LA PERSONALIDAD CREADORA. PARTE 4


18. LA ORGANIZACIÓN Y EL DESARROLLO SUPERIOR DE LA MENTE. LA INTUICIÓN

La mente es el instrumento más precioso de nuestra personalidad. Por ser el instrumento esencial de nuestra conciencia y de nuestra conducta merece que pongamos toda nuestra atención e interés a fin de conseguir su óptimo funcionamiento y desarrollo. Cultivar la calidad y el rendimiento de la mente es, en efecto, incrementar la calidad y el rendimiento de la personalidad en todos sus sectores.
Vamos, pues, a dar seguidamente algunas normas que consideramos importantes para conseguir de nuestra mente el máximo provecho práctico, de acuerdo con las posibilidades efectivas de cada persona.


La organización de la mente

Actualmente, por imperativos económicos, se va reconociendo cada vez más la extraordinaria importancia de una buena organización en toda empresa, grupo o asociación, pero todavía existe una lastimosa ignorancia e indiferencia respecto a la capital necesidad de la perfecta organización interior de la propia mente de las personas. Y, sin embargo, es evidente que si la mente de una persona no está bien organizada, todo cuanto haga reflejará, sin poderlo remediar, esa desorganización. Nadie puede hacer nada de una forma diferente a su verdadero modo de ser, ya que la mente es la que prefigura la forma, la que determina la dirección concreta de toda conducta.
¿Y en qué consiste la organización de la mente? Organizar la mente consiste en ordenar del mejor modo posible todos sus elementos, de acuerdo con el fin que se persigue. Supone la existencia de un objetivo y de unos medios y la correcta subordinación de éstos respecto a aquél.
Según hemos visto en el capítulo 5, al hablar de la función dinámica de la mente, son muchos los objetivos que la mente ha de satisfacer en cada momento y muchos de ellos, además, varían sin cesar de un momento a otro. El primer paso, pues, para todo trabajo de organización mental será el aprender a determinar con la máxima precisión posible cual es el objetivo o los objetivos concretos que uno está intentando alcanzar.
En cuanto a los medios para llegar al objetivo, hay que distinguir entre los datos concretos que se manejan y las facultades mentales que utilizamos para manejar aquellos datos. Toda organización mental eficiente requiere que los datos concretos que hemos de utilizar reúnan, con la máxima seguridad, los requisitos de ser ciertos, claros y suficientes. Y que las facultades mentales -percepción, asociación, juicio, raciocinio, abstracción, etc.-, estén ejercitadas lo más posible, a fin de que sus operaciones resulten correctas, precisas y rápidas.


Plan de trabajo

Si además de los requisitos citados tomamos en cuenta algunas normas fundamentales de higiene mental que nos señalen el mejor modo de manejar estas facultades y estos datos, así como el evitar ciertos vicios o defectos de las actitudes mentales, tendremos un amplio plan de trabajo que incluirá no sólo la reorganización general de la mente, sino también las líneas fundamentales de su superior desarrollo y rendimiento.
He aquí el cuadro completo de este plan de trabajo:

1. Precisar del modo más concreto posible, los objetivos fundamentales que perseguimos de un modo permanente en nuestra vida. Y hacer lo mismo en cada uno de los múltiples objetivos transitorios que nos exige cada situación de la vida práctica.
2. Asegurarnos de que nuestras ideas y nuestros conocimientos son ciertos, claros y suficientes.
3. Controlar nuestras operaciones intelectuales para que se efectúen del modo más exacto posible, sin interferencias incontroladas de prejuicios, temores o deseos, y sin defectos por precipitación, superficialidad o parcialidad.
4. Aprender a simplificar las ideas y a basarnos sólo en las que son realmente fundamentales.
5. Establecer con rapidez y seguridad los automatismos mentales necesarios en la vida práctica.
6. Aprender a manejar a voluntad nuestra atención para poderla centrar en el tema que interesa.
7. Adquirir el hábito de mirar directamente al núcleo de las ideas.
8. Establecer una correcta jerarquía entre los diversos órdenes de datos e ideas.
9. Aprender a plantear correctamente los problemas que uno tenga que resolver.
10. Cultivar el pensamiento intuitivo.
11. Dejar a voluntad una puerta abierta en la mente para dar cabida a las percepciones de datos e ideas que puedan proceder de niveles no lógicos, esto es, de nuestro subconsciente o del superconsciente.
12. Desarrollar la atención, base del crecimiento de todas las facultades mentales y practicar la desidentificación, fundamento del verdadero dominio sobre la mente.

Varios de estos puntos están tratados en otras partes del libro, por lo que no hace falta que los comentemos aquí. Así, pues, trataremos ahora tan sólo de los puntos restantes.


Aprendamos a simplificar nuestras ideas

Hay muchas personas que viven con una gran complicación mental, porque constantemente se están apoyando en multitud de ideas, en un verdadero enjambre de datos y referencias. Esto, además de un error, es antinatural. Conduce al confusionismo, a la superficialidad y a la fatiga mental. Impide, además la orgánica estructuración de los contenidos de la mente. Esas personas viven así porque les falta descubrir cuáles son sus ideas fundamentales respecto a los valores de la vida, esto es, su postura personal básica, y cuáles son las ideas fundamentales de las materias o asuntos que ha de manejar profesional o socialmente
Para llevar a cabo esta aclaración de ideas es muy útil hacer de vez en cuando una revisión de los propios puntos de vista y de los conocimientos que uno posee sobre los principales aspecto de la vida social, profesional, religiosa, política, cultural, etc. Más adelante (cap. 23) se encontrará un cuestionario orientado en este sentido. Es importante buscar y rehacer este armazón, que ha de constituir el punto de apoyo básico de la mente.
Nuestra organización intelectual podemos compararla a un árbol. Nosotros vivimos siempre pendientes de las mil ideas que representan cada una de las hojas, ideas de todas clases. Hasta aquí somos todos muy inteligentes, abundamos en profusión de ideas. Pero lo importante no es vivir apoyados en estas ideas, en las hojas, sino encontrar las ramas de donde proceden y el tronco principal. Hasta que no se es consciente del tronco y de las dos o tres ramas principales, no se puede vivir con estabilidad, con solidez mental. La verdadera potencia mental sólo existe cuando toda la mente está estructurada de un modo orgánico, preciso, de acuerdo con un sistema, una unidad, una idea. Esta unidad tiene que formarse, no nacemos con ella. Se va elaborando, y va llegando progresivamente a una integración orgánica. Una persona estará tanto más adelantada en este proceso cuanto sea más capaz de llegar a conclusiones generales, a ideas básicas. Estas ideas básicas pueden ser un punto final o un punto inicial, según el tipo de mentalidad. Hay personas que intuitivamente se apoderan de determinadas ideas que después serán punto de partida de todas sus deducciones, conclusiones y modos de vida. Otras no, adoptan primero una forma de vida y de ella van induciendo ideas más generales que les conducen a su fórmula última y final. Pero es preciso llegar a esta síntesis, a esta unidad, es preciso encontrar el tronco central.
Aprender a apoyarse en ideas axiales, desembarazando la mente de multitud de ideas particulares sobre las diez mil circunstancias en que nos desenvolvemos, es una gran ventaja. No hay necesidad de ir siempre pensando, ni de tener la cabeza saturada de ideas en cada momento, sino basta poseer las ideas justas, las que necesitamos «hic et nunc»; y, vivir apoyándose de un modo normal en otras más generales, más fundamentales y más simples. Esta organización intelectual confiere a la mente una gran libertad de movimientos. Si la mente está ocupada por muchas ideas, tiene que hacer un notable esfuerzo para atender a todas, pero si está libre, siempre se encuentra a punto para percibir cosas nuevas, o cambiar de dirección.


Formación consciente de nuestros automatismos mentales

Otro punto importante, aunque a primera vista parezca intrascendente, es aprender a desarrollar de un modo muy consciente todos los hábitos que deban regir en nuestra vida, es decir, aprender a adquirir los hábitos respecto de las cosas que solemos y debemos hacer ordinariamente de modo mecánico, aprender a condicionarnos relativamente a esas cosas, pero del modo más exacto y correcto. Todos hemos experimentado, supongo, el hecho de tener que dormir en un hotel, pero estando la cama colocada de modo distinto que en casa, quedando la pared, por ej. a la izquierda. Por la mañana a la hora de levantarnos, tendemos a hacerlo rutinariamente con el gesto habitual en casa y topamos con la pared. Cuando se cambia de domicilio, es frecuente que, durante un tiempo, sin darse cuenta, uno se dirija al antiguo domicilio. O, en escala más reducida, cada vez que llega de nuevo el mes de enero de un nuevo año, pasamos unos cuantos días o semanas poniendo en la fecha de nuestra correspondencia y demás papeles el año anterior. Y como éstos, mil pequeños detalles que pululan en nuestra vida y que indican hábitos imperfectamente contraídos.
Aunque en todo el libro hemos estado defendiendo la actitud de estar siempre bien despiertos y conscientes, no es ninguna contradicción que afirmemos también ahora, que en la vida tenemos necesidad imprescindible de los automatismos mentales, porque si hubiéramos de hacer de un modo consciente y deliberado todas las cosas de cada día, no podríamos conseguirlo, y, sobre todo, no nos quedaría tiempo ni espacio mental para hacer lo que debemos. Es totalmente necesario que adquiramos costumbres; gracias a ellas nuestra mente descansa de la atención a los actos muy repetidos y puede dedicarse a otras cosas.
Debido a la formación de automatismos, la mente puede ampliar su capacidad de rendimiento. En realidad el automatismo mental no perjudica para nada a la atención de que hemos venido hablando. No hemos dicho nunca que hay que hacer cada cosa de un modo deliberado, sino que hay que estar siempre consciente de uno mismo. Este «consciente de uno mismo», quiere decir conjuntamente de uno junto con las cosas. El aprendizaje en general, y el de los automatismos en particular, consiste en realizar las operaciones conducentes a establecer contacto con el objeto con una extensa lentitud y con una extensa atención: lentitud y atención. Buscar el modo de que nuestra mente consciente tome el máximo de conciencia de aquel objeto. Cuanto más se llene nuestra mente consciente, del gesto, del acto, del hecho, de la verdad, del movimiento, que se trata de aprender, más rápida y sólidamente quedará grabado en nuestro subconsciente. Por eso la atención y la lentitud son los medios principales para que un aprendizaje se efectúe antes y mejor.
Es precisamente lo que me explicaba en cierta ocasión un concertista de piano: cuando estoy unos días sin tocar el piano -me decía- disminuye la soltura de mis dedos. Un profano quizás no lo notaría, pero yo sí. Para recuperarla, después de varios días sin tocar, lo que hago siempre y lo que mejor me va es lo siguiente: me siento delante del piano, con toda atención, mirando sólo a las teclas que tengo delante; pongo la mano encima del teclado y entonces con una gran lentitud levanto el dedo pulgar, lo extiendo conscientemente, dándome cuenta de que lo estoy levantando y entonces lo desciendo, siguiendo conscientemente el movimiento y el impulso que estoy dando al dedo para que descienda tocando el «do», mientras tanto levanto igualmente el del «re». Y así toco el do, re, mi, fa, sol -exactamente la primera lección de piano-, pero ejecutada de esta manera. Hago esto dos o tres veces e inmediatamente vuelve toda la soltura a mis manos. El hecho de establecer esta conexión tan consciente, tan plena entre mente y músculo restablece el automatismo.
Pues bien, cada vez que quiero aprender algo nuevo he de hacer precisamente lo que dice el concertista. Ocurre a veces a los conductores que, si se ha conducido anteriormente un automóvil que tiene las marchas cambiadas respecto a otras marcas, en un momento de distracción uno pone la primera, creyendo que es la segunda, etc. Podría evitarlo si las primeras veces que conduce el nuevo coche manejara todos los mandos de un modo muy lento y deliberado, dándose cuenta de lo que hace, aunque hubiera conducido en otras ocasiones automóviles de la misma marca. No se equivocaría ni una sola vez, pues se corregiría el registro interior del automatismo.
Es importante aprender desde un principio a educar nuestros hábitos inconscientes, pues cuanto más claros están establecidos en nosotros estos automatismos, más libre estará nuestra mente para poder pensar y atender a otras cosas. Menos fallos tendremos, y nuestro subconsciente será un servidor fiel, un robot de precisión. Mientras que si las cosas quedan a medio aprender, siempre se mantendrá un estado de duda interior, de vacilación, que se traducirá en menor eficacia.
A la hora de pensar, a la hora de decidir, la precisión y rapidez dependen de si estos condicionamientos están o no bien establecidos: si funcionan bien, nos saldrán las cosas bien; si no, nos será imposible lograr el éxito.


Tengamos ideas claras y definidas

Conviene que no entre en la mente ninguna idea que no esté perfectamente clara, definida y completa, y por lo mismo no debemos permitir que se expresen ideas sin estas cualidades. Nuestra mente se nutre de ideas; si dejamos que entren ideas incompletas, vagas o de sentido dudoso, como nuestro pensamiento automático utiliza la materia prima de las ideas, si esta materia prima no es correcta, clara y definida, nuestra mente automática no podrá formular ideas precisas. Toda idea difuminada, ambigua o incompleta que se deja introducir en la mente produce dentro confusión. Nuestra mente debería ser como un sistema de figuras geométricas, todas precisas, todas exactas; entonces se combinarían de un modo también preciso y exacto dando conclusiones de óptima calidad lógica, desde el punto de vista psicológico.
A las cosas que uno no pueda asegurar, no pueda concretar, sea por falta de datos, o porque la fuente de información no posee la debida claridad, es necesario ponerles encima el cartel de dudosas, o difusas o inconcretas, para que entren como tales. Que quede bien clara cada idea; si una idea es dudosa, que sepamos perfectamente que es dudosa y si parece ser errónea, que la mente tenga conciencia de que parece ser errónea. Gracias a esta nitidez del material de que dispone nuestra mente inconsciente, adquirirán las cosas un valor apto para su combinación precisa con las demás ideas y la elaboración de las resultantes, que serán nuestras conclusiones, nuestras propias elaboraciones. Lo mismo que buscamos claridad, hemos de buscar certeza en las ideas, manteniendo el espíritu muy lúcido para discernir el grado de certeza que una idea merece.


El control de la mente

No queramos dominar la mente sólo a fuerza de voluntad; antes bien aprendamos a manejar la mente haciendo ir primero delante el sentimiento, la emoción. La mente sigue de un modo general a la emoción. El interés es lo que permite que la persona registre con claridad las cosas. El interés, aparte de movilizar la atención, tiene la cualidad emotiva que debe aprenderse a cultivar a voluntad, pues, aunque parezca lo contrario, depende de la voluntad el aprender a sentir interés, entusiasmo por las cosas, sea lo que sea, sólo por el gusto de sentirlo.
Uno puede ponerse a examinar, por ejemplo, una mosca, sólo por el placer de examinarla y aprender a encontrarla interesante. Y cuando por propia iniciativa se coloca en esta actitud y la mira así empieza ya a encontrarla interesante. Si aprendemos a controlar y manejar a voluntad esta actitud emotiva, de saber poner interés, afecto en las cosas, la mente seguirá detrás.
Si nos aferramos a la idea de que hemos de efectuar tal trabajo o acción como obligatorio, porque es nuestro deber, y nos esforzamos en hacerlo pensando en ello, nos resultará difícil o imposible cobrarle afición. Si queremos concentrarnos en una materia y no podemos, lo mejor es buscar el camino del interés no el de su obligatoriedad. Preguntarnos: en realidad ahora yo, ¿por qué estoy interesado? Y seguir la dirección del interés que despertará el nivel afectivo y estimulará a la mente y a toda la persona en la realización de aquel trabajo.


Miremos siempre al núcleo de las ideas

Es el problema práctico de la organización del trabajo mental. El arte de pensar. Sobre él se ha escrito bastante, y resulta a veces más difícil entenderlo que pensar bien. Cuantos quieran aprender a pensar bien, acostúmbrense a hacerlo mirando al centro de las ideas, al eje, al núcleo de los conceptos. Toda idea tiene un contenido intelectual, que es la identidad del objeto, y además unas resonancias que el concepto o el objeto despiertan en nosotros y que se refieren a nuestro mundo interior, recuerdos, experiencias referentes a aquel objeto y que forman como un halo a su alrededor.
Intervienen por lo tanto dos elementos en toda idea: el concepto en sí y una serie de resonancias subjetivas que le dan un matiz determinado, lo que hace que tal verdad me guste más que otras. Este matiz es el resultado de mis recuerdos, de mis experiencias respecto a la verdad, son resonancias de tipo subjetivo.
Cuando pensamos sin estar plenamente conscientes, tendemos a dejarnos llevar por estas resonancias, en lugar de manejar el núcleo del concepto. Divagamos mucho: empezamos a pensar en una cosa y poco a poco va cambiando el tema del pensamiento hasta encontrarse muy lejos del punto de partida. Es consecuencia de la actitud de dejarse llevar por las resonancias de los conceptos, en lugar de centrarse en el núcleo, en la esencia, en la verdad, en el concepto puro que se expone. Es necesario pensar en las ideas aprehendiéndolas por el centro y sin salir de él. Cuando afirmamos con energía una idea en la mente, todas las vivencias relacionadas con ella vienen a circundarla, formando un halo a su alrededor. Serán datos muy útiles y que nos servirán para manejarla mejor, pero si abandonamos el centro para perseguir un detalle, una resonancia, porque nos gusta -dejándonos llevar por la tendencia inconsciente de la imaginación, efectividad, etc.-, entonces nos alejamos de la idea y caminamos a la deriva con merma del resultado. Las resonancias son buenas, excelentes, a condición de que no salgamos del eje de lo que estamos pensando.
Si observamos cualquier discusión, incluso las de altura -comerciales, culturales, religiosas, etc.- lo veremos muy claro: alguien habla sobre un tema y otro contesta, pero no a la esencia de la idea que se ha expuesto, sino a una palabra o dos que despiertan en él determinados recuerdos; el primero continúa luego defendiendo su posición inicial, o sigue también el hilo de resonancias despertadas en él, mientras el otro se aleja tras la corriente de sus resonancias que son para él nuevos puntos de partida de cuanto dice, etc. El mal está en haberse desviado del centro, del eje de la cuestión: no hay diálogo, sino dos monólogos y la discusión es infructuosa.
La mejor disciplina que existe para aprender a manejar la mente con perfección, consiste en aprender a manejar núcleos de ideas.


La mente organizadora

No se puede organizar el trabajo mental -las ocupaciones que se proyectan, las tareas de tipo intelectual, comercial, etc.-, si no se tiene la mente organizada. Estar organizado quiere decir tener jerarquizados los valores y los medios para conseguir el fin pretendido. El sentido de jerarquía es fundamental para poder pensar con madurez, poder distinguir en cada momento qué es lo fundamental, lo esencial y qué lo secundario. Una vez más es la atención la que nos ha de permitir educarnos, ver las desviaciones y ayudarnos a volver al centro.
Todo se puede convertir en ejercicio: el escuchar, el hablar, el leer. Por ejemplo, leer un libro y resumir las ideas fundamentales obliga a un esfuerzo de jerarquización, para poder separar lo secundario, de lo que es más importante. Saber establecer esta jerarquía es el abc de la organización mental; cuando la mente se acostumbra a trabajar así, cualquier actividad se desarrolla automáticamente organizada.


