LA PERSONALIDAD CREADORA. PARTE 3


13. LA ADECUADA ACTITUD ANTE LAS SITUACIONES DE LA VIDA. ¿COMBATIR O ADAPTARSE?

Planteamiento del problema

En nuestra vida cotidiana nos encontramos en situaciones en las que es preciso imponer nuestra personalidad y otras en que es necesario aprender a adaptarnos a determinadas circunstancias, puntos de vista, etc.
Con mayor o menor frecuencia surge entonces el problema: ¿hasta qué punto es conveniente para mí adaptarme más o hasta qué punto debería imponer mi modo de ver y mi voluntad con mayor vigor? Que hay que hacer una cosa y también la otra está claro. El problema se plantea al querer precisar hasta dónde debe llevarse cada una de las dos posturas.
La dificultad de resolver acertadamente la cuestión en la práctica aparece con luz meridiana para cuantos han ocupado y ocupan puestos de mando, en los cargos y cometidos más diversos, lo mismo el empresario que el hombre de gobierno, el profesor y el padre o la madre de familia, etc. Si uno obra y decide con dureza, comienza a exigir y a ser intransigente, llega un momento en que él mismo piensa que quizá pide demasiado, que ha ido excesivamente lejos; vienen las críticas de los demás y también las de su propia conciencia. Pero, si contrariamente, se guía por un criterio de bondad y comprensión, queriendo hacerse cargo de los problemas de los demás, tener corazón, ser humano, entonces, más o menos pronto, se percata de que surge la indisciplina y piensa -a veces con una gran dosis de razón - que le están tomando el pelo.
Es éste un problema que, en realidad, afecta a todos. Y tiene unas raíces muy hondas. Hay que buscar sus causas en nuestra formación, desde nuestra infancia. Dos corrientes completamente contrarias se han encontrado en nosotros: somos su resultante.
Por un lado, desde niños, se nos ha inculcado la idea y el imperativo de que para valer, para ser apreciados teníamos que ser dóciles, cariñosos, obedientes. Con este criterio, uno merecía la aprobación de los demás y estaba en paz con su conciencia. Es decir, era un buen chico si se sujetaba a las órdenes y se doblegaba a la voluntad de sus padres, maestros y superiores. La formación religiosa presionaba en el mismo sentido: ser bueno consiste en amar, en ser dulce, «si te dan una bofetada, ofrece el otro carrillo», si te ofenden perdona y sonríe. En otros términos, se nos ha insistido y sugestionado constantemente para que adoptemos una forma de vida en la que predominan las virtudes pasivas, que me inclinan a adaptarme, a obedecer, a ceder mis derechos; y no a hacer mi voluntad, a cultivar mi capacidad de lucha, mi sentido centrífugo.
La fuerza del condicionamiento que esta formación recibida en el mismo sentido en casa y en el colegio, donde se añadía la pasividad en el estudio y en la atención, ha sedimentado en nosotros, resulta tanto mayor cuanto que entonces estábamos vírgenes todavía de condicionamientos interiores, siendo aquéllos los primeros que recibíamos. Además, la conducta que se nos señalaba iba asociada al aliciente de ser éste el mejor medio para ser aceptados por los que nos rodeaban; y, naturalmente, nosotros, desde entonces hemos ido incorporándonos este código de la familia y del ambiente, esforzándonos por cuenta propia para llegar a ser como se nos proponía, idealizando así los contenidos de la formación recibida, que se encarnaban en los ejemplos de personas buenas y santas, hombres que se han sacrificado mucho, que han amado mucho (identificando, al proponérnoslo, el amor con el sentimiento). Y con toda nuestra buena fe y nuestra ingenuidad infantil, hemos ido haciendo propósitos, tomando decisiones en este sentido, es decir, hemos ido asociando la idea de ser de aquel modo con nuestra voluntad, sentimientos, afectos, con toda nuestra vida afectiva profunda.
Si toda la primera parte de nuestra vida está edificada sobre la base de los valores pasivos, a partir de la adolescencia, momento en que entramos en contacto directo con la gente adulta, con la vida, empezamos a observar que lo que se valora es exactamente todo lo contrario a la pasividad: la iniciativa, la decisión, la fuerza de voluntad, el empuje, la mayor capacidad de lucha. El que triunfa es el héroe: la cuestión es imponerse, sea en deportes (boxeo, tenis, fútbol, alpinismo, etc.), o en conseguir riqueza, poderío, prestigio. Entonces, como nuestro deseo era ser ya una persona mayor, nos veíamos adultos sólo en la medida en que hacíamos lo mismo que ellos. Conseguirlo encontraba en nosotros una honda resonancia interna, porque queríamos tener personalidad, ser fuertes y, por lo tanto, la valoración social de la combatividad favorecía nuestra tendencia a llegar a ser personas seguras, sólidas, de empuje y firmeza. Todo lo cual ha ido creando un nuevo condicionamiento contrario al anterior.
Así es como surge del fondo de nuestro psiquismo el conflicto: quiero ser fuerte, duro, combativo; pero al lado aparece la formación contrapuesta de nuestra infancia. Y nos encontramos entre la espada y la pared: en el caso de seguir la tendencia combativa, sentiremos que traicionamos los ideales primeros; y si caminamos tras estos ideales, tenemos la sensación de que estamos perdiendo las mejores oportunidades y nos sentimos frustrados. Esta coyuntura conflictual se ha ido luego reproduciendo a cada momento en el transcurso de nuestra vida.
Como se ve, el problema tiene su razón de ser; y, si queremos funcionar bien, se impone que lo resolvamos. Sin embargo, la situación queda todavía agravada por los problemas interiores que cada persona arrastra consigo. Por un lado, aparte de los condicionamientos contradictorios que acabamos de explicar y que serían suficientes para establecer el conflicto, nos encontramos con el problema de nuestra inseguridad, por el deseo del Yo de realizar el Yo idealizado; tenemos una necesidad interior de llegar a ser importantes, poderosos, admirados. Además, las ideas reprimidas surgen en forma de agresividad, queriendo imponer a veces nuestra voluntad de un modo desmedido; entonces padecemos inseguridad por el sentido de culpabilidad que nuestro mismo proceder despierta en nosotros. Así pues, no es ya sólo un problema simple, suscitado por el encuentro de dos tendencias opuestas, sino que en cada una .de las tendencias hallan eco otros problemas internos pendientes de solución; si me manifiesto externamente fuerte y enérgico, me siento yo a mí mismo como persona sin entrañas, sin escrúpulos, egoísta, etc., y provoco la crítica o rechazo de los demás; y si me dejo llevar del corazón, entonces tengo la sensación de que pierdo hombría, personalidad, valor social, etc., y la tortura que esto me produce me dificulta al propio tiempo para encontrar mi actitud correcta.


La falsa solución

Tal como se halla planteado el problema en la práctica, la solución que normalmente se adopta es acudir a alguno de los numerosos dichos que existen, como: «En el término medio está la sabiduría». El caso es, se dice, actuar evitando los extremos: ni excesivamente sentimental ni tampoco muy agresivo.
Ahora bien, escogiendo la línea del término medio como norma de acción, una cosa es segura: que no resolveremos nunca el problema; otra cosa también es segura: que actuando por el término medio, sólo conseguiremos ser toda la vida eso, un término medio. El término medio nunca puede resolver por sí mismo el problema, ni interior ni exteriormente; sólo conduce a la mediocridad. La solución del término medio es el resultado de una doble huida del miedo que tenemos a ser demasiado blandos y del miedo a ser duros en exceso. Y, por ser la resultante de dos actitudes negativas, el término medio sólo nos proporcionará una capacidad de rendimiento mínimo, nunca nos satisfará, únicamente nos dolerá menos que provocar un conflicto grave. En una palabra, escogemos un mal menor, pero no un bien. Actuar por el término medio, es pues, una solución negativa.
La persona que actúa en virtud del término medio, es una persona que está totalmente condicionada, es una máquina, puesto que obra de acuerdo con los resortes que lleva dentro, buscando siempre la línea de la menor resistencia. Por lo tanto, su actuación es la resultante exacta de las presiones de un lado y del otro. No es una persona libre, aunque se lo crea: el hecho es que su conducta viene determinada por los factores negativos que obran dentro de ella. Su actitud es única, no puede ser otra, y esta actitud única es la del mínimo movimiento. No es ella quien dispone tal actitud, son las circunstancias las que la determinan. Por lo tanto, al actuar así, tiene el mínimo grado de libertad.
Lo importante es darse cuenta del absurdo que supone tratar de resolver el problema huyendo de los extremos. Pero también es absurdo actuar siguiendo los extremos. Hay, pues, que encontrar una tercera solución.
Es de capital interés ver que nosotros tendemos a racionalizar nuestras actitudes. Racionalizar quiere decir querer encontrar unas razones que justifiquen nuestra conducta o actitud. En realidad, por más que estemos persuadidos de que obedecemos a tales razones, nuestras decisiones en tales casos nada tienen que ver con los razonamientos, sino que son producto, como hemos explicado, de una resultante mecánica de nuestras presiones psicológicas.


La verdadera solución

La única posibilidad de solución que existe para este problema de la actitud correcta, consiste en que la persona deje de estar pendiente de sus huidas, que deje de estar condicionada negativamente por este deseo de huir de algo. Tememos ante nosotros mismos adoptar actitudes enérgicas por nosotros mismos, debido a que el Yo-idea entonces quedaría frustrado, porque no seríamos tan humanos, tan buenos, como nos imaginamos ser; o por el miedo de reacción del ambiente: que nos juzguen, nos critiquen, o nos consideren unos salvajes o unos egoístas.
La solución, pues, estriba en que tomemos conciencia activa, experimental, de toda nuestra capacidad de reacción, que convirtamos en experiencia nuestra capacidad interior de respuesta, que aprendamos a tomar plena conciencia de toda la capacidad de energía, de fuerza, de dureza que existe dentro de nosotros, contrariando el miedo que normalmente tenemos a esa toma de conciencia de nuestra capacidad agresiva y, paralelamente, aprender también a tomar conciencia de toda nuestra capacidad de adaptación, de encaje, de pasividad inteligente, de comprensión, de transformación de nosotros mismos. Hay que aprender a desarrollar todas las posibilidades que duermen dentro. Es preciso convertir en experiencia nuestras potencialidades. Y sólo cuando nosotros convirtamos en experiencia, de un modo activo, consciente, todas nuestras capacidades de acción y de sumisión, de combatividad y de adaptabilidad, sólo entonces dejaremos de estar condicionados por estas facultades, al convertirlas en experiencia, al pasar a ser algo que yo manejo, domino y vivo. Desde ese momento dispongo ya de las actitudes correspondientes, puedo a voluntad ponerme en una situación o en otra, no estoy supeditado a tales situaciones y actitudes, y, claro está, al no encontrarme condicionado por el miedo de una actitud u otra, puedo disponer libremente de las actitudes y adoptar con justeza aquella que responde a mi sentimiento y a mi misión naturales ante cada situación.
En resumen, yo estoy condicionado negativamente por mi incapacidad de vivir una serie de situaciones, porque si vivo demasiado pasivo me siento frustrado, menos hombre, poco triunfador; y si vivo excesivamente activo, me siento algo inhumano, sin corazón. Y eso me da miedo y huyo de experimentar una actitud y la otra. Mientras huyo, soy esclavo, estoy condicionado, estoy por debajo de las cosas, que me llevan a mí y no yo a ellas; son las actitudes las que me conducen a mí, no yo a las actitudes. Para superar estas condiciones he de ser capaz de aprender a vivir conscientemente toda mi actitud de lucha, toda mi capacidad de salir de mí mismo, de proyectarme hacia fuera; convirtiendo esta postura interior en experiencia, podré disponer del único medio de expresión de mí mismo, pues también soy yo todo aquello. Por otro lado debo aprender a tomar conciencia de toda mi capacidad de adaptación, de encaje, de comprensión; colocarme en el punto de vista del otro, situarme en el lugar del otro, como si yo fuera él. Hay que convertir en experiencia ambas posturas.
Es difícil practicar esto en nuestra convivencia corriente. Lo es porque tenemos miedo, y es probable que en el momento en que queramos proyectar con fuerza nuestra conciencia de lucha, seamos demasiado bruscos y causemos daño. Pero no quiere decir que por este motivo no tengamos que desarrollarla; sólo significa que hemos de buscar los medios adecuados para desarrollarla bien. Se trata, pues, de dar con los medios.
Para el adiestramiento que nos proporcione la solución deseada, conviene, al margen de nuestra vida corriente, ejercitarse de un modo especial en el desarrollo de estas dos actitudes.

Desarrollo de la combatividad.- Buscar el modo de desarrollar primero la capacidad combativa, vivir con toda la agresividad de que uno es capaz. No se trata de exteriorizar brutalidad, rudeza, sino de que interiormente yo viva y sienta mi capacidad de lucha, y que la viva conscientemente. Para llevarlo a la práctica no es preciso ofender a nadie; únicamente ponerme en actitud de acción, de modo que pueda ejercitar toda mi capacidad de lucha. Por ejemplo, hablando, la capacidad de lucha no consiste en decir cosas desagradables, sino en proyectar toda mi fuerza interior en lo que estoy diciendo: es la acción centrífuga de toda mi energía interior.
Las personas jóvenes tienen un medio relativamente fácil de realizar este adiestramiento cuando se entregan de lleno a practicar un deporte. Precisamente consiste en eso, en darse del todo. Puede conseguirse también con un grupo de amigos, aprendiendo a poner cada vez más energía, a sentirme todo yo en lo que digo. No hablamos de un apasionamiento ciego. Quiero decir sólo, repito, una mayor fuerza, la fuerza interior que se lanza a través de mi palabra o de mi acción, convirtiendo en experiencia mi capacidad de actuar hacia afuera, sea en un nivel verbal, afectivo, etcétera.
Poseemos una suma enorme de posibilidades de acción, de recursos que apenas ejercitamos, vivimos de un modo cómodo, fácil -aunque a veces nos sintamos mártires- respecto a lo que es nuestra verdadera posibilidad de acción. Normalmente nos desenvolvemos de un modo encogido, precisamos aprender a movilizar toda nuestra fuerza como deporte, es decir, no obligados por las circunstancias, sino como ejercitamiento deliberado.

Desarrollo de la receptividad.- Por otro lado cultivar la actitud receptiva. Nunca estamos receptivos. Incluso cuando soñamos, cuando nuestro pensamiento o imaginación divaga, aunque en este caso no estamos activos, tampoco enteramente receptivos.
Cuando escuchamos o leemos, no escuchamos o leemos del todo; a la par estamos haciendo otras cosas: o nos movemos, o comparamos lo que se dice con mil ocurrencias por asociación de ideas e intencionadamente, o pensamos en lo que hemos de hacer próximamente, etc. Siempre haciendo, haciendo algo corporal o mentalmente; no aprendemos a estar del todo escuchando, del todo percibiendo, del todo comprendiendo. Cada cosa que hacemos, cuando estamos tratando de comprender algo, es una aplicación de la mente consciente o inconsciente, por lo tanto es una parte de la mente la que distraemos en perjuicio de la plena comprensión del objeto.
Si aprendiéramos a escuchar, a estar receptivos, aumentaría prodigiosamente la cantidad de datos que ya poseemos, y aumentar los datos correctos equivale a aumentar la capacidad de pensar. Nosotros pensamos, según los datos de que disponemos. A más datos, mayor riqueza y mayor extensión tendrá el pensamiento. Y cuando se aprende a mantenerse receptivo, se perciben no sólo las palabras, sino muchas cosas más, porque la propia sensibilidad se convierte en elemento receptor, los ojos y los oídos por de pronto, pero además toda la sensibilidad; se captan matices que de otro modo escaparían por completo a nuestra percepción. Así se pueden incluso apreciar matices tan hondos de nuestro interlocutor, como la intencionalidad con que nos habla, etc. No me refiero a deducir la intencionalidad u otros matices, sino a percibirla de modo directo; o su estado de ánimo, que sólo puedo conocer a través mío, si mi ánimo está dispuesto, libre; únicamente entonces registrará las variaciones que proceden de fuera, y todo mi organismo sensible se convertirá en un elemento receptor que me proporcionará datos sobre el modo de ser profundo de las personas, aumentando mi capacidad de discernimiento. Incluso llegarán noticias a través de nuestras vías inconscientes. Si todo yo no estoy atento a lo que recibo de fuera, no podré discernir esos mensajes que suben de mi inconsciente y de mi sensibilidad infraconsciente. Pues si he de actuar meramente de acuerdo con lo que perciben mis ojos, no alcanzaré muy lejos, pues vivimos acostumbrados a la ficción; las palabras y los gestos de la gente son muchas veces una máscara que nos oculta su más íntimo y verdadero sentir. Podemos aprender a percibir esas dimensiones abriéndonos interiormente, manteniéndonos del todo receptivos por dentro.
En Occidente no se ha valorado apenas la capacidad de comprensión; por el contrario, la vida que se desarrolla en Occidente nos propone siempre como prototipo el hombre mesodérmico, el hombre de acción, triunfador, que más bien tiende a cultivar los medios de acción, de iniciativa, de entusiasmo. Y todo lo que pertenece a la esfera de la sensibilidad propende más bien a relegarlo a un segundo plano, del que a lo más se ocupan los artistas. En Oriente no ocurre así: al menos hasta el presente, ha sucedido todo lo contrario. Se ha desarrollado más la capacidad receptiva, y la activa se ha descuidado casi por completo.
Los orientales tienen cosas muy buenas. Por ejemplo, dicen: aprende a estudiar la Naturaleza, a conocerla, a comprenderla, a adaptarte a ella, a seguirla, y en el momento en que tú armonices con la Naturaleza, toda la Naturaleza estará trabajando a tu favor. Lo que trasladado a un plano personal, se traduce así: aprende a conocer a la persona, a comprenderla, a aceptarla, a adaptarte a ella, a seguirla; y automáticamente tendrás a tu favor por entero a esa persona.
Si yo encontrase a alguien que del todo me comprendiera, me aceptara y me siguiera, desde ese momento desaparecería para mí toda posibilidad de oposición ante dicha persona, que neutralizaría mi capacidad defensiva y me encontraría totalmente indefenso en sus manos. Claro está que cuando empezase a actuar de un modo diferente, yo reaccionaría, pero al menos durante un instante estaría inerme ante él. Aquí reside precisamente la fuerza de la seducción: la mujer seductora no es que tenga un atractivo puramente sexual; la verdadera mujer seductora atrae porque hace ver, en este caso artificiosamente, que le comprende a uno, que está de acuerdo con él, que siente lo mismo que él, que encaja perfectamente con él, por consiguiente, uno se encuentra indefenso.
Otra forma de cultivar la receptividad es escuchar música. No como hacemos corrientemente, estando pendientes del director, oyendo mientras voy pensando en mis asuntos, convirtiendo la música en decorado de fondo, sino aprender a centrarse, a dedicarse a escuchar música como un ejercicio. Aunque el sonido musical procede de los instrumentos, nosotros la oímos dentro. Y se da el caso de que apenas nunca estamos dentro al oírla. Dejar que la música resuene dentro, colocarme allí, donde la oigo: cuando se consigue hacerlo así, el modo de oír y sentir la música cambia por completo. En el momento en que una persona consiga encerrarse por un instante en ese punto interior y escuchar desde él, notará un modo nuevo de sentir y comprender la música como jamás había experimentado antes; entonces la percepción será actual, instantánea, total: no yo y la música, sino la música como experiencia total.
El mismo adiestramiento se puede realizar usando otros medios. Cuando, por ejemplo, escucho a una persona, aprender a ser todo oídos, centrarme en lo que llega hasta mí. El mejor modo de percibir no consiste en salir en busca de la percepción, sino en dejar que la percepción me llegue hasta el fondo, manteniéndome en completa pasividad interior y exterior. Si estamos tensos para escuchar, el mismo esfuerzo que se está produciendo disminuye la capacidad de recepción.
Seamos del todo receptivos cuando llegue el momento, no medio activos, medio receptivos: relajemos mente y cuerpo, como si miráramos desde lejos.
Tenemos miedo a escuchar, miedo a entregarnos a cualquier cosa o persona, y el resultado es que nunca hacemos nada perfectamente bien. Afirmo que tenemos miedo de escuchar, porque cuando, por ejemplo, yo hablo, estoy siempre tan pendiente de convencer de mis ideas, o de buscar una salida airosa, o la oportunidad de lucirme con una ingeniosidad que sorprenda a los demás, que esto mismo me impide dedicarme a escuchar. Si escuchamos, hagámoslo del todo, y sólo cuando comprendamos bien a nuestro interlocutor, podremos argumentar con éxito.
El miedo a ser receptivos del todo tiene por base el temor a dejarnos convencer. Tememos abandonar nuestro punto de vista; estamos identificados con lo que queremos imponer, y nos mantenemos al acecho de que el otro termine de hablar para decir lo que ya hemos preparado. Las conversaciones se convierten en una serie de luchas estériles, inútiles.
Examinemos una discusión y veremos que en el 99 por 100 de los casos se discute para aclarar malentendidos, que se evitarían si la actitud receptiva fuera correcta y se iría directamente a lo esencial del asunto. No basta escuchar las palabras, hay que escuchar a la persona; y sólo podemos escucharla a través de nuestra propia persona. Exclusivamente entonces, cuando yo comprendo a aquella persona, puedo contestar al argumento central que es la persona de mi interlocutor, es decir, al sentimiento o idea escondido detrás de ella, a la verdadera razón, a la verdadera motivación de su mente. Logrado esto, habremos hallado a la vez la forma de entendernos en seguida.
La única posibilidad de transformar a otro es partiendo de su modo de ser, no del mío. Por lo tanto, antes es necesario comprenderlo. Con la comprensión de su punto de vista no pierdo yo nada, y ensancho mi capacidad de percepción, mis puntos de vista: me enriquezco cada vez que comprendo a alguien. Pero normalmente no lo vemos así, por el puro temor a quedar sugestionados, a ser engañados. Sólo cuando he comprendido lo que me dicen y a la persona que me habla, viene el contrastarlo con mis puntos de vista, y del contraste surgirán entonces las palabras justas, adecuadas, exactas, que, siendo más breves, obtendrán el mejor resultado en cada caso.
Aumentar la capacidad de comprensión y de recepción enriquece sorprendentemente nuestra personalidad interior y es, por otra parte, como reforzar la eficacia de todos nuestros medios de expresión.
Veremos también que en el caso de las situaciones más difíciles, las que mencionábamos de tomar decisiones, cuando uno se siente interiormente capaz de adoptar actitudes fuertes, violentas sin esfuerzo, porque las domina y maneja, y cuando desde dentro es también capaz de adaptarse y acomodarse plenamente al punto de vista ajeno, ha desaparecido el problema de cuál será la actitud que conviene adoptar, puesto que, al estar todo yo disponible, abierto, receptivo, inmediatamente surgirá la respuesta más acorde con la situación concreta, sin pros ni contras, como resultante inmediata de las cualidades positivas. Ha desaparecido el problema de hasta qué punto he de ser más exigente o más condescendiente: la persona es entonces toda la gama armónica, y reacciona con la nota de la escala adecuada a cada situación, que brota espontáneamente, sin que se experimente ningún sentimiento de frustración.

14. LOS FUNDAMENTOS BÁSICOS DE LA RELACIÓN CONSTRUCTIVA INTERPERSONAL

La relación inarmónica. Sus causas

La relación humana es un campo experimental en el que, de un modo inexorable, aparecen sucesivamente todas las cualidades y todos los defectos del carácter personal. En efecto, en todas las relaciones personales y especialmente en aquéllas que tienen una larga continuidad en el tiempo, se proyectan cuantos valores y actitudes -tanto positivos como negativos - han ido cristalizándose en la mente inconsciente. Tenemos abundantes ejemplos de esto en muchos matrimonios y en la convivencia que tiene lugar en los lugares de trabajo. Inicialmente, las relaciones tienen un carácter armónico, positivo y amable, pero con frecuencia, a medida que pasa el tiempo, aumentan los roces, diferencias y fricciones entre los modos de ser de unos y otros. Se crean así resentimientos, se sufren desengaños y no son raros los casos en los que la convivencia obligada se convierte en fuente constante de disgustos y malestares.
¿Por qué ocurre esto? ¿Cuál es la razón de tanta discordia? Si escuchamos a los interesados, cada uno sin excepción nos dirá con vehemencia, y además lo ilustrará con numerosos ejemplos, que la causa reside en el modo de ser del otro: en su orgullo, en su hipocresía, en su informalidad, etc.
Es evidente que la verdadera razón hay que buscarla, por un lado, en las deformaciones caracterológicas de cada persona, producidas por sus conflictos internos y que nunca el propio interesado puede apreciar de modo objetivo. Deformaciones que se traducen en reacciones y actitudes más o menos inadecuadas bajo la influencia de la sobreestimación, los prejuicios, las susceptibilidades, las tendencias exageradamente egocéntricas, etc. Pero, por otro lado, es indudable también que existe una verdadera ignorancia de las reglas básicas que deberían regir todo contacto humano que se preciara realmente de tal.
Hemos estudiado ya anteriormente las principales técnicas utilizables para eliminar o, por lo menos, reducir al máximo las deformaciones producidas por los problemas internos. En el presente capítulo veremos las normas fundamentales a que han de atenerse nuestras relaciones interpersonales para que tengan en todo momento (sean cuales sean sus circunstancias) un carácter constructivo y positivo para nuestra personalidad.


