. Puede ponerse a reír inmediatamente si algo le hace gracia o puede ponerse enseguida a jugar con entusiasmo. Esto no es debido, como se cree, a que el niño sea muy versátil e inconstante, sino que en este caso lo que indica precisamente es que el niño funciona bien, indica que vive cada situación del todo.
Es evidente que en la vida de adulto resulta prácticamente imposible dar libre curso a los impulsos y a las reacciones de un modo natural y espontáneo. En el niño del ejemplo esto ocurre porque a esta edad la criatura vive con mucha mayor intensidad sus necesidades interiores que el mundo exterior que le rodea. No hace gran caso a. nadie ni ha aprendido todavía a obedecer.
Pero veamos a este mismo niño dos años después. Supongámoslo en la misma situación inicial del ejemplo citado. Si ahora mientras está llorando, el padre o la madre, por la razón que sea, le conminan de un modo brusco y enérgico a que se calle, veremos cómo en algunos casos, efectivamente, la criatura se callará. Desde el punto de vista de la autoridad materna esto habrá sido un triunfo. Pero dentro del niño ¿qué es lo que ha ocurrido en realidad?
El niño está aprendiendo a vivir simultáneamente dos mundos diferentes. Por un lado, el mundo interior hecho de sensaciones, emociones, necesidades e impulsos. Por otro lado, el mundo exterior, centrado alrededor de la madre, quien satisface sus necesidades, le da afecto, le da seguridad y al mismo tiempo le dice lo que ha de hacer y lo que no ha de hacer. A los ojos del niño, la madre condiciona su afecto, del que depende la sensación interna de protección y seguridad de la criatura, a la constante obediencia a aquellas normas de conducta. Y además, como es natural, la mayor parte de los impulsos espontáneos parecen entrar dentro de la categoría de «lo que no se ha de hacer». El niño estará constantemente tratando de satisfacer ambas necesidades: la descarga de sus impulsos y la propiciación de la madre a su favor.
Si el condicionamiento del niño respecto a su madre es superior a la fuerza del impulso a llorar, acatará la orden exterior y callará. Pero aquí, a diferencia del ejemplo del niño de seis meses, la situación no quedará liquidada. El impulso a descargar la energía en forma de llanto estaba sólo a mitad de su curso y lo único que hace la orden de cese es paralizar la expresión exterior del resto del impulso. El niño continúa necesitando y queriendo llorar, ya que una vez movilizada la energía, ésta tiende a verterse al exterior, tiende a expresarse del todo. Esta detención de la manifestación energética requiere que la mente y la voluntad del niño pongan una barrera, una muralla, para contenerla. El niño, pues, callará, pero dentro de él quedará la situación a medio vivir y con la imperiosa necesidad de acabarla de vivir, de expresarla, de agotar su contenido. Y la prueba de que esto es así, es que a la primera ocasión que se presente, por pequeña que sea, se pondrá a llorar con gran fuerza, de un modo desproporcionado a la naturaleza del estímulo actual. Es decir, aprovechará la menor oportunidad para descargar lo presente más lo atrasado.
La energía contenida y no expresada produce una tensión interior de carácter desagradable, que se traduce en inquietud, irritabilidad y hostilidad. Y cuando esta tensión se prolonga durante algún tiempo, entonces desaparece de la mente consciente el recuerdo concreto de la situación y del problema, quedando tan sólo presentes los síntomas negativos.
En la infancia estas situaciones se están repitiendo a diario. La educación, o lo que por desgracia en la práctica se considera como tal, consiste precisamente en este constante «no hagas esto», «estate quieto», «te he dicho que esto has de hacerlo así», «si no obedeces...», etc. Y si tenemos en cuenta que los efectos negativos de estas inhibiciones se van acumulando uno encima del otro, no nos costará mucho ver la razón de ser de los miedos, inseguridades y demás problemas que en todos nosotros, casi sin excepción, han ensombrecido nuestro período infantil.
Cierto que la vida del niño tiene también otros aspectos. Recibe afecto, se le alaba, juega, se divierte, ríe. A través de estas actividades descargará mucha de la energía retenida y es posible que llegue a vivir bastante compensado. Evidentemente, cada caso es distinto y las experiencias pueden tener muchos matices. La experiencia demuestra la enorme importancia que la inhibición tiene en la formación ulterior de la personalidad, así como la gran frecuencia de los déficits de rendimiento psicológico debidos básicamente a este mismo fenómeno.
En el momento en que se relaciona el fenómeno de la inhibición con los problemas de la educación y formación del niño, surge la inevitable exclamación de los padres y educadores: «¿entonces, hay que dejar que el niño haga absolutamente lo que quiera para no crearle problemas? ¿tendrá que consistir la educación en decir «amén» a todos los caprichos del crío para evitarle inhibiciones?». Dedicaremos unas líneas a contestar estas preguntas dado el interés del tema y porque además nos permitirá precisar mejor las ideas.


Inhibición y educación

Empecemos por señalar los objetivos fundamentales que ha de buscar toda educación que se precie de ser amplia, correcta e integral. Son los siguientes:
1.° Facilitar al sujeto las condiciones favorables para asegurar el pleno y armónico desarrollo de todas sus posibilidades, tanto en el aspecto físico como en el afectivo, intelectual y espiritual.
2.° Preparar al individuo, mediante un adiestramiento adecuado, para que pueda desenvolverse de la mejor manera posible en la vida social, esto es, para que esté bien adaptado a la vida de la sociedad a que pertenece, con un conocimiento práctico de sus leyes, costumbres y modos de convivencia.
3.° Transmitir al educando el patrimonio cultural y espiritual de nuestra civilización.
Estos objetivos, y principalmente el segundo, no podrían alcanzarse sin ejercer una definida acción de control y de encauzamiento de los impulsos naturales del niño, que de por sí tienden a surgir de un modo anárquico. Es necesario, por lo tanto, inhibir los impulsos y tendencias que surgen de un modo o en un momento inadecuado para poder establecer en el niño el adiestramiento social requerido.
Y la inhibición es también necesaria para que el niño aprenda, a voluntad, a inhibir un impulso en un momento dado, y porque gracias a la energía retenida temporalmente por la inhibición de impulsos procedentes de niveles elementales podrán dinamizarse en mayor grado los niveles superiores.
El principio general que ha de regir necesariamente a toda inhibición de un impulso para que sea útil y constructiva, es el siguiente: toda energía retenida por una inhibición ha de encontrar después una vía de expresión apta para que pueda ser descargada en su totalidad. Esta vía de expresión puede ser a través del mismo nivel de origen del impulso inhibido o puede ser a través de otro nivel. Es decir, que si se ordena a un muchacho que se esté quieto, puede descargarse después el impulso motor dejando que juegue libremente -el mismo nivel-, o puede hacérsele derivar aquel impulso hacia otra actividad no motora, pero que pueda hacerla con entusiasmo, por ejemplo, cantar o explicar una historia. La consigna del educador ha de ser en todo cuanto se refiera a la energía, encauzar, ordenar y dirigir, en vez de simplemente suprimir, negar o anular.
Todavía predomina mucho en la práctica de la educación, el criterio negativo o restrictivo. Sea por falta de propia madurez, sea por deficiente comprensión, los educadores están constantemente sacrificando el primer objetivo en aras del segundo o del tercero. Y la verdad es que si el individuo no consigue realizar su completo desarrollo, si no logra actualizar por completo sus energías interiores y sus capacidades, le será totalmente imposible vivir nada con plenitud: ni la vida espiritual, ni la vida familiar, profesional, recreativa o social.
La actualización completa de la energía de una persona sólo podría tener lugar si ésta se encontrara en un ambiente rico en estímulos y pudiera expresar en él, tanto sus impulsos espontáneos como sus respuestas ante aquellos estímulos. Al expresar sus reacciones las viviría en primera persona, esto es, tomaría conciencia activa de la energía contenidas en ellas en tanto que sujeto. Adquiriría así la experiencia plena, positiva, viva e inmediata de la realidad de su ser.
En la medida en que es prácticamente imposible encontrar tales condiciones ambientales en nuestra sociedad, sólo se puede esperar, en su desarrollo normal, que la persona consiga vivir suficientemente equilibrada entre la presión de los contenidos reprimidos en su interior y la capacidad de su mente consciente para adaptarse y controlar la conducta en el mundo exterior. Y tal es el individuo que se considera «normal» en nuestra sociedad: aquel que vive exteriormente bastante bien adaptado a las exigencias y convenciones sociales, aunque por dentro se viva a sí mismo con tensión, inseguridad y angustia. El hombre de nuestra civilización está sufriendo las consecuencias de una educación que valora mucho más la adaptación social y la formación cultural que el desarrollo natural de todas las energías interiores. Impone por ello una serie rígida y severa de inhibiciones de impulsos sin enseñar deforma práctica cómo utilizar esta energía reprimida en nuevas actividades creadoras o recreativas.


La auto-inhibición

Con el material que le va entrando por los cinco sentidos y que se instala en su mente, el niño irá formando su imagen del mundo y establecerá sus propias formas de pensamiento. Durante los primeros años, incapaz de ejercer funciones de crítica ni discernimiento, se contentará con aceptar pasivamente las ideas que oiga a las personas que le rodean y, de modo especial, las que se refieran a sí mismo. Y estas ideas pasarán a ser suyas, las suyas, en realidad, puesto que por el momento no dispone de otras.
Significa esto que después de oír repetidas veces a su madre afirmar que «tal cosa no se hace» o que «los niños buenos se están quietos y callados» y cosas parecidas, el niño ya no necesita tener a la madre presente para saber que tiene que inhibir tal o cual impulso. Su propia mente se convierte en el elemento vigilante y censor de la conducta. Y cuando dé salida a un impulso «prohibido», será su propia mente la que le dirá que «es un chico insoportable», que, «es malo» y que «no merece que le quiera nadie». El niño irá estableciendo así en su interior los dos «bandos» que durante toda la vida serán los protagonistas de su lucha permanente: los impulsos y la mente.
Es importante ver el aspecto «mecánico» de estas formas iniciales de inhibición. La experiencia demuestra que son todavía muchos y muy importantes los residuos de esos condicionamientos negativos infantiles que perduran hasta la edad madura, quizás al lado de otros aspectos intelectuales o morales plenamente desarrollados.
De todo esto hemos de sacar la conclusión, para la comprensión del adulto, que junto a las inhibiciones voluntarias y conscientes que el hombre realiza constantemente en virtud de la buena educación o de las exigencias de cada momento, existen en él muchas inhibiciones automáticas establecidas desde la infancia, perfectamente inútiles en sus condiciones actuales, pero que siguen actuando en forma de verdaderos tabúes o supersticiones bloqueando con ello a veces una cantidad considerable de energía y dificultando la obtención de un ritmo regular de actividad eficiente.

9. CONTENIDO Y ACCIÓN DEL INCONSCIENTE

La existencia del plano inconsciente

Un mínimo grado de auto-observación es suficiente para constatar que la totalidad de nuestra vida psíquica no queda limitada al conjunto de pensamientos, sentimientos y acciones que vivimos conscientemente. Al margen de nuestra conciencia vigílica habitual existe en nosotros una incesante actividad de impulsos y de ideas que se manifiestan en la vida corriente de las más diversas maneras: inesperadas variaciones del estado de ánimo, preferencias y antipatías sin justificación aparente, reacciones desproporcionadas ante determinadas situaciones, contenidos extravagantes o inexplicables de los sueños e imaginaciones, etc. Estos y otros fenómenos semejantes dan claro testimonio de la existencia de una actividad subterránea de la psique por la que se combinan fuerzas de gran potencia y se elaboran planes de conducta que raramente coinciden con los que, por su parte, edifica la mente consciente. Hasta el mismo curso de la propia existencia, visto en conjunto, parece obedecer a una gran idea o consigna que escapa a la percepción de la conciencia ordinaria y que desborda ampliamente el contenido de las ideas particulares con que abordamos la vida diaria.
Corresponde al movimiento psicoanalítico iniciado por Freud y seguido después por un número considerable de notables investigadores, el mérito de haber descubierto de una manera precisa y concreta, la enorme importancia que tienen los impulsos, emociones e ideas contenidos en el plano no consciente de nuestra psique en la determinación de ciertos estados de ánimo y en múltiples motivaciones de la conducta.


Definición del inconsciente

En un sentido general se entiende por inconsciente el conjunto de contenidos psíquicos de los que la persona no es actualmente consciente. Como se comprende fácilmente, estos contenidos son en extremo numerosos y variados. Hay que contar principalmente entre ellos todos los impulsos instintivos, enraizados en las capas más profundas del nivel biológico, los rasgos psicológicos procedentes de la herencia racial, social y familiar, las experiencias de toda clase que se han ido registrando a lo largo de toda la existencia personal, así como las innumerables inhibiciones a que nos hemos referido en el capítulo anterior.


Razón de su importancia

Veamos algunas de las más importantes funciones del inconsciente:
1. Del inconsciente procede toda la energía de nuestro psiquismo. Esta energía se concreta después en impulsos o estímulos diferenciados de acuerdo con los niveles a través de los cuales se manifiesta.
La fuente de nuestra energía vital, en efecto, está oculta en lo más profundo de los planos inconscientes. Por esta razón, cuando existe un bloqueo demasiado rígido de los contenidos del inconsciente se obstruye al mismo tiempo la vía de entrada de energía psíquica al consciente y la persona se encuentra entonces enormemente disminuida en su vigor físico, afectivo y mental. Es natural, pues, que toda distorsión o deficiencia en la circulación de esta energía entre el inconsciente y el consciente se traduzca, en mayor o menor grado, en multitud de perturbaciones del organismo y del carácter. He aquí tan sólo algunas de ellas:

- Tensión interior, malestar, insatisfacción que puede llegar a la angustia.
- Irritabilidad, dificultad en adaptarse a las situaciones, susceptibilidad.
- Disminución del vigor físico y tendencia a determinados trastornos funcionales del organismo, especialmente del sistema nervioso, digestivo y circulatorio.
- Mayor compulsión y rigidez en la conducta.
- Disminución en la calidad del rendimiento: en el plano social, en la fluidez de ideas, en la amplitud de miras, en la flexibilidad de la acción, etc.
- Disminución de regularidad en el rendimiento; la mayor sensación de fatiga (debida a la tensión) y la irritabilidad, impedirán mantener un ritmo regular en todo cuanto implique cierto grado de esfuerzo continuado.
- Mayor necesidad de inmediatas compensaciones; éstas pueden adoptar múltiples formas, pero todas ellas, tienen en común el ser de un carácter marcadamente egocéntrico e infantil; mencionemos entre las más corrientes, la necesidad de demostrar de modo patente la propia superioridad y de que sea reconocida por los demás una y otra vez su importancia, el refugiarse en determinados ambientes o relaciones personales que aseguren un fácil halago a la propia vanidad, la tendencia a entregarse por mero placer al uso abusivo de la comida, de la bebida o del sexo, etc.
- Tendencia a valorar de un modo desproporcionado las situaciones desagradables con las consiguientes reacciones -internas y externas- exageradas o injustas, convirtiendo muchas veces en problemas cosas que de otro modo se solucionarían sin dificultad alguna.
- Una notable falta de seguridad acerca de las propias capacidades, que lo mismo conducirá en ciertos momentos a encogerse y retroceder ante situaciones que podrían manejarse ampliamente, como en otras ocasiones inducirá a sobrevalorar los propios recursos impulsando a contraer obligaciones y responsabilidades por encima de la capacidad normal de rendimiento, las que después no se podrán cumplir de forma sostenida y adecuada.

2. Del inconsciente proceden las líneas fundamentales de acción conducentes a la satisfacción de los impulsos o necesidades primarias.

Esto lo vemos claramente en la conducta «inteligente» de los animales que, guiados por ese impulso instintivo actúan adecuadamente en la selección de alimento, en la construcción de nidos o madrigueras, en su conducta sexual, en sus reacciones defensivas ante situaciones de peligro, etc. También el hombre tiene en su interior todas las normas que la «inteligencia del instinto» pone a su disposición para la mejor conservación de la salud en todos sus aspectos. Pero la mente del hombre civilizado, alejada de esa «mente instintiva» por la habitual inatención que guarda respecto a ella, no puede beneficiarse de su sabiduría natural y sucumbe a trastornos y enfermedades causados, muchos de ellos, por hábitos nocivos y antinaturales que, de vivir con la mente más abierta y receptiva, hubiera perfectamente podido evitar.

3. Del inconsciente proceden todos los impulsos que empujan al hombre hacia el pleno desarrollo de la personalidad en todos sus niveles, esto es, la tendencia a la auto-realización.
Es una necesidad primordial del hombre la de llegar al pleno desarrollo de todas sus facultades, tanto físicas como psicológicas y espirituales. Esta necesidad se expresa de muchas maneras, pero sobre todo la podemos ver en su constante deseo de expansión y de mejoramiento. Sólo mediante el desarrollo consciente de todas sus verdaderas capacidades puede encontrar el hombre el sentido de la propia culminación y de la plenitud. Los bloqueos inadecuados y permanentes de las fuerzas interiores son los responsables de que esta culminación quede lastimosamente frustrada con tanta frecuencia.

4. En él reside asimismo la fuerte tendencia a completar todas las experiencias que se han iniciado en un momento u otro de la vida y que, por alguna razón, han quedado frustradas, interrumpidas y bloqueadas.
Todo cuando está reprimido queda sujeto a dos fuerzas contrarias: por un lado, la del esfuerzo mental consciente -convertido al cabo de un tiempo en automático e inconsciente- por el que se vigila y se impide la salida de tal manifestación impulsiva, y por otro lado, la tendencia natural del propio impulso que es la de expresarse, de dar salida al impulso reprimido. Un ejemplo muy sencillo lo tenemos en el caso de la persona que guarda sentimientos hostiles respecto a otra -por no haber dado salida en una forma u otra a los mismos cuando se originaron-, pero que a la vez se esfuerza en ser sinceramente amable y objetiva. Veremos a esta persona cómo, a pesar suyo, tiende a criticar o menospreciar a aquélla con excesiva frecuencia o con marcada ironía, especialmente en los momentos en que esté hablando sin plena reflexión y cuidado.

5. En el inconsciente se han ido acumulando todas las ideas adquiridas, tanto correctas como erróneas. Estas ideas se utilizan constantemente después como puntos de referencia para pensar, valorar y decidir -en gran parte de modo automático- nuestras reacciones frente a cada situación concreta de la vida.
Esto podemos apreciarlo con mucha frecuencia al escuchar conversaciones ocasionales sobre los más diversos temas: política, economía, arte, religión, etc. Si seguimos el diálogo con una mente objetiva y crítica veremos con cuanta frecuencia la endeblez de los argumentos contrasta paradójicamente con la vehemencia y la asertividad que muestran los interlocutores en sus conclusiones.

6. Desde el inconsciente actúan también todas las actitudes y hábitos -físicos, afectivos y mentales-que se han ido adquiriendo a través de las experiencias acumuladas.
Estos hábitos se refieren no sólo al modo de hacer ciertas cosas materiales -vestirse, andar por la calle, modo de sentarse, etc. sino que incluyen también nuestras disposiciones interiores habituales: modo de escuchar, modo de pensar en nuestros problemas, modo interior de amar, modo de enfadarse, de defenderse de los temores, etcétera, etcétera. Son muchísimas las personas que no perciben estos gestos o actitudes interiores que acompañan a la mayor parte de nuestros estados y acciones habituales.
Quien en su interior tenga condicionamientos positivos, útiles, eficientes, dispondrá de un poderoso aliado con su inconsciente, pero quien esté condicionado negativamente, éste tendrá que esforzarse diez veces más que el primero para obtener algún resultado positivo en sus actividades, puesto que tendrá que superar en todo momento la fuerza de oposición de sus condicionamientos negativos.
Como se ve, el inconsciente es un mundo enormemente amplio y complejo que abarca en «extensión» la mayor parte de los contenidos de nuestro psiquismo. Alguien lo ha comparado certeramente a la zona sumergida de los icebergs que, como se sabe, es muchísimo mayor que la parte visible; la parte emergente, en esta comparación, corresponde a nuestra mente consciente. El sector consciente de la mente del hombre -del que tan orgulloso está y que le parece ser la única realidad verdadera- no es, realmente, más que la pequeña región de conciencia particular enclavada dentro de un vasto campo de energías activas e inteligentes.


Inconsciente y Superconsciente

En un sentido amplio, el inconsciente no está constituido tan solo por las zonas profundas parcialmente actualizadas de los niveles instintivo, afectivo y mental, como vienen a afirmar algunas escuelas psicoanalíticas. Casi la totalidad de los niveles superiores de la personalidad forman parte integrante, asimismo, de la realidad individual de nuestro ser que permanece en estado latente e inconsciente.
Algunos autores han propuesto para la designación de estas zonas inconscientes de los niveles superiores el término Superconsciente para diferenciarlas de las correspondientes a los niveles inferiores.


Consciente e inconsciente

Frente a este campo vastísimo del inconsciente, siempre presente y siempre activo, cabe racionalmente preguntarse qué papel juega en realidad el sector consciente de nuestro psiquismo. A primera vista, en efecto, parece que a la mente consciente le queda un muy limitado campo de acción en el conjunto de la vida psíquica.
Esto, aunque en parte es así, no corresponde más que a un aspecto parcial de la verdad. Este punto de vista constituye el extremo opuesto del que sostienen muchas personas, quienes creen que todo cuanto hacen, deciden y piensan está plena y totalmente determinado por su libre voluntad y deliberación. Y por ser el otro extremo de un error, es, asimismo, un error.
El hombre es un ser en proceso de evolución. En el aspecto subjetivo está ascendiendo lentamente -a través de muchos siglos de esfuerzos y de experiencias- desde la casi inconsciencia total en tanto que ser individual, hasta la plena realización de los poderes y facultades implicados en su realidad espiritual. En su estado actual, participa al mismo tiempo del aspecto automático de las leyes universales y de la facultad de autodeterminación. Y el grado en que esta facultad puede manifestarse en la determinación de sus estados internos y en sus motivaciones, señala precisamente el grado de madurez y desarrollo alcanzado por su personalidad.


Las funciones de la mente consciente

Nuestro ser es un conjunto de fuerzas y energías inteligentes. Y donde hay inteligencia hay conciencia. Por consiguiente, incluso nuestra estructura biológica -células, tejidos, órganos y sistemas- implican la existencia de algún modo de inteligencia y conciencia.
Lo que denominamos con el nombre de mente consciente es un sector diferenciado de este mundo de energías inteligentes, que se organiza en cada persona alrededor de su yo espiritual. Es un foco particular de mente y conciencia en el seno de un mar de energías inteligentes y se origina en un núcleo dinámico situado a mitad de camino entre los niveles de la mente personal y de la mente superior. Su estado de desarrollo actual está aún bastante lejos de lo que parece que puede llegar a ser. Pero a pesar de ello y también a pesar de la relativa superioridad masiva de las fuerzas del inconsciente, contiene unos elementos que cualitativamente sitúan al hombre en un lugar único, muy por encima de los demás seres vivientes de nuestro mundo conocido.
Las funciones en las que interviene la mente consciente se han detallado en la primera relación del capítulo V. En ella queda demostrada la gran importancia que tiene la mente consciente en el conjunto de la dinámica psíquica del hombre. Su importancia radica no precisamente en la cantidad o masividad de los factores motivacionales, sino en la capacidad de la autoconciencia y en el poder de selección, dentro de la gama de estímulos presentes en el campo de la conciencia, de aquellos que en la formación intelectual, volitiva y moral de la persona tienen mayor importancia en un momento dado.
Esta doble capacidad de autoconciencia y de selección de motivaciones es la que le da una categoría única al hombre, la que le coloca en situación de privilegio, aunque tenga que desenvolverse en gran parte dentro de las potentes fuerzas que surgen del inconsciente y sujeto a las limitaciones que le imponen la calidad de sus mecanismos personales de expresión. Podríamos comparar el valor de la mente consciente al hombre que en una barquilla dirige, consciente y deliberadamente aunque dentro de muchas limitaciones, el curso de su marcha a través de las corrientes del mar. Dependerá de la formación de su mente -amplitud de conciencia, capacidad de integración mental, voluntad, etc.-, el que esta barca pueda convertirse en un buque de gran tonelaje gracias al cual adquiera una autonomía mucho mayor dentro del campo de fuerzas en el que se ha de desenvolver y que están más allá de su conciencia y voluntad actual.


El preconsciente

Recordemos que nuestro psiquismo se divide en dos grandes sectores: el consciente y el inconsciente.
Pero además de estos sectores existe otra zona intermedia constituida por los contenidos del inconsciente que están pasando al sector consciente y por elementos de este sector en su paso al inconsciente. Desde el punto de vista de su perceptibilidad los contenidos de este sector intermedio se caracterizan por su fácil evocación consciente. A esta zona el psicoanálisis la denomina sistema preconsciente.
El sistema preconsciente tiene unos modos propios de funcionamiento, unas leyes que rigen automáticamente su actividad y que difieren de las correspondientes al sector inconsciente. Estas leyes, conocidas como el «proceso secundario», son las siguientes:
1ª La tendencia a ordenar en una sucesión cronológica todas las representaciones.
2ª La necesidad de elaborar una correlación lógica entre todos los contenidos.
3ª La tendencia a rellenar las lagunas existentes entre ideas aisladas.
4ª La introducción del factor causal, es decir, la relación de coexistencia y sucesión entre los fenómenos, la relación de causa-efecto.
Estas funciones corresponden, como se ve, al acto de pensar, sólo que aquí este proceso tiene lugar de un modo automático y sin que intervenga la facultad crítica y discriminativa de la mente consciente. Así es como se construyen automáticamente las frases que vamos pronunciando en un discurso o en un diálogo interior. Y también cuida esta función de buscar automáticamente una justificación racional, siempre falsa, de los hechos que de un modo compulsivo hemos cometido.
Este es un hecho importante. Como todos los contenidos del inconsciente han de pasar necesariamente por el sistema preconsciente antes de manifestarse a la mente consciente, los impulsos y demás contenidos aparecen a la superficie «revestidos» de las ideas y razones elaboradas por el preconsciente.
Ciertas tendencias aparecen entonces como obedeciendo a unas razones que no les corresponden en absoluto, o pueden presentarse con unas «justificaciones» que tampoco encajan realmente con la situación exterior. Y si la mente consciente no está en estas ocasiones bien organizada y activamente despierta, no puede con su facultad discriminativa evitar el deslizarse en «lapsus» y errores en la conducta, aceptar apreciaciones tendenciosas y adoptar decisiones inadecuadas al verdadero interés racional del individuo.


Características del inconsciente

En su funcionamiento y aparte de otros dinamismos que explicaremos más adelante, los elementos contenidos en el inconsciente están sujetos básicamente a un modo de funcionamiento particular, que difiere notablemente del modo de funcionar del consciente y del preconsciente. Estas leyes del inconsciente, conocidas en conjunto con el nombre de proceso primario, son las siguientes:1

- Ausencia de cronología.
- Ausencia del concepto de contradicción.
- Lenguaje simbólico.
- Igualdad de valores para la realidad interna y la externa o supremacía de la primera.
- Predominio del principio del placer.

1 A. Tallaferro. Curso básico de Psicoanálisis. Ed. Valerio Acebedo. Buenos Aires, 1957.

La ausencia de cronología significa que para el inconsciente no existe distinción alguna entre los hechos del pasado, del presente o del futuro. Todos sus contenidos están en un estado de actualidad constante. La carga energética de cualquier acontecimiento antiguo sigue actuando en el inconsciente de un modo invariable con tanta actualidad como si acabara de ocurrir. Las situaciones que no se han liquidado por completo dentro de la mente, continúan así actuando desde el interior en todo momento, aunque se crean olvidadas ya y desvanecidas por completo. Una persona, por ejemplo, puede mostrar toda su vida una actitud hostil o vindicativa por una serie de situaciones desgraciadas vividas en la infancia y que no ha acabado de resolver en su interior.
La ausencia del concepto de contradicción significa que, como el inconsciente no se mueve por categorías lógicas, las ideas contrarias no se neutralizan mutuamente, como ocurre en el pensamiento consciente, sino que coexisten una al lado de la otra con sus respectivos significados. Así, puede muy bien ocurrir que respecto a una determinada persona existan a la vez impulsos hostiles y sentimientos de afecto y admiración.
Esto explica muchos de los casos de tendencias contradictorias que muchas personas observan, en sí mismas hacia tal persona, situación o conducta.
El inconsciente no utiliza el lenguaje verbal en la representación de sus contenidos, sino que se vale del lenguaje más primitivo de los símbolos. Esto se aprecia con mayor claridad en los sueños, en los que, en efecto, vemos cómo los impulsos y sentimientos vienen representados plásticamente por imágenes adecuadas: la agresividad de base instintiva adopta la forma de un tigre, un toro u otro animal salvaje que nos amenaza; la hostilidad hacia el prójimo, por un atracador o una batalla de guerra; el optimismo ante la vida por un espléndido paisaje o por ir conduciendo un coche de extraordinaria potencia, etc.
Para el inconsciente los hechos son reales en la medida que existen en su interior. Si deseo pegar a alguien, el inconsciente lo registra como si ya estuviera pegándole; si temo que me critiquen el inconsciente vive ya la crítica como una realidad. Y si el miedo de ser criticado es muy intenso -esto es, si tiene mucha carga energética-, aunque reciba del exterior seguridades de que no se producirán estas críticas, aún continuará prevaleciendo en el inconsciente por algún tiempo la presencia de dicha sensación. Así, por ejemplo, una persona que ha deseado perjudicar a otra, pero sin llegar a hacer nada en realidad, se sentirá interiormente culpable si le llega a ocurrir algún percance a dicha persona, aun cuando ella no tenga absolutamente nada que ver en tal percance; su inconsciente había registrado como real el perjuicio deseado e irracionalmente -inconscientemente- se sentirá responsable de cualquier daño efectivo que aquella persona pueda recibir.
El predominio del principio del placer significa que, como en el inconsciente no existe ningún tipo de censura moral, los impulsos tienden a expresarse y a buscar su satisfacción de un modo directo, inmediato, sin preocuparse de los resultados que puedan derivarse de tal o cual acción. Este es el modo natural de actuar del inconsciente y por esta razón nadie ha de perturbarse por el hecho de que sienta en su interior impulsos y tendencias muy primitivas o inmorales. Pero, evidentemente, esto no quiere decir que se deba ver en ello una justificación para ninguna acción indebida. Si los impulsos del inconsciente tienden por su naturaleza a la satisfacción indiscriminada de sus exigencias, hay por otra parte en el hombre una fuerte exigencia ética, procedente de los niveles de su superconsciente, y una formación moral concreta, adquirida por la mente consciente del mundo cultural que le rodea.
Otra característica del inconsciente es que en un momento dado la energía que estaba asociada inicialmente a una situación concreta, determinada, puede desprenderse de la imagen de dicha situación y proyectarse hacia otra situación que circunstancialmente se esté viviendo, en este momento. Gracias a esta posibilidad se pueden resolver a veces fuertes tensiones interiores mediante los mecanismos de derivación y sublimación, de los que hablaremos más adelante.


Elementos estructurales

Los elementos estructurales que existen en el inconsciente son de la máxima importancia para la correcta comprensión de las motivaciones ocultas de la conducta, y de las deformaciones caracterológicas que en mayor o menor grado observamos en casi todas las personas. Son los siguientes:
- El eje central constituido por el centro de todas las experiencias vividas: yo-experiencia o experiencia de sí mismo.
- La representación mental de sí mismo: yo-idea.
- La imagen deseada de sí mismo: yo idealizado.
- El mecanismo mental automático de control y censura.

Pasemos a describir brevemente cada una de estas estructuras.


El eje Yo-experiencia

Desde el primer momento nuestra existencia está constituida por una serie ininterrumpida de experiencias de los más diversos grados, tipos y niveles. Cada experiencia, además de un modo particular de percibir el mundo o no-yo y de constituir una determinada actitud, contiene implícitamente una noción inmediata o sentimiento íntimo de sí mismo en tanto que sujeto o protagonista de tal experiencia. A lo largo, pues, de todas las categorías de experiencias se va estableciendo un eje de vivencias centrales que constituye la conciencia viva e inmediata que el sujeto tendrá de sí mismo.
Cada persona, en efecto, va adquiriendo una noción de sí misma en cada uno de los niveles de su personalidad: nivel vegetativo, motor, afectivo, mental, etc. Donde no hay experiencias, tampoco hay despertar de la conciencia. Si las experiencias que predominan son variadas, positivas y profundas, la persona adquirirá una conciencia de sí misma igualmente amplia, afirmativa y vigorosa.


