13.
LA ADECUADA ACTITUD ANTE LAS SITUACIONES DE LA VIDA. ¿COMBATIR O
ADAPTARSE?
Planteamiento
del problema
En nuestra vida cotidiana nos encontramos en situaciones
en las que es preciso imponer nuestra personalidad y otras en que es
necesario aprender a adaptarnos a determinadas circunstancias, puntos
de vista, etc.
Con mayor o menor frecuencia surge entonces el problema:
¿hasta qué punto es conveniente para mí adaptarme más o hasta qué
punto debería imponer mi modo de
ver y mi voluntad con mayor vigor? Que hay que hacer una cosa y
también la otra está claro. El problema se plantea al querer
precisar hasta dónde debe llevarse cada una de las dos posturas.
La dificultad de resolver acertadamente la cuestión en
la práctica aparece con luz meridiana para cuantos han ocupado y
ocupan puestos de mando, en los cargos y cometidos más diversos, lo
mismo el empresario que el hombre de gobierno, el profesor y el padre
o la madre de familia, etc.
Si uno obra y decide con dureza, comienza a exigir y a ser
intransigente, llega un momento en que él mismo piensa que quizá
pide demasiado, que ha ido excesivamente lejos; vienen las críticas
de los demás y también las
de su propia conciencia.
Pero, si contrariamente, se guía por un criterio de bondad y
comprensión, queriendo hacerse cargo de los problemas de los demás,
tener corazón, ser humano, entonces, más o menos pronto, se percata
de que surge la indisciplina y piensa -a veces con una gran dosis de
razón - que le están tomando el pelo.
Es éste un problema que, en realidad, afecta a todos. Y
tiene unas raíces muy hondas. Hay que buscar sus causas en nuestra
formación, desde nuestra infancia. Dos corrientes completamente
contrarias se han encontrado en nosotros: somos su resultante.
Por un lado, desde niños, se nos ha inculcado la idea y
el imperativo de que para
valer, para ser apreciados teníamos que ser dóciles, cariñosos,
obedientes. Con este criterio, uno merecía la aprobación de los
demás y estaba en paz con su conciencia. Es decir, era un buen chico
si se sujetaba a las órdenes y se doblegaba a la voluntad de sus
padres, maestros y superiores. La formación religiosa presionaba en
el mismo sentido: ser bueno
consiste en amar, en ser dulce, «si te dan una bofetada, ofrece el
otro carrillo», si te ofenden perdona y sonríe. En otros términos,
se nos ha insistido y sugestionado constantemente para que adoptemos
una forma de vida en la que predominan las virtudes pasivas, que me
inclinan a adaptarme, a obedecer, a ceder mis derechos; y no a hacer
mi voluntad, a cultivar mi capacidad de lucha, mi sentido centrífugo.
La fuerza del condicionamiento que esta formación
recibida en el mismo sentido en casa y en el colegio, donde se añadía
la pasividad en el estudio y en la atención, ha sedimentado en
nosotros, resulta tanto mayor cuanto que entonces estábamos vírgenes
todavía de condicionamientos interiores, siendo aquéllos los
primeros que recibíamos. Además, la conducta que se nos señalaba
iba asociada al aliciente de ser éste el mejor medio para ser
aceptados por los que nos rodeaban; y, naturalmente, nosotros, desde
entonces hemos ido incorporándonos este código de la familia y del
ambiente, esforzándonos por cuenta propia para llegar a ser como se
nos proponía, idealizando así los contenidos de la formación
recibida, que se encarnaban en los ejemplos de personas buenas y
santas, hombres que se han sacrificado mucho, que han amado mucho
(identificando, al proponérnoslo, el amor con el sentimiento). Y con
toda nuestra buena fe y nuestra ingenuidad infantil, hemos ido
haciendo propósitos, tomando decisiones en este sentido, es decir,
hemos ido asociando la idea de ser de aquel modo con nuestra
voluntad, sentimientos, afectos, con toda nuestra vida afectiva
profunda.
Si toda la primera parte de nuestra vida está edificada
sobre la base de los valores pasivos, a partir de la adolescencia,
momento en que entramos en contacto directo con la gente adulta, con
la vida, empezamos a observar que lo que se valora es exactamente
todo lo contrario a la pasividad: la iniciativa, la decisión, la
fuerza de voluntad, el empuje, la mayor capacidad de lucha. El que
triunfa es el héroe: la cuestión es imponerse, sea en deportes
(boxeo, tenis, fútbol, alpinismo, etc.), o en conseguir riqueza,
poderío, prestigio. Entonces, como nuestro deseo era ser ya una
persona mayor, nos veíamos adultos sólo en la medida en que
hacíamos lo mismo que ellos. Conseguirlo encontraba en nosotros una
honda resonancia interna, porque queríamos tener personalidad, ser
fuertes y, por lo tanto, la valoración social de la combatividad
favorecía nuestra tendencia a llegar a ser personas seguras,
sólidas, de empuje y firmeza. Todo lo cual ha ido creando un nuevo
condicionamiento contrario al anterior.
Así es como surge del fondo de nuestro psiquismo el
conflicto: quiero ser fuerte, duro, combativo; pero al lado aparece
la formación contrapuesta de nuestra infancia. Y nos encontramos
entre la espada y la pared: en el caso de seguir la tendencia
combativa, sentiremos que traicionamos los ideales primeros; y si
caminamos tras estos ideales, tenemos la sensación de que estamos
perdiendo las mejores oportunidades y nos sentimos frustrados. Esta
coyuntura conflictual se ha ido luego reproduciendo a cada momento en
el transcurso de nuestra vida.
Como se ve, el problema tiene su razón de ser; y, si
queremos funcionar bien, se impone que lo resolvamos. Sin embargo, la
situación queda todavía agravada por los problemas interiores que
cada persona arrastra consigo. Por un lado, aparte de los
condicionamientos contradictorios que acabamos de explicar y que
serían suficientes para establecer el conflicto, nos encontramos con
el problema de nuestra inseguridad, por el deseo del Yo de realizar
el Yo idealizado; tenemos una necesidad interior de llegar a ser
importantes, poderosos, admirados. Además, las ideas reprimidas
surgen en forma de agresividad, queriendo imponer a veces nuestra
voluntad de un modo desmedido; entonces padecemos inseguridad por el
sentido de culpabilidad que nuestro mismo proceder despierta en
nosotros. Así pues, no es ya sólo un problema simple, suscitado por
el encuentro de dos tendencias opuestas, sino que en cada una .de las
tendencias hallan eco otros problemas internos pendientes de
solución; si me manifiesto externamente fuerte y enérgico, me
siento yo a mí mismo como persona sin entrañas, sin escrúpulos,
egoísta, etc., y provoco la crítica o rechazo de los demás; y si
me dejo llevar del corazón, entonces tengo la sensación de que
pierdo hombría, personalidad, valor social, etc., y la tortura que
esto me produce me dificulta al propio tiempo para encontrar mi
actitud correcta.
La
falsa solución
Tal como se halla planteado el problema en la práctica,
la solución que normalmente se adopta es acudir a alguno de los
numerosos dichos que existen, como: «En el término medio está la
sabiduría». El caso es, se dice, actuar evitando los
extremos: ni excesivamente sentimental ni tampoco
muy agresivo.
Ahora bien, escogiendo la línea
del término medio como norma de acción, una cosa es segura: que no
resolveremos nunca el problema; otra cosa también
es segura: que actuando por el término medio, sólo conseguiremos
ser toda la vida eso, un término medio. El término medio nunca
puede resolver por sí mismo el problema, ni interior ni
exteriormente; sólo conduce a la mediocridad. La solución del
término medio es el resultado de una doble huida del miedo que
tenemos a ser demasiado blandos y del miedo a ser duros en exceso. Y,
por ser la resultante de dos actitudes negativas, el término medio
sólo nos proporcionará una capacidad de rendimiento mínimo, nunca
nos satisfará, únicamente nos dolerá menos que provocar un
conflicto grave. En una palabra, escogemos un mal menor, pero no un
bien. Actuar por el término medio, es pues, una solución negativa.
La persona que actúa en virtud del término medio, es
una persona que está totalmente condicionada, es una máquina,
puesto que obra de acuerdo con los resortes
que lleva dentro, buscando siempre la línea de la menor resistencia.
Por lo tanto, su actuación
es la resultante exacta de las presiones de un lado y del otro. No es
una persona libre, aunque se lo crea: el hecho es que su conducta
viene determinada por los factores negativos que obran dentro de
ella. Su actitud es única, no puede ser otra, y esta actitud única
es la del mínimo movimiento. No es ella quien dispone tal actitud,
son las circunstancias las que la determinan. Por lo
tanto, al actuar así, tiene el mínimo grado de
libertad.
Lo importante es darse cuenta del absurdo que supone
tratar de resolver el problema huyendo de los
extremos. Pero también es absurdo actuar
siguiendo los extremos. Hay, pues, que encontrar una tercera
solución.
Es de capital interés ver que nosotros tendemos a
racionalizar nuestras actitudes. Racionalizar
quiere decir querer encontrar unas razones que justifiquen nuestra
conducta o actitud. En realidad, por más que estemos persuadidos de
que obedecemos a tales razones, nuestras decisiones en tales casos
nada tienen que ver con los razonamientos, sino
que son producto, como hemos explicado, de una
resultante mecánica de nuestras presiones psicológicas.
La
verdadera solución
La única posibilidad de solución que existe para este
problema de la actitud correcta, consiste en que la
persona deje de estar pendiente de sus huidas,
que deje de estar condicionada negativamente por este deseo de huir
de algo. Tememos ante nosotros mismos adoptar actitudes enérgicas
por nosotros mismos, debido a que el Yo-idea entonces quedaría
frustrado, porque no seríamos tan humanos, tan buenos, como nos
imaginamos ser; o por el miedo de reacción del ambiente: que nos
juzguen, nos critiquen, o nos consideren unos salvajes o unos
egoístas.
La solución, pues, estriba en que tomemos conciencia
activa, experimental, de toda nuestra capacidad de reacción, que
convirtamos en experiencia nuestra capacidad interior de respuesta,
que aprendamos a tomar plena conciencia de toda la capacidad de
energía, de fuerza, de dureza que existe dentro de nosotros,
contrariando el miedo que normalmente tenemos a esa toma de
conciencia de nuestra capacidad agresiva y, paralelamente, aprender
también a tomar conciencia de toda nuestra capacidad de adaptación,
de encaje, de pasividad inteligente, de comprensión, de
transformación de nosotros mismos. Hay que aprender a desarrollar
todas las posibilidades que duermen dentro. Es preciso convertir en
experiencia nuestras potencialidades. Y sólo cuando nosotros
convirtamos en experiencia, de un modo activo, consciente, todas
nuestras capacidades de acción y de sumisión, de combatividad y de
adaptabilidad, sólo entonces dejaremos de estar condicionados por
estas facultades, al convertirlas en experiencia, al pasar a ser algo
que yo manejo, domino y vivo. Desde ese momento dispongo ya de las
actitudes correspondientes, puedo a voluntad ponerme en una situación
o en otra, no estoy supeditado a tales situaciones y actitudes, y,
claro está, al no encontrarme condicionado por el miedo de una
actitud u otra, puedo disponer libremente de las actitudes y adoptar
con justeza aquella que responde a mi sentimiento y a mi misión
naturales ante cada situación.
En resumen, yo estoy condicionado negativamente por mi
incapacidad de vivir una serie de situaciones, porque si vivo
demasiado pasivo me siento frustrado, menos hombre, poco triunfador;
y si vivo excesivamente activo, me siento algo inhumano, sin corazón.
Y eso me da miedo y huyo de experimentar una actitud y la otra.
Mientras huyo, soy esclavo, estoy condicionado, estoy por debajo de
las cosas, que me llevan a mí y no yo a ellas; son las actitudes las
que me conducen a mí, no yo a las actitudes. Para superar estas
condiciones he de ser capaz de aprender a vivir conscientemente toda
mi actitud de lucha, toda mi capacidad de salir de mí mismo, de
proyectarme hacia fuera; convirtiendo esta postura interior en
experiencia, podré disponer del único medio de expresión de mí
mismo, pues también soy yo todo aquello. Por otro lado debo aprender
a tomar conciencia de toda mi capacidad de adaptación, de encaje, de
comprensión; colocarme en el punto de vista del otro, situarme en el
lugar del otro, como si yo fuera él. Hay que convertir en
experiencia ambas posturas.
Es difícil practicar esto en nuestra convivencia
corriente. Lo es porque tenemos miedo, y es probable que en el
momento en que queramos proyectar con fuerza nuestra conciencia de
lucha, seamos demasiado bruscos y causemos daño. Pero no quiere
decir que por este motivo no tengamos que desarrollarla; sólo
significa que hemos de buscar los medios adecuados para desarrollarla
bien. Se trata, pues, de dar con los medios.
Para el adiestramiento que nos proporcione la solución
deseada, conviene, al margen de nuestra vida corriente, ejercitarse
de un modo especial en el desarrollo de estas dos actitudes.
Desarrollo de la combatividad.-
Buscar el modo de desarrollar primero la
capacidad combativa, vivir con toda la agresividad de que uno es
capaz. No se trata de exteriorizar brutalidad, rudeza, sino de que
interiormente yo viva y sienta mi capacidad de lucha, y que la viva
conscientemente. Para llevarlo a la práctica no es preciso ofender a
nadie; únicamente ponerme en actitud de acción, de modo que pueda
ejercitar toda mi capacidad de lucha. Por ejemplo, hablando, la
capacidad de lucha no consiste en decir cosas desagradables, sino en
proyectar toda mi fuerza interior en lo que estoy diciendo: es la
acción centrífuga de toda mi energía interior.
Las personas jóvenes tienen un medio relativamente
fácil de realizar este adiestramiento cuando se entregan de lleno a
practicar un deporte. Precisamente consiste en eso, en darse del
todo. Puede conseguirse también con un grupo de amigos, aprendiendo
a poner cada vez más energía, a sentirme todo yo en lo que digo. No
hablamos de un apasionamiento ciego. Quiero decir sólo, repito, una
mayor fuerza, la fuerza interior que se lanza a través de mi palabra
o de mi acción, convirtiendo en experiencia mi capacidad de actuar
hacia afuera, sea en un nivel verbal, afectivo, etcétera.
Poseemos una suma enorme de posibilidades de acción, de
recursos que apenas ejercitamos, vivimos de un modo cómodo, fácil
-aunque a veces nos sintamos mártires- respecto a lo que es nuestra
verdadera posibilidad de acción. Normalmente nos desenvolvemos de un
modo encogido, precisamos aprender a movilizar toda nuestra fuerza
como deporte, es decir, no obligados por las circunstancias, sino
como ejercitamiento deliberado.
Desarrollo de la receptividad.-
Por otro lado cultivar la actitud receptiva.
Nunca estamos receptivos. Incluso cuando soñamos, cuando nuestro
pensamiento o imaginación divaga, aunque en este caso no estamos
activos, tampoco enteramente receptivos.
Cuando escuchamos o leemos, no escuchamos o leemos del
todo; a la par estamos haciendo otras cosas: o nos movemos, o
comparamos lo que se dice con mil ocurrencias por asociación de
ideas e intencionadamente, o pensamos en lo que hemos de hacer
próximamente, etc. Siempre haciendo, haciendo algo corporal o
mentalmente; no aprendemos a estar del todo escuchando, del todo
percibiendo, del todo comprendiendo. Cada cosa que hacemos, cuando
estamos tratando de comprender algo, es una aplicación de la mente
consciente o inconsciente, por lo tanto es una parte de la mente la
que distraemos en perjuicio de la plena comprensión del objeto.
Si aprendiéramos a escuchar, a estar receptivos,
aumentaría prodigiosamente la cantidad de datos que ya poseemos, y
aumentar los datos correctos equivale a aumentar la capacidad de
pensar. Nosotros pensamos, según los datos de que disponemos. A más
datos, mayor riqueza y mayor extensión tendrá el pensamiento. Y
cuando se aprende a mantenerse receptivo, se perciben no sólo las
palabras, sino muchas cosas más, porque la propia sensibilidad se
convierte en elemento receptor, los ojos y los oídos por de pronto,
pero además toda la sensibilidad; se captan matices que de otro modo
escaparían por completo a nuestra percepción. Así se pueden
incluso apreciar matices tan hondos de nuestro interlocutor, como la
intencionalidad con que nos habla, etc. No me refiero a deducir la
intencionalidad u otros matices, sino a percibirla de modo directo; o
su estado de ánimo, que sólo puedo conocer a través mío, si mi
ánimo está dispuesto, libre; únicamente entonces registrará las
variaciones que proceden de fuera, y todo mi organismo sensible se
convertirá en un elemento receptor que me proporcionará datos sobre
el modo de ser profundo de las personas, aumentando mi capacidad de
discernimiento. Incluso llegarán noticias a través de nuestras vías
inconscientes. Si todo yo no estoy atento a lo que recibo de fuera,
no podré discernir esos mensajes que suben de mi inconsciente y de
mi sensibilidad infraconsciente. Pues si he de actuar meramente de
acuerdo con lo que perciben mis ojos, no alcanzaré muy lejos, pues
vivimos acostumbrados a la ficción; las palabras y los gestos de la
gente son muchas veces una máscara que nos oculta su más íntimo y
verdadero sentir. Podemos aprender a percibir esas dimensiones
abriéndonos interiormente, manteniéndonos del todo receptivos por
dentro.
En Occidente no se ha valorado apenas la capacidad de
comprensión; por el contrario, la vida que se desarrolla en
Occidente nos propone siempre como prototipo el hombre mesodérmico,
el hombre de acción, triunfador, que más bien tiende a cultivar los
medios de acción, de iniciativa, de entusiasmo. Y todo lo que
pertenece a la esfera de la sensibilidad propende más bien a
relegarlo a un segundo plano, del que a lo más se ocupan los
artistas. En Oriente no ocurre así: al menos hasta el presente, ha
sucedido todo lo contrario. Se ha desarrollado más la capacidad
receptiva, y la activa se ha descuidado casi por completo.
Los orientales tienen cosas muy buenas. Por ejemplo,
dicen: aprende a estudiar la Naturaleza, a conocerla, a comprenderla,
a adaptarte a ella, a seguirla, y en el momento en que tú armonices
con la Naturaleza, toda la Naturaleza estará trabajando a tu favor.
Lo que trasladado a un plano personal, se traduce así: aprende a
conocer a la persona, a comprenderla, a aceptarla, a adaptarte a
ella, a seguirla; y automáticamente tendrás a tu favor por entero a
esa persona.
Si yo encontrase a alguien que del todo me comprendiera,
me aceptara y me siguiera, desde ese momento desaparecería para mí
toda posibilidad de oposición ante dicha persona, que neutralizaría
mi capacidad defensiva y me encontraría totalmente indefenso en sus
manos. Claro está que cuando empezase a actuar de un modo diferente,
yo reaccionaría, pero al menos durante un instante estaría inerme
ante él. Aquí reside precisamente la fuerza de la seducción: la
mujer seductora no es que tenga un atractivo puramente sexual; la
verdadera mujer seductora atrae porque hace ver, en este caso
artificiosamente, que le comprende a uno, que está de acuerdo con
él, que siente lo mismo que él, que encaja perfectamente con él,
por consiguiente, uno se encuentra indefenso.
Otra forma de cultivar la receptividad es escuchar
música. No como hacemos corrientemente, estando pendientes del
director, oyendo mientras voy pensando en mis asuntos, convirtiendo
la música en decorado de fondo, sino aprender a centrarse, a
dedicarse a escuchar música como un ejercicio. Aunque el sonido
musical procede de los instrumentos, nosotros la oímos dentro. Y se
da el caso de que apenas nunca estamos dentro al oírla. Dejar que la
música resuene dentro, colocarme allí, donde la oigo: cuando se
consigue hacerlo así, el modo de oír y sentir la música cambia por
completo. En el momento en que una persona consiga encerrarse por un
instante en ese punto interior y escuchar desde él, notará un modo
nuevo de sentir y comprender la música como jamás había
experimentado antes; entonces la percepción será actual,
instantánea, total: no yo y la música, sino la música como
experiencia total.
El mismo adiestramiento se puede realizar usando otros
medios. Cuando, por ejemplo, escucho a una persona, aprender a ser
todo oídos, centrarme en lo que llega hasta mí. El mejor modo de
percibir no consiste en salir en busca de la percepción, sino en
dejar que la percepción me llegue hasta el fondo, manteniéndome en
completa pasividad interior y exterior. Si estamos tensos para
escuchar, el mismo esfuerzo que se está produciendo disminuye la
capacidad de recepción.
Seamos del todo receptivos cuando llegue el momento, no
medio activos, medio receptivos: relajemos mente y cuerpo, como si
miráramos desde lejos.
Tenemos miedo a escuchar, miedo a entregarnos a
cualquier cosa o persona, y el resultado es que nunca hacemos nada
perfectamente bien. Afirmo que tenemos miedo de escuchar, porque
cuando, por ejemplo, yo hablo, estoy siempre tan pendiente de
convencer de mis ideas, o de buscar una salida airosa, o la
oportunidad de lucirme con una ingeniosidad que sorprenda a los
demás, que esto mismo me impide dedicarme a escuchar. Si escuchamos,
hagámoslo del todo, y sólo cuando comprendamos bien a nuestro
interlocutor, podremos argumentar con éxito.
El miedo a ser receptivos del todo tiene por base el
temor a dejarnos convencer. Tememos abandonar nuestro punto de vista;
estamos identificados con lo que queremos imponer, y nos mantenemos
al acecho de que el otro termine de hablar para decir lo que ya hemos
preparado. Las conversaciones se convierten en una serie de luchas
estériles, inútiles.
Examinemos una discusión y veremos que en el 99 por 100
de los casos se discute para aclarar malentendidos, que se evitarían
si la actitud receptiva fuera correcta y se iría directamente a lo
esencial del asunto. No basta escuchar las palabras, hay que escuchar
a la persona; y sólo podemos escucharla a través de nuestra propia
persona. Exclusivamente entonces, cuando yo comprendo a aquella
persona, puedo contestar al argumento central que es la persona de mi
interlocutor, es decir, al sentimiento o idea escondido detrás de
ella, a la verdadera razón, a la verdadera motivación de su mente.
Logrado esto, habremos hallado a la vez la forma de entendernos en
seguida.
La única posibilidad de transformar a otro es partiendo
de su modo de ser, no del mío. Por lo tanto, antes es necesario
comprenderlo. Con la comprensión de su punto de vista no pierdo yo
nada, y ensancho mi capacidad de percepción, mis puntos de vista: me
enriquezco cada vez que comprendo a alguien. Pero normalmente no lo
vemos así, por el puro temor a quedar sugestionados, a ser
engañados. Sólo cuando he comprendido lo que me dicen y a la
persona que me habla, viene el contrastarlo con mis puntos de vista,
y del contraste surgirán entonces las palabras justas, adecuadas,
exactas, que, siendo más breves, obtendrán el mejor resultado en
cada caso.
Aumentar la capacidad de comprensión y de recepción
enriquece sorprendentemente nuestra personalidad interior y es, por
otra parte, como reforzar la eficacia de todos nuestros medios de
expresión.
Veremos también que en el caso de las situaciones más
difíciles, las que mencionábamos de tomar decisiones, cuando uno se
siente interiormente capaz de adoptar actitudes fuertes, violentas
sin esfuerzo, porque las domina y maneja, y cuando desde dentro es
también capaz de adaptarse y acomodarse plenamente al punto de vista
ajeno, ha desaparecido el problema de cuál será la actitud que
conviene adoptar, puesto que, al estar
todo yo disponible, abierto, receptivo, inmediatamente surgirá la
respuesta más acorde con la situación concreta, sin pros ni
contras, como resultante inmediata de las
cualidades positivas. Ha desaparecido el problema de hasta qué punto
he de ser más exigente o más condescendiente: la persona es
entonces toda la gama armónica, y reacciona con la nota de la escala
adecuada a cada situación, que brota espontáneamente, sin que se
experimente ningún sentimiento de frustración.
14.
LOS FUNDAMENTOS BÁSICOS DE LA RELACIÓN CONSTRUCTIVA INTERPERSONAL
La
relación inarmónica. Sus causas
La relación humana es un campo experimental en el que,
de un modo inexorable, aparecen sucesivamente todas las cualidades y
todos los defectos del carácter personal. En efecto, en todas las
relaciones personales y especialmente en aquéllas que tienen una
larga continuidad en el tiempo, se proyectan cuantos valores y
actitudes -tanto positivos como negativos - han ido cristalizándose
en la mente inconsciente. Tenemos abundantes ejemplos de esto en
muchos matrimonios y en la convivencia que tiene lugar en los lugares
de trabajo. Inicialmente, las relaciones tienen un carácter
armónico, positivo y amable, pero con frecuencia, a
medida que pasa el tiempo, aumentan los roces,
diferencias y fricciones entre los modos de ser de unos y otros. Se
crean así resentimientos, se sufren desengaños y no son raros los
casos en los que la
convivencia obligada se convierte en fuente
constante de disgustos y malestares.
¿Por qué ocurre esto? ¿Cuál es la razón de tanta
discordia? Si escuchamos a los interesados, cada uno sin excepción
nos dirá con vehemencia, y además lo ilustrará con numerosos
ejemplos, que la causa reside en el modo de ser del otro: en su
orgullo, en su hipocresía, en su informalidad, etc.
Es evidente que la verdadera razón hay que buscarla,
por un lado, en las deformaciones caracterológicas de cada persona,
producidas por sus conflictos internos y que nunca el propio
interesado puede apreciar de modo objetivo. Deformaciones que se
traducen en reacciones y actitudes más o menos inadecuadas bajo la
influencia de la sobreestimación, los prejuicios, las
susceptibilidades, las tendencias exageradamente egocéntricas, etc.
Pero, por otro lado, es
indudable también que existe una verdadera ignorancia de las reglas
básicas que deberían regir todo contacto humano que se preciara
realmente de tal.
Hemos estudiado ya anteriormente las principales
técnicas utilizables para eliminar o, por lo menos, reducir al
máximo las deformaciones producidas por los problemas internos. En
el presente capítulo veremos las normas fundamentales a que han de
atenerse nuestras relaciones interpersonales para que tengan en todo
momento (sean cuales sean sus circunstancias) un
carácter constructivo y positivo para nuestra
personalidad.