La relación humana como acto vital

La vida es un proceso dinámico, es una constante renovación de energías y de formas. La relación interpersonal es una manifestación directa de ese proceso renovador de la vida en nosotros. Todo contacto humano debería tener, pues, ese mismo carácter, activo, dinámico, renovador. Deberíamos vivirlo como una oportunidad que se nos ofrece para sentir la fuerza y la positividad de este proceso y a la vez, para que se renovaran, ampliándose, diversas facetas de nuestra personalidad.
La relación humana debería tener, así, en todo momento un carácter afirmativo de nuestro ser, comportando una expansión y un enriquecimiento de nuestras capacidades personales. No obstante, la experiencia diaria y la observación nos - muestran ampliamente que, salvo en muy contados casos y momentos, la convivencia humana dista muchísimo de vivirse así. En la práctica, abordamos la relación con nuestros semejantes con determinadas actitudes tendenciosas o parciales que nos impiden poder sacar todo el rendimiento -tanto de orden interno como externo - que cada situación contiene en sí misma de modo potencial.
Vamos, pues, a comentar brevemente las más importantes de esas actitudes negativas y perjudiciales en nuestra relación interpersonal.


Las actitudes defectuosas

a) Hábito de apoyarnos en los demás

En primer lugar, citaremos el hábito de apoyarnos en los demás para nuestra autoafirmación. No solemos ir al contacto humano de un modo imparcial, sereno, objetivo, libre de contaminaciones subjetivas que enturbien nuestra visión de los otros. Para desgracia propia, aprovechamos la vida de relación como trampolín desde el que nos zambullimos en nuestro Yo-idea. La inclinación interior, siempre tensa, hacia una plena realización de nosotros mismos, buscando llegar a ser y vivirnos del todo, adquiere en nuestra vida social un carácter de automatismo por el que en toda relación con los demás perseguimos el Yo idealizado. «Los demás» son un medio que puede proporcionarme la sensación de vivirme a mí mismo en el yo idealizado.
Esto nos empuja a buscar en la relación personal el modo de que todos aquellos con quienes hablamos nos admiren, tengan una idea óptima de nuestra inteligencia o de cualquier otra cualidad inserta en nuestro Yo-idea; en otros casos a demostrar nuestra superioridad mediante la oposición o la lucha. O, si constatamos que el contrincante es fuerte o si es débil nuestra estructura caracterológica, nuestro Yo-experiencia, adoptamos entonces la actitud que pueda despertar lástima o conmiseración, o congraciarnos con aquella persona, tratando de darle gusto y mostrándole que participamos de su alegría. De este modo el primer sabor que debería tener el acto vital de expresión, de auténtica vida, queda suprimido de raíz; no es posible ya abordar la relación humana con libertad interior.
Este defecto inicial trae como consecuencia que toda reacción del prójimo adquiera un valor desorbitado, bien tienda a confirmar o a negar los valores del Yo. Se ha enturbiado la visión objetiva de los hechos, deformados por estar previamente sensibilizado en una única dirección. Y todo cuanto los demás digan o hagan, si me favorece, me congraciará con ellos; pero si me es contrario, perderán mi estimación, tratándoles de personas muy poco interesantes y despreciables, de las que conviene alejarse. De un modo o del otro, me apoyo en los demás, y, lógicamente, siempre dependeré de los demás como un juguete en sus manos.
Se trata de un defecto inicial de actitud, por el que nos apoyamos en los otros, no para conseguir el objeto de la entrevista, sino para llegar a la satisfacción del Yo o a la seguridad de mí mismo.

b) Actitud superficial

La actitud superficial es otro de los defectos más comunes en nuestras relaciones humanas. Normalmente, estamos acostumbrados a vivir con tantos estímulos exteriores, que se ha formado un cuadro psíquico de reflejos y actitudes superficiales, como algo normal y habitual. Y sólo en momentos excepcionales vive uno las cosas con mayor profundidad, cuando ha de tomar alguna decisión importante, o cuando se está bajo la influencia de un serio disgusto. En estos casos se da uno cuenta repentinamente de que aquello lo está viviendo por dentro con mayor profundidad de la normal. Como si la vida no fuera toda ella para vivirla plenamente y como si fuera correcto vivir superficialmente y sólo en determinados momentos hacerlo con profundidad. Es una división que practicamos y que afecta a nuestra relación interpersonal, impidiendo vivir el contacto humano con totalidad, con eficacia, con profundidad y fuerza interior. Cuando un vendedor, por ejemplo, nos quiere vender una lavadora, una estilográfica, u otro artículo cualquiera, escuchamos con esta actitud superficial -si escuchamos-, y buscamos inmediatamente la forma más rápida de alejarlo. Cosa normal si no nos interesa comprar lo que nos ofrece; sólo lo cito como ejemplo gráfico de la actitud displicente con que atendemos a esta persona: una actitud mecánica, automática. El bloqueo existente en nosotros de todo lo que son sentimientos e ideas profundas es un serio inconveniente para nuestra vida de relación.

c) Escisión entre mente y corazón

Otra actitud defectuosa también y muy importante es la neta separación que practicamos entre mente y corazón, actitud puramente cerebral, de control constante sobre nosotros mismos. Tal actitud se debe al miedo que nos impide vivir en el mundo con nuestra afectividad abierta. Observemos el simple hecho de que alguien, que se encontraba en casa, se disponga a salir a la calle. Toda su actitud cambia, su gesto interior varía por completo; algo así como si se situase en forma, cual si quisiese entrar en batalla. Su mente pasa a ser el vigilante que controla todos los movimientos y posturas, palabras y gestos, para que se desenvuelvan dentro de unas líneas convencionales y ficticias para la persona.
El temor a vivir nuestra afectividad proviene de un modo de pensar erróneo: nos parece que si nos dejamos llevar de nuestra afectividad, o la gente se reirá de nosotros, o nosotros nos comprometeremos envolviéndonos en circunstancias espinosas, que nos perjudicarán. Se inició tal actitud cuando aún éramos niños, si se burlaron de nosotros o nos riñeron por cosas que nos salieron espontáneas y provocaron una reacción de rechazo o de burla. Estas experiencias repetidas tienen como efecto el que uno se encoja y aprenda a controlarse a sí mismo, procurando hacer solamente lo que nos parece conforme con el reglamento convencional de la vida social en que nos ha tocado vivir, sin acordarnos entonces de vivirnos a nosotros mismos y de entrar en contacto abiertamente humano con nuestros semejantes.
Tal actitud es en parte excusable, pero en el fondo es falsa. Y lo es porque presupone que no caben más que dos alternativas: o dejarse llevar de los sentimientos, o vivir en actitud de alerta. Sin embargo, existe una tercera: es perfectamente posible vivir con el corazón sinceramente abierto y al mismo tiempo con la mente también abierta del todo, ambas actitudes integradas en un gesto simultáneo de toda la persona.
Actualmente, en la vida ordinaria de casi todo el mundo, ocurre que cuando funciona la mente con lucidez, queda reprimido el sentimiento; y viceversa: si el sentimiento se manifiesta espontáneamente, se inhibe la razón y la mente. Así todos se viven de un modo parcial, con intermitencias en el uso de sus facultades racionales, mente y afectividad. Es posible y hay que aprender a funcionar simultáneamente con todo el sentimiento y con toda la mente, porque ambos a una forman nuestro contenido vivo, auténtico, real, y no haciéndolo así mutilamos la posibilidad, siempre en nuestras manos, de vivirlo todo en su más amplia dimensión de profundo y riquísimo relieve vital.
Si aprendiéramos a vivir así en nuestra vida corriente, nos ahorraríamos muchos problemas, el primero de ellos el de la tensión y la fatiga nerviosa que nos produce el mantenernos durante casi todo el día ejerciendo este autocontrol; tensión emocional, no mental, por la fuerte represión de nuestras emociones y afectos que se prolonga a lo largo del día, año tras año, con la consiguiente fatiga, traducida luego en neuralgias, dolores de estómago, malas digestiones, insomnio, etc. La expresión del sentimiento es una válvula de escape que descarga totalmente la tensión emocional.
Aprendamos a expresar durante todo el día nuestro nivel afectivo de un modo inteligente, y éste actuará de lubrificante, suavizando el funcionamiento de nuestro psiquismo y evitando que se produzcan tensiones. La afectividad no sólo proporciona alas de alegría, sino también moviliza la dinámica de nuestras energías interiores, permitiendo su normal circulación. Cuando nuestros impulsos no se estancan sino que circulan, disminuye notablemente la fatiga, que en su mayor parte suele provenir de inhibiciones emocionales. Aprender a invertir la emoción en la vida diaria, a expresar los afectos positivos, es encontrar una vía de descarga de fardos pesadísimos de fatiga y tensiones. Y se consigue funcionando simultáneamente con el corazón enteramente abierto y con la mente del todo despierta y situada encima del corazón, controlando siempre la situación.
Cuando se logra, mediante la práctica, vivir en la actitud correcta, la mente se cuida de ordenar el modo de hacer las cosas y el corazón de dar el impulso emotivo. Ambos se acoplan, correspondiendo a la mente adaptar el impulso y a la emotividad expresarlo espontáneamente. Mente despierta y corazón abierto es la postura constructiva de expresar nuestra energía vital sin temor a efectos contraproducentes. Sólo si nos dejamos llevar del sentimiento, cuando la mente está medio dormida, estaremos expuestos a cometer las imprudencias y otros actos que tememos.
Busquemos entre amistades y conocidos a las personas que más agradan a todo el mundo y con las que da gusto hablar, y descubriremos que siempre están expresando afecto además de inteligencia. Parece que la fatiga no existe para ellos, siempre a punto, siempre abiertos, sabiendo aprovechar la frase, el momento, la circunstancia para provocar la broma, el chiste, la carcajada o la sonrisa, no ficticias, sino sinceras. Estamos demasiado acostumbrados a llevar la máscara de las normas que momifican nuestra conducta, determinando cuándo hemos de ser amables y cómo hemos de serlo, y entonces hacemos ver que expresamos sentimientos, que son puramente ficticios.
Un ejemplo bien crudo de este hecho tan corriente en nuestra vida, cuando nos encontramos en la necesidad de vivir situaciones externas que exigen una reacción afectiva, es la etiqueta del pésame. Ha muerto el padre de un amigo mío. La situación es netamente afectiva. Pero yo la vivo de un modo cerebral, y me encuentro incómodo. Pongo cara de circunstancias y pronuncio palabras huecas, sin sentido ni resonancia para mí ni para quien las escucha. Cuando me voy, respiro. He representado la comedia de vivir una situación afectiva de un modo cerebral. Si hubiera vivido el trance con más sinceridad, habría aliviado realmente a mi amigo, aunque mis palabras no estuvieran quizás tan de acuerdo con los cánones sociales; pero mis frases habrían brotado espontáneas, y la frase espontánea tiene frescura natural, fuerza que produce impacto en quien la recibe.

d) Hábito egocentrista

Otra actitud perjudicial en el trato de relación humana es estar excesivamente pendiente de uno mismo, de lo que debo decir y hacer, arrollando entonces inconscientemente lo que mi interlocutor pueda decir o hacer. Si observamos cómo habla la gente, veremos con harta frecuencia esa caricatura de diálogos, en los que parece que ambos están hablándose el uno al otro, pero en realidad son dos monólogos cruzados: cada cual aprovecha un momento de respiro del otro para continuar con lo que antes estaba diciendo, aunque nada tenga que ver ya con el argumento actual que su interlocutor acaba de desarrollar. Ambos están adheridos a lo que llevan en su cabeza y no puede haber lugar para que adapten la reacción del otro al funcionamiento de su mente. Por lo tanto, se continúa discutiendo de un modo estúpido, sin que lo que el uno dice tenga que ver con lo del otro. El resultado será la imposibilidad de llegar a un acuerdo; cesará el juego, pero sin llegar a la mutua armonía. Cada uno vive demasiado adherido y pendiente de lo que desea decir y no quiere quedarse sin manifestarlo.
Puede también darse la actitud contraria, igualmente deficiente: estar durante la conversación excesivamente pendiente del interlocutor. En este caso me siento sugestionado, avasallado, si sus reacciones no me son favorables, o, por el contrario, me veo obligado a decir que sí, si el otro tiene suficiente autoridad, energía, personalidad y la percibo con fuerza. En ambos casos me traiciono a mí mismo, no digo lo que debo decir; la relación queda frustrada en su dimensión de espontaneidad, de autenticidad por mantenerse excesivamente pendiente de mi interlocutor. Esta actitud y la de estarlo enteramente de mí mismo, de lo que tengo que decir, son los dos extremos de una misma línea, y se adopta una u otra según el tipo de persona que es nuestro interlocutor.

e) Olvido del Yo-idea de nuestro interlocutor

Finalmente, es normal, y no por ello menos defectuoso, el olvidarnos, cuando hablamos con la gente, de que en realidad nunca hablamos con la persona tal como la vemos ante nosotros, sino que siempre hablamos con su Yo-idea. No tenemos delante, en el diálogo, tan sólo al hombre que veo con mis ojos, atento, que me escucha y atiende, sino a una persona que escucha, sí, pero en función de unas necesidades, de unos deseos, y por lo tanto que, según lo que yo diga, aunque lo haga con la mejor fe del mundo, se molesta y ofende. Es que estoy hablando en realidad con su Yo-idea, y olvidarlo me hace caer en una serie de errores; falta en mi diálogo el aspecto de comprensión del contenido real, efectivo, auténtico, de la persona con quien hablo. Porque la persona es muchas más cosas que su Yo-idea, pero en el momento de escuchar, escucha su mente, es decir, su mente trabajando en función del Yo-idea, no en función de su Yo-experiencia, de su verdad. De ahí que nuestro diálogo fracase, por olvidar este hecho.


La actitud positiva en la relación interpersonal

En el fondo no es difícil tratar a las personas. Lo difícil es conseguir lo que se pretende de ellas. Todos tenemos las mismas necesidades básicas, todos buscamos lo mismo: comprensión, aceptación, afecto, seguridad, apoyo, aliento. Todos queremos llegar a ser, a expresarnos, a expansionarnos, a desarrollarnos. La persona con quien hablo es lo mismo que yo. Porque fundamentalmente somos iguales, coinciden nuestros deseos, necesidades e impulsos primordiales, por más que luego adquieran formas diversas de expresión. Si al hablar con alguien pierdo de vista esta verdad, me será imposible actuar del modo adecuado, porque sólo me fijo en un aspecto parcial de la persona, olvidando lo más importante.
Cuando he llegado a comprender que el otro está teniendo en todo momento las necesidades y deseos fundamentales, y lo comprendo porque también yo los tengo y soy consciente de ello, tal comprensión establece de suyo un puente de unión, un nexo psicológico entre los dos, de enorme fuerza y efectos inmediatos. Dos personas que hablan, si están de acuerdo en lo básico, se hallan en condiciones para hablar de lo diferente entre uno y otro. Ante todo hemos de aceptar, comprender y expresar nuestra igualdad con nuestro interlocutor, lo que nos es común. Éste será el nexo que hará posible tratar de las diferencias, y estando unidos en lo esencial, las diferencias tendrán un carácter objetivo, más fácil de salvar. Mientras que, si hablamos siendo conscientes tan sólo de las diferencias que nos separan, sin tener otra cosa en cuenta, la diferencia se hará total, y, volados los puentes, no habrá posibilidad de unión ni de acuerdo.
Es un hecho real, no pura teoría. Fijémonos de nuevo en aquella persona, amigo o conocido, que sabe tratar a la gente.
Advertiremos que hablando con ella nos sentimos comprendidos. ¿Por qué? Porque notamos algo así como si él fuera consciente de sus necesidades, como ser humano, y aportase esta conciencia a su relación personal con los demás, estableciendo con nosotros una comunicación básica. Y como si, sobre esta base, hablásemos de las diferencias. Sin ella, mediaría un abismo, y es ella el puente que lo salva, permitiéndonos el acercamiento mutuo y la auténtica comunicación.
Si aprendemos a aceptar en nuestra vida práctica estas necesidades y motivaciones profundas de los demás, empezarán a producirse una serie de cambios sorprendentes en nuestra vida de relación. Normalmente, estamos a la defensiva. Cuando topamos con una persona que vive con seguridad, con tranquilidad interior, con aplomo y además nos sentimos comprendidos, inmediatamente desaparece el recelo. Y es que sólo si uno se siente aceptado, seguro, puede abrirse y dar lo mejor de sí mismo en todos los aspectos, no sólo en el humano, sino en la vida comercial, intelectual, etc. Pero antes hemos de hacer desaparecer la barrera, el antagonismo, el recelo constante con que vivimos todos. No podemos evitarlo en los demás, si lo tenemos nosotros. He de empezar yo, con mi actitud de seguridad y confianza, y entonces podré hacer participar al otro de ella; no tardaré en ver que mi interlocutor se encuentra inmediatamente a gusto, aceptado, que en él no tengo un enemigo, sino un amigo. En esta postura estriba el que las relaciones humanas adopten un carácter sinceramente amistoso, o frío y hostil, aunque externamente aparenten otra cosa.
No se trata aquí de una comprensión general, sino de la comprensión concreta de unas necesidades concretas, de unas tendencias hacia objetivos que son exactamente los que a mí me preocupan. Es ser consciente de la relación que existe entre todo ser humano y yo: el hombre más elemental, el más pobre, el más despreciable de la tierra y yo somos básicamente iguales. Si rechazo esta unidad, porque aquella persona tiene algo que me desagrada, estoy abriendo un abismo que me separará de la vida.
Sin tener en cuenta de modo real y vital este denominador común que nos liga con todo el mundo y sin expresarlo mediante la actitud de toda la persona, cualquier técnica o método de relación humana, la lectura de cuantos libros hay escritos sobre la materia, la aplicación de los trucos que puedan aprenderse sobre el modo de iniciar una venta y de cerrar un trato, o el estudio de todas las fases de la venta, todo eso, resulta inútil, o débilmente operativo. Pero si se tiene en cuenta y se lleva a la práctica la actitud correcta, se abren todas las puertas, incluso de los conocimientos específicos sobre el trato humano, que adquieren un sentido nuevo. Puede comprobarse que es así: hasta para ello observar a ese amigo o conocido que a todos comprende y todos le estiman, y ver que, en efecto, junto a la actitud básica de que hemos hablado, tiene las otras cualidades; pero en aquélla reside su capacidad de sintonía, de atracción, de manejo de las situaciones.


Casos especiales

Cuanto acabamos de exponer en el presente capítulo se-refiere a condiciones generales sobre el trato con los demás. Sin embargo, como existen diferentes modos de ser de las personas, que requieren a veces actitudes especiales, citaré a continuación algunos ejemplos concretos. En ellos lo que principalmente importa es apreciar que las actitudes especiales no son otra cosa que una sencilla aplicación de los principios anteriores, de los que se derivan de un modo natural. Por lo tanto, si se comprenden bien los principios, pueden salvarse con fortuna todas las situaciones humanas.

a) Los tímidos

Veamos, por ejemplo, cómo tratar a los tímidos. Ordinariamente, cuando alguien se acerca con buena voluntad a hablar con un tímido, suele decirle: «Ánimo, hombre, no te preocupes; te aseguro que vales; tienes que animarte». Resultado: el tímido se encoge, se cierra y apenas puede contestarnos. Y quedamos tan extrañados de su reacción, cuando nos hemos acercado a él precisamente para animarlo; casi nos ofendemos.
Hemos olvidado el modo de ser de aquella persona. ¿Qué le ocurre al tímido? Que su Yo-experiencia es muy pequeño, ha vivido pocas cosas en primera persona, pocas experiencias como sujeto, no ha incorporado apenas energías a su núcleo del Yo, y todas sus experiencias las ha ido viviendo más bien como pertenecientes al mundo, al no-Yo. Tiene además un fuerte contenido de inhibiciones. Precisamente por eso es tímido: posee una imagen del mundo mucho más sólida y rica que la experiencia de sí mismo. Cada vez que nos acercamos a él con la mejor voluntad del mundo y le hablamos en tono animo-, so, lo único que hacemos es confirmar su experiencia de que los demás son más fuertes que él; en aquel momento nosotros somos el no-Yo, que, lleno de seguridad y de aplomo, se le acerca y le habla; y él revive su problema: el otro, grande, seguro, y él, pequeño, sin fuerza. Cuanto mayor empeño y más optimismo pongamos en lo que le decimos, más se encogerá, porque actualizamos el problema que está pendiente de solución: el Yo-pequeño, que es pequeño por oposición al no-Yo.
Comprendamos el problema del tímido: su Yo es pequeño. Hemos, pues, de tratarlo exactamente como trataríamos a un niño. No con el mimo, el tono de voz y el nivel intelectual en que nos situamos cuando hablamos a un niño pequeño, pero sí con la misma delicadeza y el mismo tacto, porque su Yo es infantil. Él podrá haber madurado en otros aspectos, pero en su Yo sigue siendo un niño y requiere el mismo tacto y delicadeza, sin olvidar por otro lado que en lo demás es normal, por lo que hay que usar expresiones adultas.
No conviene tratarlo de un modo directo, personal, para no despertar su problema. Por lo tanto no hay que hablarle de él, sino de las cosas, de las ideas, de la gente. Si queremos ayudarle de veras, hemos de darle oportunidades para que él viva poco a poco por sí mismo las cosas. El único modo de lograr que deje de ser tímido, es conseguir que su Yo-experiencia crezca, y esto sólo se consigue si él vive experiencias activas y positivas por sí mismo.
Es frecuente el caso del adulto tímido que lo es porque ha tenido unos padres complacientes, especialmente una madre que lo ha querido demasiado, hasta el extremo de decirle en todo momento lo que tenía que hacer para evitarle disgustos, para que nada le sucediera, sin darse cuenta de que así ha impedido que el niño viviera por sí mismo la vida y desarrollase su capacidad de experimentar. La madre ha causado en su hijo una anemia total de su Yo, con la consiguiente incapacidad para poder afirmarse y desenvolverse en el mundo; y el niño ha vivido siempre en función del no-Yo.
El único modo de resolver esta situación es facilitarle los medios para que viva sus cosas, asuma su responsabilidad y haga esfuerzos, insistiendo sin cesar en esta dirección.

b) El orgulloso: sus dos clases

En la vida encontramos otro tipo muy frecuente: la persona que se sobrestima, el orgulloso. Es preciso distinguir bien dos casos: los que se sobrestiman con razón, y los que lo hacen sin ella.
Primero, los que se sobrestiman con razón. Personas dotadas de una gran vitalidad y de una intensa energía interior. Su modo de ser es sano, auténtico, natural. Han acumulado fuertes experiencias, tomado iniciativas, actuado siempre en primera persona, con plena conciencia de sí mismos, incorporándolo todo a su Yo-experiencia. Su problema reside en que no han tomado plena conciencia de los demás: se han vivido con mayor realidad a sí mismos que a los demás. Se reconocen fácilmente por su tendencia espontánea a empuñar el mando; son personas dotadas de una gran vitalidad, líderes de modo natural; aunque no actúen bien, su misma disposición les lleva al mando. Se sobrevaloran, no porque no valgan lo que sienten de sí mismos, sino porque tienen tendencia a desvalorizar a los demás.
Estas personas, por basar la conciencia de sí mismos en su fuerza interior, en su experiencia, tienden a valorarlo todo en función de esta energía interior. Quienes se acercan a ellos de modo amable, atento, predominando la flexibilidad más que la fuerza interior, merecen su desestimación, y quedan catalogados por ellos en segundo término. Aunque puedan ver y sentir la delicadeza, no la valoran de un modo vital. Lo que viven como real es sólo el carácter, la fuerza interior. Son con frecuencia batalladores, hombres de lucha; sin darse cuenta atropellan a la gente. La energía que manejan despierta la admiración de los demás, el deseo de incorporársela, y fácilmente se encuentran rodeados de seguidores, una corte de la que ellos naturalmente se hacen reyes, situándose sobre los que no viven con su misma fuerza y consistencia interior.
Para tratarlos es preciso hacerlo de igual a igual, con tanta energía como la suya; el que se acerca a ellos en plan amable, se encontrará inesperadamente recibiendo órdenes. Hay que hablarles en un tono de igual a igual, poniendo toda la energía interior de que uno es capaz. Aunque al mismo tiempo amable, pues es también preciso evitar siempre la lucha con ellos. En caso contrario, automáticamente queda uno en condiciones de inferioridad.
Los que se sobreestiman sin razón, caricatura de los anteriores, tienen un Yo-experiencia poco desarrollado, y una gran cantidad de energía reprimida. Son personas que han sentido su debilidad y han reaccionado frente a ella adoptando la forma de fortaleza, la forma sólo, pura apariencia. Tienen mucha energía interior reprimida. Esta energía les hace casi siempre sentir la necesidad de vivirse como fuertes e importantes. Reaccionan ante la debilidad del Yo-experiencia utilizando el Yo-idea como mecanismo de compensación, intentando vivir su importancia, su seguridad y su fuerza no en el Yo-experiencia, sino a través del Yo-idea. Hinchan el Yo-idea y quieren creer que son importantes, seguros, sólidos. Su actitud es falsa, no corresponde a su verdad. Es el tipo de personas que abunda más.
Es bastante fácil reconocer y distinguir quiénes se sobreestiman con razón y quiénes sin ella. Quien tiene un Yo-experiencia muy desarrollado, posee tal seguridad real de sí mismo que no teme por su Yo; son más bien los demás quienes le temen a él. Mientras que la persona con un Yo-experiencia pequeña y un Yo-idea muy hinchado siempre tiene miedo, por la falta de auténtica seguridad; podrá tener idea, pero no experiencia de la seguridad, y precisamente por esto, se pasará toda la vida intentando demostrar, confirmar, exhibir la fuerza de su personalidad, puesto que siendo los valores del Yo-idea artificiales, sólo tienen un carácter de compensación y requieren una constante reafirmación.
Un ejemplo: el verdadero atleta ha vivido tanto su capacidad de esfuerzo, ha actualizado tanto su Yo-experiencia en el nivel físico, que aguanta las bromas más pesadas sobre su fuerza sin que le afecten lo más mínimo ya que la vive con auténtica seguridad, a toda prueba; es más evidente para él la experiencia interior que todas las ideas que puedan venir de fuera. La persona con un Yo-experiencia pequeño, en cambio, puede compararse a un hombre físicamente débil, pero con tal deseo de ser un gran atleta que se imagina ya el día en que lo conseguirá, y poco a poco va creyendo que lo es, hasta convencerse de ello; en todo momento estará haciendo exhibiciones de su fuerza, explicando triunfos y hazañas, en gran parte imaginarios. Se dolerá en lo más vivo cada vez que alguien ponga en duda su fuerza atlética. ¿Por qué? Como no vive directamente su Yo-experiencia, sino en función del Yo-idea, cualquier frase que le contraríe será una negación de su realidad, una amenaza grave de la representación que tiene de sí mismo.
Quien tiene un Yo hinchado, pero en sí mismo es débil, es siempre muy susceptible respecto a los valores de su Yo. Quien, por el contrario, tiene un Yo-experiencia fuerte, auténtico, no será en absoluto susceptible respecto a sus cualidades y defectos. Si alguien se da por ofendido cuando se duda, por ejemplo, que sea tan inteligente como parecía, es que se apoya en la débil caña de su Yo-idea. Cuanto más necesite demostrar sus cualidades, más seguros podremos estar de que por dentro está hueco. El que vive sus cualidades no necesita demostrarlas; se limitará simplemente a utilizarlas cuando sea preciso.
¿Cómo hablar a los que tienen el Yo-experiencia pequeño y el Yo-idea desorbitado? Algunos son más fáciles de tratar que otros. Por de pronto, están pendientes siempre de la superioridad de sí mismos respecto a los demás; necesitan estar demostrándose a sí mismos y a los demás que son fuertes, seguros, superiores, etc. Por lo tanto, todo aquello que consigamos asociar a esos valores, ellos lo aceptarán en seguida. Hay que ver de qué forma particular vive cada sujeto la importancia de su Yo. Uno será creyéndose en todas las cosas muy inteligente; otro, con una especial vista de lince para los negocios; un tercero, poseído de un prestigio o de una autoridad completamente falsos; cada cual vivirá en su Yo-idea una o varias cualidades. Pues bien, todo lo que asociemos o sepamos introducir hábilmente como asociado a la importancia de esa cualidad, él se verá obligado a hacerlo. El individuo que está pendiente de la superioridad de su Yo no tiene otro remedio que hacer aquello en que demuestra que es superior. Causa asombro, en ocasiones, que estas personas cedan con tanta facilidad ante quien los halaga. Y es sencillamente porque necesitan de forma constante alimentar y reafirmar su Yo-idea.
Es fácil conducir a quien está muy pendiente de las emociones, aunque no lo es tanto hacerlo cambiar.
Hay otros que se resisten más porque tienen una mente muy rígida, y están totalmente cerrados. Pueden darse casos verdaderamente patológicos en este sentido y entonces no hay forma humana de tratarlos en un plano de convivencia social. Evidentemente, en casos de extrema necesidad, no hay problema alguno en llegar a un emplazamiento personal o hasta incluso a la amenaza directa, puesto que en la inmensa mayoría de los casos, veremos cómo estas personas se hunden, se deshinchan, quedando en pie tan sólo lo único real que existe en ellos: un Yo infantil, débil y asustado.