El Yo-idea

Aproximadamente alrededor de los 2-3 años de edad, el niño adquiere progresivamente la capacidad de imaginar y de pensar. Antes de esa edad, en general, el niño vivía las situaciones tan sólo al estar frente a ellas, al percibirlas directamente a través de sus sentidos, pero a partir de ahora su mundo mental se va ampliando enormemente al poder manejar las imágenes y las ideas de las cosas. Gracias a esta capacidad de representación podrá ir adquiriendo paulatinamente formas más elevadas de pensamiento.
Ahora bien, junto con las representaciones del mundo que le rodea, el niño aprende a formar la representación de sí mismo, la imagen y la idea de su propia realidad, de su manera de ser, de su valor, etc. Y esta idea de sí mismo pasará a ocupar en lo sucesivo un lugar primordial en su mundo de representaciones y tendrá una importancia extraordinaria en toda su vida, puesto que la mayor parte de su actividad pensante estará condicionada por y centrada en ella. El yo-idea, en efecto, será el eje alrededor del cual girarán permanentemente la casi totalidad de los pensamientos que elabore la persona media o de tipo corriente.
Si en su representación del yo no interviniera ningún otro factor, el individuo tendría una idea correcta, precisa y clara de sí mismo, sin ninguna distorsión, error ni desviación. Pero como esto no ocurre así, el yo-idea se convierte en una fuente de constantes ilusiones y espejismos para el propio sujeto.
Hay que distinguir las experiencias constituidas por las percepciones que se refieren al propio cuerpo: sensaciones internas, cambios posturales, etc., y que, en conjunto, conducen a la formación de la imagen mental conocida con el nombre de esquema corporal.
Otra serie de elementos que intervienen poderosamente en la formación del yo-idea está constituida por todas las impresiones procedentes del exterior y que se refieren de un modo u otro a la propia persona del sujeto: actitudes y reacciones de la gente frente a él, comentarios y observaciones sobre si es listo, simpático, bueno, educado, o bien si es torpe, perezoso, descarado, etc.
Para el niño revisten gran importancia estas opiniones de los demás acerca de sí mismo, puesto que él carece de puntos de referencia propios y, por lo tanto, depende totalmente de la valoración y estimación que aprecia en cuantos le rodean para formarse una opinión sobre su propio valor y merecimiento.
Así se va configurando una imagen bastante precisa de cómo la persona se cree ser. La formación de esta imagen de sí mismo se inicia, pues, en la primera infancia y va evolucionando en el transcurso del tiempo, de acuerdo con la naturaleza de los nuevos elementos que constantemente se le van añadiendo.
Es importante observar que el Yo-idea, en su mayor parte está sumergido en el inconsciente por lo que la persona nunca tiene una idea consciente precisa y completa de como está creyendo ser, aunque pueda en todo momento dar razón del algunos de los rasgos que cree poseer. Pero a pesar de estar sumergida en el inconsciente, la representación mental del Yo es el punto constante de referencia para determinar casi en su totalidad las reacciones que el sujeto adoptará, como la cosa más natural del mundo, en cada situación concreta de la vida.


El Yo idealizado

El conjunto de los contenidos reprimidos en el inconsciente están en todo momento pugnando por salir al exterior, por descargarse, por completar su circuito, pero la mente consciente lo impide mediante un continuo esfuerzo -que con el tiempo se ha convertido en automático e inconsciente-, porque estos contenidos no están de acuerdo con la fórmula del Yo-idea y aparecen como reprobables o perjudiciales.
El resultado de esta constante represión del inconsciente es la necesidad de crear una imagen ideal de sí mismo, proyectada hacia el futuro, en la que el Yo-idea se pueda ver como algo poderoso, grande, perfecto, total. Es la necesidad básica de llegarse a vivir del todo; en la medida en que el presente no puede satisfacerla surge la necesidad de crear esta proyección ideal de sí mismo en el futuro. Esta es la razón por la que todos tenemos grandes deseos de conseguir determinadas cosas en el futuro, en un grado más o menos superlativo: dinero, salud, belleza, poder, admiración de los demás, sabiduría, virtudes, etc. La imagen de sí mismo consiguiendo estos objetivos constituye el Yo-idealizado.
La tendencia natural del Yo-idealizado es la de querer las cualidades en forma absoluta. En efecto, puesto que la razón de ser de esta imagen idealizada es la necesidad de una afirmación total de sí mismo, solamente los valores absolutos aparecen irracionalmente como aptos para esta reafirmación total. Si me siento humillado una y otra vez, y observo sin intervenir conscientemente cuál es la reacción que se forma en mí, veré que surge el deseo desenfrenado de llegar a ser todopoderoso; sólo una fórmula total me soluciona in mente totalmente.
Ante estas pretensiones de tipo absolutista que tienden a formarse espontáneamente en el interior, surge la reacción de la mente consciente que, influida por la moral adquirida de la sociedad, obliga a censurar, a recortar o reducir tales sueños y pretensiones por excesivos y reprobables. El resultado de esta autocrítica o censura, es que el Yo idealizado adopta entonces una configuración aceptable a la propia conciencia moral y social dejando que se incorporen al Yo-idealizado tan sólo aquellos rasgos que no ofrecen ninguna dificultad para ser moralmente aceptados. Uno se limita, pues, a desear llegar a ser muy bueno e inteligente; llegar a tener el dinero «suficiente» para vivir con comodidad pero, claro está, sin despilfarros; llegar a tener mucha influencia, sí, pero para poder ayudar mejor a los demás, etc.
Nunca hay que olvidar que detrás de la fórmula encantadora y angelical del Yo idealizado tal como lo aceptamos conscientemente, existe, más o menos encogido y oculto, pero siempre potencialmente vigoroso, el Yo idealizado con pretensiones de Absoluto, verdadera caricatura o imagen invertida de nuestra auténtica dimensión espiritual, la que, precisamente, por serlo, trasciende toda actitud egocéntrica y toda fórmula mental.


El mecanismo de control y censura

Es el mecanismo automático que cuida de vigilar y regular la salida de los contenidos del inconsciente permitiendo o impidiendo su manifestación en el consciente o en el exterior, según estén o no de acuerdo con los patrones del Yo-idea o del Yo idealizado.
Este mecanismo es el resultado de todos los gestos de inhibición voluntaria que toda persona ha ido aprendiendo a hacer en el curso de su educación social. La mente se ha ido condicionando a que determinadas cosas en determinadas situaciones no deben hacerse. Con el tiempo, este condicionamiento de inhibición ante determinadas situaciones se ha hecho automático e inconsciente. Después, su acción se ha extendido incluso a la propia mente consciente, de modo que impide o trata de impedir tomar conciencia de aquellos contenidos del inconsciente que son altamente desagradables.
Los efectos de este mecanismo regulador de nuestra mente podemos constatarlos en múltiples situaciones. Cuando estamos en un ambiente de cierta importancia social, automáticamente seleccionamos nuestras palabras y actitudes, de modo muy diferente a cuando estamos con un grupo de amigos y de cuando estamos con nuestra familia. Si aprendemos a estar bien «despiertos», podremos constatar repetidamente con qué rapidez nuestro proceso asociativo mental se detiene o cambia bruscamente de dirección en los momentos en que las ideas tomaban un curso peligroso para la seguridad del Yo-idea y para la tranquilidad de nuestra autoestimación.


Algunas observaciones importantes sobre la naturaleza y dinámica de estos elementos estructurales del inconsciente

La conciencia de sí mismo inherente al Yo-experiencia no está constituida por ninguna representación mental o idea. Es una vivencia directa, profunda, inmediata e irreductible de la propia realidad. Esta autoconciencia es el centro de todas las acciones conscientes que el sujeto ha ejecutado; es, pues, el centro de la conciencia de todas las facultades realmente ejercitadas, desarrolladas. Todas estas acciones constituyen el adiestramiento básico de la conducta, son la realidad del desarrollo de su ser.
El eje Yo-experiencia conjuntamente con la conciencia de mis actos, responde a mi auténtica realidad, a la verdad de mí mismo, a mi verdadera capacidad actualizada de acción en todos los sentidos, puesto que es exactamente el producto del ejercitamiento y desarrollo de mis facultades.
El Yo-experiencia es un elemento estructural que está sumergido en su mayor parte, en los sectores preconsciente e inconsciente, y abarca todos aquellos niveles que se han manifestado conscientemente aunque no haya sido más que una sola vez.
Hemos dicho que en la formación del Yo-idea interviene el proceso ideativo e imaginativo del sujeto. Veamos cómo ocurre esto.
Cada vez que el niño tiene que inhibir algún impulso por un imperativo exterior, la energía de dicho impulso buscará su salida, y al no poder expresarse en el mundo real, intentará descargarse a través del mundo imaginativo. Por esta razón el muchacho necesita estar imaginando constantemente hechos estupendos o aventuras, en las que, naturalmente, él es siempre el protagonista en tanto que héroe o quizás, en algunos casos, en tanto que víctima o mártir. Lo mismo ocurre en cada uno de nosotros cuando la imaginación actúa de un modo automático en los momentos de divagación. Este es el motivo por el que al niño le gustan tanto las revistas infantiles en donde encuentra el super-hombre como héroe, y se identifica con él por unos momentos, gozando como si, fuera él mismo el autor de las hazañas. Idéntico fenómeno observamos en el adulto cuanto necesita ir a ver determinadas películas o leer ciertas novelas que le hacen vivir durante unas horas situaciones de éxito, de poder o de importancia en cualquier otro sentido.
El Yo-idea es el centro de tales procesos imaginativos. Y por vivir una y otra vez ficticiamente situaciones imaginarias, la imagen de sí mismo se va deformando poco a poco y deja de coincidir con la verdadera realidad del sujeto, es decir, se descentra del eje de su Yo-experiencia. Y como esta vía de compensación imaginativa resulta más fácil y agradable para el sujeto que la lucha contra los obstáculos de la vida real, acudirá a ella repetidamente, hasta que se convertirá en un hábito, en una verdadera necesidad. De esta manera su Yo-idea se irá alejando cada vez más de su Yo-experiencia real, de su verdad, deformándose progresivamente e incapacitando totalmente al sujeto para poderse ver y conocer tal como realmente es.
Lo grave de esta deformación del Yo-idea es que es sólo parcial. En efecto, si la deformación fuera total, nunca coincidirían las cosas, y entonces se haría patente que algo anda mal. Pero al ser la deformación sólo parcial, el propio sujeto ve únicamente la parte de verdad y no aprecia la parte de error. Y la parte de error que no ve, es la que le hace tropezar dolorosamente -y de un modo incomprensible para él- con la verdad de la vida, de las personas, de las cosas, de las situaciones... y de sí mismo.
Ulteriormente, en el transcurso del tiempo, el Yo-idea se irá apropiando de la idea de cuantas cualidades considere como fundamentales o muy deseables. Del mero deseo de adquirirlas pasará insensiblemente, en virtud de la influencia de la imaginación sobre su Yo-idea, a creer que ya empieza a poseerlas. Y del mismo modo, tenderá también a rechazar la idea de aquellos defectos que la sociedad censura ásperamente, prescindiendo de que en realidad los tenga o no.
Colocado entre dos mundos, el Yo-idea intentará mantener el equilibrio entre las exigencias de uno y otro, aun a costa de alterar, a menudo, la verdad de las cosas y de sí mismo.
Las represiones constituyen una masa de energías que debían haberse vivido de una manera u otra, pero que no se han vivido de ninguna y que, por lo tanto, no se han incorporado a la conciencia del Yo-experiencia. Constituyen el déficit total de la conciencia de sí mismo.
Por otra parte, como estas energías reprimidas lo han sido porque no estaban de acuerdo con la fórmula del Yo-idea, el sujeto no puede permitir que en ningún momento salgan del interior e irrumpan en su conducta, puesto que esto representaría un desastre para el Yo tal como se cree que debe ser. Así, pues, las represiones constituyen una amenaza permanente para la seguridad del Yo-idea, y ante cuyo peligro hay que estar siempre alerta y vigilante.
Esta amenaza interior es el origen de la mayor parte de los estados de inseguridad, miedo y angustia. Lo que causa temor no es tanto lo exterior, sino los contenidos interiores; un tímido que lo es porque tiene mucha energía reprimida, sentirá miedo ante una discusión o pelea, porque esta situación exterior estimula el empuje de la energía inhibida dentro de él que amenaza con salir de forma violenta, pero si lo hiciera se desorganizaría por completo la imagen o idea de sí mismo formada a base de buena educación, compostura, control, etcétera.
Siempre que la persona piense sobre sí misma o sobre las cosas en relación con ella, tomará como punto de referencia para valorar y para decidir, los contenidos existentes en el Yo-idea. Si tengo la idea del alto valor de mi alcurnia o de la gran importancia de determinada cualidad que creo poseer, reaccionaré en todo momento a tono con ello.
Y en la media en que el Yo-idea está deformado y alejado de la verdadera realidad del sujeto, todos los procesos mentales que se hagan partiendo de él, sufrirán asimismo, necesariamente; una desviación, una tergiversación más o menos pronunciada de la verdadera realidad.
Así, pues, se puede afirmar que todas las ideas que una persona se forma sobre sí misma son, por lo menos, parcialmente erróneas. Y por la misma razón, las idealizaciones de sí mismo y de las cosas están sujetas al mismo error.
Otra consecuencia importante de la existencia del Yo-idea es que cuando nos relacionamos con otras personas, estas personas nos escuchan, nos ven, nos valoran y reaccionan de acuerdo con su Yo-idea, con todas las tendencias, existentes en él, con sus preferencias y sus rechazos. Por lo tanto, no es realmente con la persona que vemos y tal como la vemos con quien hablamos, sino con su Yo-idea, con la imagen que ella tiene de sí misma, esa imagen que tiende constantemente a su Yo-idealizado. Por no tener en cuenta este hecho, sufrimos tan a menudo sorpresas y desengaños sobre las reacciones imprevistas de las personas con quienes hablamos, incluidas nuestros familiares más próximos, ante nuestras palabras y actitudes, interpretándolas a menudo de un modo tan sorprendentemente tendencioso.
En el plano de la experiencia vital, vivimos nuestra realidad siempre de un modo positivo, afirmativo y ningún hecho exterior puede anular esta conciencia de positividad. Pero en el plano de las ideas no ocurre así. Una idea puede ser totalmente negada o neutralizada por otra idea. Y esto es lo que ocurre con nuestro Yo-idea. Cuando vivo desconectado de mi Yo-experiencia y sólo pendiente de mi Yo-idea, cualquier pensamiento que sea contrario a la representación que tengo de mí mismo aparece como una negación, como una anulación de mí mismo. Por eso me afecta tanto, que no lo puedo tolerar. Así, la idea de un posible desastre económico con el descrédito que le acompaña, aparece ante mí como algo terrible, me provoca angustia, ya que es la negación total de la imagen de éxito, prestigio y alta valoración que forman parte integrante de mi Yo-idea. Toda idea negativa que vivo como probable realidad constituye una amenaza formal a mi Yo-idea; tanto es así, que siento como si fuera toda mi realidad, produciéndose un desgarro en la imagen de mí mismo. Por consiguiente me causa, como es natural, verdadera angustia.
Esta es la razón por la que nos hace sentir mucho mayor temor la idea de las personas y situaciones negativas que el hecho de enfrentarnos realmente con las mismas personas y situaciones. Por ejemplo, me preocupa y atormenta la perspectiva de una entrevista difícil, porque la idea de la probable situación violenta, de las críticas, etc., amenaza y tiende a negar la representación que hay en mi Yo-idea de ser aceptado y admirado por los demás, y, sin embargo, en el momento actual de la entrevista, particularmente si vivo la situación de un modo consciente y abierto, desaparecerá por completo aquel temor desenvolviéndose la entrevista, sea cual sea su curso, en un estado de ánimo completamente diferente. ¿Cuál es el motivo de esta diferencia? Mientras pienso en la entrevista hay un choque entre dos ideas que tienden a anularse mutuamente y una de ellas es la que vivo como la más importante y real de todas: es la idea de mí mismo, el Yo-idea, y es natural que toda amenaza a esta representación la sienta como una verdadera amenaza a mi ser. En cambio, en el momento real de la entrevista, si actúo de un modo abierto y consciente, todo yo enfrento la situación desde el nivel de mi Yo-experiencia, estoy viviendo mis valores reales y siendo consciente de lo que hay de positivo en mí. Por consiguiente, no vivo la situación de un modo meramente negativo. Tal vez habrá algo en el curso de la entrevista que resultará desagradable, pero al mismo tiempo sentiré la afirmación positiva de mi ser, ya que lo estoy expresando. Ahí se ve, de paso, la importancia de vivir permanentemente en una actitud centrada en el Yo-experiencia, y evitar el dejarse absorber ni por un momento en el campo de meras teorizaciones del Yo-idea. Incluso en el acto de pensar hay que permanecer centrado en el eje del Yo-experiencia: solamente así se evita el identificarse con las propias ideas.
Sin embargo, puede comprobarse indirectamente la existencia de las distorsiones del Yo-idea con relativa facilidad. El hecho de que hagamos a menudo programas de conducta, distribuciones de nuestro tiempo, planificación de nuestras actividades, y que estos programas nunca resulten realizables en la práctica, demuestra que nuestra óptica mental está distorsionada respecto a nuestra capacidad efectiva de acción. En cada ocasión en la que calculamos mal nuestras posibilidades de rendimiento en situaciones que ya hemos experimentado antes, se muestra el desajuste entre nuestro Yo-idea y nuestro Yo-experiencia. Y cada vez que experimentamos una resonancia emotiva ante nuestra propia conducta -sorpresa, vanidad, decepción, disgusto, etc.-, tenemos una nueva verificación de lo mismo.


Actitudes inconscientes defensivas contra la inseguridad y la angustia

El Yo-idea tiene que estar constantemente controlando, integrando y coordinando las exigencias de su mundo interior y las del mundo exterior. Ambas exigencias son, a menudo, contradictorias por lo que se origina un conflicto en la mente que va acompañado de los síntomas de alarma, tensión y angustia.
Para intentar resolver este problema y huir de la angustia el Yo-idea adopta diversas actitudes que producen un alivio transitorio de la tensión. Pero la persona no puede adoptar las correctas actitudes que idealmente resolverían el conflicto, porque no puede dejar de actuar en función de los valores del Yo-idea. Y mientras el Yo-idea continúe existiendo con sus deformaciones básicas, todos los procesos mentales que se deriven de él, adolecerán necesariamente de las mismas deformaciones. Por esto, aunque se vea lo inadecuado o infantil de esas reacciones, no se debe ir contra ellas, ya que dependen de otra actitud más honda y primordial, la de la total identificación de la realidad del sujeto con su Yo-idea. Sólo descargando la tensión exagerada del inconsciente y recuperando la conciencia habitual del Yo-experiencia se pueden hacer desaparecer tales artificios engañosos y, a la vez, alcanzar una más profunda armonía con el mundo.
Las actitudes o reacciones defensivas automáticas que suele adoptar el Yo-idea frente a la presión de los contenidos del inconsciente incompatibles con sus valores aceptados conscientemente, son, principalmente, las siguientes:

La represión.
La racionalización.
La regresión.
El aislamiento.
La acción contraria.
La identificación.
La proyección.
La sublimación.

A veces, lo que se intenta disminuir no es la presión de lo inconsciente, sino más bien la fuerza de la situación exterior amenazante. Entonces, las principales actitudes son:

La negación.
La limitación o renuncia.
La identificación con el no-yo.

LA REPRESIÓN.- En psicoanálisis se entiende por represión no sólo el hecho de que un acto, un deseo o una idea se inhiban y no lleguen a expresarse, sino además que la persona ya ni siquiera se da cuenta de que tal impulso o deseo ha existido y se ha ocultado de su percepción interna.
Este carácter automático de la represión es la que hace que muchas personas no puedan ser conscientes de la existencia de determinados rasgos caracterológicos que están en pugna con los valores de su Yo-idea: hostilidad, miedo, envidia, ambición, etc.
Hay que distinguir esta clase de represión, que tiene un carácter automático e inconsciente, de la represión voluntaria que la persona ejerce sobre aquellas manifestaciones que son perjudiciales o inadecuadas en su conducta consciente.

LA RACIONALIZACIÓN.- Este término tiene en Psicoanálisis una acepción muy distinta de la que recibe en la ciencia de la organización del trabajo.
Todos sentimos la necesidad de que nuestra conducta quede justificada lógicamente, es decir, que obtenga la aprobación del Yo-idea. Pero como la verdadera motivación de nuestros actos, a veces, no tiene un origen lógico, sino impulsivo o emotivo, resulta que para justificar racionalmente tal conducta hay que buscar como sea argumentos que sean o parezcan ser convincentes. Este complicado proceso mental por el que intentamos convencernos a nosotros mismos de la justificación racional de determinado acto o impulso, es la racionalización.
También este mecanismo tiene un carácter automático y muchas veces es totalmente inconsciente. No se trata, pues, de que el individuo trate de engañar a nadie deliberadamente; es la sobrevaloración de su Yo-idea que le fuerza a engañarse a sí mismo, ya que no puede aceptar el ser o actuar de modo diferente a la imagen de su Yo.
LA REGRESIÓN.- Es la tendencia a volver a modos de conducta más primitivos o infantiles cuando la persona se encuentra en dificultades para adaptarse a una situación actual. Esto obedece a la tendencia a refugiarse en experiencias placenteras del pasado frente a lo desagradable del presente.
Esta clase de reacción es muy frecuente en las personas cuyo Yo-experiencia no ha evolucionado debidamente. Al encontrarse débil en un nivel, tiende a regresar a otro más elemental.

EL AISLAMIENTO.- Es la tendencia a separar las conexiones que existen entre un síntoma y su causa, viendo aquél como algo totalmente independiente en sí mismo. Tal ocurre, por ejemplo, a quien rehúye asistir a espectáculos en locales lujosos alegando que no le gusta pagar por las cosas más de su valor o porque la gente que los frecuenta es antipática, cuando la verdadera razón es que al ir a tales lugares se despierta su angustiosa sensación de fracaso económico o social. La conexión entre esta causa y su síntoma está reprimida y el sujeto cree sinceramente que la razón que da de su desagrado es verdadera.

LA ACCIÓN CONTRARIA.- Para defenderse de la sensación de culpabilidad con que se presentan muchos de los impulsos del inconsciente, la persona siente en ocasiones la necesidad de hacer exactamente lo contrario de lo que el impulso sugiere, como si quisiera convencerse a sí misma de la verdad de su virtud y de la mentira o no existencia del impulso reprimido.
Es frecuente este fenómeno en personas que tienen hostilidad reprimida hacia otras, y muy especialmente si se trata de familiares. Por ejemplo, el caso de la persona que sueña que a su madre le ocurre un grave accidente -impulso inconsciente a librarse de su presencia- y que al despertar se siente obligado a hacerle especiales demostraciones de cariño.

LA IDENTIFICACIÓN.- Este es uno de los fenómenos más interesantes de nuestra mente. Consiste en asociar toda la noción de realidad del sujeto con uno de sus contenidos mentales, con una idea o representación determinada, que lo mismo puede proceder del exterior que de la propia mente del sujeto.
Lo vemos y vivimos constantemente. Mientras estoy contemplando una película que me gusta, yo me siento como si fuera el personaje de la pantalla, sufro con sus problemas y me alegro con su triunfo: Yo me vivo en él. Por otra parte, cuando tengo una idea importante o un sentimiento muy vivo, en aquellos momentos sólo soy consciente de mí mismo en tal idea o sentimiento, es decir, como si todo yo me confundiese e identificase con aquella idea o emoción. Constantemente me estoy viviendo a mí mismo como si fuera tan sólo alguno de mis fenómenos o procesos mentales. En cada momento paso de una identificación a otra, y por lo tanto, tomo la parte por el todo; sufro grandes disgustos, me ilusiono con facilidad, tengo ideas geniales que después descubro son absurdas o impracticables, dramatizo las situaciones personales, etc.
Pero aquí, hemos de referirnos a la identificación únicamente como recurso automático de la mente para escapar a la angustia interior. La forma más corriente consiste en sentir y actuar de la misma manera que determinada persona a quien se admira: el padre, el maestro, el jefe, u otro personaje cualquiera. No se trata sólo de una imitación externa, sino que existe también un sentirse a sí mismo como si fuera en cierta forma aquella persona: el niño adopta en ocasiones la pose de su padre o de su madre cuando habla a otros más pequeños que el, etc.
Una forma parcial de la identificación es la introyección, que consiste en retener exclusivamente alguna de las cualidades de la otra persona: la autoridad, el aplomo, etc.

LA PROYECCIÓN.- Viene a ser un mecanismo inverso al anterior. Aquí, el sujeto tiende a atribuir a otra persona la posesión de aquellas tendencias reprimidas que no son aceptables a su Yo-idea. Quien tiene hostilidad reprimida cree ver en todos los demás actitudes hostiles, sin darse cuenta de la suya propia. Cuando uno está enamorado, tiende a ver en la mujer amada una serie de cualidades que quizás sólo existen en su propio inconsciente, etc.

LA SUBLIMACIÓN.- Es el proceso mediante el cual la carga energética se desplaza y se exterioriza a través de otro nivel superior. El impulso sexual puede así sublimarse y convertirse en nuevos impulsos creadores en el plano intelectual o estético; la inmovilidad física forzada, como en el caso de ciertos enfermos o personas encarceladas, puede traducirse en un estímulo para escribir, pintar, etc.

LA NEGACIÓN.- Es la tendencia a deformar o hasta negar la realidad exterior desagradable. Esta negación puede hacerse mediante actos, palabras o simplemente en la imaginación.

LA LIMITACIÓN O RENUNCIA.- Consiste en la tendencia a dejar de interesarse del todo por lo que se estaba haciendo cuando surge el peligro de quedar en mal lugar respecto a otros o de merecer alguna crítica. Lo característico de esta actitud no consiste en la renuncia exterior a la acción, sino en el hecho de que interiormente se corta toda conexión afectiva con la referida actividad.

LA IDENTIFICACIÓN CON EL NO-YO.- Esta curiosa reacción defensiva consiste en adoptar la misma actitud de la persona que constituye la amenaza exterior.
Para ilustrar tal mecanismo relata Tallaferro en su libro sobre Psicoanálisis, la experiencia de Aickhorn, quien, en cierta ocasión, trató a un niño que tenía la costumbre de hacer extrañas muecas cuando era reprendido. Su maestro se quejaba de que el pequeño reaccionase de una manera tan extravagante y anormal frente a sus amonestaciones y reproches. Por lo general, en tales ocasiones hacía aún más muecas. Todo quedó aclarado cuando el niño las repitió durante la consulta. Pues como el maestro estaba presente en ella y le riñó, el psicoterapeuta pudo advertir que los gestos del niño no eran nada más que una caricatura de la expresión de enojo de su maestro. En el trance de soportar las reconvenciones, el pequeño dominaba su angustia mediante una inconsciente imitación de la expresión irritada de su maestro.

Todos los mecanismos defensivos que hemos expuesto tienen en común el rasgo de ser totalmente inconscientes y automáticos, y por lo tanto, la persona desconoce su verdadera razón de ser y suele rechazar vehementemente toda explicación de tales fenómenos.
Al mismo tiempo, por el hecho de que ninguna de esas actitudes inconscientes permite vivir la situación de un modo pleno -exceptuando quizás la sublimación, en los casos en que se hace de una manera total-, no bastan para solucionar en su raíz, el verdadero problema. Son mecanismos automáticos que buscan soslayar por el momento el problema, no resolverlo.

10. LA INSEGURIDAD, EL MIEDO Y LOS DEMÁS ESTADOS NEGATIVOS. CÓMO SE FORMAN Y CÓMO SE MANIFIESTAN

Parece, a primera vista, que todo ser dotado de vida tendría que vivir interiormente en un estado de seguridad y de positividad, puesto que la vida, de por sí, es siempre afirmativa, positiva y real, como lo es la energía vital que la informa. E incluso aquellas personas dotadas por su naturaleza de menos energía que otras, deberían vivir igualmente en un estado total de positividad, ya que, a fin de cuentas, si vivieran por completo su capital energético, esto les daría una conciencia totalmente positiva de sí mismas.
Pero la experiencia nos enseña que, desgraciadamente, esto no ocurre así; la inseguridad y demás estados negativos, en mayor o menor grado, son el denominador común de la conciencia de los individuos de nuestra sociedad.


¿Qué es la seguridad?

La seguridad es el estado interior que resulta de la conjunción de dos requisitos o condiciones:
- Actualización externa e interna de todas las potencialidades positivas de la persona.
- Integración armónica y jerarquizada de todos los contenidos actualizados en el eje del Yo-experiencia.
La primera condición se refiere a la utilización de nuestro potencial energético, a la movilización de la energía interior, mediante la expresión consciente y ordenada de nuestros impulsos y capacidades de respuesta positiva. La expresión consciente de nuestro potencial energético se convierte en experiencias vividas en primera persona, gracias a las cuales nos sentimos vivir, nos experimentamos a nosotros mismos, como focos irradiantes de fuerza y energía. Tomamos así conciencia directa e inmediata de nuestra propia potencia y realidad.
La segunda condición se refiere a la necesidad de que las facultades concretas a que dan lugar esas actualizaciones de nuestra energía interior -acción física, conducta instintiva, sentimientos y afectos, ideas, intuiciones, sentimiento estético, amor espiritual y voluntad creadora se integren alrededor de un punto constante, se unifiquen alrededor de un eje permanente que les dé dirección y sentido constructivo. Este punto de integración y de mando ha de ser la mente, iluminada, a su vez, por los valores y energías procedentes dedos niveles transpersonales. La mente, en efecto, por la situación que ocupa en medio de las estructuras de la personalidad total, es el centro natural de coordinación e integración del hombre en el mundo tridimensional (físico-vital, afectivo e intelectual) en el que se desenvuelve su cotidiana actividad.
Ambos requisitos y condiciones son indispensables para poseer un estado positivo y permanente de fortaleza y seguridad interior.
El primero exige la utilización, a través de todos los niveles, de nuestra materia prima esencial: la energía psíquica, sin la cual no puede existir la subjetiva noción de fuerza, de realidad y de profundidad. El segundo consiste en la correcta utilización de lo que psicológicamente absorbemos del mundo: las formas, las representaciones concretas, las imágenes y las ideas.
Y aunque, evidentemente, no podemos pretender satisfacer ambos requisitos de un modo absoluto, es útil plantearlos con esa nitidez, porque esto nos permite tener una medida de nuestro progreso; cuanto más nos acerquemos a este objetivo, mayor y más constructiva será nuestra conciencia de seguridad y fuerza interior.
La seguridad interior es el punto de partida del desarrollo de las demás cualidades positivas de la personalidad: decisión, iniciativa, creatividad, paz interior, etc. Por esto es inútil pretender el verdadero desarrollo de cualquiera de estas cualidades sin haber alcanzado hasta cierto grado el de la cualidad básica: la seguridad interior.
Ahora conviene que profundicemos un poco más sobre los mecanismos de la inseguridad, al objeto de poder elaborar las técnicas adecuadas para su superación.


Los estados derivados de la inseguridad básica

La inseguridad es la especial sensación interna de carácter desagradable consecuente siempre al hecho de que, de un modo u otro, la persona se siente amenazada.
La pérdida o disminución de la sensación de seguridad, por la alteración del equilibrio y estabilidad del sujeto -sea en el sentido interno o externo, físico o psíquico-, da lugar inicialmente a la aparición de una sensación interna de malestar que, al intensificarse o prolongarse, se traduce en alarma o inseguridad.
Cuando a su vez la alarma o inseguridad se hacen más agudas, originan la aparición en el sujeto de una nueva reacción que puede adoptar dos formas, en cierta manera opuestas entre sí: el miedo o la cólera. Ambas formas responden a los dos tipos básicos de reacción que encontramos en todos los seres vivos ante cualquier situación de peligro: la inhibición y la excitación.
La inhibición produce la paralización y encogimiento de toda la actividad del sujeto, que pueden llegar, como lo vemos en el caso de algunos animales, hasta la muerte aparente, en un intento de eludir la situación de peligro disminuyendo o desapareciendo ante ella. Esta forma de reacción, según su fuerza y persistencia da lugar a varios grados de la emoción del miedo: alarma, precaución, preocupación, temor, ansiedad, angustia, pánico y terror.
La excitación se traduce por una actitud reactiva contra la causa perturbadora, adoptando las formas de irritación, cólera, ira y agresividad. Su objetivo es el de eliminar activamente el objeto amenazante y para ello moviliza y hace acopio de toda su capacidad combativa.
Existe otro tipo de reacción, que podemos denominar mixto, en el que se combinan las dos reacciones citadas, dando lugar a la reacción de la huida. En su aspecto físico, es la tendencia a alejarse materialmente del agente perturbador. En su aspecto psíquico, es la tendencia a cerrarse ante la situación concreta desagradable y a estimular, a la vez, otras percepciones, recuerdos o vivencias de tipo placentero que «alejan» al sujeto de la sensación desagradable de peligro.
Estas tres clases de reacciones no existen de un modo aislado en nosotros, sino que siempre tienden a combinarse entre sí formando un círculo cerrado de reacciones negativas. El miedo es desagradable y provoca a menudo una reacción defensiva de rechazo, más o menos violento, ante las cosas o situaciones susceptibles de provocarlo. A su vez, la cólera, por ser una reacción explosiva y extemporánea que desencaja temporalmente a la persona de su norma ideal de conducta, le aparta del patrón de su Yo-idea y se convierte en una amenaza para la seguridad del sujeto, por lo que éste teme o trata de huir de las situaciones que puedan desencadenarla. El miedo provoca cólera, y la cólera provoca miedo.
No es difícil ver la relación que guardan todos los demás rasgos negativos del carácter con esas reacciones elementales. Veamos, como ejemplo, algunos de los más corrientes:
La timidez, los sentimientos de inferioridad, son formas directamente derivadas del miedo.
La apatía, la indolencia y la indiferencia, cuando no tienen una causa fisiológica, son el resultado de un bloqueo de las fuerzas interiores provocadas asimismo por el temor.
Los celos y el resentimiento son formas mixtas en las que predomina el componente ira.
La hostilidad y el odio son formas directamente derivadas de la cólera.