La
relación humana como acto vital
La vida es un proceso dinámico, es una constante
renovación de energías y de formas. La relación interpersonal es
una manifestación directa de ese proceso renovador de la vida en
nosotros. Todo contacto humano debería tener, pues, ese mismo
carácter, activo, dinámico, renovador. Deberíamos vivirlo como una
oportunidad que se nos ofrece para sentir la fuerza y la positividad
de este proceso y a la vez, para que se renovaran, ampliándose,
diversas facetas de nuestra personalidad.
La relación humana debería tener, así, en todo
momento un carácter afirmativo de nuestro ser, comportando una
expansión y un enriquecimiento de nuestras capacidades personales.
No obstante, la experiencia diaria y la observación nos - muestran
ampliamente que, salvo en muy contados casos y momentos, la
convivencia humana dista muchísimo de vivirse así. En la práctica,
abordamos la relación con nuestros semejantes con determinadas
actitudes tendenciosas o parciales que nos impiden poder sacar todo
el rendimiento -tanto de orden interno como externo - que cada
situación contiene en sí misma de modo potencial.
Vamos, pues, a comentar brevemente las más importantes
de esas actitudes negativas y perjudiciales en nuestra relación
interpersonal.
Las
actitudes defectuosas
a) Hábito de apoyarnos en los demás
En primer lugar, citaremos el hábito de apoyarnos en
los demás para nuestra autoafirmación. No solemos ir al contacto
humano de un modo imparcial, sereno, objetivo, libre de
contaminaciones subjetivas que enturbien nuestra visión de los
otros. Para desgracia propia, aprovechamos la vida de relación como
trampolín desde el que nos zambullimos en nuestro Yo-idea. La
inclinación interior, siempre tensa, hacia una plena realización de
nosotros mismos, buscando llegar a ser y vivirnos del todo, adquiere
en nuestra vida social un carácter de automatismo por el que en toda
relación con los demás perseguimos el Yo idealizado. «Los demás»
son un medio que puede proporcionarme la sensación de vivirme a mí
mismo en el yo idealizado.
Esto nos empuja a buscar en la relación personal el
modo de que todos aquellos con quienes hablamos
nos admiren, tengan una idea óptima de nuestra inteligencia o de
cualquier otra cualidad inserta en nuestro Yo-idea; en otros casos a
demostrar nuestra superioridad mediante la oposición o la
lucha. O, si constatamos que el contrincante es
fuerte o si es débil nuestra estructura caracterológica, nuestro
Yo-experiencia, adoptamos entonces la actitud que pueda despertar
lástima o conmiseración, o
congraciarnos con aquella persona, tratando de darle gusto y
mostrándole que participamos de su alegría. De este modo el primer
sabor que debería tener el acto vital de expresión, de auténtica
vida, queda suprimido de raíz; no es posible ya abordar la relación
humana con libertad interior.
Este defecto inicial trae como consecuencia que toda
reacción del prójimo adquiera un valor desorbitado, bien tienda a
confirmar o a negar los valores del Yo. Se ha enturbiado la visión
objetiva de los hechos, deformados por estar previamente
sensibilizado en una única dirección. Y todo cuanto los demás
digan o hagan, si me favorece, me congraciará con ellos; pero si me
es contrario, perderán mi estimación, tratándoles de personas muy
poco interesantes y despreciables, de las que conviene alejarse. De
un modo o del otro, me apoyo en los demás, y, lógicamente, siempre
dependeré de los demás como un juguete en sus manos.
Se trata de un defecto inicial de actitud, por el que
nos apoyamos en los otros, no para conseguir el objeto de la
entrevista, sino para llegar a la satisfacción del Yo o a la
seguridad de mí mismo.
b) Actitud superficial
La actitud superficial es otro de los defectos más
comunes en nuestras relaciones humanas. Normalmente, estamos
acostumbrados a vivir con tantos estímulos exteriores, que se ha
formado un cuadro psíquico de reflejos y actitudes superficiales,
como algo normal y habitual. Y sólo en momentos excepcionales vive
uno las cosas con mayor profundidad, cuando ha de tomar alguna
decisión importante, o cuando se está bajo la influencia de un
serio disgusto. En estos casos se da uno cuenta repentinamente de que
aquello lo está viviendo por dentro con mayor profundidad de la
normal. Como si la vida no fuera toda ella para vivirla plenamente y
como si fuera correcto vivir superficialmente y sólo en determinados
momentos hacerlo con profundidad. Es una división que practicamos y
que afecta a nuestra relación interpersonal, impidiendo vivir el
contacto humano con totalidad, con eficacia, con profundidad y fuerza
interior. Cuando un vendedor, por ejemplo, nos quiere vender una
lavadora, una estilográfica, u otro artículo cualquiera, escuchamos
con esta actitud superficial -si escuchamos-, y buscamos
inmediatamente la forma más rápida de alejarlo. Cosa normal si no
nos interesa comprar lo que nos ofrece; sólo lo cito como ejemplo
gráfico de la actitud displicente con que atendemos a esta persona:
una actitud mecánica, automática. El bloqueo existente en nosotros
de todo lo que son sentimientos e ideas profundas es un serio
inconveniente para nuestra vida de relación.
c) Escisión entre mente y corazón
Otra actitud defectuosa también y muy importante es la
neta separación que practicamos entre mente y corazón, actitud
puramente cerebral, de control constante sobre nosotros mismos. Tal
actitud se debe al miedo que nos impide vivir en el mundo con nuestra
afectividad abierta. Observemos el simple hecho de que alguien, que
se encontraba en casa, se disponga a salir a la calle. Toda su
actitud cambia, su gesto interior varía por completo; algo así como
si se situase en forma, cual si quisiese entrar en batalla. Su mente
pasa a ser el vigilante que controla todos los movimientos y
posturas, palabras y gestos, para que se desenvuelvan dentro de unas
líneas convencionales y ficticias para la persona.
El temor a vivir nuestra afectividad proviene de un modo
de pensar erróneo: nos parece que si nos dejamos llevar de nuestra
afectividad, o la gente se reirá de nosotros, o nosotros nos
comprometeremos envolviéndonos en circunstancias espinosas, que nos
perjudicarán. Se inició tal actitud cuando aún éramos niños, si
se burlaron de nosotros o nos riñeron por cosas que nos salieron
espontáneas y provocaron una reacción de rechazo o de burla. Estas
experiencias repetidas tienen como efecto el que uno se encoja y
aprenda a controlarse a sí mismo, procurando hacer solamente lo que
nos parece conforme con el reglamento convencional de la vida social
en que nos ha tocado vivir, sin acordarnos entonces de vivirnos a
nosotros mismos y de entrar en contacto abiertamente humano con
nuestros semejantes.
Tal actitud es en parte excusable, pero en el fondo es
falsa. Y lo es porque presupone que no caben más que dos
alternativas: o dejarse llevar de los sentimientos, o vivir en
actitud de alerta. Sin embargo, existe una tercera: es perfectamente
posible vivir con el corazón sinceramente abierto y al mismo tiempo
con la mente también abierta del todo, ambas actitudes integradas en
un gesto simultáneo de toda la persona.
Actualmente, en la vida ordinaria de casi todo el mundo,
ocurre que cuando funciona la mente con lucidez, queda reprimido el
sentimiento; y viceversa: si el sentimiento se manifiesta
espontáneamente, se inhibe la razón y la mente. Así todos se viven
de un modo parcial, con intermitencias en el uso de sus facultades
racionales, mente y afectividad. Es posible y hay que aprender a
funcionar simultáneamente con todo el sentimiento y con toda la
mente, porque ambos a una forman nuestro contenido vivo, auténtico,
real, y no haciéndolo así mutilamos la posibilidad, siempre en
nuestras manos, de vivirlo todo en su más amplia dimensión de
profundo y riquísimo relieve vital.
Si aprendiéramos a vivir así en nuestra vida
corriente, nos ahorraríamos muchos problemas, el primero de ellos el
de la tensión y la fatiga nerviosa que nos produce el mantenernos
durante casi todo el día ejerciendo este autocontrol; tensión
emocional, no mental, por la fuerte represión de nuestras emociones
y afectos que se prolonga a lo largo del día, año tras año, con la
consiguiente fatiga, traducida luego en neuralgias, dolores de
estómago, malas digestiones, insomnio, etc. La expresión del
sentimiento es una válvula de escape que descarga totalmente la
tensión emocional.
Aprendamos a expresar durante todo el día nuestro nivel
afectivo de un modo inteligente, y éste actuará de lubrificante,
suavizando el funcionamiento de nuestro psiquismo y evitando que se
produzcan tensiones. La afectividad no sólo proporciona alas de
alegría, sino también moviliza la dinámica de nuestras energías
interiores, permitiendo su normal circulación. Cuando nuestros
impulsos no se estancan sino que circulan, disminuye notablemente la
fatiga, que en su mayor parte suele provenir de inhibiciones
emocionales. Aprender a invertir la emoción en la vida diaria, a
expresar los afectos positivos, es encontrar una vía de descarga de
fardos pesadísimos de fatiga y tensiones. Y se consigue funcionando
simultáneamente con el corazón enteramente abierto y con la mente
del todo despierta y situada encima del corazón, controlando siempre
la situación.
Cuando se logra, mediante la práctica, vivir en la
actitud correcta, la mente se cuida de ordenar el modo de hacer las
cosas y el corazón de dar el impulso emotivo. Ambos se acoplan,
correspondiendo a la mente adaptar el impulso y a la emotividad
expresarlo espontáneamente. Mente despierta y corazón abierto es la
postura constructiva de expresar nuestra energía vital sin temor a
efectos contraproducentes. Sólo si nos dejamos llevar del
sentimiento, cuando la mente está medio dormida, estaremos expuestos
a cometer las imprudencias y otros actos que tememos.
Busquemos entre amistades y conocidos a las personas que
más agradan a todo el mundo y con las que da gusto hablar, y
descubriremos que siempre están expresando afecto además de
inteligencia. Parece que la fatiga no existe para ellos, siempre a
punto, siempre abiertos, sabiendo aprovechar la frase, el momento, la
circunstancia para provocar la broma, el chiste, la carcajada o la
sonrisa, no ficticias, sino sinceras. Estamos demasiado acostumbrados
a llevar la máscara de las normas que momifican nuestra conducta,
determinando cuándo hemos de ser amables y cómo hemos de serlo, y
entonces hacemos ver que expresamos sentimientos, que son puramente
ficticios.
Un ejemplo bien crudo de este hecho tan corriente en
nuestra vida, cuando nos encontramos en la necesidad de vivir
situaciones externas que exigen una reacción afectiva, es la
etiqueta del pésame. Ha muerto el padre de un amigo mío. La
situación es netamente afectiva. Pero yo la vivo de un modo
cerebral, y me encuentro incómodo. Pongo cara de circunstancias y
pronuncio palabras huecas, sin sentido ni resonancia para mí ni para
quien las escucha. Cuando me voy, respiro. He representado la comedia
de vivir una situación afectiva de un modo cerebral. Si hubiera
vivido el trance con más sinceridad, habría aliviado realmente a mi
amigo, aunque mis palabras no estuvieran quizás tan de acuerdo con
los cánones sociales; pero mis frases habrían brotado espontáneas,
y la frase espontánea tiene frescura natural, fuerza que produce
impacto en quien la recibe.
d) Hábito egocentrista
Otra actitud perjudicial en el trato de relación humana
es estar excesivamente pendiente de uno mismo, de lo que debo decir y
hacer, arrollando entonces inconscientemente lo que mi interlocutor
pueda decir o hacer. Si observamos cómo habla la gente, veremos con
harta frecuencia esa caricatura de diálogos, en los que parece que
ambos están hablándose el uno al otro, pero en realidad son dos
monólogos cruzados: cada cual aprovecha un momento de respiro del
otro para continuar con lo que antes estaba diciendo, aunque nada
tenga que ver ya con el argumento actual que su interlocutor acaba de
desarrollar. Ambos están adheridos a lo que llevan en su cabeza y no
puede haber lugar para que adapten la reacción del otro al
funcionamiento de su mente. Por lo tanto, se continúa discutiendo de
un modo estúpido, sin que lo que el uno dice tenga que ver con lo
del otro. El resultado será la imposibilidad de llegar a un acuerdo;
cesará el juego, pero sin llegar a la mutua armonía. Cada uno vive
demasiado adherido y pendiente de lo que
desea decir y no quiere quedarse sin manifestarlo.
Puede también darse la actitud contraria, igualmente
deficiente: estar durante la conversación excesivamente pendiente
del interlocutor. En este caso me siento sugestionado, avasallado, si
sus reacciones no me son favorables, o, por el contrario, me veo
obligado a decir que sí, si el otro tiene suficiente autoridad,
energía, personalidad y la percibo con fuerza. En ambos casos me
traiciono a mí mismo, no digo lo que debo decir; la relación queda
frustrada en su dimensión de espontaneidad, de autenticidad por
mantenerse excesivamente pendiente de mi
interlocutor. Esta actitud y la de estarlo
enteramente de mí mismo, de lo que tengo que decir, son los dos
extremos de una misma línea, y se adopta una u otra según el tipo
de persona que es nuestro interlocutor.
e) Olvido del Yo-idea de nuestro interlocutor
Finalmente, es normal, y no por ello menos defectuoso,
el olvidarnos, cuando hablamos con la gente, de que en realidad nunca
hablamos con la persona tal
como la vemos ante nosotros, sino que siempre hablamos con su
Yo-idea. No tenemos delante, en el diálogo, tan sólo al
hombre que veo con
mis ojos, atento, que me escucha y atiende, sino a una persona que
escucha, sí, pero en función de unas necesidades, de unos deseos, y
por lo tanto que, según lo que yo diga, aunque lo haga con la mejor
fe del mundo, se molesta y ofende. Es que estoy hablando en realidad
con su Yo-idea, y olvidarlo me hace caer en una serie de errores;
falta en mi diálogo el aspecto de comprensión del contenido real,
efectivo, auténtico, de la persona con quien hablo. Porque la
persona es muchas más cosas
que su Yo-idea, pero en el momento de escuchar, escucha su mente, es
decir, su mente trabajando en función del Yo-idea, no en función de
su Yo-experiencia, de su verdad. De ahí que nuestro diálogo
fracase, por olvidar este hecho.
La
actitud positiva en la relación interpersonal
En el fondo no es difícil tratar a las personas. Lo
difícil es conseguir lo que se pretende de ellas. Todos tenemos las
mismas necesidades básicas, todos buscamos lo mismo: comprensión,
aceptación, afecto, seguridad, apoyo, aliento. Todos queremos llegar
a ser, a expresarnos, a expansionarnos, a desarrollarnos. La persona
con quien hablo es lo mismo que yo. Porque fundamentalmente somos
iguales, coinciden nuestros deseos, necesidades e impulsos
primordiales, por más que luego adquieran formas diversas de
expresión. Si al hablar con alguien pierdo de vista esta verdad, me
será imposible actuar del modo adecuado, porque sólo me fijo en un
aspecto parcial de la persona, olvidando lo más importante.
Cuando he llegado a comprender que el otro está
teniendo en todo momento las necesidades y deseos fundamentales, y lo
comprendo porque también yo los tengo y soy consciente de ello, tal
comprensión establece de suyo un puente de unión, un nexo
psicológico entre los dos, de enorme fuerza y efectos inmediatos.
Dos personas que hablan, si están de acuerdo en lo básico, se
hallan en condiciones para hablar
de lo diferente entre uno y otro. Ante todo hemos de aceptar,
comprender y expresar nuestra igualdad con nuestro interlocutor, lo
que nos es común. Éste será el nexo que hará posible tratar de
las diferencias, y estando unidos en lo esencial,
las diferencias tendrán un carácter objetivo, más fácil de
salvar. Mientras que, si hablamos siendo
conscientes tan sólo de las diferencias
que nos separan, sin tener
otra cosa en cuenta, la diferencia se hará total, y, volados los
puentes, no habrá posibilidad de unión ni de acuerdo.
Es un hecho real, no pura teoría. Fijémonos de nuevo
en aquella persona, amigo o conocido, que sabe tratar a la gente.
Advertiremos que hablando con ella nos sentimos
comprendidos. ¿Por qué? Porque notamos algo así como si él fuera
consciente de sus necesidades, como ser humano, y aportase esta
conciencia a su relación personal con los demás, estableciendo con
nosotros una comunicación básica. Y como si, sobre esta base,
hablásemos de las diferencias. Sin ella, mediaría un abismo, y es
ella el puente que lo salva, permitiéndonos el acercamiento mutuo y
la auténtica comunicación.
Si aprendemos a aceptar en nuestra vida práctica estas
necesidades y motivaciones profundas de los demás, empezarán a
producirse una serie de cambios sorprendentes en nuestra vida de
relación. Normalmente, estamos a la defensiva. Cuando topamos con
una persona que vive con seguridad, con tranquilidad interior, con
aplomo y además nos sentimos comprendidos, inmediatamente desaparece
el recelo. Y es que sólo si
uno se siente aceptado, seguro, puede abrirse y dar lo mejor de sí
mismo en todos los aspectos, no sólo
en el humano, sino en la vida comercial, intelectual, etc. Pero antes
hemos de hacer desaparecer la barrera, el antagonismo, el recelo
constante con que vivimos todos. No podemos evitarlo en los demás,
si lo tenemos nosotros. He de empezar yo, con mi actitud de seguridad
y confianza, y entonces podré hacer participar al otro de ella; no
tardaré en ver que mi interlocutor se encuentra inmediatamente a
gusto, aceptado, que en él no tengo un enemigo, sino un amigo. En
esta postura estriba el que las relaciones humanas adopten un
carácter sinceramente amistoso, o frío y hostil, aunque
externamente aparenten otra cosa.
No se trata aquí de una comprensión general, sino de
la comprensión concreta de unas necesidades concretas, de unas
tendencias hacia objetivos que son exactamente los que a mí me
preocupan. Es ser consciente de la relación que existe entre todo
ser humano y yo: el hombre más elemental, el más pobre, el más
despreciable de la tierra y yo somos básicamente iguales.
Si rechazo esta unidad, porque aquella persona
tiene algo que me desagrada, estoy abriendo un abismo que me separará
de la vida.
Sin tener en cuenta de modo real y vital este
denominador común que nos liga con todo el mundo y sin expresarlo
mediante la actitud de toda la persona, cualquier técnica o método
de relación humana, la lectura de cuantos libros hay escritos sobre
la materia, la aplicación de los trucos que puedan aprenderse sobre
el modo de iniciar una venta y de cerrar un trato, o el estudio de
todas las fases de la venta, todo eso, resulta inútil, o débilmente
operativo. Pero si se tiene en cuenta y se lleva a la práctica la
actitud correcta, se abren todas las puertas, incluso de los
conocimientos específicos sobre el trato humano, que adquieren un
sentido nuevo. Puede comprobarse que es así: hasta para ello
observar a ese amigo o conocido que a todos comprende y todos le
estiman, y ver que, en efecto, junto a la actitud básica de que
hemos hablado, tiene las otras cualidades; pero en aquélla reside su
capacidad de sintonía, de atracción, de manejo de las situaciones.
Casos
especiales
Cuanto acabamos de exponer en el presente capítulo
se-refiere a condiciones generales sobre el trato con los demás. Sin
embargo, como existen diferentes modos de ser de las personas, que
requieren a veces actitudes especiales, citaré a
continuación algunos ejemplos concretos. En
ellos lo que principalmente importa es apreciar que las actitudes
especiales no son otra cosa que una sencilla aplicación de los
principios anteriores, de los que se derivan de un modo natural. Por
lo tanto, si se comprenden bien los principios, pueden salvarse con
fortuna todas las situaciones humanas.
a) Los tímidos
Veamos, por ejemplo, cómo tratar a los tímidos.
Ordinariamente, cuando alguien se acerca con buena voluntad a hablar
con un tímido, suele decirle: «Ánimo, hombre, no te preocupes; te
aseguro que vales; tienes que animarte». Resultado: el tímido se
encoge, se cierra y apenas puede contestarnos. Y quedamos tan
extrañados de su reacción, cuando nos hemos acercado a él
precisamente para animarlo; casi nos ofendemos.
Hemos olvidado el modo de ser de aquella persona. ¿Qué
le ocurre al tímido? Que su Yo-experiencia
es muy pequeño, ha vivido pocas cosas en primera persona, pocas
experiencias como sujeto, no ha incorporado apenas energías a su
núcleo del Yo, y todas sus experiencias las ha ido viviendo más
bien como pertenecientes al mundo, al no-Yo. Tiene además un fuerte
contenido de inhibiciones. Precisamente por eso es tímido: posee una
imagen del mundo mucho más sólida y rica que la experiencia de sí
mismo. Cada vez que nos acercamos a él con la mejor voluntad del
mundo y le hablamos en tono animo-, so, lo único que hacemos es
confirmar su experiencia de que los demás son más fuertes que él;
en aquel momento nosotros somos el no-Yo, que, lleno de seguridad y
de aplomo, se le acerca y le habla; y él revive su problema: el
otro, grande, seguro, y él, pequeño, sin fuerza. Cuanto mayor
empeño y más optimismo pongamos en lo que le decimos, más se
encogerá, porque actualizamos el problema que está pendiente de
solución: el Yo-pequeño, que es pequeño por oposición al no-Yo.
Comprendamos el problema del tímido: su Yo es pequeño.
Hemos, pues, de tratarlo exactamente como trataríamos a un niño. No
con el mimo, el tono de voz y el nivel intelectual en que nos
situamos cuando hablamos a un niño pequeño, pero sí con la misma
delicadeza y el mismo tacto, porque su Yo es infantil. Él podrá
haber madurado en otros aspectos, pero en su Yo sigue siendo un niño
y requiere el mismo tacto y delicadeza, sin olvidar por otro lado que
en lo demás es normal, por lo que hay que usar expresiones adultas.
No conviene tratarlo de un modo directo, personal, para
no despertar su problema. Por lo tanto no hay que hablarle de él,
sino de las cosas, de las ideas, de la gente. Si queremos ayudarle de
veras, hemos de darle oportunidades para que él viva poco a poco por
sí mismo las cosas. El único modo de lograr que deje de ser tímido,
es conseguir que su Yo-experiencia crezca, y esto sólo se consigue
si él vive experiencias activas y positivas por sí mismo.
Es frecuente el caso del adulto tímido que lo es porque
ha tenido unos padres complacientes, especialmente una madre que lo
ha querido demasiado, hasta el extremo de decirle en todo momento lo
que tenía que hacer para evitarle disgustos, para que nada le
sucediera, sin darse cuenta de que así ha impedido que el niño
viviera por sí mismo la vida y desarrollase su capacidad de
experimentar. La madre ha causado en su hijo una anemia total de su
Yo, con la consiguiente incapacidad para poder afirmarse y
desenvolverse en el mundo; y el niño ha vivido siempre en función
del no-Yo.
El único modo de resolver esta situación es
facilitarle los medios para que viva sus cosas, asuma su
responsabilidad y haga esfuerzos, insistiendo sin cesar en esta
dirección.
b) El orgulloso: sus dos clases
En la vida encontramos otro tipo muy frecuente: la
persona que se sobrestima, el orgulloso. Es preciso distinguir bien
dos casos: los que se sobrestiman con razón, y los que lo hacen sin
ella.
Primero, los que se sobrestiman con razón. Personas
dotadas de una gran vitalidad y de una intensa energía interior. Su
modo de ser es sano, auténtico, natural. Han acumulado fuertes
experiencias, tomado iniciativas, actuado siempre en primera persona,
con plena conciencia de sí mismos, incorporándolo todo a su
Yo-experiencia. Su problema reside en que no han tomado plena
conciencia de los demás: se han vivido con mayor realidad a sí
mismos que a los demás. Se reconocen fácilmente por su tendencia
espontánea a empuñar el mando; son personas dotadas de una gran
vitalidad, líderes de modo natural; aunque no actúen bien, su misma
disposición les lleva al mando. Se sobrevaloran, no porque no valgan
lo que sienten de sí mismos, sino porque tienen tendencia a
desvalorizar a los demás.
Estas personas, por basar la conciencia de sí mismos en
su fuerza interior, en su experiencia, tienden a valorarlo todo en
función de esta energía interior. Quienes se acercan a ellos de
modo amable, atento, predominando la flexibilidad más que la fuerza
interior, merecen su desestimación, y quedan catalogados por ellos
en segundo término. Aunque puedan ver y sentir la delicadeza, no la
valoran de un modo vital. Lo que viven como real es sólo el
carácter, la fuerza interior. Son con frecuencia batalladores,
hombres de lucha; sin darse cuenta atropellan a la gente. La energía
que manejan despierta la admiración de los demás, el deseo de
incorporársela, y fácilmente se encuentran rodeados de seguidores,
una corte de la que ellos naturalmente se hacen reyes, situándose
sobre los que no viven con su misma fuerza y consistencia interior.
Para tratarlos es preciso hacerlo de igual a igual, con
tanta energía como la suya; el que se acerca a ellos en plan amable,
se encontrará inesperadamente recibiendo órdenes. Hay que hablarles
en un tono de igual a igual, poniendo toda la energía interior de
que uno es capaz. Aunque al mismo tiempo amable, pues es también
preciso evitar siempre la lucha con ellos. En caso contrario,
automáticamente queda uno en condiciones de inferioridad.
Los que se sobreestiman sin razón, caricatura de los
anteriores, tienen un Yo-experiencia poco desarrollado, y una gran
cantidad de energía reprimida. Son personas que han sentido su
debilidad y han reaccionado frente a ella adoptando la forma de
fortaleza, la forma sólo, pura apariencia. Tienen mucha energía
interior reprimida. Esta energía les hace casi siempre sentir la
necesidad de vivirse como fuertes e importantes. Reaccionan ante la
debilidad del Yo-experiencia utilizando el Yo-idea como mecanismo de
compensación, intentando vivir su importancia, su seguridad y su
fuerza no en el Yo-experiencia, sino a través del Yo-idea. Hinchan
el Yo-idea y quieren creer que son importantes, seguros, sólidos. Su
actitud es falsa, no corresponde a su verdad. Es el tipo de personas
que abunda más.
Es bastante fácil reconocer y distinguir quiénes se
sobreestiman con razón y quiénes sin ella. Quien tiene un
Yo-experiencia muy desarrollado, posee tal seguridad real de sí
mismo que no teme por su Yo; son más bien los demás quienes le
temen a él. Mientras que la persona con un Yo-experiencia pequeña y
un Yo-idea muy hinchado siempre tiene miedo, por la falta de
auténtica seguridad; podrá tener idea, pero no experiencia de la
seguridad, y precisamente por esto, se pasará toda la vida
intentando demostrar, confirmar, exhibir la fuerza de su
personalidad, puesto que siendo los valores del Yo-idea artificiales,
sólo tienen un carácter de compensación y requieren una constante
reafirmación.