15. LA TENSIÓN. SUS CLASES Y MANIFESTACIONES. TÉCNICAS DE TRANQUILIZACIÓN

¿Qué es la tensión?

Hablando en términos generales, la tensión es el preludio inmediato de la acción. Acción que lo mismo puede ser externa que interna, esto es, lo mismo puede ser física que afectiva o mental. Toda acción viene determinada por una motivación o estímulo. El estímulo crea en la persona un desequilibrio, más o menos superficial y de carácter transitorio, que provoca la movilización interna de la energía necesaria para la acción equilibradora. Esta energía es la causa de la tensión normal que precede a toda acción.
Recuérdese lo que se dijo en el capítulo quinto acerca de las respuestas o resultantes de estímulos. Toda conducta, decíamos, es un intento de resolución de los problemas planteados dentro de la mente por una doble polaridad de dinamismos:
- La satisfacción de las exigencias interiores frente a las posibilidades del mundo exterior.
- La satisfacción de las exigencias del exterior frente a las posibilidades interiores del sujeto.

Además, la solución de estas dualidades se ha de satisfacer de modo que:
- La reacción esté dentro de los límites de su capacidad de esfuerzo y de adaptación; en realidad, la respuesta que se produce es siempre aquella que, dadas las circunstancias, exige el mínimo de esfuerzo y de adaptación, esto es, la más económica.
- Que pueda conservar un equilibrio relativamente estable, tanto dentro de la propia personalidad, como entre ésta y el mundo ambiente.

Es evidente que todo aumento de las exigencias y toda disminución de las posibilidades creará un mayor desequilibrio dentro de la personalidad y exigirá un esfuerzo mucho más elevado para hacer frente a la situación. Se produce entonces una tensión excesiva, la hipertensión psíquica, que desgraciadamente en todos los países «civilizados» conocemos muy bien. Y es esta hipertensión la que nos ocupará en el presente capítulo, aunque por comodidad la denominaremos de ahora en adelante simplemente tensión.
Cuando por la mañana me traen el periódico, se despierta inmediatamente mi curiosidad y mi deseo de leer las noticias interesantes que puede traer. Dejo de estar tranquilo, se ha movilizado mi energía afectiva e intelectual y sólo me calmaré por completo cuando esta energía se haya vertido en la acción de leerlo. Cuando estoy jugando, lo mismo da que sea al ajedrez que al tenis, en determinados momentos me he de esforzar, he de tensar al máximo la mente o el cuerpo para estar a la altura de lo que la situación exige. Son estos dos ejemplos sencillos de exigencia interior y de exigencia exterior, que pueden satisfacerse en mayor o menor grado, pero que no traen más consecuencias.
Pero si tengo grandes deseos de casarme y formar mi hogar y para ello necesito mucho más dinero del que dispongo y del que puedo procurarme en mi profesión actual, no hay duda que se creará en mí una tensión mucho más fuerte por este aumento de la exigencia interior. Lo mismo ocurrirá si estando ya casado y viviendo con un presupuesto equilibrado, por una causa determinada, de repente empiezan a mermar de un modo sensible y sostenido los ingresos habituales. La causa de la tensión será aquí la disminución de la posibilidad exterior.
Puede ocurrir también que en un momento dado pase a ocupar un cargo de mucha más responsabilidad, en el que tenga que atender un gran número de asuntos enteramente nuevos y adoptar decisiones de gran envergadura. Este aumento de la exigencia del exterior producirá indudablemente una fuerte tensión en mí, por lo menos hasta que logre adaptarme a la situación. Y, por último, supongamos que mi posición profesional es satisfactoria, pero que empiezo a preocuparme seriamente por problemas conyugales a los que no veo una clara solución. Mi posibilidad interior de rendimiento descenderá y tendré que hacer constantes sobreesfuerzos para mantenerme al nivel habitual.
Tenemos aquí cuatro ejemplos correspondientes a los cuatro tipos de situaciones que pueden generar una tensión aguda.
Cuando cualquiera de estas situaciones adquiere un carácter muy intenso, o se prolonga, o se superponen varias de ellas, la tensión adquiere un carácter alarmante y produce un desequilibrio manifiesto en el conjunto de la personalidad.


Clases de tensión

La tensión puede clasificarse siguiendo varios criterios.

Por su duración

a) Tensión aguda.- Es la que se manifiesta en un momento dado como resultado de una situación nueva, especial, que pone a prueba la capacidad de adaptación de la persona ante dicha situación. Es este tipo de tensión el que tratamos en el presente capítulo.
b) Tensión crónica.- Es producto de una problemática interior planteada en el individuo desde mucho tiempo atrás, y que hace que en cada situación actual la persona reaccione no de acuerdo con la situación presente, sino en virtud del antiguo malestar interior. De esta clase de tensión hemos hablado extensamente al referirnos a los estados de inseguridad. Prescindimos, pues, en este capítulo de su estudio y tratamiento.

Atendiendo a sus causas, la tensión es siempre producto de un esfuerzo interior que el sujeto ha de hacer para ponerse a la altura de las circunstancias. Este esfuerzo puede proceder, como ya hemos indicado, de las cuatro causas siguientes:
a) Por el aumento de las exigencias externas.- Más trabajo, mayor responsabilidad, problemas profesionales, peligros físicos, sociales, etc. Obligan al sujeto a emplearse con mayor rendimiento, a dar más de sí.
b) Por la disminución de las capacidades del sujeto.- Esto puede ser motivado principalmente por tres factores:
I. Problemas internos, preocupaciones y otras causas de tipo psicológico.
II. Por enfermedad. Especialmente por las enfermedades no manifiestas, solapadas; el sujeto no se da cuenta exactamente de su existencia, pero nota que algo no va bien, le cuesta más que antes hacer las cosas.
III. La edad. Llega un momento en el que inevitablemente se plantea el mismo problema. La avanzada edad causa una disminución en la capacidad de rendimiento activo, por lo menos en aquellos rendimientos que se basan de algún modo en el esfuerzo físico, en la energía vital. Las actividades de orden intelectual a veces se ven menos afectadas por esta curva involutiva de la edad. Pero, como la mayor parte de las personas realizan trabajos mixtos en los que una cosa se apoya en la otra, cuando declina la vitalidad, el individuo se encuentra disminuido no sólo en su energía física, sino también en su empuje para afrontar nuevas situaciones, en su capacidad de lucha, en su tendencia reactiva, sin hablar de otros varios problemas que crea el envejecimiento y de los que ya se habló en el capítulo tercero.
Es una situación que no se ha de considerar sólo en el anciano, sino en toda persona a partir de cierta edad. La vejez consiste elementalmente en pérdida de líquido, la persona se va secando, va perdiendo su componente endo. Las funciones del endo son las de asimilación y adaptación, es el elemento plástico que permite transformarse interiormente, adaptarse. Pierde, pues, facilidad de adaptación, de memoria, facilidad para asimilar nuevas ideas, nuevas costumbres, nuevas actitudes. Por un lado decrecen sus fuerzas y por otro, la capacidad de asimilar interiormente nuevas formas. Por eso tiende a refugiarse en sus actitudes tradicionales, que le salen de un modo automático y le exigen menos esfuerzo. Todo intento de adaptarse a nuevas formas y costumbres, e incluso el intentar mantener el mismo ritmo de trabajo que le era habitual, le exige enormes esfuerzos que son causa de una dolorosa y dramática tensión.
c) Por el aumento de las exigencias internas del sujeto. Hemos tenido ocasión de estudiar varios casos de éstos, al hablar de las crisis de desarrollo o crecimiento interno, en el capítulo décimo. Cada fase de desarrollo o madurez psicológica lleva consigo nuevas exigencias y valoraciones del mundo exterior, con lo que se produce un estado de tensión hasta que la persona consigue estabilizarse en el nuevo nivel alcanzado.
d) Por la disminución de las posibilidades del ambiente. Es típico el caso de las crisis económicas y laborales, la escasez de comida, en tiempo de guerra, etc. Todo déficit de suministro de lo que puede satisfacer las necesidades básicas, crea también un estado agudo de tensión.

Atendiendo al nivel en que se manifiesta la tensión, tenemos las siguientes normas:
a) Tensión física o nerviosa. Su causa puede ser un excesivo esfuerzo físico o una falta prolongada de descanso. Pero con muchísima frecuencia, la tensión nerviosa no es más que una derivación de la tensión emocional. Si esto es así se comprueba fácilmente observando si el descanso físico suficiente elimina por completo la tensión y la fatiga existentes.
b) Tensión afectiva o emocional. Ésta es, con mucho, la más generalizada, ya que todo conflicto o estado de emergencia, tanto de origen interno como externo, lo primero que provoca en nuestro psiquismo es la sensación de alarma, la inseguridad y el temor, esto es, emociones y estados afectivos. Pero ocurre que la tensión emocional se irradia hacia los demás niveles produciendo una agitación de la mente y definidas contracturas musculares, por lo que fácilmente se confunde con la tensión mental -«por pensar demasiado», como suelen decir erróneamente algunas personas - y con la tensión física o nerviosa -por la sensación de fatiga que siempre la acompaña-. En estos casos, el punto principal a considerar y a tratar deberá ser siempre lo emocional, ya que los demás síntomas no son más que derivaciones del problema afectivo y si éste no se resuelve debidamente, los demás serán rebeldes a todo tratamiento.
c) Tensión mental. También aquí hemos de decir lo mismo que en el caso de la tensión física. Existe la genuina tensión mental, que se produce siempre que la persona tiene que resolver problemas de índole estrictamente intelectual, cuando éstos son muchos, o muy graves o muy urgentes. Pero en los demás casos la tensión pretendidamente mental no lo es más que de un modo secundario, ya que su verdadero origen radica en el nivel afectivo.
Es muy importante aprender a distinguir en la práctica la verdadera clase de tensión que uno sufre, al objeto de seleccionar las técnicas de modo que vayan dirigidas a la verdadera causa del problema. Se ahorrará con ello tiempo y molestias.


Las manifestaciones de la tensión

La tensión puede provocar en las personas dos modos bien diferentes de reacción. En unos casos, la tensión desembocará en un estado agudo y pertinaz de depresión. En otros, en cambio, el efecto será un estado de excitación. Pero quizás lo más frecuente es que ambos estados se presenten en la misma persona de un modo alternante, cíclico, pasando de un período de depresión a otro de excitación -lo que hace creer a veces que la persona ha superado la crisis-, para caer nuevamente en otro de depresión, y así sucesivamente.
Aparte de estas manifestaciones de tipo general, la persona que sufre la tensión presenta un cuadro muy variado y complejo de síntomas particulares, que afectan a todos los niveles elementales de la personalidad. Los más característicos de estos síntomas son los siguientes.
En el cuerpo. Produce, en primer lugar, una rigidez muscular, que se traduce en movimientos un poco más agudos, más secos. Sus gestos dejan de tener fluidez, soltura. La respiración es tensa, retenida o bien brusca, pero superficial.
Aparecen disfunciones del aparato digestivo que se manifiestan en dos síntomas opuestos. En unas personas la tensión produce casi una paralización de las funciones digestivas, esto es, falta de apetito, digestión lenta y difícil, tendencia a un pertinaz estreñimiento; en otras personas en cambio, la tensión produce unos síntomas opuestos: mucho apetito, incluso voracidad -más que verdadero apetito es sensación de él-, rapidez digestiva y tendencia a la colitis. En los primeros domina con preferencia el sistema nervioso simpático, en los segundos el parasimpático.
Como síntomas particulares del sistema nervioso, vemos que las personas en que predomina el sistema simpático, en momentos de tensión tienen tendencia a la agitación, a pensar mucho, a moverse, a actuar. En quienes predomina el parasimpático, los problemas les paralizan: no tienen ganas de hacer nada, sienten una apatía general.
Es común a unos y otros la permanente sensación de fatiga, sin que dependa del tiempo dedicado al sueño. En este sentido es curioso notar que los de predominio simpático sufren de un fuerte insomnio, mientras que los de predominio parasimpático, en cambio, se sienten invadir por una sensación de sueño invencible que se hace cada vez más imperiosa. Pero todos ellos, después del descanso se despiertan con la misma sensación de agotamiento.
En el estado anímico la tensión produce una sensación difusa de malestar, que con frecuencia se focaliza en determinados puntos del cuerpo -en el epigastrio o «boca del estómago», en el pecho a nivel del corazón, en la garganta y en la cabeza acompañada de temor, de angustia. Hay una gran agitación e inestabilidad afectiva, con fuerte susceptibilidad y una notable dificultad para soportar cosas desagradables, protestando contra los menores sucesos adversos o las más insignificantes molestias.
En el aspecto mental lo característico es la sobreexcitación. El sujeto necesita estar pensando constantemente, manteniendo su mente en actividad febril; y al mismo tiempo, como es natural, padece una completa imposibilidad de concentrarse en nada concreto. En general, todo el rendimiento de la mente queda muy disminuido.
Finalmente, en la conducta la tensión se refleja en una pereza y una indolencia tales que parece que el afectado no tiene nada que hacer -es una reacción automática de huida, desentendiéndose de su conflicto interior- o por el contrario, se mueve mucho, se para una y otra vez a ordenar las cosas que debe hacer, pero en realidad no hace nada, sólo vagar de un lado a otro, pero sin una actividad constructiva; es otro modo de estar huyendo constantemente de su problema. Unos y otros tienen una gran dificultad de coordinación; empiezan una cosa y la dejan, cambian de opinión como de sitio. Es un constante ir en zig zag en el aspecto físico, en la actitud y las ideas.


Orientaciones previas sobre las técnicas de tranquilización

Lo primero que tiene que hacer quien quiere resolver un estado de tensión es averiguar si se trata de un caso de tensión aguda o de tensión crónica.
Para ello tiene que examinar con atención si todos los síntomas que presenta la persona se explican de un modo claro y suficiente por las circunstancias que vive en la actualidad o en un pasado próximo. Cuando resulta que la reacción es excesiva o desproporcionada respecto a la situación actual, es claro indicio de que hay en la persona problemas antiguos todavía pendientes de solución interior, que requieren la aplicación de unos medios más profundos que los indicados en el presente capítulo. Tiene entonces que acudir a las explicaciones que hemos dado en los capítulos 8 al 11. No obstante, también esa persona podrá poner en práctica con provecho algunas de las técnicas que aquí se explicarán, pero ha de entender claramente que las técnicas del presente capítulo, todo lo más, podrán sólo amortiguar de un modo temporal su malestar, sin aportar solución definitiva alguna. Y lo mismo cabe decir de los casos, muy abundantes, en los que claramente se yuxtaponen las dos formas de tensión, la aguda y la crónica.
Una vez está claramente identificada la tensión aguda, conviene proseguir el examen del caso. Hay que precisar ahora qué clase de situación es la que ocasiona la tensión, hay que buscar sus causas, de acuerdo con el esquema que se ha dado al hablar de las clases de tensión.
¿La tensión es debida a un aumento real de las exigencias externas? Sean cuales fueren esas exigencias externas -exceso de trabajo, urgentes problemas familiares, etc.-, no hay duda que la persona está sometida a un penoso sobreesfuerzo en determinado sentido. La primera providencia a tomar será, pues, la de conseguir que, aunque sea de un modo provisional, el nivel afectado por la tensión pueda descansar. Para ello se elegirá la técnica adecuada para producir este efecto. Todo nivel que esté sometido a un esfuerzo excesivo o muy prolongado requiere, con absoluta necesidad, descansar para reponerse. Y ninguna técnica o medicamento podrán sustituir impunemente la satisfacción de esta necesidad. Lo que sí podrá darnos el medicamento o la técnica -ésta siempre con ventaja respecto a aquél, por conseguirlo mediante un adiestramiento naturales el poder descansar mejor, más profundamente.
Muchas veces, con sólo el descanso del nivel afectado -físico, afectivo, mental- la persona queda ya de nuevo equilibrada. Pero aún así, es conveniente hacer algo más para evitar una recaída inmediata en los casos en que la situación exterior persiste.
Ante esta clase de tensión, promovida por una mayor exigencia de las circunstancias externas, caben dos tipos de solución: aumentar la capacidad de rendimiento personal, o bien desplazarse, cambiar de ambiente o situación, si es que esto es posible o aconsejable en el caso particular de que se trate. Es decir, hay que seleccionar y aplicarse aquellas técnicas o procedimientos que elevan el tono personal, la energía consciente disponible, la decisión y la iniciativa, o bien, si parece mejor, buscarse otra ocupación, cambiar de domicilio, etc., según los casos.
Cuando la tensión es debida a la disminución real de las capacidades del sujeto, hay que estudiar el caso con cuidado.
Si la disminución de las capacidades es sólo de carácter transitorio -una enfermedad aguda, un disgusto familiar que produce depresión-, lo mejor que puede hacer la persona es buscar el modo de tener unos días de descanso y distracción, sin pretender ignorar el hecho y proseguir el trabajo como si no pasara nada.
Pero si la disminución de las posibilidades del sujeto tiene un carácter permanente -enfermedad crónica, edad avanzada, etc.- entonces el caso es más delicado. En principio, se impone evidentemente una reducción de la actividad proporcionada a la capacidad actual de la persona. Pero el verdadero problema surge cuando ésta no sabe aceptar su situación y resiste adaptarse a ella con serenidad. La única solución real a este problema, que inevitablemente llega a todo el mundo un día u otro, es el vivir con sinceridad los valores espirituales de la vida y la gradual pero efectiva desidentificación del Yo respecto a las pasadas experiencias en los planos que están actualmente declinando.
La tensión creada por el aumento de las exigencias internas del sujeto también es muy delicada. Requiere ante todo que la persona comprenda que está pasando por un estado transitorio que cristalizará en una nueva situación interna y externa, pero que mientras tanto ha de evitar toda impaciencia y cualquier decisión precipitada. Lo más conveniente es que de momento aplique su fuerza interior a luchar para mejorar su posición en el ambiente actual o que, si esto no es posible, que trabaje en su mejor formación psicológica y espiritual, en espera de su oportunidad. Sólo en último extremo deberá buscar un nuevo ambiente -sea éste de tipo profesional, cultural, social u otro cualquiera- que parezca más adecuado a sus necesidades actuales ya definidas.
Por último, cuando la tensión es producto de una disminución real de las posibilidades del ambiente, caben, según los casos, varias soluciones:
- que aumente su capacidad efectiva de rendimiento.
- que emigre a un nuevo ambiente que ofrezca mayores posibilidades.
- si los medios anteriores no pueden ser aplicados en el caso concreto del sujeto, no le queda otro recurso que adaptarse lo mejor que pueda a la situación y, paralelamente, cultivar con dedicación sus facultades superiores, lo que le compensará con creces de la deficiencia que no puede solucionaren un nivel más elemental.
Este es, a grandes rasgos, el esquema del criterio a seguir para resolver las situaciones susceptibles de crear un estado de tensión. Con las técnicas que ahora vamos a explicar, así como con las ya explicadas y el contenido del resto del libro, creemos que se dispondrá de normas e instrucciones concretas más que suficientes para que se puedan poner en práctica todas aquellas que requiera cada caso particular.