Los tres tipos generales de inseguridad

- Inseguridad de origen externo. Es aquella que se origina principalmente como consecuencia de una amenaza externa y actual a cualquiera de los valores de la personalidad. Responde a una situación de peligro cierta e inmediata, más o menos grave, por lo que su existencia está plenamente justificada y forma parte de nuestro existir personal, contingente y limitado. Es característico de esta forma de inseguridad que, a diferencia de la que mencionaremos a continuación, cuando desaparece el objeto o situación amenazante cesa por completo el malestar interior. Son ejemplos de esta clase de inseguridad: la que sentimos ante cualquier amenaza a nuestra vida -un bombardeo, un camino excesivamente accidentado, etc.-, una crisis económica que amenaza la estabilidad de nuestra profesión o de nuestros bienes, el peligro de perder una persona muy querida, etc.
Conviene tener en cuenta que, a pesar del carácter objetivo y justificado de esta clase de inseguridad habitual, se mezclan en ella factores de la clase siguiente que aumentan e intensifican artificiosamente la agudeza del propio sentimiento de inseguridad en grado sumo, de manera que rara vez se viven estas situaciones externas de peligro con la actitud y la fuerza de ánimo que tendríamos de un modo natural, si no se interfirieran de por medio nuestros conflictos interiores.

- Inseguridad de origen interno. Es provocada principalmente por la amenaza de que los contenidos fuertemente reprimidos en el inconsciente -impulsos, sentimientos e ideas irrumpan en la mente consciente. O bien, por la interpretación excesivamente tendenciosa y negativa de las situaciones exteriores, debida a la fuerte presión y deformación que aquellos contenidos reprimidos ejercen de modo constante sobre la mente.
Es así como una persona puede sentir una constante angustia interior, sin nada exterior que lo motive o justifique: presión interna de lo reprimido. O bien, puede sentirse insegura y angustiada ante situaciones que de por sí no tienen apenas importancia, pero que la persona las vive como si fueran gravemente peligrosas o insoportables: valoración deformada de la situación por efecto de la presión ejercida sobre la mente por lo reprimido.
Los impulsos sexuales, la agresividad y las fuertes ambiciones, por ejemplo, son muy a menudo contenidos reprimidos en el inconsciente cuya presión por salir al exterior ocasionan angustia a muchas personas, a aquellas precisamente que están esforzándose por ser muy castas, muy pacíficas y muy moderadas en su vida cotidiana. Y la enorme susceptibilidad que muestra el tímido ante una frase o una actitud más o menos banal de alguien hacia él, es un ejemplo sencillo del caso.

- Inseguridad de origen trascendente. Hay que señalar también la existencia de un tipo de inseguridad que no radica en la amenaza a ninguno de los contenidos elementales de la personalidad. Se trata de un malestar, de una inquietud y desasosiego que ninguna satisfacción de tipo personal puede calmar. No hay apenas problemas internos procedentes del pasado y, no obstante, la persona está ansiando algo indefinido que no puede precisar y que le hace vivir como extraño en todas las situaciones de su vida concreta. Esta inquietud y ansiedad que a veces llegan a una real angustia, solamente pueden calmarse
y resolverse con la actualización efectiva de los niveles superiores de la personalidad, cuya toma de conciencia y activación traen consigo el auténtico conocimiento trascendente de la Verdad y la verdadera experiencia de la Vida espiritual.
Hasta cierto punto es normal y conveniente que la persona viva cierto grado de inseguridad metafísica y religiosa. En realidad, sólo debería carecer de esta clase de inseguridad aquella persona que viviera interiormente una conciencia plena de intuición y de espiritualidad, y que hubiera actualizado toda su vida interior referente al mundo de la Verdad y al mundo del Bien y del Amor. Sería la única persona a quien correspondería en rigor vivir en paz, con una seguridad total. Pero para los demás mortales que no hemos conseguido alcanzar esa cima -por lo menos no en grado tan elevado- es síntoma de salud el sentir inquietud y desazón respecto a los valores trascendentes.
En efecto, la presencia de esa ansiedad demuestra que uno no vive totalmente adaptado al mundo ambiente, porque hay algo en su interior que ansía una cosa distinta, de otro nivel y categoría; indica que se tiene necesidad de un bien superior. Y esa misma inquietud es a la vez estímulo de búsqueda y autosuperación, y promesa de que se puede encontrar lo que se busca.
La persona que vive perfectamente adaptada a este mundo, una de dos: o es muy perfecta, muy santa y muy sabia y puede vivir a través de cada cosa toda su potencialidad interior en el aspecto espiritual; o bien es que su mente se halla exactamente al nivel de las cosas de la vida corriente, sin exigencias interiores de mayor calidad, sin que los niveles superiores de su personalidad den señales de vida y estimulen desde el interior el desarrollo y actualización de su dimensión trascendente.
Cuando la inquietud existente se convierte en una angustia persistente de carácter agobiante, deja de ser normal. La inseguridad normal de origen superior puede tener, en sus momentos culminantes, un carácter de urgencia, pero al mismo tiempo conserva un sabor agradable que uno no cambiaría por nada del mundo. Sin embargo, cuando se vive sólo como carga obsesiva, amenazando al yo de un modo exclusivamente irracional y produciendo un estado de permanente congoja, entonces indica que esa ansiedad no es, por lo menos genuinamente, de origen trascendente, y que interviene en ella probablemente algún factor neurótico. Y ésta es la otra señal que nos permite distinguir cuándo la pretendida inquietud metafísica y religiosa es auténtica y cuándo no lo es.
También aquí ocurre que las varias clases de inseguridad pueden mezclarse en la misma persona, ofreciendo un cuadro de síntomas muy complejo o confuso. Un examen sistemático de la situación, empezando por los niveles más elementales, conducirá a un esclarecimiento de la verdadera importancia de cada uno de los factores implicados en el caso.


Inseguridad normal y patológica

A muchas personas la intensidad de su malestar les hace creer que su caso particular es especialmente grave y además prácticamente insoluble, debido a los muchos ensayos infructuosos que han realizado para alejar de sí esa inseguridad. E incluso en algunas de ellas apunta el secreto temor de terminar en la demencia y, por lo mismo, ni siquiera se atreven a consultar su caso con el Psiquiatra. Por esta razón creo que será útil decir aquí unas palabras sobre la inseguridad en las personas normales y en las clínicamente enfermas.
En primer lugar, hemos de señalar que no existe ninguna clara demarcación que señale con precisión el punto en que acaba lo normal y empieza lo patológico. Es evidente que en sus extremos el dictamen no ofrece dudas, pero en el inmenso campo que queda en medio de tales extremos hay lugar para todos los grados, de modo que en muchísimos casos es una cosa muy relativa el situar un caso en una u otra demarcación y, en otros, totalmente imposible, dependiendo finalmente el diagnóstico del criterio personal del médico especialista.
En segundo lugar, hemos de precisar que es un hecho reconocido por la mayor parte de los psiquiatras en general y por la totalidad de los que siguen una orientación psicoanalítica, que en nuestra sociedad es totalmente imposible no estar afectado por numerosos problemas interiores, ya que la formación social que recibimos y a la que hemos de adaptarnos obligatoriamente, no responde a nuestras verdaderas necesidades psíquicas personales.
Es inevitable, pues, que se formen en nosotros definidas contradicciones y frustraciones, que se traducen con el tiempo en permanentes conflictos internos. Por esta razón, añaden esos especialistas, todos tenemos en mayor o menor grado un cierto estado de neurosis que debe considerarse forzosamente como normal, ya que es el estado general o «norma» del ciudadano corriente.
En tercer lugar, conviene saber que una persona puede tener cualquiera de esas clases de inseguridad que hemos citado, o las tres juntas, en grado muy agudo, y, no obstante, continuar siendo una persona perfectamente normal. Si bien la existencia de la inseguridad señala que algo anormal o inadecuado está ocurriendo dentro de la persona, está muy lejos de significar que tal persona sea anormal.
¿Cuál es, pues, el criterio que nos pueden indicar en esos casos si la persona es o no mentalmente normal? La pauta a seguir consiste en observar si la persona, a pesar de su inseguridad o de su angustia, puede vivir con armonía interior -aunque sea ésta en grado bastante relativo y si, en su conducta exterior, puede vivir adaptándose a las situaciones concretas de su mundo ambiente: convivencia familiar, trabajo, amistades, etc. Mientras la persona tiene la capacidad de adaptarse, esto es, de responder con una conducta adecuada, a las situaciones normales de su vida cotidiana, quiere decir, a todos los efectos prácticos, que tal persona es normal. Mientras que sida persona que tiene inseguridades no puede adaptarse a la vida exterior, a sus obligaciones, a las exigencias de la vida práctica, significa que está enferma -en grado benigno o grave, según los casos- y necesita la debida asistencia facultativa.
Sería muy de desear que todas esas personas que están padeciendo con la eterna duda de si son o no son normales, se decidieran a someterse a un buen examen psiquiátrico en manos de un especialista competente En la mayoría de los casos, gran parte de la inseguridad desaparecería por completo ante la evidencia de unas pruebas y de un criterio objetivos.
Por mi parte, hago la observación de que este libro -y mayormente estos capítulos sobre la inseguridad- está destinado exclusivamente a las personas mentalmente sanas y normales en el sentido corriente de la palabra, tal como lo acabamos de definir. Digo esto porque la inseguridad es un fenómeno que aparece con frecuencia formando parte del cuadro de síntomas de muchos trastornos psiquiátricos. Las personas que tengan dudas sobre si su caso entra dentro de lo normal o cae en lo patológico, deberán consultar previamente a un buen psiquiatra, antes de emprender por su cuenta ninguna clase especial de ejercicios físicos o psíquicos.


¿Se puede superar realmente la inseguridad?

El problema de la inseguridad de origen interno, en la persona normal, siempre es totalmente solucionable. No digo que sea siempre cosa fácil de resolver, pero sí sostengo que es siempre factible. Porque esta clase de inseguridad es siempre un problema de distribución y ordenación dedos mismos elementos que ya posee el sujeto en su interior: energías, ideas y actitudes. La persona tiene ya todo cuanto necesita para funcionar bien. En cuanto estos elementos se normalicen en su funcionamiento, empezará inmediatamente a sentirse vivir a sí misma de un modo afirmativo, y los fantasmas del miedo y de la angustia se desvanecerán para siempre de su horizonte interior.
El trabajo a realizar para conseguirlo puede ser en ocasiones bastante laborioso, pero también en todo caso es el más útil que el hombre puede realizar, ya que, si no resuelve definitivamente el problema básico del miedo y de la inseguridad, vivirá siempre de un modo parcial, fraccionado, y todo cuanto haga adolecerá igualmente de los mismos defectos.


Los síntomas de la inseguridad, del miedo, de la angustia, etc.

Parece innecesario, a primera vista, que tengamos que hablar de los síntomas de un estado psíquico que por su carácter inmediato y subjetivo, tendría que ser totalmente evidente a quien lo padece. Pero, por extraño que parezca, el hecho es que hay muchas personas fuertemente afectadas por el miedo y la inseguridad crónica que, si alguien les habla del asunto, negarán con gran vehemencia padecer ninguna clase de temor, jactándose más bien de lo contrario y demostrándolo con ejemplos concretos. Y no es que traten tan sólo de ocultar a la vista de los demás una debilidad propia, lo que sería hasta cierto punto normal, sino que ellas mismas, en su interior están convencidas de que no tienen ninguna clase de miedo ni de inseguridad.
¿Por qué existe, a veces, tanta dificultad en reconocer en uno mismo la existencia de los estados negativos? Varias son las razones que explican hasta cierto punto este hecho.
La necesidad imperiosa de aferrarse a la imagen del Yo-idea. El sujeto, como toda persona normal, tiene una tendencia natural a tomar conciencia de su energía o realidad. Pero su inseguridad se lo impide mediante la censura de cuanto brota espontáneamente de su inconsciente. Al no poder vivirse a sí mismo en la realidad, se refugia en el Yo-idea. Es un proceso automático. Y vivir en el Yo-idea significa tanto como ignorar su realidad, entre otras cosas desconocer sus propios problemas, su inseguridad. Sólo en determinados momentos, cuando los conflictos que le plantea se agravan, llega a sospechar que el mal está en él y trata, por caminos equivocados, de ponerle remedio.
Otra causa de la frecuente ignorancia de los estados interiores de inseguridad es la superficialidad con que acostumbran a funcionar mentalmente gran número de personas, quienes perciben tan sólo sus problemas cuando éstos se traducen en situaciones concretas conflictuales.
También es causa del mismo fenómeno la habitual actitud de muchas personas de acción de vivir tensamente vertidas al exterior debido a las constantes exigencias de su actividad profesional, sin el suficiente equilibrio para poder prestar a su vida interior la atención que merece.
La inseguridad afecta al núcleo de nuestra mente y repercute en todas las esferas de nuestra persona. El psiquismo humano tiende a conservar una unidad, y le resulta tanto más difícil cuantos más elementos dispersos y divergentes se han introducido -yo real, yo-idea, yo-idealizado, yo, no-yo, ideas o ideales contrapuestos, etc.-. La estridencia entre la unidad de toda la persona y la dispersión introducida crea una tensión interior que repercute en todas las piezas del ensamblamiento perfecto que es el hombre, desde los órganos y funciones corporales hasta las distintas manifestaciones de la mente.

a) Síntomas corporales:
La influencia de la mente sobre el cuerpo suele manifestarse por conducto del sistema nervioso. Los estados mentales se reflejan de ordinario a través de este sistema, verdadero intermediario entre el espíritu y la materia. Como las ramificaciones del sistema nervioso inervan todos los órganos del cuerpo, cualquier alteración que sufra puede reflejarse en trastornos de muy diversa índole. De hecho los estados de inseguridad, a la larga, pueden manifestarse en toda una gama de alteraciones somáticas.
Si la persona reacciona frente a la inseguridad con la tendencia a recluirse y esconderse, su organismo refleja también las mismas tendencias, rompiendo el equilibrio normal entre funciones de consumo y de producción de energía, a favor del ahorro y economía de sus energías.
El aparato digestivo es uno de los más sensibles a los estados mentales. La mayor parte de las inseguridades se reflejan en estreñimientos -generalmente cuando se reacciona frente
a la inseguridad con la tendencia a la inhibición- o también en colitis y diarreas, si predomina una tendencia al incontrol. Los trastornos de hipersecreción de ácido clorhídrico y jugos biliares es bien sabido que están sumamente relacionados con estados emocionales y de inseguridad.
El síntoma más frecuente de trastorno circulatorio es el dolor de cabeza. Cuando se llega a cierta edad, aparece la dolencia del corazón, hasta provocar incluso la falsa angina de pecho. Y con el tiempo también arteriosclerosis o endurecimiento de los vasos sanguíneos. A veces personas relativamente jóvenes empiezan ya a padecer estos trastornos circulatorios, debido a una excesiva tensión que dificulta el normal funcionamiento del organismo.
Trastornos respiratorios, como el asma, tienen origen con frecuencia en la inseguridad. También a veces la alergia obedece en parte a problemas de orden mental. La piedra de toque para conocer en cada caso si se trata o no de síntomas de inseguridad, es ver los efectos de la medicación. Cuando las enfermedades son de origen exclusivamente psicológico son rebeldes a toda acción farmacológica, mientras que cuando tienen una etiología somática ocurre lo contrario.

b) Síntomas en la afectividad:
La persona insegura necesita protegerse. Si lo que siente amenazado es su propia estimación, lo primero que protege son sus sentimientos. Por esta razón toda persona insegura tiende a encerrarse emocionalmente. De ahí el drama de quien tiene una constitución psicológica de fuerte predomino emocional, y está afectado por problemas de inseguridad: necesita vivir situaciones emocionales y al propio tiempo estar protegido contra la amenaza a su seguridad. Estas dos corrientes le bandean alternativamente a uno y otro lado y se pasa la vida abriéndose y cerrándose, víctima de sus propias presiones psicológicas. Necesita ejercitar la conciencia de sí mismo de un modo armónico, positivo, poder estar seguro de que vale y de que es aceptado y querido, y tiende, naturalmente, a exteriorizarse, pero como no está seguro del resultado ni es plenamente consciente de lo que le ocurre, en cuanto le parece que siente amenazada su seguridad, vuelve a cerrarse. Le extraña que los demás adopten actitudes raras hacia él -debidas a la desconfianza que suscitan sus cambios bruscos- y achaca a los otros lo que es defecto suyo. Así va cobrando fuerza en él una actitud susceptible que le mantiene siempre en guardia, tratando de protegerse. Cuando se abre, lamenta luego haberlo hecho.
Las manifestaciones afectivas de estas personas se caracterizan porque en determinados momentos son muy intensas, con demostraciones casi explosivas de afectividad, y en otros, por el contrario, desaparecen por completo, como si se tratase de seres sin entrañas, replegados en su egoísmo. Es típico en estas personas el que se lamenten dolorosamente de la falta de afecto, sinceridad y constancia de los demás.
El observar cómo nos consideran los demás, qué reacciones suscitamos en ellos es uno de los mejores sistemas para descubrir cuál es nuestra propia actitud para con los que nos rodean. Si, como en el ejemplo propuesto, advertimos que la gente desconfía de nosotros, no hay duda de que tenemos una tendencia a la desconfianza, que provoca la adecuada respuesta en los demás.
El problema de la inseguridad en su manifestación afectiva es dolencia muy generalizada, y fatal para las relaciones humanas que se basan en la afectividad. La vida familiar se convierte muchas veces en una tragedia por falta de madurez afectiva, si no existe el contrapeso de una gran comprensión o de una superlativamente buena voluntad. Cuanto mayor ha sido el apasionamiento afectivo en algunos momentos, mayor es luego la hostilidad, porque el individuo vive toda la lucha que implica el entregarse y el protegerse.

c) Síntomas en la mente:
Suele decirse que la necesidad agudiza la inteligencia. Afirmación un tanto discutible. La inseguridad, como todo malestar, obliga al sujeto a buscar una solución, consistente en dar con el verdadero remedio o bien en desplazarse a otros niveles donde encontrar satisfacciones compensatorias. En este sentido el malestar puede estimular la mente. Cosa muy distinta de permitir su desarrollo armónico, pues en tal sentido suele afectarla negativamente. La misma postura de recelo y defensa en que vive la persona insegura, obliga a su mente a mantener una actitud tendenciosa y parcial, sin poder mirar las cosas como son, con visión normal, objetiva y serena. Sus juicios estarán empañados de un excesivo subjetivismo, que condiciona la realidad a lo que siente en sí mismo. La inseguridad puede estimular el trabajo mental en cantidad, pero con disminución de la calidad, porque le marca una tendencia y además crispa su fluir natural, privándole de equilibrio, orden y espontaneidad.
Algunos hombres cuya vida matrimonial o familiar es desagradable, suelen entregarse de lleno a sus estudios o negocios, incluso noches enteras y días festivos. ¿Hasta qué punto una vida frustrada puede ser útil de verdad en la actividad profesional o representar una aportación positiva para el mundo cultural? Si la actividad desarrollada es poco más que una compensación para obtener el equilibrio emocional, y no es capaz de situarse frente a su trabajo en actitud abierta e imparcial, todo cuanto haga reflejará a la larga su procedencia, y el individuo, ante dificultades serias que pueden surgir, se verá incapacitado para manejar la situación, cometiendo verdaderos disparates. A su problema interior se habrá sumado el conflicto exterior y se sentirá anulado. Por el contrario, una vida armónica dedicada al trabajo no dependerá de éste, y el sujeto se sentirá dueño de la situación, manejándola más fácilmente, aunque su consagración no sea tan tensa ni tan exclusiva.

d) Síntomas en la voluntad:
La voluntad, en el sentido vulgar de la palabra, es la capacidad de hacer las cosas que suponen un esfuerzo. Psicológicamente, el fenómeno designado con nombre de voluntad es la confluencia de una idea persistente en el caudal de energía psíquica del hombre. Dos elementos: energía fluida disponible y persistencia de una idea.
La persona insegura, por definición sufre un bloqueo de energía que no puede manejar. Más aún, que va contra su yo. Esto le obliga a estar siempre protegiéndose de la inquietud ante las situaciones, personas, cosas e ideas. Hay en él una constante retención de energía y un permanente condicionamiento artificial de su mente, que le impiden disponer libremente de su capacidad energética y de su capacidad mental
No puede, pues, disponer de su voluntad, aun cuando tiene dentro de sí todos los elementos que la constituyen.
El estilo de vida del inseguro puede adoptar dos formas bien diferentes, aunque no es nada extraño verlas juntas en una misma persona.
La ausencia de intensidad energética y de estabilidad mental hacen con frecuencia que el sujeto viva en un perpetuo vaivén, pasando de una cosa a otra, sin profundizar en ninguna. Su vida familiar, profesional y social son una constante manifestación de esta inestabilidad interior. Se queja de la gente y de las circunstancias, sin darse cuenta de que es él mismo que no logra abrirse ni penetrar en la gente ni se atreve a afrontar con inteligencia y decisión las dificultades. Su existencia es una constante huida de sí mismo, de los demás, de la vida.
Otras veces, el inseguro restringe su vida mental y se fija en una sola idea o actividad, que considera la salvación de su yo, refugiándose en ella de un modo obsesivo, fanático, exclusivo. Esta idea o actividad lo mismo puede referirse a su trabajo profesional que a determinada afición o entretenimiento: coleccionar objetos, estudio de idiomas, de historia, etc. Lo característico de estos casos es que siendo esta actividad su principal compensación, viven prácticamente cerrados a los demás aspectos de la vida y su convivencia transcurre en un casi total aislamiento. No obstante, la intensa dedicación a su actividad puede producir el efecto equívoco de que tienen voluntad y hasta tenacidad. Pero esta aparente voluntad no es más que el resultado de «no poder querer» otra cosa, de no poder elegir, de no poder disponer de sí mismo.

e) Síntomas en la vida interior:
La inseguridad se convierte en una tortura para el sujeto, principalmente por ignorar la verdadera causa de los padecimientos. Su desorientación es completa. Pasa por la desagradable sensación de estar luchando contra un enemigo desconocido y a oscuras. Los amigos, en su intento de ayudarle y darle ánimos, no hacen más que aumentar su sentimiento de desamparo y de incomprensión. Su vida interior, artificialmente exacerbada por la constante rumiación sobre sí mismo, es cada vez más inarmónica y confusa. Ni se entiende a sí mismo, ni a los demás, ni a la vida, ni a Dios. Considera estos problemas filosóficos como insolubles y, no obstante, con frecuencia no puede apartarlos de su mente.
Su vida religiosa está a menudo ensombrecida por sus persistentes escrúpulos, por sus intensos sentimientos de culpabilidad y por el constante temor a los castigos del infierno. Su vida espiritual, cuando es sincera, choca con el obstáculo de su poca entrega y perseverancia en la oración y demás prácticas de perfeccionamiento.
Todos los síntomas que hemos descrito pueden ser de intensidad muy variable, y corresponden de un modo particular a la inseguridad que es consecuencia directa de la represión de energías. Aunque hay también formas de inseguridad que teóricamente obedecen a otras causas, la que estamos exponiendo ahora es la inseguridad psicológica fundamental y prácticamente la encontramos en común en todas las personas afectadas de cualquier otra forma o clase de inseguridad.


¿Qué es la inseguridad?

La inseguridad -así como cada uno de los demás estados negativos derivados de ella- es el estado subjetivo consecuente a una amenaza -conocida, sentida o creída por el sujeto- a la subsistencia o a la deseada realización de su Yo.
Expliquemos brevemente esta definición.
Hemos visto en páginas anteriores cómo la inseguridad es el estado negativo inicial a partir del que se forma una gama extensa de otros estados negativos más específicos: timidez, miedo, sentimientos de inferioridad, ansiedad, angustia, apatía, indiferencia, celos, resentimientos, hostilidad, etc. Al estudiar, pues, las causas de la inseguridad conoceremos al mismo tiempo el origen de cada uno de estos diversos estados negativos.
Decimos que la amenaza puede ser conocida, sentida o creída, porque, efectivamente, puede adoptar una u otra de estas modalidades. El peligro puede ser conocido de un modo objetivo y cierto, como ocurre en el caso de un desastre inminente -sea éste de tipo físico, familiar, económico, profesional, etc.-. Puede también ser sentido, sin que pueda ser identificado intelectualmente, como en el caso de ciertos trastornos orgánicos en los que el malestar se presenta de un modo difuso e insidioso sin localizarse en ningún lugar determinado, o también en las crisis psicológicas de maduración o desarrollo, en las que la inquietud y la desazón parecen no tener ninguna base concreta en que apoyarse. Finalmente, la amenaza al Yo puede ser sólo creída por la persona, como les ocurre con mucha frecuencia a los inseguros por presiones del inconsciente al interpretar de un modo tendencioso actitudes y acciones de otras personas o al imaginar simplemente lo que podría llegar a ocurrir en tal caso o en tal otro.
La amenaza puede ir dirigida a la subsistencia o a la deseada realización del Yo. Aclaremos en seguida que este «Yo» lo mismo puede referirse al Yo-experiencia -como en el caso de peligro cierto e inmediato de dolor, enfermedad o muerte que puede referirse al Yo-idea -peligro de fracaso, de desengaño, de ridículo- o también puede referirse a los dos al mismo tiempo -miedo de impotencia, miedo a los exámenes, peligro de desempleo.
La subsistencia referida al Yo-experiencia significa la tendencia a conservar la integridad de todas las capacidades efectivamente desarrolladas. Por lo que constituirá un peligro no sólo la enfermedad o el dolor físico, sino la eventual e hipotética incapacitación afectiva, intelectual, estética, espiritual. En el plano del Yo-idea la subsistencia es mucho más compleja por el aspecto plástico, artificial y contradictorio que comúnmente posee En general, significa que la persona tiende a conservar todo aquello con lo que está identificada y que, por consiguiente, lo vive y valora como si fuera ella misma. Así ocurre con sus ideas y puntos de vista, sus afectos y las personas o cosas a que éstos se refieren, su aspecto físico, la actitud del ambiente, etc.
La subsistencia no es más que el paso preliminar hacia «la deseada realización de su Yo» que, como se recordará, es el impulso primordial que informa de un modo u otro toda la actividad del sujeto.
Según el grado de madurez psicológica y de «salud mental» de cada persona, esta autorrealización puede concebirse de formas muy diversas: desde la genuina aspiración espiritual y el auténtico descubrimiento del «sí mismo» hasta el más elemental hedonismo y material bienestar, pasando por todos los matices de orgullo, vanidad, ambición, egoísmo, en las innumerables formas concretas que pueden adoptar los contenidos del Yo-idealizado. Precisamente por esto utilizamos en la definición las palabras «la deseada realización de su Yo», porque en cada caso difiere el modo como el sujeto concibe y valora su estado de plenitud.


Las formas crónica y aguda de la inseguridad

Antes de entrar en el estudio de las causas de la inseguridad, digamos que ésta puede tener un carácter crónico o agudo.
La inseguridad de tipo crónico es la que la persona arrastra desde su infancia o primera juventud y que ha persistido durante toda su vida, aunque quizás con períodos más o menos prolongados en los que apenas hacía sentir su presencia, por existir otros factores que permitían una aparente compensación. Como es lógico, esta forma crónica de inseguridad es la que requiere un tratamiento más prolongado y de mayor profundidad, puesto que gran parte del carácter de la persona se ha estructurado sobre ella y los hábitos negativos de actitud y conducta han adquirido fuerte consistencia.
La inseguridad de tipo agudo es la que está provocada por una situación actual y transitoria, pasada la cual la persona puede recuperar su anterior estabilidad o consigue adaptarse bien a las nuevas condiciones que la situación puede haber planteado. Suelen crear esta forma aguda de inseguridad las crisis de crecimiento, el emprender un nuevo trabajo de mayor responsabilidad y riesgo, disgustos familiares, enfermedades largas que pueden dejar residuos, etc.
Ocurre a menudo que la inseguridad aguda viene a instaurarse sobre una inseguridad crónica más o menos patente, dando un cuadro de síntomas desproporcionados al motivo actual de la inseguridad y rebeldes a todo tratamiento sintomático. En la práctica, hay que estudiar cuidadosamente los antecedentes del sujeto si su estado presente no queda bien justificado por las circunstancias que concurren actualmente en él, o si por el contrario, estas circunstancias han actuado sólo de factor desencadenante de un problema mucho más an1iguo y permanente.


Las causas de la inseguridad, de la angustia y demás estados negativos

Hemos visto que la, inseguridad es el estado subjetivo consecuente a una amenaza a la subsistencia o a la deseada realización del Yo. Esta amenaza puede obedecer a las siguientes causas:

1. Condiciones externas reales. Por ejemplo, crisis económicas, ambiente muy exigente, peligro de guerra.
2. Poca cohesión del Yo. Puede ser de origen constitucional o caracterológico.
3. Impulsos internos de desarrollo psicológico, de crecimiento o madurez mental, que amenazan la estructura actual del Yo.
4. Estructura contradictoria del Yo, debido a haberse desarrollado a la vez con experiencias marcadamente negativas y positivas.
5. Impulsos reprimidos en el inconsciente que pugnan por salir, en contra de los esfuerzos del Yo para mantenerlos ocultos.
6. Ideas erróneas de carácter negativo que, aceptadas pasivamente por el sujeto, condicionan fuertemente su escala de valores y su conducta.
7. Una imagen del Yo-idealizado demasiado exigente o elevada y muy rígida, que está lejos de las posibilidades reales de la persona.
8. Una imagen del no-Yo en sentido absoluto que, erróneamente, adquiere en ciertas personas un carácter negativo y aplastante para el Yo: Dios inmenso y todopoderoso, el universo, el espacio, la muerte, la existencia, la nada.
9. Disminución de los recursos del Yo frente a las exigencias del ambiente, debida a la edad, a enfermedad o a cualquier otra causa que determine una incapacitación total o parcial.

Ninguna de estas causas es única en cada individuo, sino que en realidad se entreveran formando grupos que dan un perfil particular a los estados de inseguridad, siempre complejos. Y aunque el factor de los impulsos reprimidos es común en todos los casos, es muy conveniente averiguar qué otros factores importantes concurren en cada caso particular, a fin de orientar debidamente las técnicas a utilizar.


Los tipos de personalidad insegura

Pasemos ahora a explicar cada una de las citadas causas de la inseguridad y a describir los rasgos más acusados de las personalidades correspondientes:

1. Condiciones externas reales.

Es la inseguridad situacional provocada por condiciones externas que de un modo cierto implican un peligro para el Yo. Son directamente aplicables aquí las observaciones que hemos hecho al, dar la definición de la inseguridad, relativas al Yo-experiencia y al Yo-idea. La amenaza al Yo-experiencia produce una alarma y una inseguridad por completo naturales y justificadas, y sólo puede resolverse cambiando las circunstancias exteriores o aumentando la capacidad interior de rendimiento. Cuando el elemento amenazado es el Yo-idea, en conjunto o en alguno de sus contenidos importantes, el mejor medio de contrarrestar la inseguridad es la actitud positiva y la autosugestión.