La solución de los problemas

Una de las observaciones más curiosas acerca de la mente humana es que posee la prodigiosa capacidad de resolver todos los problemas sin excepción, que le sea posible plantearse por sí misma. De modo que cualquier problema cuyo planteamiento puede ella formularse, le es accesible y es capaz de solucionarlo. No es, en realidad, una afirmación tan extraña. Al fin y al cabo ¿qué es un problema? La visión de unas verdades a las que llamamos datos y que relacionamos entre sí para llegar a otra verdad más general que las incluye a todas. Cada dato es una verdad, pero una verdad parcial, y, al relacionar todas las verdades parciales, formulamos otra verdad más general, que contiene todas las parciales y ésta es la solución del problema.
Pues bien, la clave para resolver los problemas mentales reside en su correcto planteamiento. Por regla general no sabemos plantear bien los problemas. El planteamiento depende de la precisión, nitidez, claridad, perfecta comprensión de cada uno de los datos y del objeto exacto de nuestra búsqueda. Cuando nos vemos precisados a resolver un problema, creemos poseer ya los datos, y es tanta nuestra prisa por llegar a la solución, que apenas nos detenemos a examinar hasta qué punto conocemos de verdad perfectamente bien todos y cada uno de los datos, si han sido bien percibidos y si son exactos. Tenemos sólo alguna idea de los datos y del objeto; muchas veces sólo poseemos su nombre y una visión muy parcial. Como en realidad los datos no nos interesan, sino que lo que nos importa y preocupa es la solución, permanecemos con tensión interior, pendientes sólo de encontrarla. Y, naturalmente, no podemos dar con ella debido a que los datos no son claros.
El planteamiento de un problema de aritmética lo hacemos así, determinando bien todos y cada uno de los datos. Es que realmente se trata de los dos términos de una igualdad y esto, no sólo en matemáticas, es pura lógica aplicable a cualquier materia.
En el momento en que estemos en posesión de todas las ideas-datos, en aquel preciso instante nuestra mente arrojará, con el automatismo de un robot, la solución. Para resolver, pues, los problemas no hemos de pensar mucho, como suele creerse falsamente; nuestra mente ha de ir a buscar los datos con exactitud, a conocer bien de qué se trata y qué es lo que se busca, esto es: los datos y la pregunta. Y, luego, nuestra misma mente hará el trabajo maquinalmente. Sólo siendo automático su funcionamiento puede proceder con prontitud. Si nos esforzamos en pensar de un modo deliberado, consciente, iremos mucho más despacio y estaremos sujetos a error; mientras que las conexiones, deducciones y resultantes de las ideas, hechas dentro de la mente, resultarán expeditas y exactas; nuestra mente inconsciente funciona como un cerebro electrónico, con mucha mayor rapidez que nuestra mente consciente. Pero hemos de aprender a manejarla, y esto, como venimos diciendo, se consigue proporcionándole bien los datos. Todo el secreto de la solución de los problemas se esconde en los datos; cuando todos los datos están ya perfectamente examinados no hace falta que continuemos pensando; entonces precisamente hay que dejar de pensar. Fijémonos y observemos que siempre que hallamos la solución de un problema, la encontramos cuando no prestamos atención, nos viene la idea de repente; hemos estado pensando antes reiteradamente sin acabar de encontrarla, y, de improviso, nos llega la solución.
Si en los problemas intervienen otros datos que no son puramente ideas, ni por tanto datos matemáticos, es decir, cuando están implicados otros factores además de los conceptuales, lo importante es aprender a identificarlos. Por una parte los datos son conocimiento de las cosas, de las personas, de la situación. Sin embargo, por otra no se puede olvidar que hay un yo ante el asunto de que se trata, y este yo es también un mundo de datos que intervienen en tales problemas. Porque soy yo quien lo he de resolver, soy yo quien he de correr el riesgo. Por lo tanto yo soy un dato en el problema. Es aquí donde aparecen al principio más dificultades, por falta de práctica: yo tengo que darme cuenta de cuáles son los factores que intervienen en mí respecto al problema planteado. Factores de todo orden: sentimientos, presentimientos, prejuicios, deseos, ambiciones, inteligencia, capacidades, experiencia, todo yo ante aquella si(nación.
Cuando me planteo un problema complejo, en el que intervienen factores subjetivos, sin darme cuenta, adopto una actitud puramente intelectual, y, por este simple hecho, miro los datos de un modo parcial; no atiendo a la verdad de los datos. Abrigo temores, pero no los implico entre los datos; sólo estoy pensando en que el asunto puede resultar bien o mal, y no hago sino dar vueltas alrededor de esta doble idea. No añado mi dato propio, el miedo que tengo, el deseo, etc.; estos datos subjetivos no los incluyo de un modo preciso, consciente, en el planteamiento del problema. Me quedo girando alrededor de unos datos puramente externos como si en la solución o en el éxito yo mismo no tuviera una influencia personal a veces decisiva. Por falta del dato que soy yo, paso el tiempo girando alrededor del problema, sin resolverlo, o lo resuelvo mal.
Sólo llegaré a la solución correcta, si cuento con todo lo que interviene en el problema, incluidos los factores subjetivos: el miedo o el recelo de que se ventile en mi perjuicio o contra mi deseo, el propio deseo, la creencia, la fe, el presentimiento, la superstición, etc.
En el momento en que me doy cuenta de lo que siento respecto a tal problema, y de que esto es también un aspecto del problema, todo lo que estoy sintiendo pasa a su representación mental y entra dentro del orden de datos. Entonces en la resultante final estaré incluido yo mismo en el grado en que lo siento, es decir, mi ambición, mi deseo, mi esperanza, toda mi actitud, y la solución arrojada será la auténtica, será la mía, será la verdadera.
Este procedimiento me ofrece siempre la solución de mi verdad ante el problema; no la seguridad de que la operación comercial tendrá éxito o de que el matrimonio será feliz. No puedo lograr esta seguridad porque existen factores externos que no dependen de nosotros y que no podemos controlar, se nos escapa, pues, la certeza respecto al éxito externo de la solución adoptada. Pero sí puedo tener la certeza de que, dadas las circunstancias, he hecho lo que debía, lo que era mi verdad, mi respuesta personal total ante aquel problema. Se me plantea, por ejemplo, una operación comercial de dudoso resultado.
No puedo tener la garantía de que será un éxito; veo por un lado que en ella puedo perder dinero, y por otro lado me siento movido a probar fortuna. Cuando haya tomado conciencia de los pros y contras reales, no sólo intelectuales, o teóricos, sino vivos, de mí mismo ante aquella situación concreta, entonces saldrá una resultante, afirmativa o negativa: este «sí» o este «no» será mi verdad ante el problema planteado, lo único que puedo hacer, lo más conforme conmigo mismo, de tal modo que si lo llevo a cabo, después no lo lamentaré. Si luego sobreviene el fracaso, era inevitable; pero si no sigo la solución surgida como resultante de todos estos datos, siempre tendré la sensación de no haber estado de acuerdo conmigo mismo en aquella coyuntura, de no haber vivido a la altura de las circunstancias. Y, a fin de cuentas, esto es lo importante de cada situación, es mi verdad de aquel momento. Quizás en el instante siguiente variará, pero como he de decidirme en cada momento respecto a algo, es ahora cuando debo fallar cuál es mi decisión respecto a tal cosa, he de buscar mi solución de ahora. Y ésta es la que tengo que realizar. Si no lo hago, me sentiré frustrado, insatisfecho, incluso en el caso de haber triunfado adoptando una solución sin consultar con los datos subjetivos.
Resumiendo, todos los problemas se pueden plantear y resolver en la medida en que son problemas para uno, a condición de que cada dato esté total y perfectamente identificado.
Es necesario plantearlos con claridad y con calma. Tal planteamiento requiere tiempo, días, semanas, más tal vez. Aunque uno experimente una gran urgencia, precisamente cuanta mayor prisa sienta, más calma ha de adoptar al planteárselo. Buscar el modo de tranquilizarse para poder enfocar serenamente el problema viendo con claridad la pregunta y los datos: «lo que yo quiero es...», los datos que hay son: «...». Luego en los problemas personales buscar algo más: yo respecto al problema: ¿me siento decidido? ¿está la solución que pienso en la línea de mis deseos, de mis sentimientos íntimos? ¿cuáles son mis prejuicios, mis ideas respecto al problema?, etc.
Unos datos proceden, pues, del exterior, otros proceden de mi modo de ser. Indagar todos estos datos que son los que intervienen realmente en el problema, sin creer que el problema es sólo algo externo, siempre es algo respecto a nosotros, y nosotros somos un componente de este problema.
Se confirma por la experiencia que si no llegamos a resolver un problema o si tardamos excesivo tiempo, es por no haber comprendido bien el núcleo de la cuestión, lo que en realidad se busca, o porque no han sido identificados con claridad cada uno de los datos. Cuando se cumplen estos requisitos, se echa de ver que muchos problemas que nos planteamos son falsos: no existe el problema. Aparece como tal por falta de dichos requisitos; pero en cuanto los cumplimos, queda aclarado que, o no hay posibilidad de solución -problemas con implicaciones externas, que no nos corresponde solucionar-, o se obtiene el resultado de un modo instantáneo, por hacerse evidente.
Las verdades parciales que constituyen los datos de la formulación de cualquier problema son puntos de conciencia dentro de nuestra mente, y ésta siempre contiene el resto de todos los puntos que llevan a la solución. Todo dato de un problema es una parte de mi contenido mental, por lo tanto, acabando de desarrollar, de actualizar, de tomar conciencia del resto de mi contenido mental, tendré la solución de todas las cuestiones posibles que puede plantearse mi mente por sí misma. Unos problemas vienen de fuera, son externos: de éstos no se trata. Pero los problemas internos que abarcan los problemas graves, por ejemplo: ¿qué es la vida? ¿qué soy yo? ¿para qué vivo?, también, aunque resultan más difíciles pues pertenecen a una fase bastante superior de desarrollo mental que requiere una dedicación especial para poder penetrarlos.
Por ejemplo: ¿qué es la vida? La palabra vida puede ser definida de un modo teórico, intelectual, descriptivo, etc.; pero en concreto para mí, ¿qué es, en el fondo, la vida? Puedo contestar a esta cuestión, y con una total verdad, porque todos los datos están en mí. Si me cuesta manejarlos es porque no soy consciente de ellos. ¿Qué quiero decir cuando pienso: vida? En lugar de buscar respuestas, lo que se ha de hacer es profundizar en la pregunta, pues toda solución está contenida en la pregunta. La mente entonces profundiza en el sentido del término vida, que adquiere más fuerza y pasa a un nuevo nivel de experiencia y de evidencia en el que la pregunta y la respuesta se funden en la misma realidad que directamente se vive.
Si vamos lanzados por nuestra tendencia habitual a buscar la respuesta como un simple producto, alejados de la pregunta, no conseguiremos nada, porque estamos en tensión y en una actitud parcial de la mente. Esto es aplicable a toda clase de problemas.


El pensamiento intuitivo

Otra práctica que está a nuestro alcance con relativa facilidad, aunque al principio parezca todo lo contrario, y cuyos resultados son extraordinarios, de una resonancia personal incalculable, es el aprender a pensar en línea recta. Es esta una práctica que conduce muy cerca de la intuición, de la que hablaremos en seguida, y de hecho es una buena preparación para su actualización.
Si observamos la trayectoria ordinaria de nuestras ideas, veremos que cuando pensamos activamente, de un modo deliberado, nuestra mente suele hacerlo en un movimiento de zigzag, yendo de un lado a otro, de una idea a otra; y cuando nuestro pensar se produce de un modo pasivo, involuntario, entonces suele adoptar un movimiento circular, como una película de ideas que se va desarrollando ante la pantalla de nuestra mente.
Aprendiendo a pensar en línea recta conseguiremos penetrar en la profundidad de las ideas, de las personas, de las cosas, de nosotros mismos, calando cada vez más hondo y percibiendo nuevas facetas, o mejor dicho, nuevas dimensiones de la cosa, persona o idea tomada como objeto de concentración.
Pensar en línea recta quiere decir aprender a mirar el objeto, a estar atentos al objeto, y continuar con la atención fija en la misma idea, persona o cosa, aun cuando nos parezca que está perfectamente visto todo lo que hay que ver, y resistiendo la tendencia a dejarnos llevar por asociaciones o razonamientos de cualquier clase. Hay que mantener tan sólo esta actitud de mirar con mucho interés, deseando penetrar más en la comprensión íntima y directa de la verdad interna de la cosa contemplada. Si, por ejemplo, tomo la fotografía de una persona a quien deseo comprender un poco más, he de ponerme a mirar la con la mente muy tranquila pero a la vez con un sostenido interés de penetrar en su modo de ser, de sentir, etc. He de evitar el hacer análisis, comparaciones o deducciones. Simplemente he de sostener mi atención, despierta pero sin tensión, contemplando aquel rostro durante unos tres o cuatro minutos. Es muy probable que las primeras veces no se consiga ningún resultado sensible. Es que la actitud correcta todavía no está bien conseguida. Al cabo de varios intentos empezaremos a notar unas especiales sensaciones, sentimientos o impresiones, que se irán alcanzando y afianzando cada vez más y que se corresponden con cualidades reales pertenecientes a aquella persona. Es evidente que para que esta percepción tenga garantías de autenticidad es preciso que, como en todos los demás modos de conocer algo nuevo, nuestra mente y nuestro estado de ánimo estén perfectamente serenos y tranquilos. Con un poco más de práctica este resultado se alcanzará con mayor rapidez y entonces se podrá dar un paso más consiguiendo la percepción de nuevas características cada vez más profundas. Si el objeto elegido es una idea que uno desea comprender mejor, el procedimiento a seguir es exactamente el mismo, si bien la mirada ha de ser entonces, como es lógico, exclusivamente mental.
Nosotros, normalmente, cuando miramos un objeto pasamos inadvertidamente a otro, de una idea saltamos a otra, siempre dentro del mismo nivel. No manejamos a voluntad la dimensión de profundidad de nuestras ideas, ésto sólo se consigue cuando uno aprende a mantener la mente abierta y atenta en la misma dirección, sea cual sea el objeto en que se piense. No ejercitamos la capacidad de profundización, de penetración; huimos de internarnos en el fondo íntimo de las cosas, resbalamos por la superficie de las ideas.
Una de las consecuencias de percibir las cosas con mayor profundidad, es que automáticamente nuestra mente puede establecer una gama mucho más rica de asociaciones sobre el objeto estudiado, ya que en realidad equivale a conocer este objeto simultáneamente desde varios puntos de vista a la vez. La mente adquiere, pues, la capacidad de manejar en mucho menos tiempo un mayor número de datos que le permiten elaborar respuestas más rápidas y más completas sobre cualquier tenia o problema que quiera plantearse y resolver. Podríamos decir que se produce un modo de pensar esférico -es decir, en tres dimensiones-, en contraste con el modo habitual de pensar, que sigue una trayectoria más bien circular.
Cuando se practica esta modalidad de atención sostenida, se constata que lo que ocurre en nuestra propia mente es que a medida que conseguimos mirar el objeto con mayor profundidad penetrando más en su interior, se está produciendo a la vez una interiorización del punto desde el cual estamos mirando. De modo que cuando miro y veo lo superficial del objeto, estoy mirando con el nivel superficial de mi mente. Cuando penetro en el objeto, en realidad estoy mirando desde un punto más interior de mi mente. Es como si en esa dimensión de profundidad mi propio interior y el interior de las cosas conservaran una gran proximidad y una precisa sintonía. Por lo mismo, es como si sólo a través de mi personalidad profunda pudiera contactar, comprender y relacionarme con la, personalidad profunda de los demás.
Una consecuencia de todo esto es que aprendiendo a situarnos y a mirar el objeto desde nuestro interior se facilitará grandemente esta percepción en profundidad del mundo exterior. Y cuanto más practiquemos esta capacidad de situarnos y mirar desde más adentro, más aumentará nuestra capacidad de penetrar en el interior de las cosas, personas, situaciones, ideas y realidades de todo orden.
Podemos, pues, aprender este arte de no pensar y de estar muy despiertos situándonos en niveles cada vez más centrales. La contextura del contenido de nuestra mente podríamos representarla así: en primera fila están todos los datos concretos y particulares; éstos tienden a relacionarse entre sí dando lugar a otros datos de orden más general, situados en segunda fila; pero también éstos a su vez establecen mutuas relaciones formando otros datos aún más genéricos que se sitúan en tercera fila, y así sucesivamente. Mientras nos desenvolvemos en el nivel número uno, nos veremos precisados a correr de un lado a otro para poder pensar, hacer una deducción, captar una verdad y hacer una nueva deducción. Pero si aprendemos a estar situados habitualmente con el foco de nuestra mente en uno de los niveles del centro tendremos a nuestra disposición a la vez todos los datos inferiores y todas las verdades de orden más general, más abstracto y superior. Nuestra mente ganará, en alto grado, en amplitud, rapidez y perfección en todos sus procesos de percepción, comprensión, y elaboración de respuestas.
Nuestra mente puede aprender a situarse permanentemente en estas zonas centrales, como de hecho ya lo está en esos raros momentos en que conseguimos permanecer serenos, tranquilos, lúcidos y sin pensar. Y sólo entonces, cuando consiga adoptar esta actitud a voluntad, se encontrará preparada para percibir algo nuevo. Mientras la mente esté desenvolviéndose dentro de las relaciones habituales de los datos superficiales no podrá percibir nada nuevo ni ir a otro sitio que a donde le lleven los datos acumulados. Muchas técnicas modernas tienden a neutralizar en determinados momentos los condicionamientos mentales, sobre todo para estimular el pensamiento creador.
Una vez más, llegamos a la conclusión de que la actitud clave para la eficiencia mental y para su rápido desarrollo, es cultivar el hábito de permanecer a la vez con la mente muy abierta, tranquila, relajada, y con la atención plenamente despierta, presente, lúcida.


La intuición

¿Qué es la intuición? Es la capacidad o la facultad que permite conocer una verdad sin necesidad de los datos intermedios. La posibilidad de llegar a una conclusión sin necesidad de ningún proceso inductivo, esto es, la percepción de las verdades en sí mismas, de modo inmediato y evidente. No a través de un andamiaje lógico de razonamiento. Por ejemplo, la idea del bien percibida en sí misma o la noción de verdad, de ser, de existencia. Es un abrirse total y súbito del contenido interior de una verdad de modo que se hace patente por entero a la inteligencia, sin que medien acercamientos progresivos o construcciones lógicas.
La intuición hay que distinguirla de un modo muy claro del presentimiento. La intuición es de una verdad, por lo tanto intelectual, de orden estrictamente mental; el presentimiento incluye el contenido de una idea, pero va siempre acompañado de una resonancia emocional; pre-sentimiento, uno siente antes, es un sentir, no un puro conocer. Aquí nos referimos sólo a la intuición, porque el presentimiento, por el hecho de ir mezclado con el sentimiento, se presta a una cantidad enorme de interferencias. El sentimiento es de un nivel personal y está a merced de todos los problemas interiores, que se libran de ordinario en el campo de batalla del sentimiento: sentido de frustración, deseo de superación, etc. Allí donde se mezcla el sentimiento es muy probable que exista una distorsión. Por lo tanto, aunque la persona afectada por un sentimiento poseyera la capacidad real de ver una verdad, si esta verdad va mezclada con un sentimiento, por más que mantenga su valor como verdad, pierde el carácter de infalibilidad inseparable de la verdadera intuición.
La intuición hace patente siempre una verdad. Es de orden superior a lo personal, es de orden intelectual. Y tiene las siguientes características:
l.° Ocurre de un modo instantáneo, súbito; no es producto de una elaboración previa, como ocurre con el pensamiento subconsciente; no es una resultante, una combinación de datos que ya existen dentro; es la certeza evidente de una verdad pero sin ninguna razón en la que basarse o, aunque existan, no se apoya en ellas.
2.° Tiene siempre un carácter de total evidencia para la persona; cuando se produce nunca suscita reacción emocional, ni va acompañada de sentimiento, porque proviene del nivel superior de la mente, exactamente como un chispazo, como un relámpago. Después, el sujeto puede reaccionar emocionalmente, pero en el mismo instante de la experiencia, no.
3.° No se ve lo intuido de un modo progresivo, en visiones parciales y sucesivas, sino que siempre se intuye la totalidad de un solo golpe, por amplia y compleja que sea, y lo que se ve resulta después difícil de explicar. Se tiene la impresión cuando se recibe la intuición, de que no es algo propio, se percibe como una idea extraña; esta impresión obedece precisamente a que no es producto de unos contenidos que ya existían dentro.
La mayor parte de las veces la intuición no responde para nada a la línea de deseos o temores del sujeto. La intuición tiene siempre un carácter de sorpresa. De sorpresa por su modo de venir, y por su contenido, fuera de la línea de ideas, deseos y temores del individuo. Incluso cuando cae dentro de ella, no lo parece y se presenta también como algo nuevo e inesperado. Hasta el punto de que, normalmente si lo que se creía intuición está de acuerdo por entero con el mundo interior de deseos y temores del sujeto, en realidad se tratará de otro fenómeno distinto, pero no de una verdadera intuición.
¿Sobre qué objetos puede producirse la intuición? Sobre aspectos muy elevados de la vida mística, filosófica, de la vida trascendente. También dentro del campo de la técnica: ideas matemáticas, ideas de mecanismos o de máquinas o sobre leyes de la naturaleza. Puede manifestarse en relación con operaciones comerciales, negocios nuevos o posibles. Y del mismo modo se da a veces en cosas referentes a la propia vida personal o a la particular de otras personas: sobre lo que me sucederá, o lo que ocurrirá a otra persona en su vida privada, en su vida profesional. La intuición también puede surgir acerca de los detalles más pequeños de la vida, de lo que sucederá dentro de un momento.
La intuición es infalible, porque, por definición, es la visión de una verdad, siempre que reúne las características antedichas: que no dependa de mis deseos y temores, que tenga un carácter súbito, total, extraño, con fuerza de evidencia.
¿Se puede educar la intuición? En realidad no se puede educar, porque ya lo está, puesto que es la actividad normal de la mente superior. La intuición responde al plano superior de la mente, en el que las verdades ya existen; por lo tanto no es la mente superior la que hay que educar, sino nuestra mente personal y concreta. Hay que educarla para hacerla apta, dúctil, para sensibilizarla, de forma que pueda conectar con este nivel suprapersonal. La educación de la intuición consiste en la educación de la mente respecto a este nivel superior.
Hasta ahora hemos hablado de la mente en su vertiente exterior, hablemos ahora de la mente en su conexión con el plano superior.
La intuición está siempre allá arriba, en los niveles superiores de nuestra mente. Somos nosotros quienes estamos ausentes de allí, vivimos de espaldas a ese mundo superior de nuestro psiquismo. Nuestra mente está continuamente preocupada en exceso con las ideas que está manejando, con los problemas que se plantean, tan absorta en su trabajo que no puede hacer otra cosa. Además tiene el prejuicio de que fuera de este mundo de actividad concreta no hay nada que merezca la pena.
Esta falta de percepción interior incapacita a la mente para que pueda funcionar de un modo libre, hacia objetos nuevos.
Nuestra mente sólo podría ponerse en camino hacia la visión de las cosas de un modo nuevo y distinto, si dejara de actuar del modo ordinario. Mientras continúe su actividad rígidamente sometida a las leyes lógicas habituales, a los hábitos mentales que tiene establecidos, indiscutiblemente nunca saldrá de este círculo, porque su capacidad de funcionamiento viene limitada por esas actitudes, leyes, contenidos interiores y percepciones. Para que la mente adquiera un carácter creador es preciso que se desprenda del carácter rígido de la costumbre, del hábito, que le imposibilita para remontar el vuelo. La mente puede estar atenta sin necesidad de pensar, sin moverse habitualmente dentro de este círculo de lógica, muy correcto y muy útil en el mundo lógico, pero que no sirve más que de estorbo para subir a mayores alturas.
Existe una dimensión superior de la mente, accesible a la capacidad del hombre normal. Y es accesible mediante nuestro foco mental de atención. La condición para alcanzar ese nivel superior es dejar de girar alrededor del nivel concreto personal.
Hay una técnica para tomar iniciativas, el brainstorming, que consiste en que varias personas que intentan buscar una nueva forma de lanzar cierto producto, una presentación nueva, un nuevo nombre comercial, etc., se reúnan, y cada una se deje llevar por todas las ideas que le vienen a la cabeza, con absoluta prohibición de crítica o censura de sí misma y de lo que digan los demás. En esta actitud la persona tiene que decir todo lo que se le ocurra, en otras palabras, tiende a desinhibirse. Constantemente presiona una censura en nuestra mente, que nos dice lo que está bien y lo que no, lo correcto y lo que no lo es, su funcionamiento es automático. Viene a ser un hábito que obliga a nuestra mente a discurrir sólo por ciertos cauces determinados, más o menos amplios, pero limitados por el reglamento de la censura. En estas condiciones la mente no puede ver nada nuevo; podrá hacer múltiples combinaciones de su repertorio habitual -lo que llamamos pensar-, pero para percibir algo nuevo tiene que dejar de estar sujeta a esta inercia, a este ritmo mecánico y adquirir la libertad de situarse en otro nivel, de romper este círculo y salir fuera. La desinhibición practicada de este modo es un intento para conseguirlo.
Se puede aprender a estar sin pensar; no es una cosa extraña; ya lo hacemos. Pero en tan contadas ocasiones que ni nos damos cuenta de ello. Además suelen coincidir con momentos de tensión y no es posible aprovecharlos para la intuición. Por ejemplo, cuando mantenemos una conferencia telefónica con un punto distante y se oye muy mal: mientras esperamos la contestación, en aquellos instantes permanecemos pendientes de las palabras de nuestro interlocutor, que no llegan; por un instante, suspendemos nuestra ocupación mental, estamos receptivos, como si toda nuestra capacidad de receptividad estuviera localizada hacia el auricular. En aquel instante no pensamos. Añadiría otro ejemplo: tampoco pensamos en el segundo en que estamos pasando de la inspiración a la expiración; es un punto sin movimiento, sin vaivén, un punto intermedio; en ese preciso instante no pensamos. Nuestro pensar va unido al movimiento. Por eso cuando estamos muy pendientes de algo, en aquel momento no respiramos. Por ejemplo, mientras estamos viendo algo extraordinariamente interesante, pasan segundos sin respirar. Esto sólo lo practicamos en momentos que nos vienen ya impuestos por la situación exterior, pero no caemos en la cuenta de que podemos hacerlo a voluntad, siempre, y que así tendríamos acceso a un nuevo mundo de la mente.
Es necesario comprender claramente lo que acabo de decir. Pues al principio parece demasiado extraño y aún absurdo que una persona pueda estar sin pensar; puede parecer incluso antinatural, o perjudicial. Y nada más inexacto. Hemos pasado muchos años durante nuestra infancia en que no éramos capaces de formular interiormente pensamiento alguno.
Lo que quiere decir que no es cosa antinatural. Se trata simplemente de traspasar la etapa de formación mental concreta, para llegar a un nuevo nivel más elevado de nuestra mente donde se percibe una visión completamente diferente.
Y esto se logra aprendiendo a estar dentro sin pensar.
Para desarrollar la intuición, conviene por un lado aprender a estar siempre atento, incluso en los momentos en que no hay razón especial para estarlo. Puede ayudar a conseguirlo el sentirse uno mismo vivir; este impulso general a la vida que tenemos dentro de nosotros mismos puede ser un apoyo de la mente para atender a algo sin necesidad de ideas o de imágenes.
Cuando una persona busca la solución de algún problema, lo mejor que puede hacer es combinar el método explicado anteriormente con el que acabo de exponer. Por una parte conocer todos los datos; me refiero especialmente a los problemas en que contando con todos los datos, no se encuentra la solución: encontrar el dinero necesario, por ejemplo, cuando conozco el disponible, sé los recursos, el que puedo conseguir de los bancos, de los amigos, de negociar el papel que tengo en cartera, etc., y no doy con la solución. En este caso cabe utilizar la intuición, si se ha aprendido a utilizarla. La primera fase consistirá en el planteamiento claro del problema y en la formulación de la pregunta, de lo que se busca. Entonces, aprender a sostener esta actitud mental, sin pensar, como si uno estuviera esperando que la idea viniera del cielo, como si dirigiera la pregunta hacia arriba y después se mantuviera a la expectativa. Lo normal es que, aunque espere la solución, no le venga. Se debe a que uno está pendiente de la solución; aunque en aquellos momentos no piense, sigue en tensión, y su misma tensión le impide recibir cualquier percepción. Cuando el sujeto consigue aprender a estar atento, receptivo, esperando de arriba, del plano superior de la mente, en actitud de tranquilidad, entonces es cuando siempre, indefectiblemente, obtendrá la intuición, con tal que aprenda a esperar el tiempo que sea necesario. Personalmente he utilizado mucho este método, y siempre da resultado satisfactorio; a veces no obstante, he tenido que estar varias horas (durante días) intentando sostener esta actitud para llegar a percibir la solución.
Si pudiéramos situarnos en la actitud correcta, la obtendríamos instantáneamente. Pero vivimos demasiado preocupados con nuestro pequeño yo. Sin embargo, con suficiente práctica pueden conseguirse resultados plenamente satisfactorios. Siempre sobreviene la intuición cuando menos se espera, pero ha de estar despierto un sentido de búsqueda, de interesarse por la solución. Este interés moviliza nuestro foco mental dirigiéndolo hacia arriba. Alguien ha comparado este gesto con el de los tranvías de encajar el trole con el cable conductor de electricidad. Hemos de aprender a conectar nuestro loco mental con este cable de alta tensión en el que reside la intuición. Si conseguimos hacerlo y mantenerlo conectado, entonces nos llegará la intuición.
Cultivando la actitud de estar muy atentos, muy lúcidos, sin pensar, empiezan a venir inesperadamente, pero con mayor frecuencia, intuiciones sobre los objetos más diversos; el camino para la percepción de la intuición empieza a estar libre.