Un ejemplo: el verdadero atleta ha vivido tanto su
capacidad de esfuerzo, ha actualizado tanto su Yo-experiencia en el
nivel físico, que aguanta las bromas más pesadas sobre su fuerza
sin que le afecten lo más mínimo ya que la vive con auténtica
seguridad, a toda prueba; es más evidente para él la experiencia
interior que todas las ideas que puedan venir de fuera. La persona
con un Yo-experiencia pequeño, en cambio, puede compararse a un
hombre físicamente débil, pero con tal deseo de ser un gran atleta
que se imagina ya el día en que lo conseguirá, y poco a poco va
creyendo que lo es, hasta convencerse de ello; en todo momento estará
haciendo exhibiciones de su fuerza, explicando triunfos y hazañas,
en gran parte imaginarios. Se dolerá en lo más vivo cada vez que
alguien ponga en duda su fuerza atlética. ¿Por qué? Como no vive
directamente su Yo-experiencia, sino en función del Yo-idea,
cualquier frase que le contraríe será una negación de su realidad,
una amenaza grave de la representación que tiene de sí mismo.
Quien tiene un Yo hinchado, pero en sí mismo es débil,
es siempre muy susceptible respecto a los valores de su Yo. Quien,
por el contrario, tiene un Yo-experiencia fuerte, auténtico, no será
en absoluto susceptible respecto a sus cualidades y defectos. Si
alguien se da por ofendido cuando se duda, por ejemplo, que sea tan
inteligente como parecía, es que se apoya en la débil caña de su
Yo-idea. Cuanto más necesite demostrar sus cualidades, más seguros
podremos estar de que por dentro está hueco. El que vive sus
cualidades no necesita demostrarlas; se limitará simplemente a
utilizarlas cuando sea preciso.
¿Cómo hablar a los que tienen el Yo-experiencia
pequeño y el Yo-idea desorbitado? Algunos son más fáciles de
tratar que otros. Por de pronto, están pendientes siempre de la
superioridad de sí mismos respecto a los demás; necesitan estar
demostrándose a sí mismos y a los demás que son fuertes, seguros,
superiores, etc. Por lo tanto, todo aquello que consigamos asociar a
esos valores, ellos lo aceptarán en seguida. Hay que ver de qué
forma particular vive cada sujeto la importancia de su Yo. Uno será
creyéndose en todas las cosas muy inteligente; otro, con una
especial vista de lince para los negocios; un tercero, poseído de un
prestigio o de una autoridad completamente falsos; cada cual vivirá
en su Yo-idea una o varias cualidades. Pues bien, todo lo que
asociemos o sepamos introducir hábilmente como asociado a la
importancia de esa cualidad, él se verá obligado a hacerlo. El
individuo que está pendiente de la superioridad de su Yo no tiene
otro remedio que hacer aquello en que demuestra que es superior.
Causa asombro, en ocasiones, que estas personas cedan con tanta
facilidad ante quien los halaga. Y es sencillamente porque necesitan
de forma constante alimentar y reafirmar su Yo-idea.
Es fácil conducir a quien está muy pendiente de las
emociones, aunque no lo es tanto
hacerlo cambiar.
Hay otros que se resisten más porque tienen una mente
muy rígida, y están totalmente cerrados. Pueden darse casos
verdaderamente patológicos en este sentido y entonces no hay forma
humana de tratarlos en un plano de convivencia social. Evidentemente,
en casos de extrema necesidad, no hay problema alguno en llegar a un
emplazamiento personal o hasta incluso a la amenaza directa, puesto
que en la inmensa mayoría de los casos, veremos cómo estas personas
se hunden, se deshinchan, quedando en pie tan sólo lo único real
que existe en ellos: un Yo infantil, débil y asustado.
15.
LA TENSIÓN. SUS CLASES Y MANIFESTACIONES. TÉCNICAS DE
TRANQUILIZACIÓN
¿Qué
es la tensión?
Hablando en términos
generales, la tensión es el
preludio inmediato de la acción. Acción que lo mismo puede ser
externa que interna, esto es, lo mismo puede ser física que afectiva
o mental. Toda acción viene determinada por una motivación o
estímulo. El estímulo crea en la persona un desequilibrio, más o
menos superficial y de carácter transitorio, que provoca la
movilización interna de la energía
necesaria para la acción equilibradora. Esta energía es
la causa de la tensión normal que precede a toda
acción.
Recuérdese lo que se dijo en el capítulo quinto acerca
de las respuestas o resultantes de estímulos. Toda conducta,
decíamos, es un intento de resolución de los problemas planteados
dentro de la mente por una doble polaridad de dinamismos:
- La satisfacción de las exigencias
interiores frente a las
posibilidades del mundo exterior.
- La satisfacción de las exigencias
del exterior frente a las
posibilidades interiores
del sujeto.
Además, la solución de estas dualidades se ha de
satisfacer de modo que:
- La reacción esté dentro de los
límites de su capacidad de esfuerzo y de
adaptación; en realidad, la respuesta que se produce es siempre
aquella que, dadas las circunstancias, exige el mínimo de esfuerzo y
de adaptación, esto es, la más económica.
- Que pueda conservar un equilibrio relativamente
estable, tanto dentro de la propia personalidad, como entre ésta y
el mundo ambiente.
Es evidente que todo aumento de las exigencias y toda
disminución de las posibilidades creará un mayor desequilibrio
dentro de la personalidad y exigirá un esfuerzo mucho más elevado
para hacer frente a la situación. Se produce entonces una tensión
excesiva, la hipertensión psíquica, que desgraciadamente en todos
los países «civilizados» conocemos muy bien. Y es esta
hipertensión la que nos ocupará en el presente capítulo, aunque
por comodidad la denominaremos de ahora en adelante simplemente
tensión.
Cuando por la mañana me traen el
periódico, se despierta inmediatamente mi
curiosidad y mi deseo de leer las noticias interesantes que puede
traer. Dejo de estar tranquilo, se ha movilizado mi energía afectiva
e intelectual y sólo me calmaré por completo cuando esta energía
se haya vertido en la acción de leerlo. Cuando estoy jugando, lo
mismo da que sea al ajedrez que al tenis, en determinados momentos me
he de esforzar, he de tensar al máximo la mente o el cuerpo para
estar a la altura de lo que la situación exige. Son estos dos
ejemplos sencillos de exigencia interior y de exigencia exterior, que
pueden satisfacerse en mayor o menor grado, pero que no traen más
consecuencias.
Pero si tengo grandes deseos de casarme y formar mi
hogar y para ello necesito mucho más dinero del que dispongo y del
que puedo procurarme en mi profesión actual, no hay duda que se
creará en mí una tensión mucho más fuerte por este aumento de la
exigencia interior. Lo mismo ocurrirá si estando ya
casado y viviendo con un presupuesto equilibrado,
por una causa determinada, de repente empiezan a mermar de un modo
sensible y sostenido los ingresos habituales. La causa de la tensión
será aquí la disminución de la posibilidad exterior.
Puede ocurrir también que en un momento dado pase a
ocupar un cargo de mucha más responsabilidad, en el que tenga que
atender un gran número de asuntos enteramente nuevos y adoptar
decisiones de gran envergadura. Este aumento de la exigencia del
exterior producirá indudablemente una fuerte tensión en mí, por lo
menos hasta que logre adaptarme a la situación. Y, por último,
supongamos que mi posición profesional es satisfactoria, pero que
empiezo a preocuparme seriamente por problemas conyugales a los que
no veo una clara solución. Mi posibilidad interior de rendimiento
descenderá y tendré que hacer constantes sobreesfuerzos para
mantenerme al nivel habitual.
Tenemos aquí cuatro ejemplos correspondientes a los
cuatro tipos de situaciones que pueden generar una tensión aguda.
Cuando cualquiera de estas situaciones adquiere un
carácter muy intenso, o se prolonga, o se
superponen varias de ellas, la tensión adquiere un carácter
alarmante y produce un desequilibrio
manifiesto en el conjunto de la personalidad.
Clases
de tensión
La tensión puede clasificarse siguiendo varios
criterios.
Por su duración
a) Tensión aguda.-
Es la que se manifiesta en un momento dado como
resultado de una situación nueva, especial, que pone a prueba la
capacidad de adaptación de la persona ante dicha situación. Es este
tipo de tensión el que tratamos en el presente capítulo.
b) Tensión crónica.-
Es producto de una problemática interior
planteada en el individuo desde mucho tiempo atrás, y que hace que
en cada situación actual la persona reaccione no de acuerdo con la
situación presente, sino en virtud del antiguo malestar interior. De
esta clase de tensión hemos hablado extensamente al referirnos a los
estados de inseguridad. Prescindimos, pues, en este capítulo de su
estudio y tratamiento.
Atendiendo a sus causas, la
tensión es siempre producto de un esfuerzo interior que el sujeto ha
de hacer para ponerse a la altura de las circunstancias. Este
esfuerzo puede proceder, como ya hemos indicado, de las cuatro causas
siguientes:
a) Por el aumento de las
exigencias externas.- Más
trabajo, mayor responsabilidad, problemas profesionales, peligros
físicos, sociales, etc. Obligan al sujeto a emplearse con mayor
rendimiento, a dar más de sí.
b) Por la disminución de las
capacidades del sujeto.- Esto
puede ser motivado principalmente por tres factores:
I. Problemas internos, preocupaciones y otras causas de
tipo psicológico.
II. Por enfermedad. Especialmente por las enfermedades
no manifiestas, solapadas; el sujeto no se da cuenta exactamente de
su existencia, pero nota que algo no va bien, le cuesta más que
antes hacer las cosas.
III. La edad. Llega un momento en el que inevitablemente
se plantea el mismo problema. La avanzada edad causa una disminución
en la capacidad de rendimiento activo, por lo menos en aquellos
rendimientos que se basan de algún modo en el esfuerzo físico, en
la energía vital. Las actividades de orden intelectual a veces se
ven menos afectadas por esta curva involutiva de la edad. Pero, como
la mayor parte de las personas realizan trabajos mixtos en los que
una cosa se apoya en la otra, cuando declina la vitalidad, el
individuo se encuentra disminuido no sólo en su energía física,
sino también en su empuje para afrontar nuevas situaciones, en su
capacidad de lucha, en su tendencia reactiva, sin hablar de otros
varios problemas que crea el envejecimiento y de los que ya se habló
en el capítulo tercero.
Es una situación que no se ha de considerar sólo en el
anciano, sino en toda persona a partir de cierta edad. La vejez
consiste elementalmente en pérdida de líquido, la persona se va
secando, va perdiendo su componente endo.
Las funciones del endo
son las de asimilación y adaptación, es el
elemento plástico que permite transformarse interiormente,
adaptarse. Pierde, pues, facilidad de adaptación, de memoria,
facilidad para asimilar nuevas ideas, nuevas costumbres, nuevas
actitudes. Por un lado decrecen sus fuerzas y por otro, la capacidad
de asimilar interiormente nuevas formas. Por eso tiende a refugiarse
en sus actitudes tradicionales, que le salen de un modo automático y
le exigen menos esfuerzo. Todo intento de adaptarse a nuevas formas y
costumbres, e incluso el intentar mantener el mismo ritmo de trabajo
que le era habitual, le exige enormes esfuerzos que son causa de una
dolorosa y dramática tensión.
c) Por el aumento de las
exigencias internas del sujeto. Hemos
tenido ocasión de estudiar varios casos de éstos, al hablar de las
crisis de desarrollo o crecimiento interno, en el capítulo décimo.
Cada fase de desarrollo o madurez psicológica lleva consigo nuevas
exigencias y valoraciones del mundo exterior, con lo que se produce
un estado de tensión hasta que la persona
consigue estabilizarse en el nuevo nivel
alcanzado.
d) Por la disminución de las
posibilidades del ambiente. Es
típico el caso de las crisis económicas y laborales, la escasez de
comida, en tiempo de guerra, etc. Todo déficit de suministro de lo
que puede satisfacer las necesidades básicas, crea también un
estado agudo de tensión.
Atendiendo al nivel en que se manifiesta
la tensión, tenemos las siguientes normas:
a) Tensión física o nerviosa. Su causa puede ser un
excesivo esfuerzo físico o una falta prolongada de descanso. Pero
con muchísima frecuencia, la tensión nerviosa no es más que una
derivación de la tensión emocional. Si esto es así se comprueba
fácilmente observando si el descanso físico suficiente elimina por
completo la tensión y la fatiga existentes.
b) Tensión afectiva o emocional. Ésta es, con mucho,
la más generalizada, ya que todo conflicto o estado de emergencia,
tanto de origen interno como externo, lo primero que provoca en
nuestro psiquismo es la sensación de alarma, la inseguridad y el
temor, esto es, emociones y estados afectivos. Pero ocurre que la
tensión emocional se irradia hacia los demás niveles produciendo
una agitación de la mente y definidas contracturas musculares, por
lo que fácilmente se confunde con la tensión mental -«por pensar
demasiado», como suelen decir erróneamente algunas personas - y con
la tensión física o nerviosa -por la sensación de fatiga que
siempre la acompaña-. En estos casos, el punto principal a
considerar y a tratar deberá ser siempre lo emocional, ya que los
demás síntomas no son más que derivaciones del problema afectivo y
si éste no se resuelve debidamente, los demás serán rebeldes a
todo tratamiento.
c) Tensión mental. También aquí hemos de decir lo
mismo que en el caso de la tensión física. Existe la genuina
tensión mental, que se produce siempre que la persona tiene que
resolver problemas de índole estrictamente intelectual, cuando éstos
son muchos, o muy graves o muy urgentes. Pero en los demás casos la
tensión pretendidamente mental no lo es más que de un modo
secundario, ya que su verdadero origen radica en el nivel afectivo.
Es muy importante aprender a distinguir en la práctica
la verdadera clase de tensión que uno sufre, al objeto de
seleccionar las técnicas de modo que vayan dirigidas a la verdadera
causa del problema. Se ahorrará con ello tiempo y molestias.
Las
manifestaciones de la tensión
La tensión puede provocar en las personas dos modos
bien diferentes de reacción. En unos casos, la tensión desembocará
en un estado agudo y pertinaz de depresión.
En otros, en cambio, el efecto será un estado de
excitación. Pero
quizás lo más frecuente es que ambos estados se presenten en la
misma persona de un modo alternante, cíclico, pasando de un período
de depresión a otro de excitación -lo que hace creer a veces que la
persona ha superado la crisis-, para caer nuevamente en otro de
depresión, y así sucesivamente.
Aparte de estas manifestaciones de tipo general, la
persona que sufre la tensión presenta un cuadro muy variado y
complejo de síntomas particulares, que afectan a todos los niveles
elementales de la personalidad. Los más característicos de estos
síntomas son los siguientes.
En el cuerpo. Produce,
en primer lugar, una rigidez muscular, que se traduce en movimientos
un poco más agudos, más secos. Sus gestos dejan de tener fluidez,
soltura. La respiración es tensa, retenida o bien brusca, pero
superficial.
Aparecen disfunciones del aparato digestivo que se
manifiestan en dos síntomas opuestos. En unas personas la tensión
produce casi una paralización de las funciones digestivas, esto es,
falta de apetito, digestión lenta y difícil, tendencia a un
pertinaz estreñimiento; en otras personas en cambio, la tensión
produce unos síntomas opuestos: mucho apetito, incluso voracidad
-más que verdadero apetito es sensación de él-, rapidez digestiva
y tendencia a la colitis. En los primeros domina con preferencia el
sistema nervioso simpático, en los segundos el parasimpático.
Como síntomas particulares del sistema nervioso, vemos
que las personas en que predomina el sistema simpático, en momentos
de tensión tienen tendencia a la agitación, a pensar mucho, a
moverse, a actuar. En quienes predomina el parasimpático, los
problemas les paralizan: no tienen ganas de hacer nada, sienten una
apatía general.
Es común a unos y otros la permanente sensación de
fatiga, sin que dependa del tiempo dedicado al sueño. En este
sentido es curioso notar que los de predominio simpático sufren de
un fuerte insomnio, mientras que los de predominio parasimpático, en
cambio, se sienten invadir por una sensación de sueño invencible
que se hace cada vez más imperiosa. Pero todos ellos, después del
descanso se despiertan con la misma sensación de agotamiento.
En el estado anímico la
tensión produce una sensación difusa de malestar, que con
frecuencia se focaliza en determinados puntos del cuerpo -en el
epigastrio o «boca del estómago», en el pecho a nivel del corazón,
en la garganta y en la cabeza acompañada de temor, de angustia. Hay
una gran agitación e inestabilidad afectiva, con fuerte
susceptibilidad y una notable dificultad para soportar cosas
desagradables, protestando contra los menores sucesos adversos o las
más insignificantes molestias.
En el aspecto mental lo
característico es la sobreexcitación. El sujeto
necesita estar pensando constantemente, manteniendo su mente en
actividad febril; y al mismo tiempo, como es natural, padece una
completa imposibilidad de concentrarse en nada concreto. En general,
todo el rendimiento de la mente queda muy disminuido.
Finalmente, en la conducta
la tensión se refleja en una pereza y una
indolencia tales que parece que el afectado no tiene nada que hacer
-es una reacción automática de huida, desentendiéndose de su
conflicto interior- o por el contrario, se mueve mucho, se para una y
otra vez a ordenar las cosas que debe hacer, pero en realidad no hace
nada, sólo vagar de un lado a otro, pero sin una actividad
constructiva; es otro modo de
estar huyendo constantemente de su problema. Unos y otros tienen una
gran dificultad de coordinación; empiezan una cosa y la dejan,
cambian de opinión como de sitio. Es un constante ir en zig zag en
el aspecto físico, en la actitud y las ideas.
Orientaciones
previas sobre las técnicas de tranquilización
Lo primero que tiene que hacer quien quiere resolver un
estado de tensión es averiguar si se trata de un caso de tensión
aguda o de tensión crónica.
Para ello tiene que examinar con atención si todos los
síntomas que presenta la persona se explican de un modo claro y
suficiente por las circunstancias que vive en la actualidad o en un
pasado próximo. Cuando resulta que la reacción es excesiva o
desproporcionada respecto a la situación actual, es claro indicio de
que hay en la persona problemas antiguos todavía pendientes de
solución interior, que requieren la aplicación de unos medios más
profundos que los indicados en el presente capítulo. Tiene entonces
que acudir a las explicaciones que hemos dado en los capítulos 8 al
11. No obstante, también esa persona podrá poner en práctica con
provecho algunas de las técnicas
que aquí se explicarán, pero ha de entender claramente que las
técnicas del presente capítulo, todo lo más, podrán sólo
amortiguar de un modo temporal su malestar, sin aportar solución
definitiva alguna. Y lo mismo cabe decir de los casos, muy
abundantes, en los que
claramente se yuxtaponen las dos formas de tensión, la aguda y la
crónica.
Una vez está claramente identificada la tensión aguda,
conviene proseguir el examen del caso. Hay que precisar ahora qué
clase de situación es la que ocasiona la tensión, hay que buscar
sus causas, de acuerdo con el esquema que se ha
dado al hablar de las clases
de tensión.
¿La tensión es debida a un aumento real de las
exigencias externas? Sean cuales fueren esas exigencias externas
-exceso de trabajo, urgentes problemas familiares, etc.-, no hay duda
que la persona está sometida a un
penoso sobreesfuerzo en determinado sentido. La primera providencia a
tomar será, pues, la de conseguir que, aunque
sea de un modo provisional, el nivel afectado por la tensión pueda
descansar. Para ello se elegirá la técnica adecuada para producir
este efecto. Todo nivel que esté sometido a un esfuerzo excesivo o
muy prolongado requiere, con absoluta necesidad, descansar para
reponerse. Y ninguna técnica o medicamento podrán sustituir
impunemente la satisfacción de esta necesidad. Lo que sí podrá
darnos el medicamento o la técnica
-ésta siempre con ventaja respecto a aquél, por conseguirlo
mediante un adiestramiento naturales el poder descansar mejor, más
profundamente.
Muchas veces, con sólo el descanso del nivel afectado
-físico, afectivo, mental- la persona queda ya de nuevo equilibrada.
Pero aún así, es conveniente hacer algo más para evitar una
recaída inmediata en los casos en que la situación exterior
persiste.
Ante esta clase de tensión, promovida por una mayor
exigencia de las circunstancias externas, caben dos tipos de
solución: aumentar la capacidad de rendimiento personal, o bien
desplazarse, cambiar de ambiente o situación, si es que esto es
posible o aconsejable en el caso particular de que se trate. Es
decir, hay que seleccionar y aplicarse aquellas técnicas o
procedimientos que elevan el tono personal, la energía consciente
disponible, la decisión y la iniciativa, o bien, si parece mejor,
buscarse otra ocupación, cambiar de domicilio, etc., según los
casos.
Cuando la tensión es debida a la
disminución real de las capacidades
del sujeto, hay que estudiar el caso con cuidado.
Si la disminución de las capacidades es sólo de
carácter transitorio -una enfermedad aguda, un
disgusto familiar que produce depresión-, lo
mejor que puede hacer la persona es buscar el modo de tener unos días
de descanso y distracción, sin pretender ignorar el hecho y
proseguir el trabajo como si no pasara nada.
Pero si la disminución de las posibilidades del sujeto
tiene un carácter permanente -enfermedad crónica, edad avanzada,
etc.- entonces el caso es más delicado. En principio, se impone
evidentemente una reducción de la actividad proporcionada a la
capacidad actual de la persona. Pero el verdadero problema surge
cuando ésta no sabe aceptar su situación y resiste adaptarse a ella
con serenidad. La única solución real a este problema, que
inevitablemente llega a todo el mundo un día u otro, es el vivir con
sinceridad los valores espirituales de la vida y la gradual pero
efectiva desidentificación del Yo respecto a las pasadas
experiencias en los planos que están actualmente declinando.
La tensión creada por el aumento de las exigencias
internas del sujeto también es muy delicada. Requiere ante todo que
la persona comprenda que está pasando por un
estado transitorio que cristalizará en una nueva situación interna
y externa, pero que mientras tanto ha de evitar toda impaciencia y
cualquier decisión precipitada. Lo más conveniente es que de
momento aplique su fuerza interior a luchar para mejorar su posición
en el ambiente actual o que, si esto no es
posible, que trabaje en su mejor formación
psicológica y espiritual, en espera de su
oportunidad. Sólo en último extremo deberá
buscar un nuevo ambiente -sea éste de tipo profesional, cultural,
social u otro cualquiera- que parezca más adecuado a sus necesidades
actuales ya definidas.
Por último, cuando la tensión es producto de una
disminución real de las posibilidades del ambiente, caben, según
los casos, varias soluciones:
- que aumente su capacidad efectiva de rendimiento.
- que emigre a un nuevo ambiente que ofrezca mayores
posibilidades.
- si los medios anteriores no pueden ser aplicados en el
caso concreto del sujeto, no le queda otro recurso que adaptarse lo
mejor que pueda a la
situación y, paralelamente, cultivar con dedicación sus facultades
superiores, lo que le compensará con creces de la deficiencia que no
puede solucionaren un nivel más elemental.
Este es, a grandes rasgos, el esquema del criterio a
seguir para resolver las situaciones susceptibles de crear un estado
de tensión. Con las técnicas
que ahora vamos a explicar, así como con las ya explicadas y el
contenido del resto del libro, creemos que se dispondrá de normas e
instrucciones concretas más que suficientes para que se puedan poner
en práctica todas aquellas que requiera cada caso particular.
La
respiración consciente
La respiración consciente es una importantísima
técnica que puede aplicarse con tres finalidades distintas: para
equilibrar el psiquismo, para estimularlo y para tranquilizarlo.1
1. Sacamos la descripción de
estos ejercicios de respiración, así como los movimientos y la
relajación que damos después, de nuestro libro Hatha
Yoga. Su técnica y fundamento
a) Para equilibrar el psiquismo.
La práctica consiste en la llamada respiración
completa o integral.
Ejecución. Puede hacerse de pie, sentado o extendido,
aunque las posturas más favorables son las dos primeras.
Después de hacer una espiración completa, deje de
respirar voluntariamente durante dos o tres segundos, hasta que
«sienta venir» el impulso de inspirar. Entonces, dejándose llevar
de este impulso y apoyándose en él, permita al diafragma que dirija
hacia los pulmones el aire sin esfuerzo alguno. Mientras esté
haciendo este movimiento, apóyese mentalmente en él y amplíelo
para hacerlo más profundo.
A continuación, y sin interrumpir la entrada de aire,
eleve las costillas inferiores y expanda la parte media del tórax de
modo que el aire entre ahora suavemente en la parte media de los
pulmones. Acto seguido eleve la parte alta del pecho para que el aire
entre incluso en los vértices pulmonares. Para lograr esto último,
resulta práctico hacer un pequeño gesto de rotación con los
hombros, tirándolos hacia arriba y hacia atrás, con lo cual se
facilita el acceso del aire a la parte más alta de
los pulmones. En el momento de hacer este gesto
contraiga ligeramente el abdomen, con lo cual el aire será empujado
asimismo hacia arriba.
Todos estos movimientos han de hacerse de un modo
continuado, uno después de otro, formando una sola unidad, sin
forzar ni violentar nada en ningún momento. El movimiento ha de
resultar uniforme, suave y natural.
Retenga el aire en el pecho de uno a cinco segundos y,
acto seguido, proceda a iniciar la espiración. Empiece aflojando la
tensión de la parte alta del aparato respiratorio, siga con la parte
media del mismo y termine con una relajación abdominal completa. El
aire debe fluir siempre por la nariz, de un modo regular, suave y
uniforme.
Se tendrá inmediata noticia de que se ejecuta
correctamente, cuando se experimente una notable sensación de
plenitud y satisfacción, que es posible haya experimentado ya alguna
vez espontáneamente, al respirar de un modo profundo sin buscarlo ni
saber de qué manera lo ha hecho. Se tiene entonces la impresión de
que el aire llena no sólo el pecho, sino también la espalda.
El tiempo empleado en la inspiración ha de ser
sensiblemente el mismo que se emplea en la espiración.
Este ejercicio puede hacerse de cinco a diez veces en
una sola sesión. Y no hay inconveniente en que se hagan dos o tres
sesiones al día. Pero recuerde que en ningún momento hay que forzar
la inspiración, la retención o la expulsión.
La mente ha de estar atenta y seguir todo el proceso por
dentro, esto es, sintiendo el movimiento que hacen las costillas y el
diafragma y la sensación del aire cuando penetra en el pecho, cuando
permanece dentro, y cuando sale.
b) Para estimular el psiquismo.