2. Poca cohesión del Yo.

Este fenómeno puede tener un origen constitucional o caracterológico.
Cuando su causa reside en perturbaciones o disonancias de la constitución biológica, frecuentemente desemboca en un serio trastorno psicopático o psicótico, dentro ya del campo de la psiquiatría, por lo que no nos corresponde tratarlo en este libro.
En cambio, sí podemos entrar en el estudio del Yo débil de origen caracterológico, mucho más frecuentemente de lo que se cree.
Estos casos obedecen siempre a una doble causa: en su infancia estas personas han recibido un tipo de educación blando, fácil, cómodo, evitándoles todo cuanto sea esfuerzo moral y toda clase de disciplina; pero, además, estas personas de niños, y debido a su constitución física, no han sentido de un modo espontáneo fuertes impulsos que les hayan obligado a tener vivencias intensas. Se han acostumbrado así a ir viviendo de un modo superficial, difuso y mediocre. Faltan las vivencias intensas y profundas que hayan podido experimentar en tanto que sujeto, en tanto que «yo».
A medida que estas personas se van haciendo mayores se encuentran literalmente desarmadas caracterológicamente para hacer frente al mundo, puesto que carecen de la suficiente capacidad combativa. Su yo es demasiado blando y superficial para poder aceptar la oposición del no-yo, del trato con los demás de igual a igual, de luchar para ocupar un lugar que creen merecer o para defender sus puntos de vista. Fuertes sentimientos de inferioridad con todas sus consecuencias se añaden siempre a esta estructura inicial. La situación viene agravada muy a menudo por el hecho de que estas mismas personas al no haber desarrollado su aspecto dinámico, activo, acostumbran a desarrollar en cambio de un modo a veces notable su inteligencia, su capacidad de reflexión y de estudio, actividades en las que se refugian de jóvenes como compensación a su inferioridad de seguridad personal. Entonces esta capacidad intelectual les obliga a ser también más conscientes de su situación desvalida y a sentir más intensamente la desproporción entre su estado y situación reales, respecto a los que podrían tener de poder aplicar todo cuanto ven intelectualmente de posible realización.
Estas personas se desenvuelven bien en ambientes donde impera el orden, las ideas y la buena educación, pero se desmoronan o se baten en retirada apenas surgen manifestaciones expansivas de tipo vital o emocional. En el mundo de las ideas se sienten con una relativa seguridad y pueden contactar con los demás, pero aparte de esto viven constantemente preocupados en proteger su frágil estructura caracterológica de la para ellos excesiva fuerza temperamental de los demás. En el aspecto sentimental, tienen siempre muchas dificultades, ya que, en general, estas personas guardan un resentimiento hacia las figuras femeninas de su infancia a las que atribuyen, en parte con razón, la culpa de su modo de ser actual. A veces no se casan para no perder su relativa seguridad actual, y cuando lo hacen, la falta de madurez emocional les hace a menudo fracasar el matrimonio, pues esperan de la mujer, o del hombre si es una mujer, una sumisión completa y una obediencia total incluso a sus más mínimos caprichos, lo que no siempre (como es de suponer) podrá conseguir y entonces cualquier pequeña frustración exacerba su ya muy aguda susceptibilidad. Se baten en retirada, se cierran en sí mismos, sintiéndose incomprendidos y tratados con poca consideración. En realidad, estas personas han de ser tratadas en lo afectivo como verdaderos niños que son, alternando inteligentemente el mimo y la disciplina, pero en el aspecto intelectual necesitan, sobre todo, explicación razonada de las cosas y mucha sinceridad.
En el aspecto profesional ocupan casi siempre posiciones subalternas -seguridad y falta de responsabilidad-, aunque no es raro que ocasionalmente, cuando reúnen el suficiente valor, se arriesguen a hacer algo por su cuenta después de una elaborada planificación en la que todos los riesgos parecen quedar cubiertos. Teniendo su yo muy poca consistencia es natural que cualquier fracaso lo experimenten como algo catastrófico. Por esta razón se arriesgan poco y cuando lo hacen, si no es algo motivado por una situación urgente, obedece más bien a una especie de travesura, de capricho, generada por la necesidad de huir de su ritmo habitual demasiado estrecho y monótono.
En el aspecto social, prefieren como es natural la relación con personas intelectuales y educadas. Sienten la necesidad de encontrar otras razones que las habituales para explicar las cosas -en parte por su mayor adiestramiento en pensar, pero en parte también por su necesidad de afirmar su superioridad en este aspecto-. En su relación adoptan generalmente una actitud conciliadora, evitando todo lo que sea un ángulo agudo, y tratando con el conjunto de su actuación de congraciarse con todos los que aparecen como más fuertes en algún sentido. Utilizan la ironía para dar una salida intelectualizada a sus emociones.
Características, pues, de este tipo de personas son: poca consistencia del núcleo de su personalidad, con tendencia a la apatía, a la inercia y a la desorganización de su propia vida. Gran sugestionabilidad. En situaciones apuradas tienden, en general, a un vacío mental, a una conducta desorganizada. Frecuentes sensaciones de alarma y depresión por una sensación interior de diluirse, de deshacerse, ante las que reaccionan o bien imponiéndose una rutina, una disciplina -que generalmente dura muy poco tiempo o bien huyendo hacia la inconsciencia, hacia el sueño. En su actividad han de luchar con la contradicción que representa estas tendencias: seguir el capricho, buena inteligencia, necesidad de seguridad en el trabajo y no comprometerse a asumir responsabilidades ni a hacer esfuerzos de cierta duración. En lo afectivo, necesidad de mimo, de complacencia y al mismo tiempo poco entreno para entregarse incondicionalmente.
Como técnicas más adecuadas para su reeducación, estas personas requieren principalmente: ejercicio físico -especialmente Hatha-Yoga, gimnasia sueca o judo- a fin de que integren más su mente consciente con las energías físicas; después de unos meses de hacer prácticas físicas, iniciar de un modo sistemático cursos de estudio y de meditación -en la forma preconizada por el Raja-Yoga- con el objeto de aumentar la energía y cohesión de la mente, y por último, les conviene ir lanzándose a la vida activa asumiendo poco a poco mayores responsabilidades, con lo que reforzarán la confianza en sí mismos y adquirirán la experiencia de su creciente poder personal.

3. Impulsos internos de desarrollo.

Nuestra mente tiende a una progresiva expansión de su capacidad en todas direcciones, hasta alcanzar un límite que parece diferente en cada persona. Pero este crecimiento o maduración interior no se hace de un modo regular y continuo, sino más bien de un modo rítmico, a sacudidas. Y cada vez que surge un nuevo impulso interior de crecimiento, este impulso choca con la estructura mental, con el Yo-idea y su cuadro completo de valores, que hasta aquel momento servían de apoyo a la persona. Por esta razón el impulso interior, si bien por un lado tiene un carácter agradable y positivo -como todo impulso básico-, provoca, por otra parte un conflicto con los valores y estilo de vida del, sujeto, que se traduce en una sensación de perplejidad o de descontento, que puede llegar a una verdadera angustia, ante el temor de abandonar su seguridad anterior sin saber claramente a donde le puede conducir su actual inquietud.
Como ejemplos ilustrativos de estas crisis podemos tomar el caso del adolescente educado bajo una autoridad rígida y el del adolescente educado en el mimo.
Es muy frecuente en personas que han estado sometidas en su infancia y adolescencia a la autoridad excesivamente fuerte del padre que, aparte del yo débil que se ha ido formando, emerja del interior, manifestándose a través de un estado de angustia y malestar, un impulso reivindicativo de agresividad, que el propio sujeto no llega a identificar, pero que es motivado por imperativo de subsistencia psicológica. Vive acumulando en su interior sentimientos de disconformidad y protesta, sintiendo la necesidad de romper lanzas contra la autoridad, contra la vida, contra todo, pero a la vez este estado interior le causa también un fuerte temor pues le representa tener que actuar en contra de las ideas y de las actitudes de su yo actual, del que aún no se ha desprendido del todo.
Otro caso típico es el del mimado, que todo lo ha tenido a punto, porque se ha visto excesivamente atendido por una constelación femenina familiar, sólo preocupada en proteger y cuidar al niño. Ha fraguado naturalmente, en un ser inútil e indefenso. No obstante, es lo normal que se inicie y tome cuerpo un impulso de evolución, de superación del propio yo, en forma de agresividad, o de independencia y autonomía, rebelándose contra la idea que tiene de cariño, de obediencia, y que viva este sentimiento que nace en él, como amenaza a su personalidad, pensando que no obra bien, según le han enseñado y según se ha formado su conciencia del yo.
Estos dos impulsos, agresividad y autonomía, existen siempre y se desarrollan especialmente en la época de la adolescencia, precisamente porque es una fase evolutiva hacia el desarrollo pleno de la conciencia personal. El joven vive la efervescencia de estos impulsos que se contraponen a la educación recibida y a la actitud anterior de conformidad, provocando una inestabilidad interior, un malestar indefinido, efecto de la inseguridad en el yo interior, que se bambolea. La crisis aumenta si además existen problemas de educación, suscitando resentimientos contra figuras de la familia, el padre o los hermanos, etc., y experimentando al mismo tiempo cierto sentimiento de culpabilidad, como consecuencia de la colaboración más o menos consciente en la obra de destrucción de la imagen anterior del yo. Lo importante en todos lo casos es advertir que, por buenos que sean los impulsos, si amenazan la idea que tenemos del yo, los registramos como inseguridad.
En general, los impulsos que promueven el desarrollo interior dentro del yo emergen sólo en momentos precisos, cada vez que se atraviesan los límites de una etapa para pasar a otra, por ejemplo de la primera infancia a la segunda, de la pubertad a la adolescencia, o en situaciones nuevas que plantea la vida. Y entonces sobreviene la inseguridad, porque el sujeto no controla la situación, al dejar de vivir la seguridad del estado anterior sin adquirir aún la del nuevo, lo que provoca una postura inestable y sin apoyo en sí mismo. No existe por lo tanto motivo alguno de alarma, sino por el contrario, es síntoma de progreso.
Son crisis que afectan a todos los niveles: el psicológico, el intelectual, el afectivo, el espiritual.
1. De las crisis psicológicas en el desarrollo de la personalidad ya he hablado. La maduración intelectual lleva consigo un cambio y desajuste respecto del estadio anterior. Se aprecia por ejemplo en que los chistes y bromas que antes provocaban risa, ahora le dejan indiferente; ya no le apetecen los mismos libros, aunque no ha encontrado todavía los que le gustarán después. Los conceptos anteriores sobre las materias más dispares ha de revisarlos para descubrir su nueva valoración, porque fallan. Es una fase de inquietud, durante la que va volando, casi mariposeando de cosa en cosa, porque siente la necesidad de satisfacer lo que está naciendo en él y aún no sabe ni qué es lo que brota en su interior, ni dónde encontrar el alimento nuevo que empieza a necesitar.
2. Cuando una persona madura «emocionalmente», se encuentra de pronto con que ya no encuentra sentido en el trato de la gente que hasta entonces acostumbraba a frecuentar: no percibe en ellos una calidad que le satisfaga. Necesita otro tipo de lazo afectivo, otro mundo emocional. La consecuencia, hasta situarse de lleno en la nueva fase que se inicia, es sentir temporalmente cierta inestabilidad emocional y afectiva.
3. Otro tanto ocurre en el nivel espiritual. Llega un momento para determinadas personas, en que se abre paso en su interior la imperiosa necesidad de una profundización mayor de su conciencia, de algo distinto de la vulgaridad de las cosas de la vida normal y corriente. Percibe que aparece en su interior un nuevo sentido. Y se da cuenta de que la gente no vive ni tiene idea de aquel nuevo mundo, que aflora en él, y por eso nadie le comprende cuando habla. Pero él ve claramente que necesita vivir aquella nueva dimensión de su ser, aunque no sepa en realidad qué es ni hacia dónde se dirige. Por todo ello se desespera y se encuentra solo, sin hallarse a gusto con nada, sea trabajo o ambiente, ni con nadie.
Caminamos aquí hacia una inseguridad de tipo religioso o de tipo metafísico, que son genuinas si vienen provocadas por una pulsión interior de desarrollo superior, que pugna por aflorar en la conciencia del sujeto. Para conocer su autenticidad, es decir, para saber con certeza si se trata de un verdadero desarrollo del nivel religioso o del metafísico, basta observar un hecho. Que todos los problemas de tipo simplemente psicológico pueden compensarse en otros niveles, pero la inquietud e inseguridad de tipo religioso, que hace su aparición en el campo de las vivencias interiores, o de tipo metafísico, en el de la intuición filosófica, no se satisfacen con ninguna otra cosa, ni con todo el oro del mundo, o la admiración de la gente, ni con cualquier otra especie de objetos que no sean los que corresponden a dichos niveles.
Estos estados de inseguridad tienen siempre un carácter agudo, aún cuando en ocasiones pueden prolongarse durante años. No pueden ni deben resolverse con técnicas especiales. Requieren tan solo comprensión de lo que está ocurriendo, dejando que el tiempo y una actitud serena e inteligente faciliten la rápida estabilización y reorganización de la persona al nivel de la nueva fase alcanzada.


4. Estructura contradictoria del Yo.

Una vez más hemos de recordar aquí lo que ya hemos dicho anteriormente acerca del «yo» Lo que comúnmente denominamos «yo» -se trata principalmente del Yo-experiencia- no es una cosa simple y única, sino que está formado por un conjunto de vivencias de diversa calidad, profundidad y nivel, que sirven como de puntos de referencia para diferenciarse de, y relacionarse con el no-yo, con el objeto, con el mundo. El yo, pues, no es un elemento: es un sistema. Sistema que se refleja, más o menos deformado, en la fórmula del Yo-idea.
Pues bien, aunque en general en este sistema básico del Yo-experiencia además de los contenidos positivos hay siempre más o menos contenidos y experiencias de tipo negativo, existen ciertas personas en quienes estos contenidos negativos llegan a alcanzar en profundidad y número aproximadamente el mismo valor que las experiencias positivas, de tal modo que sus valores se contraponen entre sí, impidiendo una manifestación clara y decidida en ninguna dirección. Se crea pues una gran tensión interior con una total improductividad en el exterior.
Esta acumulación de experiencias de sentido contrario induce en el interior de la persona circuitos opuestos. Es una situación semejante a las neurosis experimentales que se provocan en los animales. Se condiciona a un perro para que cada vez que se encienda una luz dé una llamada, se abra una puerta y obtenga comida. Cuando ya está adiestrado así se altera el mecanismo de modo que cuando llama en vez de comida salta una chispa eléctrica. Al cabo de unas cuantas veces, cuando se enciende la luz el animal se llena de pánico, efecto del doble condicionamiento interior a que es sometido. Nosotros funcionamos con un mecanismo condicionado y si los circuitos son contradictorios, se produce una tensión interior que provoca un fuerte sentido de inseguridad.
Es frecuente que estos casos obedezcan a la presencia de dos factores en la infancia: que los padres -o por lo menos uno de ellos- sean excesivamente severos y exigentes, y que el niño tenga una especial predisposición temperamental que le impele a reaccionar ante las dificultades con nuevos bríos y mayor coraje. Estas criaturas sienten la necesidad de «meterse en líos», de andar por las suyas, de buscarse complicaciones de las que no siempre salen indemnes. Por un lado recogen fuertes experiencias agradables -la sensación de aventura, de riesgo, de iniciativa, de libertad y hasta de creación-, que incorporan a la noción de su yo, pero por otra parte viven también fuertes experiencias negativas y desagradables que asocian igualmente a su propia identidad: accidentes, miedo de ser descubiertos, sermones, broncas, castigos y rechazos de las más diversas clases.
Esta doble serie de valores del propio yo que se contraponen mutuamente, al incorporarse a la imagen del yo se traducen en un conflicto permanente puesto que las propias tendencias van siempre acompañadas de una severa advertencia de peligro o de amenaza en el propio yo. Las fuerzas de la persona quedan, pues, muy neutralizadas y, efectivamente, se tiene siempre la impresión ante tales personas de que están a punto de hacer algo pero que no se atreven a salir de sí mismas, a lanzarse. Quieren y temen simultáneamente. Sólo ante situaciones extremas -peligro inminente, provocaciones muy fuertes, etc.- pierden este equilibrio artificial y entonces se lanzan a la acción de un modo total y temerario, «pase lo que pase».
En general, estas personas necesitan afirmarse a sí mismas mediante la oposición a los demás. El sentido de contradicción está fuertemente arraigado en ellas y lo proyectan constantemente en su visión de los problemas, de las personas, de la vida. Los fuertes impulsos reprimidos se traducen en una agresividad constante más o menos contenida y velada, que se expresa con mucha frecuencia en sus intervenciones mordaces, irónicas o amargas y en su necesidad de «pinchar» con sus observaciones o insinuaciones a los demás.
Si la resultante de su fórmula caracterológica se inclina hacia lo positivo, tendremos al hombre de lucha, que goza ante los obstáculos y los busca como único modo de vivirse a sí mismo. A los demás les asombrará que «se complique así la vida», pero él piensa que una vida sin conflictos es una vida absurda, tonta, sin contenido.
Desde luego, existe una amplia gama de variantes de este tipo de personalidad: desde los que se embarcan en difíciles aventuras con un fin constructivo, hasta los que por sistema luchan con un auténtico sentido de destrucción.
Este tipo de personas presenta con mucha frecuencia fuertes manifestaciones somáticas de su estado de tensión psíquica: hiperacidez en el estómago, fuerte y rebelde estreñimiento, rígidas contracturas musculares -mandíbulas, brazos, piernas, abdomen-, etc.
Por su habitual reacción interna de protesta, estas personas son muy reacias a seguir con perseverancia ningún sistema o técnica encaminada a su reeducación. Y cuando la llegan a seguir, los efectos que obtienen son más bien lentos y superficiales, debido a la gran fuerza y profundidad que suelen tener sus hábitos y sus ideas obsesivas.
La solución real del problema psicológico de tales personas consiste en que consigan entregarse en cuerpo y alma a un tipo de labor que vaya más allá de todo interés personal egocentrado. Esta labor puede ser no solo de tipo horizontal -crear una empresa, defender una causa- sino también de tipo ascensional, consagrándose con todas sus fuerzas a su entera transformación espiritual.
Sólo yendo más allá de los límites de su Yo se disolverá la antítesis vivencial que era la base de su personalidad.


5. Impulsos reprimidos en el inconsciente.

Esta es la más importante de las causas de la inseguridad y demás estados negativos, y está tan generalizada -debido a la inadecuada educación que la sociedad impone a todos sus componentes- que puede considerarse como la base de todos los estados de inseguridad. Las energías reprimidas y mantenidas en el inconsciente, como producto de las inhibiciones de impulsos y emociones en nuestra vida diaria, ocasionan los siguientes efectos en nuestro psiquismo consciente:

1. Disminución de la energía consciente disponible. Lo que, a su vez, produce:
a) Disminución de la capacidad de rendimiento en todos y cada uno de los niveles de la personalidad.
b) Limitación, en profundidad y amplitud, de la autoconciencia positiva.
2. Un estado crónico de tensión interior.
3. Insatisfacción, temor, angustia. Son la consecuencia de la permanente presión interior contra la estructura actual del Yo-idea.
4. Compulsión a determinadas actitudes y acciones como reacción defensiva contra la angustia.
5. Ambivalencia e inestabilidad afectiva, por estar influidos sus efectos por la doble polaridad deseo-temor, atracción-rechazo.
6. Disminución del perfecto rendimiento de la mente en general. Especialmente presenta los siguientes defectos:
a) Tendenciosidad. Tiende a mirar lo que desea y a no ver lo que teme.
b) Rigidez. La tensión interior le impide toda agilidad.
c) Estrechez. La inseguridad le hace limitar su campo de acción.
d) Superficialidad. Siempre hay algunas zonas en las que no puede penetrar por existir allí contenidos reprimidos.
e) Inestabilidad. La presión del inconsciente le impele a una incesante actividad imaginativa que impide o dificulta toda concentración.
7. Necesidad de referirlo todo a su principal problema pendiente: su completa afirmación personal.
8. Valoración negativa -por lo menos parcialmente- de sí mismo y del mundo. De donde surge una defectuosa actitud de relación.
9. Proyección del propio temor o de la agresividad, en los demás. Esto es, tendencia a ver en ellos estos rasgos de un modo exagerado, por tenerlos dentro de sí mismo muy reprimidos.
10. Deformación del Yo-idea. Dándole una perspectiva errónea -en bien y en mal- de sí mismo. Deformación que afecta a toda valoración de todo cuanto, de algún modo, se relacione con él.
11. Creación del Yo-idealizado, por lo que pasa a estar pendiente, para su afirmación, del futuro. Este futuro no es más que la imagen virtual, invertida, de la frustración de su pasado. Cuanto más se apoya, para la afirmación de su Yo, en el pasado o en el futuro, menos puede vivir, en ningún sentido, el presente.
12. Impide el camino hacia la espontaneidad, hacia el mismo o Yo-experiencia, por la barrera que se interpone en medio, de todas las cargas reprimidas.
13. Constituye un lastre para su trabajo efectivo de elevación y espiritualización, por el hecho de que no puede disponer de todos sus recursos y capacidades en el trabajo interior.

Tales son los principales efectos de la presión de la energía reprimida en el inconsciente sobre nuestro psiquismo consciente. El cuadro es, evidentemente, sombrío, pero no por esto debe nadie desanimarse. No olvidemos que la persona tiene, además de esta zona oscura, muchas otras cosas positivas, muchas cualidades y valores estupendos, como igualmente iremos viendo más adelante. Y es preciso conocer con detalle lo que funciona mal para poderlo corregir mejor.
Lo más importante es que todos estos síntomas y efectos, derivados de la presión del inconsciente, son perfectamente solucionables, se pueden corregir de raíz y, por consiguiente, de un modo definitivo. Las técnicas que se estudiarán en el próximo capítulo, si se siguen con inteligencia, perseverancia y entrega interior, son específicas para la solución verdadera de todos estos problemas.


6. Ideas erróneas de carácter negativo.

Las ideas erróneas que se asimilan del ambiente y que uno acepta como verdades incuestionables, pueden motivar también un estado de inseguridad y de angustia al impedir, en ocasiones, que la persona se desenvuelva de acuerdo con sus necesidades naturales o bien al forzarla a vivir de acuerdo con una fórmula o prototipo inadecuado a su naturaleza.
Ocurre esto, por ejemplo, en las familias en que se sigue rígidamente una tradición: el padre que educa a su hijo para que exclusivamente le suceda en la dirección del negocio o en su profesión de médico, arquitecto, etc., sin tener en cuenta las tendencias y aptitudes del niño. Este va recibiendo durante años la imposición de un ideal que intenta aceptar y al que asocia durante años emociones intensas, sinceras, profundas, buenos propósitos, esfuerzos, etc., pero que tal vez dista mucho de
su verdadera aptitud y de su secreta vocación. Inevitablemente esta situación le, provocará serios conflictos internos, en la disyuntiva entre lo que parece falsamente traicionar a su familia o seguir sus inclinaciones. Si ante el problema decide seguir la norma familiar, sentirá después toda la vida una sensación íntima de malestar y de frustración, pero si se decide a seguir su inclinación a pesar de la influencia paterna, lo más probable es que durante mucho tiempo viva atormentado por un sentimiento irracional de culpabilidad.
Otro tanto sucede en ambientes religiosos rígidos, que educan en un ideal encasillado en módulos pasivos, recortando el vigor de la espontaneidad y de la iniciativa. Muchas personas de tendencia marcadamente expansiva se sentirán fracasadas en su capacidad de vivir, al no poder dar salida a sus impulsos sin que esto represente la frustración del ideal que se les ha impuesto y que se esfuerzan en alcanzar.
Pero como este tema merece ser tratado con mayor extensión que la que aquí podemos dedicarle, remitimos al lector al epígrafe del próximo capítulo que trata de las ideas negativas y de la técnica del autocondicionamiento, que es la especialmente indicada para solucionar esta clase de problemas.


7. Imagen del Yo-idealizado demasiado exigente.

Este caso se parece bastante al que acabamos de comentar referente a las ideas erróneas negativas. Sólo que aquí, este ideal también rígido e inadecuado, no es necesariamente producto directo de la educación recibida, sino que por una serie de circunstancias es el propio sujeto que se impone a sí mismo de un modo rígido y absoluto la obligación de llegar a ser de tal modo o llegar a conseguir determinado objetivo. Si el ideal es asequible y proporcionado a sus capacidades reales, esto nos dará esas personas decididas, incansables, tenaces, que «saben a dónde van» y consiguen realmente resultados excelentes.
Pero si el ideal elegido sobrepasa la capacidad real del sujeto, nos encontramos con una persona tensa, rígida, fanática y enormemente sacrificada, que va por el mundo con una acerba crítica contra todo lo que sean placeres y satisfacciones. Como ellos han de reprimir toda debilidad, porque en caso contrario les sería imposible proseguir la ruta emprendida, son acérrimos defensores de la voluntad y consideran todo lo afectivo más bien como una debilidad que como una cualidad.
Como que toda la fuerza que sostiene el Yo-idealizado procede del inconsciente reprimido, se debe aconsejar a las personas afectadas de esta estructura que sigan las mismas técnicas que recomendamos para la inseguridad motivada por energías reprimidas.

8. Una imagen aplastante del no-Yo en sentido absoluto.

Otra fuente de inseguridad y de angustia es en ocasiones la imagen que el sujeto se ha ido formando de lo trascendente, de lo superior a él: Dios, el universo, la eternidad, el espacio, el vacío, la existencia, el destino, los castigos eternos, la nada, etcétera. Cuando estas representaciones que implican una noción de inmensidad, de poder y una inexorabilidad se han descubierto asociándolas a-vivencias propias de frustración, limitación, inferioridad, pueden convertirse, a los ojos del sujeto, en verdaderas amenazas a la subsistencia actual del Yo.
No hay que confundir la angustia producida por esta situación que estamos comentando, con la verdadera inseguridad metafísica o religiosa de la que ya hemos hablado interiormente. En la verdadera ansiedad trascendente no hay propiamente ningún problema directo sobre la subsistencia del Yo, sino sobre el descubrimiento de una realidad que presiente más real, más verdadera, más plena.
A las personas interesadas o afectadas por esta forma de inseguridad, les recomendamos que en lugar de seguir enredándose en especulaciones filosóficas de ninguna clase, emprendan un trabajo efectivo que las conduzca a un crecimiento y a una consolidación de la experiencia de la propia realidad: Hatha-Yoga, y después Raja-Yoga, Autoconciencia, vida espiritual y estudio. También les recomendamos vivamente que lean con toda atención y detenimiento el capítulo 12.

9. Disminución de los recursos del Yo.

Cuando la persona se encuentra disminuida en su capacidad interna o externa de rendimiento se producen igualmente unas crisis de inseguridad y de angustia hasta que la persona puede o bien recuperar sus recursos anteriores o bien adaptarse positivamente a la nueva situación.
Cuando la dificultad tiene un carácter agudo y pasajero, como en el caso de enfermedad, de serios disgustos o desengaños, puede seguir las técnicas adecuadas del capítulo 15.
Pero cuando la causa se ha convertido en crónica, como en la involución producida por la edad o en la incapacitación por algún defecto físico irreparable, entonces no hay otra solución auténtica que el desarrollo superior de las facultades espirituales y la progresiva desidentificación, de las que hablaremos en su lugar.

Con esto queda completado el cuadro de las causas y formas de los estados de inseguridad. Tenemos el problema planteado y quedan apuntadas también las líneas generales de solución. Ahora hemos de entrar en el estudio detallado de las técnicas que nos permitan solucionar de un modo práctico, efectivo y permanente el problema de la inseguridad.

11. TÉCNICAS MAYORES DE TRANSFORMACIÓN

Al hablar de técnicas hemos de distinguir muy bien las que tienen por finalidad el trabajo de limpieza interna profunda, esto es, de descarga y purificación del inconsciente, de aquellas otras que, aun teniendo una finalidad semejante de contrarrestar estados negativos y estimular actitudes positivas, no llegan sin embargo a afectar a estos mecanismos profundos, a estas energías existentes en los planos del inconsciente
Expondré ahora las principales técnicas que tienen acción sobre los niveles profundos. Son, por lo tanto, técnicas que tienden a contrarrestar los estados negativos crónicos de los que hemos hablado en el capítulo anterior. En otros capítulos se encontrarán otras técnicas destinadas a superar los estados negativos de tipo agudo, esto es, los estados de tensión, excitación o depresión, motivados por situaciones reales y actuales, de diversa índole, que alteran de modo accidental o transitorio el equilibrio de la personalidad.


Requisitos de toda técnica de acción profunda.

Para que una técnica produzca efectos positivos y definitivos en la estructura total de la personalidad es preciso que reúna dos requisitos mínimos, que son los siguientes:

- Ha de movilizar de un modo real las energías reprimidas en el inconsciente -impulsos, sentimientos y emociones-, facilitando su exteriorización o descarga de un modo armónico, constructivo o, por lo menos, inocuo.
- Ha de conseguir que esta descarga o exteriorización se haga de un modo plenamente consciente. Porque solamente así se conseguirá que dicha energía se transfiera del inconsciente al consciente, esto es, que se incorpore al Yo-experiencia. Y es esta incorporación la que producirá automáticamente tres efectos fundamentales:

a) Aumento real de la energía del Yo consciente y disminución de la presión del inconsciente. Aliviando, por consiguiente, la sensación de inseguridad y el malestar interior, e incrementando la conciencia de la propia energía y capacidad de acción.
b) Transformación de las anteriores actitudes negativas -de encogimiento, negativismo, hostilidad- en otras más constructivas de sintonía, apertura, contacto, colaboración.
c) Reeducación de las ideas erróneas o negativas incrustadas en la mente inconsciente, sustituyéndolas por otras de tipo más realístico, positivo y creador.

En realidad, estos tres factores -energía, actitudes e ideas- constituyen tres vertientes de la misma unidad psíquica, y son inseparables. De modo que al afectar a uno de ellos por cualquier procedimiento, los otros dos quedan asimismo influidos. Una técnica será más eficaz en la medida en que actúe de un modo más profundo en cualquiera de ellos. La técnica perfecta sería la que permitiera actuar con gran profundidad y de un modo directo sobre los tres factores a la vez.
Recordemos que todo lo que se halla reprimido en el inconsciente, lo está porque en un momento u otro la mente consciente ha querido inhibirlo por ser algo que en aquel momento parecía inoportuno o inconveniente. Todo lo inhibido lo está por una razón, en su día, justificada (o, cuando menos, así lo creyó el sujeto).
Por lo tanto, cada cosa reprimida se encuentra interiormente asociada con la idea de «prohibido», «esto no lo he de hacer de ningún modo», «si lo hago seré un mal educado o un grosero», «si obro así perderé la reputación o la gente se me opondrá». Todos los contenidos que hay en el inconsciente, con razón o sin ella, están configurados mentalmente en completa oposición al Yo-idea, al «yo quiero ser una persona educada», «una persona buena», «yo quiero ser...» conforme el patrón que se ha ido componiendo en virtud de las propias aspiraciones y del modelo social. Y, naturalmente, todo cuanto va en contra de tales aspiraciones o del reglamento social ha de reprimirse. El hecho es que lo que está en el inconsciente es algo que aparece y se siente como si fuera acérrimo enemigo del Yo-idea. Y no olvidemos que es precisamente este Yo-idea el que, cuando nos dejamos llevar de la ira, de la envidia o de la sensualidad, nos hace sentirnos deprimidos ante la evidencia de que estamos por debajo de la imagen idealizada que nos habíamos formado de nosotros mismos.
En el inconsciente hay principalmente impulsos vitales e impulsos afectivos. Muchos de estos impulsos son francamente negativos desde el punto de vista moral y social, pero otros no lo son en modo alguno y están igualmente reprimidos. Hay impulsos, por ejemplo, hacia la amistad, hacia la cordialidad que, por motivo quizá de timidez, por temor a ser criticado o mal comprendido, se reprimen. Impulsos a un amor sincero, total, pleno, elevado, que también se hallan dentro reprimidos por una razón u otra, aunque lógicamente parezca que no tendrían por qué estarlo. ¿Y por qué esta represión? Porque para determinada persona expresar en un momento dado un afecto, una ilusión, una esperanza o una aspiración puede representar un riesgo de ironía o de mala comprensión y ante este riesgo prefiere inhibir tal impulso que queda dentro reprimido.
En nuestro inconsciente existen, pues, cosas excelentes, elevadas, y otras muy elementales, muy primitivas; pero tanto unas como otras tienen todas un factor común siempre positivo, que es la energía. La energía es nuestro patrimonio primordial, podríamos decir que es nuestra materia prima. Recordemos que la energía es la que nos permite desarrollar nuestra personalidad, nuestras facultades y, a la vez, vivir nuestra noción de nosotros mismos, nuestra propia plenitud. En la medida en que hay en nosotros energía que no ha acabado de vivirse, hay una frustración del desarrollo de nuestra personalidad y del desarrollo de nuestra plena conciencia.
El hecho de que en el inconsciente toda la energía reprimida esté archivada bajo nombres opuestos a los valores del Yo-idea hace que automáticamente todo lo que yo quiera hacer - conscientemente produzca un nuevo bloqueo, o refuerce la represión que ya existe dentro. Si yo, ahora que conozco la importancia de las represiones, me decido a aprovechar esta energía y decido descargar la que tengo dentro, este yo que decide hacerlo es el mismo yo que se opone a la salida de los contenidos del inconsciente, y cuanto más lo decida, más presionaré interiormente, porque son dos sistemas contrapuestos, dos sistemas que funcionan de modo antagónico. Mi yo consciente se ha estructurado de acuerdo con un papel, con una idea, con un modelo: el ideal de ser más perfecto, más... una serie de cualidades; mientras que en mi mundo inconsciente está archivado con la idea de ser menos. Por lo tanto, cuando ahora yo, con la idea de ser más consciente de mí mismo, digo «voy a desbloquear el inconsciente», continúa funcionando el automatismo establecido durante toda mi vida de cerrar más la puerta, tener más miedo de que salga lo que hay en el inconsciente.
No me basta apoyarme en el pensamiento de que «lo que hay en el interior puede ser bueno y conviene abrirlo». Pues como no he practicado nunca este gesto de abrir el interior -a lo más, cuando su contenido ha presionado mucho, lo que he hecho ha sido «explotar», y algunos contenidos incontrolados del inconsciente han salido entonces, pero a pesar mío-, aunque quiera ahora hacerlo conscientemente, no puedo, porque cuanto más lo quiero, más me apoyo en el yo consciente que es el antagónico del inconsciente, el quede cierra y obtura.
Todos éstos son hechos que una técnica correcta ha de tener en cuenta y ha de poder manejar inteligentemente.
No podemos, en nuestra actitud normal, modificar las ideas del inconsciente ni reeducar las actitudes enraizadas en él. Nuestro esfuerzo consciente ocasional no basta ni puede alcanzar el camino que conduce a nuestro interior. Se necesita o bien un sobreesfuerzo sostenido para vencer las resistencias inconscientes, o una habilidad para sortear nuestro sistema de defensas interiores, o también el conseguir un nuevo punto de apoyo para la mente consciente más allá de la dualidad consciente/inconsciente.
Para poder realizar, pues, el trabajo de limpieza efectiva del inconsciente se presentan tres posibilidades:
- Un sobreesfuerzo sostenido del psiquismo consciente que llegue más allá de su capacidad del esfuerzo normal, a fin de que entonces alcance las profundidades del inconsciente: técnica del sobreesfuerzo, de la abnegación, de la entrega total a algo, gracias a la que, a través del nivel consciente afectivo, espiritual, físico o mental, se llega más allá del consciente y se empiezan a utilizar entonces energías de reserva del inconsciente.
- Aprender técnicas que permitan neutralizar accidentalmente la acción rectora y controladora de la mente consciente y abrir una compuerta que permita dar salida (con la mente consciente presente y despierta, pero sin participación activa alguna) a los contenidos del inconsciente. En este orden está la técnica del psicoanálisis.
- Técnicas que permitan conectar e integrar la mente consciente con alguno de los niveles superiores -mente superior, afectivo superior, voluntad espiritual- y, una vez conseguido esto, apoyándose en esta conciencia superior estabilizada, proceder a una progresiva apertura y limpieza de los niveles elementales de la personalidad. Tal es el camino utilizado por la Vida espiritual y el Yoga (exclusivamente en sus formas Raja, Bhakti, Dhyana y Jnana).
Vamos ahora a exponer, de un modo muy resumido, las principales técnicas de acción profunda.