19. EL DESARROLLO SUPERIOR DE LA AFECTIVIDAD

Afectividad elemental y superior

En la estructura de nuestro psiquismo, la afectividad se desenvuelve en varios niveles; uno elemental y emotivo que constituye el afectivo inferior, egocentrado, y otro nivel más elevado que es el afectivo superior, altercentrado.
El afecto y en general los sentimientos y emociones elevados, propios del nivel afectivo superior son el objeto de este capítulo, y lo designamos con el nombre de amor espiritual.
El amor espiritual es la capacidad que nosotros tenemos de poder amar, centrándonos en el objeto o ser amado. Es preciso aclarar bien esta idea. Normalmente nuestro amor, tal como lo entendemos en el sentido vulgar y corriente, es el sentimiento del Yo hacia algo; soy yo el que siento algo hacia otro, pero en el fondo es para volver de nuevo a mi Yo. Hay en él una manifestación honda de posesión, de complacencia y bienestar del Yo, en el orden que sea, pero siempre predominando las reacciones afectivas de mi Yo, que se fijan en el objeto del afecto para después regresar de nuevo y definitivamente, como término y cierre del circuito afectivo, al propio Yo.
El amor espiritual, por el contrario, es la capacidad de amar en virtud solamente del bien del otro, buscando exclusivamente su bien por sí mismo, aparte por entero de que a mí personalmente me convenga o no, según la estructura o los intereses de mi Yo. Este amor impersonal, objetivo, centrado en el «bien», es la característica del amor en el nivel superior. Y cuando está plenamente desarrollado se convierte en el amor abnegado, universal.
Para que se aprecie mejor la gradación de los niveles, podemos establecer una comparación con los niveles mentales. Nuestra mente personal -que usamos habitualmente- es un instrumento para conocer y manejar las cosas y ordenar nuestra conducta en bien del Yo: está centrado alrededor del Yo. Por el contrario la mente superior, intuitiva, no tiene como protagonista al Yo, sino la verdad; lo que importa es la verdad, no mi conveniencia, ni mi éxito. Adquiere, pues, un aspecto impersonal, de verdad general que incluye las cosas, pero que trasciende la distinción de mi propia personalidad como centro.
De modo semejante, el afecto en el nivel afectivo inferior, en el que vivimos de ordinario, es el deseo que yo tengo de poseer algo, o la atracción o tendencia hacia algo o alguien, precisamente porque ese algo o alguien me proporciona una satisfacción, una seguridad, un placer, una reciprocidad de afecto. Pero en el nivel superior, el objeto del amor espiritual, cuando llega a desarrollarse del todo, el verdadero objeto y sujeto del amor espiritual es el propio amor, el amor por sí mismo; no el amor por las cosas o por las personas, sino el amor, por el puro hecho de ejercitarlo.
El amor espiritual es la tendencia interior a comprender y a sentirse cada vez más unido en la verdad, en la bondad, y en el ser de lo que se ama. Tendencia a funcionar con más acercamiento, con más plenitud desde dentro del otro.
Es un intento de unificación de dos centros. Así como en el nivel personal el afecto producía la tendencia al acercamiento exterior, a la posesión; aquí el amor espiritual impulsa la tendencia al acercamiento mutuo de las dos personas o de los seres, sí, pero desde lo más profundo de nuestro interior. Y, aunque a veces se produce también un acercamiento exterior, éste es secundario. Puede existir un intenso amor espiritual al margen de las distancias, aparte de la percepción sensorial. El amor espiritual, en cuanto lo es, trasciende todos los sentidos, no depende en sí mismo de ver, percibir, etc., a la persona o cosa que se ama.
Este amor, por la misma razón trasciende también la sensibilidad. Eso significa que el amor espiritual no es un conjunto de emociones. Las emociones son siempre una reacción de nuestro nivel afectivo que está estrechamente relacionado con nuestra mente y nuestro cuerpo. El amor espiritual no es emocional; se basa principalmente en una comprensión profunda de mi voluntad de ser, de acercarse, de unificarse, pero no en el goce, no en las emociones. Puede el amor espiritual ir unido a emociones -lo normal es que vaya unido-, pero de por sí pertenece a un plano completamente diferente al de las emociones, de tal modo que puede persistir auténtico amor hacia las personas sin sentir nada de gusto, de afecto sensible, en el sentido corriente de la expresión. Entonces este amor es más bien de voluntad de bien hacia otro, algo que posee una fuerza vigorosa y que se vive a pesar de que interiormente el sujeto se note frío en su sensibilidad respecto al objeto.
¿Cómo se desarrolla este nivel superior de la afectividad?
Ya queda indicada la dirección, incluida en la misma noción que acabamos de perfilar. Es preciso distinguir dentro de la vida afectiva superior dos corrientes de un mismo amor: El amor espiritual hacia Dios y el amor espiritual hacia las personas y cosas.

1. El amor espiritual hacia Dios.- Decimos Dios para designar la realidad suprema. Podemos llamarlo con otros nombres; pero no es cuestión de palabras, sino de la noción de un ser superior, inteligente, causa eficiente de todo lo que existe y que concebimos como perfección absoluta. En este sentido utilizamos la palabra Dios.
Al principio, en nuestras relaciones con Dios, siempre solemos tomar a Dios como algo que nos ha de ayudar, que nos proporcionará fuerzas, alientos, consolación, incluso muchas otras cosas que dependen ya de cada persona; todo ello es una manifestación egocéntrica del amor, no es amor espiritual.
Luego, según se va ejercitando la función de amar, el amor va evolucionando. Y toda persona que trabaja con seriedad en este camino, va pasando de este nivel egocentrado -Dios para mí-, a otro ya más equilibrado, en el que continúa el «Dios para mí», pero añadiendo «yo también para Dios», como un pacto de reciprocidad que hace el hombre: yo doy a Dios, para que Él me dé a mí; yo hago sacrificios para que Él, a cambio, me asegure algo, que las cosas me salgan bien, paz interior, etc.
Ejercitando aún más este nivel superior que ya despunta, cada vez importan menos las cosas que a uno le pasan y es más importante comprender las naturaleza de Dios, la perfección, la grandeza, la realidad, el poder inmenso y la excelencia de Dios, no ya para congraciarme con Dios y usar esos atributos en provecho propio, hacia mí, sino en un sentido de adoración: Dios por sí mismo. Lo que se ama por sí mismo es ya el amor espiritual, absoluto.
Se ha ido pasando por toda la gama: desde el nivel más egocentrado, más egoísta, al nivel superior, cuyo objeto exclusivo es el amor por sí mismo.
Éste es el camino sano y natural. Pero hay muchas personas con serios problemas y con una actitud psicológica, resultado de dichos problemas, que les impide establecer una relación vital con Dios.
La actitud del inseguro acostumbra a ser resultado de quedar la persona encerrada dentro de su propia mente, está constantemente pensando en sus cosas, mira cómo son, cómo le saldrá cada proyecto que forja, cada paso que da, girando siempre todo él alrededor del pensamiento de su «Yo», y del sentimiento de su «Yo». Esta actitud se manifiesta tanto en el trato con las demás personas- -le cuesta y le resulta imposible prestar verdadero interés y tener afecto a nadie-, como con Dios. Un gran paso sería llegar a conseguir un comienzo de adoración hacia Dios; con él se abriría la puerta a la solución de su mismo problema.
Muchas personas hacen consistir su vida espiritual en proyectar sobre la noción de Dios todos sus problemas de tipo psicológico y por tanto, personal. Problemas de inseguridad, de frustraciones, de poca valoración hacia el mundo, de sus ansias de poder, de su deseo inhibido de desarrollo, etc., los mezclan con su noción de bondad, de verdad, con su mismo deseo de perfeccionamiento.
Esto es inevitable y normal. Pero es necesario que el afectado por estos problemas se dé cuenta de que la mezcla híbrida de sus vivencias no es nunca espiritualidad en sentido auténtico, puro. Junto a un factor espiritual interviene un fuerte componente egocentrista. Esta conciencia de la etapa que vive le permitirá utilizar la vida espiritual como medio para resolver sus problemas psicológicos. Aunque hasta que llegue al término, al oro fino del amor impersonal, de la entrega de sí mismo, pasará mucho tiempo, durante el cual, estará sin remedio pendiente de su Yo, y su actitud hacia Dios no será propiamente hacia Él, sino hacia sí mismo, pasando por Dios; mejor dicho, por la noción o por la idea que tiene de Dios. No considerará por eso que sus oraciones no son escuchadas, ni que sufre muchos desengaños, pues verá que a través de su vida religiosa y de su manifestación espiritual se van proyectando los problemas que tiene pendientes; si son de resentimiento, de desengaño, en su contacto con Dios saldrán proyectados hacia Él, siendo Dios objeto de cierto resentimiento o motivo de desilusión; si los problemas inducen un carácter de agresividad, se sentirá agresivo con Dios.
Naturalmente los efectos de esta proyección serán beneficiosos, pues constituirá una forma de expresión y descarga. Pero si el interesado no trabaja en su vida espiritual o lo hace sólo parcialmente, sin volcarse en ella, los problemas quedarán dentro.
La ejercitación de los niveles superiores realizada con totalidad, sinceridad y constancia, absorbe y transforma todos los problemas de tipo personal. El dinamismo de nuestros niveles superiores tiene una capacidad de absorción, de reorganización y de reivindicación tan prodigiosa que por sí solo basta para transformar a la persona, aparte de todas las técnicas que hemos mencionado hasta ahora; pero a condición de que se haga de un modo total.
El problema del inseguro, como el de toda persona que tiene trastornos del Yo, siempre se debe a que vive encerrado en su Yo. La vida espiritual puede considerarse desde el punto de vista psicológico, como un proceso durante el cual la persona aprende a pasar del amor al Yo, al amor de Dios. Pero será necesario todo el vigor del Yo y un poco más para poder amar más a Dios. Sólo quien viva esta ejercitación de sus niveles espirituales con plenitud, con toda intensidad, con toda profundidad y de un modo constante, sólo éste conseguirá el efecto de su transformación. La vida espiritual de muchas personas no prospera por-e que le falta totalidad de entrega en la fase de utilizar a Dios como elemento compensatorio, como especie de asociado, pero e n cuya sociedad todavía el elemento principal continúa siendo el Yo. Hasta que no sea exactamente al revés -que Dios pasa a ser lo principal no habrá una auténtica transformación interior.
La meta psicológica de la vida espiritual.- Cuando llega el momento en que pongo la importancia de Dios en primer plano y empiezo a pensar, no en función de mí, sino de Dios, este pensamiento y esta visión que trasciende de lo personal me va haciendo descubrir el auténtico centro de cuanto existe y de mi vida en particular.
Estamos constantemente pensando en función del Yo, y el Yo no es más que una pequeña porción de mí mismo, muy potente, si se quiere, que maneja muchas energías y que tiene muchas en contra, pero es sólo una parte de mi psiquismo. Sólo cuando a través de esta entrega al trabajo, de constante apertura, de intercambio en mi nivel afectivo, llego hasta el fondo, hasta mi centro, tiene lugar el descubrimiento de mis niveles impersonales y me hago capaz de amar a Dios por sí mismo: mi centro se pone en contacto con Dios. Se ha dicho -y viene aquí como anillo al dedo- que allí donde acaba el hombre empieza Dios.
Esta conciencia de centro y de Dios a través de mí se convierte en fuerza potentísima; uno ya no se apoya en el propio Yo y en lo que al Yo le pueda ocurrir, sino en esta fuerza interior que siente, a la que ha de dar salida y expresión: y que es la energía circulante del amor. La vida se transforma entonces en una constante manifestación de esta fuerza, energía-amor, que siente expresarse en él mismo, y de la que él no es ni objeto ni sujeto, sino puente. Descubre gradualmente que el verdadero objeto es Dios y que las cosas que existen, incluido él mismo, son medios y caminos por los que se expresa Dios y que han de conducir a El manifestándole con perfección.
Dicho en primera persona: siento algo grande en mí, que se expresa a través mío hacia los demás y llego así a una noción total, absoluta de Dios.
Una vez llegado a esta meta, el hombre ha transformado su vida en un himno constante de amor; no depende de las situaciones concretas, aunque las viva y con mucha claridad. Como interiormente no se apoya en el Yo, sino en algo totalmente positivo, deja de estar pendiente de los vaivenes del Yo y de las cosas. El ver la vida desde una perspectiva suprapersonal, le permite manejar las situaciones con mucha mayor eficacia, estar por encima de toda susceptibilidad y de toda angustia e inseguridad, en posesión de lo absoluto.

2. El amor espiritual hacia las personas y cosas.- Cuanto se acaba de decir respecto al amor espiritual a Dios es aplicable, desde el punto de vista psicológico, al amor espiritual a personas y también a animales o cosas, a todo. Puesto que lo esencial está en el nivel que desarrollamos de nuestro psiquismo, aparte del objeto. Nosotros seremos más espirituales en la medida en que vivamos en este nivel afectivo superior; no según las cosas que sean objeto de nuestro amor. La elevación y perfección de nuestros actos depende del nivel en que se sitúa nuestra actividad. Viviendo desde arriba, las cosas más sencillas y elementales, las más corrientes, las vivo del mejor modo, o en realidad, de todos los modos, pues no se trata propiamente de vivir sólo de un modo espiritual, sino de hacerlo con toda mi personalidad, aunque apoyado en los peldaños más altos de mi estructura psicológica.
Lo mismo que en el amor a Dios, en la relación personal afectiva las dos graves dificultades con que solemos tropezar son:

1.° Que vivimos de un modo parcial, sin plenitud. Es por tanto necesario que el sujeto se dé cuenta de que sus resultados son mediocres porque tanto intelectual como afectivamente se mueve a media luz. Que es necesario, por lo tanto, aprender a vivir con más coraje, con más alma e intensidad, ejercitar al máximo nuestras funciones, pues sólo cambiando el ritmo de la energía circulante cambia el rendimiento, y se hace posible el desarrollo, efecto siempre de un sobreesfuerzo.
2.° Que amamos en función del Yo. Si observo un poco mi vida de relación, veré que mi actitud hacia la gente está demasiado apoyada en mi conveniencia personal, no en el aspecto positivo, por sí mismo, de las personas o de las cosas. Lo que cuenta es su actitud hacia mí.
Esta autoobservación me llevará a ir aprendiendo a descubrir paso a paso lo positivo que hay en las personas, llegando a experimentar que, en efecto, la gente tiene mucho de positivo y de amable. Cuando sea capaz de amar a los demás (no en un momento dado, sino de modo habitual) por eso positivo que todos sin excepción llevamos dentro, no como cualidad exterior, en su belleza o en su sensibilidad -aunque esto también sea amable, pero no responde a un nivel superior-, sino como fuerza interna de deseo de vivir, entonces habré abierto una brecha definitiva y habré instalado mi vida de relación en el nivel afectivo superior.
Conviene tener presente que en realidad amar a Dios y amar al prójimo no son dos cosas diferentes, sino la misma; son dos manifestaciones, una en el plano horizontal y la otra en el vertical de la misma función espiritual, del amor impersonal, centrado no en el Yo, sino en el otro, o mejor aún, en el amor mismo.

20. LA CREATIVIDAD

La creatividad del vivir

Todas las prácticas que a través de este libro hemos aconsejado conducen al desarrollo de la capacidad creadora. Porque esta capacidad no adviene sólo al hombre a modo de inspiración, descendiendo de arriba, sino que también está en él como ser inteligente que es, por participación en la naturaleza del ser que nos ha creado. Así que somos naturalmente creadores y boda nuestra vida es una creación cuando expresamos lo que naturalmente somos. Desgraciadamente es harto frecuente que lo bueno y positivo que somos quede bloqueado dentro por una serie de problemas personales que se interponen entre el impulso y la acción.
La creación es el resultado de expresar espontáneamente las fuerzas naturales que nos hacen vivir. Superemos, pues, el concepto restringido de creación que la reduce a una productividad genial en el terreno artístico, técnico, comercial, científico, etc. La creatividad es la capacidad de vivir cada instante de un modo enteramente nuevo, con una fuerza limpia y fresca, que brota libremente del interior. El niño pequeño, virgen aún de represiones y conflictos psíquicos, expresa en todo momento con la más espontánea ingenuidad la vitalidad natural de su ser; su encanto reside precisamente en la transparencia de todos sus actos, a través de los cuales manifiesta lo que es sin rodeos, directamente: cuanto hace es una creación lozana y pura. Es algo análogo a la sensación agradable, de contacto directo con la naturaleza desnuda y auténtica, que nos producen los animales salvajes y domésticos, porque expresan también de un modo directo la energía vital que los empuja. Y, en otro plano más humano, por ser más consciente, son creadores dos enamorados, cuando no tienen demasiados problemas, en sus gestos, sus palabras, y aun en sus silencios, llenos, cada uno de ellos, de un sentido renovado siempre idéntico y siempre distinto, con sabor a primicia, como si cada uno fuera una creación. Y en realidad lo es, pues lo creador no reside en su novedad en relación al resto de las cosas, sino en la plenitud del acto en sí, que, aunque repetido muchas veces, siempre llega como algo absolutamente nuevo para el sujeto.
La creatividad consiste, por lo tanto, en la expresión directa de las fuerzas que nos hacen vivir. Pero sólo nos será accesible esta meta si limpiamos nuestro interior y además integramos en nuestro psiquismo los niveles superiores de nuestra personalidad, viviendo desde arriba todas las cosas. Entonces seremos creadores en nuestra vida con la misma naturalidad con que el sol sale cada día por la mañana, y con la espontaneidad de las hojas de los árboles movidas por el viento. Todo será producto de la simplicidad interior, sin que puedan caber interferencias entre el proceso creador interno y los aspectos externos de la acción.