La respiración consciente

La respiración consciente es una importantísima técnica que puede aplicarse con tres finalidades distintas: para equilibrar el psiquismo, para estimularlo y para tranquilizarlo.1

1. Sacamos la descripción de estos ejercicios de respiración, así como los movimientos y la relajación que damos después, de nuestro libro Hatha Yoga. Su técnica y fundamento

a) Para equilibrar el psiquismo. La práctica consiste en la llamada respiración completa o integral.
Ejecución. Puede hacerse de pie, sentado o extendido, aunque las posturas más favorables son las dos primeras.
Después de hacer una espiración completa, deje de respirar voluntariamente durante dos o tres segundos, hasta que «sienta venir» el impulso de inspirar. Entonces, dejándose llevar de este impulso y apoyándose en él, permita al diafragma que dirija hacia los pulmones el aire sin esfuerzo alguno. Mientras esté haciendo este movimiento, apóyese mentalmente en él y amplíelo para hacerlo más profundo.
A continuación, y sin interrumpir la entrada de aire, eleve las costillas inferiores y expanda la parte media del tórax de modo que el aire entre ahora suavemente en la parte media de los pulmones. Acto seguido eleve la parte alta del pecho para que el aire entre incluso en los vértices pulmonares. Para lograr esto último, resulta práctico hacer un pequeño gesto de rotación con los hombros, tirándolos hacia arriba y hacia atrás, con lo cual se facilita el acceso del aire a la parte más alta de los pulmones. En el momento de hacer este gesto contraiga ligeramente el abdomen, con lo cual el aire será empujado asimismo hacia arriba.
Todos estos movimientos han de hacerse de un modo continuado, uno después de otro, formando una sola unidad, sin forzar ni violentar nada en ningún momento. El movimiento ha de resultar uniforme, suave y natural.
Retenga el aire en el pecho de uno a cinco segundos y, acto seguido, proceda a iniciar la espiración. Empiece aflojando la tensión de la parte alta del aparato respiratorio, siga con la parte media del mismo y termine con una relajación abdominal completa. El aire debe fluir siempre por la nariz, de un modo regular, suave y uniforme.
Se tendrá inmediata noticia de que se ejecuta correctamente, cuando se experimente una notable sensación de plenitud y satisfacción, que es posible haya experimentado ya alguna vez espontáneamente, al respirar de un modo profundo sin buscarlo ni saber de qué manera lo ha hecho. Se tiene entonces la impresión de que el aire llena no sólo el pecho, sino también la espalda.
El tiempo empleado en la inspiración ha de ser sensiblemente el mismo que se emplea en la espiración.
Este ejercicio puede hacerse de cinco a diez veces en una sola sesión. Y no hay inconveniente en que se hagan dos o tres sesiones al día. Pero recuerde que en ningún momento hay que forzar la inspiración, la retención o la expulsión.
La mente ha de estar atenta y seguir todo el proceso por dentro, esto es, sintiendo el movimiento que hacen las costillas y el diafragma y la sensación del aire cuando penetra en el pecho, cuando permanece dentro, y cuando sale.

b) Para estimular el psiquismo. Hay varios ejercicios, de entre los que seleccionaremos el de más fácil ejecución.
Después de una espiración completa, haga una inspiración integral durante cuatro segundos. Retenga el aire dentro durante ocho segundos. Expulse ahora el aire suave y regularmente, por la nariz, durante otros cuatro segundos.
Con la mente lo más tranquila posible, acompañe estos movimientos con las siguientes imágenes mentales. Al inspirar, visualice o imagine que la energía contenida en el aire, en forma de puntitos brillantes, entra dentro del organismo para vitalizarlo física, psíquica y mentalmente. Mientras dura la retención del aire, fórmese la imagen de que la energía se fija y se asimila profundamente, removiendo todas las impurezas que existen en el interior. Al espirar, visualice que todas las impurezas físicas, psíquicas y mentales, se expulsan al mismo tiempo que el aire viciado, dejándole completamente limpio, sano y fuerte en todos los aspectos.
Repita el ejercicio dos veces más. No olvide que debe evitar todo esfuerzo excesivo y, si es preciso, disminuya la duración del ejercicio de modo que no le cause la menor sensación de sofoco.

c) Para tranquilizar el psiquismo. El ejercicio específico para este objetivo es la respiración abdominal, aunque la respiración integral también produce este efecto tranquilizador cuando la persona está marcadamente excitada.
La respiración abdominal consiste prácticamente en el primer tiempo de la respiración completa. Después de hacer una espiración completa, deje de respirar voluntariamente durante dos o tres segundos, hasta que «sienta venir» el impulso a inspirar. Entonces, dejándose llevar de este impulso y apoyándose en él, permita al diafragma que dirija el movimiento abdominal por el cual dilatando el abdomen y la parte inferior de los pulmones hace que el aire entre en ellos sin esfuerzo alguno. Mientras esté haciendo este movimiento, apóyese mentalmente en él sin interrumpirlo y amplíelo para hacerlo más profundo.
A continuación, sin hacer ninguna retención, déjelo salir lentamente, siempre por la nariz, y procurando que este tiempo de salida sea algo más prolongado que el tiempo que ha durado la inspiración.
Puede repetir el ejercicio tantas veces como sea necesario hasta que se encuentre perfectamente tranquilo. Normalmente, bastarán cinco o seis respiraciones de esta clase, bien hechas, para que se note ya muy calmado.
Si al hacer esta clase de respiración nota alguna fatiga, altérnela con algunas respiraciones completas.
La respiración abdominal le será útil no sólo cuando quiera tranquilizarse, sino también cuando quiera llegar rápidamente a un grado de relajación profunda y cuando le cueste conciliar el sueño.
Los ejercicios de respiración pueden hacerse en cualquier momento del día, por ejemplo, en los momentos de cambiar de ocupación o para preparar adecuadamente el estado de ánimo al iniciar una entrevista difícil, etc., pero es muy aconsejable que se adquiera el hábito de practicarlos regularmente -por lo menos la respiración integral- todas las mañanas antes del desayuno, al mediodía antes de la comida y por la noche antes de la cena. Estos ejercicios pueden hacerse solos o combinados con movimientos físicos de gimnasia o de yoga, de los que hablaremos en seguida. También pueden combinarse con prácticas de autocondicionamiento, de meditación yóguica o, en fin, pueden ejecutarse siempre que se requiera tener la mente tranquila y bien centrada.


El ejercicio físico consciente

El ejercicio físico consciente es un medio excelente para - calmar cierto tipo de tensión, para aumentar y consolidar la energía del Yo-experiencia, para serenar la mente y para hacerle conseguir una mayor profundidad.
Cuando la tensión se origina en el nivel emotivo o en el mental, el ejercicio físico consciente producirá un excelente efecto de distensión y tranquilización general. Queda, pues, excluida esta técnica en la tensión ocasionada por un sostenido esfuerzo físico, que requiere, como es lógico, el descanso o la relajación consciente y además, siempre que la fatiga no sea excesiva, una actividad agradable de tipo intelectual o de tipo afectivo. Como se ve, se trata de proporcionar descanso al nivel hipertenso y de estimular una actividad agradable en otro nivel de la personalidad. Esta regla puede aplicarse a toda tensión que esté provocada por un exceso de cualquier función. A la tensión de origen mental convienen técnicas que permitan el descanso de la mente y movilicen el nivel afectivo o el físico; a la tensión de origen afectivo, descanso de este nivel y técnicas basadas en la actividad física o mental, y a la de origen físico, descanso del cuerpo y actividad afectiva o mental. De ahí la conveniencia de conocer técnicas para cada uno de los niveles de la personalidad. Y si la fatiga alcanza por igual a todos estos niveles, entonces la técnica maestra a utilizar es la relajación general consciente, de la que hablaremos luego.
Dentro de las técnicas que estamos estudiando ahora, que son las que utilizan la actividad física, podemos enumerar el simple paseo, el deporte, la gimnasia, el Hatha-Yoga, el Judo y, en general, todo lo que suponga un ejercitamiento sistemático del organismo.
A la hora de elegir hay que tener en cuenta, además de las posibilidades individuales de cada uno -edad, tiempo libre, disponibilidades económicas, etc, el fin complementario que se persigue, ya que las varias clases de ejercicio permiten cultivar diferentes aspectos de la personalidad. Si el interesado necesita o quiere cultivar al mismo tiempo el aspecto humano de contacto social y convivencia, entonces le conviene practicar un deporte de competición o de equipo.. Pero si, por su índole personal, precisa y desea ejercitar sólo su cuerpo sin miras al contacto social, entonces puede elegir entre la gimnasia, la natación y el Yoga, aunque me permito aconsejar que sea cual fuere la forma de ejercicio que se elija, no se deje de practicar el Hatha-Yoga.
La eficacia del ejercicio físico consciente no radica tan sólo en el hecho de «distraer» la atención de los problemas afectivos o mentales que preocupan a la persona, permitiendo así que estos niveles se tranquilicen. Este efecto existe, pero no es el más importante. La verdadera utilidad de esta forma de practicar el ejercicio consiste en que produce un aumento real de la energía consciente y fortalece así la mente y el Yo-experiencia.
La tensión provoca con mucha frecuencia una marcada y persistente depresión anímica, que no es más que el resultado automático del bloqueo mental de las energías positivas que circulaban libremente por el psiquismo antes de la situación conflictual. El Yo consciente queda disminuido energéticamente y se encuentra en inferioridad patente para enfrentarse con la situación. Pues bien, el ejercicio consciente no sólo permite que este bloqueo temporal se levante y la persona pueda recuperar su anterior estado positivo, sino que además introduce en la mente nuevas energías que aumentan de un modo real y permanente su potencia y estabilidad. Veamos cómo ocurre esto.
Cuando hacemos un ejercicio físico, se genera en nosotros una energía que consume nuestro organismo en el mismo ejercicio. Habitualmente, mientras nosotros estamos preocupados o pensando en otras cosas, el circuito de la energía queda limitado a nuestros niveles físico y vital. Pero si nuestra mente se conecta y se abre a la experiencia del esfuerzo, el circuito de energía pasa entonces también por la mente y la vitaliza. Todo cuanto hay que hacer es prestar plena atención al movimiento muscular que se realiza y a la sensación interna que de él nos proviene, para lo cual es necesario que el ejercicio se ejecute con lentitud y de modo constantemente deliberado.
Los dos requisitos, pues, para aprovechar las ventajas del ejercicio consciente son: deliberada lentitud y plena y constante atención.
Parece extraño, a primera vista, que el detalle de prestar o no atención a un esfuerzo muscular se traduzca en una diferencia tan grande en el resultado del ejercicio. Pero si se tiene en cuenta que nuestro nivel vital es un importante generador de energía y que el acto de prestar atención equivale a conectar la mente en aquella dirección, se comprenderá fácilmente que el ejercicio consciente produzca esta integración de la energía vital con nuestro Yo-experiencia, a nivel mental. Pero son cosas que no se nos han enseñado y sobre las que tampoco nos hemos dedicado a reflexionar por nosotros mismos; además, no estamos acostumbrados a pensar en la mente en términos de energía, sino tan sólo en términos de conocimiento y de representación.
De la misma manera que aquí utilizamos la atención para incorporar a nuestro Yo-experiencia mayor energía de orden biológico, puede también ser utilizada para incorporarnos energía procedente de los niveles superiores o espirituales. Ya lo estudiaremos más adelante. Lo importante es que se comprenda bien el mecanismo para poderlo aplicar correctamente, y comprobar entonces por propia experiencia que todo esto no son sólo teorías ni hipótesis, sino hechos y realidades.
Hemos dicho antes que para la finalidad del ejercicio consciente pueden elegirse aquellas disciplinas que sean más gratas a la persona: paseo, gimnasia, atletismo, deportes. Pero no hay duda que la práctica más idónea para la finalidad que perseguimos es el Hatha-Yoga, puesto que su espíritu radica precisamente en estos principios de lentitud y atención. Los deportes, en cambio, por la rapidez que suelen exigir en sus movimientos se prestan más difícilmente a esta atención interna que se precisa. Quizás la única excepción la presenta el judo que, si se enseña en la debida forma, requiere a la vez la mayor atención interna y externa.


El Hatha- Yoga

Es el yoga que se propone llegar a la integración mental partiendo de la conciencia del cuerpo físico. El Hatha-Yoga se compone de varias prácticas, pero las principales son: ejercicios o posturas físicas y ejercicios especiales de respiración.
Las posturas y ejercicios físicos que se ejercitan en el yoga son bastante distintos que en gimnasia, aunque a veces parezca lo contrario. Con los ejercicios de yoga se logra, es cierto, una gran flexibilidad corporal, pero sólo para que ésta se traduzca en un mejor funcionamiento de todos los nervios que salen de la columna espinal; y esto a su vez como medio para lograr una integración mental.
Si las articulaciones entre las vértebras empiezan a endurecerse, los nervios también sufren esta consecuencia; mientras que si se conservan elásticas, todo el sistema nervioso funciona bien. Como nuestro organismo depende del sistema nervioso, manteniendo la columna vertebral elástica, se mantiene prácticamente-todo el organismo en buen estado.
Los ejercicios de yoga están calculados para producir determinados efectos sobre centros nerviosos, columna vertebral y glándulas endocrinas. Se hacen de modo que presionen sobre un punto determinado, o interrumpan la circulación, y cuando vuelve a ponerse en marcha entonces su presión empuja por ejemplo a una determinada glándula, gracias a lo cual se obtiene su mejor funcionamiento. No se trata de una activación muscular, como en la gimnasia occidental, sino de obtener un cambio en profundidad de la personalidad -pues nuestra personalidad está profundamente influida por las glándulas endocrinas y modificar beneficiosamente el funcionamiento de estas glándulas es transformar nuestro cuerpo y al mismo tiempo nuestro estado mental.
Para que se produzca la incorporación de la energía y de los estados inducidos en cada ejercicio, es necesario que la mente esté atenta a todo el desarrollo del ejercicio, dirigiéndolo, como dejamos indicado al hablar del ejercicio físico consciente.
A continuación se describen los principales ejercicios de Hatha-Yoga y sus efectos.

1. Padahastasana o postura de la cigüeña

Se ejecuta de pie, teniendo los brazos caídos junto al cuerpo. Luego los va levantando con lentitud mientras aspira aire, hasta que estén en postura vertical. Hay que mantenerse de este modo durante unos segundos sin respirar. Luego se empieza a espirar, y a la vez se va doblando el tronco hacia delante, sin torcer la postura de brazos y cabeza, hasta que ésta llega a las rodillas, que no deberá doblar, cogiendo los tobillos con las manos. Así vuelve a mantenerse unos segundos sin respirar, con los pulmones vacíos.
Cuando se agote su capacidad, sin forzarla, levanta poco a poco el tronco, cuidando de que los brazos sigan siempre en línea recta, y simultáneamente va aspirando aire, hasta volver a la postura vertical. Y luego baja los brazos lentamente, espirando.
Actitud mental: durante todo el ejercicio debe dirigir la atención al punto central entre los ojos, dentro de la frente.
Nota.- Debe ejecutar este ejercicio de tres a cinco veces, tratando de ir prolongando cada vez más el tiempo que permanece sin respirar en los momentos antes indicados.
La flexión será más fácil contrayendo el abdomen. No podrá al principio llegar con la cabeza a las rodillas, pero no importa, pues lo que debe procurar es mantener el tronco lo más recto posible durante la flexión, sin exagerar la curvatura de la espalda. Conviene que al levantarse lo haga con mucha lentitud para evitar una posible sensación de mareo proveniente del cambio de presión sobre la cabeza al cambiar de postura con excesiva rapidez. En éste como en todos los ejercicios de yoga no hay que forzarse, sino proceder con constancia y suavidad para lograr los máximos resultados y evitar retrocesos.
Efectos corporales.- Estimula todos los órganos abdominales, concretamente el hígado, el páncreas y los riñones. También quedan irrigados por la sangre los órganos sexuales y sus nervios, con lo que se vigoriza su actividad. Es excelente para los nervios y músculos dorsales, y tiene un gran efecto de vigorización cerebral. Remedio eficaz para la constipación y la adiposidad.
Psíquicos.- Aumenta la energía psíquica, la confianza en sí mismo, la serenidad, la claridad mental y el optimismo.

2. Sarvangasana o postura de todo el cuerpo

Es uno de los asanas más importantes, por sus efectos físicos y psíquicos.
Ejecución.- Estando tendido en el suelo, boca arriba, teniendo los brazos junto al cuerpo y las palmas de las manos en el piso, inspirar. Y entonces levantar poco a poco ambas piernas del suelo hasta formar ángulo recto con el tronco; apoyando con fuerza en las manos, empiece a elevar el tronco, manteniéndolo en ángulo recto con las piernas, por lo que la posición de éstas, que siguen estiradas, desciende hasta quedar los pies a la altura de la cabeza. Se apoya ahora en los codos y, doblando los antebrazos, coloca las manos sobre las costillas en la espalda para mantenerse en equilibrio. Y en seguida levanta del lodo el tronco y piernas hasta quedar en línea vertical todo el cuerpo, formando ángulo recto con la cabeza. A fin de mantener mejor el equilibrio, acercar las manos a los omóplatos. Durante el movimiento hay que hacer respiración abdominal.
En este momento, sirven de sostén al cuerpo la parte posterior del cuello y la cabeza, los hombros y los codos, todos en contacto con el suelo. El mentón debe aplicarse con fuerza al extremo superior del esternón.
Cuando logre conseguir esta postura con perfección, debe mantenerse unos segundos en ella relajando los músculos todo lo que pueda, aunque no tanto que pierda el equilibrio.
Para volver a la postura inicial, se procederá lo mismo, pero a la inversa, procurando evitar todo movimiento brusco del tronco y de las piernas, más aún que en la subida. Al terminar conviene hacer un ejercicio de relajación general, que explicamos más adelante.
Actitud mental.- La atención centrada en el cuello y en la nunca, aunque esto sólo cuando se ha logrado la postura correcta.
Nota.- No debe practicarse más que una vez y manteniendo su duración entre uno y doce minutos, aunque al principio debe comenzarse con un mínimo de tiempo e irlo aumentando progresivamente con máxima lentitud, un minuto cada quince días. A los primeros síntomas de malestar o sensación de pesadez en las piernas, debe deshacer la postura. Es difícil lograr la perfecta verticalidad. Cuando se consigue, se experimenta una sensación general de descanso y no hace falta apenas esfuerzo para mantenerse. Las dificultades de respiración desaparecen con la práctica.
Efectos.- Deja descansar al corazón, y favorece la desaparición de congestiones venosas en piernas y vísceras abdominales. Estimula el tiroides y órganos del cuello y tórax, así como el sistema simpático y por lo tanto todos los órganos de la vida vegetativa que de él dependen.
Psíquicos.- Facilita el dominio sexual, pues favorece la absorción de la secreción intersticial, fortaleciendo por lo tanto la vida física y psíquica en general. Estimula la inteligencia, la afectividad y la capacidad motora, y produce en todo el psiquismo una sensación de tranquilidad y energía que renueva y vigoriza la personalidad.

3. Matsyasana o postura del pez

Es complementario del anterior y conviene por lo tanto hacerlo después de él. Se ejecuta sentado en el suelo en la postura llamada del loto o Padmasana.
Padmasana.- Estando sentado con las piernas juntas y extendidas, doblar primero la pierna derecha y colocar el pie sobre el muslo izquierdo lo más cerca posible del abdomen hasta que la planta del pie quede al aire y la rodilla esté tocando al suelo. Luego doblar la pierna izquierda y colocar el pie sobre el muslo derecho, simétricamente al otro. Hay que mantener recta todo el tiempo la columna vertebral, y las manos pueden ponerse o bien una encima de otra sobre los dos talones, o con los brazos extendidos de forma que las muñecas se apoyen en las rodillas, uniendo por sus extremos los dedos índice y los demás extendidos.
Entonces, y aquí empieza el Matsyasana, se va inclinando hacia atrás, con la ayuda de manos y codos, hasta que la parte superior de la cabeza toque el suelo, quedando la cabeza inclinada hacia atrás en ángulo recto y toda la espalda formando un arco. Colocado así no queda más que cogerse con las manos los pies, y hacer la respiración abdominal. Después de deshacer esta postura, conviene tenderse horizontalmente sobre el suelo y descansar.
Actitud mental.- Debe dirigir la atención al plexo solar.
Nota.- Los que no puedan hacer el Padmasana, que sirve de postura inicial, deberán hacer el ardhamatsyasana, que es el mismo ejercido en forma simplificada, partiendo del sukhasana. El sukhasana o postura fácil se practica así: sentado en el suelo con ambas piernas extendidas y juntas, doblar la derecha y colocar el pie bajo el muslo izquierdo. Entonces doblar la pierna izquierda y colocar el pie izquierdo debajo del muslo derecho. Pueden doblarse las piernas en orden inverso, es decir, empezando por doblar la pierna izquierda. Deberá mantenerse siempre el tronco recto de modo natural. Colocado así, todo lo demás es igual, echarse hacia atrás hasta colocar la cabeza sobre el suelo. Las manos en este caso sobre los muslos.
Efectos.- Masaje en todas las partes congestionadas del cuello y tórax. Se estimulan las glándulas tiroides y paratiroides con una mayor irrigación sanguínea. El aire llega al vértice superior de cada pulmón. Y se estimulan también los nervios cervicales como las glándulas del cerebro. La columna vertebral adquiere mayor flexibilidad, complementaria de la que le proviene de otros asanas. La libre entrada del aire produce una esponjosa sensación de descanso. La acción beneficiosa sobre el plexo solar, favorece la tranquilización emocional y estimula la actitud positiva.

4. Halasana o postura del arado

Su ejecución es como sigue: se extiende sobre el suelo de espaldas, con los brazos a lo largo del cuerpo y las palmas hacia abajo. Entonces inspira y comienza a elevar las piernas poco a poco sin doblarlas, hasta que formen ángulo recto con el tronco, continuando luego elevándolas más, junto ya con el cuerpo, y apoyando para esto con fuerza las manos en el suelo. Así se continúa doblando el cuerpo hacia atrás hasta que la punta de los pies toque el suelo por encima, o sea, más allá de la cabeza. Así permanece durante cinco a quince segundos, respirando con tranquilidad y regularidad.
Luego dobla el tronco un poco más aún, de modo que los pies lleguen algo más lejos, teniendo siempre rectas las piernas. Y vuelve a quedarse así otros cinco a quince segundos.
Todavía, si se puede, continúa alejando aún más los pies de la cabeza, de forma que el cuerpo se afirme sobre las vértebras cervicales. De este modo se consigue que toda la columna vertebral tome parte en el ejercicio. Debe procurarse mantener esta postura todo el tiempo posible, sin hacer un esfuerzo excesivo.
Luego la deshará con suavidad hasta volver a la posición inicial. Y se relajará.
Otra forma de este mismo ejercicio, es poner los brazos más allá de la cabeza, en el suelo, cuando las piernas pasan por encima de ella. Y otra también, colocar las manos detrás del cuello, en vez de situarlas más allá de la cabeza.
Actitud mental.- La atención debe centrarse durante los movimientos en la columna vertebral y en los momentos estáticos, en la nuca.
Nota.- La duración de este ejercicio debe ser de uno a cuatro minutos, no debiendo nunca rebasar este tiempo máximo.
Deben evitarse brusquedades en los movimientos, procurando que todo el ejercicio se desarrolle dentro de una cohesión homogénea. Se respirará sosegadamente en las etapas estáticas. Las principales dificultades desaparecerán procurando evitar las rigideces en los músculos del cuello y el tronco.
Efectos.- Muy saludable sobre la columna vertebral y la médula y sus centros nerviosos. Aumenta la irrigación sanguínea de todos los órganos abdominales, y del cerebro. Es de óptimos efectos para trastornos menstruales.
En el orden psíquico aumenta la actividad psíquica general y produce una gran agilidad y energía de carácter, así como dominio de uno mismo.

5. Bhujangasana o postura de la cobra

Hay que extenderse en el suelo boca abajo, y colocar sobre el piso las palmas de las manos situándolas debajo de las axilas. Entonces inspirar. Y luego, poco a poco, ir levantando la cabeza y a continuación la parte superior del tronco sin apoyarse en las manos, sino haciendo tracción con los músculos de la espalda. Llegado hasta donde den de sí los músculos, se hace uso de las manos para acabar de erguir la mitad superior del tronco, procurando no elevar la parte inferior, desde el ombligo hacia abajo. Después de breves instantes en esta postura, espirar lentamente mientras la va perfeccionando. Durante el tiempo que mantenga el asan a hará una respiración superficial.
El descenso lo hará lo mismo pero a la inversa, empezando por apoyarse con las manos hasta que pueda continuar sin utilizar más que el esfuerzo de los músculos de las manos. Al terminar debe relajarse bien.
Actitud mental.- Prestar atención a la columna vertebral, a las distintas vértebras que va doblando según progresa el ejercicio.
Nota.- El asana puede mantenerse como máximo entre cinco segundos y un minuto, pudiendo repetir el ejercicio entre tres y siete veces.
El movimiento debe iniciarse sin la ayuda de las manos, como queda dicho, y la flexión de la columna debe hacerse lenta y progresivamente. Es importante no levantarse mucho, sino curvar bien la columna vertebral desde la cabeza a la región lumbar. Hay que procurar que los pies, se separen en los momentos de máxima flexión. Una vez terminado conviene apoyar la frente en el suelo, y se percibirá un alivio y descanso del cuello.
Efectos.- El ejercicio proporciona una gran flexibilidad a la columna vertebral, corrigiendo deformaciones, y beneficia a todo el sistema nervioso. Estimula los riñones y facilita su purificación y eliminación, lo mismo que todas las vísceras abdominales, corrigiendo la obesidad, incluso la de origen endocrino.
Psíquicamente produce dominio neuromuscular.

6. Shalabhasana o postura del saltamontes

Se extiende en el suelo boca abajo, con los brazos a lo largo del cuerpo y las palmas sobre el suelo. La cabeza puede estar apoyada en el mentón o en la frente, a voluntad. Se hace una inspiración completa, y entonces con un impulso enérgico se levantan ambas piernas hacia arriba, sin doblar las rodillas, y se mantienen lo más alto posible, de dos a diez segundos. El peso del cuerpo se apoya en la palanca formada entre el mentón o la frente, el tórax y las manos. Y entonces desciende lentamente las piernas y espira el aire.
Actitud mental.- La atención debe estar centrada en las últimas vértebras de la columna.
Nota.- El ejercicio puede hacerse de tres a siete veces, procurando alargar la duración de los momentos en que las piernas se mantienen en alto, a medida que va consiguiendo hacer este ejercicio sin excesiva violencia.
Hay muchas personas que encuentran gran dificultad en elevar las piernas del suelo, por el movimiento brusco y rápido que requiere. Conviene evitar que se doblen o se separen las piernas cuando se elevan. El ejercicio se facilita si se colocan las manos unos pocos centímetros más arriba.
Efectos.- Produce una fuerte presión sobre el intestino y las vísceras del abdomen, evitando y corrigiendo la constipación y tonificando el hígado y los riñones. Fortalece los músculos del abdomen y de las regiones lumbar y sacra. Estimula los nervios que salen de la columna vertebral. Y produce una sensación de alivio y ligereza, incrementando simultáneamente la sensación de vigor y energía.

7. Dhanurasana o la postura del arco

Extenderse en el suelo boca abajo. Doblar las rodillas y cogerse los tobillos. Inspirar. Levantar el tronco del suelo, como en el Bhujangasana, y simultáneamente tirar con las manos de las piernas para levantarlas cuanto sea posible doblando también a la vez la espalda. Entonces espirar y luego seguir en esta postura todo el tiempo posible haciendo una respiración superficial. En cuanto note fatiga, ir deshaciendo lentamente la postura y finalmente relajarse unos momentos.
Actitud mental.- La atención centrada en la región pélvica y sacra.
Nota.- Al principio puede hacerse hasta tres veces, y luego cada semana se ejecuta una vez más hasta un máximo de siete veces. Si se encuentra excesiva dificultad, cabe empezarlo con las piernas separadas, aunque, una vez superada dicha dificultad, hay que conseguir practicarlo con las piernas juntas.
Efectos físicos.- Da elasticidad a la columna vertebral, y activa las glándulas endocrinas, sobre todo el tiroides.
Psíquicos.- Proporciona vivacidad a la mente y aumenta la energía de carácter.