Psicoanálisis

Durante mucho tiempo este inconsciente ha sido completamente inconsciente, es decir, incluso intelectualmente se desconocía. Se presumía, se aceptaba su existencia, pero no era conocido de un modo operacional. Debemos principalmente a la escuela psicoanalítica el haber comenzado a investigar en este terreno. Sin que ahora pretendamos ni aceptar ni poner en crítica el sistema psicoanalítico, es bueno saber que ha producido una revolución enorme en todos los sistemas psicológicos, en toda la dinámica de la conducta, en la profunda comprensión de nuestras motivaciones.
El psicoanálisis se ha dado cuenta de que, cuando una persona habla, no expresa la verdad que hay en su interior; expresa, sí, la verdad que hay en su mente, en la parte mental consciente, pero no puede hablar de la verdad que está detrás del consciente, porque no la conoce; es más, generalmente inventa argumentos, sin percatarse de ello, para justificar racionalmente acciones y actitudes cuya auténtica verdad se esconde en el inconsciente. Por este motivo, lo primero que hace el psicoanálisis tradicional, ortodoxo, es dejar que el paciente, tendido sobre un diván, quede en un estado de relajación, de abandono, para que disminuya su actividad consciente y se deje llevar por sus impulsos incontrolados interiormente. Entonces, la imaginación y la asociación de ideas brotan en él espontánea, naturalmente, sin estar su curso regulado por un sentido crítico, lógico, propio de la mente consciente, sino alimentado ciegamente por los contenidos sobre todo imaginativos. Y la imaginación, recordará el lector que es la proyección plástica del inconsciente a través de la mente; por lo tanto, siguiendo el río de la imaginación van saliendo contenidos del inconsciente.
Cuanto más se sitúa la persona en actitud crítica ante lo que va pensando o viviendo en la sesión psicoanalítica, menos fructífera es la sesión. Es un aprendizaje con frecuencia largo y difícil: el paciente ha de alejarse del presente y dejarse llevar por lo que brote de su interior, y esto lo irá expresando tal como surja, sea lo que fuere. Así se consigue que la dinámica del inconsciente encuentre una oportunidad para desencadenarse y empiezan a surgir imágenes, ideas, recuerdos de hechos importantes que se hallaban reprimidos dentro. Poco a poco, a medida que los va expresando, por un lado va reviviendo situaciones, y por otro va estableciendo con el médico una relación particular, que es la renovación de la actitud que él guardaba hacia determinadas personas importantes de su vida.
El niño, el adolescente, tuvo dos tipos de actitud, una de admiración, de dependencia afectiva hacia alguien -padre, madre, maestro o los que sustituyeron a alguna de estas personas- de quien esperaba protección, ayuda, consejo, solución para sus problemas; y otra actitud, de rebeldía, de protesta contra las personas que representaban una amenaza para su propia seguridad, para su amor propio, para su independencia. Y estas personas pueden ser también el padre, la madre, el maestro, el amigo, el hermano o cualquier figura de la constelación ambiental.
A medida que transcurren las sesiones, se va creando respecto al médico la misma actitud que él adoptó antes para con aquellas personas, surgiendo de ordinario en primer lugar la actitud positiva, llamada transferencia positiva. El paciente ve en el médico el salvador, la persona sabia, inteligente, bondadosa, poderosa, que resolverá sus problemas interiores, que le curará de su angustia, de su inseguridad, que será su solución. En tal actitud se reproducen con fidelidad casi literal las experiencias infantiles parcialmente inhibidas que él conserva dentro, con la diferencia de que ahora, al actualizarse en esta situación analítica que se establece entre paciente y médico, puede vivirlas ahora con un criterio más maduro y, por lo tanto, puede analizarlas, puede ir manejándolas y eliminándolas a la luz de su mente consciente actual. Pero es preciso que se establezca esta conexión; no que se sepa, sino que se viva, que se renueve. Su mente consciente le dice que no hay motivo para sentirse tan vinculado al médico, pero recuerda que es precisamente lo mismo que sentía respecto a su padre, o respecto a tal o cual persona. Poco a poco va asimilando conscientemente esas actitudes, esas fuerzas y esas ideas que estaban reprimidas en su interior, como producto de un pasado a medio vivir, integrándolas en su consciente.
Es normal que después de una transferencia positiva de este tipo, venga la negativa. La primera ocurre durante un período que a veces puede prolongarse hasta un año o más: predomina la transferencia positiva y entonces el psicoanalista es un héroe para el paciente; después llega inevitablemente -si el psicoanálisis progresa- la transferencia negativa; y cuanto más ha ensalzado antes al médico, lo compensa ahora viendo en él a un enemigo: brotan entonces todos los desengaños que la persona ha sufrido, todas las hostilidades respecto a la gente, y empiezan a concretarse -durante esta situación analítica del paciente- en el médico. Siente que el médico le abandona, que no le protege como debiera, que es un egoísta, un orgulloso, un sádico, etc., y vive situaciones realmente de ira y protesta.
Por un lado, pues, va descargando su inconsciente; por otro lado va renovando su estructura mental por esta asimilación consciente de la situación. Todo trabajo de limpieza interior ha de comprender siempre estos dos aspectos: descarga de energías, sea en la forma de impulsos, de sentimientos o de actitudes; y reestructuración. Para transformarse, es tan necesaria una descongestión interior como una reorganización de la mente y un cambio de actitud; todo ha de ir unido.
Es absolutamente imprescindible que el médico psicoanalista sea una persona limpia, es decir, que no esté sujeta a vaivenes emotivos, que no se deje envolver dentro de la situación analítica, porque si durante la transferencia positiva, cuando el paciente le ensalza y le admira y se humilla ante él, el psicoanalista se siente superior y deja resonar su amor propio en aquella situación, entonces caminan los dos al fracaso. Es, por esta razón, de todo punto necesario que el psicoanalista haya pasado antes él mismo por un psicoanálisis, que se llama análisis didáctico, y que permite al psicoanalista limpiarse interiormente y vivir cada una de las situaciones que esa transformación interior comporta. Entonces es cuando empieza a estar capacitado para mantenerse al margen de los vaivenes, de las situaciones de intenso dramatismo que se producen en el tratamiento y para poder dominar en todo momento el proceso con maestría.
Hemos expuesto de modo muy esquemático la técnica y procedimiento del psicoanálisis. Posteriormente han surgido otros métodos en los que el paciente va también diciendo lo que surge espontáneamente de su interior, pero ayudado y dirigido más directamente por el médico; y esta mayor o menor influencia del analista en el análisis del paciente marca diversas formas del psicoanálisis que han ido apareciendo. Ha sido una evolución necesaria porque la técnica clásica, en la que el médico apenas participa en lo que le ocurre al paciente, sino que queda al margen, observando, tiene el inconveniente de que a veces prolonga demasiado el tratamiento con los consiguientes problemas económicos y de diversa índole. En las nuevas formas se ha buscado el modo de poder intervenir en el proceso, pero tratando de evitar el peligro de que con la mayor intervención del analista se haga actuar la mente consciente del paciente, y entonces esta mente consciente entorpezca la facilidad de descarga del interior. La cuestión estriba en buscar el modo de ajustar, de proporcionar en la medida exacta la intervención del médico de manera que permanezca en libertad el inconsciente.
Como puede ver el lector, el psicoanálisis cumple los requisitos fundamentales que ha de tener toda técnica auténtica de transformación: descarga de energías a través de la mente consciente, y reestructuración de la mente y de la actitud. Ha de ser un proceso forzosamente lento, laborioso. Todas las técnicas que han de manejar energías del inconsciente, son técnicas que requieren años. Si nosotros hemos estado formando el inconsciente a través de 30 ó 40 años, no es de esperar que en quince días podamos alegremente limpiarlo y cambiar nuestro modo de ser, nuestra perspectiva de las cosas. No olvidemos que nuestras actitudes actuales, nuestra actitud mental, nuestras ideas de las cosas, nuestra capacidad de adaptación a todas nuestras circunstancias son producto de un adiestramiento progresivo. Si de pronto cambiase nuestra naturaleza, nuestro modo de sentir, de pensar, etc., nos encontraríamos totalmente inadaptados a las circunstancias, y si esta inadaptación fuese muy intensa sufriríamos una verdadera neurosis.
Toda limpieza interior ha de ser un trabajo progresivo que permita a la persona ir readaptándose lenta pero constantemente a sus situaciones ambientales, a sus relaciones con los amigos, a su actitud ante la vida, en todos los aspectos: profesional, familiar, social, etc.


Vida espiritual

Vida espiritual, es, no otra de las técnicas, sino quizás la técnica más elevada y la más importante de todas.
La vida espiritual puede orientarse de muchas maneras, erróneas unas y otras correctas. En nombre de la vida espiritual se hacen a veces muchas tonterías, y se deforman muchas personalidades. La vida espiritual mal entendida causa muchas angustias, muchas inseguridades, muchos trastornos. No hay que achacarlos a la vida espiritual, sino al enfoque que se le da.
El eje de la vida espiritual es sencillísimo, como todas las cosas importantes. Lo fundamental es siempre sencillo. Lo complican luego nuestras aportaciones personales. En nuestro estado de conciencia habitual sentimos una necesidad de algo total, de algo absoluto, permanente, de algo que sea del todo, subsistente por sí mismo, que sea perfección; por otro lado vivimos el contraste de nuestra limitación, de nuestros sinsabores, de nuestras debilidades, de nuestra contingencia. De ambas experiencias surge de un modo natural el ansia, la necesidad de aspirar, de desear, de proyectarnos hacia el ideal. En el ideal de la vida espiritual distinguimos desde el punto de vista psicológico dos componentes:
1. Primero, todo lo que utilizamos como compensaciones personales: en la medida en que personalmente me he sentido débil, busco algo que me dé fuerza; en la medida en que me he sentido humillado, busco algo que me dé grandeza; en la medida en que me siento amenazado, busco algo que me dé seguridad; en la medida en que me siento con angustia, busco algo que me asegure la felicidad.
2. Aparte del aspecto de compensación, la vida espiritual incluye otro aspecto sumamente positivo y real: nuestra relación con la noción total, absoluta, que llamamos Dios.
El eje de la vida espiritual consiste en la aspiración hacia Dios y en la inspiración que nos viene de Dios: es un proceso dinámico, no una estructura teórica; no consiste siquiera en una estructura de comportamiento, aunque la incluye como consecuencia. Pero la base de la vida espiritual reside en el anhelo, en el lanzamiento del interior hacia Dios, y en algo que se cultiva mucho menos, pero que es indispensable: en el estar yo abierto a Dios en mí. Una cosa es el ascenso de mi yo hacia Él, y otra distinta la apertura, la aceptación de Dios a través mío.

La vida espiritual requiere básicamente sinceridad, buena voluntad, simplicidad y una oración constante. No hay vida espiritual, si este espíritu de oración no es constante. La vida espiritual no es algo que se practica de 8 a 8,30 de la mañana, o los domingos; la auténtica vida espiritual está presente e informa todos los momentos de la vida. El hecho de que yo aspire a Dios, piense en Él, le necesite, exprese esta necesidad y me vaya acercando a la comprensión de su realidad, de su verdad, de su bondad, de su poder, de su fuerza, de su acción en mí; y el hecho de que me vaya abriendo a escuchar lo que me dice mi conciencia a armonizar mi conducta de acuerdo con esta conciencia que se va formando, a guiar incluso mis pensamientos de acuerdo con los valores que la sintonía con lo espiritual me está dando -y esto transforma por completa la vida-, esos dos hechos constituyen la vida espiritual en su forma esencial.
Yo, que aspiro a algo perfecto, y este algo perfecto es Dios, y le comunico mi deseo, lo expreso hacia Él; y, por otro lado, yo que espero que Dios se manifieste, se exprese a través mío y a través de las cosas: he ahí el circuito dinámico de la vida espiritual.
Para que exista vida espiritual ha de haber ejercitamiento, actividad espiritual. Y actividad quiere decir que funcione mi mente, mi afectividad, mi voluntad en dirección a Dios. Es preciso que esa atención a Dios, ese interés hacia Dios, ese amor hacia Dios, esa dedicación hacia Dios, se viva total, profundamente. Esto es lo que cuesta, porque a nosotros, al principio, precisamente debido a los bloqueos del inconsciente y a la falta de desarrollo de nuestra mente y de nuestras facultades, nos parece que en un momento dado nos entregamos del todo a la oración y en realidad estamos utilizando una mínima parte de nuestro psiquismo; no disponemos de nuestro interior y consiguientemente no podemos hacer la oración profunda, total; oración que tiene un poder enorme de transformación. Es preciso que uno se purifique, que se limpie. La primer fase precisamente del trabajo espiritual consiste en un período de purificación gracias al cual va haciéndose más apto para poder expresar con todo su ser su anhelo de acercamiento a Dios. Y esa purificación se hace exactamente del mismo modo que en otros capítulos he expuesto.
Se ha dicho que la oración es otro sacramento, y en realidad, diríamos, es el eje de todos los sacramentos. Los sacramentos, desde el punto de vista cristiano, tienen un poder por sí mismos, el de infundir la gracia por su propia naturaleza. Desde el punto de vista psicológico lo que permite el desarrollo de nuestro nivel superior, lo que produce esta movilización interna de energías, esta purificación, esta transformación, es precisamente la oración, o la actitud de oración. Oración que no ha de consistir en nada mecánico, sino que sale del corazón, espontánea; oración que surge cuando uno siente y expresa con toda el alma el anhelo que tiene de algo total; es el mismo espíritu del niño que, impulsado por una maravillosa espontaneidad se lanza en brazos de su madre. Muchas personas se quejan de que no saben hacer oración o de que no pueden. No pueden porque están encerradas dentro, necesitan romper la muralla y esto requiere una nueva actitud, que al principio cuesta conseguir. Estamos acostumbrados a pensar y a resolver las cosas de mente para abajo; y las cosas más importantes las resolvemos dentro de la mente. Salir fuera de la mente nos cuesta mucho, y precisamente es la condición indispensable; dejar aparte mis ideas, mis costumbres, mis hábitos y lanzarme todo yo a expresarme -si es preciso en voz alta para romper el molde que constriñe nuestro interior- hacia fuera dirigiéndome a este no-yo absoluto que es Dios.
Cuando se hace verdadera oración se moviliza primero el nivel afectivo. Hay que esforzarse en mantenerlo en esa dirección -a pesar del ritmo de vaivén que tienen todos nuestros niveles personales; y entonces, cuando se logra superar la inercia trabajando incesantemente, se va produciendo lo que denominaremos el «sobreesfuerzo» dentro de la línea afectiva, que efectúa una limpieza de las represiones del subconsciente.
La oración produce además un efecto de perfeccionamiento de la mente que consiste en una disposición interior por la que mantenemos la mente siempre en línea recta hacia Dios. Aunque pensemos en otras cosas, aunque hablemos y trabajemos, que persista la idea de Dios en mí, de Dios en nosotros, de la vida como una expresión, como una creación constante de Dios. Especialmente el aspecto de Dios en mí se convierte en un punto fijo, estable dentro de la mente; es la misma idea, la misma noción mantenida en todos los momentos -cuando me ejercito en funciones de tipo elemental, cuando ando, me desperezo, me lavo; cuando siento afecto hacia la familia, cuando bromeo, cuando me manifiesto con cordialidad hacia los amigos, cuando me enfado, cuando estudio, etc.- lo que hace que cada una de estas actividades se vaya relacionando, se vaya integrando alrededor del eje constante que es Dios en mí; se produce pues una progresiva integración de todos los niveles psíquicos, que normalmente andan bastante desajustados y desplazados unos de otros.
La vida espiritual perfecciona, en la medida que es una dedicación total, una expresión de lo profundo y que esta expresión se mantiene constante. Así pues, la vida espiritual, tomada sólo como complemento de la vida material, tiene un gran valor, pero no produce este efecto de limpieza interior. Para conseguirlo ha de ser total, he de darme cuenta de que es más importante Dios que yo, que el mundo, que las cosas, que mis ideas. Cuando me doy cuenta de esta verdad, de que Dios es lo real, la verdad, y no sólo teóricamente, sino que empiezo a vivirlo, a actualizarlo, a mantenerlo siempre presente, entonces cambian todos los valores y surge cada vez más firme esta dedicación interior hacia Dios.
Uno de los problemas que plantea la vida espiritual es que de ordinario yo me formo y acostumbro a una idea de mí mismo en la vida espiritual. Ya tenemos en juego el Yo-idea y el Yo-idealizado; me imagino que para ser espiritual he de ser de este modo o de aquel otro según los libros que he leído o la educación que he recibido. Pero no, la vida espiritual no requiere ningún modelo previo, porque el auténtico modelo lo es sólo como actitud interior, no en las formas en que se manifiesta.
El problema reside en que yo me formo una imagen idealizada de mí mismo, compuesta con los datos que he ido recogiendo, y me esfuerzo en ser de aquel modo. Si el modelo está muy bien elegido, es decir, si corresponde muy aproximadamente a mi verdadera naturaleza, entonces no originará graves problemas; pero si, como ocurre la mayor parte de la veces, este modelo no tiene nada que ver con mi estructura temperamental, con mis circunstancias personales, con mis aptitudes, el modelo lo único que hará será crearme nuevos problemas, porque me estaré esforzando en ser de un modo concreto, cuando mi perfección tiende a fraguar según una forma tal vez muy diferente. Se nos dice que hemos de tomar como modelo a Jesucristo: ¡excelente! Pero ¿qué quiere decir eso? Evidentemente no significará que nos pongamos el vestido que se llevaba entonces, ni que hablemos con el mismo tono que nos parece que hablaba El, ni que estemos citando constantemente textos bíblicos. Es el espíritu el que vivifica, la actitud interior, que después se puede manifestar de cualquier modo, de las formas más diversas. Hemos de valorar esto, no el modelo en tanto que forma exterior, un gesto, unas obligaciones puramente gratuitas. Desde el punto de vista psicológico, mejor no tener ningún modelo. Mientras lo tenga y me esfuerce en serlo, el protagonista será el yo; y la verdadera perfección se adquiere cuando uno no se preocupa de su perfección, sino de Dios.
La perfección consiste en que en cada momento uno haga las cosas del mejor modo posible y no se preocupe de si las ha hecho muy bien o muy mal, sino que, hasta en el momento de obrar, lo más importante sea Dios. Se ha de tener, no obstante, una noción de Dios amplia, rica, profunda. Generalmente, por la educación que hemos recibido, poseemos una noción de Dios sólo afectiva. Y Dios no es sólo alguien a quien debamos amar, con quien nos une una relación sólo de amor. Dios es fuente de energía; por tanto cuanta más energía vivamos, más cerca hemos de sentirnos de Dios. Dios es la fuente de toda verdad, es la verdad; cuanto más consciente vivamos de la verdad de las cosas, más cerca hemos de sentirnos de Dios. Nuestra vida religiosa no ha de adoptar según esto, un matiz puramente afectivo, sino que toda nuestra actividad nos ha de acercar a Dios. Cuando me doy cuenta de que Dios es la fuente de todo lo que conozco, entonces el dedicarme a los negocios, a los trabajos manuales, a cualquier actividad, todo me acerca a Dios.
Hemos de sentir este acercamiento a Dios de un modo interior en todo nuestro psiquismo: a través de la mente, a través del cuerpo, del sentimiento, etc. Es algo que se va produciendo a medida que vamos aprendiendo a practicar la vida espiritual. No importa, pues, que me aproxime más a este modelo o a otro; es algo secundario: si soy perfecto o no, apenas tiene importancia ante el hecho de Dios. Cuando para mí la preocupación total, constante, suprema, sea Dios, viviré enteramente tranquilo. Ahora, sin embargo me estoy comparando constantemente con el Yo-idea y con el Yo-idealizado: y tengo siempre estas vacilaciones, ese examen constante de si estoy o no a la altura del modelo prefabricado.
Quizás estas ideas puedan desconcertar a más de un lector. En rigor encajan perfectamente con cualquier modalidad religiosa que uno viva, son compatibles con todas las devociones particulares que uno pueda tener y con todas las prácticas rituales de cada cual. Pero si dichas prácticas no se realizan con este espíritu, con esta actitud central, aunque me guardaré mucho de decir que no sirvan para nada, sí afirmo que desde el punto de vista psicológico funcionan bastante mal. En la religión hay que distinguir dos aspectos: el aspecto, diríamos, sobrenatural y el natural. El aspecto sobrenatural es siempre producto de los sacramentos y de la gracia que se va mereciendo por las obras buenas que se realizan. Pero el hecho de recibir mayor cantidad de gracia de por sí no sustituye en absoluto a nuestras cualidades naturales. La gracia se adapta a la naturaleza que encuentra. Una cosa son los actos y virtudes sobrenaturales y otra los actos y virtudes naturales. Lo sobrenatural se ejercita y actúa mediante actos sobrenaturales, sacramentos, oración, indulgencias, etc.; lo natural mediante la ejercitación activa, psicológica de las facultades: cuanto más perfeccionemos nuestras facultades naturales, mejor receptáculo seremos para que la gracia pueda expresarse de un modo más directo y más pleno.
En la vida espiritual se pasan momentos difíciles, de sequedad interior, en los que se haría cualquier cosa menos oración, resultando entonces difícil mantener la actitud de dedicación. Son siempre las mismas pruebas que ocurren en el psicoanálisis, etc., los momentos en que van surgiendo las identificaciones profundas que perviven dentro. En tales situaciones uno se siente frío, seco, con desgana. Es preciso saberlo, y conocer que la vida espiritual no consiste en sentir muchas emociones interiores, sino en la disposición interna, en la voluntad, en la actitud básica, esencia de la vida espiritual. En un momento dado sentiré una gran satisfacción, una gran alegría, una gran elevación, pero este sentir siempre está generado al principio en un nivel personal y por tanto es seguro que no es permanente. No hay que confundir sensibilidad con vida espiritual, ni sensibilidad con amor. El amor tiene una faceta puramente personal, egocentrada y que se moviliza en niveles afectivos pero también otra, la faceta superior, el amor auténtico, que no está basado para nada en la sensibilidad, sino que más bien es de voluntad y entendimiento: querer el bien, la adhesión al bien, a la verdad. Persistir en esta disposición, aunque sea fría, seca por dentro, es una garantía de amor auténtico y de que uno marcha por el verdadero camino. Si se mantiene esta actitud mientras perdura la sequedad, al cabo de algún tiempo hará su aparición una nueva fase en que uno vive una paz, una satisfacción y una dulzura que ya no es de tipo emotivo, personal, sino superior.
A medida que la oración hacia Dios se va renovando y profundizando, se va produciendo una limpieza de todos los contenidos y represiones que hay en el interior. En realidad la Vida espiritual, enfocada así, con este aprender a sintonizar con Dios, a serle fiel en cada instante dentro de uno mismo, obrando tal como se ve la verdad, y tal como se la siente, con la mente abierta, serena, clara, es una técnica superior, un trabajo en el que yo me apoyo en mí para ir hacia Dios.


La técnica del sobreesfuerzo

Cuando las energías destinadas a un tipo de actividad se han agotado, pero la actividad continúa, empiezan a utilizarse automáticamente las energías de reserva. Este hecho sirve de base a la técnica del sobreesfuerzo, que también podemos denominar sendero de la abnegada dedicación.
Normalmente, al agotarse las energías disponibles para un tipo habitual de actividad, la persona se siente fatigada y pierde todo interés en seguir con la misma actividad. Pero, si por alguna razón especial no tiene más remedio que seguir realizándola, surgen de su interior nuevas fuerzas que la capacitan para proseguir. Por ejemplo, el viajero que se encuentra perdido en una zona desierta tiene que sobreponerse una y otra vez a la fatiga y sacar fuerzas de flaqueza para seguir andando y, en efecto, esas fuerzas emergen repetidamente de su interior, incluso cuando parece que la persona está ya agotada por completo, y le permiten realizar verdaderas proezas de rendimiento. Pues bien, esas fuerzas de emergencia surgen de la reserva de su inconsciente.
Toda actividad que se realiza de un modo continuado y con toda el alma, conduce a la educación de las energías reprimidas y a la utilización de todo el capital energético del individuo, de un modo semejante a como una dieta muy deficiente en calorías obliga al consumo de todas las reservas de grasa existentes en el organismo físico.
Una vida consagrada en cuerpo y alma al cumplimiento de una misión, al servicio del prójimo, a la investigación científica, a la creación de fuentes de riqueza, es decir, a cualquier actividad superior con una dedicación total y permanente, produce a su debido tiempo la «liquidación» definitiva de todas las cargas inútilmente retenidas en el inconsciente. Pero es también requisito necesario que esa actividad se realice con pleno entusiasmo, con alegría y optimismo, al efecto de que el sobreesfuerzo no produzca efectos contraproducentes en la salud del cuerpo ni en la de la mente.
La rapidez en el proceso de la limpieza interior depende por un lado de la perseverancia en la dedicación, pero sobre todo de la capacidad de entrega interior en cada instante, de la generosidad y entusiasmo que uno sea capaz de poner en cada momento de la acción. Cuanto más profundas sean la energía, la atención, el sentimiento y la voluntad que se vierten en la acción, mayor será su efecto purificador.
Pero no se ha de confundir este modo de vivir intenso, directo y total, manejando en cada momento todas las energías disponibles, con un excesivo esfuerzo físico ni con cualquier clase de tensión. De lo que en realidad se trata es de una plena presencia de toda la capacidad consciente de la persona en cada cosa y en cada momento.
Es obvio que esta técnica es no sólo compatible con cualquiera de las demás que hemos descrito, sino que viene a constituir su más perfecto complemento.


El autocondicionamiento para la neutralización de las ideas negativas

En el capítulo 7 tuvimos ocasión de ver que todas las experiencias comportan, aparte del aspecto sensible -sensación, sentimiento o emoción- y del aspecto reactivo -actitud, acción, conducta- otro aspecto cognoscitivo, intelectual, representativo. Y es este último aspecto el que adquiere un carácter valorativo respecto al sujeto y respecto al no-yo, al mundo.
También hemos visto, al estudiar la mente, que toda acción sigue necesariamente los cauces que le vienen determinados por una idea. La idea o representación mental es la que configura y concreta la energía del impulso y la transforma en una acción determinada. Según son las ideas, así es la conducta.
Por otra parte, las ideas tienen igualmente una importancia decisiva en la determinación del estado de ánimo. Todas las ideas que van a favor de los contenidos positivos del Yo-idea y del Yo-idealizado provocan placer, satisfacción, optimismo, seguridad y confianza en sí mismo. Inversamente, las que van en contra provocan estados de ánimo negativos de depresión o de hostilidad.
Con estos elementos podemos ya entrar en el estudio del condicionamiento producido por las ideas negativas.

EL CONDICIONAMIENTO DE LAS IDEAS.- De la misma manera que somos la suma de todas las experiencias acumuladas en nuestra vida, podemos afirmar también que somos el resultado de todas las ideas acumuladas durante nuestra existencia. En efecto, la valoración que tengo de mí mismo y la de las personas, de las circunstancias, de la vida, es exactamente la resultante de cuantas ideas han ido apareciendo en mi mente en cada experiencia.
Las ideas positivas abren paso y afirman nuestras verdaderas cualidades personales. Las ideas negativas cierran el camino a que podamos tomar posesión de lo positivo en nosotros. Si me han afirmado durante años que soy un incapaz, esta idea negativa ha ido calando, en mi inconsciente de manera que, aunque por otra parte tenga la evidencia de que soy capaz de hacer bien muchas cosas, aquella idea negativa me condicionará a pesar mío y me sentiré en duda permanente sobre mi verdadera capacidad y, de hecho, daré un rendimiento menor del que realmente podría dar.
Toda idea tiende necesariamente a convertirse en la acción que le corresponde. Si yo potencialmente tengo una capacidad de 100, pero mis ideas positivas llegan a 80 y mis ideas negativas tienen un poder de 30, mi rendimiento medio efectivo no podrá sobrepasar el 50 % de mi potencial. Y esto no son especulaciones ni hipótesis, sino hechos exactos. Nos vivimos según lo permiten nuestras ideas.
A lo largo de los años de nuestra vida se han acumulado cantidades ingentes de ideas que se han ido depositando en nuestro subconsciente. Un caudal valiosísimo si se tratara sólo de ideas verdaderas y positivas, pero que suponen un fuerte lastre cuando han sido de carácter negativo. De hecho, lo único que nos impide vivir plenamente nuestra realidad, nuestra fuerza interior y nuestras capacidades no es otra cosa que las ideas negativas que, enquistadas en lo profundo de nuestra mente, bloquean nuestra energía y configuran nuestra actitud y disposición con una restricción y un encogimiento completamente artificiales.
Si pudiéramos neutralizar de un modo definitivo estas ideas negativas que nos están deformando desde nuestro interior, automáticamente se transformaría de tal manera nuestro estado de ánimo, nuestra actitud y nuestra capacidad de acción que nos convertiríamos en las personas seguras, sólidas, optimistas y emprendedoras que hemos soñado llegar a ser. Y al conseguir estos resultados y otros similares no haríamos otra cosa que recuperar lo que en rigor nos pertenece, no sería más que vivir lo que realmente somos.
Esto es, ni más ni menos, lo que podemos conseguir con la técnica del autocondicionamiento o autosugestión. Mediante esta técnica podemos introducir deliberadamente ideas positivas allí donde están las negativas y neutralizarlas por completo.
Pero antes de explicar el modo concreto de proceder, digamos unas palabras acerca de la sugestión en general, ya que este término por lo mucho que se ha abusado de él, suele provocar en muchas personas una reacción de prevención o de desconfianza.

¿SABEMOS REALMENTE QUÉ ES LA SUGESTIÓN?- Esta actitud de menosprecio hacia la sugestión proviene de unos conceptos parciales o erróneos que, desgraciadamente, están muy difundidos y que más o menos consisten en lo siguiente:
a) Se cree que la sugestión implica siempre alguna forma de engaño, pues evoca la idea de que el que se autosugestiona afirma de sí mismo cosas que no son ciertas o quiere adquirir cualidades postizas.
b) Se considera que la sugestión no puede producir más que unos efectos superficiales y efímeros, de modo que aunque pueda provocar cambios momentáneos y estimular el ánimo, como no hace sino cubrir al sujeto con un barniz artificial que no responde al modo de ser del individuo, no puede echar raíces y tener estabilidad.
c) Se teme también, a veces, confiar en la sugestión porque se tiene la impresión de que con ella se entra en un terreno desconocido y misterioso, en el que cabe esperar toda clase de sorpresas desagradables o de efectos peligrosos.
Sin embargo, todos estos prejuicios brotan de la misma raíz: el desconocimiento de lo que realmente es la autosugestión. La primera objeción queda resuelta si decidimos no afirmar más que cosas ciertas y reales. La segunda, que se apoya en la práctica tal como se ha difundido en multitud de revistas y libros de divulgación, queda contestada diciendo que la verdadera sugestión es tan poderosa y tan duradera como los mismos estados negativos que tanto hacen sufrir y que llegan a deformar toda la existencia de una persona, ya que muchos de estos estados negativos no son más que producto de sugestiones negativas, como veremos en seguida. Y la tercera objeción se resuelve mediante un estudio serio de la teoría y de la práctica de la autosugestión.
No debemos menospreciar la sugestión. Gran parte de nuestra vida psíquica está edificada sobre ella. Durante toda nuestra infancia y también después, aunque en grado menor, hemos estado recibiendo sin cesar afirmaciones del ambiente -primero de los padres, maestros y personas mayores que nos rodeaban, y después de multitud de orígenes: libros, revistas, diarios, radio, etc.-, afirmaciones gratuitas sobre los más diversos asuntos, que han entrado en nuestra mente sin que las hayamos cribado con nuestro juicio crítico. Y toda afirmación que no está debidamente demostrada o que no es evidente por sí misma, es pura sugestión. La educación, tal como se suele hacer, no es más que una serie de condicionamientos provocados por sugestiones sistemáticas: «los niños bien educados hacen siempre tal cosa o tal otra», «si no eres obediente no llegarás a nada en la vida», «eres un holgazán, no sirves para nada», y otras cosas por el estilo.
En la infancia porque no teníamos capacidad crítica y en nuestra edad adulta porque sólo en situaciones que consideramos importantes prestamos realmente atención y adoptamos una actitud crítica, el hecho es que es enorme el número de ideas que ha ido penetrando en nuestra mente, con una pasividad completa por nuestra parte. De todas estas ideas no hay duda que muchas serán positivas y corresponderán a hechos ciertos, pero también es evidente que otras muchas son erróneas o negativas. Todas estas ideas tenderán a convertirse en las correspondientes actitudes, estados de ánimo y valoraciones de las cosas y personas. ¿Cómo nos ha de extrañar, pues, que con tanta frecuencia cambie nuestro estado de ánimo sin más ni más, o que nos asalten dudas acerca de nosotros mismos, de nuestras ideas y de nuestra conducta, sin saber el por qué?
Si un día nos detuviéramos a examinar con calma cuáles son las ideas que tenemos sobre los principales aspectos de la vida y en qué medida estas ideas son verdaderamente nuestras, es decir, hasta qué punto las hemos contrastado y reflexionado, descubriríamos con sorpresa que muchas de ellas las hemos aceptado pasivamente y que su fundamento carece de suficiente certeza o evidencia. Lo que no impide que en nuestra vida diaria las defendamos con entusiasmo y que basemos en ellas muchas de nuestras decisiones. Sólo hay que escuchar con cierto espíritu crítico la mayoría de las discusiones que se oyen por doquier. Sea sobre política, economía, religión o simplemente sobre deporte, es asombroso el aplomo y tenacidad con que se defienden tesis o se aducen argumentos sin otro fundamento que cuatro noticias fragmentarias y otras tantas suposiciones. ¡Y cuántos prejuicios sobre el modo de ser de determinadas personas, sea por su lugar de nacimiento o por su profesión, o simplemente- porque han hecho ciertas acciones que reprobamos! ¡Cuántas opiniones, criterios y juicios cuyo único fundamento consiste en que siempre se nos ha dicho, sin más, que tal cosa ha de ser de esta manera y no de otra! Todo esto es sugestión pura. Sugestión involuntaria e inconsciente.
¿Por qué seguir siendo víctimas automáticas de los condicionamientos que todas estas sugestiones (introducidas en nuestra mente sin participación de nuestra voluntad) están produciendo sin cesar tanto en nuestra vida interior como en nuestra actividad externa? ¿Por qué no hemos de coger el mando de nuestro vehículo y determinar con absoluta seguridad adónde y cómo hemos de ir? ¿Por qué no hemos de poder elegir deliberadamente los condicionamientos que creemos más adecuados para nuestra naturaleza y según nuestras legítimas aspiraciones, y determinar así a voluntad nuestro estado de ánimo y nuestra capacidad de reacción?
No lo hacemos simplemente porque no se nos ha enseñado que esto puede conseguirse. Hemos leído cuatro anécdotas en las que la sugestión producía aparatosos efectos en algunas mujeres histéricas o hemos visto que se utilizaba en un espectáculo para ridiculizar a los que se prestaban al «experimento» No se nos ha enseñado que la sugestión es el arte de introducir ideas en el subconsciente al objeto de que produzcan los efectos correspondientes en nuestra mente consciente, en nuestro estado de ánimo o en nuestros hábitos de conducta. Y que cuanto más positivas y reales sean estas ideas y cuanto más profundamente lleguen a penetrar en nuestro interior, más contundentes y definitivos serán los resultados. No se nos ha enseñado que con la autosugestión tenemos el medio de transformar de raíz nuestra personalidad, neutralizando todos los bloqueos inconscientes y corrigiendo todos los defectos que hasta ahora nos han impedido vivir nuestra espléndida realidad interior a pleno pulmón.