Hay varios ejercicios, de entre los que
seleccionaremos el de más fácil ejecución.
Después de una espiración completa, haga una
inspiración integral durante cuatro segundos. Retenga el aire dentro
durante ocho segundos. Expulse ahora el aire suave y regularmente,
por la nariz, durante otros cuatro segundos.
Con la mente lo más tranquila posible, acompañe estos
movimientos con las siguientes imágenes mentales. Al inspirar,
visualice o imagine que la energía contenida en el aire, en forma de
puntitos brillantes, entra dentro del organismo para vitalizarlo
física, psíquica y mentalmente. Mientras dura la retención del
aire, fórmese la imagen de que la energía se fija y se asimila
profundamente, removiendo todas las impurezas que existen en el
interior. Al espirar, visualice que todas las impurezas físicas,
psíquicas y mentales, se expulsan al mismo tiempo que el aire
viciado, dejándole completamente limpio, sano y fuerte en todos los
aspectos.
Repita el ejercicio dos veces más. No olvide que debe
evitar todo esfuerzo excesivo y, si es preciso, disminuya la duración
del ejercicio de modo que no le cause la menor sensación de sofoco.
c) Para tranquilizar el
psiquismo. El ejercicio
específico para este objetivo es la respiración
abdominal, aunque la respiración integral
también produce este efecto tranquilizador cuando la persona está
marcadamente excitada.
La respiración abdominal consiste prácticamente en el
primer tiempo de la respiración completa. Después de hacer una
espiración completa, deje de respirar voluntariamente durante dos o
tres segundos, hasta que «sienta venir» el impulso a inspirar.
Entonces, dejándose llevar de este impulso y apoyándose en él,
permita al diafragma que dirija el movimiento abdominal por el cual
dilatando el abdomen y la parte inferior de los pulmones hace que el
aire entre en ellos sin esfuerzo alguno. Mientras esté haciendo este
movimiento, apóyese mentalmente en él sin interrumpirlo y amplíelo
para hacerlo más profundo.
A continuación, sin hacer ninguna retención, déjelo
salir lentamente, siempre por la nariz, y procurando que este tiempo
de salida sea algo más prolongado que el tiempo que ha durado la
inspiración.
Puede repetir el ejercicio tantas veces como sea
necesario hasta que se encuentre perfectamente tranquilo.
Normalmente, bastarán cinco o seis respiraciones de esta clase, bien
hechas, para que se note ya muy calmado.
Si al hacer esta clase de respiración nota alguna
fatiga, altérnela con algunas respiraciones completas.
La respiración abdominal le será útil no sólo cuando
quiera tranquilizarse, sino también cuando quiera llegar rápidamente
a un grado de relajación profunda y cuando le cueste conciliar el
sueño.
Los ejercicios de respiración pueden hacerse en
cualquier momento del día, por ejemplo, en los momentos de cambiar
de ocupación o para preparar adecuadamente el estado de ánimo al
iniciar una entrevista difícil, etc., pero es muy aconsejable que se
adquiera el hábito de practicarlos regularmente -por lo menos la
respiración integral- todas las mañanas antes del desayuno, al
mediodía antes de la comida y por la noche antes de la cena. Estos
ejercicios pueden hacerse solos o combinados con movimientos físicos
de gimnasia o de yoga, de los que hablaremos en seguida. También
pueden combinarse con prácticas de autocondicionamiento, de
meditación yóguica o, en fin, pueden ejecutarse siempre que se
requiera tener la mente tranquila y bien centrada.
El
ejercicio físico consciente
El ejercicio físico consciente es un medio excelente
para - calmar cierto tipo de tensión, para aumentar y consolidar la
energía del Yo-experiencia, para serenar la mente y para hacerle
conseguir una mayor profundidad.
Cuando la tensión se origina en el nivel emotivo o en
el mental, el ejercicio físico consciente producirá un excelente
efecto de distensión y tranquilización general. Queda, pues,
excluida esta técnica en la tensión ocasionada por un sostenido
esfuerzo físico, que requiere, como es lógico, el descanso o la
relajación consciente y además, siempre que la fatiga no sea
excesiva, una actividad agradable de tipo intelectual o de tipo
afectivo. Como se ve, se
trata de proporcionar descanso al nivel hipertenso y de estimular una
actividad agradable en otro nivel de la personalidad. Esta regla
puede aplicarse a toda tensión que esté provocada por un exceso de
cualquier función. A la tensión de origen mental convienen técnicas
que permitan el descanso de la mente y movilicen el nivel afectivo o
el físico; a la tensión de origen afectivo,
descanso de este nivel y técnicas basadas en la actividad física o
mental, y a la de origen físico, descanso del cuerpo y actividad
afectiva o mental. De ahí la conveniencia de conocer técnicas para
cada uno de los niveles de la personalidad. Y si la fatiga alcanza
por igual a todos estos niveles, entonces la técnica maestra a
utilizar es la relajación general consciente, de la que hablaremos
luego.
Dentro de las técnicas que estamos estudiando ahora,
que son las que utilizan la actividad física, podemos enumerar el
simple paseo, el deporte, la gimnasia, el
Hatha-Yoga, el Judo y, en general, todo lo que suponga un
ejercitamiento sistemático del organismo.
A la hora de elegir hay que tener en cuenta, además de
las posibilidades individuales de cada uno -edad, tiempo libre,
disponibilidades económicas, etc, el fin
complementario que se persigue, ya que las varias clases de ejercicio
permiten cultivar diferentes aspectos de la personalidad. Si el
interesado necesita o quiere cultivar al mismo tiempo el aspecto
humano de contacto social y convivencia, entonces le conviene
practicar un deporte de competición o de equipo.. Pero si,
por su índole personal, precisa y desea
ejercitar sólo su cuerpo sin
miras al contacto social, entonces puede elegir entre la
gimnasia, la natación y el Yoga, aunque me
permito aconsejar que sea cual fuere la forma
de ejercicio que se elija, no se deje de practicar el Hatha-Yoga.
La eficacia del ejercicio físico consciente no radica
tan sólo en el hecho de «distraer» la atención
de los problemas afectivos o
mentales que preocupan a la persona, permitiendo así que estos
niveles se tranquilicen. Este efecto existe, pero no es el más
importante. La verdadera utilidad de esta forma de practicar el
ejercicio consiste en que produce un aumento real de la energía
consciente y fortalece así la mente y el Yo-experiencia.
La tensión provoca con mucha frecuencia una marcada y
persistente depresión anímica, que no es más
que el resultado automático del bloqueo mental de las energías
positivas que circulaban libremente por el psiquismo antes de la
situación conflictual. El Yo consciente queda disminuido
energéticamente y se encuentra en inferioridad patente para
enfrentarse con la situación. Pues bien, el ejercicio consciente no
sólo permite que este bloqueo temporal se levante y la persona pueda
recuperar su anterior estado positivo, sino que además introduce en
la mente nuevas energías que aumentan de un modo real y permanente
su potencia y estabilidad. Veamos cómo ocurre esto.
Cuando hacemos un ejercicio físico, se genera en
nosotros una energía que consume nuestro organismo en el mismo
ejercicio. Habitualmente, mientras nosotros estamos preocupados o
pensando en otras cosas, el circuito de la energía queda limitado a
nuestros niveles físico y vital. Pero si nuestra mente se conecta y
se abre a la experiencia del esfuerzo, el circuito de energía pasa
entonces también por la mente y la vitaliza. Todo cuanto hay que
hacer es prestar plena atención al movimiento muscular que se
realiza y a la sensación interna que de él nos proviene, para lo
cual es necesario que el ejercicio se ejecute con lentitud y de modo
constantemente deliberado.
Los dos requisitos, pues, para aprovechar las ventajas
del ejercicio consciente son: deliberada lentitud y plena y constante
atención.
Parece extraño, a primera vista, que el detalle de
prestar o no atención a un esfuerzo muscular se traduzca en una
diferencia tan grande en el resultado del ejercicio. Pero si se tiene
en cuenta que nuestro nivel vital es un importante generador de
energía y que el acto de prestar atención equivale a conectar la
mente en aquella dirección, se comprenderá fácilmente que el
ejercicio consciente produzca esta integración de la energía vital
con nuestro Yo-experiencia, a nivel mental. Pero son cosas que no se
nos han enseñado y sobre las que tampoco nos hemos dedicado a
reflexionar por nosotros mismos; además, no estamos acostumbrados a
pensar en la mente en términos de energía, sino tan sólo en
términos de conocimiento y de representación.
De la misma
manera que aquí utilizamos la atención para incorporar a nuestro
Yo-experiencia mayor energía de orden biológico, puede también ser
utilizada para incorporarnos energía procedente de los niveles
superiores o espirituales. Ya lo estudiaremos más adelante. Lo
importante es que se comprenda bien el mecanismo para poderlo aplicar
correctamente, y comprobar entonces por propia experiencia que todo
esto no son sólo teorías ni hipótesis, sino hechos y realidades.
Hemos dicho antes que para la finalidad del ejercicio
consciente pueden elegirse aquellas disciplinas que sean más gratas
a la persona: paseo, gimnasia, atletismo, deportes. Pero no hay duda
que la práctica más idónea para la finalidad que perseguimos es el
Hatha-Yoga, puesto que su espíritu radica precisamente en estos
principios de lentitud y atención. Los deportes, en cambio, por la
rapidez que suelen exigir en sus movimientos se prestan más
difícilmente a esta atención interna que se precisa. Quizás la
única excepción la presenta el judo que, si se enseña en la debida
forma, requiere a la vez la mayor
atención interna y externa.
El
Hatha- Yoga
Es el yoga que se propone llegar a la integración
mental partiendo de la conciencia del cuerpo físico. El Hatha-Yoga
se compone de varias prácticas, pero las principales son: ejercicios
o posturas físicas y ejercicios especiales de respiración.
Las posturas y ejercicios físicos que se ejercitan en
el yoga son bastante distintos que en gimnasia, aunque a veces
parezca lo contrario. Con los ejercicios de yoga se logra, es cierto,
una gran flexibilidad corporal, pero sólo para que ésta se traduzca
en un mejor funcionamiento de todos los nervios que salen de la
columna espinal; y esto a su vez como medio para lograr una
integración mental.
Si las articulaciones entre las vértebras empiezan a
endurecerse, los nervios también sufren esta consecuencia; mientras
que si se conservan elásticas, todo el sistema nervioso funciona
bien. Como nuestro organismo depende del sistema nervioso,
manteniendo la columna vertebral elástica, se mantiene
prácticamente-todo el organismo en buen estado.
Los ejercicios de yoga están calculados para producir
determinados efectos sobre centros nerviosos, columna vertebral y
glándulas endocrinas. Se hacen de modo que presionen sobre un punto
determinado, o interrumpan la circulación, y cuando vuelve a ponerse
en marcha entonces su presión empuja por ejemplo a una determinada
glándula, gracias a lo cual se obtiene su mejor funcionamiento. No
se trata de una activación muscular, como en la gimnasia occidental,
sino de obtener un cambio en profundidad de la personalidad -pues
nuestra personalidad está profundamente influida por las glándulas
endocrinas y modificar beneficiosamente el funcionamiento de estas
glándulas es transformar nuestro cuerpo y al mismo tiempo nuestro
estado mental.
Para que se produzca la incorporación de la energía y
de los estados inducidos en cada ejercicio, es necesario que la mente
esté atenta a todo el desarrollo del ejercicio, dirigiéndolo, como
dejamos indicado al hablar del ejercicio físico consciente.
A continuación se describen los principales ejercicios
de Hatha-Yoga y sus efectos.
1. Padahastasana o postura de la
cigüeña
Se ejecuta de pie, teniendo los brazos caídos junto al
cuerpo. Luego los va levantando con lentitud mientras aspira aire,
hasta que estén en postura vertical. Hay que mantenerse de este modo
durante unos segundos sin respirar. Luego se empieza a espirar, y a
la vez se va doblando el tronco hacia delante, sin torcer la postura
de brazos y cabeza, hasta que ésta llega a las rodillas, que no
deberá doblar, cogiendo los tobillos con las manos. Así vuelve a
mantenerse unos segundos sin respirar, con los pulmones vacíos.
Cuando se agote su capacidad, sin forzarla, levanta poco
a poco el tronco, cuidando de que los brazos sigan siempre en línea
recta, y simultáneamente va aspirando aire, hasta volver a la
postura vertical. Y luego baja los brazos lentamente, espirando.
Actitud mental: durante todo el ejercicio debe dirigir
la atención al punto central entre los ojos, dentro de la frente.
Nota.- Debe
ejecutar este ejercicio de tres a cinco veces, tratando de ir
prolongando cada vez más el tiempo que permanece sin respirar en los
momentos antes indicados.
La flexión será más fácil contrayendo el abdomen. No
podrá al principio llegar con la cabeza a las rodillas, pero no
importa, pues lo que debe procurar es mantener el tronco lo más
recto posible durante la flexión, sin exagerar la curvatura de la
espalda. Conviene que al levantarse lo haga con mucha lentitud para
evitar una posible sensación de mareo proveniente del cambio de
presión sobre la cabeza al cambiar de postura con excesiva rapidez.
En éste como en todos los ejercicios de yoga no hay que forzarse,
sino proceder con constancia y suavidad para lograr los máximos
resultados y evitar retrocesos.
Efectos corporales.- Estimula
todos los órganos abdominales, concretamente el hígado, el páncreas
y los riñones. También quedan irrigados por la sangre los órganos
sexuales y sus nervios, con lo que se vigoriza su actividad. Es
excelente para los nervios y músculos dorsales, y tiene un gran
efecto de vigorización cerebral. Remedio eficaz para la constipación
y la adiposidad.
Psíquicos.- Aumenta
la energía psíquica, la confianza en sí mismo, la serenidad, la
claridad mental y el optimismo.
2. Sarvangasana o postura de todo
el cuerpo
Es uno de los asanas más importantes, por sus efectos
físicos y psíquicos.
Ejecución.- Estando
tendido en el suelo, boca arriba, teniendo los brazos junto al cuerpo
y las palmas de las manos en el piso, inspirar. Y entonces levantar
poco a poco ambas piernas del suelo hasta formar ángulo recto con el
tronco; apoyando con fuerza en las manos, empiece a elevar el tronco,
manteniéndolo en ángulo recto con las piernas, por lo que la
posición de éstas, que siguen estiradas, desciende hasta quedar los
pies a la altura de la cabeza. Se apoya ahora en los codos y,
doblando los antebrazos, coloca las manos sobre las costillas en la
espalda para mantenerse en equilibrio. Y en seguida levanta del lodo
el tronco y piernas hasta quedar en línea vertical todo el cuerpo,
formando ángulo recto con la cabeza. A fin de mantener mejor el
equilibrio, acercar las manos a los omóplatos. Durante el movimiento
hay que hacer respiración abdominal.
En este momento, sirven de sostén al cuerpo la parte
posterior del cuello y la cabeza, los hombros y los codos, todos en
contacto con el suelo. El mentón debe aplicarse con fuerza al
extremo superior del esternón.
Cuando logre conseguir esta postura con perfección,
debe mantenerse unos segundos en ella relajando los músculos todo lo
que pueda, aunque no tanto que pierda el equilibrio.
Para volver a la postura inicial, se procederá lo
mismo, pero a la inversa, procurando evitar todo movimiento brusco
del tronco y de las piernas, más aún que en la subida. Al terminar
conviene hacer un ejercicio de relajación general, que explicamos
más adelante.
Actitud mental.- La
atención centrada en el cuello y en la nunca, aunque esto sólo
cuando se ha logrado la postura correcta.
Nota.- No debe
practicarse más que una vez y manteniendo su duración entre uno y
doce minutos, aunque al principio debe comenzarse con un mínimo de
tiempo e irlo aumentando progresivamente con máxima lentitud, un
minuto cada quince días. A los primeros síntomas de malestar o
sensación de pesadez en las piernas, debe deshacer la postura. Es
difícil lograr la perfecta verticalidad. Cuando se consigue, se
experimenta una sensación general de descanso y no hace falta apenas
esfuerzo para mantenerse. Las dificultades de respiración
desaparecen con la práctica.
Efectos.- Deja
descansar al corazón, y favorece la desaparición de congestiones
venosas en piernas y vísceras abdominales. Estimula el tiroides y
órganos del cuello y tórax, así como el sistema simpático y por
lo tanto todos los órganos de la vida vegetativa que de él
dependen.
Psíquicos.- Facilita
el dominio sexual, pues favorece la absorción de la secreción
intersticial, fortaleciendo por lo tanto la vida física y psíquica
en general. Estimula la inteligencia, la afectividad y la capacidad
motora, y produce en todo el psiquismo una sensación de tranquilidad
y energía que renueva y vigoriza la personalidad.
3. Matsyasana o postura del pez
Es complementario del anterior y conviene por lo tanto
hacerlo después de él. Se ejecuta sentado en el suelo en la postura
llamada del loto o Padmasana.
Padmasana.- Estando
sentado con las piernas juntas y extendidas, doblar primero la pierna
derecha y colocar el pie sobre el muslo izquierdo lo más cerca
posible del abdomen hasta que la planta del pie quede al aire y la
rodilla esté tocando al suelo. Luego doblar la pierna izquierda y
colocar el pie sobre el muslo derecho, simétricamente al otro. Hay
que mantener recta todo el tiempo la columna vertebral, y las manos
pueden ponerse o bien una encima de otra sobre los dos talones, o con
los brazos extendidos de forma que las muñecas se apoyen en las
rodillas, uniendo por sus extremos los dedos índice y los demás
extendidos.
Entonces, y aquí empieza el Matsyasana, se va
inclinando hacia atrás, con la ayuda de manos y codos, hasta que la
parte superior de la cabeza toque el suelo, quedando la cabeza
inclinada hacia atrás en ángulo recto y toda la espalda formando un
arco. Colocado así no queda más que cogerse con las manos los pies,
y hacer la respiración abdominal. Después de deshacer esta postura,
conviene tenderse horizontalmente sobre el suelo y descansar.
Actitud mental.- Debe
dirigir la atención al plexo solar.
Nota.- Los
que no puedan hacer el Padmasana, que sirve de postura inicial,
deberán hacer el ardhamatsyasana, que es el mismo ejercido en forma
simplificada, partiendo del sukhasana. El sukhasana o postura fácil
se practica así: sentado en el suelo con ambas piernas extendidas y
juntas, doblar la derecha y colocar el pie bajo el muslo izquierdo.
Entonces doblar la pierna izquierda y colocar el pie izquierdo debajo
del muslo derecho. Pueden doblarse las piernas en orden inverso, es
decir, empezando por doblar la pierna izquierda. Deberá mantenerse
siempre el tronco recto de modo natural. Colocado así, todo lo demás
es igual, echarse hacia atrás hasta colocar la cabeza sobre el
suelo. Las manos en este caso sobre los muslos.
Efectos.- Masaje
en todas las partes congestionadas del cuello y tórax. Se estimulan
las glándulas tiroides y paratiroides con una mayor irrigación
sanguínea. El aire llega al vértice superior de cada pulmón. Y se
estimulan también los nervios cervicales como las glándulas del
cerebro. La columna vertebral adquiere mayor flexibilidad,
complementaria de la que le proviene de otros asanas. La libre
entrada del aire produce una esponjosa sensación de descanso. La
acción beneficiosa sobre el plexo solar, favorece la tranquilización
emocional y estimula la actitud positiva.
4. Halasana o postura del arado
Su ejecución es como sigue: se extiende sobre el suelo
de espaldas, con los brazos a lo largo del cuerpo y las palmas hacia
abajo. Entonces inspira y comienza a elevar las piernas poco a poco
sin doblarlas, hasta que formen ángulo recto con el tronco,
continuando luego elevándolas más, junto ya con el cuerpo, y
apoyando para esto con fuerza las manos en el suelo. Así se continúa
doblando el cuerpo hacia atrás hasta que la punta de los pies toque
el suelo por encima, o sea, más allá de la cabeza. Así permanece
durante cinco a quince segundos, respirando con tranquilidad y
regularidad.
Luego dobla el tronco un poco más aún, de modo que los
pies lleguen algo más lejos, teniendo siempre rectas las piernas. Y
vuelve a quedarse así otros cinco a quince segundos.
Todavía, si se puede, continúa alejando aún más los
pies de la cabeza, de forma que el cuerpo se afirme sobre las
vértebras cervicales. De este modo se consigue que toda la columna
vertebral tome parte en el ejercicio. Debe procurarse mantener esta
postura todo el tiempo posible, sin hacer un esfuerzo excesivo.
Luego la deshará con suavidad hasta volver a la
posición inicial. Y se relajará.
Otra forma de este mismo ejercicio, es poner los brazos
más allá de la cabeza, en el suelo, cuando las piernas pasan por
encima de ella. Y otra también, colocar las manos detrás del
cuello, en vez de situarlas más allá de la cabeza.
Actitud mental.- La
atención debe centrarse durante los movimientos en la columna
vertebral y en los momentos estáticos, en la nuca.
Nota.- La
duración de este ejercicio debe ser de uno a cuatro minutos, no
debiendo nunca rebasar este tiempo máximo.
Deben evitarse brusquedades en los movimientos,
procurando que todo el ejercicio se desarrolle dentro de una cohesión
homogénea. Se respirará sosegadamente en las etapas estáticas. Las
principales dificultades desaparecerán procurando evitar las
rigideces en los músculos del cuello y el tronco.
Efectos.- Muy saludable
sobre la columna vertebral y la médula y sus centros nerviosos.
Aumenta la irrigación sanguínea de todos los órganos abdominales,
y del cerebro. Es de óptimos efectos para trastornos menstruales.
En el orden psíquico aumenta la actividad psíquica
general y produce una gran agilidad y energía de carácter, así
como dominio de uno mismo.
5. Bhujangasana o postura de la
cobra
Hay que extenderse en el suelo boca abajo, y colocar
sobre el piso las palmas de las manos situándolas debajo de las
axilas. Entonces inspirar. Y luego, poco a poco, ir levantando la
cabeza y a continuación la parte superior del tronco sin apoyarse en
las manos, sino haciendo tracción con los músculos de la espalda.
Llegado hasta donde den de sí los músculos, se hace uso de las
manos para acabar de erguir la mitad superior del tronco, procurando
no elevar la parte inferior, desde el ombligo hacia abajo. Después
de breves instantes en esta postura, espirar lentamente mientras la
va perfeccionando. Durante el tiempo que mantenga el asan a hará una
respiración superficial.
El descenso lo hará lo mismo pero a la inversa,
empezando por apoyarse con las manos hasta que pueda continuar sin
utilizar más que el esfuerzo de los músculos de las manos. Al
terminar debe relajarse bien.
Actitud mental.- Prestar
atención a la columna vertebral, a las distintas vértebras que va
doblando según progresa el ejercicio.
Nota.- El asana
puede mantenerse como máximo entre cinco segundos y un minuto,
pudiendo repetir el ejercicio entre tres y siete veces.
El movimiento debe iniciarse sin la ayuda de las manos,
como queda dicho, y la flexión de la columna debe hacerse lenta y
progresivamente. Es importante no levantarse mucho, sino curvar bien
la columna vertebral desde la cabeza a la región lumbar. Hay que
procurar que los pies, se separen en los momentos de máxima flexión.
Una vez terminado conviene apoyar la frente en el suelo, y se
percibirá un alivio y descanso del cuello.
Efectos.- El
ejercicio proporciona una gran flexibilidad a la columna vertebral,
corrigiendo deformaciones, y beneficia a todo el sistema nervioso.
Estimula los riñones y facilita su purificación y eliminación, lo
mismo que todas las vísceras abdominales, corrigiendo la obesidad,
incluso la de origen endocrino.
Psíquicamente produce dominio neuromuscular.
6. Shalabhasana o postura del
saltamontes
Se extiende en el suelo boca abajo, con los brazos a lo
largo del cuerpo y las palmas sobre el suelo. La cabeza puede estar
apoyada en el mentón o en la frente, a voluntad. Se hace una
inspiración completa, y entonces con un impulso enérgico se
levantan ambas piernas hacia arriba, sin doblar las rodillas, y se
mantienen lo más alto posible, de dos a diez segundos. El peso del
cuerpo se apoya en la palanca formada entre el mentón o la frente,
el tórax y las manos. Y entonces desciende lentamente las piernas y
espira el aire.
Actitud mental.- La
atención debe estar centrada en las últimas vértebras de la
columna.
Nota.- El ejercicio
puede hacerse de tres a siete veces, procurando alargar la duración
de los momentos en que las piernas se mantienen en alto, a medida que
va consiguiendo hacer este ejercicio sin excesiva violencia.
Hay muchas personas que encuentran gran dificultad en
elevar las piernas del suelo, por el movimiento brusco y rápido que
requiere. Conviene evitar que se doblen o se separen las piernas
cuando se elevan. El ejercicio se facilita si se colocan las manos
unos pocos centímetros más arriba.
Efectos.- Produce
una fuerte presión sobre el intestino y las vísceras del abdomen,
evitando y corrigiendo la constipación y tonificando el hígado y
los riñones. Fortalece los músculos del abdomen y de las regiones
lumbar y sacra. Estimula los nervios que salen de la columna
vertebral. Y produce una sensación de alivio y ligereza,
incrementando simultáneamente la sensación de vigor y energía.
7. Dhanurasana o la postura del
arco
Extenderse en el suelo boca abajo. Doblar las rodillas y
cogerse los tobillos. Inspirar. Levantar el tronco del suelo, como en
el Bhujangasana, y simultáneamente tirar con las manos de las
piernas para levantarlas cuanto sea posible doblando también a la
vez la espalda. Entonces espirar y luego seguir en esta postura todo
el tiempo posible haciendo una respiración superficial. En cuanto
note fatiga, ir deshaciendo lentamente la postura y finalmente
relajarse unos momentos.
Actitud mental.- La
atención centrada en la región pélvica y sacra.
Nota.- Al principio
puede hacerse hasta tres veces, y luego cada
semana se ejecuta una vez más hasta un máximo de siete veces. Si se
encuentra excesiva dificultad, cabe empezarlo con las piernas
separadas, aunque, una vez superada dicha dificultad, hay que
conseguir practicarlo con las piernas juntas.
Efectos físicos.- Da
elasticidad a la columna vertebral, y activa las glándulas
endocrinas, sobre todo el tiroides.
Psíquicos.- Proporciona
vivacidad a la mente y aumenta la energía de carácter.