8. El arbolito

Se comienza estando de pie, con los brazos caídos junto al cuerpo y dejando apoyar todo el peso del cuerpo sobre la pierna derecha. Entonces se eleva el pie izquierdo resbalándolo Hacia arriba sobre la pierna derecha en su parte interior, hasta que el talón toque el arco de la ingle derecha por debajo, quedando los dedos apoyados con fuerza sobre los músculos abombados situados sobre la rótula de la rodilla derecha. El pie debe quedar bien colocado, pudiendo hacer uso de las manos para ello.
Una vez así, se juntan las manos ante el pecho en posición de orar, y tras unos instantes de permanencia en esta postura, se van elevando los brazos lentamente, sin separar las manos, mientras se inspira con lentitud terminando a la vez la inspiración y la elevación de las manos a la mayor altura posible. Y de nuevo vuelve a detenerse en esta postura unos instantes.
Dejando así los brazos, se dobla el tronco hacia delante hasta que las manos toquen el suelo, mientras se va espirando con lentitud. Nuevamente se detiene unos instantes.
Y por fin levanta, siempre con lentitud, el tronco hasta quedar derecho, con los brazos en alto y las manos juntas, mientras va inspirando. Baja entonces los brazos volviendo a quedar con las manos juntas ante el pecho. Finalmente aspira y baja el pie izquierdo a su posición primera. Y descansa.
Después repite el ejercicio con la otra pierna.
Actitud mental.- La atención tiene centros distintos en los distintos momentos del ejercicio: durante la flexión, el abdomen; cuando está en posición erguida, la nuca. Esta atención ayuda a mantener el equilibrio.
Nota.- Debe practicarse una sola vez sobre cada pierna, yendo con mayor lentitud cada vez, a medida que progresa en perfeccionar su ejecución.
Efectos físicos.- Estimula los procesos de la digestión y eliminación de alimentos y el funcionamiento de los riñones, favorece la desaparición de la grasa abdominal. Ganan elasticidad la articulación coxo-femoral y los músculos de la pantorrilla así como los abdominales.
Psíquicos.- Proporciona seguridad y tranquilidad. Ayuda al dominio del sistema nervioso.

9. Ejercicio de extensión general

Éste y el siguiente no son propiamente ejercicios de Yoga, pero me permito recomendarlos por su gran utilidad.
Ejecución.- Se hace de pie, teniendo las piernas juntas y los brazos caídos y pegados al cuerpo. Entonces, mientras se va inspirando profunda y lentamente, se levantan los brazos hacia delante y hacia arriba, paralelos, extendiéndolos cada vez con mayor fuerza y como si quisiera desprenderlos de sí, y elevarse sobre el suelo. Mientras tanto, va elevando los talones, hasta quedar en el punto máximo de extensión, de puntillas y con los brazos totalmente extendidos hacia arriba tocándose las puntas de los dedos de ambas manos. Llegado aquí, continúe con la actitud total de máximo estiramiento y sosteniendo el aliento, mientras va bajando los brazos hasta dejarlos en posición horizontal. Interesa en todo momento, especialmente a partir de haber logrado este punto máximo, experimentar la sensación de estiramiento total de dedos, manos, brazos y hombros, y se consigue tratando de alejarlos del cuerpo con la mayor fuerza que sea posible, aunque sin movimientos bruscos.
La postura horizontal de los brazos debe mantenerse tres o cuatro segundos, y luego, lentamente, volver a la postura primera, espirando por la nariz, mientras se va suprimiendo poco a poco la tensión del estiramiento.
Una vez terminado el ejercicio conviene descansar y hacer una respiración completa.
Efectos.- Activa músculos que no solemos ejercitar y asimismo la circulación de la sangre. Y fortalece el sistema nervioso.

10. Ejercicio de contracción muscular

Ejecución.- Se hace de pie, teniendo ambas piernas separadas y los brazos junto al cuerpo.
Lo primero una inspiración completa. Luego cerrar las manos y contraer todos los músculos del cuerpo, poniendo la máxima fuerza en los brazos, mientras dobla la espalda obligado por la enérgica contracción de los músculos abdominales, dirige los puños hacia el plexo solar y dobla un poco las piernas por las rodillas, también lo que exija la contracción muscular.
La contracción debe verificarse gradualmente procurando ejercitar en ella todos los músculos posibles. Y una vez llegado al punto de máxima contracción, hay que permanecer así unos segundos. Entonces, repentinamente, aflojarlos todos y espirar por la boca.
Finalizado el ejercicio descansar y hacer una respiración completa.
Efectos.- Fortalece todos los músculos así como el sistema nervioso en general.
Nota.- Este ejercicio y el anterior, de extensión general, se complementan, así que conviene hacer uno a continuación del otro. Pero no se hará más que una vez cada uno. Cuando se li i estado bastante tiempo sentado o sin moverse, su práctica consciente produce una intensa sensación de descanso y relajación para el cuerpo y para la mente. Además en ambos se movilizan músculos que de ordinario suelen usarse muy poco y esto facilita la práctica de la relajación consciente, pues en ella la relajación llega a hacerse consciente también para estos músculos.
El Hatha-Yoga dispone a la meditación. A través de los ejercicios físicos y de respiración, se sigue un proceso de interiorización de la mente, que descubre y toma conciencia de la propia energía vital y de niveles cada vez más profundos. Este camino lleva, pues, de un modo natural al Yoga de la meditación, no en el sentido religioso occidental de flujo del pensamiento sobre una serie de ideas sagradas o de conversación con Dios, sino como concentración fija de la mente en determinados símbolos o fuerzas, del mundo interior, profundizando en ellos. Y el Hatha-Yoga, que ante todo tranquiliza y fortalece la mente, lleva de la mano hasta el umbral de la meditación.
Los ejercicios que hemos descrito se complementan con los de respiración que ya hemos expuesto y con la relajación general consciente que vamos a ver a continuación.


La relajación general consciente

Éste es un ejercicio típico de tranquilización, pero si se ejecuta correctamente, tiene también un alto efecto de fortalecimiento psíquico general.
El efecto tranquilizador de esta práctica se fundamenta en el hecho de que existe una estrecha correlación entre el tono muscular, el estado de ánimo, el ritmo respiratorio y la actividad mental. Si mediante un adiestramiento conseguimos disminuir a voluntad el tono muscular y el ritmo respiratorio -es decir, los dos factores fisiológicos-, automáticamente se calmarán el estado de ánimo y la mente.
El efecto fortalecedor de la relajación se debe básicamente al mismo mecanismo explicado al hablar del ejercicio consciente. Sólo que aquí la energía que se hace pasar por la mente consciente tiene tres procedencias:

a) La que se genera gracias a la respiración que, aunque disminuida, sigue su curso normal.
b) La energía procedente de la descontractación muscular, esto es, del cese de las contracturas de varios grupos musculares que ya habitualmente existen en nuestra actitud vigílica normal, pero que se incrementan en todos los casos de tensión.
c) El remanente de la energía actualizada por el esfuerzo físico anterior -ya que se recomienda practicar la relajación después de los ejercicios de Yoga, de gimnasia o deportivos-, y no consumida en el mismo ejercicio físico.
Cuando la relajación se ejercita de un modo inteligente y sistemático, sus efectos son tan notables que, como suele ocurrir en estas materias, parecen totalmente desproporcionados a los «esfuerzos» que el ejercicio requiere. He aquí los más destacados:
- Perfecto descanso del cuerpo.
- Recuperación extraordinariamente rápida de toda clase de fatiga.
- Mejora del funcionamiento del cuerpo en general y curación de los trastornos originados por hiperactividad orgánica o por tensión.
- Aumenta la energía física, psíquica y mental.
- Tranquiliza, aclara y profundiza la vida afectiva.
- Consigue el perfecto descanso de la mente a voluntad.
- Aumenta la energía, claridad y penetración de los procesos mentales.
- Facilita el desarrollo de nuevas facultades de percepción superior: intuición, sentimientos estéticos, etc.
- Conduce a nuevos estados subjetivos de interiorización.
- Facilita el eventual despertar de la conciencia espiritual.

Los requisitos esenciales para conseguir una perfecta relajación general consciente, son los siguientes:
1.º Progresiva distensión de todos los músculos, superficiales y profundos.
2.° Total tranquilización emocional.
3.° Cese de todo movimiento mental, es decir, de todo pensamiento, imagen o idea.
4.° En ningún momento se ha de perder la conciencia, esto es, la atención-voluntad que constantemente dirige el proceso de relajación progresiva a lo largo de toda su duración, y que cuando se alcanzan las fases adelantadas se convierte en conciencia-testigo o atención central.

Estos requisitos pueden parecer muy difíciles o hasta inalcanzables, sobre todo a quien ya ha intentado en alguna ocasión obtener de algún modo este descanso perfecto, sin haber conseguido otra cosa que ponerse nervioso o haberse quedado dormido. Es muy natural que cualquier persona que inicie la relajación sin otra preparación que su buena voluntad, fracase una y otra vez en su intento de apaciguar la mente.
La relajación bien hecha requiere un adiestramiento progresivo, un aprendizaje sistemático, gracias al cual se van controlando poco a poco todos los planos del psiquismo y se van aprendiendo a superar uno por uno cuantos obstáculos se interponen en el proceso. La relajación consciente -por lo menos en sus fases adelantadas- requiere, en efecto, un dominio casi perfecto del cuerpo, de las emociones y de la mente. Por eso de ningún modo se ha de confundir con la clásica siesta que se suele hacer después de la comida de mediodía, ni con el hecho del simple reposo durante el cual se deja que la mente divague a su gusto o que se quede adormilada.
Condiciones materiales.- Veamos ahora cuáles son las mejores condiciones materiales para el aprendizaje de la relajación.
Cuando la relajación se hace inmediatamente después de las posturas de Yoga, como es preferible, entonces el momento, el lugar y el vestido ya están resueltos. Pero cuando la relajación consciente se emprende como ejercicio único, es útil conocer y seguir las normas siguientes:
Lugar.- Ha de ser tranquilo, bien ventilado y a salvo de interrupciones inoportunas. Se puede hacer sobre el suelo, encima de una manta doblada o sobre la cama, pero en este caso sin almohada.
La temperatura de la habitación ha de ser tal, que en caso de quedar dormido no exista la posibilidad de enfriarse. En invierno por lo tanto, será conveniente cubrirse con una o dos mantas. Hay que evitar toda corriente de aire, incluso en verano.
En cuanto a la tranquilidad del lugar, si no puede conseguirse un silencio completo, cosa bien difícil en nuestras ciudades, puede también hacerse donde los ruidos sean ya habituales. Hay que asegurarse de que durante el tiempo del ejercicio nada ni nadie vendrá a interrumpir bruscamente la práctica.
La luz que mejor conviene es una suave penumbra.
Ropa.- No es necesario desvestirse, aunque sí imprescindible que la ropa no cause la menor molestia al cuerpo, por lo que se tendrá mucho cuidado en aflojar aquellas prendas que produzcan alguna presión: cinturón, corbata, cuello de la camisa, zapatos, etc.
La hora que según la experiencia parece más aconsejable es una media hora antes de la comida del mediodía y de la noche. No aconsejo hacerlo después de comer, porque el torpor mental que suele invadir en este momento no es el más adecuado para ningún aprendizaje. Practicada antes de la comida, la relajación facilitará de modo sorprendente la digestión.
Duración.- Los primeros quince días, lo mejor es dedicar al entrenamiento dos sesiones de quince o veinte minutos. A medida que se vaya adquiriendo más práctica el ejercicio podrá prolongarse sin dificultad hasta media hora o más.
Posición.- La mejor posición para el aprendizaje es, sin eluda alguna, extendido de espaldas, boca arriba, los pies algo separados entre sí, los brazos a los lados del tronco sin rigidez, con las palmas de las manos hacia arriba o hacia abajo, como sea más cómodo. Toda la postura ha de hacerse del modo que resulte más cómoda y natural. Salvo en casos de necesidad muy personal, no es aconsejable utilizar almohadas ni ningún otro artificio.
Cuando ya se tiene práctica, la relajación puede también hacerse sentado cómodamente en un buen sillón, aunque nunca se conseguirán así resultados tan rápidos como en la postura que hemos indicado antes.
Los ojos pueden mantenerse cerrados del todo o semicerrados.
Otras observaciones importantes.- Al empezar la relajación es conveniente hacer siempre dos o tres respiraciones completas. Lo mismo se hará al terminar el ejercicio y siempre que tenga que interrumpirse por algo imprevisto.
Nunca debe interrumpirse bruscamente la relajación. El alejamiento o acercamiento consciente del cuerpo se hace siempre mediante dos elementos: la mente y la respiración; y su acción ha de ser en todo momento suave y gradual. Por lo tanto, si se ha de interrumpir súbitamente la relajación, en vez de intentar moverse o hablar en seguida, lo primero que hay que hacer es tranquilizarse y evitar todo sobresalto; hay que pensar con calma que dentro de un momento se va a dejar este estado y volver al normal; hay que respirar poco a poco más profundamente y después abrir los ojos y mover las manos y los pies. A continuación ya puede moverse sin el menor inconveniente.
La correcta actitud mental es el eje de todo el aprendizaje de la correcta relajación. La mente consciente ha de llegar a ser el elemento dinámico y rector de todo cuanto está por debajo de ella: cuerpo físico y sus sensaciones, sentimientos, imaginaciones y pensamientos.
La actitud mental que se ha de tener indispensablemente durante todas las fases de la relajación, consiste en mantener la atención perfectamente despierta y tranquila de modo que pueda dirigir, desde el principio hasta el fin, todo el proceso psicofisiológico como se indicará en su lugar. Esta atención al principio será intermitente por la habitual interferencia de pensamientos, imágenes y recuerdos, pero poco a poco gracias a la práctica constante y al esfuerzo dirigido, la mente se irá estabilizando y el foco mental de la atención podrá dirigirse y mantenerse a voluntad durante todo el tiempo necesario sobre los puntos requeridos. Los estados mentales se irán transformando a medida que se progrese, hasta llegar al punto en que la mente podrá mantenerse completamente despierta aparte de toda operación mental, esto es, se mantendrá completamente tranquila y despierta sin pensamiento alguno: es el estado que denominamos conciencia-testigo o atención central. Es la fase final de la relajación en su aspecto mental y cuando se llega a alcanzar, aunque sólo sea por breves instantes, produce una transformación profunda de toda la personalidad.
Ahora, pues, solucionados los preliminares externos e internos, extendido ya cómodamente sobre la cama, envuelto en una suave penumbra que invita al silencio y al recogimiento, entremos propiamente en el aprendizaje de la relajación.


EL APRENDIZAJE PROGRESIVO DE LA RELAJACIÓN GENERAL CONSCIENTE

Primera y segunda fases

Primera semana

Una vez colocado en la postura y demás condiciones indicadas anteriormente, proceda, con calma, del modo siguiente:
1.° Haga tres respiraciones lentas y profundas, por la nariz y con la boca cerrada.
2.° Piense que va ahora a relajar todo el cuerpo porque usted así lo desea.
3.° A continuación afloje de golpe todos los músculos de los cuales sea consciente, con un gesto interior global de soltar, de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga ahora diez respiraciones normales, pero algo más lentas, repitiendo a cada espiración, esto es, al sacar el aire por la nariz, este gesto de aflojamiento general, que es el mismo que seguramente habrá hecho en muchas ocasiones, cuando estando muy fatigado, ha podido al fin tenderse en la cama y, suspirando, «se deja caer del todo en ella». Mantenga clara en la mente esta idea de aflojar, soltar y relajar todo el cuerpo y repita una y otra vez el gesto a cada nueva espiración.
5.° Descanse unos momentos, uno o dos minutos, y aprovéchelos para mirar mentalmente el estado en que se encuentra el cuerpo, es decir, para tomar clara conciencia de la sensación que le viene del cuerpo mientras está en este estado de reposo.
6.° Piense que ahora va a poner fin a este estado de relajación y que va a volver al estado vigílico normal.
7.° Haga tres respiraciones, siempre por la nariz, aumentando a cada una el volumen de la inspiración.
8.º Después de la tercera respiración mueva los dedos de las manos y de los pies y contracture unos instantes los músculos de los brazos y de las piernas. Acto seguido ya puede ponerse en pie, dando por terminado el ejercicio.

La ejecución de este ejercicio durará en conjunto tan sólo unos diez minutos, pero para los primeros días es suficiente.
Recuérdese lo que hemos dicho referente a la duración y frecuencia de la relajación en la parte teórica y, en consecuencia procúrense hacer dos de estas sesiones de entrenamiento cada día.
Es evidente que la relajación conseguida por ahora será todavía bastante imperfecta, pero si cumple estrictamente estas instrucciones habrá empezado a acostumbrarse a manejar todos los elementos que le asegurarán más adelante una relajación perfecta. Por favor, insistimos, no descuide ninguna de las indicaciones que le damos, todas ellas son esenciales y es importante aprender desde el principio su correcta ejecución; le facilitarán enormemente el conseguir con la máxima rapidez y perfección las fases más adelantadas y difíciles.

Segunda semana

1.° Haga tres respiraciones lentas y profundas, por la nariz.
2.° Piense que va ahora a relajar todo el cuerpo.
3.° A continuación afloje de golpe todos los músculos de los cuales sea usted consciente, con un gesto interior global de soltar, de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga ahora cinco respiraciones normales, pero algo más lentas, repitiendo a cada respiración este gesto de aflojamiento general.
5.° Ponga ahora la atención en los pies y las piernas, siéntalos, y durante otras cinco espiraciones dedíquese a aflojarlos de un modo especial y suplementario. Así es que, manteniendo el cuerpo en el mismo estado del número 4, dirija-suavemente la atención a la sensación interior de las piernas, piense con claridad que ahora las va a aflojar más y más y repita el gesto interno de relajarlas durante cada una de las cinco espiraciones. Aun cuando usted tenga la impresión de que están ya bien relajadas y que no puede conseguirse más, no importa, insista. Precisamente en este esfuerzo suplementario y aparentemente inútil reside uno de los secretos del éxito en la relajación profunda.
6.° Haga lo mismo del punto anterior con los brazos y las manos, durante otras cinco respiraciones.
7.° Descanse unos momentos, uno o dos minutos, y aprovéchelos para registrar el estado interno del cuerpo en general y de las extremidades en particular.
8.° Piense que ahora va a poner fin a este estado de relajación y que va a volver al estado vigílico normal.
9.° Haga tres respiraciones, siempre por la nariz, aumentando a cada una el volumen de la inspiración.
10. Después de la tercera respiración mueva los dedos de las manos y de los pies y contracture unos instantes los músculos de los brazos y de las piernas. Acto seguido ya puede ponerse en pie, dando por terminado el ejercicio.

Tercera semana

1.º Haga tres respiraciones lentas y profundas, por la nariz.
2.° Piense que va ahora a relajar todo el cuerpo.
3.° A continuación afloje de golpe todos los músculos de los cuales sea usted consciente, con un gesto interior global de soltar, de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga ahora cinco respiraciones normales, pero algo más lentas, repitiendo a cada espiración el gesto de aflojamiento general, incluyendo además la relajación especial de piernas y brazos.
5.° Ponga ahora la atención en el plexo solar, esto es, en la boca del estómago, sienta interiormente esta región, y durante otras cinco espiraciones dedíquese a aflojarla de un modo especial y suplementario, extendiendo la relajación a toda la región del vientre.
6.° Haga lo mismo con la región del pecho, durante otras cinco respiraciones.
7.° Descanse unos momentos, uno o dos minutos, y aprovéchelos para registrar el estado interno del cuerpo en general y de las extremidades y tronco en particular.
8.° Piense que ahora va a poner fin a este estado de relajación y que va a volver al estado vigílico normal.
9.° Haga tres respiraciones por la nariz, aumentado a cada fina el volumen de la inspiración.
10. Después de la tercera respiración mueva los dedos de las manos y de los pies y contracture unos instantes los músculos de los brazos y de las piernas. Acto seguido ya puede ponerse en pie, dando por terminado el ejercicio.

Cuarta semana

1.° Haga tres respiraciones lentas y profundas, por la nariz.
2.° Piense que va ahora a relajar todo el cuerpo.
3.° A continuación afloje de golpe todos los músculos de los cuales sea usted consciente, con un gesto interior global de soltar, de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga ahora cinco respiraciones normales, pero algo más lentas, repitiendo a cada respiración el gesto de aflojamiento general, incluyendo además, la relajación especial de las extremidades y el tronco.
5.º Ponga ahora la atención en la nuca, sienta, interiormente esta región y durante otras cinco espiraciones dedíquese a aflojarla de un modo especial y suplementario, extendiendo la relajación a toda la región del cuello.
6.° Haga lo mismo con los músculos de la cara, frente, maxilar inferior, lengua, etc., durante otras cinco respiraciones.
7.° Descanse unos momentos, uno o dos minutos, y aprovéchelos para registrar el estado interno del cuerpo en general y de la cabeza y cuello en particular.
8.° Piense que ahora va a poner fin a este estado de relajación y que va a volver al estado vigílico normal.
9.° Haga tres respiraciones, por la nariz, aumentando a cada una el volumen de la inspiración.
10. Después de la tercera respiración, mueva los dedos de las manos y de los pies y contracture unos instantes los músculos de los brazos y de las piernas. Acto seguido ya puede ponerse en pie, dando por terminado el ejercicio.

Quinta semana

1.° Haga tres respiraciones lentas y profundas, por la nariz.
2.° Piense que va ahora a relajar todo el cuerpo.
3.° A continuación afloje de golpe todos los músculos de los cuales sea usted consciente, con un gesto interior global de soltar, de aflojar, de dejar ir.
4.° Haga diez respiraciones normales, que ahora tendrán ya que salir espontáneamente del tipo abdominal, haciendo en el momento de cada espiración un acto general de aflojamiento de todo el cuerpo. En el grado actual de práctica, ha de poder conseguir esta distensión muscular con mucha mayor rapidez y profundidad.
5.° Durante cuatro o cinco minutos, dedíquese a descansar mentalmente y observe de vez en cuando si existe la más mínima tensión en alguna parte del cuerpo, y de ser así, aflójela suavemente. Sienta todo el cuerpo descansando.
6.° Piense que ahora va a poner fin a este estado de relajación y que va a volver al estado vigílico normal.
7.° Haga tres respiraciones, por la nariz, aumentando a cada una el volumen de la inspiración.
8.° Después de la tercera respiración, mueva los dedos de las manos y de los pies y contracture unos instantes los músculos de los brazos y de las piernas. Acto seguido ya puede ponerse en pie, dando por terminado el ejercicio.

Con esto pueden darse por bien completadas las dos primeras fases de relajación que hemos descrito en la Parte Teórica. Aunque es frecuente que aparezcan rasgos o características que corresponden a un estado o fase ulterior, sin haber conseguido realizar del todo la fase preliminar, al llegar al final de esta quinta semana ha de ser capaz de dominar con relativa facilidad y bastante perfección la relajación general de la musculatura consciente. Esto lleva consigo el experimentar la conciencia global periférica del cuerpo, la sensación general de hormigueo y calor, apunta ya de un modo más o menos claro la conciencia de un bienestar físico, que corresponde propiamente a la tercera fase.


Tercera fase o grado de relajación

Sexta semana

1.°, 2.° y 3.° Como en las semanas anteriores.
4.° Una vez conseguido el estado de aflojamiento general aprendido en la última semana, dirija su atención hacia el movimiento respiratorio. Respire del modo más natural posible y sin pretender modificar para nada esta respiración, dedíquese a observarla tranquilamente. Primero, siga con la mente el movimiento físico del diafragma y del pecho; al cabo de un rato dirija la atención a la sensación interna del impulso respiratorio. Nada más. No quiera modificar en ningún sentido la respiración que surge de un modo espontáneo y natural. Tan sólo mirar y sentir, esto es, contemplar. Prolongue este ejercicio hasta unos 15 minutos.
Cuando la mente se aleje de esta atención por aparecer imágenes o pensamientos extraños al ejercicio, vuélvala de nuevo, suavemente, hacia la respiración. Y esto cuantas veces sean precisas, sin impaciencias ni violencia de clase alguna. Si ha seguido puntualmente las instrucciones de las semanas precedentes observará que el control de la mente no resulta ahora tan difícil como se imaginaba al principio.
5.°, 6.° y 7.° Como los tres últimos puntos de las semanas anteriores.

Séptima semana

1.°, 2.° y 3.° Como en las semanas anteriores.
4.° Como resultado de la observación sobre la respiración seguida durante la semana anterior, habrá comprobado seguramente que la respiración sale de un modo desigual, irregular y arrítmica. Se trata ahora de conseguir su regularidad, esto es, que la inspiración y la espiración tengan la misma duración y que su frecuencia sea regular, constante. No se trata de modificar el volumen, sino tan sólo el ritmo. Por consiguiente, corrija, siempre sin violencias, los dos movimientos respiratorios alargando un poco el que sea más corto y acortando un poco el que sea más prolongado, hasta que consiga que el ritmo se mantenga de un modo regular. Haga este ejercicio durante unos quince minutos.
5.°, 6º y 7.° Como los tres últimos puntos de las semanas anteriores.

Octava semana

1.°, 2.° y 3.° Como en las semanas anteriores.
4.° Manteniendo la atención sobre el ritmo respiratorio como en la última semana, procure ahora aumentar de un modo muy suave su profundidad, su volumen. En ningún momento hay que forzar nada. La respiración ha de surgir tan lenta y suavemente como antes, sólo el volumen se amplía un poco; la inspiración algo más profunda y la espiración también. Mantenga esta práctica durante veinte o veinticinco minutos.
5.°, 6.° y 7. Como los tres últimos puntos de las semanas anteriores.