La creatividad especializada

Además de esta creatividad natural, que se alcanza a través de un trabajo previo de limpieza interior, mediante las técnicas que hemos explicado largamente en este libro, existe, claro está, un tipo de creatividad especializada, es decir, aplicada restringidamente a un campo concreto de actividad, bien se cultive profesionalmente o por simple afición.
Trataremos aquí de ver cómo se puede desarrollar según un plan sistemático este tipo de creatividad aplicada. Por de pronto no hay límites materiales en el campo de aplicación de esta creatividad: cuanto es actividad humana puede ser su objeto. Podemos hablar, pues, de creatividad:

a) En el terreno artístico: literatura, música, dibujo, pintura, etcétera.
b) En el económico: comercial, de organización, de ideas originales concretas, etc.
c) En la técnica: solución de problemas concretos de tipo técnico, inventos, etc.
d) En la relación humana: modos de tratar con eficacia a la gente, solución de conflictos sociales, etc.
e) En la política: fórmulas políticas.
f) En el terreno teórico de las ciencias abstractas: Filosofía, Matemáticas, etc.


Condiciones que requiere el desarrollo de la creatividad aplicada

Son necesarias tres clases de requisitos: los primeros se refieren a la preparación remota, otros a la inmediata, y finalmente un tercer grupo son factores complementarios.

a) Condiciones previas:
1. Adquisición de los datos concretos, del adiestramiento técnico o de los hábitos necesarios para su expresión.
2. Limpieza de toda forma de miedo y hostilidad del inconsciente.
3. Educación positiva del inconsciente.

b) Preparación inmediata:
4. Voluntad-deseo de comprender o percibir algo nuevo sobre la materia concreta de que se trate.
5. Mente tranquila, abierta y receptiva.
6. Centrarse en el nivel mental superior o tener la atención dirigida hacia la parte superior o encima de la cabeza.

c) Condiciones coadyuvantes:
7. Reserva emocional y mental, en especial en todo lo relativo al asunto.
8. Períodos de aislamiento y silencio.
9. Continencia sexual y de excesiva actividad física.
10. Cambio de ambiente o modificación de estímulos externos.


a) Condiciones previas:

1. Un conocimiento de los datos concretos del asunto de que se trate. Estos datos pueden referirse a la posesión de un adiestramiento técnico previo a la creación. Es lógico que la capacidad de expresión de algo nuevo esté condicionada al uso de unos instrumentos. Un genio artístico puede concebir algo bello y estar incapacitado para darle expresión por no dominar la técnica necesaria. Pues una cosa es la realidad que se vive en los niveles superiores y otra la expresión concreta de esa realidad dentro del mundo sensible en que vivimos. Es esta expresión la que precisa de un adiestramiento, que cuanto más perfecto sea, en mejores condiciones situará al sujeto para plasmar concretamente su creación. El poeta inspirado necesita conocer a fondo el lenguaje y sus recursos, el músico su técnica, y lo mismo el pintor, el escultor, etc. Cuando se trata de relaciones humanas, se requiere adquirir los hábitos de las formas sociales vigentes, gestos, acciones y palabras, para poder dirigir la conversación por el rumbo previsto. A un vendedor no le basta haber concebido con acierto una idea original, sino que precisa conocer los tipos de argumentación, de presentación de las muestras, cómo responder a las objeciones y tener cierto adiestramiento.

2. La limpieza del inconsciente de toda forma de miedo y hostilidad, al objeto de que los problemas personales no se interfieran con la capacidad creadora. Está bastante extendida la creencia de que es necesario que el artista sea una persona de vida fuera dedo corriente, llena de dramatismo, o un bohemio, para que surja la creación artística. De hecho, no ha sido infrecuente el caso del artista afectado de problemas económicos, sentimentales, o de costumbres irregulares y estrambóticas, debido casi siempre a lagunas en su formación personal, que se ha reducido estrictamente al desarrollo de sus cualidades artísticas, porque allí se sentía a gusto, renunciando a los esfuerzos en otros órdenes, y olvidando todo lo demás, en perjuicio del equilibrio de su personalidad, que ha quedado sin el debido sentido de adaptación a las situaciones. La gente suele disculparles sus rarezas en aras de su arte, y ellos mismos se excusan achacándolas a su dedicación al trabajo artístico. No obstante, la creación artística no gana nada con estos problemas personales, a no ser hostilidad y dramatismo en sentido negativo. No solo es perfectamente compatible la creación artística con una personalidad armónica, sino que entonces además de su contenido artístico adquiere objetividad, sentido positivo y humano.

3. Educación positiva del inconsciente. Con esto no sólo queremos decir que estén liquidados los problemas que provienen del inconsciente, los condicionamientos negativos y las ideas erróneas, y que además hayamos introducido ideas positivas, reconstruyéndolo así con nuevos condicionamientos sólidos y dinámicos, sino también que nos hagamos amigos del inconsciente, conectando con él, y estando atentos para recibir sus informaciones. No es una actitud puramente pasiva, sino receptiva, es decir, dejando una puerta abierta para consultarlo a voluntad, para saber cuáles son mis necesidades, mis tendencias, mis impulsos, cuál es mi verdad biológica, afectiva, mental o de los niveles más internos. Entonces expresaré en la creación mi totalidad, como ser humano con su sentido positivo. Se ha definido la obra de arte diciendo que es «un rincón de la naturaleza vista a través de un temperamento»; habríamos de añadir: es un fragmento de la belleza visto a través de una personalidad humana total. Pero es preciso que esta personalidad sea participación de la belleza y cuanto más pura y auténticamente funcione bien, de un modo más correcto y positivo será el reflejo de esta belleza.
El inconsciente es muchas veces una fuente de información excelente por los datos que tiene recogidos, no sólo técnicos, memorísticos, etc., sino de resonancias afectivas, de vivencias, de necesidades, de conflictos, etc., y éstos nos son utilísimos, pues nos acercan a la gente. La gente no es un conjunto de caras y cuerpos dotados de movimiento, sino que dentro llevan un mundo de sensaciones, de sentimientos, de aspiraciones, de vivencias, y nuestro inconsciente, conforme nos vamos abriendo a él, nos hace participar de este mundo interno viviente en los demás, profundizando, como queda dicho en otro lugar, desde nuestro interior en el interior de cuantos nos rodean, con lo que nuestra creación gana en objetividad. El inconsciente es por lo tanto, desde diferentes ángulos, un elemento de gran importancia en la creación. Si el artista, el vendedor, el psicólogo y hasta el técnico y el filósofo no tienen con frecuencia éxito, se debe muchas veces a que en sus creaciones han prescindido de los factores humanos o los han interpretado subjetivamente, con el cerebro o la imaginación, en lugar de hacerlo de un modo vivencial, con el inconsciente.


b) La preparación inmediata

4. Voluntad-deseo de comprender o percibir algo nuevo sobre la materia concreta de que se trate.
Es preciso que se concrete, que se puntualice con exactitud la pregunta, dirigiendo la voluntad-deseo certeramente hacia el objetivo. No basta que sea una mera voluntad de encontrar algo que se busca, porque esta vivencia demasiado indefinida nace en niveles muy superficiales. La voluntad-deseo proviene de más adentro: es un sentir la necesidad de descubrir algo, de crear, no como producto de una simple reflexión fría, sino originada por una necesidad interior; es entonces cuando existe una seguridad de encontrar el camino nuevo que se busca. Esta voluntad-deseo es, pues, una garantía de autenticidad de la creación, de que potencialmente ya existe, es decir, de que se puede llegar a la meta. Para, ello, de hecho, debe plantearse la pregunta de un modo concreto y definido.

5. Mente tranquila, abierta, positiva.
Mientras la mente piensa se mueve dentro de las leyes de asociación de ideas y por lo mismo nunca saldrá de las cosas conocidas. Ahora bien, aquí se trata de llegar a algo nuevo, puesto que pretendemos cultivar la creatividad, y por tanto se impone salir de los caminos trillados, haciendo algo distinto de lo ordinario. Hay que situar a la mente en condiciones de poder recibir cosas nuevas. El curso del pensamiento al que estamos habituados es un círculo cerrado, hecho de las ideas adquiridas, de las experiencias pasadas, etc. Para romper este círculo no hay más remedio que dejar que la mente se tranquilice y que continúe, no obstante, más despierta para poder ir desatándose de las ideas hasta que éstas desaparezcan y quede toda ella atenta. Cuando haya llegado aquí estará a punto, en la actitud más apta para poder recibir ideas de un nivel superior. Este proceso requiere un aprendizaje, naturalmente hay que aprender a tranquilizar la mente, prescindiendo poco a poco, durante unos minutos al principio y hasta unas horas más adelante, de la inercia de los hábitos mentales, manteniendo la mente enteramente serena y tranquila. Esta actitud implica, pues, que la mente esté tranquila, para dejar salir todas las ideas a las que normalmente está asida; abierta, porque sólo así podrá recibir algo nuevo, y receptiva, en el sentido de aspirar, de desear adquirir y ver algo nuevo, la solución de lo que se plantea.

6. Centrarse en el nivel mental superior o tener la atención dirigida hacia la parte superior o encima de la cabeza.
Es éste el último punto de la preparación inmediata y consiste en dirigir el foco de la mente, es decir, la atención, la mirada mental, no a los pensamientos, sino a la pregunta concreta que nos formulamos. Un fabricante de plásticos, por ejemplo, que desea sacar algo nuevo al mercado, se preguntará: «¿Qué puedo hacer en plásticos que no se haya hecho, que sea nuevo, útil, práctico y comercial?». Naturalmente antes se requiere haber recogido todos los datos relativos al asunto. Características físicas, químicas y comerciales, materia prima, etc. La pregunta concreta debe dirigirse a la parte superior de la frente, como si la oficina de la intuición y de la creatividad estuviera instalada encima de la cabeza, hacia la parte anterior. Y luego dejar que esta pregunta flote, saboreando bien el gusto que tiene, y quedar a la escucha, receptivo, dejando que ella recorra su camino. Mientras tanto, se puede seguir el ritmo de la vida, mirar las cosas, ver y hablar con la gente, andar, trabajar, pero manteniendo siempre dentro la pregunta con el gesto interior de investigación y de espera intencional. En estas condiciones la respuesta vendrá con toda seguridad, porque es un proceso mecánico que se ha puesto en movimiento y que no puede fallar; se trata de una facultad inherente a la naturaleza humana, y lo único que requiere es su adecuado cultivo.
Sucede aquí lo mismo que con cualquier otro nivel. Quien lo cultiva descubre una serie de cosas que le sitúan por encima de los demás que no han tenido tal cuidado. Pero no se trata aquí de incitar a una ambición desmedida. La finalidad de este esfuerzo no es levantar unos palmos sobre los demás, sino situarse con mayor profundidad en el nivel más en consonancia con cada individuo y que precisa para poder vivir con plenitud todo lo que personalmente pueda dar de sí.
La respuesta puede tardar horas y aún días, siendo factores que intervienen en la velocidad del proceso la mayor o menor dificultad del asunto y la habilidad personal. Pero los esfuerzos y el tiempo empleados en este trabajo quedan sobradamente compensados por la calidad de los resultados y por la satisfacción que se experimenta. Cuando se han tenido varios contactos con el nivel intuitivo y creador, se percibe inmediatamente que allí existe una calidad y un valor intrínsecos de que carecen todas las combinaciones mentales que solemos construir con los datos de que disponemos ordinariamente; se trata de una fuerza superior y de una evidencia de que están desprovistas las verdades concretas que solemos manejar en nuestra vida cotidiana.
Una vez que hemos captado la intuición, se impone darle expresión haciendo uso del instrumental concreto apropiado, manejado por nuestra mente concreta. Hay que encontrar para ello la forma más conveniente. La intuición siempre es muy clara, pero muchas veces cuesta darle concreción, trasladarla a un nivel inferior. Intuiciones, por ejemplo, que he percibido en una fracción de segundo, me he pasado luego horas intentando describirlas, sin conseguirlo con exactitud. Allí se ve todo instantáneamente y después se precisan largas explicaciones para exponerlo en nuestro lenguaje; como si la concreción no fuera más que un reflejo siempre imperfecto de aquella realidad superior, o como si en aquel instante estuviera contenido todo este tiempo empleado en la descripción, y ésta no fuera otra cosa que un desdoblarse en lo temporal y espacial de unas verdades que están siempre presentes, actuales, instantáneas, fuera de toda materialización, en regiones superiores de nuestro psiquismo.


c) Condiciones coadyuvantes

Además de las anteriores, existen ciertas condiciones complementarias que facilitan este proceso creador especializado.

7. Reserva emocional y mental, en especial en todo lo relativo al asunto.
El crear es siempre un proceso en el que interviene mucha energía psíquica. Cuando queremos contactar con el nivel intuitivo, a pesar de que la mente esté tranquila y serena, hay una intensa concentración de energía que se dirige hacia este foco elevado de la mente superior. El sujeto necesita estar afectivo y mentalmente muy vitalizado, y cuando no tiene práctica de llegar a los niveles de la intuición, le supone un esfuerzo mayor. Es por lo mismo necesario que evite todo lo que implique pérdida de energía. De ahí que sea precisa una gran reserva emocional y mental general, pero especialmente sobre el asunto concreto objeto del trabajo. Las ideas relacionadas con este asunto están dinamizadas por una fuerte carga emotiva y mental; el sujeto quiere conseguir aquello, ha concedido a su trabajo un sentido de importancia, de necesidad, de urgencia, etc. Por lo tanto, el solo hecho de explicar a otros que está trabajando en tal cosa y que si lo consigue dispondrá de tales ventajas u obtendrá tales beneficios hace que, mientras habla, disfrute con la energía emocional que es la que vitaliza la idea, consuma esta energía, perdiendo con ello vigor la idea. Es corriente, y lo habremos observado incluso en nosotros mismos, que los proyectos que se explican a los demás con autosatisfacción por la alegría o goce que en ello se experimenta, no suelen llevarse a cabo, o su realización deja que desear. Es que, al hablar hemos desparramado la energía emotiva y mental que vitalizaba nuestra idea y entonces nos falta empuje para su realización.
Sin embargo, no tiene este efecto contraproducente hablar con el fin de recibir una orientación de quien puede dárnosla, con tal que no se haga como exhibición de nuestro proyecto, porque sería también perjudicial. Es preciso que las energías se reserven para centrarlas en este nivel mental y dirigirlas hacia el nivel mental superior.

8. Continencia sexual y de excesiva actividad física.
Por idéntica razón a la expuesta en el número anterior, decimos que es conveniente, aunque no absolutamente necesario, que se guarde una continencia sexual. Queremos decir que no se cometan excesos ni abusos y, si puede ser, que se practique una efectiva continencia, porque ésta supone un ahorro de energía que se acumula y es susceptible de ser utilizada en otros niveles. Del mismo modo, evitar la fatiga física y el deporte violento, que consumen gran cantidad de energía, necesaria cuando queremos proyectar nuestra mente concreta a la abstracta para enlazar luego con la intuitiva. En general todo ahorro de energía ayudará a disponer de un potencial mayor para nuestro trabajo creador.

9. Períodos de aislamiento y silencio.
El aislamiento y el silencio evitan la disipación y la dispersión, y al mismo tiempo facilitan la concentración. La creación es como una incubación interior y requiere reposo y tiempo hasta que la mente se centra y las energías dinamizan la idea y la dirigen hacia el nivel intuitivo. Cuando se trabaja en esta dirección se experimenta la necesidad de aislarse, de recogerse, de estar tranquilo.

10. Cambio de ambiente o modificación de estímulos externos.
Cuando se emprende un trabajo creador conviene también cambiar de ambiente, para variar de estímulos exteriores, pero sin entrar en otros que distraigan la mente o requieran un esfuerzo o una atención. Simplemente cambiar de barrio, ver caras nuevas, dejar el círculo cerrado en el que se han formado los hábitos y las actitudes ordinarias. La situación nueva facilita una reacción distinta, fresca en todo nuestro interior. Por esta razón todo el que se dedica a procesos creadores busca de un modo u otro estímulos nuevos.

No queremos terminar este capítulo sin volver sobre la idea inicial de que creatividad no es sólo la capacidad de creación en un orden determinado, sino que se refiere a todas las acciones de la vida, hasta pegar sellos, hacer visitas para ofrecer un producto o dar clase. Toda actividad es susceptible de convertirse en un proceso creador, pues siempre las cosas pueden ser de otro modo, o mejor, nosotros podemos ser de otro modo frente a las cosas, y es entonces cuando las cosas pasan a un modo nuevo de ser, permitiendo una serie de posibilidades que abren horizontes de acción creadora donde todo estaba cerrado por la rutina. Las personas que se quejan de que su trabajo les limita, que no les deja libertad y les impide expresar sus facultades, si trabajasen en su interior con intensidad, encontrarían el modo de hacer de su trabajo una creación y además, en el caso de responder a su naturaleza, hallarían un trabajo nuevo; que también es creación el paso de una actividad a otra. Quien camina en este sentido se convierte en un aventurero de la vida, dejando de ser burócrata y rutinario; constantemente está buscando nuevas formas, incluso dentro de las clásicas y trilladas; bajo la apariencia de una vida externamente cerrada está viviendo por dentro de un modo siempre nuevo, está expresando cosas nuevas. Con ello, realiza también una gran labor: estimula en los demás la necesidad creadora, bien social incalculable, especie de fecundación social. Una persona así, cuando además posee una buena formación de carácter, es excelente para la sociedad, aunque los que están cegados por la rutina interior se alarmen, le miren con recelo y hasta le critiquen. Pero esto es inevitable, lo importante es que uno vea con claridad lo que puede y lo que debe hacer y así lo haga.

21. EL FENÓMENO DE LA IDENTIFICACIÓN. TÉCNICAS DE DESIDENTIFICACIÓN

Planteamiento del problema

Todos hemos constatado que en nuestra existencia práctica necesitamos constantemente movernos, interesarnos por las cosas, fijarnos objetivos por los que luchar con decisión, poner nuestra confianza en ciertas personas, tener la esperanza de nuestro triunfo en un aspecto u otro de la vida, etc. En otras palabras, tenemos la sensación de que para vivir plenamente necesitamos abrirnos a la confianza, a la ilusión, y adherirnos a determinadas ideas sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre la vida.
Pero por otra parte, la experiencia nos enseña dolorosamente que, muy a menudo, las cosas no suceden como las teníamos previstas y que el entusiasmo, la confianza y la ilusión se convierten después con mucha frecuencia en causa de disgusto, de desengaño, de dificultades. Y de hecho, podemos comprobar que todas nuestras desilusiones y disgustos proceden de una forma u otra de frustración de nuestras ideas, esperanzas e ilusiones.
Nos encontramos, pues, con que, si no ponemos entusiasmo en la acción, las cosas no marchan bien y nosotros mismos tenemos la sensación de no funcionar bien tampoco, y si nos entregamos con ardor e ilusión, a menudo después, por una causa u otra, nos llega el desengaño. ¿Por qué razón ha de ocurrir esto? ¿Y cuál debería ser, pues, la actitud correcta que tendríamos que adoptar? La solución negativa o neurótica consiste en cerrarse a toda espontaneidad afectiva y en protegerse detrás de una permanente actitud de encogimiento, desconfianza y escepticismo, pero ¿no habrá una solución mejor, más positiva y más de acuerdo con nuestras aspiraciones? Estos son los problemas que vamos a considerar en el presente capítulo.


La identificación

El problema principal es debido al fenómeno de la identificación. Nos identificamos con las cosas que hacemos, con las que percibimos, pensamos, sentimos y vivimos. Nos identificamos, pero ¿qué quiere decir identificarse? Significa que uno confunde la propia realidad de sí mismo con la realidad de la cosa. En seguida lo veremos más claro a través de ejemplos concretos.
Nuestra identificación alcanza tanto a fenómenos externos como a internos.

1.º Nos identificamos con lo exterior a nosotros, con las cosas que poseemos. Por ejemplo: nuestro traje es algo exterior a nosotros: se ha de cuidar, pero no pasa de ser un traje; no obstante, a menudo nos sentimos como si el traje fuéramos nosotros mismos; si viene alguien y en un descuido nos lo mancha, o nos lo rompe, nos sentimos ofendidos; y muchas veces, no por el hecho material de que nos lo haya manchado, no por la inconveniencia, la incomodidad o el gasto que nos suponga, etc.; nos sentimos ofendidos personalmente, como si nos hubieran manchado a nosotros, como si hubieran manchado a nuestro Yo. Otro ejemplo muy corriente: vamos por la calle y alguien sin querer nos da un empujón. Lo más probable es que tengamos una reacción instantánea de enfado; el empujón de por sí no nos habrá causado daño, pero lo vivimos como una ofensa personal. Si a continuación descubrimos que el señor que nos ha dado el empujón es un amigo, inmediatamente cambia nuestra actitud. Quiere decir que en el primer momento viví mi derecho a la independencia, a la libertad de acción, extendiendo mi soberanía personal desde mi cuerpo a algo que es mi Yo; al darme el empujón lo sentí como si lo hubieran dado a mi Yo, no a mi cuerpo. Todos sabemos con qué facilidad el que conduce un coche se identifica con el coche. Si otro, por maniobrar con descuido, le da un golpe y lo raya, etc., el conductor no reacciona de un modo racional, proporcionado; hay una reacción interna, violenta del Yo que se siente molestado. Todas nuestras cosas, cuanto es de nuestra propiedad o de algún modo nos pertenece se convierten, en ciertos momentos, no siempre, en una proyección del Yo.
Si nos hacemos cargo de unas atribuciones en el lugar de trabajo o si las damos al personal que está a nuestras órdenes -por atribuciones entiendo un lugar, unas responsabilidades, un trabajo que hacer-, a partir de aquel momento dichas atribuciones las convertimos en intocables para superiores y para subalternos, y si se modifican será algo así como poner el dedo en la llaga de nuestro Yo: nos sentiremos heridos, sobre todo si la modificación tiene un sentido restrictivo afectando a nuestro espacio o a nuestras atribuciones. Cuando entramos, al hacernos cargo de nuestro cometido, aceptamos lo que se nos da, pero a partir del momento en que nos hemos hecho a la idea de que es nuestro trabajo y nos desenvolvemos normalmente en él, esta idea se incorpora a la noción de nosotros mismos y vivimos cualquier cambio o interferencia no como una modificación que se hace en algo externo a nosotros, sino como si fuera una lesión a nuestro Yo.
Existe en nosotros una proyección hacia nuestras cosas. Todos tenemos algún lugar donde no queremos que nadie toque nada. No es precisamente porque guardemos allí secretos, cosas íntimas, sino por el sentido de propiedad, de que aquello es la extensión de uno mismo, de la propia persona.