8. El arbolito
Se comienza estando de pie, con los brazos caídos junto
al cuerpo y dejando apoyar todo el peso del cuerpo sobre la pierna
derecha. Entonces se eleva el pie izquierdo resbalándolo Hacia
arriba sobre la pierna derecha en su parte interior, hasta que el
talón toque el arco de la ingle derecha por debajo, quedando los
dedos apoyados con fuerza sobre los músculos abombados situados
sobre la rótula de la rodilla derecha. El pie debe quedar bien
colocado, pudiendo hacer uso de las manos para ello.
Una vez así, se juntan las manos ante el pecho en
posición de orar, y tras unos instantes de permanencia en esta
postura, se van elevando los brazos lentamente, sin separar las
manos, mientras se inspira con lentitud terminando a la vez la
inspiración y la elevación de las manos a la mayor altura posible.
Y de nuevo vuelve a detenerse en esta postura unos instantes.
Dejando así los brazos, se dobla el tronco hacia
delante hasta que las manos toquen el suelo, mientras se va espirando
con lentitud. Nuevamente se
detiene unos instantes.
Y por fin levanta, siempre con lentitud, el tronco hasta
quedar derecho, con los brazos en alto y las manos juntas, mientras
va inspirando. Baja entonces los brazos volviendo a quedar con las
manos juntas ante el pecho. Finalmente aspira y baja el pie izquierdo
a su posición primera. Y descansa.
Después repite el ejercicio con la otra pierna.
Actitud mental.- La
atención tiene centros distintos en los distintos momentos del
ejercicio: durante la flexión, el abdomen; cuando está en posición
erguida, la nuca. Esta atención ayuda a mantener el equilibrio.
Nota.- Debe
practicarse una sola vez sobre cada pierna, yendo con mayor lentitud
cada vez, a medida que progresa en perfeccionar su ejecución.
Efectos físicos.- Estimula
los procesos de la digestión y eliminación de
alimentos y el funcionamiento de los riñones, favorece la
desaparición de la grasa abdominal. Ganan elasticidad la
articulación coxo-femoral y los músculos de la pantorrilla así
como los abdominales.
Psíquicos.- Proporciona
seguridad y tranquilidad. Ayuda al dominio del sistema nervioso.
9. Ejercicio de extensión
general
Éste y el siguiente no son propiamente ejercicios de
Yoga, pero me permito recomendarlos por su gran utilidad.
Ejecución.- Se
hace de pie, teniendo las piernas juntas y los brazos caídos y
pegados al cuerpo. Entonces, mientras se va inspirando profunda y
lentamente, se levantan los brazos hacia delante y hacia arriba,
paralelos, extendiéndolos cada vez con mayor fuerza y como si
quisiera desprenderlos de sí, y elevarse sobre el suelo. Mientras
tanto, va elevando los talones, hasta quedar en el punto máximo de
extensión, de puntillas y con los brazos totalmente extendidos hacia
arriba tocándose las puntas de los dedos de ambas manos. Llegado
aquí, continúe con la actitud total de máximo estiramiento y
sosteniendo el aliento, mientras va bajando los brazos hasta dejarlos
en posición horizontal. Interesa en todo momento, especialmente a
partir de haber logrado este punto máximo, experimentar la sensación
de estiramiento total de dedos, manos, brazos y hombros, y se
consigue tratando de alejarlos del cuerpo con la mayor fuerza que sea
posible, aunque sin movimientos bruscos.
La postura horizontal de los brazos debe mantenerse tres
o cuatro segundos, y luego, lentamente, volver a la postura primera,
espirando por la nariz, mientras se va suprimiendo poco a poco la
tensión del estiramiento.
Una vez terminado el ejercicio conviene descansar y
hacer una respiración completa.
Efectos.- Activa
músculos que no solemos ejercitar y asimismo la circulación de la
sangre. Y fortalece el sistema nervioso.
10. Ejercicio de contracción
muscular
Ejecución.- Se
hace de pie, teniendo ambas piernas separadas y los brazos junto al
cuerpo.
Lo primero una inspiración completa. Luego cerrar las
manos y contraer todos los músculos del cuerpo, poniendo la máxima
fuerza en los brazos, mientras dobla la espalda obligado por la
enérgica contracción de los músculos abdominales, dirige los puños
hacia el plexo solar y dobla un poco las piernas por las rodillas,
también lo que exija la contracción muscular.
La contracción debe verificarse gradualmente procurando
ejercitar en ella todos los músculos posibles. Y una vez llegado al
punto de máxima contracción, hay que permanecer así unos segundos.
Entonces, repentinamente, aflojarlos todos y espirar por la boca.
Finalizado el ejercicio descansar y hacer una
respiración completa.
Efectos.- Fortalece
todos los músculos así como el sistema nervioso en general.
Nota.- Este
ejercicio y el anterior, de extensión general, se complementan, así
que conviene hacer uno a continuación del otro. Pero no se hará más
que una vez cada uno. Cuando se li i estado bastante tiempo sentado o
sin moverse, su práctica consciente produce una intensa sensación
de descanso y relajación para el cuerpo y para la mente. Además en
ambos se movilizan músculos que de ordinario suelen usarse muy poco
y esto facilita la práctica de la relajación consciente, pues en
ella la relajación llega a hacerse consciente también para estos
músculos.
El Hatha-Yoga dispone a la meditación. A través de los
ejercicios físicos y de respiración, se sigue un proceso de
interiorización de la mente, que descubre y toma conciencia de la
propia energía vital y de niveles cada vez más profundos. Este
camino lleva, pues, de un modo natural al Yoga de la meditación, no
en el sentido religioso occidental de flujo del
pensamiento sobre una serie de ideas sagradas o de conversación con
Dios, sino como concentración fija de la mente en determinados
símbolos o fuerzas, del mundo interior, profundizando en ellos. Y el
Hatha-Yoga, que ante todo tranquiliza y fortalece la mente, lleva de
la mano hasta el umbral de la meditación.
Los ejercicios que hemos descrito se complementan con
los de respiración que ya hemos expuesto y con la
relajación general consciente que vamos a ver a
continuación.
La
relajación general consciente
Éste es un ejercicio típico de tranquilización, pero
si se ejecuta correctamente, tiene también un alto efecto de
fortalecimiento psíquico general.
El efecto tranquilizador de esta práctica se fundamenta
en el hecho de que existe una estrecha correlación entre el tono
muscular, el estado de ánimo, el ritmo respiratorio y la actividad
mental. Si mediante un adiestramiento conseguimos disminuir a
voluntad el tono muscular y el ritmo respiratorio -es decir, los dos
factores fisiológicos-, automáticamente se calmarán el
estado de ánimo y la mente.
El efecto fortalecedor de la
relajación se debe básicamente al mismo mecanismo explicado al
hablar del ejercicio consciente. Sólo que aquí la energía que se
hace pasar por la mente
consciente tiene tres procedencias:
a) La que se genera gracias a la
respiración que, aunque disminuida, sigue su curso normal.
b) La energía procedente de la descontractación
muscular, esto es, del cese de las contracturas de varios grupos
musculares que ya habitualmente existen en nuestra actitud vigílica
normal, pero que se incrementan en todos los casos de tensión.
c) El remanente de la energía actualizada por el
esfuerzo físico anterior -ya que se recomienda practicar la
relajación después de los ejercicios de Yoga, de gimnasia o
deportivos-, y no consumida en el mismo ejercicio físico.
Cuando la relajación se ejercita de un modo inteligente
y sistemático, sus efectos son tan notables que, como suele ocurrir
en estas materias, parecen totalmente desproporcionados a
los «esfuerzos» que el ejercicio requiere. He
aquí los más destacados:
- Perfecto descanso del cuerpo.
- Recuperación extraordinariamente rápida de toda
clase de fatiga.
- Mejora del funcionamiento del cuerpo en general y
curación de los trastornos originados por
hiperactividad orgánica o por tensión.
- Aumenta la energía
física, psíquica y mental.
- Tranquiliza, aclara y profundiza la vida afectiva.
- Consigue el perfecto descanso de la
mente a voluntad.
- Aumenta la energía, claridad y penetración de los
procesos mentales.
- Facilita el desarrollo de nuevas facultades de
percepción superior: intuición, sentimientos estéticos, etc.
- Conduce a nuevos estados subjetivos de
interiorización.
- Facilita el eventual despertar de la conciencia
espiritual.
Los requisitos esenciales para conseguir una perfecta
relajación general consciente, son los siguientes:
1.º Progresiva distensión de todos los músculos,
superficiales y profundos.
2.° Total tranquilización emocional.
3.° Cese de todo movimiento mental, es decir, de todo
pensamiento, imagen o idea.
4.° En ningún momento se ha de perder la conciencia,
esto es, la atención-voluntad que constantemente dirige el proceso
de relajación progresiva a lo largo de toda su duración, y que
cuando se alcanzan las fases adelantadas se
convierte en conciencia-testigo
o atención central.
Estos requisitos pueden parecer muy difíciles o hasta
inalcanzables, sobre todo a quien ya ha intentado en alguna ocasión
obtener de algún modo este descanso perfecto, sin
haber conseguido otra cosa que ponerse nervioso o
haberse quedado dormido. Es muy natural que cualquier persona que
inicie la relajación sin otra preparación que su buena voluntad,
fracase una y otra vez en su intento de apaciguar la mente.
La relajación bien hecha requiere un adiestramiento
progresivo, un aprendizaje sistemático, gracias al cual se van
controlando poco a poco todos los planos del psiquismo y se van
aprendiendo a superar uno por uno cuantos obstáculos se interponen
en el proceso. La relajación consciente -por lo menos en sus fases
adelantadas- requiere, en efecto, un dominio casi perfecto del
cuerpo, de las emociones y de la mente. Por eso de ningún modo se ha
de confundir con la clásica siesta que
se suele hacer después de la comida de mediodía, ni con el hecho
del simple reposo durante el cual se deja que la mente divague a su
gusto o que se quede adormilada.
Condiciones materiales.-
Veamos ahora cuáles son las mejores condiciones
materiales para el aprendizaje de la relajación.
Cuando la relajación se hace inmediatamente después de
las posturas de Yoga, como es preferible, entonces el momento, el
lugar y el vestido ya están resueltos. Pero cuando la relajación
consciente se emprende como ejercicio único, es útil conocer y
seguir las normas siguientes:
Lugar.- Ha
de ser tranquilo, bien ventilado y a salvo de interrupciones
inoportunas. Se puede hacer sobre el suelo, encima de una manta
doblada o sobre la cama, pero en este caso sin almohada.
La temperatura de
la habitación ha de ser tal, que en caso de quedar dormido no exista
la posibilidad de enfriarse. En invierno por lo tanto, será
conveniente cubrirse con una o dos mantas. Hay que evitar toda
corriente de aire, incluso en verano.
En cuanto a la tranquilidad
del lugar, si no puede conseguirse un silencio
completo, cosa bien difícil en nuestras ciudades, puede también
hacerse donde los ruidos sean ya habituales. Hay que asegurarse de
que durante el tiempo del ejercicio nada ni nadie vendrá a
interrumpir bruscamente la práctica.
La luz que
mejor conviene es una suave penumbra.
Ropa.- No
es necesario desvestirse, aunque sí imprescindible que la ropa no
cause la menor molestia al cuerpo, por lo que se tendrá mucho
cuidado en aflojar aquellas prendas que produzcan alguna presión:
cinturón, corbata, cuello de la camisa, zapatos, etc.
La hora
que según la experiencia parece más aconsejable
es una media hora antes de la comida del mediodía y de la noche. No
aconsejo hacerlo después de comer, porque el torpor mental que suele
invadir en este momento no es el más adecuado para ningún
aprendizaje. Practicada antes de la comida, la relajación facilitará
de modo sorprendente la digestión.
Duración.- Los
primeros quince días, lo mejor es dedicar al entrenamiento dos
sesiones de quince o veinte minutos. A medida que se vaya adquiriendo
más práctica el ejercicio podrá prolongarse sin dificultad hasta
media hora o más.
Posición.- La mejor
posición para el aprendizaje es, sin eluda alguna, extendido de
espaldas, boca arriba, los pies algo separados entre sí, los brazos
a los lados del tronco sin rigidez, con las palmas de las manos hacia
arriba o hacia abajo, como sea más cómodo. Toda la postura ha de
hacerse del modo que resulte más cómoda y natural. Salvo en casos
de necesidad muy personal, no es aconsejable utilizar almohadas ni
ningún otro artificio.
Cuando ya se tiene práctica, la relajación puede
también hacerse sentado cómodamente en un buen sillón, aunque
nunca se conseguirán así resultados tan rápidos como en la postura
que hemos indicado antes.
Los ojos pueden mantenerse cerrados del todo o
semicerrados.
Otras observaciones importantes.-
Al empezar la relajación es conveniente hacer
siempre dos o tres respiraciones completas. Lo mismo se hará al
terminar el ejercicio y siempre que tenga que interrumpirse por algo
imprevisto.
Nunca debe interrumpirse bruscamente la relajación. El
alejamiento o acercamiento consciente del cuerpo se hace siempre
mediante dos elementos: la mente y la respiración; y su acción ha
de ser en todo momento suave y gradual. Por lo tanto, si se ha de
interrumpir súbitamente la relajación, en vez de intentar moverse o
hablar en seguida, lo primero que hay que hacer es tranquilizarse y
evitar todo sobresalto; hay que pensar con calma que dentro de un
momento se va a dejar este estado y volver al normal; hay que
respirar poco a poco más profundamente y después abrir los ojos y
mover las manos y los pies. A continuación ya puede moverse sin el
menor inconveniente.
La correcta actitud mental es el eje de todo el
aprendizaje de la correcta relajación. La mente consciente ha de
llegar a ser el elemento dinámico y rector de todo cuanto está por
debajo de ella: cuerpo físico y sus sensaciones, sentimientos,
imaginaciones y pensamientos.
La actitud mental que se ha de tener indispensablemente
durante todas las fases de la relajación, consiste en mantener la
atención perfectamente despierta y tranquila de modo que pueda
dirigir, desde el principio hasta el fin, todo el proceso
psicofisiológico como se indicará en su lugar. Esta atención al
principio será intermitente por la habitual interferencia de
pensamientos, imágenes y recuerdos, pero poco a poco gracias a la
práctica constante y al esfuerzo dirigido, la mente se irá
estabilizando y el foco mental de la atención podrá dirigirse y
mantenerse a voluntad durante todo el tiempo necesario sobre los
puntos requeridos. Los estados mentales se irán transformando a
medida que se progrese, hasta llegar al punto en que la mente podrá
mantenerse completamente despierta aparte de toda operación mental,
esto es, se mantendrá completamente tranquila y despierta sin
pensamiento alguno: es el estado que denominamos conciencia-testigo o
atención central. Es la fase final de la relajación en su aspecto
mental y cuando se llega a alcanzar, aunque sólo sea por breves
instantes, produce una transformación profunda de toda la
personalidad.
Ahora, pues, solucionados los preliminares externos e
internos, extendido ya cómodamente sobre la cama, envuelto en una
suave penumbra que invita al silencio y al recogimiento, entremos
propiamente en el aprendizaje de la relajación.
EL APRENDIZAJE PROGRESIVO DE LA RELAJACIÓN GENERAL
CONSCIENTE
Primera
y segunda fases
Primera
semana
Una vez colocado
en la postura y demás condiciones indicadas anteriormente, proceda,
con calma, del modo siguiente:
1.° Haga tres respiraciones lentas y profundas, por la
nariz y con la boca cerrada.
2.° Piense
que va ahora a relajar todo el cuerpo porque
usted así lo desea.
3.° A continuación afloje de golpe todos los músculos
de los cuales sea consciente, con un gesto interior global de soltar,
de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga ahora diez respiraciones normales, pero algo
más lentas, repitiendo a cada espiración, esto es, al sacar el aire
por la nariz, este gesto de aflojamiento general, que es el
mismo que seguramente habrá hecho en muchas
ocasiones, cuando estando muy fatigado, ha podido al fin tenderse en
la cama y, suspirando, «se deja
caer del todo en
ella». Mantenga clara en la mente esta idea de aflojar, soltar y
relajar todo el cuerpo y repita una y otra vez el gesto a cada nueva
espiración.
5.° Descanse unos momentos, uno o dos minutos, y
aprovéchelos para mirar mentalmente el estado en que se encuentra el
cuerpo, es decir, para tomar clara conciencia de la sensación que le
viene del cuerpo mientras está en este estado de reposo.
6.° Piense
que ahora va a poner fin a este estado de
relajación y que va a volver al estado
vigílico normal.
7.° Haga tres respiraciones, siempre por la nariz,
aumentando a cada una el volumen de la inspiración.
8.º Después de la tercera respiración mueva los dedos
de las manos y de los pies y contracture unos instantes los músculos
de los brazos y de las piernas. Acto seguido ya puede ponerse
en pie, dando por terminado el ejercicio.
La ejecución de este ejercicio durará en conjunto tan
sólo unos diez minutos, pero para los primeros días es suficiente.
Recuérdese lo que hemos dicho referente a la duración
y frecuencia de la relajación en la parte teórica y, en
consecuencia procúrense hacer dos de estas sesiones de entrenamiento
cada día.
Es evidente que la relajación conseguida por ahora será
todavía bastante imperfecta, pero si cumple estrictamente estas
instrucciones habrá empezado a acostumbrarse a manejar todos los
elementos que le asegurarán más adelante una relajación perfecta.
Por favor, insistimos, no descuide ninguna de las indicaciones que le
damos, todas ellas son esenciales y es importante aprender desde el
principio su correcta ejecución; le facilitarán enormemente el
conseguir con la máxima rapidez y perfección las fases más
adelantadas y difíciles.
Segunda
semana
1.° Haga tres respiraciones lentas y profundas, por la
nariz.
2.° Piense
que va ahora a relajar todo el cuerpo.
3.° A continuación afloje de golpe todos los músculos
de los cuales sea usted consciente, con un gesto interior global de
soltar, de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga ahora cinco
respiraciones normales, pero algo más lentas,
repitiendo a cada respiración este gesto de aflojamiento general.
5.° Ponga ahora la atención en los pies y las piernas,
siéntalos, y
durante otras cinco espiraciones dedíquese a aflojarlos de un modo
especial y suplementario. Así es que, manteniendo el cuerpo en el
mismo estado del número 4, dirija-suavemente la atención a la
sensación interior de las piernas, piense con claridad que ahora las
va a aflojar más y más y repita el gesto interno de relajarlas
durante cada una de las cinco espiraciones. Aun cuando usted tenga la
impresión de que están ya bien relajadas y que no puede conseguirse
más, no importa, insista. Precisamente en este esfuerzo
suplementario y aparentemente inútil reside uno de los secretos del
éxito en la relajación profunda.
6.° Haga lo mismo del punto anterior con los brazos y
las manos, durante otras cinco respiraciones.
7.° Descanse unos momentos, uno o dos minutos, y
aprovéchelos para registrar el estado interno del cuerpo en general
y de las extremidades en particular.
8.° Piense
que ahora va a poner fin a este estado de
relajación y que va a volver al estado vigílico normal.
9.° Haga tres respiraciones, siempre por la nariz,
aumentando a cada una el volumen de la inspiración.
10. Después de la tercera respiración mueva los dedos
de las manos y de los pies y contracture unos instantes los músculos
de los brazos y de las piernas. Acto seguido ya puede ponerse en pie,
dando por terminado el ejercicio.
Tercera semana
1.º Haga tres respiraciones lentas
y profundas, por la nariz.
2.° Piense
que va ahora a relajar todo el cuerpo.
3.° A continuación afloje de golpe todos los músculos
de los cuales sea usted consciente, con un gesto interior global de
soltar, de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga ahora cinco respiraciones normales, pero algo
más lentas, repitiendo a cada espiración el gesto de aflojamiento
general, incluyendo además la relajación especial de piernas y
brazos.
5.° Ponga ahora la atención en el plexo solar, esto
es, en la boca del estómago, sienta
interiormente esta región, y durante otras cinco
espiraciones dedíquese a aflojarla de un modo especial y
suplementario, extendiendo la relajación a toda la región del
vientre.
6.° Haga lo mismo con la región del pecho, durante
otras cinco respiraciones.
7.° Descanse unos momentos, uno o dos minutos, y
aprovéchelos para registrar el estado interno del cuerpo en general
y de las extremidades y tronco en particular.
8.° Piense que
ahora va a poner fin a este estado de relajación y que va a volver
al estado vigílico normal.
9.° Haga tres respiraciones por la nariz, aumentado a
cada fina el volumen de la inspiración.
10. Después de la tercera respiración mueva los dedos
de las manos y de los pies y contracture unos instantes los músculos
de los brazos y de las piernas. Acto seguido ya puede ponerse en pie,
dando por terminado el ejercicio.
Cuarta
semana
1.° Haga tres respiraciones lentas y profundas, por la
nariz.
2.° Piense
que va ahora a relajar todo el cuerpo.
3.° A continuación afloje de golpe todos los músculos
de los cuales sea usted consciente, con un gesto interior global de
soltar, de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga ahora cinco respiraciones normales, pero algo
más lentas, repitiendo a cada respiración el gesto de aflojamiento
general, incluyendo además, la relajación especial de las
extremidades y el tronco.
5.º Ponga ahora la atención en la nuca, sienta,
interiormente esta región y durante otras cinco
espiraciones dedíquese a aflojarla de un modo especial y
suplementario, extendiendo la relajación a toda la región del
cuello.
6.° Haga lo mismo con los músculos de la cara, frente,
maxilar inferior, lengua, etc., durante otras cinco respiraciones.
7.° Descanse unos momentos, uno o dos minutos, y
aprovéchelos para registrar el estado interno del cuerpo en
general y de la cabeza y cuello en particular.
8.° Piense
que ahora va a poner
fin a este estado de relajación y que va a volver al estado vigílico
normal.
9.° Haga tres respiraciones, por la nariz, aumentando a
cada una el volumen de la inspiración.
10. Después de la tercera respiración, mueva los dedos
de las manos y de los pies y contracture unos instantes los músculos
de los brazos y de las piernas. Acto seguido ya puede ponerse en pie,
dando por terminado el ejercicio.
Quinta
semana
1.° Haga tres respiraciones lentas y profundas, por la
nariz.
2.° Piense
que va ahora a relajar todo el cuerpo.
3.° A continuación afloje de golpe todos los
músculos de los cuales sea usted consciente, con
un gesto interior global de soltar, de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga diez
respiraciones normales, que ahora tendrán ya que
salir espontáneamente del tipo abdominal,
haciendo en el momento de
cada espiración un acto general de aflojamiento de todo el cuerpo.
En el grado actual de práctica, ha de poder conseguir esta
distensión muscular con mucha mayor rapidez y profundidad.
5.° Durante cuatro o cinco minutos, dedíquese a
descansar mentalmente y observe de vez en cuando si existe la más
mínima tensión en alguna parte del cuerpo, y de ser así, aflójela
suavemente. Sienta
todo el cuerpo descansando.
6.° Piense
que ahora va a poner fin a este estado de
relajación y que va a volver al estado vigílico normal.
7.° Haga tres respiraciones, por la
nariz, aumentando a cada una el volumen de la
inspiración.
8.° Después de la tercera
respiración, mueva los dedos de las manos y de los pies y
contracture unos instantes los músculos de los brazos y de las
piernas. Acto seguido ya puede ponerse en pie, dando por terminado el
ejercicio.
Con esto pueden darse por bien completadas las dos
primeras fases de relajación que hemos descrito en la Parte Teórica.
Aunque es frecuente que aparezcan rasgos o características que
corresponden a un estado o fase ulterior, sin haber conseguido
realizar del todo la fase preliminar, al llegar al final de esta
quinta semana ha de ser capaz de dominar con relativa facilidad y
bastante perfección la relajación general de la musculatura
consciente. Esto lleva consigo el experimentar la conciencia global
periférica del cuerpo, la sensación general de hormigueo y calor,
apunta ya de un modo más o menos claro la conciencia de un bienestar
físico, que corresponde propiamente a la tercera fase.
Tercera
fase o grado de relajación
Sexta
semana
1.°, 2.° y 3.° Como en las
semanas anteriores.
4.° Una vez conseguido el estado de aflojamiento
general aprendido en la última semana, dirija su atención hacia el
movimiento respiratorio. Respire del modo más natural posible y sin
pretender modificar para nada esta respiración, dedíquese a
observarla tranquilamente. Primero, siga con la mente el movimiento
físico del diafragma y del pecho; al cabo de un rato dirija la
atención a la sensación interna del impulso respiratorio. Nada más.
No quiera modificar en ningún sentido la respiración que surge de
un modo espontáneo y natural. Tan sólo mirar y sentir, esto es,
contemplar. Prolongue
este ejercicio hasta unos 15 minutos.
Cuando la mente se aleje de esta atención por aparecer
imágenes o pensamientos extraños al ejercicio, vuélvala de nuevo,
suavemente, hacia la respiración. Y esto cuantas veces sean
precisas, sin impaciencias ni violencia de clase alguna. Si ha
seguido puntualmente las instrucciones de las semanas precedentes
observará que el control de la mente no resulta ahora tan difícil
como se imaginaba al principio.
5.°, 6.° y 7.° Como los tres últimos puntos de las
semanas anteriores.
Séptima
semana
1.°, 2.° y 3.° Como en las semanas anteriores.
4.° Como resultado de la observación sobre la
respiración seguida durante la semana anterior, habrá comprobado
seguramente que la respiración sale de un modo desigual, irregular y
arrítmica. Se trata ahora de conseguir su regularidad, esto es, que
la inspiración y la espiración tengan la misma duración y que su
frecuencia sea regular, constante. No se trata de modificar el
volumen, sino tan sólo el ritmo. Por consiguiente, corrija, siempre
sin violencias, los dos movimientos respiratorios alargando un poco
el que sea más corto y acortando un poco el que sea más prolongado,
hasta que consiga que el ritmo se mantenga de un modo regular. Haga
este ejercicio durante unos quince minutos.
5.°, 6º y 7.° Como los tres últimos puntos de las
semanas anteriores.
Octava
semana
1.°, 2.° y 3.° Como en las semanas anteriores.
4.° Manteniendo la atención sobre el ritmo
respiratorio como en la última semana, procure ahora aumentar de un
modo muy suave su profundidad, su volumen. En ningún momento hay que
forzar nada. La respiración ha de surgir tan lenta y suavemente como
antes, sólo el volumen se amplía un poco; la inspiración algo más
profunda y la espiración también. Mantenga esta práctica durante
veinte o veinticinco minutos.
5.°, 6.° y 7. Como los tres últimos puntos de las
semanas anteriores.
Hemos conseguido ahora, plenamente, la tercera fase o
grado de relajación general consciente. Ha de experimentar una gran
sensación de placidez y de bienestar durante el ejercicio. La mente,
asimismo, notará que queda muy calmada, aunque no silenciosa del
todo, lo que corresponde a la fase siguiente.