Hemos conseguido ahora, plenamente, la tercera fase o grado de relajación general consciente. Ha de experimentar una gran sensación de placidez y de bienestar durante el ejercicio. La mente, asimismo, notará que queda muy calmada, aunque no silenciosa del todo, lo que corresponde a la fase siguiente.
La persona que haya seguido sistemáticamente las prácticas tal como se han recomendado hasta aquí, tiene asegurados los resultados que se indican en los cinco primeros números citados al hablar de los efectos de la relajación, lo que constituye ya, por sí mismo, una espléndida realización.


Hacia la cuarta fase

Es la fase de la autoconciencia mental. Una vez se consigue con facilidad el estado de placidez y de bienestar general propio de la tercera fase de relajación consciente, puede emprenderse con éxito esta etapa superior, que consiste en la relajación mental o dominio del pensamiento. Intentar abordar esta fase sin haber conseguido sobrepasar las anteriores es someterse a un esfuerzo tan penoso como inútil. Pero si emprende el control de la mente después de haber dominado los demás niveles, sorprenderá la facilidad con que se consigue este dominio sobre el propio proceso de pensar, que tan difícil, si no imposible, parece al principiante.
Veamos en qué consiste la práctica:

1.º, 2.° y 3.ª Como de costumbre.
4.° Durante unos cinco minutos continúe con la mente centrada en el ritmo respiratorio, como en la fase anterior. A continuación, dirija suavemente la atención hacia sus propios pensamientos. Del mismo modo que en la tercera fase miraba tranquilamente el ritmo respiratorio, mire ahora su propia actividad mental, sin hacer nada más, sin querer cambiarla ni suprimirla, sólo como espectador pasivo que asiste al espectáculo de unas ideas o imágenes que vienen y se van, sin intervenir para nada en ellas, ni siquiera para valorarlas ni juzgarlas.
Cuando esta actitud de espectador esté bien establecida, lo que puede conseguirse a los diez o quince días de iniciada esta cuarta fase de relajación, dé orden a la mente, desde el fondo, de que guarde silencio. Quiera, sencillamente, que todo se tranquilice, que la mente quede limpia, tranquila y silenciosa. Repita dos o tres veces, muy sutil pero claramente, la orden: silencio, más silencio, silencio profundo, silencio...
Después de media hora, termine el ejercicio con los tres puntos de costumbre.
Es casi seguro que al principio encontrará dificultad en mantener la mente en la actitud espectadora señalada al principio. Ayudará el fijar la atención primero durante unos momentos, en el punto medio o punto de partida del impulso respiratorio. En efecto, al mirar fijamente el punto central e inmóvil alrededor del cual gira el vaivén respiratorio, se produce un doble efecto en la mente: se estabiliza y se profundiza. Sabemos que esto resultará ininteligible para el lector ocasional de estas líneas, pero todo aquel que haya seguido escrupulosamente las instrucciones dadas hasta aquí, estará en condiciones de comprender bien a qué nos referimos. Así, pues, una vez centrados mentalmente durante unos momentos en el centro del impulso respiratorio, se dirige de nuevo la mirada mental hacia la pantalla de la mente para contemplar cuantos pensamientos e imágenes persistan todavía en aparecer, y que ahora serán ya muy pocos.
Al cabo de unos cuantos días de práctica, conseguirá que la mente quede, por lo menos durante un rato, tranquila y quieta, sin necesidad de forzar ni violentar ningún mecanismo mental. Es ya el silencio de la mente.
Este silencio es efecto de una profundización real de la conciencia y no de una inmovilización artificial y forzada de la mente. Cuando experimente este silencio mental en el estado de perfecta lucidez que requiere la relajación consciente, un nuevo nivel de conciencia emergerá del fondo de su personalidad. Una de las notables impresiones que se experimentan al conseguir efectivamente este silencio mental consciente, es la de sentirse inmensamente libre, o quizá sería más adecuado decir que uno se siente a sí mismo como liberado. Al mismo tiempo, se tiene la evidencia también de estar en contacto con algo más grande, algo inmenso, vivo y poderoso que dilata la mente y la vivifica de un modo extraordinario.
Es evidente que para lograr la perfección de esta cuarta fase y, por consiguiente, estos estados de conciencia que hemos mencionado, se requiere un trabajo perseverante de varias semanas. Pero aunque sólo se perciba esta experiencia profunda durante unos breves instantes en los primeros quince días de iniciada esta etapa, será ello compensación más que suficiente de los esfuerzos realizados, a la vez que estímulo para seguir adelante con la práctica.
Con la práctica, este estado se podrá renovar una y otra vez hasta que, muy lentamente ahora, se irá afianzando en el trasfondo de la conciencia vigílica. Empieza aquí a funcionar la atención central o conciencia-testigo en el propio nivel mental. A partir de este momento, deja de dependerse de la propia actividad mental: se empieza a ser consciente de un nivel de la propia realidad más allá del pequeño mundo de las formas mentales de tipo personal (que son las únicas que nos causan preocupaciones), y estas formas pueden empezar a manejarse a voluntad. El dominio real del pensamiento comienza a ser un hecho en todos los momentos del día, y esto transforma por completo toda la personalidad.
No se puede fijar el tiempo requerido para dominar esta fase de la relajación por completo, variando, como es natural, en cada caso particular. Como plazo general, puede señalarse el de uno o dos meses.


Quinta fase

A partir de la cuarta etapa, o fase de la relajación, todo trabajo de profundización se ha de hacer exclusivamente en la mente. Los estados conseguidos en las tres primeras etapas son la preparación necesaria e indispensable para que la mente pueda abstraerse de los niveles superficiales e inferiores de su propia esfera, penetrando entonces con plena conciencia en los niveles profundos y superiores del plano mental.
Esta quinta fase o grado, que es el de la conciencia de oscuridad, de vacío, es tan sólo el efecto de la prolongación de la fase anterior y es el punto de transición para llegar a la fase final, a la conciencia positiva de plenitud. Por lo general esta fase es de muy corta duración, unos días, pero hemos querido señalarla por su carácter distintivo de aparente negatividad. Vamos a tratar de describirla brevemente.
Cuando la quietud mental de la fase 4.a se prolonga, la impresión de silencio se transforma, por sí sola, en la percepción de una obscuridad creciente y de un vacío cada vez más activo. La gran fuerza viviente que se empezó a sentir en la cuarta fase, adquiere aquí un extraño vigor, aparentemente negativo. Es, en efecto, algo que parece negar toda noción de vida, tal como la conocemos: es grande e inmenso y, sin embargo, vacío y oscuro; es vivo y poderoso y, no obstante, inaprehensible; es inteligente y, a pesar de esto, ininteligible en su naturaleza.
La mente tiende a agarrarse a las viejas experiencias y a los estados habituales, pero no obstante siente la urgente necesidad de ir adelante, de soltar todo cuanto está aún retenido y de penetrar, sea como sea, en este nuevo mundo misterioso y desconocido. Cuando la mente afloja un poco más se tiene la impresión de que se está cayendo en un abismo negro y sin fondo. Evidentemente, se trata tan sólo de un estado subjetivo, consecuencia de aflojar por unos momentos las fuertes identificaciones de la conciencia (en sus estratos profundos) con las viejas conciencias de la vida corriente y elemental.
No hay peligro alguno en este descenso a lo interior, si la mente permanece firmemente centrada en su propio nivel mental, es decir, si se consigue mantener la atención central como núcleo consistente y básico a lo largo de toda la experiencia. Es muy difícil describir adecuadamente estos estados y experiencias, pero aquellas personas que lleguen o estén en sus proximidades comprenderán de qué se trata. A las demás, no hay forma posible de comunicarlo. Decíamos que no hay peligro alguno en estas experiencias, si se logra mantener una perfecta cohesión mental o punto integrado de atención. Es este punto integrado de atención el que hace factible que en cualquier momento se pueda retroceder en la experiencia. Es el que nos permite dominar por completo la situación. Si esta unidad de atención no está presente debe renunciarse por completo a esta clase de experiencias y estados; significa que la personalidad no está suficientemente integrada en el nivel de la mente y, por consiguiente, en vez de intentar penetrar de modo prematuro en estos niveles profundos necesita reforzar, coordinar e integrar la mente en sus niveles superficiales mediante otras técnicas adecuadas.


Sexta y última fase de la relajación

Poco podemos decir de esta fase, aparte de afirmar su existencia. Incluso si decimos que es la última, es sólo porque es la más elevada que, de algún modo, conocemos. Pero de la misma manera que a la noche sigue el día, de las tinieblas interiores surge la luz interior del alma. Este estado subjetivo, aunque dentro de un orden perfectamente natural, parece corresponder a la experiencia del «sí mismo», a la evidencia inmediata, como sujeto, de la realidad espiritual del alma. No podemos decir más. Añadiremos tan sólo que después, al encajarse de nuevo en la mente y demás estructuras psíquicas normales, se da uno cuenta, con asombro, de la extraña limitación en que habitualmente vive dentro del minúsculo y enmarañado mundo de los propios sentimientos y deseos personales.
Contraindicaciones.- Aunque la relajación general consciente es una práctica que conviene en general a todo el mundo, dado el estado de tensión con que habitualmente se vive, hay algunos casos en los que la relajación está más bien contraindicada, a no ser que se haga bajo expresa dirección médica. He aquí los principales:
1.° Las personas cuya tendencia habitual es la de huir de las situaciones concretas de la vida.
2.° Aquellas que presentan síntomas crónicos de atonía o pereza fisiológica, física y mental.
3.° Las personas cuyo psiquismo muestra clara tendencia a la disgregación, a la dispersión.
4.° Los afectados de trastornos psíquicos graves.

En algunos de estos casos la relajación puede también ser muy útil pero a condición de ir acompañada de ejercicios de otra clase o de un tratamiento médico específico. Por esta razón las personas que estén incluidas -en alguno de los grupos indicados harán bien en no iniciar por su cuenta los ejercicios de relajación y ponerse en manos de un buen especialista.


Técnicas que utilizan el nivel afectivo

1. En primer lugar cabe citar toda una serie de recursos naturales, que muchas veces utilizamos inconscientemente y que casi resulta afectado llamar técnicas. Desde el hecho tan sencillo de la clásica «tertulia», en la que uno se reúne con un grupo de amigos para contar chistes o historias, en un ambiente cordial, que responde a la necesidad de buscar una salida que nos descargue emocionalmente -y que a la par que nos alivia de la tensión emocional reprimida, nos brinda una ocasión de descanso de las preocupaciones mentales o del desgaste físico-, hasta otros más elevados, como pueden ser el escuchar música, el contemplar obras de arte, el acercarse más a la naturaleza.
2. EL AMOR.- En una zona más profunda, y aunque también choca llamarle técnica de descanso, de hecho proporciona un bienestar general y una gran distensión el dedicarse a cultivar la vida afectiva, el amor, no en el aspecto fisiológico, sexual, sino el amor en su más noble sentido afectivo. El hombre de acción encuentra en el amor, si sabe vivirlo con plenitud en su vida familiar, aprendiendo a cultivarlo con esmero, un medio eficacísimo y estupendo de descanso.
La actividad afectiva que exige el amor, el hecho de ejercitar el afecto de un modo activo es de unos efectos sedantes extraordinarios. Y no sólo el amor como afecto, sino además el amor como interés por el prójimo. El interesarse por el bien ajeno -esto que a veces es tan difícil-, aunque se trate de personas que no conocemos, abre una vía de salida a la tensión concentrada en nuestro interior. Pero ha de tratarse de un interés auténtico, no de una curiosidad o de una autosatisfacción, aunque éstas produzcan también efectos tranquilizadores.
Para desgracia nuestra, generalmente no nos damos cuenta de que el amor es una función voluntaria, quiero decir, que podemos manejar a voluntad. Con frecuencia obramos en esto como en tantas otras cosas, maquinalmente: sentimos o no sentimos, nos vemos impulsados o no, como si fuéramos juguetes de nuestros estados interiores, sin llegar a percatarnos de que nosotros mismos podemos activar el amor si queremos, de que la facultad de amar depende de nosotros. Vivir el amor no es simplemente dejarse llevar ciega y pasivamente por sus impulsos, cuando de improviso nos llegan. Está en nuestra mano y es de efectos renovadores el manejarlos nosotros mismos y conseguir que el amor adquiera toda su plenitud.
Nuestro amor defectuoso. Claro que lo que suele llamarse amor, de ordinario no lo es. Se llama amor a un afecto infantil, egocentrado, al deseo de encontrar aceptación, aprobación, seguridad, apoyo, y recíprocamente de dar también a cambio seguridad. Esta especie de amor se limita pues a un intercambio de fines egocentrados. Precisamente así es como ama el niño: ama en cuanto su amor le da seguridad, protección, afecto. Nuestro amor en su aspecto psíquico no ha evolucionado gran cosa desde nuestra infancia, pues lo basamos principalmente en la necesidad de correspondencia. No hay más que observar que cuando no nos vemos correspondidos, fácilmente el pretendido amor se transforma en hostilidad, lo que indica bien a las claras que allí de verdadero amor había bien poco.
El verdadero amor. El amor auténtico, maduro es una actividad que corresponde al nivel afectivo superior, que existe más o menos desarrollado, en todos los hombres. Es la capacidad de amar el objeto por sí mismo, con total independencia de mi conveniencia personal, de mis fines particulares.
Nuestro amor suele más bien ser una mezcla de amor egocentrado de tipo infantil, de amor auténtico, altruista y de amor espiritual, abnegado. Siendo así, no podemos extrañarnos de nuestros vaivenes, de que en un momento dado nos sintamos dispuestos a buscar el bien del otro, a sacrificarnos, a subordinarlo todo al bien del ser amado, y en el momento siguiente experimentemos la imperiosa necesidad de que la persona amada nos otorgue consideración, nos preste interés, nos manifieste respeto y nos pruebe su dedicación a nosotros.
Sin embargo no veo en todo esto ningún mal. El mal está en no darnos cuenta de que en el segundo caso estamos funcionando en un nivel egocentrado, creyendo que es amor, y confundiéndolo con el auténtico amor desinteresado y puro. Lo mismo que no solemos darnos cuenta de la serie de cambios de nivel que continuamente verificamos en otros órdenes -quiero decir, por ejemplo, que nos pasa desapercibido el cambio de un nivel mental objetivo a una actitud mental subjetiva-; tampoco llegamos a ser conscientes cuando pasamos de una afectividad egocentrada a una actitud afectiva superior.
Esta inconsciencia nos lía en mil problemas: nos comprometemos a algo en un acto de verdadero amor, y luego reaccionamos de un modo infantil; unas veces comprendemos, toleramos y tratamos muy bien a la persona querida, y otras somos secos, intransigentes y rencorosos. Es natural que ocurran estos altibajos porque los necesitamos, como una especie de compensación: vivimos también en este nivel personal, además del otro más elevado. Pero nos será de enorme utilidad que aprendamos a desarrollar más el superior, y, sobre todo, a distinguir claramente cuándo pasamos del uno al otro. Saber que cuando exigimos algo para nuestro amor lo hacemos mirando a nuestro Yo, y que cuando vivimos en el nivel afectivo superior, el amor es gratuito, auténtico, incondicional, un amor sin reglamentos, por solo la persona amada.
Naturalmente que en la medida en que logremos desarrollar este amor de calidad superior, irán cesando los vaivenes emotivos, debidos al flujo y reflujo que caracteriza a todos los niveles personales, como el amor egocentrado. Y el amor se irá asentando sobre una base sólida -como impersonal y permanente es el nivel afectivo superior- desde la cual se puede manejar la marea del amor sin peligro para el amor mismo ni para la persona amada.

3. LA ORACIÓN. Es una de las técnicas más eficaces para producir una distensión, un descanso y para adquirir energías.
Usamos la palabra oración en el sentido de expresar de un modo espontáneo, natural, tal como surge desde el fondo más sincero de la persona, todo cuanto desea, necesita, siente, teme, aspira, etc., dirigiéndose a Dios o a un ser superior.
La salida de uno mismo, la expresión y exteriorización, el contacto afectivo con Dios que es propio de la oración hecha del modo indicado, produce una gran circulación de energías interiores que pasan del nivel afectivo inferior al superior a medida que la misma oración va madurando y perfeccionándose, que pone en movimiento una renovación excelente de toda la personalidad y una profunda sensación de sosiego y descanso, con la descarga de la tensión acumulada en el interior.

Lo que no es oración. Sin embargo es bastante frecuente que la oración sea para quien la practica un serio problema. Me refiero, naturalmente, a personas de sincera preocupación religiosa, e incluso, valga la expresión, a los profesionales de la religiosidad, a muchos religiosos.
Casi nunca estas personas llegan a ser conscientes del problema de su oración. Y vaya si hay problema: consiste en que viven encerradas en su Yo-idea. Así como mucha gente en el trato con los demás no sale de sí mismo, habla de lo que siente, dice lo que piensa, pide lo que necesita, pero sin interesarse nunca, sin participar, sin penetrar en los otros, sin salir de su Yo. De un modo semejante muchos practican la oración en la misma actitud. Quizás piensen en Dios, en los puntos y materia de la meditación, etc. Piensan, pero no oran; quedan encerrados dentro de unas ideas que pueden ser maravillosas, pero que continúan siendo puras representaciones dentro de su mente. Giran alrededor de su Yo: necesitan esto, les gustaría hacer lo otro, Dios es tal cosa, lo absoluto es lo de más allá, etc.; todo dentro de su armadura interior.
Aunque están persuadidos de que oran, en realidad aquello no es oración, porque les falta el gesto interior esencial para la verdadera oración, la actitud de apertura interior, de salir de sí mismos y «dirigirse a», del mismo modo que el amor al prójimo consiste en poner el corazón en el otro, no en mantenerse dentro de su Yo. Esta actitud de salida obliga a situarse aparte del Yo-idea y precisamente por eso cuesta. La oración es una dinámica de energía, un auténtico proceso vital, y el que vive en su Yo-idea no entiende esto, sino que está encerrado dentro de su capullo, sin que salga nunca la mariposa.
Romper la muralla interior que uno se ha ido formando, y salir de sí mismo es la condición primordial para la descarga y para el contacto, respectivamente, en toda expresión de vida afectiva. El problema que a veces encuentran algunas personas en la relación entre chicos y chicas se debe a que no saben salir de sí mismas, interesarse por las personas concretas del otro sexo, por lo que piensan, sienten, quieren, etc.; y les parece que estar fuera de su interior es perderse a sí mismas. Pero no se dan cuenta de que, por el miedo de perderse, se cierran y es entonces cuando lo pierden todo. Exactamente igual ocurre en la oración, que es la relación entre el hombre y Dios; el repliegue dentro de las propias ideas imposibilita el contacto real con Dios, y uno vive en la errónea idea de estar muy cerca de Dios, pero lo único que hace es enquistarse cada vez más en su Yo. Cuando se logra romper esta valla, este autoseguro, se empieza entonces a descubrir por propia experiencia que la oración es un elemento eminentemente positivo y constructivo dentro de la vida personal.
Existen realmente unos niveles espirituales. No son producto de una idea, de una creencia o de una fe. Es algo que puede constatarse por la experiencia. Cuando se ejercitan esos niveles, se percibe con claridad que son de un orden completamente diferente de lo que es la vida afectiva a nivel personal. Existe una inspiración, un sentido de presencia, una intuición de unidad de todos los seres, y el cultivo de esta clase de experiencia actúa e imprime una fuerza sorprendente en toda la persona, que se traduce en inspiración, en intuiciones y en energía.
Como remate de cuanto llevamos expuesto sobre la afectividad como medio de tranquilización, no hay que olvidar que los sentimientos son los que dan sabor a las cosas. Toda satisfacción deriva de vivenciar afectos positivos. Los goces de la vida son diversas modalidades de expresión de sentimientos afectivos, desde el más elemental al más sublime, desde el placer puramente sensual hasta el éxtasis espiritual. Por lo tanto aprender el correcto funcionamiento del nivel afectivo es empezar a saber vivir con satisfacción, con alegría, de un modo placentero y agradable. Por eso cuando a través de la oración, por ejemplo, se logra dar curso a la vida afectiva, se descorren las cortinas y queda abierto ante la vista un campo dilatado y nuevo y un camino de progreso interior y de maduración personal; también se consigue la distensión interior y el descanso; pero además la persona encuentra el secreto de la felicidad en la vida, porque ha dado con el único medio de saborear la alegría y de rebosar en satisfacción y bienestar: la entrega inteligente pero total de su capacidad de amar.


Técnicas que utilizan el nivel mental

En el nivel mental podemos encontrar también varios medios de tranquilización.
1. Buscar ideas positivas, dentro de la propia existencia, en las materias que uno domina, dentro del propio mundo personal: hablar de las cosas que uno conoce, de lo que a uno le gusta, etc.
2. Interesarse mentalmente para comprender verdades de orden general, universales, o amplios panoramas intelectuales.
En este segundo punto vamos a detenernos algo más, por ser de mayor interés. Así como cuando estamos cansados, nos tranquilizamos y cobramos fuerzas contemplando un paisaje de dilatados horizontes, también cuando estamos mentalmente tensos, preocupados y obsesionados con algún problema, la mente se relajará y descansará dirigiendo la atención a un vasto panorama intelectual.
La tensión produce un fruncimiento incluso físico en el centro de la frente, como si todo el peso de la fatiga gravitase en el entrecejo. Los ojos entonces tienen una actitud de fijeza con tendencia convergente, como si miraran concentradamente a un punto fijo situado a poca distancia. Si estando así se abre delante una vista panorámica extensa, la mirada inmediatamente corre hasta el horizonte y abarca la amplia perspectiva de un solo golpe de vista, y los ojos ya no se dirigen convergiendo en un punto próximo, sino que siguen líneas paralelas y has ta algo divergentes, sin objetivo fijo, en una verdadera distensión visual, que produce naturalmente efectos sedantes en los ojos y en la mente. No se puede relajar la mente sin que los ojos participen del mismo gesto. Y la sensación de bienestar y descanso mental que produce la visión de un paisaje grandioso, o simplemente dilatado, es debido al efecto sedante sobre los ojos, de la actitud que lleva consigo la contemplación de anchurosas lejanías.
En el plano intelectual podemos hacer lo mismo. Cuando uno se interesa por estudios o conocimientos de interés general, que iluminen visiones de conjunto, o lleven a síntesis universales, la mente se relaja y distiende en la admiración de tan vastos mundos conceptuales, con efectos tranquilizadores sobre las facultades tensas. El estudio del cosmos, por ejemplo, con los modernos hallazgos a través de los vuelos espaciales, con datos tan interesantes como los referentes a las fotografías de nuestro planeta o de la Luna desde los satélites artificiales, y la sensación de vértigo que produce en la imaginación el perderse en las lejanías del universo a través de las revelaciones del telescopio. O también seguir la evolución de la humanidad a través de la Historia, en forma global, abarcando a la vez, en un golpe de vista, todo un período o incluso todas las edades con suficiente detalle para sentir el contraste impresionante de la propia pequeñez frente a la grandiosidad de la humanidad en marcha por las rutas de los siglos.
Estas visiones de conjunto tienen un efecto sedante y confieren una gran serenidad mental. Hacen que de pronto uno mismo, situado como partícula dentro del todo, encuentre su sitio exacto, minúsculo y olvidado en el gran concierto de la generalización. Cosa parecida a lo que ocurre cuando miramos nuestros problemas al cabo de cinco años; los vemos en su justo valor, insignificantes o, a veces también, cobrando una importancia que antes no les habíamos concedido, autosugestionados por la hipnosis de su cercanía y de su inmediata vivenciación.
Quien dice en el campo concreto de los objetos que se encuadran en el espacio y en el tiempo como la Astronomía o la Historia, dice también en el abstracto de conceptos teóricos e ideas superiores como la Matemática pura, la Filosofía o el Arte, siempre con tal de situarse en un punto de mira universal y de conjunto. Todo cuanto sea visión intelectual panorámica de gran amplitud produce automáticamente efectos sedantes.
Por todo lo dicho es de sumo interés el cultivo y educación integral de la personalidad, sin descuidar ninguno de sus niveles ni facultades, porque se llega a ser una persona más completa y de una mejor calidad humana, pero también porque precisamente, teniendo en su mano las riendas de todos sus niveles, posee más medios para poder en un momento dado distensionarse, ejercitando unos mientras descansan los otros. En cambio una persona que se ha desarrollado unilateralmente, prescindiendo de su infravaloración total humana, se encuentra pobre de recursos a la hora de la fatiga para seguir haciendo algo y al propio tiempo descansar. La gente que ha vivido siempre absorbida por su negocio, no sabe vivir fuera de él, todo lo demás les aburre y les parece vacío, porque no pueden echar mano de facultades que no han cultivado y hallar en ellas la plenitud de la acción y al mismo tiempo el descanso producido por el cambio de actividad.