REQUISITOS DE LA AUTOSUGESTIÓN.- La autosugestión puede producir con toda certeza este condicionamiento positivo y profundo de la personalidad, pero sólo a condición de que esté bien hecha. Que nadie se haga falsas ilusiones creyendo que mediante la sugestión podrá transformarse en un abrir y cerrar de ojos. La autosugestión como toda técnica de acción profunda, es laboriosa. Exige un largo aprendizaje de la técnica y una decisión perseverante a toda prueba. Al igual que las demás técnicas mayores, requiere que, literalmente, uno ponga en ella toda el alma, esto es, que invierta en ella todo su talento, todo su deseo, interés, entusiasmo, energía y perseverancia. Porque solamente con la concurrencia de todos estos factores podrá atravesar la barrera de las resistencias interiores y conseguir que las ideas-semilla lleguen a depositarse en lo más profundo del inconsciente, condición ésta indispensable para su acción neutralizadora.
Los requisitos esenciales que ha de reunir la práctica correcta de la autosugestión o del autocondicionamiento podemos resumirlos en los puntos siguientes:

a) Ha de basarse estrictamente en la verdad positiva. Eso significa que la idea que utilizamos para implantarla en el subconsciente ha de reflejar un aspecto positivo de nuestra realidad: energía, afecto, tranquilidad, iniciativa, etc. Hay que evitar la forma negativa puesto que el inconsciente responde más al sustantivo que al adverbio. Si por ejemplo utilizara la frase «no quiero tener miedo», en el inconsciente se evocaría más fácilmente la emoción del miedo -que precisamente se trata de superar- que la idea de negación significada en las palabras «no quiero...».
Pero además hay que procurar que en la formulación de la idea no haya ninguna contradicción con la experiencia real. Por ejemplo, si yo digo «soy valeroso y decidido» pero mi experiencia me dice que en la actualidad yo no soy nada de eso, aunque las palabras utilizadas tendrían utilidad para el inconsciente, la mente consciente en cambio protestaría por la mentira implicada en la frase y esto podría actuar como contrasugestión. En cambio, si digo «me gustaría ser valeroso y decidido» o «quiero llegar a ser valeroso y decidido», el inconsciente recibe el mismo mensaje y la mente lógica no puede protestar ya que esto está de acuerdo con la realidad.

b) La idea ha de referirse a una cualidad básica. Aunque la autosugestión puede hacerse con cualquier clase de cualidades, es preferible trabajar con una cualidad fundamental, por dos razones: porque al conseguir la cualidad básica obtenemos al mismo tiempo las que de ella se derivan, y porque las cualidades básicas despiertan una resonancia más profunda y más estable, pudiéndose trabajar con mayor efectividad.

c) La idea ha de formularse de un modo simple y claro. Si puede resumirse en dos palabras, no hay que utilizar tres o cuatro. Cuanto más concisión y precisión en la idea utilizada, mayor poder incisivo tendrá. Es necesario que la idea se complemente con la representación mental o imaginación, lo más clara posible, de la forma concreta con que el sujeto se comportaría si tuviera ya incorporada tal calidad.

d) Se ha de trabajar con la misma idea durante un tiempo mínimo de tres meses. El efecto del condicionamiento se refuerza con la repetición. Si se trabajara con dos o más ideas, la eficacia quedaría evidentemente repartida entre todas ellas. El machacar sobre el mismo clavo acelera su penetración. Y esto se ha de respetar de tal modo, que incluso las palabras que se utilizan para expresar la idea a sugerir han de conservarse las mismas durante este tiempo mínimo de tres meses, resistiendo toda tendencia al cambio.

e) La idea sugerida ha de ir acompañada de la resonancia afectiva que aquélla evoca. Este es uno de los requisitos más importantes. La mente consciente, en su actividad normal y por mucho que se esfuerce, no puede penetrar hasta el inconsciente por impedirlo la barrera de las resistencias del sistema de control y censura. Pero una de las formas relativamente fáciles de conseguir esta penetración de una idea hasta el fondo consiste en asociarla a una sensación, a un sentimiento o a un impulso que, como sabemos, siempre surgen de nuestros estratos profundos.
Cuando queremos actualizar en nosotros una cualidad básica, por ejemplo la energía del carácter, la simple idea de esta cualidad despierta en nuestro interior una especial sensación y un sentimiento eufórico de energía. Pues bien, es preciso abrirse a tales resonancias afectivas y aprender a sentirlas más y más. Y al mismo tiempo que se formula la idea quiero tener más energía de carácter una y otra vez, sentir esta resonancia del modo más profundo posible.

f) La representación mental junto con la resonancia afectiva, han de mantenerse vivas durante el máximo tiempo posible. Porque el poder de penetración de la idea aumenta proporcionalmente al tiempo que se consigue mantener la mente en la misma dirección. Y este aumento de penetración no es del orden de una progresión aritmética, sino que más bien parece ser el de una progresión geométrica.
Otros requisitos menos importantes son: la frecuente repetición de las sesiones de autocondicionamiento: por lo menos dos sesiones de 10 minutos al día, y la conveniencia, sobre todo al principio, de repetir la idea en voz alta, aunque no necesariamente fuerte, y con lentitud, para facilitar la claridad de la representación y la evocación del sentimiento.
Las condiciones materiales de esta práctica consisten tan sólo en sentarse cómodamente, pero procurando que la espalda y la cabeza se mantengan en línea recta, y cerrar los ojos. Es conveniente un estado de tranquilidad mental, emotiva y física, aunque evitando el caer en un amodorramiento. Por el contrario, la mente ha de conservarse en todo momento perfectamente lúcida. Quien haya practicado las primeras fases de la relajación general consciente conseguirá el estado ideal sin ningún esfuerzo. Una vez en esta disposición el ejercicio consiste simplemente en ir repitiendo la frase elegida, de acuerdo con todos los requisitos indicados.
Cada cual ha de buscar personalmente cuál es la cualidad más importante que le conviene actualizar en su caso particular. Y una vez encontrada esta cualidad, buscar las palabras concretas que mejor expresan esta cualidad tal como él la concibe. Pero recuérdese que una vez escogida la frase no la ha de modificar, ni aún en el caso de que después crea que le iría mejor otra.
Sólo a título de sugerencia, damos a continuación algunos ejemplos de frases que pueden servir como ideas-semilla para la práctica de autocondicionamiento.

- Quiero tener más alegría y optimismo.
- Deseo sentirme más sólido y seguro.
- Cada vez quiero sentirme más decidido.
- Quiero ser más amable y comprensivo.
- Deseo sentir auténtico interés por los demás.
- Quiero ser más sincero.
- Conseguiré abrirme más al amor.
- Deseo estar siempre tranquilo y atento.
- Quiero que mi mente trabaje bien y más deprisa.
- Yo soy energía.
- Dios es amor desde el fondo de mi corazón.
- Dios es poder desde el fondo de mi ser.

Otras aplicaciones del autocondicionamiento. Ya que estamos estudiando este tema, podemos señalar, incidentalmente, que también puede aplicarse el autocondicionamiento a cualquier situación concreta que uno quiera afrontar con una actitud predeterminada. Por ejemplo, si usted ha de tener una entrevista realmente muy difícil o muy importante, en la que teme no poder actuar con al aplomo y la tranquilidad que tanto le convendrían, entonces puede usted condicionarse previamente para que llegado el momento actúe de modo automático en la forma deseada.
Para ello, cuatro o cinco días antes de la entrevista empiece a practicar el ejercicio siguiente:
Por la noche, cuando ya esté en la cama, visualice o imagine del modo más preciso que pueda, a la persona con quien se ha de entrevistar. Imagínesela con toda claridad gesticulando y hablando tal como si la tuviera delante. Ahora evoque usted en su interior la actitud y el estado de ánimo que más le gustaría tener en el momento de la entrevista. Procure sentir ese estado de seguridad, aplomo y optimismo del modo más vívido posible. Y manteniendo ese mismo estado, véase a sí mismo hablando con su interlocutor. Asocie el estado eufórico con su sensación de estar hablando cara a cara con él. Es preciso que la vivencia sea intensa y sostenida, y también que la imagen de la situación sea clara y real.
Si no puede evocar fácilmente el estado positivo, olvide por completo de momento el personaje en cuestión y busque en sus recuerdos alguna ocasión en que haya tenido tal estado de ánimo de modo particularmente intenso. Dedíquese el tiempo que sea necesario para centrarse en este recuerdo y en la vivencia correspondiente. Una vez lo haya conseguido, procurando mantener la misma vivencia de satisfacción imagínese hablando con la persona de referencia.
Como se ve, se trata de asociar -por el simple hecho de mantenerlos juntos - el sentimiento y la actitud positiva con la imagen concreta de la situación. Esto hay que repetirlo a diario durante cuatro o cinco días. Cuando se encuentre después en la situación real, comprobará que sin el menor esfuerzo y sin necesidad de proponérselo, se encontrará actuando y reaccionando con la actitud eufórica para la que se ha condicionado.
De forma parecida podrá condicionarse para producir en usted en el momento que lo desee cualquier actitud y estado de ánimo que usted mismo haya previamente elegido. Desde el simple hecho de despertarse a voluntad a una hora prefijada, hasta el estado permanente de la más alta elevación interior que uno sea capaz de desear, puede conseguirse con absoluta seguridad, si se trabaja suficientemente en ello. El autocondicionamiento es, pues, la técnica que nos permite llegar a ser los dueños absolutos de nuestros estados internos.


El Raja-Yoga

Vamos a dar a continuación un esbozo de las técnicas seguidas por el Raja-Yoga. La finalidad de este Yoga, como lo es también la de los demás tipos de Yoga, es la de permitir tomar plena conciencia de la naturaleza espiritual del hombre, y junto a ella obtener el estado de plenitud de conciencia de ser, de realidad, de conocimiento, de amor y de felicidad que le son inherentes. Para conseguir este resultado el Raja Yoga nos propone una serie de ejercicios especiales de disciplina mental, destinados a poner fin a la turbulenta agitación que los incontrolados pensamientos producen sin cesar en nuestra mente y a la inevitable identificación de nuestra realidad con cada una de esas formas mentales.
La obra clásica más famosa que resume los varios sistemas de Raja-Yoga es la titulada Los aforismos de Patanjali, que a través de una serie de breves sentencias presenta todo un programa de trabajo interior.
Para emprender con éxito las técnicas de control mental del Raja-Yoga es indispensable que, previamente, se haya alcanzado un cierto grado de equilibrio y de dominio sobre los impulsos físicos, afectivos y mentales, de modo que la vida diaria esté inspirada por principios de higiene física, por una sólida moralidad y por un sincero deseo de realización espiritual. Por esta razón quienes desean seguir el sendero del Raja-Yoga han de pasar como fases previas por las siguientes etapas:

1.- Yama o abstinencias. Viene a ser una especie de Decálogo, es decir de normas de la ley natural; en ella el estudiante tiene que abstenerse de toda clase de actos inmorales, de la mentira, violencia, robo, lujuria, envidia, ambición, etc.
2.- Niyama, u observancias. Se refieren a reglas de higiene fisiológica y mental: cultivo de limpieza de cuerpo y mente; austeridad, alegría, formación personal, pensamiento constante hacia Dios.
Después de estas dos fases que pueden ser sustituidas por las formas Hatha y Bhakta, esto es, por el yoga físico y el yoga devocional -del que hablamos más adelante-, comienzan otras más cercanas ya a la esencia del Raja-Yoga.
3.- Asana o postura correcta. La postura tradicional para la práctica del Raja-Yoga es la conocida Postura del Loto o Padmasana. Se trata de adoptar una postura estable que no obstruya la energía circulante. En otras etapas más elevadas el Asana se refiere más bien a posturas psíquicas, es decir, actitudes. Además de la del Loto, se utiliza también el Siddhasana o el Sukkhasana. Pero los occidentales que no practican el Hatha-Yoga pueden realizar los ejercicios del Raja-Yoga sin mayor obstáculo, sentados en un sillón, con tal que se consiga reunir estas dos condiciones: una perfecta comodidad que permita mantener la postura de modo confortable durante una media hora, y que el tronco y la cabeza queden erguidos en línea recta.
4.-Pranayama o dominio del ritmo respiratorio. Tiene como fin el manejo consciente de las energías psíquicas. Estos ejercicios respiratorios pertenecen al Hatha-Yoga, y, como todos los anteriores, no tienen otro objeto que preparar mejor para la concentración propia de las etapas que pertenecen ya netamente al Raja-Yoga.1

1. Seguimos en esta exposición el texto del excelente libro de Kovoor T. Behanan, Yoga, a scientific evaluation. Dover. Nueva York, 1959.

Antes de hablar de la quinta etapa es útil señalar el verdadero significado de la palabra «concentración», tan usada en la terminología del yoga. En el lenguaje corriente, concentrarse significa ponerse a pensar con mucha intensidad en un determinado objeto, excluyendo cualquier pensamiento extraño a la materia fijada. Pero, dentro de este área circunscrita, se le permite a la atención manejar innumerables ideas para llegar a la decisión o solución final. Podría definirse como una intensificación del proceso de razonamiento discursivo dentro de un campo limitado. La mente, por un esfuerzo de la voluntad, limita su margen de acción, pero, dentro del círculo elegido, la corriente de conciencia no cesa, pasando de una idea a otra, de un pensamiento a otro. La razón y el intelecto funcionan a su más elevado nivel de eficiencia. Si la atención está dirigida a un suceso externo, entonces el sentido apropiado participa también en el proceso.
Este tipo de concentración, según el concepto occidental, difiere totalmente de la concentración yóguica, como puede comprenderse fácilmente por la siguiente consideración. El objetivo que el yogui se propone al practicar los ejercicios es la completa eliminación de pensamientos, o más bien la de conseguir situarse detrás de los pensamientos, trascendiendo las actividades y fluctuaciones de la sustancia mental o citta. El ideal no se ha llegado a conseguir hasta que los pensamientos quedan suprimidos. Es que el yoga no da importancia a la mente como tal, mirándola incluso más bien como un obstáculo, o mejor, un velo, que oculta al verdadero Yo. Cuando el yogui consigue la supresión de las actividades de la mente por medio de sus ejercicios mentales, se dice de él que se ha realizado a sí mismo. Esta es la «pura conciencia» no empañada por las modificaciones de la sustancia mental, que normalmente se traducen en percepción sensorial, razonamiento, actividad intelectual, etc.
Para alcanzar tal objetivo la mente ha de adoptar una nueva dirección y la concentración ha de ser de un orden completamente diferente al usado en Occidente. Al yogui se le dice que no se apoye en las facultades discursivas, que ignore las cualidades tanto primarias como secundarias del objeto de concentración y que se limite a retener únicamente en la mente la idea desnuda del objeto. La atención se ha de circunscribir a la noción viva, simple, y directa de la intuición, idea, vivencia o percepción sensorial del objeto sobre el que se aplica la concentración.
Veamos a continuación las cuatro etapas siguientes del Raja-Yoga:
5. Pratyahara, o aislamiento de la mente de los estímulos sensoriales.
6. Dharana, concentración o fijación de la mente en un punto.
7. Dhyana o meditación contemplativa, de penetración en ese punto.
8. Samadhi, éxtasis o realización de la identidad entre sujeto y objeto.
No son etapas totalmente diferenciadas entre sí y a menudo en la práctica se superponen unas a otras. No obstante, a los efectos prácticos de su estudio, se pueden distinguir unos rasgos típicos de cada una de ellas.

5. Pratyahara.- El estudiante realiza un deliberado esfuerzo en mantener la mente alejada de toda percepción sensorial -disminuyendo los impulsos o estímulos procedentes de la vista, oído, etc.- y también aislándola de la memoria, de todo recuerdo; y asimismo del razonamiento. Esto constituye el elemento negativo del Pratyahara.
El aspecto positivo se refiere a la atención, facilitada por el estado físico y la pasividad mental inducidos por las respiraciones. La atención se ha de centrar en esta sensación interior lejos de todo lo sensorial. Una actitud mental de tranquila atención, evitando toda rigidez o tensión, «saboreando», por así decirlo, la agradable sensación del vaivén respiratorio y la conciencia de vacío mental. Así, pues, no se trata de una ensoñación mental, puesto que la mente ha de mantenerse en todo momento perfectamente lúcida y despierta, aunque tranquila, como la vela de una llama cuando está quieta.
A medida que uno adelanta en la práctica, surgen nuevas sensaciones en el cuerpo que facilitan esta actitud de recogimiento. Tales sensaciones pueden consistir en hormigueos, vibraciones, sonidos, vivencias de focos de energía en algún punto de la columna vertebral o en el pecho, en la garganta o en la cúspide posterior de la cabeza. Pero estos fenómenos de percepción interna no deben en modo alguno absorber el interés del yogui, ya que son meros puntos de apoyo transitorios para alcanzar este primer paso de la retracción o aislamiento de la mente respecto de los estímulos del mundo externo, y el verdadero interés del estudiante ha de ser afianzar firmemente este silencio interior voluntario para poder pasar inmediatamente a la etapa o fase siguiente. Cuando el yogui constata que su mente es capaz de desprenderse a voluntad de los estímulos externos -e incluso de su recuerdo-, está preparado para iniciarse en la etapa siguiente.

6. Dharana.- La palabra Dharana significa concentración de la mente en un punto. Existen en la práctica varias formas de Dharana, según el punto que se elija, pues lo mismo puede ser una idea, como «verdad» o «Dios», que un estímulo exterior, o una percepción interior que viene del cuerpo, por ejemplo, el movimiento respiratorio, o un estado afectivo, como el amor.
Así, una de las formas consiste, por ejemplo, en tomar como tema de concentración un objeto cualquiera del mundo exterior: un árbol, una silla, una flor. Cualquiera que sea el objeto elegido, no ha de hacerse ningún razonamiento acerca de su forma, tamaño, color, etc.; el objeto se reduce mentalmente a una simple idea y así ha de sostenerse en la mente. La menor desviación del pensamiento hacia las cualidades o relaciones del objeto sólo conduce a una perpetua sucesión de ideas y es esto precisamente lo que el yogui trata de evitar. A pesar de lo estéril que esta modalidad de atención pueda parecer, los yoguis afirman que es enormemente dinámica y que conduce a alcanzar niveles de conciencia más profundos.
También puede tomarse como objeto de concentración algún punto concreto del cuerpo: el entrecejo, la región del pecho o cualquier otra zona donde residen los chakras o centros psíquicos de los que ya hablamos en uno de los primeros capítulos del presente libro.
Puede elegirse también -y ésta es una de las formas que me permito recomendar por encima de las demás-, una cualidad básica de tipo superior: amor, verdad, comprensión, energía, realidad, etc., etc.
Otra forma de practicar el Dharana, utilizada con mucha frecuencia en Oriente para producir el vacío mental, consiste en repetir un sinnúmero de veces alguna palabra o frase sagrada: «OM», «TAT TVAM ASI», «RAM», etc. En estos casos hay que establecer en su repetición un ritmo regular, primero verbal y después tan sólo mental, que induce con la práctica un progresivo silencio de la mente.
Y, por último, otra forma muy interesante de ejercitarse en dharana, es la siguiente: una vez conseguido el estado de tranquilización general inducido por la respiración rítmica y lenta, el yogui se pone a «mirar» tranquilamente la serie de pensamientos e imaginaciones que de un modo automático van pasando por su mente, contemplando cómo vienen y cómo se van, pero sin animarlos activamente y, sobre todo, sin dejarse arrastrar en absoluto por ellos. Pero tampoco ha de inhibirlos o frenarlos. Asistir sin más al vaivén mental como simple espectador desapasionado. Una vez el yogui logra mantener esta actitud -lo cual requiere normalmente varias semanas de práctica diaria-, puede pasar al punto siguiente, que consiste en aprender a distinguir cada vez con mayor nitidez la separación de una idea o de una imagen de la que sigue. Al principio éstas aparecían como un flujo ininterrumpido, sin distinción alguna. Pero ahora está en condiciones de apreciar que cada idea o imagen tiene un comienzo, alcanza una plenitud y después, dejando lugar a otra nueva, se desvanece. Y que entre una idea y otra hay una pequeña pausa, hay un pequeño silencio, hay un minúsculo vacío. Con la práctica, esto se percibe con toda claridad. Y entonces viene la última parte de este método, que consiste en procurar centrarse más y más en estos instantes silenciosos y vacíos, alargándolos poco a poco en la medida de lo posible. Esto permite conectar el foco consciente de la mente del yogui más allá del mundo de formas mentales quede modo incesante perturban su capacidad de percibir directamente la realidad espiritual oculta en el centro de su mente, más allá de toda forma, más allá de toda mutación y de todo devenir.

7. Dhyana.- Cuando esta contemplación se prolonga, entonces se pasa sin más a un estado de interiorización más profunda. Se considera que el hecho de mantener la mente despierta, tranquila y fija sobre algo supone que, no pudiendo permanecer así de un modo estático, ahonda en el objeto, desde niveles más profundos de sí misma. Si el objeto es otra persona, el estudiante empieza a percibirla de modo enteramente distinto, por producirse una especie de inmersión psíquica dentro de aquella persona, llegando a ahondar en su interior por el ahondamiento en el propio interior.
Así pues, esta etapa no se distingue formalmente, en apariencia, de la otra, sirviendo únicamente para diferenciarla de la anterior la mayor duración de tiempo que se logra mantener la concentración. Aunque esto, en realidad, es más importante de lo que a primera vista parece, pues, según lo expuesto antes, significa la entrada en una nueva fase: la profundización.

8. Samadhi o estado extático o de realización de la identidad esencial existente más allá de las formas accidentales del sujeto y del objeto, no es más que la culminación natural del mismo proceso en las fases anteriores. En esta etapa se consigue llegar a realizar la identidad total con lo que yo soy en el fondo de mí mismo.
Se practica insistiendo en la misma dirección, es decir, manteniendo aún más tiempo esta concentración. Hay varios grados y formas de realizar el Samadhi, según que se conserve o no durante la experiencia la distinción de la forma concreta o que, por el contrario, tan sólo quede una conciencia única del Ser, más allá de toda distinción.
A medida que, por la práctica de las técnicas de concentración y meditación, se calan niveles más profundos de uno mismo, se disuelven automáticamente todos los problemas. La fuerza de los conflictos estriba en que van asociados a ideas que han llegado a vivenciarse en experiencias profundas, pero negativas, del sujeto. Si éste tiene vivencias positivas aún más profundas de sí mismo, las otras perderán fuerza. A veces observamos cambios más o menos súbitos en personas que han sufrido un grave disgusto o una inmensa alegría; lo mismo que conversiones más o menos radicales en la conducta. Y suelen achacarse a una gran fuerza de voluntad. Nada más lejano a la verdad; no es asunto de voluntad, sino simplemente se debe a que aquella persona ha adquirido conciencia de un punto de apoyo nuevo y más hondo de sí misma mediante una experiencia profunda, gracias a la cual cobra súbita importancia lo que anteriormente tal vez no la tenía en absoluto y quedan relegadas a segundo plano otras cosas que antes le absorbían. Si creyésemos que cierto cuadro que poseemos tiene gran valor, y un día nos enterásemos de que no es así, cambiaría toda nuestra actitud hacia el cuadro. Algo semejante, aunque en niveles más vitales y profundos, ocurre en estos casos.
En el yoga se trata precisamente de llegar a estas vivencias más profundas de uno mismo, logrando a la vez romper los anteriores condicionamientos negativos de la mente y reestructurarla según ideas positivas sobre el mundo y sobre la vida, pero no de fuera adentro, sino de dentro a fuera, apoyándose en estas vivencias profundas que la práctica yóguica trae consigo.
La ventaja del yoga estriba en que depende por completo del interesado, siendo la única condición requerida que ejecute las prácticas de modo correcto. Y el inconveniente que suele oponerse es que requiere tiempo y tranquilidad, para aislarse cada día por espacio de una hora o tres cuartos como mínimo y así llegar a realizar un trabajo de verdad profundo.


Otras formas de yoga

Por no considerar oportuno extenderme con tanto detalle en la exposición de las demás formas de yoga, me limito a enumerarlas, dando una somerísima idea de cada una, y remitiendo al lector interesado a otros libros dedicados especialmente a estas materias.1

1. Sobre este tema puede consultarse nuestro libro Los Yogas. Técnicas para el desarrollo superior del hombre.

Bhakti-Yoga: Es el yoga de la devoción, del amor a Dios y al servicio del prójimo. Se atraviesan todas las formas del amor, empezando por el amor egocentrado que es el que solemos vivir, hasta llegar al amor altruista.

Jnana-Yoga: Es el yoga del discernimiento, de la sabiduría. Se considera un yoga muy elevado y el más difícil de todos. Trata de captar la verdad de las cosas de la vida, de uno mismo, para desidentificarse de todo y obtener la conciencia personal de sí mismo al margen de cuanto existe y como algo distinto también de las sensaciones, de las ideas y de las imágenes mentales. No es, pues, un camino teorético, según el criterio filosófico de Occidente, sino experiencial, de conocimiento abstracto aplicado progresivamente, siguiendo un redescubrimiento personal de la verdad.
Según la filosofía hindú, se va descartando la noción que tenemos de realidad; a través de la percepción física, lo mismo que a través de las percepciones internas, o del nivel mental. Llegando finalmente a la realidad esencial de uno mismo, en el foco de la conciencia, y pudiendo vivir en él. O, aún más arriba, en la noción de realidad suprema. Es éste el estado de iluminación o de ánimas liberadas vivientes, en el que se percibe de un modo inmediato que no existe más que una única verdad y un solo ser absoluto.

Karma-Yoga: Utiliza la vida activa, con renuncia progresiva al objeto de la acción.
De ordinario, cuando obramos conscientemente, lo hacemos con un fin, queremos conseguir algo. Es precisamente este objetivo el que tiene que cercenarse en el Karma-Yoga. Hay que prescindir del resultado de la acción, sabiendo actuar sin tenerlo en cuenta para nada. Aprender a disfrutar en la acción y consagrar o entregar el resultado a Dios.
Cuando hacemos algo obramos en realidad movidos por un impulso interno, del que no solemos darnos cuenta y sólo percibimos el objeto al que tiende este impulso: así que vivimos más la realidad externa, material, que el aspecto vital interno de la acción. El hecho de renunciar al objeto externo, obligándonos al mismo tiempo a realizar con perfección el acto, permite al sujeto no estar pendiente del resultado, y aprender a tomar conciencia de sus mecanismos, del hecho de actuar; es una desidentificación del mundo exterior y un situarse en el epicentro de la acción, notando el origen de la energía que se expresa a través de las distintas facultades en los diversos momentos, pero siempre como actualización de una voluntad creadora y dinámica, llegando a vivirla como núcleo de la energía vital y foco de conciencia. Y en un grado más elevado, como Dios que se expresa en mí, intuyendo en cada momento lo que debo hacer de modo tan inmediato como si viviera en cada instante la misma voluntad de Dios a través de mí. Es evidente que el grado de conciencia de uno mismo, así como el estado interior que se alcanzan de esta manera, son sencillamente magníficos.

Aparte de estas formas del yoga, existen otras, como el Mantra-Yoga, en que se utiliza el dominio del sonido, externo e interno, y la aplicación del ritmo a determinadas combinaciones de sonidos. El Tantra-Yoga, que emplea el manejo de las energías psíquicas y fisiológicas, etc. Del Hatha-Yoga o yoga físico hablaremos en el capítulo 15.
Todas las formas del yoga, como habrá podido apreciarse, son procesos de progresiva interiorización, y suponen siempre que nosotros tenemos la realidad en el centro de nuestro ser, y que nuestra mente está ofuscada por un funcionamiento deficiente, buscando la verdad fuera, donde no está. En la medida en que la persona vive como verdad cosas que no lo son, no puede encontrar la felicidad, que es plenitud. Por lo tanto, tiene que desandar el camino por medio de la desidentificación, seguir una ruta hacia dentro, neutralizando los mecanismos de la mente y tomando conciencia del foco de energía interior que es el propio yo.

12. ENERGÍA PSÍQUICA Y CONCIENCIA DE REALIDAD

Vamos a estudiar en este capítulo un aspecto sumamente interesante del funcionamiento de nuestro psiquismo. Su interés radica no sólo en las vías que abre para la comprensión de importantes manifestaciones de la mente, sino, de un modo especial, en las consecuencias de orden práctico que se derivan de su estudio, como se verá en seguida.
Hemos visto en capítulos anteriores cómo todas las manifestaciones de nuestra vida psíquica pueden ser estudiadas desde el ángulo de la energía, ya que, en efecto, toda nuestra vida psíquica es una constante descarga de energías. Decíamos en dichos capítulos que cuando la energía se manifiesta a través del nivel afectivo, se convierte en sentimientos o emociones; cuando lo hace a través de la mente, se traduce en interés, curiosidad, y si se expresa en los niveles físico o instintivo-vital, da lugar a uno u otro de los diversos impulsos biológicos: moverse, comer, descansar, etc.
Todas nuestras experiencias son el resultado de la actualización de la energía que, desde nuestro interior, fluye constantemente como resultado de los estímulos. Estímulos que pueden proceder del exterior -personas, cosas, situaciones- o ser producidos por la misma naturaleza dinámica de la energía interior -impulsos, tendencias, necesidades.
En toda experiencia, esto es, en todo fenómeno de conciencia, sea del orden que sea -una percepción sensorial, un sentimiento, una idea, una sensación procedente del cuerpo-, existe siempre una noción de realidad, gracias a la cual tenemos esa evidencia de la realidad de la cosa percibida, de que tal cosa es, de que existe de un modo cierto y real.
Es esta noción de realidad inherente a nuestras experiencias, la que nos va a ocupar de un modo especial en este capítulo.