La persona que haya seguido sistemáticamente las
prácticas tal como se han recomendado hasta aquí, tiene asegurados
los resultados que se indican en los cinco primeros números citados
al hablar de los efectos de la relajación, lo que constituye ya, por
sí mismo, una espléndida realización.
Hacia
la cuarta fase
Es la fase de la autoconciencia mental. Una vez se
consigue con facilidad el estado de placidez y de bienestar general
propio de la tercera fase de relajación consciente, puede
emprenderse con éxito esta etapa superior, que consiste en la
relajación mental o dominio del pensamiento. Intentar abordar esta
fase sin haber conseguido sobrepasar las anteriores es someterse a un
esfuerzo tan penoso como inútil. Pero si emprende el control de la
mente después de haber dominado los demás niveles, sorprenderá la
facilidad con que se consigue este dominio sobre el propio proceso de
pensar, que tan difícil, si no imposible, parece al principiante.
Veamos en qué consiste la práctica:
1.º, 2.° y 3.ª Como de costumbre.
4.° Durante unos cinco minutos continúe con la mente
centrada en el ritmo respiratorio, como en la fase anterior. A
continuación, dirija suavemente la atención hacia sus propios
pensamientos. Del mismo modo que en la tercera
fase miraba
tranquilamente el ritmo respiratorio, mire ahora
su propia actividad mental,
sin hacer nada más, sin querer cambiarla ni suprimirla, sólo como
espectador pasivo que asiste al espectáculo de unas ideas o
imágenes que vienen y
se van, sin intervenir para nada en ellas,
ni siquiera para valorarlas ni juzgarlas.
Cuando esta actitud de espectador esté bien
establecida, lo que puede conseguirse a los diez o quince días de
iniciada esta cuarta fase de relajación, dé orden a la mente, desde
el fondo, de que guarde silencio. Quiera,
sencillamente, que todo se tranquilice, que la
mente quede limpia, tranquila y silenciosa. Repita dos o tres veces,
muy sutil pero claramente, la orden: silencio, más silencio,
silencio profundo, silencio...
Después de media hora, termine el ejercicio con
los tres puntos de costumbre.
Es casi seguro que al principio encontrará dificultad
en mantener la mente en la actitud espectadora señalada al
principio. Ayudará el fijar la atención primero durante unos
momentos, en el punto medio o punto de partida del impulso
respiratorio. En efecto, al mirar fijamente el punto central e
inmóvil alrededor del cual gira el vaivén respiratorio, se produce
un doble efecto en la mente: se estabiliza y se profundiza. Sabemos
que esto resultará ininteligible para el lector ocasional de estas
líneas, pero todo aquel que haya seguido escrupulosamente las
instrucciones dadas hasta aquí, estará en condiciones de comprender
bien a qué nos referimos. Así, pues, una vez centrados mentalmente
durante unos momentos en el centro del impulso respiratorio, se
dirige de nuevo la mirada mental hacia la pantalla de la mente para
contemplar cuantos pensamientos e imágenes persistan todavía en
aparecer, y que ahora serán ya muy pocos.
Al cabo de unos cuantos días de práctica, conseguirá
que la mente quede, por lo menos durante un rato, tranquila y quieta,
sin necesidad de forzar ni violentar ningún mecanismo mental. Es ya
el silencio de la mente.
Este silencio es efecto de una profundización real de
la conciencia y no de una inmovilización artificial y forzada de la
mente. Cuando experimente este silencio mental en el estado de
perfecta lucidez que requiere la relajación consciente, un nuevo
nivel de conciencia emergerá del fondo de su personalidad. Una de
las notables impresiones que se experimentan al conseguir
efectivamente este silencio mental consciente, es la de sentirse
inmensamente libre, o quizá sería más adecuado decir que uno se
siente a sí mismo como liberado. Al mismo tiempo, se tiene la
evidencia también de estar en contacto con algo más grande, algo
inmenso, vivo y poderoso que dilata la mente y la vivifica de un modo
extraordinario.
Es evidente que para lograr la perfección de esta
cuarta fase y, por consiguiente, estos estados de conciencia que
hemos mencionado, se requiere un trabajo perseverante de varias
semanas. Pero aunque sólo se perciba esta experiencia profunda
durante unos breves instantes en los primeros quince días de
iniciada esta etapa, será ello compensación más que suficiente de
los esfuerzos realizados, a la vez que estímulo para seguir adelante
con la práctica.
Con la práctica, este estado se podrá renovar una y
otra vez hasta que, muy lentamente
ahora, se irá afianzando en el trasfondo de la conciencia vigílica.
Empieza aquí a funcionar la atención central o conciencia-testigo
en el propio nivel mental. A partir de este momento, deja de
dependerse de la propia actividad mental: se empieza a ser consciente
de un nivel de la propia realidad
más allá del pequeño mundo de las formas
mentales de tipo personal (que son las únicas que nos causan
preocupaciones), y estas formas pueden empezar a manejarse a
voluntad. El dominio
real del pensamiento
comienza a ser un hecho en todos los momentos del día, y esto
transforma por completo toda la personalidad.
No se puede fijar el tiempo requerido para dominar esta
fase de la relajación por completo, variando, como es natural, en
cada caso particular. Como plazo general, puede señalarse el de uno
o dos meses.
Quinta
fase
A partir de la cuarta etapa, o fase de la relajación,
todo trabajo de profundización se ha
de hacer exclusivamente en la mente. Los estados conseguidos en las
tres primeras etapas son la preparación necesaria e indispensable
para que la mente pueda abstraerse de los niveles superficiales e
inferiores de su propia
esfera, penetrando entonces con plena conciencia en los niveles
profundos y superiores del plano mental.
Esta quinta fase o grado, que es el de la conciencia de
oscuridad, de vacío, es tan sólo el efecto de la prolongación de
la fase anterior y es el
punto de transición para llegar a la fase final, a la conciencia
positiva de plenitud. Por lo general esta fase es de muy corta
duración, unos días, pero hemos querido señalarla por su carácter
distintivo de aparente negatividad. Vamos a tratar de describirla
brevemente.
Cuando la quietud mental de la fase 4.a se prolonga, la
impresión de silencio se transforma, por sí sola, en la percepción
de una obscuridad creciente y de un vacío cada vez más
activo. La gran fuerza viviente que se empezó a
sentir en la cuarta fase, adquiere aquí un extraño vigor,
aparentemente negativo. Es, en efecto, algo que parece negar toda
noción de vida, tal como la conocemos:
es grande e inmenso y, sin embargo, vacío y oscuro; es vivo y
poderoso y, no obstante, inaprehensible; es inteligente y, a pesar de
esto, ininteligible en su naturaleza.
La mente tiende a agarrarse a las viejas experiencias y
a los estados habituales, pero no obstante siente la urgente
necesidad de ir adelante, de soltar todo cuanto está aún retenido y
de penetrar, sea como sea, en este nuevo mundo misterioso y
desconocido. Cuando la mente afloja un poco más se tiene la
impresión de que se está cayendo en un abismo negro y sin
fondo. Evidentemente, se trata tan sólo de un
estado subjetivo, consecuencia de aflojar por unos momentos las
fuertes identificaciones de la conciencia (en sus estratos profundos)
con las viejas conciencias de la vida corriente y elemental.
No hay peligro alguno en este descenso a lo interior, si
la mente permanece firmemente centrada en su propio nivel mental, es
decir, si se consigue mantener la atención central como núcleo
consistente y básico a lo largo de toda la experiencia. Es muy
difícil describir adecuadamente estos estados y experiencias, pero
aquellas personas que lleguen o estén en sus proximidades
comprenderán de qué se trata. A las demás, no hay forma posible de
comunicarlo. Decíamos que no hay peligro alguno en estas
experiencias, si se logra mantener una perfecta cohesión mental o
punto integrado de atención. Es este punto integrado de atención el
que hace factible que en cualquier momento se pueda retroceder en la
experiencia. Es el que nos permite dominar por completo la situación.
Si esta unidad de atención no está presente debe renunciarse por
completo a esta clase de experiencias y estados; significa que la
personalidad no está suficientemente integrada en el nivel de la
mente y, por consiguiente, en vez de
intentar penetrar de modo prematuro en estos niveles profundos
necesita reforzar, coordinar e integrar la mente en sus niveles
superficiales mediante otras técnicas adecuadas.
Sexta
y última fase de la relajación
Poco podemos decir de esta fase, aparte de afirmar su
existencia. Incluso si decimos
que es la última, es sólo porque es la más elevada que, de algún
modo, conocemos. Pero de la misma manera que a la noche sigue el día,
de las tinieblas interiores surge la luz interior del alma. Este
estado subjetivo, aunque dentro de un orden perfectamente natural,
parece corresponder a la experiencia del «sí mismo», a la
evidencia inmediata, como sujeto, de la realidad espiritual del alma.
No podemos decir más. Añadiremos tan sólo que después, al
encajarse de
nuevo en la mente y demás estructuras psíquicas normales, se da uno
cuenta, con asombro, de la extraña limitación en que habitualmente
vive dentro del minúsculo y enmarañado mundo de los propios
sentimientos y deseos personales.
Contraindicaciones.- Aunque
la relajación general consciente es una práctica que conviene en
general a todo el mundo, dado el estado de tensión con que
habitualmente se vive, hay algunos casos en los que la relajación
está más bien contraindicada, a no ser que se haga bajo expresa
dirección médica. He aquí los principales:
1.° Las personas cuya tendencia habitual es la de huir
de las situaciones concretas de la vida.
2.° Aquellas que presentan síntomas crónicos de
atonía o pereza fisiológica, física y mental.
3.° Las personas cuyo psiquismo muestra clara tendencia
a la disgregación, a la dispersión.
4.° Los afectados de trastornos psíquicos graves.
En algunos de estos casos la relajación puede también
ser muy útil pero a condición de ir acompañada de ejercicios de
otra clase o de un tratamiento médico específico. Por esta razón
las personas que estén incluidas -en alguno de los grupos indicados
harán bien en no iniciar por su cuenta
los ejercicios de relajación y ponerse en manos de un
buen especialista.
Técnicas
que utilizan el nivel afectivo
1. En primer lugar cabe citar toda una serie de recursos
naturales, que muchas veces utilizamos
inconscientemente y que casi resulta afectado llamar técnicas. Desde
el hecho tan sencillo de la clásica «tertulia», en la que uno se
reúne con un grupo de amigos para contar chistes o historias, en un
ambiente cordial, que responde a la necesidad de buscar una salida
que nos descargue emocionalmente -y que a la par
que nos alivia de la tensión emocional reprimida, nos brinda una
ocasión de descanso de las preocupaciones mentales o del desgaste
físico-, hasta otros más elevados, como pueden ser el escuchar
música, el contemplar obras de arte, el
acercarse más a la naturaleza.
2. EL AMOR.- En una zona más profunda, y aunque también
choca llamarle técnica de descanso, de hecho proporciona un
bienestar general y una gran distensión el dedicarse a
cultivar la vida afectiva, el amor, no en el
aspecto fisiológico, sexual, sino el amor en su más noble sentido
afectivo. El hombre de acción encuentra en el amor, si sabe vivirlo
con plenitud en su vida familiar, aprendiendo a cultivarlo con
esmero, un medio eficacísimo y estupendo de descanso.
La actividad afectiva que exige el amor, el hecho de
ejercitar el afecto de un modo activo es de
unos efectos sedantes extraordinarios. Y no sólo el amor como
afecto, sino además el amor como interés por el prójimo. El
interesarse por el bien ajeno -esto que a veces es tan difícil-,
aunque se trate de personas que no conocemos, abre una vía de salida
a la tensión concentrada en
nuestro interior. Pero ha de tratarse de un interés auténtico, no
de una curiosidad o de una autosatisfacción, aunque éstas produzcan
también efectos tranquilizadores.
Para desgracia nuestra, generalmente no nos damos cuenta
de que el amor es una función voluntaria, quiero decir, que podemos
manejar a voluntad. Con frecuencia obramos en esto como en tantas
otras cosas, maquinalmente: sentimos o no
sentimos, nos vemos impulsados o no, como si
fuéramos juguetes de nuestros estados
interiores, sin llegar a
percatarnos de que nosotros mismos podemos activar el amor si
queremos, de que la facultad de amar depende de nosotros. Vivir el
amor no es simplemente
dejarse llevar ciega y pasivamente por sus impulsos, cuando de
improviso nos llegan. Está en nuestra mano y es de efectos
renovadores el manejarlos nosotros mismos y conseguir que el amor
adquiera toda su plenitud.
Nuestro amor defectuoso.
Claro que lo que suele llamarse amor, de
ordinario no lo es. Se llama amor a un afecto infantil, egocentrado,
al deseo de encontrar aceptación, aprobación, seguridad, apoyo, y
recíprocamente de dar también a cambio seguridad. Esta especie de
amor se limita pues a un intercambio de fines egocentrados.
Precisamente así es como ama
el niño: ama en cuanto su amor le da seguridad, protección, afecto.
Nuestro amor en su aspecto
psíquico no ha evolucionado
gran cosa desde nuestra infancia, pues lo basamos
principalmente en la necesidad de correspondencia. No hay más que
observar que cuando no nos vemos correspondidos, fácilmente el
pretendido amor se transforma en hostilidad, lo que indica bien a las
claras que allí de verdadero amor había bien poco.
El verdadero amor. El
amor auténtico, maduro es una actividad que corresponde al nivel
afectivo superior, que existe más o menos desarrollado, en todos los
hombres. Es la capacidad
de amar el objeto por sí mismo, con total independencia de mi
conveniencia personal, de mis fines particulares.
Nuestro amor suele más bien ser una mezcla de amor
egocentrado de tipo infantil, de amor auténtico, altruista y de amor
espiritual, abnegado. Siendo así, no podemos extrañarnos de
nuestros vaivenes, de que en un momento dado nos sintamos dispuestos
a buscar el bien del otro, a sacrificarnos, a subordinarlo todo al
bien del ser amado, y en el momento siguiente experimentemos la
imperiosa necesidad de que la persona amada nos otorgue
consideración, nos preste interés, nos manifieste respeto y nos
pruebe su dedicación a nosotros.
Sin embargo no veo en todo esto ningún mal. El mal está
en no darnos cuenta de que en el segundo caso estamos funcionando en
un nivel egocentrado, creyendo que es amor, y confundiéndolo con el
auténtico amor desinteresado y puro. Lo mismo que no solemos darnos
cuenta de la serie de cambios de nivel que continuamente verificamos
en otros órdenes -quiero decir, por ejemplo, que nos pasa
desapercibido el cambio de un nivel mental objetivo a una actitud
mental subjetiva-; tampoco llegamos a ser conscientes cuando pasamos
de una afectividad egocentrada a una actitud afectiva superior.
Esta inconsciencia nos lía en mil problemas: nos
comprometemos a algo en un acto de verdadero amor, y luego
reaccionamos de un modo infantil; unas veces comprendemos, toleramos
y tratamos muy bien a la persona querida, y otras somos secos,
intransigentes y rencorosos. Es natural que ocurran estos altibajos
porque los necesitamos, como una especie de compensación: vivimos
también en este nivel personal, además del otro más elevado. Pero
nos será de enorme utilidad que aprendamos a desarrollar más el
superior, y, sobre todo, a distinguir claramente cuándo pasamos del
uno al otro. Saber que cuando exigimos algo para nuestro amor lo
hacemos mirando a nuestro Yo, y que cuando vivimos en el nivel
afectivo superior, el amor es gratuito, auténtico, incondicional, un
amor sin reglamentos, por solo la persona amada.
Naturalmente que en la medida en que logremos
desarrollar este amor de calidad superior, irán cesando los vaivenes
emotivos, debidos al flujo y reflujo que caracteriza a todos los
niveles personales, como el amor egocentrado. Y el amor se irá
asentando sobre una base sólida -como impersonal y permanente es el
nivel afectivo superior- desde la cual se puede manejar la marea del
amor sin peligro para el amor mismo ni para la persona amada.
3. LA ORACIÓN. Es una de las técnicas más eficaces
para producir una distensión, un descanso y para adquirir energías.
Usamos la palabra oración en el sentido de expresar de
un modo espontáneo, natural, tal como surge desde el fondo más
sincero de la persona, todo cuanto desea, necesita, siente, teme,
aspira, etc., dirigiéndose a Dios o a un ser superior.
La salida de uno mismo, la expresión y exteriorización,
el contacto afectivo con Dios que es propio de la oración hecha del
modo indicado, produce una gran circulación de energías interiores
que pasan del nivel afectivo inferior al superior a medida que la
misma oración va madurando y perfeccionándose, que pone en
movimiento una renovación excelente de toda la personalidad y una
profunda sensación de sosiego y descanso, con la descarga de la
tensión acumulada en el interior.
Lo que no es oración. Sin
embargo es bastante frecuente que la oración sea para quien la
practica un serio problema. Me refiero, naturalmente, a personas de
sincera preocupación religiosa, e incluso, valga la expresión, a
los profesionales de la religiosidad, a muchos religiosos.
Casi nunca estas personas llegan a ser conscientes del
problema de su oración. Y vaya si hay problema: consiste en que
viven encerradas en su Yo-idea. Así como mucha gente en el trato con
los demás no sale de sí mismo, habla de lo que siente, dice lo que
piensa, pide lo que necesita, pero sin interesarse nunca, sin
participar, sin penetrar en los otros, sin salir de su Yo. De un modo
semejante muchos practican la oración en la misma actitud. Quizás
piensen en Dios, en los puntos y materia de la meditación, etc.
Piensan, pero no oran; quedan encerrados dentro de unas ideas que
pueden ser maravillosas, pero que continúan siendo puras
representaciones dentro de su mente. Giran alrededor de su Yo:
necesitan esto, les gustaría hacer lo otro, Dios es tal cosa, lo
absoluto es lo de más allá, etc.; todo dentro de su armadura
interior.
Aunque están persuadidos de que oran, en realidad
aquello no es oración, porque les falta el gesto interior esencial
para la verdadera oración, la actitud de apertura interior, de salir
de sí mismos y «dirigirse a», del mismo modo que el amor al
prójimo consiste en poner el corazón en el otro, no en mantenerse
dentro de su Yo. Esta actitud de salida obliga a situarse aparte del
Yo-idea y precisamente por eso cuesta. La oración es una dinámica
de energía, un auténtico
proceso vital, y el que vive en su Yo-idea
no entiende esto, sino que está encerrado dentro de su
capullo, sin que
salga nunca la mariposa.
Romper la muralla interior que uno se ha ido formando, y
salir de sí mismo es la condición primordial para la descarga y
para el contacto, respectivamente, en toda expresión de vida
afectiva. El problema que a veces encuentran algunas personas en la
relación entre chicos y chicas se debe a que no saben salir de sí
mismas, interesarse por las personas concretas del otro sexo, por lo
que piensan, sienten, quieren, etc.; y les parece que estar fuera de
su interior es perderse a sí mismas. Pero no se dan cuenta de que,
por el miedo de perderse, se cierran y es entonces cuando lo pierden
todo. Exactamente igual ocurre en la oración, que es la relación
entre el hombre y Dios; el
repliegue dentro de las propias ideas imposibilita el contacto real
con Dios, y uno vive en la errónea idea de estar muy cerca de Dios,
pero lo único que hace es enquistarse cada vez más en su Yo. Cuando
se logra romper esta valla, este autoseguro, se empieza entonces a
descubrir por propia experiencia que la oración es un elemento
eminentemente positivo y constructivo dentro de la vida personal.
Existen realmente unos niveles espirituales. No son
producto de una idea, de una creencia o de una fe. Es algo que puede
constatarse por la experiencia. Cuando se ejercitan esos niveles, se
percibe con claridad que son de un orden completamente diferente de
lo que es la vida afectiva a nivel
personal. Existe una inspiración, un sentido de presencia, una
intuición de unidad de todos los seres, y el cultivo de esta clase
de experiencia actúa e imprime una fuerza sorprendente en toda la
persona, que se traduce en inspiración, en intuiciones y en energía.
Como remate de cuanto llevamos expuesto sobre la
afectividad como medio de tranquilización, no hay que olvidar que
los sentimientos son los que dan sabor a las cosas. Toda satisfacción
deriva de vivenciar afectos positivos. Los goces de la vida son
diversas modalidades de expresión de sentimientos afectivos, desde
el más elemental al más sublime, desde el placer puramente sensual
hasta el éxtasis espiritual. Por lo tanto
aprender el correcto funcionamiento del nivel afectivo es empezar a
saber vivir con satisfacción, con alegría, de un modo placentero y
agradable. Por eso cuando a través de la oración, por ejemplo, se
logra dar curso a la vida afectiva, se descorren las cortinas y queda
abierto ante la vista un campo dilatado y nuevo y un camino de
progreso interior y de maduración personal; también se consigue la
distensión interior y el descanso; pero además la persona encuentra
el secreto de la felicidad en la vida, porque ha dado con el único
medio de saborear la alegría y de rebosar en satisfacción y
bienestar: la entrega inteligente pero total de su capacidad de amar.
Técnicas
que utilizan el nivel mental
En el nivel
mental podemos encontrar también varios medios de tranquilización.
1. Buscar ideas positivas, dentro de la propia
existencia, en las materias que uno domina, dentro del propio mundo
personal: hablar de las cosas que uno conoce, de lo que a uno le
gusta, etc.
2. Interesarse mentalmente para comprender verdades de
orden general, universales, o amplios panoramas intelectuales.
En este segundo punto vamos a detenernos algo más, por
ser de mayor interés. Así como cuando estamos cansados, nos
tranquilizamos y cobramos fuerzas contemplando un paisaje de
dilatados horizontes, también cuando estamos mentalmente tensos,
preocupados y obsesionados con algún problema, la mente se relajará
y descansará dirigiendo la atención a un vasto panorama
intelectual.
La tensión produce un fruncimiento incluso físico en
el centro de la frente, como si todo el peso de la fatiga gravitase
en el entrecejo. Los ojos entonces tienen una actitud de fijeza con
tendencia convergente, como si miraran concentradamente a un punto
fijo situado a poca distancia. Si estando así se abre delante una
vista panorámica extensa, la mirada inmediatamente corre hasta el
horizonte y abarca la amplia perspectiva de un solo golpe de vista, y
los ojos ya no se dirigen
convergiendo en un punto próximo, sino que siguen líneas paralelas
y has ta algo divergentes, sin objetivo fijo, en una verdadera
distensión visual, que produce naturalmente efectos sedantes en los
ojos y en la mente. No se puede relajar la mente sin que los
ojos participen del mismo gesto. Y la sensación
de bienestar y descanso mental que produce la visión de un paisaje
grandioso, o simplemente dilatado, es debido al
efecto sedante sobre los ojos, de la
actitud que lleva consigo la contemplación de
anchurosas lejanías.
En el plano intelectual podemos hacer lo mismo. Cuando
uno se interesa por estudios o conocimientos de interés general, que
iluminen visiones de conjunto, o lleven a síntesis universales, la
mente se relaja y distiende en la admiración de tan vastos mundos
conceptuales, con efectos tranquilizadores sobre
las facultades tensas. El estudio del cosmos, por ejemplo, con los
modernos hallazgos a través
de los vuelos espaciales, con datos tan interesantes como los
referentes a las fotografías de nuestro planeta o de la Luna desde
los satélites artificiales,
y la sensación de vértigo que produce en la imaginación el
perderse en las lejanías del universo a través de las revelaciones
del telescopio. O también seguir la evolución de la humanidad a
través de la Historia, en forma global, abarcando a la vez, en un
golpe de vista, todo un período o incluso todas las edades con
suficiente detalle para sentir el contraste impresionante de la
propia pequeñez frente a la grandiosidad de la humanidad en marcha
por las rutas de los siglos.
Estas visiones de conjunto tienen un efecto sedante y
confieren una gran serenidad mental. Hacen que de pronto uno mismo,
situado como partícula dentro del todo, encuentre su sitio exacto,
minúsculo y olvidado en el gran concierto de la generalización.
Cosa parecida a lo que ocurre
cuando miramos nuestros problemas al cabo de cinco años; los vemos
en su justo valor, insignificantes o, a veces también, cobrando una
importancia que antes no les habíamos concedido, autosugestionados
por la hipnosis de su cercanía y de su inmediata vivenciación.
Quien dice en el campo concreto de los objetos que se
encuadran en el espacio y en el tiempo como la Astronomía o la
Historia, dice también en el abstracto de conceptos teóricos e
ideas superiores como la Matemática pura, la Filosofía o el Arte,
siempre con tal de situarse en un punto de mira universal y de
conjunto. Todo cuanto sea visión intelectual panorámica de gran
amplitud produce automáticamente efectos sedantes.
Por todo lo dicho es de sumo interés el cultivo y
educación integral de la personalidad, sin descuidar ninguno de sus
niveles ni facultades, porque se llega
a ser una persona más completa y de una mejor calidad humana, pero
también porque precisamente, teniendo en su mano
las riendas de todos sus niveles, posee más medios para poder en un
momento dado distensionarse, ejercitando unos mientras descansan los
otros. En cambio una persona que se ha desarrollado unilateralmente,
prescindiendo de su infravaloración
total humana, se encuentra pobre de recursos a la hora de la fatiga
para seguir haciendo algo y al propio tiempo descansar. La gente que
ha vivido siempre absorbida por su negocio, no sabe vivir fuera de
él, todo lo demás les aburre y les parece vacío, porque no pueden
echar mano de facultades que no han cultivado y hallar en ellas la
plenitud de la acción y al mismo tiempo el descanso producido por el
cambio de actividad.
Técnica
del recreo
La base de esta técnica reside en la tendencia natural
de las energías reprimidas a salir por sí mismas cuando la mente
inconscientemente cesa de impedirlo, y en la posibilidad de
neutralizar progresivamente y a voluntad esa actitud mental de
censura y de inhibición.
Es la misma técnica que todos hemos empleado ya en la
infancia sin darnos cuenta, y también la misma que, en cierta forma,
utilizan aún lo pueblos primitivos actuales. Todos recordamos, en
efecto, que en nuestra infancia cuando salíamos al patio de la
escuela a la hora del recreo, después de haber estado unas horas
quietos y esforzándonos en prestar atención a unas explicaciones
más o menos abstrusas, nos poníamos
espontáneamente a gritar, a saltar y a gesticular alborozados. Esta
conducta era motivada por la descarga automática de la tensión
acumulada en las horas de clase. Pues bien, la técnica del recreo
consiste exactamente en esto mismo, como veremos enseguida.