Técnica del recreo

La base de esta técnica reside en la tendencia natural de las energías reprimidas a salir por sí mismas cuando la mente inconscientemente cesa de impedirlo, y en la posibilidad de neutralizar progresivamente y a voluntad esa actitud mental de censura y de inhibición.
Es la misma técnica que todos hemos empleado ya en la infancia sin darnos cuenta, y también la misma que, en cierta forma, utilizan aún lo pueblos primitivos actuales. Todos recordamos, en efecto, que en nuestra infancia cuando salíamos al patio de la escuela a la hora del recreo, después de haber estado unas horas quietos y esforzándonos en prestar atención a unas explicaciones más o menos abstrusas, nos poníamos espontáneamente a gritar, a saltar y a gesticular alborozados. Esta conducta era motivada por la descarga automática de la tensión acumulada en las horas de clase. Pues bien, la técnica del recreo consiste exactamente en esto mismo, como veremos enseguida.
A medida que hemos ido creciendo y madurando, la posibilidad de estas descargas naturales ha ido desapareciendo debido a que ha ido penetrando en nuestro Yo-idea la norma impuesta por la sociedad de que hemos de ser unas personas serias, formales, con actitudes siempre educadas y compuestas. Y esta norma, que es muy correcta en lo que se refiere a nuestra conducta social, la hemos trasladado también a nuestra conducta personal cuando estamos solos. Así pues, hemos bloqueado toda posibilidad de descarga espontánea y natural de la energía anormalmente reprimida y con ello la posibilidad de equilibrarnos, puesto que las inhibiciones obligadas en la vida diaria, en cambio, han ido en constante aumento desde el período de nuestra infancia hasta la actualidad.
De modo semejante a como en nuestra vida social hemos de mantener un control estricto de nuestros esfínteres, pero después, en privado, hemos de relajarnos periódicamente para poder eliminar de nuestro organismo todos los desechos acumulados, es muy conveniente que hagamos algo parecido en lo que se refiere a nuestro funcionamiento psíquico. Hemos de buscar el modo de poder eliminar la energía artificialmente retenida en nuestro interior mediante la apertura consciente y deliberada, durante unos minutos, de nuestro mecanismo automático de censura y represión.
La técnica consiste prácticamente en lo siguiente. Bien percatado mentalmente de que se trata de prescindir totalmente por unos minutos de toda idea de autocrítica y de control, se coloca la persona de pie en una habitación en la que haya suficiente espacio libre, con los ojos cerrados. Procura entonces dejar de estar pendiente de sus ideas y pone su atención en lo que siente y en lo que le gustaría hacer y, sencillamente, lo hace, de modo parecido a cuando tiene ganas de bostezar o de desperezarse y, sin más, así lo hace. Hay que dejar libre curso a todo impulso de expresión que surja del interior, permaneciendo en todo momento bien despierto y consciente, pero sólo como espectador, sin que el pensamiento se mezcle en la acción. El ejercicio ha de durar como máximo 10 minutos. Y su frecuencia ha de ser la de tres veces por semana. Sólo en casos de excepcional tensión es aconsejable hacer una sesión suplementaria.
Los impulsos interiores tenderán a expresarse siempre a través de la vía oral o motora: se tendrán ganas de hablar, gritar, cantar, reír, llorar, o bien de hacer muecas y movimientos más o menos extraños. No hay que preocuparse en absoluto de la forma en que los impulsos tiendan a salir, ni tampoco de buscarles explicación de ninguna clase.
Los ojos han de mantenerse cerrados durante todo el ejercicio. Y esto es muy importante porque los impulsos y emociones tenderán así a descargarse en el vacío mediante simples movimientos o expresiones verbales, mientras que si los ojos estuvieran abiertos, además de provocar distracciones, los sentimientos se proyectarían hacia los objetos que se tuvieran delante.
Es muy corriente que al principio uno no sienta ganas de hacer nada y entonces uno cree con optimismo que no tiene nada dentro para descargar. Esto, claro está, es debido a que se mantiene la mente cerrada aún sin darse cuenta. Es preciso perseverar en la práctica para aprender poco a poco a abrir este mecanismo defensivo.
Es corriente también, al principio, tener miedo de lo que pueda ocurrir y que vengan ideas de autocrítica y sentimiento de ridículo. Todo esto es consecuencia de estar actuando en dirección contraria a la del Yo-idea, y por ello hemos dicho que la mente ha de estar bien percatada de lo que se va a hacer y del por qué.
La eficacia de este ejercicio tal como lo hemos descrito radica en el hecho de que al mismo tiempo que la energía sale por sí misma, de un modo natural, a través de los movimientos o exclamaciones, la mente consciente toma plena conciencia de cuanto se está haciendo, sintiéndose en todo momento protagonista consciente de todas las expresiones, esto es, la energía reprimida se convierte en experiencia activa de la persona. Gracias a este efecto, la conciencia del Yo-experiencia se modifica incorporándose aquella energía que hasta ahora estaba fuera de su alcance y, al mismo tiempo, disminuye la presión que sobre la mente ejercía el inconsciente.
Esta plena conciencia de sí mismo en tanto que protagonista es lo que diferencia esta técnica de otros modos de descarga de tensión. La persona que en el fútbol, por ejemplo, grita como un desesperado, no hay duda que también descarga energía, pero en los momentos en que está gritando no conserva la mente totalmente abierta, ya que está en un estado de exaltación que precisamente ofusca en parte la mente y, por consiguiente, no puede tomar plena conciencia de la acción y no puede incorporarla a su Yo-experiencia. Esta es una descarga que, como todas las que se hacen en un estado emocional exaltado -desesperación, rabia, etc.-, vacía temporalmente pero no transforma. Sólo aquello que se vive con perfecta lucidez de la mente se liquida del inconsciente y se asimila plenamente por la conciencia experimental del sujeto.
Recomendamos una vez más, que no se sobrepase el tiempo de diez minutos que hemos aconsejado ni se aumenten el número de sesiones a más de tres o cuatro por semana. Este ejercicio es excelente, pero practicado en dosis excesivas podría perjudicar la capacidad de control de algunas personas. También recomendamos, pero por otros motivos más obvios, que el ejercicio se practique en una habitación lo más aislada posible, a fin de que no se oigan desde el exterior los gritos o exclamaciones y, al mismo tiempo, para que se pueda hacer la práctica sin preocuparse de que nadie pueda escuchar y saque consecuencias erróneas.
Con esto damos por terminadas las técnicas de tranquilización. En realidad existen muchísimas más, y en otras partes de este mismo libro se pueden encontrar un buen número de ellas. Pero al terminar este capítulo quiero recalcar una vez más, que la verdadera y definitiva solución a los estados de tensión, como también a los de inseguridad y angustia, ha de buscarse tan sólo en la limpieza de nuestro inconsciente y en el cultivo intenso de nuestros niveles superiores, en el desarrollo de la atención central y en la desidentificación.

16. AUTOCONCIENCIA. EL DESARROLLO DE LA ATENCIÓN

Hemos podido observar que cuantos problemas surgen perturbando la personalidad, no son, en el fondo, otra cosa que producto de un funcionamiento parcial, limitado, superficial de nuestra mente: todas las represiones tienen este origen.
Cuando experimenta las presiones de todo lo que está inhibido, la mente procura distraerse y se evade en busca de nuevos estímulos con los que hipnotizarse para que promuevan una situación artificial de satisfacción, de placer, etc., en lugar de seguir el camino sano de afrontar la inquietud interior, el malestar. Así cerrado ante la situación que se plantea, el sujeto no vive aquella experiencia ni de un modo ni de otro: ni positiva ni negativamente.
El problema de la dualidad en nuestra conciencia, del Yo y del no-Yo, es del mismo orden: nuestra mente no ve con claridad que la noción de realidad y de las cualidades que nosotros percibimos en las personas y cosas son auténticamente nuestras, y cree que aquello forma parte de la imagen que percibe. Una vez más es el problema de que la mente no capta de un modo total el fenómeno interno, sino que proyecta las cualidades interiores de la imagen.
Exactamente el mismo fenómeno vuelve a reproducirse en el problema de la identificación. En cada momento tenemos unas ideas distintas, un estado de ánimo, unas emociones diferentes. Y vivimos entonces como si aquello fuera nuestra única realidad. De ahí nuestra volubilidad: ahora defendemos una cosa y acto seguido la contraria; a veces nos sentimos de un modo y después reaccionamos de otro. Es que constantemente nos aprisionamos, nos hipnotizamos, identificándonos con alguno de nuestros fenómenos, y olvidando el resto, dejando de ser conscientes de todo el ancho horizonte que siempre puede abarcar nuestra mente en el interior y en el exterior.
Así pues, los problemas surgen como resultado de una mente embrionaria, infantil, en proceso aún de desarrollo, que en la mayor parte de las personas parece haberse detenido ya en una edad prematura. Si generalmente no se juzga así, es porque ha pasado a ser un hecho normal, en cuanto tiene lugar en la mayoría de las personas, y nadie se preocupa de su raquitismo mental, como ningún hombre pequeño echaría de menos unos centímetros de altura si viviese en un país de enanos.


¿Por qué no se desarrolla más nuestra mente?

Nuestra mente se desarrolla en virtud de dos dinamismos:
-Por un impulso interno, centrífugo, o sea, en virtud de una pulsión interior que la obliga a actualizarse, a irse perfeccionando y que se traduce en interés, en curiosidad, en deseos de comprender, de conocer las cosas, de vivir más experiencias, etc.
-Por una acción externa, centrípeta, es decir como consecuencia de los estímulos que vienen de fuera: si nos encontramos en un peligro, nos vemos precisados a buscar la forma de salir de él; si en un ambiente social que nos impone determinadas obligaciones, no nos queda otro remedio que buscar el modo de cumplirlas.
Intervienen, pues, dos presiones en el desarrollo mental de una persona: una interna y otra externa.
Ahora bien, nuestra mente parece haber alcanzado tan sólo una edad infantil o, a lo más, adolescente. En efecto, el estímulo natural interno está ya detenido tal como aparece de ordinario en todos nosotros; y, por otra parte, nos falta habitualmente el estímulo externo.
El coeficiente de atención o desarrollo mental de la gente que forma la sociedad en que vivimos es éste precisamente y no otro Quiero decir que si tuviéramos que desenvolvernos en medio de personas más evolucionadas y maduras en su desarrollo mental, nos veríamos obligados a seguir adelante, a dar más de nosotros mismos. Pero nuestra sociedad vive ya en una especie de acuerdo tácito de estancamiento; cada individuo se conforma con llegar a ese nivel medio, que es el modo existente de conocer y de valorar las cosas. Falta estímulo externo para proseguir adelante hasta la plena madurez. Así es como hemos cristalizado en una etapa bastante por debajo de la meta del pleno desarrollo que toda persona normal puede conseguir.
El desarrollo de la mente básicamente depende de la capacidad de darnos cuenta de las cosas, de ser conscientes de ellas. Capacidad de percibir, de registrar, tanto las cosas exteriores como las internas y el mundo de las ideas, el mundo puramente intelectual. Este desarrollo de la mente, condición indispensable para una vida humana plena, no se consigue estudiando, ni tampoco adquiriendo conocimientos o enriqueciendo el caudal de nuestras ideas, sino del mismo modo que se desarrollan las demás facultades: ejercitándolas. Para desarrollar la mente hemos, pues, de desarrollar directamente el grado de conciencia, de lucidez mental, no haciéndola saltar de un objeto en otro, no acumulando datos de un mismo orden, sino procurando que crezca en amplitud, en profundidad, en agilidad, en capacidad de combinación, en manejo de todos los datos de que dispone y que lleva dentro, y esto con fluidez, con soltura, etc.
Concretemos esta exposición con dos ejemplos comprobados:

1.º Es sabido que las personas que se encuentran con frecuencia en grandes aprietos, sobre todo las que durante su infancia y juventud han vivido en situaciones muy apuradas, suelen estar más despiertas, más vivas y avispadas. Precisamente porque la presión del ambiente en que se han tenido que desenvolver les ha obligado a estar siempre atentas. Y esto ha desarrollado su hábito de atención vigilante, de lucidez en todo momento, proporcionándoles el máximo rendimiento de su mente. Pero los que hemos tenido una vida más o menos cómoda, por falta de este estímulo nos hemos conformado con el standard social.
2.° El niño que crece en un ambiente intelectualmente pobre, a no ser que posea unas dotes naturales de excepción, tiende también a ser pobre, por falta de estímulos. Es un hecho comprobado por experimentaciones de la psicología social. Y por el contrario, se ha visto que aquellos niños que se han desarrollado en medio de grupos sociales inteligentes, suelen dar un rendimiento intelectual muy superior al corriente. Naturalmente, hay excepciones: cuando el impulso de desarrollo interior es muy fuerte, puede vencer cualquier pobreza del ambiente y busca donde sea los elementos externos que le hacen falta.
El hecho que queremos destacar con cuanto llevamos dicho es que, por norma general, en nuestros ambientes no existe el estímulo suficiente y necesario para provocar un pleno desarrollo de nuestras facultades mentales. Y que por tanto, habiendo llegado a una edad fisiológica adulta, vivimos intelectualmente a media luz.
Además, que la causa y también el remedio está en el funcionamiento de nuestra atención, ahora parcial y superficial, pero que puede adquirir amplitud, profundidad y lucidez.
Una observación interesante, que se desprende de todo ello es que, si nos fijamos, advertiremos que, en el fondo, todos nuestros problemas son problemas de nuestro interior, de nuestra conciencia: nos preocupan las cosas porque las vemos de un modo y nosotros sentimos de otro, deseamos que sean de otra forma. Hay personas que viven en circunstancias difíciles, en un nivel económico muy bajo, y, no obstante, están alegres y viven bien: son, en cuanto cabe, felices. Y otras muchas personas que tienen toda clase de medios económicos y facilidades sociales y de todo orden, interiormente viven insatisfechas y llenas de conflictos. Eso significa que el verdadero problema se está gestando siempre en el interior; en el primer caso existe simplicidad, unión, integración de la mente; en el segundo hay desarmonía, contraposición, problema dentro de la propia mente.


La falta de integración mental

El desarrollo de la atención es uno de los medios más directos que permite conseguir una integración de la personalidad, una unificación de todo nuestro psiquismo. Sin darnos cuenta, estamos funcionando en virtud de unidades funcionales de las que unas están completamente separadas de las otras. Por ejemplo, en el trabajo, en relación con los superiores, funciona de acuerdo con un estilo, con una valoración, con un sistema de reacción, me veo a mí mismo de un modo determinado muy diferente de cuando estoy con los amigos. No es sólo que actúe de forma diversa, que sería muy lógico; es que me vivo a mí mismo de distinto modo, pienso diferentemente, hay todo un eje de conducta autónomo. Cuando permanezco en la iglesia está actuando en mí otro sistema de valores, y un nuevo engranaje de reacciones: soy yo el que pido, me siento poca cosa y adopto toda una actitud de acuerdo con ciertos valores; si entonces me vienen ideas de otros niveles, las aparto enseguida, como si aquello no fuera mío.
Es una pluralidad de personalidades las que están funcionando en nosotros. Podemos ver, por ejemplo, cómo reaccionamos en nuestra vida familiar, con la gente desconocida, ante situaciones que no están previstas, nuevas, aventuradas; experimentamos formas de reacción que nada tienen que ver con el Yo que después actúa en la oficina, en casa o con los amigos. Como cada eje se va desarrollando independientemente de los otros, se va reforzando con cada acción de su propio campo, nos sentimos después llenos de confusión: nos creemos ser de un modo y resulta que este modo depende del nivel que predomina en aquel momento, varía según el circuito funcional que está en acción. Así que después nos sorprendemos siendo de otro modo distinto.
Si organizáramos nuestro psiquismo de forma que todo lo que son impulsos, sentimientos, ideas, aspiraciones tuviera una sola finalidad, un único eje de referencias, y un mismo objetivo, nuestra vida sería simple, eficiente. En cada momento dispondríamos de todos los elementos y de todas las experiencias de todos nuestros niveles para hacer frente a cada una de las situaciones; mientras que ahora en una determinada situación no puedo aprovechar las experiencias de otras, porque son campos completamente separados.
Cuando estoy en mi ambiente de trabajo me desconcierta que entre un familiar; no sé qué actitud adoptar, me siento violento. Inesperadamente se han superpuesto dos circuitos por completo independientes.
Es preciso desarrollar la mente, y la forma más directa de conseguirlo es desarrollando la capacidad de ser consciente.


El desarrollo sistemático de la atención

¿Cómo desarrollar esta capacidad? Sólo cabe contestar: Sencillamente siendo más conscientes, y nada más. ¿Cuándo hay que hacerlo? Siempre. No hay razón alguna para que unas veces sea más consciente de mí que otras. Siempre con la plena atención de que uno es capaz, porque yo soy del todo yo en cada momento, por lo tanto he de ser consciente de mí mismo al máximo en cada momento. Nuestro grado de lucidez deba ser siempre completo, total, constante, en continuo ejercicio de desarrollo.
Esto es así, y todo cuanto digamos después no son más que concesiones a nuestro oscurecimiento del estado de atención y de mente lúcida.
Podemos planificar el trabajo: proponer unas etapas de desarrollo de la atención. Pero no porque la atención deba pasar por tales etapas, pues de entrada podría vivirse plenamente en todas las situaciones por estar ya toda dentro. No hay nada que incorporar, ni siquiera nada que desarrollar en un sentido material. Prueba de ello es que en un momento real de peligro surge en todos una capacidad y una profundidad de conciencia extraordinarias.
Propongo, pues, aparte de estar siempre atento, que uno se ejercite progresivamente en prestar atención, según un plan que expongo a continuación.
A) Primero, atención a las cosas exteriores, al objeto, al no-Yo, porque esta atención es la que tenemos más ejercitada. Esta atención al no-Yo puede hacerse en tres etapas:
1.º Aprender a estar atento al no-Yo mientras estoy receptivo.
2.° Mientras estoy pasivo.
3.° Mientras estoy activo.

1.º Empiezo por los momentos en que estamos receptivos porque es cuando nos resulta más fácil estar atentos al no-Yo. Por ejemplo, mientras están escuchando a un conferenciante. Es más fácil entonces aprender a estar atentos, intencionadamente más atentos. Centrando toda la atención en el hecho de percibir, de oír, de entender. Consiste en el pequeño gesto que se adopta interiormente cuando uno encuentra algo que es interesante y dice ¡atención, esto es para mí! Empezar por esta actitud, de modo que todo uno se convierta en receptor, todo uno escuchando y registrando aquello. Atención que hay que ejercitar a través de cuanto recibamos. Y nos viene por los cinco sentidos: todo lo que vemos, todo lo que oímos, todo lo que olemos, todo lo que gustamos, todo lo que tocamos.
También hemos de conceder atención a todo nuestro mundo interno. Prestar atención a las sensaciones; y a los sentimientos, sin dejarnos llevar por ellos. Atención a las ideas, atención a la conciencia de nuestro aspecto motor, de movimiento físico. En resumen, descubrir nuestro mundo interno y descubrir el mundo de percepción que nos viene de fuera.
Cada momento es una ocasión para desarrollar la atención, porque constantemente estamos percibiendo cosas, que se nos escapan, no porque lo queremos, sino a pesar nuestro. Es muy distinto decir «esto no me interesa y por lo tanto no le presto atención», «ahora tengo otra preocupación y no quiero mirar lo que siento», o que ni siquiera tenga opción a escoger por vivir pendiente siempre de la pequeña idea que ocupa mi cerebro, o tal vez incluso de la gran preocupación.

2.° Cuando estamos en estado pasivo -diferente del estado receptivo- es decir, en los períodos de relajación, de descanso. Se trata de que mientras descansemos seamos conscientes de este hecho de descansar y de todo lo que nos viene del descanso: sensaciones, sentimientos, ideas, que nos llegan de un modo automático, y que no vienen directamente del exterior ni estimuladas por el exterior. Desarrollar, pues, la capacidad de estar atentos mientras estamos relajados, que es precisamente cuando la mente tiende más a dormirse, a perder la conciencia de sí misma.

3.° La tercera fase es aprender a estar atentos cuando estamos haciendo cosas, o actuando, lo mismo se refieran al aspecto físico de la acción, movimiento, por ejemplo, ando, como, etc., que al aspecto de comunicación: hablo, hago señales o me expreso mediante una mímica.
En todos los casos citados se trata de que aprendamos a ponernos conscientemente en contacto con las cosas a través de nuestra atención. Siempre necesitamos algo en que ocuparnos y así nos sentimos menos extraños que sin este algo. Por eso dirijo el trabajo en esta dirección, empezando por centrar la atención en algo, sean sensaciones, ideas, impresiones, etc., pero de modo intencional, siendo plenamente consciente de lo que estamos viendo, aprendiendo a ser más consciente de la cosa, como si ella fuera enormemente importante. La misma atención que reservamos para los asuntos urgentísimos, trascendentales y gravísimos, debemos emplearla siempre.

B) La segunda etapa es de atención al Yo, y entramos ahora en un terreno mucho más difícil e importante a la vez.
Es preciso llegar a la noción directa del Yo, a conocer, a descubrir, a ser conscientes directamente de nuestro Yo. Y esto es algo que exige, como condición indispensable, que nos desidentifiquemos de las cosas. La desidentificación se logra por un proceso de apertura, de relajación, de dejar, de soltar mentalmente las cosas, las ideas, las sensaciones, etc., a las que estamos adheridos confundiéndolas con nuestro Yo. Entonces, cuando se ha conseguido, aquello que queda soy yo. La dificultad estriba en soltar las cosas, principalmente porque ni siquiera nos damos cuenta de que vivimos asidos a ellas.
Despertar a la conciencia real del Yo es emanciparse de la contingencia de todas las cosas. En tanto que estado interior, uno continuará luego viviendo todas las vicisitudes de la existencia: estará enfermo, tendrá dolor de muelas, alegrías y tristezas, pero no vivirá todo esto con el tono dramático con que ahora las vive, porque lo sentirá como un simple fenómeno, como algo extrínseco a sí mismo.
¿Cómo se llega a esta desidentificación, a este soltarse, a este deshacerse de las cosas del exterior y del interior, con las que vivimos identificados?
Puede conseguirse de varias maneras. Una de ellas, quizás la más sencilla, es partiendo de lo que hemos señalado en la etapa anterior: debo ser más consciente del objeto, de la cosa. Pero ampliando más ese mismo gesto de la mente, de modo que en la atención y conciencia que prestamos no sólo percibamos el objeto, sino también nos demos cuenta de que soy yo el que estoy viéndolo, yo sintiéndolo, que yo estoy haciendo, que yo estoy tocando, oliendo, etcétera. Ampliar más y más esta conciencia, que se perciba una resonancia no sólo del objeto, sino del sujeto. Es éste un proceso puramente de abrirse por dentro, a la vez en las dos direcciones. Por ejemplo, si estamos escuchando, por un lado estar intencionalmente atentos a lo que vamos oyendo, pero, a la vez, abrirnos y sentir: «yo estoy escuchando», no con palabras, ni ideas, sino viviéndonos conscientemente, mediante un gesto interno, por el que penetramos hacia nuestro Yo. Notaremos que podemos hacerlo y que automáticamente se produce dentro una resonancia más profunda. Precisamente esta resonancia aunque no es todavía el Yo, ni la percepción directa del Yo, es un acercamiento al Yo. Hemos conseguido que la mente se amplíe, que el campo de conciencia se ensanche un poco más. Vuelvo a precisar que no se trata de retirarnos adentro, volviendo la espalda al exterior, sino de, continuando abiertos al exterior, abrirnos aún un poco más para que, interiormente, percibamos más y mejor lo que somos, nuestro Yo.
Esta ampliación de la conciencia del Yo hay que ejercitarla también por partes. Siempre que estoy receptivo, a través de cualquiera de mis sentidos, y a través de las sensaciones internas. No sólo darme cuenta de la sensación orgánica que experimento, sino ser consciente también de que yo tengo esa sensación. Poco a poco esta conciencia, esta sensación del Yo tiende a localizarse, a sentirse más en un sitio determinado. Normalmente, aunque no siempre, suele ser en el pecho, donde solemos elevar la mano cuando decimos: «Yo». Pero no es necesario proponerse y sentir nada precisamente allí o en otro lugar cualquiera. Eso vendrá solo, sin que se deba en absoluto hacer esfuerzo alguno para localizar la sensación física del Yo. Si se piensa sin tener conciencia del sujeto pensante, suele localizarse la sensación en el centro de la frente; pero cuando se ha ejercido la conciencia del Yo y la atención a la resonancia del Yo, cuando por ejemplo digo: yo escucho, yo siento, yo hago, yo quiero tal cosa, abierto a la vez al objeto y a mí mismo, automáticamente la sensación se percibe en otro lugar, casi siempre en el pecho.
La etapa más difícil de este adiestramiento consiste en aprender a ser uno consciente de sí mismo mientras se está actuando. Porque mientras el sujeto está en estado receptivo sólo se requiere apoyarse un poco más en lo mismo que ya hace, ser receptivo, y poco a poco irá viendo el sujeto que en las cosas se siente la resonancia de «Yo que percibo». Sin embargo, cuan-o do está actuando, en estado activo, la mente se identifica con mayor facilidad con la situación, con las ideas que quiere exponer y por lo tanto cuesta más ser al mismo tiempo consciente del Yo. No obstante, cultivando bien la primera etapa de atención en el estado receptivo, ahora el sujeto, no sólo se experimentará en las cosas que dice, sino que ampliará su campo de conciencia. De modo que yo que estoy hablando no sólo me dé cuenta de lo que estoy hablando y de lo que siento en general, sino de que soy yo el que estoy hablando; apertura dinámica: yo que hablo. Precisamente es importante aprender a sentir esta vivencia del Yo sin interrumpir para nada la dinámica de la vida, el proceso de la acción. No se ha de interrumpir nunca esta continuidad, estímulo-respuesta; la apertura de la conciencia del Yo no me ha de aislar de las cosas que he de hacer o he de decir. Entendamos bien que no es que yo me aísle y diga: «yo», y después diga: «tal cosa», sino que se trata de lograr una apertura sobre la marcha que me permita ensanchar; no cortar, no aislar, sino de auténtica ampliación, de modo que yo pase a ser consciente de mí mismo, en lo mismo que hablo, en lo que siento, en lo que quiero expresar.