La noción de la realidad del no- Yo se produce en el mismo sujeto

Toda noción de realidad que tenemos es producto de la energía que se descarga, que se actualiza en nuestra conciencia en el mismo instante de cada experiencia. Sea cual sea la naturaleza del fenómeno de que se trate, sólo hay una fuente de esa noción de realidad, de fuerza interior, de valor subjetivo: nuestra propia energía psíquica actualizada.
Aunque esta noción de realidad es única -siempre es la misma energía interior, aún cuando puede variar el grado de intensidad con que se perciba-, nosotros la aplicamos sin darnos cuenta a cada uno de los contenidos formales de la conciencia, la proyectamos a cada una de las cosas percibidas: la silla, la idea, el deseo, etc., pareciendo entonces que cada una de estas cosas tiene su realidad propia y que es esa realidad propia de la cosa la que nosotros percibimos junto con su imagen o su aspecto fenoménico. Inconscientemente estamos «prestando» la noción de realidad a las percepciones que nos llegan de dentro y de fuera de la mente. Por esto cuando estamos optimistas y eufóricos -esto es, cuanto está circulando mayor cantidad de energía por nuestro consciente- nos interesamos por todas las cosas y todo lo encontramos lleno de contenido y de fuerza. Pero cuando estamos deprimidos o en un estado de gran debilidad orgánica -poca energía circulante- todo lo encontramos hueco y sin sentido.
Es importante distinguir con claridad esta noción de realidad implicada en cada experiencia y poderla separar del aspecto formal de la misma. Cuando sentimos hambre, por ejemplo, el hambre es el aspecto concreto y formal de la experiencia, pero la fuerza y la imperiosidad con que el hambre se presenta, aquí y ahora -y que depende de la cantidad de energía involucrada en el impulso-, es su aspecto de realidad muy diferente de cuando tan sólo pensamos en el hambre.
Todo cuando decimos de la noción de realidad, puede aplicarse igualmente a la noción de todas las cualidades básicas del hombre, tales como: la fuerza interior, la voluntad, la confianza, la energía de carácter, la bondad, la comprensión, la seguridad, la iniciativa, etcétera. Todas esas cualidades, que son el producto directo del contacto inmediato de la energía primordial con nuestras funciones psíquicas más básicas, no podríamos apreciarlas en las otras personas si nosotros no las tuviéramos ya en nuestro interior, ni tampoco podríamos apreciarlas directamente en un grado mayor que el mismo que nosotros tenemos, de algún modo, en nuestro interior.
Por lo tanto y repitiendo lo dicho una vez más, toda experiencia, sea cual sea la naturaleza de su estímulo inicial, tiene siempre lugar gracias a la energía que se está actualizando en mí, y la noción de realidad que siento -sea de mí mismo, o de la cosa exterior-, es producto de esta energía interior; toda la realidad, toda la fuerza de cada momento está en función de esta energía que se está actualizando, que se está manifestando en mi interior. Siempre que veo algo real, algo que tiene una fuerza y un valor, no hago más que percibir mi propia fuerza interior. Las cosas del exterior que para mí tienen fuerza, realidad y valor, no son nada más que el valor de mi propia energía asociada a la imagen que yo tengo en aquel momento del exterior.
Esto parecerá sorprendente a muchas personas porque no se han detenido nunca a considerar con calma tales fenómenos. Y, no obstante, el hecho es claro y contundente. Toda la realidad que atribuyo, por ejemplo, en el cine, a los personajes y a sus diversos estados anímicos, es por completo una aportación mía, es una proyección de mi propia energía y de mis estados anímicos latentes, que se despiertan, que se actualizan de un modo u otro, según sea la naturaleza del estímulo visual de la pantalla y del complementario estímulo del sonido. En la pantalla, en efecto, no hay ninguna clase de vivencia y ni siquiera hay ninguna persona que haga nada, tan sólo hay imágenes, esto es, combinaciones de luz y sombras, y todo lo demás -la fuerza y el vigor de sus personajes, sus estados de ánimo, su carácter, sus sentimientos de tristeza, alegría, angustia, coraje, amor- lo ponemos nosotros de nuestra propia realidad y experiencia interior. Las imágenes de la pantalla actúan a modo de estímulos específicos que provocan en nosotros la respuesta de determinados contenidos psíquicos. Son, en realidad, símbolos que tienen el poder de evocar diversos modos de nuestra realidad interior.
Este fenómeno que aparece claro en el ejemplo citado del cine, se reproduce de hecho en cada una de nuestras percepciones del mundo exterior. La realidad que atribuimos a las personas y sus cualidades, a las cosas y a las situaciones de nuestra vida real, no es otra cosa que el producto de nuestra propia energía interior, asociada a la imagen de tales personas, cosas o situaciones.
Entiéndase bien que, al afirmar que la realidad que atribuimos a lo exterior no es más que la proyección de nuestra propia realidad, no negamos ni ponemos en duda la realidad de las demás personas y la de sus posibles cualidades. Si yo tengo y vivo mi realidad, es seguro que los demás tendrán y vivirán la suya. Como también es probable que tengan las cualidades que yo creo apreciar en ellos. Pero de lo que en todo caso puedo estar absolutamente seguro, es de que, tanto la realidad que aprecio en ellos como sus cualidades, son de algún modo totalmente mías.
Sólo podemos comprender aquello que encuentra un precedente dentro de nosotros. Aquello que provoca una respuesta interior. Y realmente esta respuesta es lo único que entendemos. De no ser así, lo percibido carecería por completo de sentido y de realidad. Volviendo al ejemplo del cine, todo el mundo entiende la trama sencilla del argumento, menos son ya los que captan todos los matices y detalles de un buen artista y muchos menos los capaces de saborear las intencionalidades de un buen director. Y todos sabemos que una película rebosando arte y originalidad, pero que no está a la altura del público, será un fracaso rotundo. Otro ejemplo muy claro es lo que ocurre con el amor. Todo el mundo cree saber lo que es el amor, a pesar de que, muy probablemente, la noción que cada cual tendrá del amor será muy diferente de la de los demás, ya que es el producto de su experiencia personal. Pero es con la luz de esta experiencia -y sólo con ella- con la que mirará e interpretará todo cuanto se refiera al amor en los demás. Una conducta erótica carecerá de fuerza, de realidad para un niño que la contemple, mientras que, en cambio, tendrá pleno sentido y valor para un adulto.
Todas las cualidades internas básicas que seamos capaces de apreciar en el mundo exterior o de cualquier otro modo -personajes imaginarios de novelas, películas, mitologías o simplemente creados por la propia imaginación- son, pues, una proyección a través de la mente de nuestros contenidos psíquicos.
Ninguna cualidad básica: energía, seguridad, fuerza, entusiasmo, amor, voluntad, comprensión, iniciativa, etc., tendría sentido para nosotros, si no la tuviéramos ya en nosotros potencialmente. El poder recibir, comprender, intuir, desear, aspirar a cualquiera de esas cualidades básicas demuestra que la persona la posee, y queda posee exactamente en el mismo grado en que la puede concebir.
Pero es evidente que, en la práctica, no llegamos a vivir cuanto somos, y que, si bien es verdad que tenemos todas esas cualidades que somos capaces de apreciar en los demás, también lo es que algo nos impide darnos perfecta cuenta de ellas, y también, por lo tanto, poderlas utilizar a voluntad. Y esto es lo que vamos a estudiar a continuación.


La energía actualizada, escindida en dos núcleos

Las experiencias puedo vivirlas de dos modos: como protagonista, en tanto que experimento algo mío, o bien puedo vivirlas como espectador, en tanto que percibo algo del exterior. Hay momentos en que lo importante es lo que yo vivo, y otros en los que lo importante es lo que veo, lo que oigo, lo que existe fuera de mí. A veces lo más real es el Yo, a veces, lo es el no-Yo.
Y esto guarda correspondencia con el hecho de que la energía que se actualiza en nosotros gracias a las constantes experiencias, se escinde, se divide en dos secciones, agrupándose en nuestra mente alrededor de dos núcleos o focos, completamente diferentes: el núcleo al que llamamos Yo y el núcleo al que denominamos no-yo, mundo, exterior, etc.
Cuando me enfado violentamente, lo más importante es lo que siento en aquel momento y lo del exterior pasa a segundo término, aunque lo exterior haya sido la causa de mi enfado. Cuando estoy hablando exponiendo alguna idea importante, cuando estoy actuando en algo que implica responsabilidad, cuando he de moverme con energía o precisión, y en fin, siempre que hago algo en tanto que protagonista activo, en aquellos instantes me vivo a mí mismo como más importante y más real que todo lo demás. Todas estas experiencias van registradas y archivadas en mi mente en el núcleo correspondiente al Yo, y allí las encontraré en todo momento, puesto que constituyen mi ser actualizado, mi realidad existencial.
En cambio, cuando contemplo una obra de arte, una puesta de sol, una obra extraordinaria de ingeniería, cuando estoy viendo a una persona a quien admiro por alguna cualidad especial, o simplemente cuando asisto a un interesante partido de fútbol, lo más importante y lo más real para mí en aquel momento es aquello, lo exterior, el aplomo, la fuerza de la persona y su seguridad en sí misma. La vivencia de esas cualidades que ella despierta en mí -vivencia que es por completo mía y que es debida a mi propia resonancia interior- la asocio con la imagen que percibo de tal persona, y creo entonces que es ella quien tiene esa fuerza y demás cualidades, sin darme cuenta de que, por el momento, soy yo quien las tengo, puesto que las experimento, las siento, las vivo. Es muy posible que aquella persona tenga también realmente esas cualidades que le atribuyo, ya que su imagen y su actitud son aptas para despertarlas en mí, pero de lo único que puedo estar seguro es de que eso que siento, lo tengo yo. Sólo que no lo vivo como mío, lo vivo en el núcleo del no-Yo.
Nuestra vida está llena de experiencias en las que la actualización de la energía interna se ha hecho tan sólo a nombre del no-Yo, del mundo. Lo importante de estas experiencias es que no podemos disponer de ellas, puesto que dependen del no-Yo, y nos obligan a depender del estímulo exterior para vivir nuestra propia realidad interior. Es como si, poseyendo yo en propiedad un gran capital, alguien hubiera ingresado inconscientemente la mayor parte de él en un banco y lo hubiese puesto a nombre de otras personas: me encontraría de pronto con que no podría disponer de él, porque creería que no me pertenece.
Hemos ido así distribuyendo sin cesar, durante nuestra vida, fragmentos de nuestra propia realidad con los que hemos revestido las imágenes de las personas, de las cosas y de las situaciones, y nos encontramos después con que experimentamos a estas mismas personas, cosas y situaciones como si tuvieran más realidad, como si fueran más fuertes interiormente que nosotros mismos.


¿Hasta qué punto son normales estos hechos?

Hemos de distinguir dos hechos diferentes:
- El de la proyección al exterior de los valores contenidos en nosotros.
- El de la existencia de los dos focos o núcleos dentro de la mente.

Mirémoslos brevemente por separado.
El fenómeno de la proyección al exterior de los propios contenidos es normal mientras el ser está en proceso de desarrollo. El niño no toma conciencia directa y total de los contenidos que hay en su interior, sino que su aparición se hace de un modo progresivo, gradual, y los impulsos interiores de crecimiento psicológico se expresan casi siempre al principio mediante la admiración por quien ya tiene tal o cual cualidad bien desarrollada. El niño siente admiración por el padre, por sus maestros y, en general, por todas aquellas personas que encarnan ya en una realidad actual lo que en su interior empieza tan sólo a apuntar como proyecto del futuro.
La admiración que el niño siente por el padre, equivale a la suma de las experiencias de fuerza, autoridad, energía, miedo, respeto, valor, protección, etc., que el muchacho ha ido viviendo a través de los años de convivencia con él y que se han ido registrando y archivando en el núcleo mental del no-Yo-Padre del muchacho.
Si el desarrollo psicológico de este niño sigue un curso normal, el núcleo de su Yo irá creciendo y fortaleciéndose gracias a las constantes experiencias vividas activamente como protagonista durante la adolescencia y juventud, hasta que llegará un momento -generalmente alrededor de los 25-30 años-, en el que, sin ningún esfuerzo especial, se incorporarán en el núcleo del Yo los contenidos relativos al padre y que hasta ahora estaban en su no-Yo. En el instante en que tenga lugar esta absorción, el sujeto experimentará una sensación nueva, se sentirá interiormente como si él fuera a la vez «él y su padre». A partir de este momento dejará de depender en su interior de la figura paterna aunque, al mismo tiempo, se sentirá por primera vez plenamente compenetrado con él. Habrá recuperado esa parte de sí mismo que hasta ahora estaba hipotecada a nombre del padre y en lo sucesivo vivirá ya habitualmente con mucha mayor fuerza y solidez interior.
Por desgracia, son muchas las personas que se mantienen toda la vida como eternos niños o adolescentes, con un Yo-experiencia anormalmente débil y pendientes en todo momento de las reacciones del no-Yo, del mundo que les rodea, sin conseguir integrar en la conciencia de sí mismos esa realidad que les pertenece en legítima propiedad.
Son principalmente las personas que en mayor o menor grado se encuentren en este caso, es decir, con un Yo-experiencia débil en relación con su no-Yo excesivamente cargado, las que más podrán beneficiarse de la técnica de integración energética expuesta más adelante.
En cuanto a la existencia de esta dicotomía o dualidad en la mente, hemos de señalar que es, asimismo, completamente normal y que todo el mundo la tiene y conserva durante toda la vida.
Es normal y conveniente que existan los dos núcleos mentales en todos nosotros. Y también es normal, aunque ya no tan conveniente, el que confundamos la realidad con que experimentamos y vivimos el mundo con la realidad que ese mundo externo tiene en sí mismo.
El problema no reside en el hecho de que existan dos núcleos diferentes en la mente -en realidad existen muchísimos más-, sino en el hecho de que no estén coordinados entre sí y que tampoco lo estén respecto a otro centro sintetizador más elevado.
Visto su funcionamiento actual, parece como si el hombre estuviera, en cierto sentido, incompleto, inacabado. Como si estuviera todavía en curso de evolución y le faltara terminar su desarrollo mental.
También señala en la misma dirección el hecho de la dificultad que experimenta el hombre en general en darse cuenta de lo que ocurre en su mente, en tomar conciencia de sus procesos mentales. Precisamente lo que señala la madurez de una persona es su mayor capacidad para ser consciente de cuanto ocurre en su interior y a su alrededor, y de integrar luego, armónicamente, todos los datos registrados.


Las tres principales consecuencias de esta escisión

Son las siguientes:
1ª Limitación a un bajo nivel de la capacidad de autoconciencia.
2ª Establece una dependencia interior respecto al no-Yo.
3a Impide que tanto el sentir como el pensar sean procesos unitarios.

1ª. Limitación a un bajo nivel de la capacidad de autoconciencia.- El primer efecto evidente de esta escisión de la energía total en Yo y en no-Yo es que disminuye la capacidad de sentirse a sí mismo, que limita la fuerza y la realidad de su autoconciencia. La persona se siente más débil, pequeña, poca cosa e incapaz de sentir lo que es en realidad. En esto coincide con el efecto de las represiones en el inconsciente.
Como ya se vio anteriormente, toda experiencia se escinde en dos polos constituidos por una vivencia de sí mismo y una percepción del no-Yo, aunque como hemos visto ahora, la noción de realidad que el sujeto atribuye a ese no-Yo es tan sólo producto de su energía interior. En cada experiencia tiende a predominar la noción de importancia o realidad de uno de los dos polos -según que el sujeto viva la experiencia como protagonista activo o como mero espectador pasivo-. A veces, esta distinción no queda muy clara por el carácter vago y superficial de la experiencia, pero en otras ocasiones el predominio de uno de los núcleos es muy marcado -en las experiencias intensas y en las profundas- lo que se corresponde con el hecho de que la mente se polariza en aquella dirección haciendo pasar a través del núcleo predominante mayor cantidad de energía que en el otro.
Con cuanta mayor energía o fuerza se viva la noción del no-Yo o mundo exterior, menos fuerza o realidad se tendrá en el Yo, ya que la descarga energética que se produce en cada experiencia es única. Por consiguiente, una persona en cuya primera parte de la vida hayan predominado con abundancia fuertes experiencias intensas del no-Yo, tendrá dificultad después para llegar a vivirse a sí mismo con solidez y profundidad. Estas experiencias intensas del no-Yo lo mismo pueden tener un carácter positivo que negativo. En lo que respecta al efecto de debilitación del Yo el resultado será el mismo, si bien en el caso de que sean negativas el sujeto tendrá además mucho más miedo y hostilidad.
Como ejemplo típico del predominio del no-Yo sin que éste tenga un carácter aparentemente negativo está el caso de la madre dominante, pero solícita, que no deja hacer apenas nada al niño por sí mismo. Le evita que corra riesgos, que se esfuerce, que tome decisiones; constantemente le está indicando lo que ha de hacer y cómo ha de hacerlo. De esta manera le impide al muchacho que ejercite sus facultades activas, que desarrolle y fortalezca su Yo-experiencia activo. Otro caso que produce efectos similares es el de los padres que dan una educación severa y rígida al niño. Este se encuentra con que en todo momento tiene señalado de modo preciso lo que ha de hacer. Siempre ha de estar obedeciendo alguna orden, sin alternativas y sin posibilidad de la menor iniciativa. El Yo del muchacho queda encogido, sin posibilidad de desarrollo. Aunque es muy frecuente que ocurra en estos casos que cuando el muchacho llegue a mayor «introyecte», es decir, incorpore a su Yo la imagen, los valores y la energía de su no-Yo -que está constituido principalmente por sus padres en este ejemplo-, y su conducta llegue a ser un duplicado exacto del modo como se han conducido los padres respecto a él.
Como ejemplos de los casos en que el no-Yo adopta formas netamente negativas podemos mencionar el de los hogares mal avenidos en los que con frecuencia el niño tiene que asistir asustado, a escenas violentas entre los padres, o en los que él mismo es víctima habitual de castigos injustos, reproches o violencias. También caen dentro de esta categoría aquellos casos en los que el niño y adolescente es víctima de circunstancias ambientales especialmente duras: muchachos que han tenido que soportar por largo tiempo los peligros e incertidumbres de la guerra; bombardeos, relatos de violencia, muerte súbita de familiares, escasez de alimentos, emigraciones forzadas, etc.
En todos estos casos, en los que la fuerza y el signo de las experiencias del no-Yo inscritas en la mente de la persona son en exceso fuertes o negativas, se produce una marcada deformación en su personalidad. Incluso prescindiendo por el momento de las represiones que tales experiencias provocarán normalmente en el sujeto y de las fuertes repercusiones que las mismas producirán en su Yo-idea -efectos que estudiaremos en el próximo capítulo-, y ateniéndonos tan sólo a las consecuencias producidas en un nivel más primario, como lo es el de las experiencias, podremos observar la formación de una serie de rasgos típicos.
La persona adopta una actitud de supeditación y de auto-limitación que le incapacitan para asumir responsabilidad, para sacar un amplio rendimiento de sí mismo y para convivir en un plano de igualdad con sus semejantes. Se siente inferior a la mayoría de quienes le rodean. Pero es un modo de sentirse inferior que -en el caso de que no existieran las complicaciones de las represiones y del Yo-idea de las que hablábamos hace un momento- no le produciría resonancias angustiosas; sería un sentirse inferior de un modo natural, sin complejos, sin malestares y sin necesitar compensaciones. Tal persona considera perfectamente normal que otros valgan más y tengan más dinero, prestigio y comodidades que él. Es el «perfecto» subordinado, sin envidias ni reivindicaciones de su Yo.
Personas así abundan mucho más de lo que parece y de lo que se pueda creer. Sólo que es raro encontrarlas en ese estado «puro» que acabamos de describir. Normalmente, estas personalidades están revestidas con las reacciones caracterológicas provocadas por los impulsos reprimidos en el inconsciente y las consiguientes deformaciones de su Yo-idea. Este revestimiento caracterológico puede hacerles adoptar las más diversas y contradictorias actitudes y reacciones, aunque todo ello no pasa de ser una capa meramente superficial. La persona que posee un Yo-experiencia débil, por más «poses» de hombre «duro» o de persona importante que adopte, nunca podrá resistir la prueba real del esfuerzo sostenido o de la entereza interior; en el último momento se deshinchará su personalidad ficticia y quedará lo único real: un Yo infantil, débil y asustado.
En cambio, cuando en la fórmula energética del Yo y del no-Yo el primer núcleo está excesivamente cargado en relación con el segundo, da lugar a un tipo de personalidad muy vigorosa, segura de sí misma, que se siente realmente por encima de las demás personas y también por encima de la mayoría de situaciones que a otras personas corrientes las alarmarían. Precisamente el defecto en que incurren muchas veces estas personas es que, por su propia fuerza interior y sin darse cuenta de ello, muestran poca consideración hacia aquellos de sus semejantes que tienen un Yo menos dotado de energía. Tienen aptitud natural para el mando y son muy independientes en sus ideas y decisiones.
Conviene señalar que estas personas, cuyo Yo está muy desarrollado debido a muchas e intensas experiencias reales vividas como protagonistas activos durante su vida, si bien tienen una valoración muy fuerte y elevada de sí mismas, son al mismo tiempo sencillas, sin estar infatuadas de su ser y su valer. Son muy diferentes de aquellas otras que, sin tener un Yo-experiencia vigoroso, y precisamente por no tenerlo, hinchan artificialmente la imagen que tienen de sí mismas, su Yo-idea, creyéndose entonces que son muy fuertes, listas, poderosas, etc., y exigiendo que los demás lo reconozcan también así, de un modo u otro. Precisamente por que no sienten vivir su Yo con toda la fuerza y la realidad que desearían, necesitan apoyarse en la idea de la fuerza y de la realidad. Al no tener la experiencia inmediata de su ser, dependen de las apariencias y del testimonio de los demás. Necesitan estar «demostrando» constantemente sus cualidades y son enormemente susceptibles en todo lo que se refiere a su valor personal.

2ª. Dependencia interior respecto al no-Yo.- El hombre depende del ambiente en muchos sentidos y de muchas maneras. Ambos forman una cierta unidad y en muchos casos no se puede separar claramente dónde termina lo individual y dónde empieza lo social. Lo que siente el joven enamorado que está con su prometida no se puede deslindar de lo que ésta siente hacia él y, en cierto sentido, la única unidad que hay allí es el sentimiento amoroso que les incluye a los dos.
Además, es evidente que el hombre depende del ambiente en sus aspectos biológico, afectivo, intelectual y espiritual, no sólo para recibir del exterior lo que necesita como materia prima para la formación y subsistencia de sus estructuras, sino también como medio en el que expresar sus propios contenidos y elaboraciones, constituyendo en conjunto un constante proceso de intercambio y colaboración.
Pero no es esta clase de dependencia a la que nos referimos aquí al hablar de dependencia interior. Esta dependencia general que acabamos de mencionar es de tipo dinámico, como todo proceso que dimana de los mecanismos naturales de la vida. Es el modo de la constante renovación y recreación de todo lo vivo.
La dependencia particular a que nos hemos de referir en este capítulo como consecuencia de la escisión o dualidad básica de la mente, es, por el contrario, de tipo estático. No es para renovarse, sino para reiterarse. No es el utilizar las cosas para autoexpresarse, sino que es el adherirse a ellas y retenerlas para repetir una y otra vez la misma resonancia interior de energía y realidad que en su día evocaron al ser experimentadas por primera vez.
Se recordará que al estudiar las experiencias profundas explicamos cómo la situación exterior que la persona está percibiendo en el momento de la experiencia queda asociada a la fuerte vivencia interna de modo que dicha situación concreta queda retenida dentro de la mente y condiciona en lo sucesivo la conducta haciendo que la persona tienda a repetir una y otra vez aquella situación.
Mirando ahora este hecho a la luz de lo que hemos explicado en el presente capítulo sobre la escisión de la energía en dos núcleos, podemos ver que cuando en la experiencia predomina la noción de la propia realidad del sujeto -principalmente ocurre en las experiencias en las que la persona es protagonista activa: cuando habla, grita, corre, decide, siente intensamente, piensa o, en fin, expresa algo del modo que sea-, la energía se polariza en el núcleo del Yo. En cambio, cuando en la experiencia predomina la noción de la importancia de la situación exterior -lo que ocurre especialmente si el sujeto tiene en la experiencia una actitud más bien pasiva, receptiva o de espectador-, la energía se polariza en el núcleo del no-Yo. Pero, recordémoslo una vez más, tanto en un caso como en el otro, la energía tiene siempre la misma procedencia interior.
En ambos casos, la imagen de la situación exterior queda fuertemente registrada dentro de la mente y establece en el Yo un condicionamiento de dependencia hacia ella.
Cuando predomina la noción del Yo el sujeto queda condicionado porque la situación concreta exterior sirve de estímulo para renovar esta vivencia de sí mismo, según explicamos detalladamente en el citado capítulo que trata de las experiencias.
Y cuando predomina la noción del no-Yo, el condicionamiento se produce porque es tal persona, cosa o situación la que el sujeto vive como más real o más importante, y es la que le permite sentir esa resonancia interior de importancia y realidad. Resonancia que le parece no podría sentir de otro modo, ya que cree firmemente que dicha fuerza y cualidad es inherente tan sólo a la naturaleza de aquella persona o situación. En este segundo caso dependemos, pues, del no-Yo en el sentido de que necesitamos retener determinadas imágenes del mundo para evocarlas de nuevo y repetir así nuestra resonancia interior de su valor. Al vivenciar la importancia del no-Yo, el Yo se siente partícipe también, aunque en menor grado, de ese mismo valor y realidad.
Esta dependencia particular del no-Yo se produce, pues, por adherirnos, retener y reiterar esos factores externos que han provocado en nosotros experiencias de cierta intensidad y profundidad.
Lo natural de nuestro ritmo vital tendría que ser la tendencia a una constante renovación de estímulos y respuestas, tendría que tender hacia la variedad, el cambio y la originalidad. Nuestra personalidad, como todo lo que está vivo, tiende a una reestructuración y reelaboración constantes. La vida, por definición, es un proceso esencialmente dinámico. Si nuestra personalidad cambia, también deberían cambiar sus manifestaciones. Toda reiteración, toda fijación, y aún más, toda crispación son indicios de una lentificación y de una atonía de nuestro ser, de una cristalización de nuestro cuerpo, de nuestros sentimientos o de nuestra mente. Y si bien la relativa permanencia de las formas -del cuerpo, por ejemplo- nos indica que en ese proceso dinámico general hay unos ritmos más lentos que otros -el cuerpo conserva la permanencia de su forma más tiempo que las ideas o los sentimientos-, ello debería indicarnos tan sólo que en ese universo siempre cambiante hay unos puntos relativamente estables que sirven al hombre de punto de referencia para medir y manejar lo más móvil, del mismo modo que se toma la posición de la Tierra, del Sol o de otra estrella para medir posiciones, velocidades y movimientos de otros cuerpos más rápidos. Nuestras tendencias temperamentales tienen mayor permanencia en nosotros, por ejemplo, que nuestros rasgos caracterológicos; nuestras ideas y valores básicos conservan mayor estabilidad que los estados de ánimo, etc. Pero todo, absolutamente todo cuanto existe, está sujeto dentro de su propio ritmo- a un perenne movimiento de cambio, de renovación, sea en una línea de evolución, de conservación o subsistencia, o de involución.
Al adherirse, pues, el hombre a determinadas cosas del exterior, contraviene hasta cierto punto lo que debería ser su norma natural. Al vivirse a sí mismo de un modo tan limitado, forzosamente necesita apoyarse en el exterior. Lo que no siente de sí mismo en sí mismo lo siente, parcialmente, en el otro, en el no-Yo, en el mundo. La presencia de las personas que nos aman, nos protegen o nos admiran se convierte en el apoyo indispensable de nuestra necesidad de plenitud afectiva; la de las personas fuertes, seguras de sí mismas y poderosas, en el apoyo de nuestra necesidad de plenitud energética; la admiración hacia las personas sabias e inteligentes, en el apoyo de nuestra necesidad de plenitud intelectual, y así sucesivamente.
Nos agarramos a determinadas formas del exterior, no por razones de seguridad -éstas aparecerán después-, sino sencillamente por la fuerza de realidad, por el contenido energético que asociamos a ellas y que queda después asociado a su representación. En cada experiencia no vivimos toda nuestra realidad individual, toda la energía que se ha actualizado. Vivimos como sujeto tan sólo una parte -la que integra el Yo-experiencia- y el resto de esta energía-realidad actualizada la vivimos sólo asociándola al objeto de la experiencia. Y sólo reactivando o repitiendo la misma experiencia volveremos a sentir la parte de realidad asociada al no-Yo. Reteniendo y reiterando, pues, todas las experiencias importantes que tenemos del no-Yo sentimos revivir en nuestro interior una resonancia más plena; sólo así conseguimos reunir el máximo de nuestra propia realidad interior.
Un ejemplo claro lo tenemos en el niño. Necesita de la presencia de sus padres, maestros, amigos mayores, compañeros, juguetes, animales, objetos, etc., es decir, de todas cuantas cosas del exterior han producido en él respuestas energéticas, experiencias de cierta intensidad. El conjunto de todo esto con él mismo forma «su mundo», no ya en un sentido meramente conceptual, sino en el sentido de conciencia de realidad. Una parte de su noción de realidad puede vivirla ya directamente por sí mismo -el Yo-experiencia-, pero el resto la tiene distribuida por «su mundo». Y, al retener ese mundo suyo, está intentando retener con él la noción de fuerza y realidad, inherente en «su mundo», que de otro modo se le escaparía. El niño, pues, se adhiere a las formas del mundo no sólo para sentirse seguro, sino también y en primer lugar, para vivir su capacidad de realidad.
Todos nosotros buscamos como objetivo primordial de nuestra vida la experiencia de la plenitud y de la realidad total. Esta búsqueda tiene lugar, la mayor parte de las veces, de un modo inconsciente y también, casi siempre, a través de objetivos más superficiales: riqueza, poder, ser amado y admirado, sabiduría, etcétera.
Tal como se estructura nuestro psiquismo, según hemos ido viendo hasta ahora, una parte de nuestra realidad total -esto es, de nuestra energía total- la vivimos directamente en calidad de Yo-experiencia; otra parte, queda retenida en nuestro inconsciente por las represiones de toda índole que han tenido lugar durante nuestra vida; una tercera parte queda en estado potencial por falta de los estímulos necesarios para su actualización -ocurre esto principalmente en nuestros niveles superiores-, y en fin, una última parte queda distribuida, a través del núcleo del no-Yo, en todas aquellas imágenes procedentes del exterior que han sido objeto de experiencias más o menos importantes.
Existe otra clase de condicionamiento mental respecto al no-Yo, o si se quiere, otro nivel en el que la mente se adhiere a determinadas formas concretas del mundo exterior.
Nos referimos al condicionamiento producido a partir de la estructura y dinamismo del Yo-idea. Ya hemos visto que el Yo-idea lo constituye el conjunto de representaciones mentales que el sujeto se va formando acerca de sí mismo y cuyo dinamismo tiende a la realización de los contenidos del Yo-idealizado. El Yo-idea junto con su proyección, el Yo-idealizado, se constituyen en el eje de valoración y selección de todo cuanto la persona encuentra en el mundo que le rodea. Por el hecho de que el sujeto se apoya en la necesidad de creerse admirado, aceptado, protegido, seguro, poderoso, inteligente, etc., tiende con toda su fuerza a aceptar y adherirse a cuantas personas, ideas, cosas y situaciones van a favor de tal necesidad y, al mismo tiempo, tiende a rechazar decididamente todo cuanto parece oponerse a dicho fin. La adhesión incondicional a las ideas o imágenes seleccionadas por su carácter reafirmativo del Yo idea, le da al sujeto una sensación tal de seguridad, que le convierte en verdadero esclavo y servidor de tales ideas o representaciones de personas, cosas y situaciones. Esta dependencia llega a ser tan fuerte que cuando le fallan algunas de tales personas o situaciones importantes cae en un estado de inseguridad angustiosa de la que solamente logra reponerse después de numerosas compensaciones o tras un largo período de penosa acomodación.
Esta dependencia dimanante del Yo-idea se instaura en la persona en un estrato más superficial y cronológicamente posterior a la producida en el nivel del Yo-experiencia y que es la que estamos comentando en este segundo apartado sobre las consecuencias de la dicotomía mental. En la práctica, no obstante, ambos tipos de dependencia se superponen y se fusionan dando lugar a fuertes fijaciones de hechos y situaciones producidas tanto por una como por otra motivación.
Sea cual fuere el motivo y la clase de las dependencias que una persona tenga establecidas dentro de sí, en la medida en que consiga aumentar el contenido positivo y la conciencia de su Yo-experiencia, irá adquiriendo interiormente una conciencia de sí mismo más sólida e independiente. Se convertirá en una personalidad vigorosa que no dependerá, para sentir su Yo seguro, de nada exterior, y que tendrá siempre disponible una gran capacidad de energía y de decisión. Elegirá libremente -cosa que antes no podía hacer por sus condicionamientos- aquellas ideas que le parezcan estar más en concordancia con su lógica y su intuición y se adherirá a aquellos valores más representativos de sus experiencias internas y de sus aspiraciones.
Pero todas esas ideas y todos esos valores serán tan sólo un medio con el que expresar los contenidos positivos de su personalidad, una vía de expresión de su Yo, y no puntales o muletas en los que el Yo se apoya para no desmoronarse o para no sentirse angustiado. Empezará a ser sí mismo, de modo consciente y libre. Empezará a poder vivir en función de lo positivo que hay en sí mismo. Sólo entonces podrá iniciar con seguridad de éxito el desarrollo de sus facetas expansivas, esto es, el desarrollo de nuevas dimensiones de su personalidad. Sea en el campo que sea, la solidez e independencia interna del Yo es condición previa indispensable para una acción creadora eficiente, objetiva y perseverante. Lo mismo en la esfera de los negocios que en la de la técnica o en la vida espiritual, si el sujeto no está disponible de un modo íntegro, sólido y estable, no hay éxito completo posible. Hay un dicho no sé dónde que dice más o menos: «El hombre que quiere ser ángel antes de ser hombre, en vez de ser ángel es un iluso». Algunos aprenden las lecciones que hacen madurar la personalidad empujados por las circunstancias y reaccionando inteligentemente en los tropiezos y desengaños; otros, siguen tropezando toda la vida sin mayor resultado que desesperarse y lamentarse por su mala estrella. Dichosos aquellos que tienen suficiente discernimiento para aprender la lección de la experiencia ajena y se ponen a trabajar con ahínco en su consolidación interior, antes de lanzarse a aventuras temerarias con el optimismo ciego de la inconsciencia.
3ª. Impide que tanto el pensar como el sentir sean procesos unitarios.- La dualidad de nuestra conciencia de realidad se proyecta a través del nivel afectivo y del nivel mental, dando lugar a infinidad de problemas y complicaciones artificiales. El sentir y el pensar dejan de ser procesos unitarios, como deberían serlo, y se convierten en procesos dobles. Las cosas se sienten y se valoran simultáneamente, por un lado, según la noción de realidad de sí mismo y de las experiencias asociadas al Yo y, por otro lado, las mismas cosas se valoran según la noción de realidad del mundo que se posee dentro de sí. Cada uno de los dos núcleos se erige en base de un sistema de valores con realidad y sustantividad propia. Cada cosa se piensa y se siente en función de las dos escalas de valores. Y aunque el sujeto suele identificarse en cada momento con uno de ellos, y éste es entonces el que se vive como más real y el que prevalece en su conducta de dicho momento, el otro deja también sentir su presencia en forma de reacciones afectivas y de comentarios, que pueden ser de oposición, de crítica o de reafirmación, según los casos. Es el origen del diálogo interior, que intenta en todo momento satisfacer valores contrarios y armonizar ideas contradictorias. La tendencia a establecer las dualidades como valores absolutos, incapacita a la persona para alcanzar una visión y una experiencia superior de los mismos problemas que la existencia le plantea, sin posibilidad de integrar los términos de todas las dualidades básicas, en una realidad intuida experimentalmente que a la vez los trascienda y los unifique.