2.° No nos identificamos sólo con estas cosas, lo hacemos también con todo lo que son fenómenos internos:
a) Nos identificamos ante todo, con el cuerpo. La persona que tiene por ejemplo la idea de si es muy alta o muy baja, gruesa o delgada, llega a preocuparse tanto, como si su cuerpo, la forma de su cara, etc., implicara un Yo más fuerte o más débil, como si el Yo valiera más o menos según la forma de la nariz, de las orejas o según la estética. Nos sentimos disminuidos en nuestro valor intrínseco, nos vivimos de un modo atrofiado; no es una valoración de la cosa que tiene una imperfección, es una vivencia minimizada de uno mismo, como si todo el Yo Fuera imperfecto.
b) Nos identificamos igualmente con nuestras sensaciones, que provienen del cuerpo, sean de dolor o placer. Cuando las siento, en aquel preciso momento, yo soy aquel dolor y todo lo miro y lo valoro en función del dolor.
c) Del mismo modo nos identificamos con nuestros sentimientos: cuando estoy entusiasmado por algo, soy aquel entusiasmo y no puedo aceptar que me lo nieguen, o que me digan que es absurdo. Estoy identificado con mi sentimiento, para mí aquel sentimiento soy yo, y negarlo es negarme a mí.
d) Idéntico fenómeno ocurre con nuestras ideas. Basta oír las discusiones que se suscitan en la vida ordinaria y veremos que la mayoría de las veces cada uno discute sólo para defender su idea, porque en aquel momento la vive, no como idea que él tiene, sino como si fuera él mismo; quizás en otra ocasión adoptará otro punto de vista sobre el mismo tema con igual entusiasmo.
Fundamentalmente nuestro Yo no es ninguna de estas cosas con las que nos identificamos (objetos externos, cuerpo, sensaciones, sentimientos o ideas). No lo es de un modo muy claro, muy evidente. Nosotros no somos las cosas, las posesiones, porque tanto si las tenemos, como si no, somos los mismos; no somos el cuerpo porque es algo que está en constante renovación; el cuerpo no es más que un proceso dinámico de materia que cae bajo la acción del campo vital, fuerzas centrífugas y centrípetas de nuestro nivel vital, que movilizan un proceso constante de asimilación y eliminación, de renovación de toda la materia. Por lo tanto la materia que está en movimiento no soy yo, es algo que utilizo. Yo soy el mismo con este cuerpo que tengo ahora, que hace años. No soy las sensaciones, porque van y vienen, y yo continúo siendo el mismo. Tampoco los sentimientos, porque éstos igualmente van y vienen. No soy las ideas, porque ahora tengo unas y después otras. Y sin embargo siempre soy yo quien tengo ideas o quien tengo sentimientos, o cuerpo, etc.
La prueba de que yo no soy ninguna de estas cosas es que, si aprendo a observarme un poco, veré que en cada momento me adhiero a algo completamente diferente: cuando estoy eufórico por algo, me adhiero al entusiasmo y en aquel momento veo todas las cosas bajo esta luz del entusiasmo, quedando todo subordinado a él; si tengo una idea que me parece genial, me uno a esta idea y todo lo miro en función de ella; otras veces siento un impulso vital muy fuerte y vivo: este impulso es entonces lo más real para mí. Así voy saltando constantemente de un punto a otro, y en cada momento vivo cada punto como si fuera el más importante, como si él fuera yo; cuando estoy adherido a una cosa, no puedo separarme de ella. Por eso, a la hora de hablar, de discutir, es tan importante ver adonde está asido mi interlocutor, porque no le podré hacer descender de allí; y, si lo logro, lo vivirá como una derrota, como un ataque personal. El hecho de que nos identifiquemos ahora con una cosa y después con otra, quiere decir que no somos ni lo uno ni lo otro.
Confundimos constantemente la realidad intrínseca del Yo con las cosas, con los fenómenos que nos suceden, con los que vivimos y con los que experimenta el Yo.
Nuestra fuerte tendencia a la identificación nos envuelve en serios y frecuentes problemas; es la causa de todos los desengaños, desilusiones y preocupaciones, que provienen precisamente de una ilusión y un engaño previos, cuando vivíamos confundiendo nuestra realidad y valor con una determinada cosa, sea la que fuere; entonces estábamos ya condenados al desengaño, porque nos apoyábamos sobre algo de por sí inconsistente, transitorio. Todo lo que existe tiene una naturaleza dinámica, está en un constante proceso de renovación, de movimiento; nada hay estable adonde podamos asirnos y vivir en completa seguridad. La única seguridad la hemos de encontrar en nuestra propia fuente de energía, el núcleo de nuestro Yo.
En el capítulo 12 quedó descrito el fenómeno por el que estamos proyectando continuamente nuestra noción de realidad en las cosas; la noción de realidad profunda que nos viene de nuestro núcleo de energías la proyectamos en las percepciones. El que ahora estudiamos es el mismo fenómeno de proyección de nuestra realidad en las cosas y fenómenos, incluso internos. Entonces era mi realidad prestada al personaje de una película, y vivía como si yo fuera él, me identificaba con él, confundía mi realidad con la suya. Ahora confundo mi realidad, mi fuerza con un fenómeno que me sucede, que es una emoción, un sentimiento, una idea. En todo momento yo soy el sujeto de las cosas que hago; no soy nunca las cosas que hago. Hay algo en mí que es el eje central del cual arranca todo lo que es acción, iniciativa; pero mi mente, como siempre que vivo en un nivel superficial, hace que no preste atención en primera persona a esta realidad central que soy yo, sino que sólo me sienta yo en la cosa que hago. Me siento yo en el momento en que hablo y por lo tanto creo que yo soy mi inteligencia, o la idea que se me ocurre, creo que el Yo es el hecho de que los demás queden convencidos, de que los demás me ayuden, me favorezcan, etc.; pongo mi Yo en estas cosas.
Consecuencia inevitable de esta confusión es que la persona depende de las cosas. Si confundo mi realidad con algo, evidentemente dependeré de este algo. Fenómeno paralelo al del Yo-idea, la imagen que tenemos de nosotros mismos; el creer que yo soy esta imagen hace que tienda a verlo todo en función de dicha imagen, y toda mi actividad dependerá del Yo-idea.
Cada momento que vivo identificándome con una cosa, estoy todo yo condicionado por aquello con lo que me identifico. Si es con una idea, es decir si esta idea la vivo como si fuera el Yo, toda mi actitud quedará condicionada a defender tal idea y a demostrar que es cierta y que las de los demás no lo son o no lo son tanto. Quiere esto decir que dejo de poder utilizar todas mis capacidades y recursos y quedo supeditado por el gesto inicial.
Es este un problema de capital importancia personal y que nos afecta a todos. Uno de los ejemplos que ponen mejor de manifiesto adonde puede conducir el fenómeno de la identificación es el de la persona de edad avanzada que se encuentra con que ya no es capaz de sostener el ritmo de trabajo que le exige su papel en la empresa, pero no puede ni por un momento aceptar la idea de no seguir desempeñándolo y dejar la empresa. Se vive a sí mismo en la medida en que realiza aquel trabajo, ha asociado su noción de realidad a sus funciones laborales. Y se encuentra con que van pasando los años, sus fuerzas declinan, no tiene la agilidad de antes, el trabajo tiende a ser cada vez más complejo, a exigir mayor esfuerzo, mientras él va perdiendo memoria, iniciativa, capacidad de lucha, etc. Al no poder renunciar, porque está identificado con aquella situación, y siente que depende de ella, se le plantea el problema de la edad como una bofetada de la vida, como un ataque personal. Son las personas que se aferran a sus puestos de trabajo y que, sin embargo, están ya totalmente incapacitadas; marchan ellas mal y hacen ir mal a los demás. Son las mismas personas que encuentran también gran dificultad para la delegación de atribuciones.
Si pudiéramos descubrir, percibir de modo más directo nuestra realidad intrínseca, nuestro Yo, estaríamos en condiciones de desprendernos de las cosas y podríamos empezar a manejarlas de verdad. La única forma viable de manejar las cosas es que las cosas para nosotros sean objeto, es decir, queden fuera de nuestro Yo. Cuando creo que una cosa soy yo, no la puedo manejar. Para manejar algo he de tenerlo ante mí, ha de ser un no-Yo. Si yo, por ejemplo, me confundo con mis ideas, no puedo regular mi mente; si me confundo con una situación personal, no puedo dirigir aquella relación personal. En general, estoy totalmente incapacitado para manejar las cosas con las que me confundo; he de estar fuera de ellas. Consiguientemente, en la medida en que consigamos descubrir, vivir nuestro Yo, empezaremos a llevar las riendas de todas nuestras facultades, podremos encauzar nuestras emociones, no ser juguetes de ellas; podremos barajar las ideas, las situaciones que se crean constantemente en la relación personal. Podremos manejarlo todo y no ser marionetas en manos del mundo exterior o del interior, por vivir identificados con el uno o el otro, siguiendo sus vaivenes en las variadas incidencias de nuestra vida.
Es sumamente importante para el que quiera llegar a tener un rendimiento superior, que aprenda a desidentificarse. El mismo problema se repite con matices peculiares en los trabajos de equipo, de grupo, en colaboración. Todo trabajo de equipo, para que sea eficaz, exige que las personas que participan en él hayan trascendido sus problemas individuales, que sean capaces de pensar en un nivel superior de la mente, centrado sobre el asunto, no sobre el Yo. Recordaré al lector que existe un nivel personal de la mente funcionando al servicio del Yo, y otro nivel de la mente superior que tiene la capacidad de vivir las cosas por sí mismas, de modo impersonal. Pues bien, todo trabajo en equipo exige que cada uno de sus componentes haya actualizado, al menos en parte, este nivel superior. El que no lo ha conseguido está totalmente incapacitado para llevar a cabo una labor fructífera en equipo; se encontrará con que siempre, de modo inevitable, utilizará al equipo, al grupo, para su servicio personal, porque no puede pensar de otro modo. Como sólo funciona en el nivel de la mente personal, por mucho que se esfuerce, o aunque tenga muy buena voluntad no podrá pensar si no es relacionándolo todo con su persona e incluso juzgará, valorará y manejará a los demás de acuerdo con esta escala de valores: lo que va a favor o en contra de su persona.
Uno de los autores que han estudiado más detalladamente las fases del desarrollo, en nuestro crecimiento psicológico, es Künkel. Según este autor, pasamos por tres etapas:

1.° Vivimos el período que podríamos denominar de conciencia de rebaño. Es la etapa infantil, en la que nos apoyamos principalmente sobre la conciencia del conjunto, nos sentimos inclinados a actuar por lo que hacen los demás, nos vivimos seguros en la medida en que nos movemos dentro de un conjunto.
2.° En la adolescencia aparece una nueva fase: la del nacimiento de la conciencia del Yo individualizado. En el adolescente empieza a germinar la necesidad de sentirse él, de vivirse él, de pensar, juzgar y decidir por sí mismo; busca afirmar su personalidad. Pero se encuentra dentro de un ritmo que ha vivido hasta ahora, inmerso en un conjunto, y se suscita una lucha interior entre su tendencia anterior a apoyarse en el conjunto y la nueva tendencia que aparece, de vivirse él, de independencia. Sólo puede vivirse asimismo como ser independiente en la medida en que se emancipa del conjunto. Ya para ello empieza a oponerse al conjunto; es la etapa tan normal, pero tan inestable, por la que todos hemos pasado, en que se experimenta una necesidad de protesta contra todo, contra la gente en general y especialmente contra los que eran antes más queridos. El adolescente no puede soportar ninguna caricia de su madre; protesta por cualquier motivo, necesita discutir las opiniones de su padre, aunque sea acogiéndose a la opinión más absurda; no es la opinión lo que le importa, sino su propia postura; necesita ir sintiéndose más a sí mismo y lo consigue tanto más cuanto más enérgicamente se opone al conjunto. Ahora, el conjunto, los otros, son considerados por el adolescente enemigos de su Yo, de su crecimiento interior, de su individualidad, de su importancia.
3.° Cuando su Yo se va desarrollando, va tomando posesión de sus propias capacidades, va viviendo en primera persona más experiencias, va incorporando al Yo-experiencia de un modo consciente más contenidos, va sintiéndose también más fuerte, y llega a adquirir una plena seguridad de sí mismo como individuo. Normalmente, debería conseguir la maduración entre los 23 y los 25 años. Cuando ha adquirido esta plenitud, esta evidencia de sí mismo como individuo, con conciencia de su Yo, y se apoya en sí mismo, y aprende a decidir, a actuar de verdad, entonces empieza a descubrir que hay otras personas y que estas otras personas son también un Yo como él; empieza a vivir a los demás como otras personas individualizadas con un valor tan auténtico como el suyo. Está ya de lleno en la tercera fase que consiste en descubrir que los demás son personas como él, que no se le oponen, sino que forman todos un conjunto, un grupo de personas libres, independientes, maduras. Ha llegado a adquirir una conciencia de «nosotros», y con ella la completa madurez psicológica.
Podríamos decir que, normalmente, sea por conflictos internos, o por el escaso desarrollo de la mente, la mayor parte de las personas quedan detenidas en la segunda fase, de necesitar desarrollar, confirmar, asegurar su Yo. No pueden todavía hacer un trabajo auténtico de colaboración, de entrega, que suponga adhesión a valores impersonales, porque aún tienen pendiente el problema de su propia evidencia, de su propia seguridad personal e individual, y mientras este Yo individual no se viva del todo, no haya madurado, es imposible que uno pueda abrirse a los demás. Al escoger personas con las que se haya de formar sociedad o entrar en colaboración, del orden que sea, es imprescindible que uno aprenda a juzgar la madurez de las personas, seleccionadas, no por el grado de su inteligencia -cuestión aparte-, sino por su desarrollo de la conciencia de sí mismos. ¿Hasta qué punto esta persona es capaz de pensar en función del conjunto? ¿Tiene tal vez demasiados problemas personales sobre su propia valoración, que le impedirán pensar de un modo objetivo en función del grupo, del conjunto, de la institución?


Técnicas de desidentificación

Cuando todo lo expuesto se ve con luz meridiana, entonces se puede empezar a apreciar la importancia de adquirir esta emancipación interior, este descubrir, este vivir realmente lo que es el Yo. No podremos conocerlo nunca a través de las ideas, a través de los sentimientos y sensaciones, a través de ninguna cosa concreta externa, porque el Yo es el protagonista, el actor que lo utiliza todo, ideas, sentimientos, emociones, pero que permanece consciente, distinto y fuera de todo ello.
El Yo no es algo que se haya de apresar, que se haya de incorporar, desde fuera, porque el Yo ya lo somos. Yo soy yo; no tiene que venir a incorporárseme de ninguna parte. Pues entonces, ¿qué es lo que impide que viva mi Yo de un modo directo, que este Yo, esta fuerza, este eje, este núcleo espiritual se integre con mi mente consciente, que tome conciencia de él, de mi Yo? Sencillamente, mi actitud mental y emocional que está constantemente pasando de una cosa a otra. Nuestra mente funciona de un modo superficial y rígido; es preciso que aprendamos a abrir más la mente y a profundizarla más. No hemos de hacer nada especial, porque el Yo ya está dentro. Lo único que nos impide percibir de un modo directo e inmediato el Yo es la multiplicidad de cosas que estamos haciendo sin cesar y con las que nos estamos identificando. En el instante en que dejemos de identificarnos con las cosas, que abramos y descansemos la mente y el estado de ánimo, pero que al mismo tiempo nos conservemos bien despiertos, en aquel momento aparecerá, surgirá la conciencia clara de lo que hay detrás de todo esto: yo mismo.

1. El problema consiste en poder detener el vértigo en cadena de procesos mentales, de imaginaciones, de ideas, de actitudes más o menos tensas y de estados emocionales que van subiendo y bajando como el agua en una caldera en ebullición; aprender a tranquilizarlo, aunque sólo sea por breves instantes, y a permanecer con la mente abierta y relajada. Nos cuesta porque estamos acostumbrados a sentirnos despiertos en cuanto realizamos un esfuerzo y dormidos en la medida en que no hacemos esfuerzo alguno. Esta asociación del hecho de estar estirados y relajados con el dormir, y el de estar tensos y preocupados por algo con el de ser conscientes, dificulta el que podamos concebir y hacer las dos cosas simultáneamente: estar tranquilos, relajados y al mismo tiempo bien despiertos. Al principio nos causará la sensación de que perdemos el tiempo, de que es inútil, pero se deberá a que estaremos notando la ausencia de los estímulos habituales. Aprendamos a permanecer así pocos momentos, cinco minutos, con la mente tranquila, despejada, y aparecerá algo ulterior, solemne, importante, más allá de las ideas, de las formulaciones concretas, que sentiremos que soy Yo.

2. Existe otra forma de llegar al Yo, no a través del silencio, sino a través del movimiento, de la acción. De hecho, todo fenómeno que vive en mí irradia de mí, parte de este Yo. ¿Cómo llegar al Yo por este camino? En lugar de estar pendiente sólo del sector externo del fenómeno, abrirme para vivenciar más el aspecto interno de este Yo. Siento por ejemplo, emoción o ganas de salir fuera. Normalmente, sólo percibo este aspecto, ir afuera, el hecho externo del fenómeno; pero si abriera más mi mente, si fuera más consciente de mí mismo, vería que estas ganas de salir fuera surgen del fondo de mí mismo, y, mirando hacia este fondo, me sentiría cada vez más cerca de mí mismo, hasta llegar un momento en que me sentiría yo: yo, y, aparte, el fenómeno vital, emotivo, etc., que sale como un rayo de este centro. Cualquier fenómeno, el que sea, un pensamiento, una emoción, una acción física, todo nos puede llevar hasta el Yo, a condición de que aprendamos a ir abriéndonos, a mirar más allá, a remontar la corriente, a ir siguiéndola hacia adentro. En pocas palabras: aprender a estar más despiertos para ir viviendo cada vez más arriba. Que cuando yo sienta ganas de hacer esto, que me dé cuenta de que hay un Yo. Sentir más profunda esta resonancia y detrás de la resonancia emotiva vendrá la del Yo; ir abriéndonos a cada fenómeno de modo que nos acerquemos cada vez más a esta fuente, a lo que es realmente el núcleo del impulso, de la idea, del interés, de la acción. Es un proceso de apertura mental.
Lo mismo puede hacerse dinámicamente. Lo que uno puede realizar sin una excesiva preocupación por la acción -momentos de un paseo, de una lectura en plan recreativo, en el cine, minutos de espera en alguna sala para que nos reciban, innumerables ocasiones- pueden aprovecharse para ir tomando conciencia de que soy este Yo que resuena dentro de mí. Como puede verse, siempre se trata de lo mismo: hacer que la mente se amplíe y vaya adentrándose hacia el origen. Sin abandonar el campo corriente de acción, la atención a las sensaciones, a la acción exterior y a todo lo qué ocurre fuera, ir ampliándolo para que yo me vaya viviendo más a mí mismo, sea más consciente de lo que ya soy: ejercicio de apertura, de gimnasia mental. Aprender a estar bien abierto y bien despierto mientras estoy viviendo.