A medida que hemos ido creciendo y madurando, la
posibilidad de estas descargas naturales ha ido desapareciendo debido
a que ha ido penetrando en nuestro Yo-idea la norma impuesta por la
sociedad de que hemos de ser unas personas serias, formales, con
actitudes siempre educadas y compuestas. Y esta norma, que es muy
correcta en lo que se refiere a nuestra conducta social, la hemos
trasladado también a nuestra conducta personal cuando estamos solos.
Así pues, hemos bloqueado toda posibilidad de descarga espontánea y
natural de la energía anormalmente reprimida y con ello la
posibilidad de equilibrarnos, puesto que las inhibiciones obligadas
en la vida diaria, en cambio, han ido en constante aumento desde el
período de nuestra infancia hasta la actualidad.
De modo semejante a como en nuestra vida social hemos de
mantener un control estricto de nuestros esfínteres, pero después,
en privado, hemos de relajarnos periódicamente para poder eliminar
de nuestro organismo todos los desechos acumulados, es muy
conveniente que hagamos algo parecido en lo que se refiere a nuestro
funcionamiento psíquico. Hemos de buscar el modo de poder eliminar
la energía artificialmente retenida en nuestro interior mediante la
apertura consciente y deliberada, durante unos minutos, de nuestro
mecanismo automático de censura y represión.
La técnica consiste prácticamente en lo siguiente.
Bien percatado mentalmente de que se trata de prescindir totalmente
por unos minutos de toda idea de autocrítica y de control, se coloca
la persona de pie en una habitación en la que haya suficiente
espacio libre, con los ojos cerrados. Procura entonces dejar de estar
pendiente de sus ideas y pone su atención en lo que siente y en lo
que le gustaría hacer y, sencillamente, lo hace, de modo parecido a
cuando tiene ganas de bostezar o de desperezarse y, sin más, así lo
hace. Hay que dejar libre curso a todo impulso de expresión que
surja del interior, permaneciendo en todo momento bien despierto y
consciente, pero sólo como espectador, sin que el pensamiento se
mezcle en la acción. El ejercicio ha de durar como máximo 10
minutos. Y su frecuencia ha de ser la de tres veces por semana. Sólo
en casos de excepcional tensión es aconsejable hacer una sesión
suplementaria.
Los impulsos interiores tenderán a expresarse siempre a
través de la vía oral o motora: se tendrán ganas de hablar,
gritar, cantar, reír, llorar, o bien de hacer muecas y movimientos
más o menos extraños. No hay que preocuparse en absoluto de la
forma en que los impulsos tiendan a salir, ni tampoco de buscarles
explicación de ninguna clase.
Los ojos han de mantenerse cerrados durante todo el
ejercicio. Y esto es muy importante porque los impulsos y emociones
tenderán así a descargarse en el vacío mediante simples
movimientos o expresiones verbales, mientras que si los ojos
estuvieran abiertos, además de provocar distracciones, los
sentimientos se proyectarían hacia los objetos que se tuvieran
delante.
Es muy corriente que al principio uno no sienta ganas de
hacer nada y entonces uno cree con optimismo que no tiene nada dentro
para descargar. Esto, claro está, es debido a que se mantiene la
mente cerrada aún sin darse cuenta. Es preciso perseverar en la
práctica para aprender poco a poco a abrir este mecanismo defensivo.
Es corriente también, al principio, tener miedo de lo
que pueda ocurrir y que vengan ideas de autocrítica y sentimiento de
ridículo. Todo esto es consecuencia de estar actuando en dirección
contraria a la del Yo-idea, y por ello hemos dicho que la mente ha de
estar bien percatada de lo que se va a hacer y del por qué.
La eficacia de este ejercicio tal como lo hemos descrito
radica en el hecho de que al mismo tiempo que la energía sale por sí
misma, de un modo natural, a través de los movimientos o
exclamaciones, la mente consciente toma plena conciencia de cuanto se
está haciendo, sintiéndose en todo momento protagonista consciente
de todas las expresiones, esto es, la energía reprimida se convierte
en experiencia activa de la persona. Gracias a este efecto, la
conciencia del Yo-experiencia se modifica incorporándose aquella
energía que hasta ahora estaba fuera de su alcance y, al mismo
tiempo, disminuye la presión que sobre la mente ejercía el
inconsciente.
Esta plena conciencia de sí mismo en tanto que
protagonista es lo que diferencia esta técnica de otros modos de
descarga de tensión. La persona que en el fútbol, por ejemplo,
grita como un desesperado, no hay duda que también descarga energía,
pero en los momentos en que está gritando no conserva la mente
totalmente abierta, ya que está en un estado de exaltación que
precisamente ofusca en parte la mente y, por consiguiente, no puede
tomar plena conciencia de la acción y no puede incorporarla a su
Yo-experiencia. Esta es una descarga que, como todas las que se hacen
en un estado emocional exaltado -desesperación, rabia, etc.-, vacía
temporalmente pero no transforma. Sólo aquello que se vive con
perfecta lucidez de la mente se liquida del inconsciente y se asimila
plenamente por la conciencia experimental del sujeto.
Recomendamos una vez más, que no se sobrepase el tiempo
de diez minutos que hemos aconsejado ni se aumenten el número de
sesiones a más de tres o cuatro por semana. Este ejercicio es
excelente, pero practicado en dosis excesivas podría perjudicar la
capacidad de control de algunas personas. También recomendamos, pero
por otros motivos más obvios, que el ejercicio se practique en una
habitación lo más aislada posible, a fin de que no se oigan desde
el exterior los gritos o exclamaciones y, al mismo tiempo, para que
se pueda hacer la práctica sin preocuparse de que nadie pueda
escuchar y saque consecuencias erróneas.
Con esto damos por terminadas las técnicas de
tranquilización. En realidad existen muchísimas más, y en otras
partes de este mismo libro se pueden encontrar un buen número de
ellas. Pero al terminar este capítulo quiero recalcar una vez más,
que la verdadera y definitiva solución a los estados de tensión,
como también a los de inseguridad y angustia, ha de buscarse tan
sólo en la limpieza de nuestro inconsciente y en el cultivo intenso
de nuestros niveles superiores, en el desarrollo de la atención
central y en la desidentificación.
16.
AUTOCONCIENCIA. EL DESARROLLO DE LA ATENCIÓN
Hemos podido observar que cuantos problemas surgen
perturbando la personalidad, no son, en el fondo, otra cosa que
producto de un funcionamiento parcial, limitado, superficial de
nuestra mente: todas las represiones tienen este origen.
Cuando experimenta las presiones de todo lo que está
inhibido, la mente procura distraerse y se evade en busca de nuevos
estímulos con los que hipnotizarse para que promuevan una situación
artificial de satisfacción, de placer, etc., en lugar de seguir el
camino sano de afrontar la inquietud interior, el malestar. Así
cerrado ante la situación que se plantea, el sujeto no vive aquella
experiencia ni de un modo ni de otro: ni positiva ni negativamente.
El problema de la dualidad en nuestra conciencia, del Yo
y del no-Yo, es del mismo orden: nuestra mente no ve con claridad que
la noción de realidad y de las cualidades que nosotros percibimos en
las personas y cosas son auténticamente nuestras, y cree que aquello
forma parte de la imagen que percibe. Una vez más es el problema de
que la mente no capta de un modo total el fenómeno interno, sino que
proyecta las cualidades interiores de la imagen.
Exactamente el mismo fenómeno vuelve a reproducirse en
el problema de la identificación. En cada momento tenemos unas ideas
distintas, un estado de ánimo, unas emociones diferentes. Y vivimos
entonces como si aquello fuera nuestra única realidad. De ahí
nuestra volubilidad: ahora defendemos una cosa y acto seguido la
contraria; a veces nos sentimos de un modo y después reaccionamos de
otro. Es que constantemente nos aprisionamos, nos hipnotizamos,
identificándonos con alguno de nuestros fenómenos, y olvidando el
resto, dejando de ser conscientes de todo el ancho horizonte que
siempre puede abarcar nuestra mente en el interior y en el exterior.
Así pues, los problemas surgen como resultado de una
mente embrionaria, infantil, en proceso aún de desarrollo, que en la
mayor parte de las personas parece haberse detenido ya en una edad
prematura. Si generalmente no se juzga así, es porque ha pasado a
ser un hecho normal, en cuanto tiene lugar en la
mayoría de las personas, y nadie
se preocupa de su raquitismo mental, como ningún hombre pequeño
echaría de menos unos centímetros de altura si
viviese en un país de enanos.
¿Por
qué no se desarrolla más nuestra mente?
Nuestra mente se desarrolla en virtud de dos dinamismos:
-Por un impulso interno, centrífugo, o sea, en virtud
de una pulsión interior que la obliga a actualizarse, a irse
perfeccionando y que se traduce en interés, en curiosidad, en deseos
de comprender, de conocer las cosas, de vivir más experiencias, etc.
-Por una acción externa, centrípeta, es decir como
consecuencia de los estímulos que vienen de fuera: si nos
encontramos en un peligro, nos vemos precisados a buscar la forma de
salir de él; si en un ambiente social que nos impone determinadas
obligaciones, no nos queda otro remedio que buscar el modo de
cumplirlas.
Intervienen, pues, dos presiones en el desarrollo mental
de una persona: una interna y otra externa.
Ahora bien, nuestra mente parece haber alcanzado tan
sólo una edad infantil o, a lo más, adolescente. En efecto, el
estímulo natural interno está ya detenido tal como aparece de
ordinario en todos nosotros; y, por otra parte, nos falta
habitualmente el estímulo externo.
El coeficiente de atención o desarrollo mental de la
gente que forma la sociedad en que vivimos es éste precisamente y no
otro Quiero decir que si tuviéramos que desenvolvernos en medio de
personas más evolucionadas y maduras en su desarrollo mental, nos
veríamos obligados a seguir adelante, a dar más de nosotros mismos.
Pero nuestra sociedad vive ya en una especie de acuerdo tácito de
estancamiento; cada individuo se conforma con llegar a ese nivel
medio, que es el modo existente de conocer y de valorar las cosas.
Falta estímulo externo para proseguir adelante hasta la plena
madurez. Así es como hemos cristalizado en una etapa bastante por
debajo de la meta del pleno desarrollo que toda persona normal puede
conseguir.
El desarrollo de la mente básicamente depende de la
capacidad de darnos cuenta de las cosas, de ser conscientes de ellas.
Capacidad de percibir, de registrar, tanto las cosas exteriores como
las internas y el mundo de las ideas, el mundo puramente intelectual.
Este desarrollo de la mente, condición indispensable para una vida
humana plena, no se consigue estudiando, ni tampoco adquiriendo
conocimientos o enriqueciendo el caudal de nuestras ideas, sino del
mismo modo que se desarrollan las demás facultades: ejercitándolas.
Para desarrollar la mente hemos, pues, de desarrollar directamente el
grado de conciencia, de lucidez mental, no
haciéndola saltar de un objeto en otro, no
acumulando datos de un mismo orden, sino procurando que crezca en
amplitud, en profundidad, en agilidad, en capacidad de combinación,
en manejo de todos los datos de que dispone
y que lleva dentro, y esto con fluidez, con soltura, etc.
Concretemos esta exposición con dos ejemplos
comprobados:
1.º Es sabido que las personas que se encuentran con
frecuencia en grandes aprietos, sobre todo las
que durante su infancia y juventud han vivido en
situaciones muy apuradas, suelen estar más despiertas, más vivas y
avispadas. Precisamente porque la presión del ambiente en que se han
tenido que desenvolver les ha obligado a estar siempre atentas. Y
esto ha desarrollado su hábito de atención vigilante, de lucidez en
todo momento, proporcionándoles el máximo rendimiento de su mente.
Pero los que hemos tenido una vida más o menos cómoda, por falta de
este estímulo nos hemos conformado con el standard social.
2.° El niño que crece en un ambiente intelectualmente
pobre, a no ser que posea unas dotes naturales de excepción, tiende
también a ser pobre, por falta de estímulos. Es un hecho comprobado
por experimentaciones de la psicología social. Y por el contrario,
se ha visto que aquellos niños que se han desarrollado en medio de
grupos sociales inteligentes, suelen dar un rendimiento intelectual
muy superior al corriente.
Naturalmente, hay excepciones: cuando el impulso de desarrollo
interior es muy fuerte, puede vencer cualquier pobreza del ambiente y
busca donde sea los elementos
externos que le hacen falta.
El hecho que queremos destacar con cuanto llevamos dicho
es que, por norma general, en nuestros ambientes no existe el
estímulo suficiente y necesario para provocar un pleno desarrollo de
nuestras facultades mentales. Y que por tanto,
habiendo llegado a una edad
fisiológica adulta, vivimos intelectualmente a media luz.
Además, que la causa y también el remedio está en el
funcionamiento de nuestra atención, ahora parcial y superficial,
pero que puede adquirir amplitud, profundidad y lucidez.
Una observación interesante, que se desprende de todo
ello es que, si nos fijamos,
advertiremos que, en el fondo, todos nuestros problemas son problemas
de nuestro interior, de nuestra conciencia: nos preocupan las cosas
porque las vemos de un modo y nosotros sentimos de otro, deseamos que
sean de otra forma. Hay personas que viven en circunstancias
difíciles, en un nivel económico muy bajo, y, no obstante, están
alegres y viven bien: son, en cuanto cabe, felices. Y otras muchas
personas que tienen toda clase de medios económicos y facilidades
sociales y de todo orden, interiormente viven insatisfechas y llenas
de conflictos. Eso significa que el verdadero problema se está
gestando siempre en el interior; en el primer caso existe
simplicidad, unión, integración de la mente; en el segundo hay
desarmonía, contraposición, problema dentro de la propia mente.
La
falta de integración mental
El desarrollo de la atención es uno de los medios más
directos que permite conseguir una integración de la personalidad,
una unificación de todo nuestro psiquismo. Sin darnos cuenta,
estamos funcionando en virtud de unidades funcionales de las que unas
están completamente separadas de las otras. Por ejemplo, en el
trabajo, en relación con los superiores, funciona de acuerdo con un
estilo, con una valoración,
con un sistema de reacción,
me veo a mí mismo de un modo determinado muy diferente de cuando
estoy con los amigos. No es sólo
que actúe de forma diversa, que sería muy lógico; es que me vivo a
mí mismo de distinto modo, pienso diferentemente, hay todo un eje de
conducta autónomo. Cuando permanezco en la iglesia está actuando en
mí otro sistema de valores, y un nuevo engranaje de reacciones: soy
yo el que pido, me siento poca cosa y adopto toda una actitud de
acuerdo con ciertos valores; si entonces me vienen ideas de otros
niveles, las aparto enseguida, como si aquello no fuera mío.
Es una pluralidad de personalidades las que están
funcionando en nosotros. Podemos ver, por ejemplo, cómo reaccionamos
en nuestra vida familiar, con la gente desconocida, ante situaciones
que no están previstas, nuevas, aventuradas; experimentamos formas
de reacción que nada tienen que ver con el Yo que después actúa en
la oficina, en casa o con los amigos. Como cada eje se va
desarrollando independientemente de los otros, se va reforzando con
cada acción de su propio
campo, nos sentimos después llenos de confusión: nos creemos ser de
un modo y resulta que este modo depende del nivel que predomina en
aquel momento, varía según el circuito funcional que está en
acción. Así que después nos sorprendemos siendo de otro modo
distinto.
Si organizáramos nuestro psiquismo de forma que todo lo
que son impulsos, sentimientos, ideas, aspiraciones tuviera una sola
finalidad, un único eje de referencias, y un mismo objetivo, nuestra
vida sería simple, eficiente. En cada momento dispondríamos de
todos los elementos y de todas las experiencias
de todos nuestros niveles para hacer frente a cada una de las
situaciones; mientras que ahora en una determinada situación no
puedo aprovechar las experiencias de otras, porque son campos
completamente separados.
Cuando estoy en mi ambiente de trabajo me desconcierta
que entre un familiar; no sé qué actitud adoptar, me siento
violento. Inesperadamente se han superpuesto dos circuitos por
completo independientes.
Es preciso desarrollar la mente, y la forma más directa
de conseguirlo es desarrollando la capacidad de ser consciente.
El
desarrollo sistemático de la atención
¿Cómo desarrollar esta capacidad? Sólo cabe
contestar: Sencillamente siendo más conscientes, y nada más.
¿Cuándo hay que hacerlo? Siempre.
No hay razón alguna para que unas veces sea más
consciente de mí que otras. Siempre con la plena
atención de que uno es capaz, porque yo soy del todo yo en cada
momento, por lo tanto he de
ser consciente de mí mismo al máximo
en cada momento. Nuestro grado de lucidez deba ser siempre completo,
total, constante, en continuo ejercicio de desarrollo.
Esto es así, y todo cuanto digamos después no son más
que concesiones a nuestro oscurecimiento del estado de atención y de
mente lúcida.
Podemos planificar el trabajo: proponer unas etapas de
desarrollo de la atención. Pero no porque la atención deba pasar
por tales etapas, pues de entrada podría vivirse plenamente en todas
las situaciones por estar ya toda dentro. No hay nada que incorporar,
ni siquiera nada que desarrollar en un sentido material. Prueba de
ello es que en un momento real de peligro surge en todos una
capacidad y una profundidad de conciencia extraordinarias.
Propongo, pues, aparte de estar siempre atento, que uno
se ejercite progresivamente en prestar atención, según un plan que
expongo a continuación.
A) Primero, atención a las cosas exteriores, al objeto,
al no-Yo, porque esta atención es la que tenemos más ejercitada.
Esta atención al no-Yo puede hacerse en tres etapas:
1.º Aprender a estar
atento al no-Yo mientras estoy receptivo.
2.° Mientras estoy pasivo.
3.° Mientras estoy activo.
1.º Empiezo por los momentos en que estamos receptivos
porque es cuando nos resulta más fácil estar atentos al no-Yo. Por
ejemplo, mientras están escuchando a un conferenciante. Es más
fácil entonces aprender a estar atentos, intencionadamente más
atentos. Centrando toda la atención en el hecho de percibir, de oír,
de entender. Consiste en el pequeño gesto que se adopta
interiormente cuando uno encuentra algo que es interesante y dice
¡atención, esto es para mí! Empezar por esta actitud, de modo que
todo uno se convierta en receptor, todo uno escuchando y registrando
aquello. Atención que hay que ejercitar a través de cuanto
recibamos. Y nos viene por los
cinco sentidos: todo lo que
vemos, todo lo que oímos, todo lo que
olemos, todo lo que gustamos, todo lo que tocamos.
También hemos de conceder atención a todo nuestro
mundo interno. Prestar atención a las sensaciones; y a los
sentimientos, sin dejarnos llevar por ellos. Atención a las ideas,
atención a la conciencia de nuestro aspecto motor, de movimiento
físico. En resumen, descubrir nuestro mundo interno y descubrir el
mundo de percepción que nos viene de fuera.
Cada momento es una ocasión para desarrollar la
atención, porque constantemente estamos percibiendo cosas, que se
nos escapan, no porque lo queremos, sino a pesar nuestro. Es muy
distinto decir «esto no me interesa y por lo tanto no
le presto atención», «ahora tengo otra
preocupación y no quiero
mirar lo que siento», o que ni siquiera tenga opción a escoger por
vivir pendiente siempre de la pequeña idea que ocupa mi cerebro, o
tal vez incluso de la gran preocupación.
2.° Cuando estamos en estado pasivo -diferente del
estado receptivo- es decir, en los períodos
de relajación, de descanso. Se trata de que mientras descansemos
seamos conscientes de este hecho de descansar y de todo lo que nos
viene del descanso: sensaciones, sentimientos, ideas, que nos llegan
de un modo automático, y que no vienen directamente del exterior ni
estimuladas por el exterior. Desarrollar, pues, la capacidad de estar
atentos mientras estamos relajados, que es precisamente cuando la
mente tiende más a dormirse, a perder la conciencia de sí misma.
3.° La tercera fase es aprender a estar atentos cuando
estamos haciendo cosas, o actuando, lo mismo se refieran al aspecto
físico de la acción, movimiento, por ejemplo, ando, como, etc., que
al aspecto de comunicación: hablo, hago señales o me expreso
mediante una mímica.
En todos los casos citados se trata de que aprendamos a
ponernos conscientemente en contacto con las cosas a través de
nuestra atención. Siempre necesitamos algo en que ocuparnos y así
nos sentimos menos extraños que sin este algo. Por eso dirijo el
trabajo en esta dirección, empezando por centrar la atención en
algo, sean sensaciones, ideas, impresiones, etc., pero de modo
intencional, siendo plenamente consciente de lo que estamos viendo,
aprendiendo a ser más consciente de la cosa, como si ella fuera
enormemente importante. La misma atención que reservamos para los
asuntos urgentísimos, trascendentales y gravísimos, debemos
emplearla siempre.
B) La segunda etapa es de atención al Yo, y entramos
ahora en un terreno mucho más difícil e importante a la vez.
Es preciso llegar a la noción directa del Yo, a
conocer, a descubrir, a ser conscientes directamente de nuestro Yo. Y
esto es algo que exige, como condición indispensable, que nos
desidentifiquemos de las cosas. La desidentificación se logra por un
proceso de apertura, de relajación, de dejar, de soltar mentalmente
las cosas, las ideas, las sensaciones, etc., a las que estamos
adheridos confundiéndolas con nuestro Yo. Entonces, cuando se ha
conseguido, aquello que queda soy yo. La dificultad estriba en soltar
las cosas, principalmente porque ni siquiera nos damos cuenta de que
vivimos asidos a ellas.
Despertar a la conciencia real del Yo es emanciparse de
la contingencia de todas las cosas. En tanto que estado interior, uno
continuará luego viviendo todas las vicisitudes de la existencia:
estará enfermo, tendrá dolor de muelas, alegrías y tristezas, pero
no vivirá todo esto con el tono dramático con que ahora las vive,
porque lo sentirá como un simple fenómeno, como algo extrínseco a
sí mismo.
¿Cómo se llega a esta desidentificación, a este
soltarse, a este deshacerse de las cosas del exterior y del interior,
con las que vivimos identificados?
Puede conseguirse de varias maneras. Una de ellas,
quizás la más sencilla, es partiendo de lo que hemos señalado en
la etapa anterior: debo ser más consciente del objeto, de la cosa.
Pero ampliando más ese mismo gesto de la mente, de modo que en la
atención y conciencia que prestamos no sólo percibamos el objeto,
sino también nos demos cuenta de que soy yo el que estoy viéndolo,
yo sintiéndolo, que yo estoy haciendo, que yo estoy tocando,
oliendo, etcétera. Ampliar más y más esta conciencia, que se
perciba una resonancia no sólo del objeto, sino del sujeto. Es éste
un proceso puramente de abrirse por dentro, a la vez en las dos
direcciones. Por ejemplo, si estamos escuchando, por un lado estar
intencionalmente atentos a lo que vamos oyendo, pero, a la vez,
abrirnos y sentir: «yo estoy escuchando», no con palabras, ni
ideas, sino viviéndonos conscientemente, mediante un gesto interno,
por el que penetramos hacia nuestro Yo. Notaremos que podemos hacerlo
y que automáticamente se produce dentro una resonancia más
profunda. Precisamente esta resonancia aunque no es todavía el Yo,
ni la percepción directa del Yo, es un acercamiento
al Yo. Hemos conseguido que la mente se amplíe,
que el campo de conciencia se ensanche un poco más. Vuelvo a
precisar que no se trata de retirarnos adentro, volviendo la espalda
al exterior, sino de, continuando abiertos al exterior, abrirnos aún
un poco más para que, interiormente, percibamos más y mejor lo que
somos, nuestro Yo.
Esta ampliación de la conciencia del Yo hay que
ejercitarla también por partes. Siempre que estoy receptivo, a
través de cualquiera de mis sentidos, y a través de las sensaciones
internas. No sólo darme cuenta de la sensación orgánica que
experimento, sino ser consciente también de que yo tengo esa
sensación. Poco a poco esta conciencia, esta sensación del Yo
tiende a localizarse, a sentirse más en un sitio determinado.
Normalmente, aunque no siempre, suele ser en el pecho, donde solemos
elevar la mano cuando decimos: «Yo». Pero no es necesario
proponerse y sentir nada precisamente allí o en otro lugar
cualquiera. Eso vendrá solo, sin que se deba en absoluto hacer
esfuerzo alguno para localizar la sensación física del Yo. Si se
piensa sin tener conciencia del sujeto pensante, suele localizarse la
sensación en el centro de la frente; pero cuando se ha ejercido la
conciencia del Yo y la atención a la resonancia del Yo, cuando por
ejemplo digo: yo escucho, yo siento, yo hago, yo quiero tal cosa,
abierto a la vez al objeto y a mí mismo, automáticamente la
sensación se percibe en otro lugar, casi siempre en el pecho.
La etapa más difícil de este adiestramiento consiste
en aprender a ser uno consciente de sí mismo mientras se está
actuando. Porque mientras el sujeto está en estado receptivo sólo
se requiere apoyarse un poco más en lo mismo que ya hace, ser
receptivo, y poco a poco irá viendo el sujeto que en las cosas se
siente la resonancia de «Yo que percibo». Sin embargo, cuan-o do
está actuando, en estado activo, la mente se identifica con mayor
facilidad con la situación, con las ideas que quiere exponer y por
lo tanto cuesta más ser al mismo tiempo consciente del Yo. No
obstante, cultivando bien la primera etapa de atención en el estado
receptivo, ahora el sujeto, no sólo se experimentará en las cosas
que dice, sino que ampliará su campo de conciencia. De modo que yo
que estoy hablando no sólo me dé cuenta de lo que estoy hablando y
de lo que siento en general, sino de que soy yo el que estoy
hablando; apertura dinámica: yo que hablo. Precisamente es
importante aprender a sentir esta vivencia del Yo sin interrumpir
para nada la dinámica de la vida, el proceso de la acción. No se ha
de interrumpir nunca esta continuidad, estímulo-respuesta; la
apertura de la conciencia del Yo no me ha de aislar de las cosas que
he de hacer o he de decir. Entendamos bien que no es que yo me aísle
y diga: «yo», y después diga: «tal cosa», sino que se trata de
lograr una apertura sobre la marcha que me permita ensanchar; no
cortar, no aislar, sino de auténtica ampliación, de modo que yo
pase a ser consciente de mí mismo,
en lo mismo que hablo, en lo que siento, en lo
que quiero expresar.