¿Es posible llegar a vivir de modo unitario la totalidad de la propia energía psíquica?

Dado que todos los elementos que producen la escisión están dentro de la mente y que igualmente lo está la energía psíquica en todas sus modalidades, es natural que, en principio, sea factible conseguir la total reunificación de las energías dispersas.
Ahora bien, en la práctica, y teniendo en cuenta que tenemos un modo de vivir que no conviene cambiar más que de un modo gradual, esta integración de energías no hay que buscarla-con demasiado ahínco ni producirla de un modo demasiado brusco. Es conveniente que el hombre conserve sus dos núcleos: el del Yo y el del no-Yo, para que pueda seguir viviendo adaptado a sus hábitos mentales y a los de la sociedad que le rodea, como hasta ahora.
Lo que sí es de extraordinaria utilidad y sin ninguna contraindicación es aprender las técnicas que nos puedan conducir al siguiente resultado:

- Transferir cargas definidas de energía del núcleo del no Yo al del Yo. Este es el aspecto práctico aplicable de un modo más inmediato por todas las personas en general, y especialmente por aquellas cuyo no-Yo está sobrecargado de energías en detrimento del núcleo del Yo. La técnica de esta transferencia es la que estudiaremos en este capítulo.

Y para quien pretende conseguir, no ya una normalización de su personalidad, sino un desarrollo muy superior de su conciencia, se plantea otro objetivo:

Tomar conciencia de la fuente de nuestra energía interior y aprender a centrar la mente en dicho punto de un modo estable. Con esto la mente aprende a estar situada más allá de los dos núcleos del Yo y del no-Yo y, desde allí, consigue manejar los contenidos de ambos sin identificarse con ninguno de ellos. Esto es muy laborioso de conseguir y corresponde a la etapa más avanzada de trabajo interior. Lo mencionamos aquí porque se relaciona con la materia que estamos estudiando y porque su comprensión es útil para entender los estados internos a que se refieren frecuentemente algunos místicos y ciertos maestros espirituales de Oriente cuando hablan de la «liberación» o del estado impersonal.


Efectos principales producidos por la reintegración de la energía

Cuando mediante la técnica adecuada que describiremos en seguida se consigue que la energía asociada a determinadas imágenes del no-Yo penetre dentro del núcleo del Yo-experiencia, se producen automáticamente los siguientes efectos:

1.° Aumenta en fuerza y consistencia la conciencia de sí mismo.
2.° Disminuye la fuerza y la presión que el no-Yo, esto es, las personas y circunstancias del mundo ambiente, estaban ejerciendo dentro de la conciencia del sujeto.
3.° Como consecuencia de los dos hechos anteriores se aflojan las tensiones con los consiguientes mecanismos defensivos que estaban en acción.

En efecto, al incrementarse la conciencia del Yo, se produce un aumento de la seguridad y confianza en sí mismo, así como un marcado ascenso de la propia capacidad de acción. Y este efecto, digamos de paso, no es producto de ninguna sugestión ni circunstancia pasajera, sino que es consecuencia de un desarrollo real y permanente del núcleo del Yo. El no-Yo, al mismo tiempo, por restarle energía, se desvitaliza, pierde parte de su fuerza, ya que no debemos olvidar que la fuerza con que vivimos el no-Yo es producto de nuestra propia energía interior y todas aquellas formas del no-Yo que representaban un carácter negativo o amenazante para la seguridad del Yo -personas hostiles, críticas formuladas contra nosotros, circunstancias difíciles, etc.- pierden consistencia y gravedad. El resultado de todo esto es que el sujeto ya no necesita estar tenso y encogido y puede manejar la situación con muchos más recursos y con mayor soltura que antes.


Resumen recapitulativo

Todas nuestras experiencias son el resultado de la actualización de la energía que, desde nuestro interior, fluye constantemente como resultado de los estímulos. Estos estímulos pueden proceder del exterior (personas, cosas, situaciones), o bien, pueden ser producidos por la misma naturaleza dinámica de la energía interior (impulsos, tendencias, necesidades).
Al pasar por las correspondientes estructuras de la personalidad, la energía se convierte en los diversos actos y fenómenos que constituyen nuestra vida psíquica: percepciones, reacciones, impulsos, sentimientos, ideas, acciones, etc.
En todos estos fenómenos de conciencia, esto es, en todas las experiencias, existe una noción de la realidad del fenómeno, una evidencia de que tal percepción, tal idea o tal sentimiento es, de que existe de un modo real.
Toda noción de realidad que tenemos es producto de la energía que se descarga en nuestra conciencia en el mismo instante de cada experiencia. A mayor descarga interior de energía, mayor conciencia de realidad del fenómeno. Por ejemplo, si tengo mucho apetito, es decir, si el impulso del hambre va cargado con mucha energía, esta sensación se impondrá a mi conciencia con mucha mayor fuerza, tendrá para mí mucha mayor realidad en aquel momento que las demás ideas o percepciones que me puedan llegar del exterior. Si estoy a punto de ser atropellado, la enorme descarga de energía que se produce en mi interior en aquel momento (miedo, impulso a vivir) hace que viva aquel peligro con una fuerza y un realismo muy superiores a mi conciencia de la vida ordinaria.
En cambio, si no me doy cuenta del peligro que he corrido hasta después de haber pasado, viviré el hecho con mucha menor intensidad, con menos realismo. Lo que indica claramente que la realidad de la situación no la vivimos por lo que tiene de real en sí misma, sino según la reacción o descarga energética que provoca en nosotros.
Sea el fenómeno que sea, sólo hay una fuente de esa noción de realidad: mi propia energía actualizada.
Aunque la fuente de esta noción de realidad es única -nuestra propia realidad o energía interior-, nosotros la aplicamos sin darnos cuenta a cada uno de los contenidos formales de la conciencia: la imagen de la silla, la actitud del amigo, el deseo de andar, la idea de lo que haré mañana, etc., pareciendo entonces que cada una de estas cosas tiene aquella realidad. Es decir, que inconscientemente estoy «prestando» la noción de realidad a las percepciones que me llegan de dentro y de fuera de la mente. Por esta razón, cuando estoy optimista y eufórico -es decir, cuando está circulando mayor cantidad de energía por mi consciente- me intereso por la gente y las cosas y todo lo encuentro lleno de fuerza y de contenido. Pero cuando estoy en un estado de depresión o de gran debilidad orgánica -poca energía circulante- todo lo encuentro hueco y sin sentido.
Lo mismo que venimos diciendo de la noción de realidad se puede aplicar igualmente a todo lo que son cualidades o estados internos de las personas: fuerza interior, voluntad, confianza, seguridad, bondad, inteligencia, comprensión, optimismo, iniciativa. Cuando nos parece percibir estas cualidades en otras personas -no por deducción, sino por comprensión o intuición directa en realidad estas cualidades vibran dentro de nosotros, están en nosotros, son nuestras, y exactamente las tenemos en el mismo grado en que somos capaces de percibirlas y atribuirlas a los demás.
Esto no excluye, claro está, el que la otra persona tenga realmente esas cualidades que aprecio en ella. Y lo más probable es que realmente las tenga, puesto que su imagen es apta para despertarlas en mí. Pero lo que en todo caso es seguro, es que dichas cualidades de algún modo están en mí, ya que si no fuera así, no vibrarían, no resonarían en mi interior y yo no podría tener entonces noción alguna de su existencia.
Por consiguiente, las cosas del exterior que para mí tienen fuerza, realidad y valor, no son nada más que el valor, la realidad y la fuerza de mi propia energía, asociada a la imagen que yo tengo en aquel momento del exterior.
La energía que se actualiza en nosotros gracias a las constantes experiencias, se divide en dos secciones, agrupándose en nuestra mente alrededor de uno de los dos núcleos: el núcleo al que llamamos Yo -se trata del Yo-experiencia- y el núcleo al que denominamos no-Yo, es decir, el mundo, lo otro, las cosas, la gente, etc.
El significado del primer núcleo me parece que está ya bastante claro y no hace falta insistir. En cuanto al segundo, significa que todos los contactos que establecemos y los conocimientos que adquirimos relativos al mundo que nos rodea se instauran en nuestra mente no sólo por la percepción que nos llega a través de los sentidos, sino también, y de un modo especial, gracias a la respuesta energética de nuestro interior, en virtud de la cual cada percepción adquiere un matiz definido de consistencia y de realidad.
Es muy importante ver con claridad las características y consecuencias del núcleo del no-Yo. Normalmente no nos damos cuenta de que la fuerza que atribuimos a determinada situación del exterior se corresponde con una descarga energética en nuestra conciencia de nuestra propia energía. De manera que la realidad y demás cualidades internas que la persona, cosa o situación evocan en mí -belleza, fuerza moral, inteligencia, gracia, amplitud, energía, etc.- son en primer lugar cualidades que están en mi interior aunque yo las atribuya de un modo exclusivo a las cosas.
Todas las cualidades y energía inscritas en el núcleo del no-Yo, de la mente, si bien forman parte de mi patrimonio psíquico, en realidad no las puedo utilizar a voluntad, puesto que están archivadas a nombre del no-Yo. Necesito evocar la imagen del no-Yo para sentirlas en mi interior. Para sentir, pues, esta parte de mi energía interior, dependo de lo exterior o de su imagen. Por ejemplo, la compañía de determinada persona a quien admiro me hace sentir su grandeza de alma, su bondad y su gran energía. Estas cualidades que siento que ella posee, en realidad resuenan en mi interior y de algún modo son cualidades mías, aunque no las pueda yo vivir como tales porque no están actualizadas en el núcleo del Yo, sino en el del no-Yo. Mientras no integre estas cualidades en el núcleo del Yo, necesitaré siempre la presencia -real o imaginaria- de esa persona para vivir mi resonancia interna del estado de amplitud de miras, bondad y energía.
Es normal en todas las personas la existencia de estos dos núcleos. Y también es normal que nadie se dé cuenta de que el contenido de ambos núcleos le pertenecen por completo en propiedad y que son su realidad total.
Cuando el núcleo del Yo está desarrollado aproximadamente en el mismo grado que lo está el no-Yo y entre ambos existe una relación armónica, la persona vive equilibrada en su contacto con el mundo. Pero cuando el no-Yo se ha desarrollado más que el núcleo del Yo -debido a excesivas experiencias fuertes procedentes del mundo y muy pocas experiencias vividas como agente activo-, entonces la personalidad queda empobrecida e incapacitada para desenvolverse con una actitud de igualdad con las demás personas, y se convierte en una personalidad satélite que necesitará girar siempre alrededor de otras personalidades más fuertes. No obstante, si esta persona aprendiera a transferir energía del no-Yo al Yo, su personalidad quedaría radicalmente transformada y podría llegar a vivir con un ritmo y una amplitud no ya normales, sino muy por encima del término medio de las demás personas.
Otra de las consecuencias de cuanto llevamos dicho es la afirmación de que todo cuanto seamos capaces de ver que existe de un modo u otro, todo lo que seamos capaces de percibir, intuir, presentir, aspirar, desear, sea lo que sea, en tanto que estados interiores, todo podemos actualizarlo, podemos obtenerlo del todo, puesto que todo ello es producto de nuestra propia energía, de nuestras cualidades interiores. Y del mismo modo que es posible transferir energía del inconsciente al consciente, ahora podemos afirmar que también se puede transferir energía del no-Yo al Yo. Y que al incorporarnos esa energía no haremos nada más que integrar en nuestra conciencia personal lo que nos pertenece, recuperar lo nuestro, tomar conciencia de lo que realmente es nuestro ser y nuestra verdad. Y sólo manejando así todas nuestras capacidades conseguiremos llegar a vivir nuestra propia plenitud.


Técnica de reintegración de energías del no-Yo al Yo

Para ejecutar esta transferencia de energías del no-Yo al Yo, es preciso manejar ideas y vivencias, y esto presenta alguna dificultad para el principiante que no está acostumbrado a ello. Manejar estados interiores, en efecto, parece a muchas personas como algo extraño, difuso, vago.- Estamos largamente adiestrados en nuestra cultura occidental para manejar imágenes concretas del exterior y conceptos abstractos más o menos elevados, pero en cuanto intentamos manejar nuestros propios estados interiores, nos hallamos desconcertados y confusos, no sabiendo cómo hacerlo ni por dónde empezar.
Por esta razón, todas las técnicas de control interno requieren una educación especial de nuestra mente, para que aprenda a dirigirse de un modo firme y estable hacia esta nueva dirección interior donde se mueven nuestras vivencias, es decir, nuestras ideas, sentimientos y sensaciones. Es preciso que la mente amplifique su campo de acción, mediante un adiestramiento progresivo y persistente en este sentido, de modo parecido a como se ha visto obligada a hacerlo en otros adiestramientos exigidos por nuestro modo de vida actual, pero que de ningún modo han tenido repercusiones tan importantes para nuestra integridad personal como el que aquí se propone.
Decimos todo esto para que el lector, entusiasmado por algo que parece prometer mucho, no se desanime, si desde el primer intento no consigue ejecutar la técnica necesaria y pierda así la oportunidad de beneficiarse de algo positivamente bueno y provechoso. Y ahora, pasemos a describir esta técnica.
Nuestra mente, en relación con los dos núcleos que venimos estudiando, funciona siempre de un modo intermitente. Cuando tenemos la vivencia intensa del mundo, no sentimos la vivencia de nosotros mismos, y cuando nos llena la vivencia intensa de nosotros mismos no experimentamos la del mundo. Las imágenes del cine cobran realidad mientras no somos conscientes de nosotros mismos en tanto que espectadores, cuando, gracias a la fascinación de una buena realización técnica y artística, nos identificamos totalmente con lo que estamos viendo. En cambio, cuando se enciende la luz, finalizado el espectáculo, recobramos nuestra autoconciencia y entonces automáticamente, la película pasa a un segundo plano de realidad.
La base de la técnica de integración de energías consistirá, pues, en aprender a vivir simultáneamente las dos vivencias. Al mantenerlas juntas, aunque sea tan sólo durante unos breves instantes, por el solo hecho de estar presentes al mismo tiempo en la conciencia, tenderán a asociarse, a integrarse, a unificarse. Y si la mente aprende a dirigir inteligentemente el proceso, su efecto es mucho más rápido y eficaz. Veamos en detalle la forma de proceder:
1.° Seleccionar la cualidad concreta que uno considera como la más importante a adquirir, la más deseable, la que uno considera que le daría mayor satisfacción. Esta cualidad elegida variará según las personas, aunque hay que recordar que conviene seleccionarla entre los valores más básicos y positivos. Podemos sugerir, a título indicativo, algunas de ellas: energía, seguridad, confianza, optimismo, serenidad, sencillez, amor, sinceridad, amplitud mental, iniciativa.
2.° Buscar el estímulo concreto con el que la vivencia de esta cualidad o estado de ánimo se actualiza con mayor relieve y claridad. Puede ser el recuerdo o retrato de determinada persona que encarna dicha cualidad, aunque esa persona pueda ser también un personaje ficticio -para el caso es exactamente igual- como el descrito en una novela o el visto en una película.
3.° Sentado cómodamente en un lugar tranquilo, procurando que la espalda y la cabeza estén erguidas pero sin esfuerzo, procurar evocar el estado o vivencia deseado, mediante la ayuda del estímulo correspondiente: mirar la fotografía, recordar la actitud del personaje, etc. Abrirse interiormente a esa vivencia de modo que se sienta cada vez con mayor fuerza, con mayor claridad. Supongamos, por ejemplo, que la cualidad elegida para incorporarse es la de una firme energía interior. Trataré, pues, de evocar con claridad el recuerdo de la persona que mejor posee esta cualidad de todas mis amistades. La recordaré moviéndose en sus actitudes típicas y sentiré, una vez más, esta gran seguridad y energía que tanto le admiro. Dejaré que esta sensación de su energía resuene en mi interior hasta que la sienta con toda claridad y con toda precisión. Sin duda necesitaré recordarle una y otra vez para avivar y mantener clara esa sensación de su energía. Lo importante es que yo pueda mantener de un modo bien definido esta vivencia de su intensa energía interior. Entonces, una vez conseguido esto, hay que aprender a mantener esta misma vivencia de energía, prescindiendo del estímulo inicial, es decir, prescindiendo de la imagen concreta de la persona. Tan sólo debe mantenerse activa en la conciencia la vivencia, fuerte y clara, de una gran energía interior.
Para conseguir este resultado se requieren normalmente unas ocho o diez sesiones. Tan sólo cuando se ha conseguido esto, aunque no sea más que durante unos pocos segundos, puede pasarse al punto siguiente.
4.° Evocar la vivencia de sí mismo, dejando resonar dentro del pecho la palabra «Yo» hasta que la vivencia adquiera una clara consistencia. Nótese que no se trata de pensar de un modo conceptual en el Yo, sino de despertar ese sentimiento profundo que se siente en la vida cotidiana cuando uno dice: «Yo quiero, yo deseo, yo siento, etc.». Cuando la vivencia del Yo se ha despertado de un modo claro y fuerte, hay que procurar mantenerla en la conciencia durante unos instantes, para lo que es útil ir repitiendo mentalmente: «Yo, yo, yo...».
5.° Ahora que ya se ha conseguido despertar a voluntad y mantener en la conciencia tanto la vivencia del Yo como una vivencia determinada del no-Yo, es necesario aprender a mantener presentes las dos al mismo tiempo. Esto presentará alguna dificultad debido al modo alternante con el que funciona nuestra mente como ya hemos mencionado antes. Al principio, sólo se conseguirá aproximarse a esta simultaneidad pasando con cierta agilidad y delicadeza de la una a la otra, diciéndose mentalmente con calma: «Yo, energía, yo, energía», etc.
Este último paso que estamos comentando puede facilitarse asociando progresivamente ambas ideas. Así puede repetirse mentalmente con calma y evocando las correspondientes vivencias: «Esta energía -la de la otra persona- la siento yo. Esta energía está en mí. Esta energía es mía. Esta energía soy yo».
De esta manera, al unificar ambas ideas, se unifican al mismo tiempo sus contenidos energéticos. Se notará que la última frase cuesta algo más de decir que las demás, pero en cuanto se consiga hacerlo, se experimentará una nueva sensación que corresponde a la nueva experiencia de absorber en el Yo consciente la energía evocada del no-Yo.
El ejercicio en conjunto, cuando se ha alcanzado el pleno dominio de todas y cada una de sus fases, apenas ha de durar más de cinco o seis minutos.
Conviene dedicarse al trabajo de absorción de una sola cualidad, repitiendo el ejercicio completo tantos días como sean necesarios para que todo el valor o la fuerza que contiene el no-Yo respecto a la cualidad seleccionada haya quedado plenamente absorbida y asimilada. Hay que evitar, por lo tanto, el dejarse llevar por el impulso a variar cada día el tema o estímulo de integración.
Cuando se alcanza cierta práctica en esta técnica tal como se ha descrito -pero no antes-, puede acelerarse el proceso de la absorción centrando la atención directamente sobre la vivencia de la cualidad a actualizar, sin necesidad de ninguna fórmula ni de ningún otro proceso intelectual. La atención centrada sobre la vivencia y mantenida así, con estabilidad, aunque sea por muy breves momentos -dos o tres minutos serían más que suficientes para producir una integración completa si se fuera capaz de mantener una atención perfecta sobre la vivencia-, conducirá asimismo en pocas sesiones a un grado muy estimable de crecimiento energético del Yo.
El ejercicio descrito puede hacerse a cualquier hora, pero conviene dentro de lo posible que esta hora sea todos los días la misma. Recordemos que antes de intentar hacerlo en la forma completa, tal como se ha expuesto, es conveniente detenerse los días que sean necesarios para adquirir con suficiente claridad y rapidez lo requerido en el punto tercero.
Este ejercicio, además de los efectos señalados, es también excelente para el control de la mente. Bien ejecutado, no tiene ninguna contraindicación.
Esta técnica que hemos recomendado aquí no es nueva. Ha sido conocida y practicada, siempre con resultados excelentes, por millares de personas desde hace varios siglos, en la India y en el Tíbet. En efecto, este ejercicio en sus líneas fundamentales forma parte de las prácticas prescritas por el raja Yoga y es conocido con el nombre de samyama. Quizás extrañará a muchas personas que estas técnicas, siendo tan eficaces, no sean más y mejor conocidas en Occidente. La explicación de este hecho hemos de buscarla en la particular idiosincrasia de las minorías selectas de Oriente que se han dedicado con una entrega completa al estudio y dominio de las fuerzas de la mente humana. Incondicionalmente han preferido aplicar los beneficios de estas técnicas al perfeccionamiento interior y a la vida mística, con un desprecio total de lo que representa el aspecto material de la vida y aún mayor hacia toda clase de propaganda y publicidad. Pero, evidentemente, las técnicas son operativas por sí mismas y pueden ser aplicadas de modo indistinto tanto en los niveles superiores de la mente (vida espiritual), como en los planos más concretos de la mente personal (vida corriente normal).


Otras técnicas

Existen otras técnicas que conducen igualmente a la integración energética de los dos núcleos de la mente.
Uno de los medios para conseguirla ya lo hemos mencionado, es el simple proceso evolutivo natural. A medida que con el tiempo la persona va madurando psicológicamente -y nos referimos aquí a una verdadera madurez, producto de la plena asimilación consciente de las experiencias de la vida, y no al mero desinterés o apatía, como efecto del envejecimiento-, se verifica de modo progresivo la unificación de muchos de los contenidos energéticos de ambos núcleos. Esto se traduce en una mayor serenidad y en una desidentificación de su autoconciencia personal con varios de los valores superfluos o efímeros del mundo que le rodea.
La vida auténticamente religiosa produce, entre otros, este efecto de la unificación energética. Cuando la persona consigue vivir de un modo habitual con la conciencia de que Dios actúa a través de su personalidad de la misma manera que se manifiesta a través de sus semejantes y de cuantas cosas ocurren en su vida, se produce poco a poco la unificación de los contenidos del Yo y de los del no-Yo en un nuevo núcleo superior situado en la tríada de los niveles superiores de la personalidad, en el que la noción viva de Dios resuelve en una unidad trascendente esa dualidad experimentada en el nivel psicológico.
Queremos mencionar otra técnica, que explicaremos con mayor detalle en la tercera parte, que se refiere a una fase superior del desarrollo de la personalidad creadora, derivada de las prácticas del antiguo Taoísmo y del Budismo Zen. Para darle un nombre más gráfico y familiar, podríamos denominarla Judo mental. En los libros de J. Krishnamurti se encuentran también claras indicaciones de esta técnica.
En esencia, podemos resumir esta técnica como sigue. El hombre vive con una actitud alternante de identificación con el Yo y con el no-Yo. Al hablar con alguien, por, ejemplo, cuando estoy atento a lo que quiero decir, dejo de prestar plena atención a lo que el otro me está diciendo, y cuando presto de veras mi atención al otro dejo de ser consciente por unos instantes de lo que yo quiero decir. Esto escapa muchas veces a la autoobservación general de la gente, porque no distinguen con suficiente claridad los rápidos cambios que efectuamos de una atención profunda a una atención superficial. Cuando se amplía esa capacidad de autoobservación, los vaivenes de la atención se perciben directamente y aparece con gran claridad el intermitente predominio del núcleo del Yo y el del no-Yo. Quizá se verá esto más claro con otro ejemplo. Una persona que está hablando ante un auditorio, se apoya mentalmente en el núcleo del Yo, mientras que quienes la están observando y escuchando con atención se apoyan en el núcleo del no-Yo. Si cualquiera de los oyentes tuviera de repente que subir al estrado y ponerse a hablar, se vería obligado a hacer un gesto de conmutación mental por el que pasaría a apoyarse en el Yo.
Ahora bien, ¿qué pasaría si aprendiéramos a estar simultáneamente atentos al Yo y al no-Yo, apoyarnos a la vez y con la misma intensidad en ambos núcleos? Pues sencillamente que se integrarían los contenidos energéticos de un núcleo y del otro y pasaríamos a experimentar un nuevo estado de conciencia superior con una capacidad totalmente nueva de valoración y de reacción.
Esto es lo mismo que ocurre en las etapas superiores de la práctica del judo. Si estoy pendiente de la llave que yo podría hacer en este momento, descuido o relego a segundo término la vigilancia del contrario y quedo en inferioridad de condiciones. Por el contrario, si estoy atento al menor movimiento del contrincante no permanezco suficientemente a punto para tomar mi mejor iniciativa. Solamente cuando consiga mantenerme despierto por igual respecto a mí mismo y respecto al adversario -esto es, atento y abierto simultáneamente al Yo y al no-Yo-, estaré en condiciones óptimas de acción y de reacción, puesto que tanto la una como la otra tendrán lugar de un modo instantáneo, sin reflexión alguna, dirigidas por la potentísima y fulgurante mente impersonal.
Exactamente el mismo proceso puede trasponerse a cualquier nivel psicológico. Cada situación humana, cada experiencia, es una contraposición del Yo con un no-Yo determinado, que puede resolverse no precisamente en un sentido de lucha, triunfo y fracaso, sino en términos de colaboración y complementación, aceptando con el Yo plenamente abierto la realidad del no-Yo en un proceso de fecundación que dé lugar al nacimiento de un nuevo estado mental intuitivo y creador.


Algunas aclaraciones complementarias

Casi invariablemente al exponer la materia de este capítulo en mis cursos, surgen diversas dudas y objeciones entre los asistentes sobre alguno de los puntos expuestos, sea por la total novedad del tema tratado, sea por chocar a primera vista con las ideas habituales o hasta con la experiencia corriente vivida en un nivel superficial. Por ello creo conveniente responder por anticipado a las preguntas más corrientes que probablemente desearía formularme el lector.

1. ¿Cómo es posible que yo pueda llegar jamás a ser tan inteligente como determinado genio matemático, por ejemplo Einstein, a quien tanto admiro?
-Es cierto que usted puede llegar a actualizar todas aquellas cualidades básicas que es capaz de reconocer y de admirar. Y la inteligencia ciertamente es una cualidad básica. Por consiguiente, usted podrá desarrollar plenamente la misma altura y profundidad intelectual que ve en Einstein. Porque, en realidad, lo único que le permite comprender de un modo directo la inteligencia de este genio es precisamente su inteligencia de usted. Todo cuanto sea inteligible para usted lo es gracias a su propia inteligencia. Y aquello que supere su capacidad intelectual no lo entenderá usted de ninguna manera, no tendrá sentido, se le escapará y ni siquiera sabrá si aquello es o no inteligible. Por esto hay que distinguir muy claramente entre lo que usted sea capaz de apreciar directamente, de ver y comprender por sí mismo de un modo intuitivo -y esto es lo que puede actualizar-, y por otro lado el hecho de creer, pensar o deducir que Einstein es muy inteligente porque dice o hace cosas que usted no puede comprender ni hacer. Lo que es producto de una deducción no es una evidencia directa, no es un reconocimiento inmediato y no entra, por consiguiente, en la categoría de los valores actualizables que hemos indicado.
Además, hay que distinguir entre la cualidad básica, en este caso la inteligencia natural y la cualidad elaborada, o sea la inteligencia aplicada de un modo concreto a un campo determinado. Esta última requerirá la educación o adiestramiento necesario en el campo particular de que se trate, que en el caso que comentamos serán los estudios de Matemáticas, Física, etc. Si bien la inteligencia natural capacita potencialmente para la adquisición de los conocimientos concretos correspondientes, aquélla no podrá nunca expresarse adecuadamente sin éstos.
Si soy capaz de extasiarme ante una obra de arte, no quiere esto decir que por ello sea ya un artista, sino que indica que en mí existe una capacidad artística potencial y que debidamente cultivada, esto es, adquiriendo la técnica correspondiente, podré llegar un día a plasmarla de un modo definido.
Un artista, un intelectual, un financiero, un comerciante, un técnico, lo serán cuando su inteligencia natural se haya adiestrado en la especialidad correspondiente. Pero las cualidades positivas básicas -como son, según hemos visto, la energía interior, la seguridad, la decisión, el amor, la confianza, la cordialidad, la comprensión y muchas otras-, precisamente por el hecho de ser básicas, no requieren ningún adiestramiento especial, ninguna adquisición exterior y pueden ser actualizadas en su totalidad sin otra condición que la práctica de una adecuada técnica de integración.

2. ¿No conducirá esta técnica de absorción de energías y valores en el Yo a una sobrevaloración personal desmedida, a un orgullo absurdo?
-La sobrevaloración personal, el orgullo, es siempre producto de la idea deformada que uno se hace de la propia importancia. Implica asimismo la idea de que los demás tienen un valor inferior al propio. En el orgullo, siempre es el Yo-idea el que se hincha artificialmente.
En la técnica que he explicado manejamos principalmente vivencias y estados interiores, gracias a los cuales el Yo-experiencia se incorpora energías reales. Esto se traduce en una conciencia directa de mayor fuerza y seguridad. Seguridad y confianza que son reales y permanentes. Y, cuando se vive con auténtica seguridad, no hay la menor necesidad de hinchar nada, de aparecer diferente de como se es. La persona se siente segura sin necesidad de compararse con nadie. No hay sobrevaloración, aunque ciertamente hay una valoración más elevada que antes. Pero esto es debido a que en realidad ha subido el valor intrínseco del Yo-experiencia. La persona vive, pues, más próxima a su verdad, más ajustada a sus auténticos valores, el Yo-idea coincide con mayor precisión con el Yo-experiencia, sin lugar ni motivo para desviaciones ni proyecciones mentales de su realidad e importancia. Se apoya cada vez menos en la idea de sí mismo, en la representación mental de su realidad, puesto que ya está viendo en la experiencia de cada momento esta realidad de sí mismo con mayor intensidad y plenitud. De hecho, el único modo de evitar el orgullo -y también la falsa humildad- es vivir y conocer experimentalmente la propia realidad, la propia plenitud, la propia verdad.

3. El hecho de atribuirme a mí mismo la realidad de lo exterior, ¿no me conducirá a un excesivo subjetivismo, a un peligroso desprecio o a una injusta minusvaloración de las personas y cosas que me rodean?
-Cuidado. Fíjese bien, por favor, que no tiene que atribuirse nada. Se trata tan sólo de descubrir la verdad de los hechos y manejar esta verdad de un modo consecuente. Lo exterior tendrá su propia realidad, sea cual sea la que tenga en sí mismo. Lo único que he afirmado es que lo que usted vive como realidad del exterior, precisamente la realidad que usted acostumbra a atribuir a lo exterior, esa realidad le pertenece del todo a usted. Y precisamente cuando usted consiga vivir su propia realidad de un modo pleno e inmediato, empezará a poder ver la plena realidad que tienen las demás personas y cosas. Cuando usted se viva a sí mismo con toda la fuerza, sentirá esta misma fuerza en el interior de las personas, de los animales y hasta de los objetos inanimados. Del mismo modo que cuando usted se siente hueco y vacío, todo lo encuentra igualmente hueco y vacío; cuando usted viva toda la fuerza de su realidad interior, reconocerá lo mismo en los demás, y sólo a partir de entonces empezará realmente a sentir un sagrado respeto hacia cada ser viviente, sólo entonces empezará a valorar a las personas y cosas con su máximo, justo y verdadero valor. Al vivirse usted mismo de un modo directo, inmediato, empezará a poder vivir lo otro, lo exterior, igualmente de un modo directo e inmediato. Únicamente podemos descubrir la realidad íntima de nuestros semejantes pasando a través de nuestra propia íntima realidad.

4. La técnica que usted propone viene a ser una especie de autosugestión, más o menos disfrazada, ¿no es eso?
-No, señor. La técnica descrita no opera por los mismos mecanismos que la sugestión. Precisamente en otro momento hemos tratado la autosugestión y hemos visto que actúa directamente, sin necesidad de disfraz alguno. La sugestión consiste en la introducción en la mente -en especial en la mente inconsciente- de una determinada idea para que produzca ciertos efectos en el estado de ánimo o en la conducta. En nuestro ejercicio, en cambio, manejamos principalmente y de un modo directo vivencias y sentimientos, esto es, cargas energéticas que precisamente tratamos de unificar. Y los resultados que se consiguen con tal técnica son producto de esta fusión real de energías y no de un autocondicionamiento mental. Las ideas utilizadas durante la práctica tienen por única misión el evocar y actualizar en la conciencia dichos sentimientos y vivencias.