3. Otro camino para llegar a la desidentificación consiste en cultivar los valores superiores, descubrir la realidad que hay en los niveles superiores y penetrar en ellos; en el momento en que llegue a un nivel de realidades superiores y las viva intensamente apoyándome en ellas, no me costará nada dejar las otras cosas personales, las emociones, los deseos, los miedos. Este camino se bifurca: podemos seguir la vía religiosa o la vía intelectual.
La vía religiosa, en el nivel afectivo superior, utiliza el amor a Dios. Que comprenda que Él es un ser subsistente, por sí mismo, que está por encima de las contingencias, del vaivén de las cosas, que es inmutable y eterno; y que viva más y más su amor, su realidad y me apoye enteramente en Él. Entonces me será sorprendentemente fácil desprenderme de lo otro; en la medida en que viva con autenticidad una realidad superior, no me resultará difícil dejar las inferiores. Lo que cuesta es dejarlo todo, se nos hace imposible. No podemos suprimir toda identificación sin apoyarnos en algo; es preciso descubrir el núcleo del Yo o una realidad de un nivel superior a la vida corriente donde poder asirnos. Y la vida religiosa nos permite apoyarnos en un nivel real y persistente. Todo lo que nosotros vivimos personalmente, emociones, sentimientos, estados fisiológicos, ideas, tienen siempre un ciclo de elevación y depresión, está sometido a un movimiento de altibajos, de flujo y reflujo. Por lo tanto, no podemos apoyarnos en lo que es tan inestable. Aparte de que, al fin, todo termina desapareciendo. Pero, incluso mientras dura, está sometido a variaciones, a vaivenes. Mientras que los niveles que trascienden a los puramente personales el nivel afectivo superior, el mental superior y el nivel de la voluntad creadora, tienen una existencia siempre regular, una estabilidad total, que permite que uno se pueda literalmente apoyar en ellos encontrando un sostén auténtico, y pudiendo desprenderse de los demás.
Si, en la práctica, estos niveles superiores no nos sirven de apoyo es sólo porque no los vitalizamos. Para nosotros las ideas y los sentimientos de la vida corriente son tan importantes que nos preocupan, precisamente porque los estamos vitalizando y prestando constantemente atención y conciencia. Y esta atención hace que la energía con que los vivimos vaya aumentando. En cambio, sólo pensamos y activamos esporádicamente los niveles superiores; y, naturalmente, sufrimos una aguda anemia en estos niveles, los vivimos con menos consistencia, con menos realidad que los de la vida corriente. Esta diferencia entre el vigor de unos y la anemia de los otros es producto exclusivo de la diferente circulación de energía con que los alimentamos a través de la atención. Si aprendiéramos a centrarnos en la noción de Dios con tanta frecuencia como lo hacemos en la noción de la gente que nos rodea, la noción de Dios tendría para nosotros una realidad y fuerza tan vivas como la noción de la gente y de las cosas materiales. Repetimos que la noción que tenemos de realidad depende exclusivamente de la cantidad de energía que movilizamos: a más energía, más intensa vivencia de la realidad de una cosa. El hecho de que durante parte del día y de la noche estemos sólo pendientes de las ideas de las cosas, de la gente, de los problemas más triviales, de nuestras sensaciones, determina que esto tenga para nosotros un sabor poderoso de realidad; mientras que lo más elevado, aunque consideramos que cualitativamente posee una realidad más rica, cuantitativamente esa realidad no se ha expresado en nosotros; por eso a la hora de la verdad vivimos con mayor realismo los problemas de cada día, que no el mundo suprasensible que pueda haber allá arriba, en regiones psicológicas a las que apenas nos acercamos. Porque un nivel se vitaliza gracias a la atención que le prestamos; la atención canaliza la energía; y la energía hace que aquel nivel se desarrolle y que yo perciba cada vez más su fuerza, su realidad.
Si aprendo a prestar sincera atención a las cosas religiosas -de verdad: no sólo pensar en ellas, sino vivirlas, sentirlas, establecer conexiones de todo orden con Dios-, llegarán a tener para mí tanta realidad o más que todas las otras. Porque el nivel religioso es tanto o más real que los demás. Pero ahora no estoy facultado para verlo así, porque no he adiestrado mi visión en el nivel afectivo superior. A medida que piense y viva en él, la religión adquirirá fuerza y me servirá realmente de soporte.
Otro tanto ocurre con el nivel mental superior, que es el nivel del conocimiento universal. Todos sabemos que existen verdades generales; pero estas verdades generales ¡qué poca utilidad tienen a la hora de resolver nuestros problemas! No nos sirven prácticamente para nada. A lo más para pensar, para especular, en un terreno teórico, quizás también para demostrarnos a nosotros mismos, con un poco de narcisismo, las ideas tan amplias que poseemos y los espacios dilatados por los que discurre nuestra razón. Pero, de hecho, ocurre exactamente lo mismo que en el nivel afectivo superior: el nivel mental, que me capacita para la visión de estas verdades universales, está completamente anémico, sin cultivar, y lo está porque no vivimos en él. Si aprendiéramos a centrarnos en él, a practicar la meditación, la reflexión de un modo sistemático en este nivel -no una divagación utópica o a impulsos de un soplo eventual de la inspiración, sino sistemática, con el mismo vigor con que llevamos a cabo las cosas de la vida diaria- entonces estos niveles se desarrollarían, tendrían una consistencia real y veríamos que el nivel de las ideas y verdades universales es un mundo más real que este mundo concreto de las pequeñas ideas, pues en rigor todo este mundo de las ideas concretas se nutre del de las ideas universales, es una temporalización de aquél.
Uno de los hombres que en nuestra época han cultivado de modo más directo los procesos de interiorización y concienciación del Yo, es el yogui Ramana Maharshi. Explica él cómo llegó a esta vivencia interior. Cuando tenía 16 ó 17 años, estando en su casa, de repente experimentó la evidencia de que él tendría que morir algún día, y esto le indujo a dramatizar la situación en que un día se encontraría. Se tendió en el suelo y se dijo: «No respiraré, ni pensaré, ni haré nada; bueno, ahora ya estoy muerto, y ¿qué es lo que está muerto? ¿Qué es? ¿Qué soy yo?». A través de una vivencia muy profunda de esta situación, llegó a la evidencia interior de su Yo, más allá de los fenómenos. Después, Ramana dejó su casa y se retiró para centrarse más en su hallazgo y llegar a la plena saturación de esta vivencia. Al cabo de algún tiempo lo encontraron en una cueva rodeado de escorpiones y él estaba allí, inmutable, meditando, sin que le hicieran daño. Al final, la gente, que en la India tiene una inclinación especial a buscar santos, se alborozó por haber encontrado uno. Le cogieron, le bajaron a la ciudad y le pidieron que les enseñara. El continuaba completamente indiferente. Pero al cabo de algún tiempo empezó a dar orientaciones a las personas que querían llegar a la misma liberación. Todo lo que él les recomendaba era: «Lo único que debéis hacer es formularos la pregunta ¿quién soy yo?, ¿quién soy yo?; buscar realmente quién es este Yo. No se trata de afirmar si soy esto o aquello, es buscar la fuente. Del mismo modo que en algunos puertos se tira una moneda en el agua y algunos bajan al fondo para recogerla, y luego se la quedan, así habéis de entrar vosotros en el interior de vuestra conciencia y formularos la pregunta: ¿quién soy yo?, hasta llegar a tomar contacto con este núcleo central que es el Yo. Todas las demás prácticas que podáis hacer sólo valen si ayudan a conseguir la respuesta a esta pregunta. Que esta sea vuestra única labor de investigación: la autoinvestigación».
Es algo que puede hacerse. Preguntar ¿quién soy yo?; pero no contestarlo de un modo intelectual, sino buscar, sentir este Yo que hay detrás, sentirlo y penetrarlo con la mente. En el momento en que la mente se ponga en contacto con este nivel profundo, vendrá la comprensión, la iluminación, que es sólo este simple contacto entre el Yo y la mente.
Puede parecer muy elevado. No digo que sea fácil; pero tampoco es nada imposible. Puede conseguirse. Es cuestión de trabajar. Y trabajar en esto es trabajar para multiplicar indefinidamente la capacidad de rendimiento externo y la capacidad de vivir con paz interior. ¡Lo que es no depender de las ideas, no depender de la situación exterior, de ningún vaivén de las cosas, vivir directamente. No apoyarse en las cosas, sino utilizarlas! Realmente equivale a un nacimiento con el que se empieza a descubrir la realidad de sí mismo más allá de las ideas, nacimiento a un orden completamente nuevo.
Los efectos que produce son notabilísimos: primero, proporciona una gran paz, una inefable tranquilidad interior; y en segundo lugar -tema del presente capítulo- la capacidad de poder manejar a voluntad las ideas, los estados emocionales, las más diversas situaciones personales respecto de la gente y del mundo exterior.
A veces, suele parecer una seria objeción el decir «si me desidentifico de las cosas, si suprimo la ilusión que tengo puesta en las cosas, en mis objetivos, en la realización de mis deseos, entonces ¿quién hará nada? ¿Qué estímulo tendré para trabajar, para mejorar, para progresar?». Esta pregunta parte de la idea que tenemos de que, para vivir, necesitamos siempre un estímulo externo o exteriorizado. Tal idea se debe a que, hasta ahora, la mayoría de las veces es precisamente un estímulo externo lo que nos hace funcionar, y observamos que la persona que no tiene la ilusión de llegar a algo, no hace nada. Entonces deducimos: a quien no tiene ilusión, le falta móvil de acción. Las cosas nos estimulan hacia el futuro en la medida en que hay en nosotros insatisfacciones del pasado. Anteriormente hemos dicho que toda la fuerza que tiene para nosotros la idea del futuro proviene de la carga sin actualizar del pasado, de todo lo que quiere exteriorizarse en mí para llegar a normalizarme, a completarme, a saldar mi cuenta. Por eso necesito un objetivo en el futuro aunque este objetivo después lo vaya cambiando, o renovando. Pero lo necesito y la ilusión de conseguirlo me hace vivir.
Es un espejismo. En realidad, no lo necesitamos; la sensación de necesidad es sólo producto de las cargas del pasado no liquidadas. Por otra parte, la persona que aparentemente vive sin esta ilusión no es que esté limpia, sin represiones procedentes del pasado, sino que existe en ella un bloqueo incluso de la ilusión; las represiones han cerrado un círculo en cuyo centro vive inmovilizada: no puede hacer nada.
Pero fuera del dilema entre tener ilusiones o no tenerlas por un bloqueo afectivo, existe otra solución, precisamente la correcta: haber descargado todo lo que pesa en el interior, no depender del futuro y estar abierto interiormente. Entonces, con toda seguridad, no precisaré ningún estímulo artificial, ninguna idea del futuro para vivir de un modo activo, de un modo creador; porque el mejor estímulo, el único auténtico es la vida que se expresa en mí, la vida misma que me da el ser, la vida que me hace existir en todos mis niveles, la vida que dinamiza, mi biología y me produce hambre y ganas de moverme, apetencias de toda índole y toda suerte de expresión vital. Esta misma vida que estimula mi mente y me provoca curiosidad, necesidad de comprender las cosas, la que estimula todos mis niveles espirituales y materiales y cuyo efecto es que yo disfrute haciendo cosas, creando, proyectando, expresando todas mis capacidades. La vida en mí es el estímulo primordial que irradia en todas direcciones. En el momento en que deje de depender de falsos estímulos, empezaré a sentir el verdadero estímulo, el que no falla, porque es el mismo que me hace vivir y que puede alcanzar su máxima expansión a través de todo mi ser. Todos mis niveles funcionarán sin trabas respondiendo auténticamente al estímulo de la vida en mí; viviré cada situación del todo, con entusiasmo, porque la vida es siempre acción, afirmación, es siempre positiva.
A la persona que aprende a vivir centrada en el verdadero Yo y abierta a la vida lo único que no le faltarán serán estímulos. Cambiará, sí, la naturaleza de estos estímulos. Las cosas que antes le ilusionaban, no le llamarán ahora la atención, pero empezarán a aparecer otras nuevas y éstas responderán a su verdad, a su naturaleza, a sus aptitudes, a su verdadero papel en la vida. Se dará cuenta entonces de que ya no es el autor, el protagonista y único responsable de la propia vida. Empezará a realizar que la Vida es algo que le está empujando y dirigiendo, descubrirá que la Vida es una inmensa realidad que le está conduciendo con suma inteligencia, poder y bondad -a veces, aun a pesar de sí mismo- en todas las situaciones, grandes y pequeñas, de su existencia. Que su verdadero bien y su plenitud residen en permanecer cada vez más unido a ella con una profunda atención, apertura, entrega y adhesión, y en colaborar activamente con sus emociones poniendo sin reservas las propias facultades y capacidades al servicio de quien realmente pertenecen, de la Vida, y de Dios, que en el fondo es su único sujeto y protagonista.

22. LOS ELEMENTOS POSITIVOS DE NUESTRA PERSONALIDAD

Creo que será útil aquí una recapitulación de cuanto llevamos dicho acerca de los elementos positivos que constituyen nuestra personalidad, ya que en último término son estos elementos los que han de constituir el apoyo básico y estable de nuestra mente para percibir y expresar en todo instante nuestra verdadera naturaleza.
Al hacer hincapié en estos elementos positivos de que disponemos para empezar nuestro trabajo, no apelamos a ninguna autosugestión, sino que nos limitamos a hacer uso de lo que constituye nuestro patrimonio natural en su aspecto intrínseco, aparte de toda comparación; quiero decir que partimos de algo que es nuestro, y de lo cual, en un momento determinado, empezamos a ser conscientes. Esta toma de conciencia en conjunto, que viene a ser una especie de inventario íntimo de nuestro haber psíquico, nos hará tener una visión más exacta y compendiada de la riqueza de que disponemos y adoptar una actitud francamente optimista y positiva, porque, aun en el peor de los casos, nuestro patrimonio psíquico sigue siendo algo real y de considerable valor.
Cada uno de los niveles de nuestra personalidad es una fuente de energía positiva, porque son niveles reales, niveles de vida que existen dentro de nuestra constitución psicofísica, seamos o no conscientes de ello. Por lo tanto, examinemos en cada uno de los niveles de la personalidad cuáles son nuestros elementos positivos.


Nivel instintivo-vital

Se trata aquí de tomar conciencia de nuestra energía biológica.
En el nivel físico el cuerpo es sólo el resultado pasivo de unas fuerzas que lo hacen funcionar, o el instrumento de expresión de estas fuerzas. En una palabra, el cuerpo es la cristalización de una vida vegetativa. El elemento positivo en que nos hemos de apoyar es, pues, la fuerza y energía propia de este nivel instintivo-vital. ¿Cómo? Tomando conciencia de esta energía. Para ello, en primer lugar, sintiendo nuestro propio cuerpo. Dejarnos llenar de la sensación de que todo el cuerpo y cada uno de sus miembros son nuestros.
Nuestro nivel instintivo-vital es una fuente espléndida, magnífica de energía. Una parte ya la vivimos cuando respiramos, nos movemos y realizamos todas las funciones biológicas y otra parte queda almacenada y latente y surge sólo en momentos solemnes, extraordinarios.
El mal está en que nosotros no nos aprovechamos ni de una ni de otra en lo que respecta a su integración en nuestra conciencia. Gracias a esta energía funciona el corazón, respiramos, es estimulado el cerebro, y todo nuestro cuerpo es un mundo de actividad biológica, pero nosotros nunca tomamos directamente conciencia de esta energía, porque nuestra mente consciente está siempre ocupada pensando en los asuntos más dispares y vive constantemente alejada de este nivel instintivo-vital, olvidando sintonizar con la energía biológica. Sólo rara vez ésta se le impone, cuando siente mucha hambre o cualquier otra necesidad muy imperiosamente; mientras esto no ocurre, la energía biológica sigue su curso y la mente sus caminos sin encontrarse nunca en el plano de la conciencia, y al no pasar esta energía por la mente consciente, no incrementa la conciencia de la propia energía, es decir, la conciencia de realidad del Yo. Si pudiéramos sintonizar nuestra mente con la energía que nos hace vivir, mover, respirar, etc., aumentaríamos en grado sumo nuestra conciencia de fuerza, de energía, de nosotros mismos, porque esta energía, cuando pasa por la mente, se convierte en experiencia consciente, por lo tanto desarrolla el Yo-experiencia en un nivel vital, ya que es energía auténtica, real. Así pues, sin la menor duda, aprender a abrir la mente, y sincronizarla con nuestros procesos biológicos es ensanchar, consolidar, reforzar en grado creciente nuestra conciencia general de nosotros mismos, lo que nos proporcionará una noción de seguridad, de fuerza, de potencia, muy interesante. Cuando una persona es consciente de su energía vital, adquiere seguridad, confianza en sí misma, optimismo espontáneo, sano, que surge por el simple hecho de vivir conscientemente la energía biológica siempre positiva. Aunque uno esté enfermo puede tener poca energía, pero toda la que hay en él es positiva; lo que uno es, es siempre positivo, conciencia de vivir, de moverse, de ejercitar las funciones en un plano biológico. Sintonizar la mente con nuestra biología es, por lo tanto, asentar nuestro psiquismo sobre una base elemental, pero sólida, positiva, real, es pisar terreno firme.
Hablamos del desarrollo de la personalidad, lo que quiere decir que se ha de desarrollar todo lo que tenemos y hemos de empezar por lo que está más al alcance de nuestra conciencia actual y que estamos viviendo constantemente: nuestro nivel instintivo-vital.
Daremos algunos ejercicios, que a primera vista parece que nada tienen de particular, pero que son muy eficaces para tomar conciencia de esta energía. Nótese bien que en ellos lo fundamental es que la mente se abra para que este circuito de energía pase por ella y se convierta en experiencia positiva. No que vivamos pendientes de nuestra biología, sino que ampliemos la mente de modo que yo viva también mi biología. Esta vivencia de nuestra propia biología puede hacerse por partes de este modo:

- La salud: cuando todas las funciones de órganos, aparatos y sistemas de nuestro cuerpo se realizan normalmente, decimos que gozamos de «buen estado de salud». Pues bien, nada más natural que ser conscientes de esto positivo que es tener salud, sentirnos con fruición llenos de salud, puesto que es un elemento positivo en nuestro haber. Nos invadirá entonces un gran optimismo y confianza en nosotros mismos, y adquiriremos una gran capacidad de acción.
- Las funciones orgánicas normales: comer, beber, movernos, eliminar, etc.; en nuestra vida corriente solemos realizar todas estas funciones como si perteneciesen a otra persona, sin prestarles atención. Pero son funciones de nuestro organismo, que llevan aparejado a su ejecución un goce y una satisfacción, vegetativa ciertamente, pero positiva y en la que se dinamiza gran cantidad de energía. Disfrutemos, pues, conscientemente, del placer del acto de la comida, de la bebida, etc., sintiéndonos nosotros mismos dueños de nuestro organismo y ejecutores personales de nuestros propios actos orgánicos, y con ello aumentará la conciencia de nuestro Yo, y se incorporará al Yo la energía vital dinamizada en tales funciones.
- Lo mismo cuando nos movemos o realizamos cualquier ejercicio físico, no sólo importa gozar del placer del ejercicio en sí, sino del ejercicio sentido como hecho por mi Yo. Ser consciente de que soy yo quien estoy haciendo este ejercicio, o este movimiento con las manos, con los pies, etc., hasta que insensiblemente se forme el hábito de realizar todo movimiento corporal con la conciencia de que soy yo quien lo hago, sintiéndome poseedor de todos los miembros de mi cuerpo y ejecutor personal de sus menores movimientos. Esto me proporcionará la satisfacción positiva de sentir mi realidad, siendo así una sana fuente de optimismo. Precisamente uno de los principios en que se basa el Hatha-Yoga es éste: la toma de conciencia de la energía física, aunque ordenada a tranquilizar y controlar la mente para poder dedicarse mejor a un trabajo de concentración y meditación superior.
Cuando lo que se busca es el ejercicio corporal por sí mismo, es decir, cuando se practica el deporte o la gimnasia, interesa mucho no atender sólo al aspecto competitivo, en el deporte, o de perfecta ejecución, en la gimnasia, porque entonces se realizan las funciones con cierto automatismo, sino ejecutar los movimientos tomando conciencia de la energía desplegada en ellos, de «yo» practicando deporte o haciendo gimnasia. El ejercicio físico hecho así constituye una técnica muy importante de integración de energía en nuestro Yo consciente, de la que ya hablamos en el capítulo relativo a técnicas de tranquilización.
Las dos condiciones para que el ejercicio físico produzca los efectos mencionados de integración de energía son: 1) que se realice con lentitud imprimiendo vigor físico a su ejecución, y 2) que mientras se lleva a cabo, se atienda con la mente al hecho de que soy yo quien despliego tal energía.
- Aparte de la energía de que ordinariamente hacemos uso, incluida la que consumimos en la práctica deportiva, todos nosotros disponemos de reservas muy considerables y muy superiores de energía, que apenas rara vez o quizás nunca llegamos a utilizar. Lo vemos en las proezas de resistencia, de velocidad de reacción o de fuerza física de muchas personas en situaciones extremas de apuro o peligro. Es un elemento positivo, y tomar conciencia de que también somos esta energía aumentará nuestro sentido optimista y vigorizará nuestra personalidad.
- El impulso sexual es una de las fuentes más poderosas de energía. Su inhibición total, es decir, privar de toda salida, aunque sea a través de otros niveles, a estos impulsos, es causa de serios trastornos. Más aún si, por una educación defectuosa, se asocian a este impulso ideas negativas. La utilización ordenada del impulso sexual, mediante su uso moderado o la represión del mismo, pero liberando siempre la energía sexual por niveles más elevados, lleva al individuo a la afirmación de su personalidad de acuerdo con su sexo.
- La respiración es, también en el nivel vital, una gran fuente de energía. La inspiración tiene efectos estimulantes. Una técnica de estimulación psíquica consiste precisamente en hacer una serie de inspiraciones lentas, mientras las espiraciones se efectúan con mayor rapidez. Se induce así un estado de ánimo optimista y eufórico. Por el contrario, la espiración es de suyo sedante. En el citado capítulo de técnicas de tranquilización queda explicado el papel que en la incorporación de energías al Yo desempeña la función respiratoria.
- El descanso, cuando después de un intenso trabajo físico, experimentamos la necesidad de descansar, solemos echarnos estirados sobre un diván o sobre la cama, y perder el control de nuestra mente, dejándola divagar. El descanso, naturalmente, después de la fatiga, es una reparación de la energía vital, parte de la cual ha sido consumida, pero al mismo tiempo ha promovido una serie de reacciones que han enriquecido la capacidad energética de nuestros músculos y de nuestro organismo en general. Mientras se descansa, la sensación de bienestar que se experimenta se debe a la reabsorción de ese remanente de energía que enriquece el organismo. Pero este proceso natural puede aprovecharse al máximo no dejando divagar la atención, sino centrándola en la sensación de descanso y de relajación que va unida a cada espiración de aire. Utilicemos estos momentos para ser conscientes de la sensación de descanso y disfrutar de ella. La práctica del descanso consciente constituye una técnica, «la relajación consciente», utilísima, tanto para relajar el organismo y la mente como para integrar esta energía de que hablamos en nuestro Yo. De la relajación consciente tratamos con detalle en el capítulo sobre técnicas de tranquilización.


Nivel afectivo-emotivo

La afectividad es una fuerza de eficacia extraordinaria sobre todo nuestro psiquismo. La mayor parte de los problemas psíquicos, graves y leves, y aun de los problemas que se nos presentan en la vida diaria y que nos impiden nuestro normal funcionamiento, afligiéndonos en diversa proporción, son de índole afectiva. Incluso la fatiga se debe, la inmensa mayoría de las veces, no a que el trabajo efectuado haya sido excesivo o muy grande, sino a que lo hemos realizado en estado de tensión emocional, siendo entonces la emoción negativa una resistencia que nos ha convertido en verdadera carga el trabajo que estábamos realizando. Por el contrario, la positiva actúa como estimulante de nuestra productividad, aumentando el rendimiento general de nuestras facultades, y alejando el umbral de la fatiga.
En este nivel interesa, por lo tanto, realizar un doble trabajo: 1) neutralizar las emociones negativas, y 2) desarrollar las positivas.