C) Este paso conduce a otra nueva etapa en la que yo aprendo a ser consciente del circuito completo: yo que hablo, que escucho, que miro, que atiendo al otro, «estoy consciente» del otro y «estoy consciente» de mí; estoy consciente de mí y «estoy consciente del otro». No de un modo sucesivo, sino simultáneo, en un acto único. La atención al no-Yo y al Yo se verifica a la vez. Cuesta lograrlo, y, de entrada, aunque se intente, no se puede conseguir. Puede probarse y se verá que la experiencia se reduce a una atención alterna: atento al otro, atento a mí, atento al otro, atento a mí... Y según lo ya explicado puede comprobarse que no se trata de esto.

Cuando se desarrolla la atención hacia sí mismo y hacia las cosas, el sujeto se va situando en un nivel posterior: siempre que se abre la mente, uno retrocede en el punto de mira, en el punto de apoyo. Cuando llega a vivirse con plena conciencia, el sujeto ocupa un polo, el del Yo, desde el que todo se percibe como no-Yo, todo es objeto, lo que yo siento, lo que hago, y lo que hace el otro, lo que me dice, todo está fuera, en la parte de delante. Sólo así es posible esta atención global que incluye al sujeto y al objeto. Las cosas entonces empiezan a vivirse de un modo diferente; no hay problemas sobre lo que conviene o no conviene hacer; la reacción correcta sale automáticamente, uno vive las cosas como realmente son, como una expresión de la vida, como una representación de valores, como una creación constante. No como «yo», que quiero tal cosa, pero puedo fracasar y entonces dejo de valer, ni «como lo otro, que puede ir a favor o en contra mía». Desaparece esta dualidad, esta oposición entre el Yo y el no-Yo, que ahora me absorbe. Nadie me puede hacer nada, porque yo no dependo de nada en mi conciencia central de mí mismo. Puedo tener interés en defender mi posición económica, mi prestigio, mi inteligencia, mi porvenir, mil cosas, pero todo son cosas, no soy yo; cosas que yo manejo, que utilizo porque quiero, porque considero que las necesito; pero yo continúo siendo aparte con existencia plena, propia e independiente. Alcanzar esta meta no es el resultado de prolijas reflexiones, sino de una progresiva desidentificación y de una toma de conciencia de sí mismo.

D) Siguiendo las etapas en el desarrollo de la atención, aún queda más camino que andar. Ahora buscamos el poder llegar a ser directamente conscientes del Yo. En la fase anterior hemos visto que nos acercábamos a la resonancia del Yo, ahora se trata de poder descubrir realmente qué soy yo. Cuando queremos averiguar qué somos, en qué consiste realmente nuestro Yo, no teóricamente, sino a través de la experiencia, empezamos a pisar una tierra casi virgen. Cuantos han querido acercarse al concepto del Yo, han seguido de ordinario una línea especulativa. Basta ver la cantidad de libros, de tinta, de ideas, de horas de trabajo que se han invertido en hacer descripciones de lo que es el «Yo», en llegar al misterio de la persona, que parece inabordable. Nada absolutamente de todo esto puede darnos la menor evidencia de lo que es el Yo. Del mismo modo que ningún libro nos daría una noción clara de lo que es el hambre, si nosotros no hubiéramos sentido hambre directamente. El descubrimiento de lo que es el Yo solamente se puede conseguir por evidencia directa, por contacto directo, sintonizando, conectando nuestra mente consciente con lo que es realmente nuestro Yo. Y nos impide este contacto con el Yo la barahúnda de emociones e ideas que bullen de continuo en nosotros y que obturan nuestro foco mental y le hacen cambiar siempre de un objeto a otro privándole de poder llegar a buscar dónde está la raíz, el eje de todas las cosas que ocurren en mí.
Una de las formas, quizá la más elevada del yoga consiste en buscar directamente el Yo. Entre los autores más destacados dentro de esta rama superior del yoga figura Ramana Maharshi. Aconseja este maestro a los que quieran descubrir el Yo que hagan la investigación de sí mismos, preguntándose: ¿quién soy yo?, pero que procuren no pensar, sino mirar, porque ninguna idea es el Yo. Se trata de ver ¿quién es el que tiene estas ideas, quién es el que las formula? Se trata de ir detrás de las ideas, insistiendo hasta que uno pueda descartar la idea y llegar a lo que la produce. Hay que asir la resonancia que tenemos del Yo y mirarla adentrándonos en ella, siguiéndola más y más hasta llegar al mismo núcleo donde este Yo reside. Puede dedicarse, y es conveniente, un rato diario a este trabajo de prospección de sí mismo, pero ha de hacerse del modo simple propuesto. Preguntar: ¿quién soy yo? Y mirar la resonancia que se produce: «yo», sin formular ideas de si soy guapo o feo, alto, listo, bueno, etc. El Yo es independiente de éstos y de otros valores. Conectar el foco de la mente consciente con el núcleo de esa vivencia del Yo. Y esto se puede hacer por el mero hecho de ir dirigiendo la atención en esa dirección cada vez más lejos hacia dentro. Es un proceso simple, semejante al que seguimos para aprender a mover un brazo conscientemente: cuando hemos prestado atención a lo que me venía del brazo, hemos establecido una conexión entre la mente consciente y el brazo y dedos. Así he tomado conciencia de los movimientos que puedo hacer con el brazo. Exactamente igual hay que proceder con esta realidad interior, central que es el Yo; establecer conexión con él. Requiere trabajo, pero es un trabajo simple que no exige ningún razonamiento complicado; todo el mundo puede hacerlo, no se requiere una inteligencia determinada. Es la mente del individuo, de cada uno, la que ha de dirigirse al propio núcleo del Yo; por lo tanto todo el mundo tiene todos los elementos para efectuar este adiestramiento y conseguir llegar a la raíz de su Yo.

E) Pero la etapa más elevada en la que en rigor empieza a existir la verdadera vida espiritual, es la llamada conciencia central, el grado superior de la autoconciencia. Sólo cuando yo soy consciente de mí mismo empieza a tener realidad para mí la noción de absoluto, de Dios. Antes la noción que tenía de Dios era la proyección de la noción de mi Yo a través de mi mente. Pero cuando uno vive la realidad del Yo, empieza a haber verdadero sujeto. Puede, por tanto, establecer la conexión consciente entre su Yo, verdadero en este caso, y Dios. Aquí empieza la etapa a través de la cual se llega a recorrer un circuito también único, que conduce a la desaparición de esta noción «Yo-Dios» para quedar la única noción de «ser» No digo que desaparezca el Yo, sino que la vivencia que adquiere todo el vigor de existencia es la noción de ser.
La noción del Yo no sustituye, por tanto, para nada a la vida espiritual, sino que es el comienzo de la auténtica vida espiritual, que se cifra en la relación Yo-Dios. Antes no había Yo; el «Yo» vivía arrinconado sin suficiente vivenciación para servir de punto de apoyo a una verdadera relación de tal envergadura. Había primero que buscar al sujeto.
De todo lo expuesto podemos concluir que todas nuestras limitaciones vienen porque nuestra mente funciona de un modo apagado, encogido, superficial. Y al aprender a estar en todo momento más atentos, más abiertos, con la mente más profunda, más presentes a nosotros mismos, nos irá conduciendo paso a paso a través de estas etapas, y transformando por completo nuestra vida. No necesitaremos buscar en los libros el por qué de la vida, de las cosas, en lo que son valores fundamentales: lo encontraremos de un modo inmediato, directo. Las principales verdades de la vida las tenemos todas dentro. Las verdades sobre las cosas no, ésas las tendremos que buscar fuera; pero las verdades sobre nuestra existencia, sobre el bien y el mal, sobre la perfección, el sentido de la vida, etc., lo encontraremos dentro, sin necesidad de hacer nada especial, sólo por el hecho de este autodesprendimiento progresivo, de esta maduración interior.
Empezaremos a vivir con todo lo que somos, a ser nosotros mismos. La regla de oro para conseguir meta tan preciosa es trabajar en ello cada día, sin descanso, realizar los adiestramientos propuestos; son hechos, simples cosas que parecen pequeñas, pero de gran efecto. Cuando me olvide, volver a empezar, siempre, sin descanso. Al principio parece algo fatigoso; luego poco a poco se convierte en un estado habitual. Recuerdo personalmente que cuando empecé a trabajar en ello me pasaba meses enteros sin acordarme que tenía que estar atento. Después, de repente, sentía la necesidad de conseguirlo a toda costa, y empezaba con empeño la técnica de la atención. Es natural que al principio esté uno tan preocupado por estar atento, que no hace nada a derechas. A costa de intentos, de esfuerzos, de fracasos, aunque parezca todo inútil o contraproducente -porque a veces es causa de molestias-, se logra que al cabo de cierto tiempo uno se encuentre en un nivel de atención general constante muy por encima del anterior. No hay que descorazonarse porque uno se olvide de trabajar, porque no tenga ganas, o porque parezca que no adelanta. Todo trabajo en este sentido es totalmente útil, se aprovecha, porque es un trabajo de apertura, de desarrollo, un gesto, un adiestramiento que se ha realizado, y aunque después pase cierto tiempo sin volver uno a acordarse más, aquel gesto ha sido una experiencia en el interior que ha condicionado la próxima experiencia, un poco más adelantada en este mismo sentido.

17. LA EDUCACIÓN DE LA MEMORIA Y DEL SUBCONSCIENTE

La memoria

La memoria no es una función psicológica simple, sino muy compleja, en la que intervienen otras muchas, que pueden clasificarse en los siguientes grupos:
- Funciones que conducen al aprendizaje, estudio o comprensión.
- Funciones que conducen a la retención o grabación.
- Funciones que conducen a la evocación o recuerdo.
La memoria, pues, implica estos tres elementos: aprender, retener, recordar; o en otra forma: registrar, fijar, evocar. Cada uno de ellos muy diferente de los otros.
La primera función, la de aprender, es, en cierto modo, susceptible de la influencia de nuestra voluntad. Podemos mejorarla, si queremos. Mientras que las otras dos, la de retener y la de recordar, escapan por completo a nuestra acción voluntaria. Por lo tanto, la educación de la memoria sólo podemos lograrla de un modo directo perfeccionando su primer componente, el aprendizaje: registrando, percibiendo y entendiendo mejor. También indirectamente podemos favorecer la memoria, a través de las otras dos funciones: las de retener y recordar, por estar íntimamente relacionadas con el estado fisiológico de nuestro organismo. Conservando el organismo sano, elástico y joven, persistirán en su pleno rendimiento, mientras que si el organismo empieza a endurecerse y cristalizar, inevitablemente disminuirán la retención y el poder de evocación.
Los factores que permiten mejorar nuestra capacidad de aprender son los siguientes:
1.° Tranquilidad emocional y mental.
2.º Interés.
3.° Clara percepción y comprensión. La clara comprensión requiere, como es natural, el poder jerarquizar el conocimiento, el poder hacer un análisis distinguiendo lo que es fundamental de lo que es accesorio, y después poder efectuar una síntesis de todo lo aprendido.
4.º Estar en la aptitud de querer aprender, es decir tener la clara intencionalidad de aprender.
5.° Comparar lo que se trata de aprender con imágenes y datos ya conocidos.
6.° Asociarlo con uno de esos datos.
7.° En el registro de cosas concretas hacer intervenir el mayor número de sentidos posible, y de modo especial nuestro sentido predominante. Todos nosotros tenemos preferencia por la actividad de uno de nuestros sentidos. Podremos distinguir por cual, si nos fijamos en cómo logramos recordar con mayor facilidad a una persona: ¿recordamos mejor su imagen, o su voz, o sus movimientos, etc.?
8.° Repetir la percepción para mejorar la recepción.
9.° No mezclarlo con ninguna otra nueva percepción o actividad mental. Una vez que la cosa está ya percibida, comprendida, asociada, fijada y repetida, no hay que mantenerla por más tiempo en la mente consciente, pues se confundiría y mezclaría con la nueva cosa que ahora ha entrado a ser objeto de atención, disminuyendo así la claridad y nitidez del recuerdo.

Aparte de estos medios fundamentales que podemos utilizar para influir de modo directo e inmediato en mejorar nuestra memoria, existen otros, que nos ayudarán a remover obstáculos, y por lo tanto también, indirectamente, nos favorecerán en el uso más provechoso de esta facultad.
Son obstáculos que impiden un buen aprendizaje, problemas que todos tenemos y que afectan unos a la atención, otros al interés y finalmente otros a la claridad mental.

1. Obstáculos a la atención.- El problema consiste básicamente en que no estamos despiertos y por lo mismo no podemos estar tampoco atentos. Además estamos dispersos, debido a que constantemente están influyendo en nuestra mente diversas ideas, preocupaciones, tensiones y varias actividades a la vez. De todo lo cual resulta la imposibilidad de dirigir la plena atención de que somos capaces a un objeto determinado.

2. Obstáculos al interés.- De modo semejante nuestro interés está perturbado y gira de ordinario en torno a una serie de preocupaciones, de problemas de orden afectivo, y de motivaciones originadas en nuestros estados negativos.

3. Obstáculos a la claridad mental.- Nuestra mente se encuentra con frecuencia en un estado de confusión, debida, por un lado a la costumbre que suele dominarnos, de precipitación, de sucesión desbocada de ideas, sin dar lugar a un análisis ni profundización en ninguna de ellas; y por otro lado algunas personas tienen la tendencia a fijarse sobre determinada idea de forma casi obsesiva sin ser apenas capaces de desprenderse de ella. Estas dos actitudes obstruyen la claridad mental.
Es evidente que nuestro coeficiente de memoria se elevará en cuanto vayamos eliminando estos obstáculos por los medios ya indicados y los que a continuación ofrecemos.
La técnica para recordar o evocar el recuerdo de algún dato, de la especie que sea, que en un momento dado deseamos obtener de nuestra memoria, requiere los siguientes pormenores básicos:
1.° Estar despierto y alerta.
2.º Tranquilidad y mente abierta.
3.° Formular la pregunta exacta, es decir, pedir a nuestra memoria el dato que necesitamos, pero con claridad, de un modo preciso y neto.
4.° Esperar con actitud plena de confianza. La confianza, el optimismo, la alegría, estimulan todas nuestras funciones, y sobre todo las automáticas, como la evocación de un recuerdo, que están intensamente influidas por los estados emocionales, ya que son éstos una vía de comunicación entre consciente e inconsciente. Por lo que aprender a estar en esta actitud confiada favorece la salida del recuerdo.
En las líneas que preceden está concentrado cuanto en psicología es aplicable y útil al desarrollo de la memoria. Todo lo demás que sobre la materia pueda decirse se reduce a pura teoría e hipótesis, sin verdadero interés práctico.


Educación del subconsciente

Lo primero que hemos de tener muy presente para educar nuestro subconsciente es que todos sus contenidos han entrado a través de la mente vigílica. Nuestro inconsciente se alimenta de cada cosa y la mantiene dentro en las condiciones en que aquella pasó por el consciente.
Por lo tanto, el primer paso que ante todo debemos dar es aprender a controlar la actividad de nuestro consciente, esforzándonos en percibir con la máxima claridad todo aquello que sea su objeto. En realidad, sólo de este modo lo almacenado en la despensa interior será preciso y ayudará no sólo a nuestra memoria verbal en un momento dado, sino también a nuestra memoria de acción con resultados claros y definidos.
Los datos que entran en el inconsciente son la materia prima que se utilizará después para toda clase de combinaciones mentales, exactamente como un dato de un programa de ordenador, el cual ha de estar definido con toda precisión, pues de esta precisión depende la exactitud de los datos que luego nos suministre.
Cuando pensamos, incluso cuando pensamos para nosotros mismos, hemos de aprender a formular nuestros pensamientos de modo preciso y acabado. Se trata de una observación muy oportuna, ya que, de ordinario, es bastante frecuente dejar las ideas a medio formular y son precisamente esas ideas difusas las que más tarde se traducen en modos de hablar confusos, vagos, ambiguos.
Importa, pues, en sumo grado, aprender a estar vigilantes, para que pasen sólo a nuestro interior ideas, emociones y actitudes positivas. Positivas no quiere decir que hayan de consistir precisamente en ambiciosos idealismos, más o menos sentimentales, sino que significa que sean actos afirmativos de nuestra verdad positiva.
Esto es compatible con la expresión fuerte y decidida de la energía que hay dentro cuándo la exterior lo requiere, de defender nuestros derechos o los de otros, o de lo que sea, pero con carácter afirmativo. No debo dar nunca vueltas al pensamiento de si fracasaré, si soy un incapaz, o si soy un estúpido, etc.: esto ha de estar totalmente prohibido. Uno puede, sí, pensar sobre la posibilidad que existe y aún la probabilidad de que algo salga mal, cosa correcta, siendo razonable. Pero sin girar tampoco alrededor de esta idea, porque esto ya no es razonable, sino irracional, pues tiene una base emocional.
Además del carácter positivo que debemos dar a la idea de nosotros mismos y lo que con nosotros se relaciona, interesa también aprender a conseguir que en general las ideas que adoptemos tengan siempre una forma positiva. Es muy frecuente por ejemplo, el pensar en lo estúpida que es la gente, o en lo egoístas que son tales o cuales personas, etc., generalizando, y a veces también llegamos a concretar. Es bien sabido que casi siempre que pensamos así lo hacemos impulsados por la necesidad inconsciente de reafirmar nuestra superioridad, de resultas de lo cual vemos tonta a la gente en la medida en que necesitamos sentirnos listos nosotros mismos. Pues si no tuviéramos esta necesidad de sentirnos muy listos, a lo sumo veríamos a los demás como inteligentes menores, pero no como tontos.


Las actitudes positivas

Esta vigilancia sobre nuestra actitud en la vida ordinaria, para aprender a educarla, la hemos de ejercer en cada momento con el fin de conseguir estar continuamente del mejor modo posible. No importa que muchas veces nos olvidemos; volvamos a empezar, a proseguir esta tarea. Cada esfuerzo que hagamos es siempre útil, todos los efectos de estos esfuerzos más o menos distanciados en el tiempo, son acumulativos, y no se pierde ni el más mínimo de ellos. Se trata por consiguiente de renovar una y otra vez esta actitud de modo que llegue a ser constante, vigilante, incansable.
No debemos olvidar que normalmente funcionamos apoyados en el inconsciente. Y el inconsciente nos hará vivir como él esté educado. Sólo en contados momentos adoptamos una actitud volitiva muy decidida y extraordinariamente reflexiva tomando personalmente las riendas. Pero la mayor parte del día nos lo pasamos flotando sobre el inconsciente. Y, claro está, si de éste salen rasgos negativos, vamos arrastrando por el mundo nuestros lamentos o nuestro mal humor. Pero si del inconsciente emergen rasgos positivos entonces estaremos alegres y contentos.
Aprendamos, pues, a nutrir el inconsciente de elementos positivos y podremos vivir de renta en el aspecto anímico durante el resto de nuestra vida. Cuantos más elementos positivos introduzcamos una y otra vez de modo deliberado, más estados afirmativos vendrán luego de modo automático, sin esfuerzo de nuestra parte, pues estaremos ya condicionados a vivir de un modo positivo.


La autosugestión en la educación del subconsciente

Para educar el inconsciente, es un método de excelentes resultados dedicarle sesiones especiales de entrenamiento mediante el autocondicionamiento, o, según el nombre más tradicional, mediante la autosugestión. La autosugestión es un modo de influir en nuestro inconsciente para que produzca resultados automáticos positivos. En lugar de estar pendientes de la faz de las circunstancias, del vaivén de los hechos, sin poder vigilar y sin interesarse de si uno luego vive bien o mal las cosas, es decir, de si las vive en un estado o con una actitud positiva o negativa, se trata de autocondicionarse uno mismo, o sea, asumir la responsabilidad y el derecho que uno tiene de seleccionar de antemano los propios estados, de decidir cómo quiere ser uno y serlo. Y la autosugestión nos permite ejercer este derecho.
Entendiendo bien cómo funciona la máquina psíquica, se verá de modo claro la fuerza, la lógica, la necesidad, la conveniencia de utilizar la autosugestión de modo sistemático y deliberado. Si quiero condicionar de modo positivo la mente, me dedicaré a afirmar dentro de mí todo lo positivo, todo lo que yo siento como positivo, todo lo que deseo como positivo.
En el inconsciente, lo que son memoria de los hechos, acciones, situaciones, sentimientos e ideas, toda la gama de nuestros contenidos psíquicos están unidos, no forman niveles diferentes, están asociados estrechamente formando una unidad. A cada acción va unida una emoción y una idea. Así pues, cuando queramos condicionarnos, hemos de aprender a actuar movilizando simultáneamente la idea, la emoción y la acción. Esta es precisamente la fórmula para que la sugestión actúe con mayor amplitud e intensidad consiguiendo todo su poder de influencia.
Para desarrollar una actitud positiva he de aprender a condicionarme por dentro sintiendo la actitud positiva, viéndola actuar, imaginándomela y teniendo una idea clara de lo que es la actitud positiva. Todo esto que siento, que pienso, que actúo, tengo que mantenerlo dentro con la mayor viveza -«yo en actitud positiva»- y vivir esta actitud positiva, por más que al principio lo logre sólo por momentos. El hecho de mantenerme en tal situación con la resonancia afectiva que entraña y con su representación y la visión clara de su expresión, irá construyendo y consolidando el inconsciente de forma positiva. Es un trabajo de excelentes resultados que se traducirá después en automatismos espontáneos y naturales, y que permitirá al sujeto funcionar positivamente sin hacer ningún otro esfuerzo.


Utilización del subconsciente

El inconsciente es un mecanismo mental de registro, de coordinación y de elaboración de respuestas que es anterior a la aparición de nuestra mente consciente. Pero jerárquicamente mi mente racional es superior en categoría a la mente inconsciente; por lo tanto el inconsciente es un mecanismo que ha de estar al servicio de la mente consciente. Es por otro lado algo que puedo aprender a utilizar, convirtiéndolo en fiel subordinado y eficaz colaborador de toda mi actividad consciente. Para ello debo ante todo hacerme cargo de que se trata de un mecanismo sujeto a determinadas leyes, que tiene unas exigencias y unas necesidades. Me refiero a todo lo que ya estudiamos sobre las represiones, la tendencia a la descarga de impulsos, a la satisfacción de las necesidades, etc. Y no podemos sin más limitarnos a pedirle o exigirle su servicio sin darle nada a cambio.
Tenemos que darle alguna oportunidad, comprenderle, trabar amistad y colaborar con él en dar salida a los impulsos que estén reprimidos, pero salida correcta, ordenada, inocua. Y si así lo hacemos este inconsciente se pondrá más a nuestro servicio y, convirtiéndose en un verdadero aliado, no habrá barrera de separación entre nuestra mente consciente y la inconsciente, de modo que el inconsciente vendrá a ser una ampliación de nuestra propia mente. Entonces podremos disponer de sus mecanismos y podremos darle órdenes concretas, que cumplirá con la precisión, el rigor y la prontitud de una buena máquina. Podremos decir: «Es preciso que yo el día 27 a las 3.30 me acuerde de tal cosa». Y no nos quepa duda de que si hemos dado la orden con la debida claridad, con evocaciones efectivas, con todas esas resonancias que siempre conviene utilizar para grabar las cosas en el inconsciente, él, a pesar de que no hayamos vuelto a pensar más en ello y aunque pasemos por las situaciones más dispares, nos lo recordará puntualmente en el preciso instante en que se lo hemos encargado. Cosas así las hará de un modo prácticamente ilimitado.
La utilización que podremos hacer de nuestro inconsciente no se reducirá a servirnos de instrumento útil para fines prácticos similares al citado, de recordar o de servirnos de archivo invisible, sino que mediante el inconsciente podremos también obtener conocimientos que de otro modo nos escaparían por completo. Nuestra mente inconsciente capta multitud de aspectos y detalles de las cosas y muchos objetos del ambiente, de las personas, de las situaciones que en el estado habitual en que vivimos, cerrados, en actitud obsesiva y rígida, es información que no llega a nuestra mente consciente y por lo mismo que perdemos, cuando podría sernos de una inmensa utilidad.
Pues bien, actuando y viviendo siempre con la mente lúcida y abierta y teniendo además relaciones amistosas con nuestro inconsciente, éste será en nuestras manos una especie de prismáticos, pues nos estará suministrando de continuo información preciosa sobre cada cosa que estemos pensando. Por ejemplo, si pensamos sobre determinada persona, además de las asociaciones de ideas, de los recuerdos concretos que tengamos de tal persona, y que se levantarán de nuestra memoria para servirnos de material en nuestro proceso mental, el inconsciente añadirá información complementaria de carácter confidencial, diciéndonos, v. gr.: «Cuidado, esta persona está pasando por una crisis, o va a pasar por ella, o tiene problemas de tipo económico, o está enferma, o está queriendo dejar esto para emprender otra cosa». En fin, el inconsciente capta constantemente cosas que escapan por completo a nuestra percepción concreta. Y nosotros podemos conocer esos datos, que de ordinario pasan desapercibidos y entran a engrosar el depósito olvidado y cerrado con llave que todos guardamos en nuestro interior.
Que esta percepción extrasensorial existe es un hecho demostrado, y fuera ya de toda duda. Es más, todos tenemos evidencia de su realidad, aunque solemos desconocer el modo de desarrollar su utilización. Y ya queda indicado que el secreto reside en mantener la mente consciente y despierta y abierta a todo, y que entonces vendrán y percibiremos esas informaciones, que utilizaremos o no, según nos convenga.
El inconsciente aparece así como una fuente caudalosa e inexhausta de energía, como un arsenal inmenso de información, como un colaborador fiel y eficaz que me permite un pleno rendimiento de mi personalidad en esta dimensión práctica, concreta e inmediata del vivir cotidiano.