C) Este paso conduce a otra nueva etapa en la que yo
aprendo a ser consciente del circuito completo: yo que hablo, que
escucho, que miro, que atiendo al otro, «estoy consciente» del otro
y «estoy consciente» de mí; estoy consciente de mí y «estoy
consciente del otro». No de un modo sucesivo, sino simultáneo, en
un acto único. La atención al no-Yo y al Yo se verifica a la vez.
Cuesta lograrlo, y, de entrada, aunque se intente, no se puede
conseguir. Puede probarse y se verá que la experiencia se reduce a
una atención alterna: atento al otro, atento a mí, atento al otro,
atento a mí... Y según lo ya explicado puede comprobarse que no se
trata de esto.
Cuando se desarrolla la atención hacia sí mismo y
hacia las cosas, el sujeto se va situando en un nivel posterior:
siempre que se abre la mente, uno retrocede en el
punto de mira, en el punto de apoyo. Cuando llega a vivirse con plena
conciencia, el sujeto ocupa un polo, el del Yo, desde el que todo se
percibe como no-Yo, todo es objeto, lo que yo siento, lo que hago, y
lo que hace el otro, lo que me dice, todo está fuera, en la parte de
delante. Sólo así es posible esta atención global que incluye al
sujeto y al objeto. Las cosas entonces empiezan a vivirse de un modo
diferente; no hay problemas sobre lo que conviene o no conviene
hacer; la reacción correcta sale automáticamente, uno vive las
cosas como realmente son, como una expresión de la vida, como una
representación de valores, como una creación constante. No como
«yo», que quiero tal cosa, pero puedo fracasar y entonces dejo de
valer, ni «como lo otro, que puede ir a favor o en contra mía».
Desaparece esta dualidad, esta oposición entre el Yo y el no-Yo, que
ahora me absorbe. Nadie me puede hacer nada, porque yo no dependo de
nada en mi conciencia central de mí mismo. Puedo tener interés en
defender mi posición económica, mi prestigio, mi inteligencia, mi
porvenir, mil cosas, pero todo son cosas, no
soy yo; cosas que yo
manejo, que utilizo porque quiero, porque considero que las necesito;
pero yo continúo siendo aparte con existencia plena, propia e
independiente. Alcanzar esta meta no es el resultado de prolijas
reflexiones, sino de una progresiva desidentificación y de una toma
de conciencia de sí mismo.
D) Siguiendo las etapas en el desarrollo de la atención,
aún queda más camino que andar. Ahora buscamos el poder llegar a
ser directamente conscientes del Yo. En la fase anterior hemos visto
que nos acercábamos a la resonancia del Yo, ahora se trata de poder
descubrir realmente qué soy yo. Cuando queremos averiguar qué
somos, en qué consiste realmente nuestro Yo, no teóricamente, sino
a través de la experiencia, empezamos a pisar una tierra casi
virgen. Cuantos han querido acercarse al concepto del Yo, han seguido
de ordinario una línea especulativa. Basta ver la cantidad de
libros, de tinta, de ideas, de horas de trabajo que se han invertido
en hacer descripciones de lo que es el «Yo», en llegar al misterio
de la persona, que parece inabordable. Nada absolutamente de todo
esto puede darnos la menor evidencia de lo que es el Yo. Del mismo
modo que ningún libro nos daría una noción clara de lo que es el
hambre, si nosotros no hubiéramos sentido hambre directamente. El
descubrimiento de lo que es el Yo solamente se puede conseguir por
evidencia directa, por contacto directo, sintonizando, conectando
nuestra mente consciente con lo que es realmente nuestro Yo. Y nos
impide este contacto con el Yo la barahúnda de emociones e ideas que
bullen de continuo en nosotros y que obturan nuestro foco mental y le
hacen cambiar siempre de un objeto a otro privándole de poder llegar
a buscar dónde está la raíz, el eje de todas las cosas que ocurren
en mí.
Una de las formas, quizá la más elevada del yoga
consiste en buscar directamente el Yo. Entre los autores más
destacados dentro de esta rama superior del yoga figura Ramana
Maharshi. Aconseja este maestro a los que quieran descubrir el Yo que
hagan la investigación de sí mismos, preguntándose: ¿quién soy
yo?, pero que procuren no pensar, sino mirar, porque ninguna idea es
el Yo. Se trata de ver ¿quién es el que tiene estas ideas, quién
es el que las formula? Se trata de ir detrás de las ideas,
insistiendo hasta que uno pueda descartar la idea y llegar a lo que
la produce. Hay que asir la resonancia que tenemos del Yo y mirarla
adentrándonos en ella, siguiéndola más y más hasta llegar al
mismo núcleo donde este Yo reside. Puede dedicarse, y es
conveniente, un rato diario a este trabajo de prospección de sí
mismo, pero ha de hacerse del modo simple propuesto. Preguntar:
¿quién soy yo? Y mirar la resonancia que se produce: «yo», sin
formular ideas de si soy guapo o feo, alto, listo, bueno, etc. El Yo
es independiente de éstos y de otros valores. Conectar el foco de la
mente consciente con el núcleo de esa vivencia del Yo. Y esto se
puede hacer por el mero hecho de ir dirigiendo la atención en esa
dirección cada vez más lejos hacia dentro. Es un proceso simple,
semejante al que seguimos para aprender a mover un brazo
conscientemente: cuando hemos prestado atención a lo que me venía
del brazo, hemos establecido una conexión entre la mente consciente
y el brazo y dedos. Así he tomado conciencia de los movimientos que
puedo hacer con el brazo. Exactamente igual hay que proceder con esta
realidad interior, central que es el Yo; establecer conexión con él.
Requiere trabajo, pero es un trabajo simple que no exige ningún
razonamiento complicado; todo el mundo puede hacerlo, no se requiere
una inteligencia determinada. Es la mente del individuo, de cada uno,
la que ha de dirigirse al propio núcleo del Yo; por lo tanto todo el
mundo tiene todos los elementos para efectuar este adiestramiento y
conseguir llegar a la raíz de su Yo.
E) Pero la etapa más elevada en la que en rigor empieza
a existir la verdadera vida espiritual, es la llamada conciencia
central, el grado superior de la autoconciencia. Sólo cuando yo soy
consciente de mí mismo empieza a tener realidad para mí la noción
de absoluto, de Dios. Antes la noción que tenía de Dios era la
proyección de la noción de mi Yo a través de mi mente. Pero cuando
uno vive la realidad del Yo, empieza a haber verdadero sujeto. Puede,
por tanto, establecer la conexión consciente entre su Yo, verdadero
en este caso, y Dios. Aquí empieza la etapa a través de la cual se
llega a recorrer un circuito también único, que conduce a la
desaparición de esta noción «Yo-Dios» para quedar la única
noción de «ser» No digo que desaparezca el Yo, sino que la
vivencia que adquiere todo el vigor de existencia es la noción de
ser.
La noción del Yo no sustituye, por tanto, para nada a
la vida espiritual, sino que es el comienzo de la auténtica vida
espiritual, que se cifra en la relación Yo-Dios. Antes no había Yo;
el «Yo» vivía arrinconado sin suficiente vivenciación para servir
de punto de apoyo a una verdadera relación de tal envergadura. Había
primero que buscar al sujeto.
De todo lo expuesto podemos concluir que todas nuestras
limitaciones vienen porque nuestra mente funciona de un modo apagado,
encogido, superficial. Y al aprender a estar en todo momento más
atentos, más abiertos, con la mente más profunda, más presentes a
nosotros mismos, nos irá conduciendo paso a paso a través de estas
etapas, y transformando por completo nuestra vida. No necesitaremos
buscar en los libros el por qué de la vida, de las cosas, en lo que
son valores fundamentales: lo encontraremos de un modo inmediato,
directo. Las principales verdades de la vida las tenemos todas
dentro. Las verdades sobre las cosas no, ésas las tendremos que
buscar fuera; pero las verdades sobre nuestra existencia, sobre el
bien y el mal, sobre la perfección, el sentido de la vida, etc., lo
encontraremos dentro, sin necesidad de hacer nada especial, sólo por
el hecho de este autodesprendimiento progresivo, de esta maduración
interior.
Empezaremos a vivir con todo lo que somos, a ser
nosotros mismos. La regla de oro para conseguir meta tan preciosa es
trabajar en ello cada día, sin descanso, realizar los
adiestramientos propuestos; son hechos, simples cosas que parecen
pequeñas, pero de gran efecto. Cuando me olvide, volver a empezar,
siempre, sin descanso. Al principio parece algo fatigoso; luego poco
a poco se convierte en un estado habitual. Recuerdo personalmente que
cuando empecé a trabajar en ello me pasaba meses enteros sin
acordarme que tenía que estar atento. Después, de repente, sentía
la necesidad de conseguirlo a toda costa, y empezaba con empeño la
técnica de la atención. Es natural que al principio esté uno tan
preocupado por estar atento, que no hace nada a derechas. A costa de
intentos, de esfuerzos, de fracasos, aunque parezca todo inútil o
contraproducente -porque a veces es causa de molestias-, se logra que
al cabo de cierto tiempo uno se encuentre en un nivel de atención
general constante muy por encima del anterior. No hay que
descorazonarse porque uno se olvide de trabajar, porque no tenga
ganas, o porque parezca que no adelanta. Todo trabajo en este sentido
es totalmente útil, se aprovecha, porque es un trabajo de apertura,
de desarrollo, un gesto, un adiestramiento que se ha realizado, y
aunque después pase cierto tiempo sin volver uno a acordarse más,
aquel gesto ha sido una experiencia en el interior que ha
condicionado la próxima experiencia, un poco más adelantada en este
mismo sentido.
17.
LA EDUCACIÓN DE LA MEMORIA Y DEL SUBCONSCIENTE
La
memoria
La memoria no es una función psicológica simple, sino
muy compleja, en la que intervienen otras muchas, que pueden
clasificarse en los siguientes grupos:
- Funciones que conducen al aprendizaje, estudio o
comprensión.
- Funciones que conducen a la retención o grabación.
- Funciones que conducen a la evocación o recuerdo.
La memoria, pues, implica estos tres elementos:
aprender, retener, recordar; o en otra forma: registrar, fijar,
evocar. Cada uno de ellos muy diferente de los otros.
La primera función, la de aprender, es, en cierto modo,
susceptible de la influencia de nuestra voluntad. Podemos mejorarla,
si queremos. Mientras que las otras dos, la de retener y la de
recordar, escapan por completo a nuestra acción voluntaria. Por lo
tanto, la educación de la memoria sólo podemos lograrla de un modo
directo perfeccionando su primer componente, el aprendizaje:
registrando, percibiendo y entendiendo mejor. También indirectamente
podemos favorecer la memoria, a través de las otras dos funciones:
las de retener y recordar, por estar íntimamente relacionadas con el
estado fisiológico de nuestro organismo. Conservando el organismo
sano, elástico y joven, persistirán en su pleno rendimiento,
mientras que si el organismo empieza a endurecerse y cristalizar,
inevitablemente disminuirán la retención y el poder de evocación.
Los factores que permiten mejorar nuestra capacidad de
aprender son los siguientes:
1.° Tranquilidad emocional y mental.
2.º Interés.
3.° Clara percepción y comprensión. La clara
comprensión requiere, como es natural, el poder jerarquizar el
conocimiento, el poder hacer un análisis distinguiendo lo que es
fundamental de lo que es accesorio, y después poder efectuar una
síntesis de todo lo aprendido.
4.º Estar en la aptitud de querer aprender, es decir
tener la clara intencionalidad de aprender.
5.° Comparar lo que se trata de aprender con imágenes
y datos ya conocidos.
6.° Asociarlo con uno de esos datos.
7.° En el registro de cosas concretas hacer intervenir
el mayor número de sentidos posible, y de modo especial nuestro
sentido predominante. Todos nosotros tenemos preferencia por la
actividad de uno de nuestros sentidos. Podremos distinguir por cual,
si nos fijamos en cómo logramos recordar con mayor facilidad a una
persona: ¿recordamos mejor su imagen, o su voz, o sus movimientos,
etc.?
8.° Repetir la percepción para mejorar la recepción.
9.° No mezclarlo con ninguna otra nueva percepción o
actividad mental. Una vez que la cosa está ya percibida,
comprendida, asociada, fijada y repetida, no hay que mantenerla por
más tiempo en la mente consciente, pues se confundiría y mezclaría
con la nueva cosa que ahora ha entrado a ser objeto de atención,
disminuyendo así la claridad y nitidez del recuerdo.
Aparte de estos medios fundamentales que podemos
utilizar para influir de modo directo e inmediato en mejorar nuestra
memoria, existen otros, que nos ayudarán a remover obstáculos, y
por lo tanto también, indirectamente, nos favorecerán en el uso más
provechoso de esta facultad.
Son obstáculos que impiden un buen aprendizaje,
problemas que todos tenemos y que afectan unos a la atención, otros
al interés y finalmente otros a la claridad mental.
1. Obstáculos a la atención.-
El problema consiste básicamente en que no estamos despiertos y por
lo mismo no podemos estar tampoco atentos. Además estamos dispersos,
debido a que constantemente están influyendo en nuestra mente
diversas ideas, preocupaciones, tensiones y varias actividades a la
vez. De todo lo cual resulta la imposibilidad de dirigir la plena
atención de que somos capaces a un objeto determinado.
2. Obstáculos al interés.-
De modo semejante nuestro interés está perturbado y gira de
ordinario en torno a una serie de preocupaciones, de problemas de
orden afectivo, y de motivaciones originadas en nuestros estados
negativos.
3. Obstáculos a la claridad
mental.- Nuestra mente se
encuentra con frecuencia en un estado de confusión, debida, por un
lado a la costumbre que suele dominarnos, de precipitación, de
sucesión desbocada de ideas, sin dar lugar a un análisis ni
profundización en ninguna de ellas; y por otro lado algunas personas
tienen la tendencia a fijarse sobre determinada idea de forma casi
obsesiva sin ser apenas capaces de desprenderse de ella. Estas dos
actitudes obstruyen la claridad mental.
Es evidente que nuestro coeficiente de memoria se
elevará en cuanto vayamos eliminando estos obstáculos por los
medios ya indicados y los que a continuación ofrecemos.
La técnica para recordar o evocar el recuerdo de algún
dato, de la especie que sea, que en un momento dado deseamos obtener
de nuestra memoria, requiere los siguientes pormenores básicos:
1.° Estar despierto y alerta.
2.º Tranquilidad y mente abierta.
3.° Formular la pregunta exacta, es decir, pedir a
nuestra memoria el dato que necesitamos, pero con claridad, de un
modo preciso y neto.
4.° Esperar con actitud plena de confianza. La
confianza, el optimismo, la alegría, estimulan todas nuestras
funciones, y sobre todo las automáticas, como la evocación de un
recuerdo, que están intensamente influidas por los estados
emocionales, ya que son éstos una vía de comunicación entre
consciente e inconsciente. Por lo que aprender a estar en esta
actitud confiada favorece la salida del recuerdo.
En las líneas que preceden está concentrado cuanto en
psicología es aplicable y útil al desarrollo de la memoria. Todo lo
demás que sobre la materia pueda decirse se reduce a pura teoría e
hipótesis, sin verdadero interés práctico.
Educación
del subconsciente
Lo primero que hemos de tener muy presente para educar
nuestro subconsciente es que
todos sus contenidos han entrado a través de la mente vigílica.
Nuestro inconsciente se alimenta de cada cosa y la mantiene dentro en
las condiciones en que aquella pasó por el
consciente.
Por lo tanto, el
primer paso que ante todo debemos dar es aprender a controlar la
actividad de nuestro consciente, esforzándonos en percibir con la
máxima claridad todo aquello que sea su objeto. En realidad, sólo
de este modo lo almacenado en la despensa interior será preciso y
ayudará no sólo a nuestra memoria verbal en un
momento dado, sino también a nuestra
memoria de acción con resultados claros y definidos.
Los datos que entran en el inconsciente son la materia
prima que se utilizará después para toda clase de combinaciones
mentales, exactamente como un dato de un programa de ordenador, el
cual ha de estar definido con toda precisión, pues de esta precisión
depende la exactitud de los datos que luego nos suministre.
Cuando pensamos, incluso cuando pensamos para nosotros
mismos, hemos de aprender a formular nuestros pensamientos de modo
preciso y acabado. Se trata de una observación muy
oportuna, ya que, de ordinario, es bastante
frecuente dejar las ideas a medio formular y son precisamente esas
ideas difusas las que más tarde se traducen
en modos de hablar confusos, vagos, ambiguos.
Importa, pues, en sumo grado, aprender a estar
vigilantes, para que pasen
sólo a nuestro interior ideas, emociones y actitudes positivas.
Positivas no quiere decir que hayan de consistir precisamente en
ambiciosos idealismos, más o
menos sentimentales, sino que significa que sean actos afirmativos de
nuestra verdad positiva.
Esto es compatible con la expresión fuerte y decidida
de la energía que hay dentro cuándo la exterior lo requiere, de
defender nuestros derechos o los de otros, o de lo que sea, pero con
carácter afirmativo. No debo dar nunca vueltas al pensamiento de si
fracasaré, si soy un incapaz, o si
soy un estúpido, etc.: esto
ha de estar totalmente prohibido. Uno puede, sí, pensar sobre la
posibilidad que existe y aún la probabilidad de que algo salga mal,
cosa correcta, siendo razonable. Pero sin girar tampoco alrededor de
esta idea, porque esto ya no es razonable, sino irracional, pues
tiene una base emocional.
Además del carácter positivo que debemos dar a la idea
de nosotros mismos y lo que con nosotros se relaciona, interesa
también aprender a conseguir
que en general las ideas que adoptemos tengan siempre una forma
positiva. Es muy frecuente por ejemplo, el pensar en lo
estúpida que es la gente, o en lo egoístas que
son tales o cuales personas, etc., generalizando, y
a veces también llegamos a concretar. Es bien
sabido que casi siempre que pensamos así lo hacemos impulsados por
la necesidad inconsciente de reafirmar nuestra superioridad, de
resultas de lo cual vemos tonta a la gente en la
medida en que necesitamos sentirnos listos
nosotros mismos. Pues si no tuviéramos esta necesidad de sentirnos
muy listos, a lo sumo veríamos a los demás como inteligentes
menores, pero no como tontos.
Las
actitudes positivas
Esta vigilancia sobre nuestra actitud en la vida
ordinaria, para aprender a educarla, la hemos de ejercer en cada
momento con el fin de conseguir estar continuamente del mejor modo
posible. No importa que muchas veces nos olvidemos; volvamos a
empezar, a proseguir esta tarea. Cada esfuerzo que hagamos es siempre
útil, todos los efectos de estos esfuerzos más o menos distanciados
en el tiempo, son acumulativos, y no se pierde ni el más mínimo de
ellos. Se trata por consiguiente
de renovar una y otra vez esta actitud de modo que llegue a ser
constante, vigilante, incansable.
No debemos olvidar que normalmente funcionamos apoyados
en el inconsciente. Y el inconsciente nos hará vivir como él esté
educado. Sólo en contados momentos adoptamos una actitud volitiva
muy decidida y extraordinariamente reflexiva tomando personalmente
las riendas. Pero la mayor parte del día nos lo pasamos flotando
sobre el inconsciente. Y, claro está, si de éste salen rasgos
negativos, vamos arrastrando por el mundo nuestros lamentos o nuestro
mal humor. Pero si del
inconsciente emergen rasgos positivos entonces estaremos alegres y
contentos.
Aprendamos, pues, a nutrir el
inconsciente de elementos positivos y podremos
vivir de renta en el aspecto anímico durante el resto de nuestra
vida. Cuantos más elementos positivos introduzcamos una y otra vez
de modo deliberado, más estados afirmativos vendrán luego de modo
automático, sin esfuerzo de nuestra parte, pues estaremos ya
condicionados a vivir de un modo positivo.
La
autosugestión en la educación del subconsciente
Para educar el inconsciente, es un método de excelentes
resultados dedicarle sesiones especiales de entrenamiento mediante el
autocondicionamiento, o, según el nombre más tradicional, mediante
la autosugestión. La autosugestión es un modo de influir en nuestro
inconsciente para que produzca resultados automáticos positivos. En
lugar de estar pendientes de la faz de las circunstancias, del vaivén
de los hechos, sin poder vigilar y sin
interesarse de si uno luego vive bien o mal las
cosas, es decir, de si las vive en un estado o con una actitud
positiva o negativa, se trata de autocondicionarse uno mismo, o sea,
asumir la responsabilidad y el derecho que uno tiene de seleccionar
de antemano los propios estados, de decidir cómo quiere ser uno y
serlo. Y la autosugestión nos permite ejercer este derecho.
Entendiendo bien cómo funciona la máquina psíquica,
se verá de modo claro la fuerza, la lógica, la necesidad, la
conveniencia de utilizar la autosugestión de modo sistemático y
deliberado. Si quiero condicionar de modo positivo la mente, me
dedicaré a afirmar dentro de mí todo lo positivo, todo lo que yo
siento como positivo, todo lo que deseo como positivo.
En el inconsciente, lo que son memoria de los hechos,
acciones, situaciones, sentimientos e ideas, toda la
gama de nuestros contenidos psíquicos están
unidos, no forman niveles diferentes, están asociados estrechamente
formando una unidad. A cada acción va unida una emoción y una idea.
Así pues, cuando queramos condicionarnos, hemos de aprender a actuar
movilizando simultáneamente la idea, la emoción y la acción. Esta
es precisamente la fórmula para que la sugestión actúe con mayor
amplitud e intensidad consiguiendo todo su poder de influencia.
Para desarrollar una actitud positiva he de aprender a
condicionarme por dentro sintiendo la actitud positiva, viéndola
actuar, imaginándomela y teniendo una idea clara de lo que es
la actitud positiva. Todo esto que siento, que
pienso, que actúo, tengo que mantenerlo dentro con la mayor viveza
-«yo en actitud positiva»- y vivir esta actitud positiva, por más
que al principio lo logre
sólo por momentos. El hecho de mantenerme en tal situación con la
resonancia afectiva que entraña y con su representación y la visión
clara de su expresión, irá construyendo y consolidando el
inconsciente de forma positiva. Es un trabajo de excelentes
resultados que se traducirá después en automatismos espontáneos y
naturales, y que permitirá al sujeto funcionar positivamente sin
hacer ningún otro esfuerzo.
Utilización
del subconsciente
El inconsciente es un mecanismo mental de registro, de
coordinación y de elaboración de respuestas que es
anterior a la aparición de nuestra mente
consciente. Pero jerárquicamente mi mente racional es superior en
categoría a la mente inconsciente; por lo tanto el inconsciente es
un mecanismo que ha de estar al servicio de la mente consciente. Es
por otro lado algo que puedo aprender a utilizar, convirtiéndolo en
fiel subordinado y eficaz colaborador de toda mi actividad
consciente. Para ello debo ante todo hacerme cargo de que se trata de
un mecanismo sujeto a determinadas leyes, que tiene unas exigencias y
unas necesidades. Me refiero a todo
lo que ya estudiamos sobre las represiones, la tendencia a la
descarga de impulsos, a la satisfacción de las necesidades, etc. Y
no podemos sin más limitarnos a pedirle o exigirle su servicio sin
darle nada a cambio.
Tenemos que darle alguna oportunidad, comprenderle,
trabar amistad y colaborar con él en dar salida a los impulsos que
estén reprimidos, pero salida correcta, ordenada, inocua. Y si así
lo hacemos este inconsciente se pondrá más a nuestro servicio y,
convirtiéndose en un verdadero aliado, no habrá barrera de
separación entre nuestra mente consciente y la inconsciente, de modo
que el inconsciente vendrá a ser una ampliación de nuestra propia
mente. Entonces podremos disponer de sus mecanismos y podremos darle
órdenes concretas, que cumplirá con la precisión, el rigor y la
prontitud de una buena máquina. Podremos decir: «Es preciso que yo
el día 27 a las 3.30 me acuerde de tal cosa». Y no nos quepa duda
de que si hemos dado la orden con la debida claridad, con evocaciones
efectivas, con todas esas resonancias que siempre conviene utilizar
para grabar las cosas en el inconsciente, él, a pesar de que no
hayamos vuelto a pensar más en ello y aunque pasemos por las
situaciones más dispares, nos lo recordará puntualmente en el
preciso instante en que se lo hemos encargado. Cosas así las hará
de un modo prácticamente ilimitado.
La utilización que podremos hacer de nuestro
inconsciente no se reducirá a servirnos de instrumento útil para
fines prácticos similares al citado, de recordar o de servirnos de
archivo invisible, sino que mediante el inconsciente podremos también
obtener conocimientos que de otro modo nos escaparían por completo.
Nuestra mente inconsciente capta multitud de aspectos y detalles de
las cosas y muchos objetos del ambiente, de las personas, de las
situaciones que en el estado habitual en que vivimos, cerrados, en
actitud obsesiva y rígida, es información que no llega a nuestra
mente consciente y por lo mismo que perdemos, cuando podría sernos
de una inmensa utilidad.
Pues bien, actuando y viviendo siempre con la mente
lúcida y abierta y teniendo además relaciones amistosas con nuestro
inconsciente, éste será en nuestras manos una especie de
prismáticos, pues nos estará suministrando de continuo información
preciosa sobre cada cosa que estemos pensando. Por ejemplo, si
pensamos sobre determinada persona, además de las asociaciones de
ideas, de los recuerdos concretos que tengamos de tal persona, y que
se levantarán de nuestra memoria para servirnos de material en
nuestro proceso mental, el inconsciente añadirá información
complementaria de carácter confidencial, diciéndonos, v. gr.:
«Cuidado, esta persona está pasando por una crisis, o va a pasar
por ella, o tiene problemas de tipo económico, o está enferma, o
está queriendo dejar esto para emprender otra cosa». En fin, el
inconsciente capta constantemente cosas que escapan por completo a
nuestra percepción concreta. Y nosotros podemos conocer esos datos,
que de ordinario pasan desapercibidos y entran a engrosar el depósito
olvidado y cerrado con llave que todos guardamos en nuestro interior.
Que esta percepción extrasensorial existe es un hecho
demostrado, y fuera ya de toda duda. Es más, todos tenemos evidencia
de su realidad, aunque solemos desconocer el modo de desarrollar su
utilización. Y ya queda indicado que el secreto reside en mantener
la mente consciente y despierta y abierta a todo, y que entonces
vendrán y percibiremos esas informaciones, que utilizaremos o no,
según nos convenga.
El inconsciente aparece así como una fuente caudalosa e
inexhausta de energía, como un arsenal inmenso de información, como
un colaborador fiel y eficaz que me permite un pleno rendimiento de
mi personalidad en esta dimensión práctica, concreta e inmediata
del vivir cotidiano.