1.º Neutralizar las emociones negativas

A este objeto conviene practicar cualquiera de las técnicas que hemos explicado en el capítulo sobre técnicas de transformación, al que remitimos al lector. Baste aquí enumerarlas; son las siguientes: «recreo», «técnica del sobreesfuerzo», «psicoanálisis», «vida espiritual». Mediante estas técnicas se da salida a las inhibiciones que durante años se han ido acumulando en nuestro inconsciente y condicionándonos negativamente, siendo causa de nuestros complejos y de nuestra inseguridad. Al descargar el inconsciente, las primeras que suelen salir son las emociones reprimidas. Para abrir el inconsciente y facilitar la descarga emotiva se utiliza el siguiente procedimiento: suprimir el control que la mente consciente ejerce de continuo sobre nuestros actos, impidiéndonos ser espontáneos y naturales en la expresión de nuestra afectividad. Es precisamente esta vigilancia constante de la mente, que se adelanta a la afectividad ordenando, por ejemplo: «Ahora conviene decir que sí», «Ahora que no», «Ahora debo tener paciencia», etc., por el miedo a que surjan dificultades, la que, mantenida durante todo el día y convertida en mecanismo habitual y automático, produce la fatiga. Conseguir que cada día cese por unos minutos esta censura es abrir paso a la afectividad reprimida que pugna por expresarse, y con ello cortar de raíz una de las principales causas de la fatiga y de nuestros problemas.
Aparte de este medio directo de descarga de las emociones negativas, éstas pueden ser neutralizadas indirectamente, introduciendo en nuestro inconsciente condicionamientos positivos contrarios a los negativos. Este procedimiento queda también explicado en el capítulo «Las ideas erróneas o negativas: su neutralización», y es una técnica que llamamos «autocondicionamiento positivo». Se trata de la autosugestión dirigida a voluntad por uno mismo. Se practica así: primero se representan los estados que uno quiere adquirir, evocándolos hasta tener una clara actualización de los mismos en la mente, y se toma conciencia de que estos estados están en uno, puesto que es capaz de evocarlos; entonces se procura mantenerlos el máximo de tiempo posible en la mente hasta poder ser consciente de que tal estado -de energía, por ejemplo- está en mí, la energía la siento yo, soy yo. Luego viene la práctica en la vida diaria, que consiste en adoptar la actitud óptima por propia voluntad, como si uno la tuviera ya desarrollada, es decir, aprender a actuar como si uno fuera ya como quiere ser.
El cultivar esta actitud, de vivir el máximo un estado o una idea -lo que a mí me gustaría vivir siempre- como si ya lo tuviera desarrollado, es el mejor modo y el más directo para desarrollarlo. Y esto porque nosotros estamos viviendo sin dicho estado por creer que no lo tenemos; ahora bien, en la medida en que adoptemos la actitud mental de tener tal estado o cualidad, y aprendamos a repetirlo una y otra vez, se formará en nosotros el hábito de ese estado, que es lo único que nos faltaba para poseerlo, pues la capacidad ya la teníamos, puesto que si no, no hubiéramos sido capaces de reconocerlo.

2.° Cultivar las emociones positivas

La segunda parte del trabajo en el nivel afectivo-emocional es cultivar las emociones y sentimientos positivos, sin depender del ambiente externo. Nos detendremos algo más en este punto, por no estar tratado en ninguna otra parte del libro.
Proponemos como algo de resultados maravillosos el cultivo de las emociones positivas, tanto para contrarrestar las negativas, como para adquirir una actitud positiva habitual que nos evite multitud de problemas afectivos y sea una fuente perenne de satisfacción interior. Debemos darnos cuenta de que los sentimientos son elementos positivos que tenemos en nuestras manos y que dependen de nosotros mucho más que de las circunstancias.
Habremos observado que cuando estamos de buen humor, todo lo hacemos con gusto y nos sentimos bien. El buen humor, la buena voluntad, el optimismo, el afecto sincero hacia los demás, es algo que podemos aprender a cultivar, algo positivo que es nuestro, porque brota de nosotros. Puedo estar alegre aunque las cosas no me vayan bien, porque yo, interiormente, soy capacidad de alegría, independientemente de las cosas; aunque los demás no me pongan buena cara, porque yo soy capacidad de estimación, de interés hacia los demás. Para ello no hemos de apoyarnos fuera, sino en nuestra autónoma determinación de vivir así, funcionando por propia iniciativa, hagan lo que hagan los demás.
Naturalmente, para «entrenarnos» en el cultivo de emociones positivas es conveniente escoger temporadas o días en que no haya situaciones adversas que nos inclinen al mal humor, porque así nos resultará mucho más fácil esta práctica y nos iremos situando en condiciones de poder vivir de este modo luego, aunque las circunstancias sean externamente adversas. Suele causar extrañeza que propugnemos estar alegres por más que haya motivos para sentirnos afectados de mal humor o de dolor íntimo. Sin embargo, bien mirado, es lo más correcto que podemos hacer. Es muy natural que los acontecimientos adversos de nuestra vida nos hagan reaccionar con sentimientos dolorosos, pero, independientemente de esta reacción y al mismo tiempo que ella, puede y debe subsistir una actitud de entusiasmo general, como postura positiva ante la vida, de modo que aquel hecho no desbarate todo nuestro interior. Son dos niveles distintos: lo que se ejercita por propia voluntad hace trabajar niveles más profundos que lo que nos viene impuesto por las circunstancias. Todos tendremos en nuestra experiencia personal días en los que nos hemos sentido llenos de alegría, y una disputa o un percance cualquiera que nos ocurre deja en nuestro ánimo cierto malestar o nos causa un dolor físico o moral; no obstante, ambas emociones -de alegría y de dolor- han coexistido, dominando como fondo general la positiva. No son, pues, incompatibles. Esto es lo que propugnamos aquí, pero hecho de un modo consciente, lo que aumentará los sentimientos positivos haciéndonos vivirlos con un goce mayor.
Es especialmente importante que cada uno aprenda a ver en sí mismo cuál es el sentimiento positivo que siente como más importante, no queriendo desarrollarlos todos de golpe, sino apoyándose primero en lo que se considera básico. En unos será el entusiasmo, en otros el interés por la gente, en otros el amor, o la comprensión, o la serenidad ante las diversas situaciones, etc. Son matices todos ellos de los estados positivos de la afectividad, pero con la particularidad de que unos se acomodan más que otros al propio modo de ser. Se trata de aprender a mantener ese estado, sin basarlo en ninguna motivación circunstancial, sino puramente por ser la expresión de sí mismo en el nivel afectivo: quiero sentir esto porque lo soy y quiero sentir lo que soy, independientemente de cómo me vayan las cosas.
Aparte de este cultivo especializado, diríamos, de la afectividad, resulta estupendo que aprovechemos todas las ocasiones que nos brinda el día para expresar emociones positivas, pero de un modo consciente, deliberado, voluntario, porque queremos vivir todas las cosas agradables de cada momento con un corazón abierto y espontáneo. Cuando encontramos un amigo, reaccionar con sincera afectividad, interesándonos de verdad por él; en el contacto ordinario y aparentemente trivial con la gente, conocidos o desconocidos a los que tenemos que dirigirnos o a los que podemos prestar un servicio, mostrar afecto e interés hacia todos, no una farsa de afecto, modelado por los formulismos sociales que llamamos educación, sino hablando y haciendo las cosas con una espontaneidad sincera llena de verdadero afecto e interés, prescindiendo de la reacción de la gente. Si se presta, gastar una broma y disfrutar con ella. Lo mismo si vemos algo bonito o que nos guste y eleve; detenernos a contemplarlo deleitosamente y gozar y sacar el fruto de todas las pequeñas y grandes cosas que nos trae la vida cotidiana; hacer de nuestros sentidos y de nuestro paso por todos los sitios un medio para entrar en contacto directo con personas y cosas, cordialmente, conscientemente, demostrando simpatía, afecto e interés hacia todos los seres vivientes. El secreto para hacer que nuestra vida sea positiva no está en vivir grandes cosas, sino en vivir bien las pequeñas, en saber vivir cada ocasión en el aspecto mejor que encierra; aprovechar todo lo que hay de belleza, de gracia, de armonía en las criaturas y dejarlo resonar en nuestro interior conscientemente. Cultivar por sistema todo lo que sea agradable. Siempre que hacemos esto estamos afirmando nuestra realidad positiva y además capacitándonos para ayudar a los demás a vivir mejor. Pues hace falta mucha gente que enseñe e irradie buena voluntad, alegría, serenidad, etc.; no organizando fiestas en las que se excita una alegría artificial, que hay que pagar y que entonces resulta obligatoria y por lo mismo, con mucha frecuencia, ficticia, sino la verdadera alegría, la alegría profunda de vivir con plenitud todas las cosas de la vida, viviéndonos a nosotros mismos en ellas.
Otro ámbito más íntimo para el cultivo de la afectividad es el de la amistad. La expresión más intensa de la afectividad y, por lo tanto, la que constituye para nuestro Yo una serie de experiencias profundas positivas que reafirman la conciencia de nuestra personalidad es la vida afectiva que nos pone en contacto con nuestros amigos y especialmente con nuestros familiares. El afecto conyugal cuando es consciente y deliberado, superando reacciones contrarias que puedan darse, lo mismo que el afecto paternal o, en los hijos, el filial, es un campo que debemos cultivar con esmero y que nos proporcionará las satisfacciones más hondas, consolidando una actitud interior abierta y positiva. No cerrarnos nunca a la expresión afectiva con los amigos y familiares, sino que, incluso cuando notemos en ellos en algunos momentos o aun de continuo una actitud recelosa u hostil, si nosotros, apoyándonos en nuestro interior, demostramos cordial y generosamente nuestro más sincero afecto, gozaremos reafirmándonos en nuestra personalidad abierta y positiva, y con nuestra luz y calor interior cambiaremos fácilmente la actitud de ellos.
El cultivo de las emociones positivas, aparte de los efectos mencionados de aumentar la conciencia de nuestra personalidad y de condicionarnos positivamente, produce otros muy beneficiosos. Uno de ellos es el ya citado de disminuir el índice de fatiga. Y otro el de tranquilizar la mente concreta, ya que en los procesos de ésta influyen mucho las resonancias afectivas; cuando uno se siente herido en su amor propio es la emoción la que estimula la mente para ir pensando y dando vueltas a mil ideas en torno al mismo tema. El cultivo de emociones positivas hace funcionar también positivamente a la mente concreta.


Nivel mental concreto

Para que la mente pueda ser para nosotros una fuente de energía y un factor positivo de nuestra personalidad es preciso que - esté educada, y para ello se requiere que tenga ideas claras, definidas en las que apoyarnos. Mucha energía de nuestro interior se pierde debido a que reina en nuestra mente excesiva confusión de ideas que desorganizan nuestro consciente, el elemento unificador de nuestro psiquismo; unidad de ideas significa unidad de energía, pues la energía sigue siempre el cauce que le abren las ideas. No nos referimos aquí sólo a las ideas conscientes, las que se están pensando deliberadamente, sino al contenido mental en general. Si uno se acostumbra a tener ideas claras, todo el psiquismo adquiere una gran solidez, mientras que si sólo tenemos ideas claras sobre algunos objetos, la vaguedad interior que reina en los demás contenidos de nuestra mente surge a cada momento en nuestro modo de expresarnos y toda nuestra personalidad se contagia de esa falta de unidad.
Se trata, pues, de tener ideas precisas, bien definidas y bien concretas, catalogando cada cosa con toda exactitud, según su pleno significado, y abarcando la visión de todos sus contrastes y sus asociaciones, lo que determinará en nuestra mente una estructura geométrica, regular, exacta de todos sus contenidos, habituándose así la mente a trabajar automáticamente de un modo orgánico con el resto de los contenidos mentales. Tenemos muchas ideas, pero generalmente no son claras, porque han ido penetrando sin orden ni concierto, sin estructurarse de un modo orgánico con el resto de los contenidos mentales. En todo caso han venido del exterior y las hemos colocado dentro como quien pone libros en los anaqueles de una estantería, sin crítica ni asimilación.
¿Qué hacer? La empresa de reorganizar nuestra mente para que sea un elemento positivo de nuestra personalidad requiere, por un lado, estudio, formación intelectual, etc., pero principalmente es imprescindible llevar a cabo con cierta frecuencia un verdadero inventario de nuestros valores mentales. Cada uno tiene que situarse frente a sí mismo y, sin prisas, con toda calma, empezar a plantearse preguntas concretas sobre toda clase de objetos relacionados consigo mismo, pero de un modo ordenado y buscando no respuestas especulativas en las que la razón inventa porqués y paraqués, sino experienciales y vitales, es decir, sin dejarse guiar por valores prefijados, mirando y tratando de descubrir tan sólo la verdad que le hace a uno vivir, su verdad en cada orden de cosas. Para ello el sujeto, yo, planteo la pregunta con toda claridad, y luego dejo que se despierten dentro las resonancias que en los diversos niveles de mi personalidad me darán de modo natural mi verdadera respuesta, cuando se han dejado sedimentar, pues veremos que unas tienen más fuerza y consistencia que otras. Pero esto no siempre resulta tan sencillo y será conveniente añadir para dar con la respuesta cierta, otros dos procedimientos. Uno, la atención durante el día, la atención central por la que somos a la vez conscientes del exterior y de nosotros mismos ante las cosas. Y otro procedimiento es el ejercicio de retrospección que hemos indicado en otro lugar. Con la ayuda de estas prácticas iremos descubriendo poco a poco cuáles son los verdaderos móviles de nuestra conducta, nuestra verdad, en todos los ámbitos de nuestra vida. Y con toda seguridad nos asombrará ver cuán distintos son de los que nosotros creemos cuando usamos sólo la razón, que de ordinario no hace más que mezclar datos ciertos y objetivos con deseos y temores surgidos del inconsciente.
Vamos a dar a continuación un índice de las principales preguntas sobre las que interesa investigar nuestra verdad, a fin de tener sobre ellas ideas fundamentales claras, amplias y positivas:
1. ¿Qué soy yo? ¿Qué concepto sincero tengo de mí mismo?
2. ¿Para qué vivo? ¿Cuál ha sido la motivación dominante durante toda mi vida?
3. ¿Cuál es mi actitud real hacia mis semejantes?
4. ¿Cuál es mi actitud real hacia Dios?
5. ¿Cuál es mi actitud real hacia mi esposa y demás familiares íntimos?
6. ¿Cuál es mi actitud real respecto a mi trabajo o profesión?
7. ¿Cuál es mi verdadero criterio moral?
8. ¿Cuál es mi verdadero criterio social y político?
9. ¿Cuáles son, a mi entender, las tres o cuatro cosas más importantes de mi vida?
10. Respecto al mundo concreto que me rodea, ¿hasta qué punto la percepción y valoración de personas, situaciones y circunstancias es objetiva, justa, imparcial?
11. En cuanto a los conocimientos especializados de mi profesión, ¿hasta qué punto son claros, amplios, suficientes?
12. Respecto a los conocimientos que poseo de cultura general, ¿hasta qué punto tengo evidencia de su veracidad y precisión?

Es evidente que un tal cuestionario para ser cabalmente contestado requiere grandes dosis de tiempo, de calma y de sinceridad. Las respuestas no pueden improvisarse, y algunas de ellas pueden requerir meses y hasta años de silenciosa investigación. Ello no tiene demasiada importancia, puesto que de lo que se trata es de orientar el trabajo mental en una dirección constructiva, y es obvio que una reestructuración a fondo de la mente ha de ser una labor de tiempo y de trabajo constante e inteligente.
Es preciso encontrar nuestras verdades básicas. Cuando las hallemos, se simplificará nuestra mente de un modo extraordinario y adquiriremos un sentido positivo nuevo en nuestra vida. Ahora necesitamos estar pensando siempre; entonces no, sino sólo en el momento en que hayamos de solucionar algo, y aun entonces todo será mucho más fácil. Viviremos habitualmente apoyados en el armazón de ideas básicas y éstas nos llevarán a la solución de todos nuestros problemas por los caminos más breves, como quien se mueve en una red administrativa bien construida. En una empresa, cuando la gerencia está situada de forma que unifica todas las dependencias y, sin moverse de allí, el gerente entra en comunicación con las oficinas, el almacén, contabilidad, etc., todo resulta cómodo y se ahorra tiempo y dinero. Así es una mente bien organizada. Otra cosa sucede si la gerencia está en un extremo, y el gerente ha de trasladarse para cada asunto a lugares alejados, como ocurre cuando la mente no está organizada: ha de trabajar mucho más con exiguos resultados.
Cuando nos encontramos en situaciones dudosas, nos desconcertamos y no sabemos cómo proceder. Por ejemplo, vamos por la calle y se nos acerca un pobre para pedirnos una limosna. En seguida dudamos -¿le doy?, ¿no le doy?-, y nos viene al pensamiento una serie de razones en pro y otra en contra. Como me baso en esta serie de razones, no sé qué hacer; si le doy, tengo después la sensación de que me he dejado engañar, y si no, pienso que he sido excesivamente receloso, cerrado y duro, y me quedo con una insatisfacción. Porque no tengo establecida una actitud básica, relacionada con lo que son valores en la vida. En tal caso, de ella se habría desprendido inmediatamente una resultante clara y decidida, como consecuencia, en el plano de la acción, de mi precisa estructura mental en todos los ámbitos de la vida. Porque de las ideas positivas dimanan las acciones positivas.
Merece, pues, la pena que dediquemos algún tiempo a esta labor de revisión en momentos de mucha calma y serenidad, por ejemplo, en días de fiesta cuando no sabemos qué hacer.


La acción práctica en la vida

Se trata de aprender a desarrollar una actitud correcta al hacer las cosas. Quiere esto decir que al obrar, en todo cuanto llevemos a cabo, tratemos de desarrollar nuestra capacidad de realizarlo del modo que sentimos como mejor en aquellas circunstancias; adhiriéndonos al sentido de obligación, al deber como imperativo interno, vigilando la mejor oportunidad, volcando toda nuestra capacidad en cada cosa. Las cosas se aprenden haciéndolas, las capacidades se desarrollan actualizándolas en la acción. Y nuestra capacidad de acción crecerá haciendo cada cosa del mejor modo posible. Es el modo más rápido de desarrollar nuestra eficiencia. Si he de tomar una nota, pensarla y escribirla del modo más perfecto, aunque sea muy breve; si he de hablar con un señor para comunicarle una negativa, decírselo de modo que, a ser posible, no sólo no se moleste, sino hasta que lo acepte bien y gane en él un amigo; al subir al ascensor, si sale al paso, saludar al portero del mejor modo. No guardar ese mejor modo para las ocasiones difíciles, en que nos jugamos algo importante. El mejor modo es para usarlo en cada momento, cuando estamos solos, cuando comemos, cuando jugamos, cuando conversamos, en todas las pequeñas cosas de nuestra vida cotidiana.
No queremos decir con esto que hemos de vivir con rigidez de acuerdo con una etiqueta que reglamente todos nuestros actos. Por el contrario, se trata de obrar con espontaneidad y libertad, y esto se logra con sólo estar del todo presentes en cada cosa: entonces salen del «mejor modo». Precisamente por eso no hemos de dejar este mejor modo para las cosas que consideramos importantes, pues todo es en realidad importante, ya que todo es una afirmación de nosotros mismos, es un instante de vivirnos a nosotros mismos, y al mismo tiempo de vivir en contacto con alguien, de expresar algo nuestro. Es el momento nuestro lo importante, no la cosa concreta, aunque en sí ésta pueda serlo respecto a otros valores, como ganarse la vida, adquirir prestigio, obtener una recomendación, seguir unos ideales, etc. En cada momento somos nosotros los que nos afirmamos, los que estamos viviendo, y esto es lo importante, porque representa nuestra continuidad de conciencia. Yo no soy más importante en unos momentos que en otros; yo soy yo del todo en cada momento. No tengo que depender, por lo tanto, de los hechos ni de las personas, sino apoyarme en mí y vivir cada hecho con toda mi plenitud, como si cada uno fuera el más importante, pues cada uno me sirve para tomar conciencia de mí mismo y aumentar mis experiencias positivas.
Se trata de obrar de modo inverso al que acostumbramos. Nos solemos apoyar en los hechos, en el exterior, que un hecho nos resulta importante, agradable... entonces todo es interés, optimismo; pero si es desagradable, en seguida surge el desaliento o la indiferencia o la grosería, como manifestación de la acritud interior. Pero esta actitud es una grave equivocación; no hemos de depender del hecho, sino aprender a apoyarnos en nosotros mismos y desde allí dentro hacer cada cosa del mejor modo posible. Si se cultiva un poco esta actitud se verán los espléndidos resultados que produce en la vida familiar, entre los cónyuges, o de los padres para con los hijos, y viceversa, igual que en el trato con los amigos, vecinos, conocidos, en el trabajo, etc., aparecerá una personalidad que empieza a mostrarse en toda su natural espontaneidad y en la medida real de sus capacidades.
Es a esto a lo que llamamos «disciplina en la acción» aprender a actuar con totalidad y con la máxima perfección en cada acción. En realidad, abarca cuanto llevamos dicho en todo este capítulo. Si lo separamos por niveles de la personalidad, tendremos: 1) despliegue de la energía vital; 2) aplicación al plano afectivo, desarrollando las emociones y sentimientos positivos; 3) ídem al plano mental, estableciendo en nuestra mente un armazón de ideas claras, amplias, positivas, y 4) adiestramiento o formación del hábito de hacer bien lo que se está haciendo.
Uno de los principales problemas que surgen en la práctica es que estos niveles no marchan al unísono, como si al obrar las distintas facultades se desviasen en diferentes direcciones: nuestro nivel afectivo está deseando una cosa, nuestra mente piensa en otra, nuestros hábitos nos inducen a otra; hay una constante dispersión, de tal modo que podríamos decir que en nuestra vida existen varios sectores que viven independientemente unos de otros y que casi se desconocen y aun a veces se contraponen. Tenemos, por ejemplo, una personalidad propia en la familia, todo un tipo de vida, de ideas, de conducta; en el trabajo muchas veces adoptamos otra personalidad distinta, con otros valores, otras actitudes, otra conducta. Incluso nos sentimos a nosotros mismos viviendo diferentemente de cuando estamos en familia o con los amigos o solos; algo así como si en nuestro interior hubiera varios tipos de vivencia y varias escalas de valores.
Esta desintegración de la personalidad representa una sensible pérdida de rendimiento. Es sumamente importante como elemento básico positivo de la personalidad, conseguir la «integración» de todos estos niveles, antes de pensar en desarrollar cada uno de los demás elementos positivos antes mencionados.
¿Cómo conseguir esta integración? El método práctico más sencillo y más a nuestro alcance es algo que parece una cosa menuda e ineficaz: la práctica de la atención reflexiva, de la autoconciencia mientras estamos haciendo las cosas.
Normalmente, nuestra atención está pendiente del objeto y cuando lo estamos de nosotros mismos es sólo en nuestra relación con el mundo de contenidos que representa el objeto, estableciéndose así unos instantes de unidades funcionales (yo-objeto, tal yo respecto a tal objeto), que forman un modo de vivirme a mí mismo aparte de otros que me relacionan con otros objetos. Solamente existe una posibilidad de integrar en uno solo estos planos distanciados entre sí, refiriéndolos a un centro o eje común en torno al cual se reorganicen adquiriendo unidad, y este eje común es la conciencia reflexiva de mí mismo. No puede haber ningún otro eje que sea sólido y real: el vivir todas las situaciones, no sólo en la medida de mis deseos, de mis conveniencias, de mis aptitudes o de mi educación con respecto a los objetos concretos, sino dándome cuenta de que soy yo el que estoy valorando esto así, el que estoy reaccionando de esta manera, con la conciencia presente de mí mismo como espectador, que es entonces exactamente la misma que adopto después en otra actitud y en todos y cada uno de los planos en que ordinariamente me disocio.
Esta conciencia reflexiva es la única que es idéntica, por lo tanto la única apta para servir de eje alrededor del cual se irán integrando toda la gama de mis vivencias.
Generalmente, estamos en la idea de que ya vivimos conscientemente con la atención requerida y no nos damos cuenta de hasta qué grado no lo estamos. En seguida hablaremos del modo que tenemos a mano para constatarlo.
La atención como espectador o «atención central» puede desarrollarse en profundidad y en continuidad.
En profundidad, porque es una facultad que puede conducirnos a una vivencia cada vez más profunda de nosotros mismos, más amplia, más sólida, conectando con niveles de energía de mayor densidad y viveza; en este caso se trata de aprender a estar despierto cada vez más adentro con una presencia más total de mí mismo ante el objeto; y esta actitud repetida va produciendo una conciencia más profunda del Yo ante las cosas e independientemente de las cosas.
En continuidad; cada vez que nos dejamos llevar por el automatismo de la imaginación entorpecemos nuestra conciencia reflexiva y de este modo nuestra atención sufre de continuo altibajos e interrupciones a lo largo del día. Hay un método muy sencillo para ver de forma clara estos lapsos de nuestra atención. Es el ejercicio de retrospección al que en repetidas ocasiones hemos aludido y que explicamos detalladamente en el capítulo 7. Practicándolo se echa de ver que hay muchas lagunas a lo largo del día, que no se pueden recordar y otras que están borrosas o que difícilmente se reviven: nos recordamos por ejemplo en la oficina, en el taller, etc. y de repente nos vemos en casa, pero no podemos reproducir el hecho de ir de un sitio a otro, lo que quiere decir, sin duda alguna, que el trayecto se hizo automáticamente, con la mente lejos de la acción, pues todo lo que se vive con atención, con conciencia queda grabado en la mente, y no queda si se vive con la mente ausente. A medida que se practica la atención como espectador a la vez que como actor de lo que uno hace interior y exteriormente, se pueden evocar con mayor facilidad las vivencias interiores. Y se realiza la progresiva integración de las distintas facetas de la personalidad: un Yo que mira, que toma conciencia de tal debilidad, de tal energía, de tal ambición, de tal miedo; y alrededor de la conciencia de este Yo se van uniendo y asociando todos los contenidos, que se reorganizan formando un único sistema. La personalidad adquiere una contextura más compacta, de la que en rigor corresponde a cada individuo cuando se vive a sí mismo, según lo que en realidad es, no de un modo parcial y deficiente, sino acercándose gradualmente a su modo auténtico de ser.
Esta práctica de la atención, tan sencilla en apariencia, tiene unos efectos transformadores extraordinarios. El peligro está en que la atención es algo que nos parece fácil y creemos saber practicarla sin mayor esfuerzo, tomándolo por algo baladí y sin otorgarle la importancia que se merece.
Sin embargo, el hecho es que sólo cuando se da esta atención mantenida el mayor tiempo posible hasta hacerla algo habitual, la mente dispone simultáneamente de todo el material que hay dentro, porque todo está unificado, con lo que la persona percibe en cada momento las cosas con una gran amplitud, pudiendo relacionar con el objeto percibido un número crecido de datos y teniendo una capacidad de reacción mucho más rica y potente; es decir, que se consigue una ampliación de la capacidad de respuesta. Y no olvidemos que en la vida triunfan no los que son muy superiores a los demás; para vencer en cualquier lucha basta ser sólo un poco superior: es la pequeña diferencia la que decide el triunfo o el fracaso.
No busquemos resultados espectaculares, son las luchas pequeñas de cada día, en nuestras obligaciones menudas, en el trato con amigos y desconocidos, en todos los aspectos de nuestra vida, incluso respecto a nosotros mismos, las que conducen a la gran victoria que es la realización completa de la propia personalidad. Hay un proverbio chino que dice: «Una excursión de 1.000 km empieza por el primer paso». Y como no se pueden recorrer de un solo paso 1.000 km, sino a pasos pequeños, igualmente sólo se alcanzará esta victoria dando el primer paso y luego otro y otro en la práctica de la atención central.


Nuestra valoración del no-Yo

Otro elemento positivo de nuestra personalidad es la ingente energía acumulada en nuestro interior a nombre del no-Yo. En el capítulo 12, explicamos ampliamente el curioso fenómeno por el que no podemos utilizar una gran parte de nuestra propia energía porque cuando la actualizamos no lo hacemos como nuestra, no vivimos con conciencia personal la energía que sentimos, sino que la vivimos como energía de otros, del exterior, del no-Yo. Decíamos entonces que todo cuanto percibimos por nosotros mismos -estados, cualidades, vivencias- aunque lo interpretemos como ajeno, es nuestro también, ya que de no ser así, no podríamos percibirlo.
Pero hasta ahora casi siempre que hemos percibido algo del exterior, lo hemos hecho viviéndolo sólo como cosa externa, que no es nuestra, cerrando el contacto con nuestro Yo, sin sentirlo en primera persona. Por eso ha quedado integrado en la imagen que tenemos del mundo, de los demás; es energía a la que hemos renunciado con el consiguiente perjuicio personal. De este modo nuestra energía actualizada ha quedado escindida en dos zonas: una, la que hemos vivido como nuestra, integrada en el Yo; otra, la que hemos vivido como no nuestra, que ha vitalizado el polo del no-Yo.
Ahora bien, podemos remediar esta situación, unificando ambos polos, y reforzando nuestro Yo con toda la energía acumulada en el no-Yo, mediante una técnica de integración, explicada en el capítulo antes citado. No tenemos por qué renunciar a una energía que es nuestra, que forma un importante elemento positivo de nuestra personalidad. Practicando dicha técnica tomaremos conciencia de esa energía. Y en el futuro no seguirá ocurriendo esa escisión de nuestra energía si en todo momento mantenemos la «atención central».


Niveles superiores de la personalidad

Aparte de los elementos positivos mencionados hasta aquí y de los que debemos tomar conciencia para enriquecer nuestra personalidad, existen otros de un valor mucho más elevado, aunque apenas están desarrollados en la mayoría de las personas, y muchas sólo los tienen potencialmente: son los niveles superiores de nuestro psiquismo. No vamos a dedicarles un estudio especial, porque de ellos hablamos con mayor extensión en otros capítulos de este libro. No obstante, tampoco podemos silenciarlos aquí, pues constituyen la más rica y poderosa fuente de energía que posee el hombre, y exigen un lugar privilegiado en esta enumeración de los elementos positivos con que contamos en nuestro interior.
Los niveles superiores de la personalidad forman todo un mundo de orden espiritual, pero no por eso menos real y perceptible. Son los siguientes, citados en escala ascendente:

1.- Nivel mental superior: sede de la intuición, y de las inquietudes de orden metafísico. En él se vive la verdad, la evidencia, la razón de ser de las cosas.
2.- El sentimiento estético: fuente de la creación artística, del sentido de la belleza, de la armonía, del equilibrio.
3.- Nivel afectivo superior: su cultivo lleva a Dios por medio del amor más puro y constituye la religiosidad; y también une al hombre con sus semejantes y con todas las cosas por el afecto más generoso y altruista. Ahí se vive la conciencia subjetiva del ser en su plenitud, en su unidad.
4.- El nivel de la voluntad espiritual: en el que se realiza el ser en tanto que potencia, en tanto que suprema afirmación y de donde dimana toda realidad de lo existente.

Estos niveles nos ponen en contacto con las realidades de orden superior y pueden cultivarse, hasta tomar conciencia de ellos. Entonces dejan de ser un mundo de especulación y teoría y pasan a ser experiencia que transforma la vida y le confiere un carácter de auténtica creación en cada uno de los actos que el hombre realiza. Ser conscientes de estos niveles, de cualesquiera de ellos, hasta convertirlos en experiencia habitual -por lo tanto, no simplemente teorizar sobre ellos de palabra o por escrito- hace del hombre un ser libre de toda identificación y con una personalidad madura y adulta.


La base real de nuestros verdaderos valores

Nuestra realidad interna, básica y esencial procede principalmente de dos fuentes, opuestas o complementarias, que constituyen los polos axiales de nuestra personalidad profunda:
a) La energía elemental, que podríamos también denominar energía material, de la que principalmente derivan las estructuras o niveles elementales personales: cuerpo físico, instintivo-vital, afectivo y mental concreto.
b) La energía superior, o energía espiritual, que da origen en especial a los niveles superiores o transpersonales: mente superior, afectividad espiritual -que incluye también los sentimientos estéticos y morales- y la voluntad creadora o espiritual.
De estas dos energías básicas, y de su fusión, procede todo el dinamismo de los niveles de la personalidad y toda la noción subjetiva de realidad que poseemos. De ahí procede todo nuestro vigor físico, psíquico y espiritual, y también procede de estas fuentes la fuerza con que vivimos las cosas externas y la consistencia e importancia que descubrimos en ellas.
Y es interesante constatar que ambas fuerzas primordiales tienen un carácter impersonal, puesto que están más allá de todas las diferenciaciones individuales. Los rasgos propios de cada individuo que le diferencian de los demás, en efecto, se estructuran más en la superficie y se nutren de esta energía básica elemental que comparte con las demás personas. Y esto ocurre no sólo respecto a las energías primordiales en sí mismas, sino también con sus derivaciones más inmediatas: los impulsos básicos y las facultades básicas. Todo ser humano tiene las mismas necesidades primordiales -comer, dormir, amar, comprender, etc. - y tiene las mismas facultades esenciales -conducta instintiva, amor, inteligencia, voluntad, decisión, etc. -, si bien el grado y la forma de expresión de estas necesidades y facultades pueden variar enormemente según las diferencias individuales y según la presión y calidad de su medio ambiente.
Así pues, la verdadera base de nuestro valor, de nuestro sentido de realidad, de importancia, de plenitud y todas cuantas cosas estamos buscando afanosamente en nuestra vida cotidiana reside en estos planos profundos, tanto de los niveles materiales como espirituales, planos que compartimos con todos nuestros semejantes por debajo de las diferencias individuales. La misma fuente que alimenta mi necesidad de absoluto, mi reivindicación de verdad, de poder y de felicidad, es la que está alimentando también estas necesidades en cuantos me rodean. Mis valores reales, básicos y esenciales, los estoy compartiendo con todos los demás, son lo que tengo en común con mis semejantes. Lo que me distingue de ellos, lo que me diferencia e individualiza, son tan sólo aspectos cuantitativos o cualitativos de aquellas cualidades básicas comunes. Yo soy, y mi ser se expresa básicamente en energía, voluntad de vivir, deseos de bienestar, inteligencia, voluntad, aspiraciones de poder, de amor, de verdad, de bondad y de belleza; en la necesidad de autorrealización y en la necesidad de Dios. Y este hecho de ser y de expresar mi ser en estas tendencias, necesidades y aspiraciones a través del ejercicio de mis facultades físicas, instintivas, afectivas, mentales y espirituales, es una participación del mismo hecho, idéntico, que son y expresan los demás.
Después viene el hecho de que mi cuerpo tiene determinadas características individuales, que mi afectividad posee ciertos matices, que mi inteligencia llega a un grado a, b o c, que mi sentido estético se inclina con más habilidad hacia la música o la pintura, y, en fin, que mi necesidad de lo espiritual se hace sentir con tal o cual urgencia. Paralelamente, se añade también que he recibido determinada educación, que he tenido en mi vida tal tipo de experiencias, y que estoy viviendo ahora en un ambiente de ciertas exigencias y concesiones. Y todo esto da a mi personalidad una configuración única, un perfil propio, que la diferencia y distingue de todas las demás personalidades.
Pero todas estas diferencias individuales se apoyan, se fundamentan y se nutren de aquellas cualidades primordiales que constituyen esencialmente mi ser y mi existir.
Hacemos tanto hincapié en estas reflexiones, que quizás parecerán demasiado abstractas y complicadas a algunos lectores, porque ocurre que siendo incapaces de tomar conciencia directamente de estas realidades esenciales de nuestro ser, debido al funcionamiento tan superficial de nuestra mente, pero empujados también por la necesidad de total afirmación, de plena evidencia y de completa felicidad procedente precisamente de tales realidades, nosotros tratamos de conseguir tal afirmación, tal evidencia y tal felicidad a través de nuestras cualidades accesorias individuales.
Lo esencial, hemos dicho, es lo que tenemos en común. Lo accesorio, lo que tenemos de diferente. Yo quiero llegar a ser muy fuerte, muy inteligente, muy listo, precisamente porque no soy bien consciente de mi energía básica actual, de mi capacidad natural de conocer, de mi habilidad innata para aprender a resolver situaciones. Necesito hinchar mi Yo-idea con una serie de cualidades que, teóricamente, me sitúen muy por encima de los demás, precisamente porque no soy consciente de toda la inmensa afirmación, de la total realidad, plenitud y evidencia que hay en la base de mi propio ser al que llamo Yo.
Por la misma razón, siento la necesidad de tener mucho dinero, de llegar a ser persona importante, necesaria, admirada. Quiero llegar a una afirmación total de mi realidad a través de una cualidad externa, parcial, accesoria, sin apercibirme de que la única afirmación verdadera, la única que puede llenarme de veras, la única que es permanente, es la procedente de tomar conciencia de mi ser y de mis facultades básicas esenciales. Al fin y al cabo, toda esa necesidad de importancia y de felicidad procede precisamente de la exigencia de esta naturaleza profunda de nuestro ser. Solamente desplazando nuestra conciencia de la periferia al centro podremos resolver el problema de nuestra afirmación total. Solamente así podremos saciar nuestra ansia de verdad, de seguridad, de poder, de amor, de paz. Solamente así nos podremos acercar de veras a Dios. Porque si nuestro Yo esencial nos da la sed de Absoluto, es porque el Absoluto es la fuente del Yo y, por consiguiente, el único camino que conduce al Absoluto pasa necesariamente por el centro de nuestro Yo.
El secreto de la seguridad, del poder, de la serenidad no está en apoyarme en ninguna de mis diferencias, no está en hacer ninguna comparación, sino en el hecho de vivir en primer lugar lo que yo soy intrínsecamente en mí mismo, desde mi centro a mi periferia. Yo me he de definir, me he de conocer y me he de vivir, en primer término, por lo que soy yo mismo, esto es, tomando conciencia de mis energías y facultades centrales.
Y sólo después podré compararme con los demás para completar la definición de mi personalidad.
Pero la dificultad, el error, consiste en que tendemos poderosamente a definirnos sólo por las diferencias, a conocernos sólo por comparación. Acostumbramos a identificar a una persona en tanto que listo o elegante o poderoso o tonto, en vez de identificarla primero como un ser con unas características básicas absolutamente iguales a las de los demás hombres y, en segundo lugar, a las propias individuales. Nos parece que esta aceptación de su naturaleza básica ya está implícita en nuestras reacciones, pero de hecho no es así. Todo sentimiento de inferioridad o de superioridad se apoya precisamente en este defecto. Porque la persona tiende a definirse por lo que tiene en menos o en más que los demás. Si tales personas vivieran realmente conectadas con sus cualidades básicas no podrían existir tales sentimientos de minusvaloración o de sobrevaloración. Existirían, no hay duda, superioridad o inferioridad de unos respecto a otros, pero estas diferencias no se vivirían como afectando a la valoración del Yo. No engendrarían aislamiento y separación entre las personas, sino que se vivirían como matices individuales de una sola pertenencia común, como características accidentales de un mismo patrimonio que se comparte con el otro. Puede verse claramente en nuestro modo de reaccionar cuando estamos con verdaderos amigos, o cuando convivimos con familiares con quienes nos une un incondicional afecto. Lo que vivimos en primer término en tales casos, es lo que tenemos en común, lo que nos une, y por ello, aceptamos como naturales y sin que afecte para nada a la valoración de nuestro Yo cuantas diferencias cualitativas o cuantitativas puedan existir entre nosotros.

23. VIDA ESPIRITUAL Y VIDA MATERIAL: ¿OBJETIVOS CONTRAPUESTOS?

Planteamiento del problema

Dedico un capítulo a este problema porque he comprobado por la experiencia que existe -más o menos agudizado- en infinidad de personas. Por un lado consideran que es conveniente y necesario abrirse camino, crearse una posición y defenderla. Por otro lado cierta exigencia interior, que se manifiesta en diferentes grados de intensidad, les dicta que la finalidad espiritual es la única cosa que en definitiva merece la pena perseguir en la vida, mientras que lo material vale sólo en cuanto sirve a la vida del espíritu. Esta doble necesidad que tantas personas experimentan les pone en carne viva el dilema, como si en la práctica no pudiesen pretenderse a la vez ambos objetivos -vida espiritual y vida material- por ser incompatibles.
El problema no afecta a todo el mundo. El hombre estrictamente materialista o el puramente espiritualista, en el sentido convencional que damos a estos términos corrientemente, no lo viven como propio. El que se siente feliz y satisfecho sacándole a la vida todo el partido posible, sin preocupaciones de orden más trascendente no tiene ningún problema. Y lo mismo -aunque son los menos - quienes sólo dedican su atención e interés a superarse a sí mismos escalando metas internas de orden espiritual y de acercamiento a Dios, pudiendo vivir sin importarles en absoluto la vida material y sus problemas.


Su origen

El conflicto es real para el que vive entre los dos fuegos, confrontando en la experiencia cotidiana ambas tendencias. Si vamos a buscar su verdadero origen, encontraremos que la causa remota, pero eficiente, hay que verla en la formación que durante años hemos ido recibiendo. Se nos ha insistido tanto en que la vida espiritual es algo situado en un plano superior, que orienta al hombre hacia la vida del más allá, y que la vida presente tiene únicamente por objetivo acumular méritos para la otra, que hemos concebido la idea de que la vida espiritual implica la renuncia a todo lo que sea defensa de iniciativas, combate y lucha con fines materiales, o a la pretensión de ambiciosas metas terrenales.
No quiero decir que las doctrinas filosóficas o religiosas, en el Occidente de filiación cristiana, incluyan esta oposición entre vida material y espiritual. Un estudio más profundo y exacto nos haría ver que no. Pero de hecho una inmensa mayoría lo hemos entendido así, porque así se nos ha inculcado: que hemos de ser pobres, conformándonos con un término medio de riqueza, que lo que importa es el bien del alma, etc. Ideas muy correctas cuando se eslabonan dentro del conjunto, pero que, aisladas, se deforman en su profundo significado. Y es precisamente este aspecto erróneo el que ha entrado a formar parte de la mentalidad de la inmensa mayoría de las personas, constituyéndose en fuente de desasosiego y originando el problema de que hablamos. Porque su estructura psíquica, su modo de ser les lleva a luchar, a desarrollarse, a crecer humanamente, en su dimensión terrestre y material. Y los ideales espiritualistas, aunque vivos dentro, y sentidos conscientemente con frecuencia con gran intensidad, se oponen a estas tendencias dinámicas naturales de la persona, a su verdadera necesidad. Entonces surge el conflicto. ¿Qué hacer?
La solución que se adopta para conciliar ambos extremos suele ser un acuerdo convencional con uno mismo: se trata de abrirme camino, asegurando la holgada satisfacción de mis necesidades y las de mis familiares; y, por otro lado, cumplir con mis deberes de acuerdo con mis propias creencias. En otras palabras, una vida equilibrada, sin extremismos. Pero para quien vive el conflicto de un modo muy consciente esta fórmula de medias tintas no le resuelve el problema, que continúa vivo: ¿por qué ha de haber esta contraposición? ¿Por qué sentimos por un lado el deseo de desarrollo de todo lo que es científico, técnico, económico, y por el otro la conveniencia y la necesidad del cultivo de las cualidades que llamamos espirituales? ¿Por qué si una cosa es buena y la otra también, aparecen como contrapuestas entre sí?
Repetimos que si la formación que se ha recibido es correcta, el problema ni siquiera se planteará. Pero de ordinario no ha sido lo bastante amplia y sólida y entonces adquieren vigor y se enfrentan en el campo de la conciencia los dos términos del binomio vida espiritual-vida material. Es preciso, para resolverlo, edificar de nuevo, corrigiendo errores.


Vía de solución

Ante todo, el conflicto estriba en una dicotomía artificial de los valores, que sólo cobra existencia en la mente de quienes la efectúan. Es falso que haya una vida espiritual y otra material: vida sólo hay una y esta única vida incluye todos los aspectos, desde el más crudamente material hasta el de mayor elevación espiritual. Pero ocurre que la vida, como cualquier unidad, aparece doble, triple o múltiple cuando el observador se sitúa en un punto intermedio. Si me coloco por ejemplo en un nivel personal, veo unas cosas que son los otros y otra que soy yo; desde un nivel afectivo, proyecto una afectividad hacia valores superiores y otra afectividad hacia los inferiores. En el campo intelectual, puedo distinguir entre ideas de las cosas en sí y la idea egocentrada de la cosa para mí. Dualidad y aun multiplicidad que provoco yo mismo.
Y es que no vivimos la vida del todo, sino a medias; no estamos situados en el centro de la esfera de la vida, desde donde podríamos abarcarla en su totalidad, sino en un sector. Y este simple hecho de instalarnos en determinado sector nos hace ver unas cosas debajo y otras más arriba, y pensamos que hay algo inferior y algo superior. Es un problema de perspectiva de la mente, subjetivo. La formación adquirida por la mente, que utilizamos en nuestra vida, tiene como consecuencia natural la formulación para nosotros del problema que estamos estudiando.
Para resolverlo es preciso convertir en experiencia personal que la vida es sólo una y aprender a vivirla de un modo único. Lograr esto exige que la mente vaya desidentificándose progresivamente de los valores convencionales y aprendiendo a descubrir nuestras verdaderas motivaciones, es decir, lo que consideramos como bueno, como fuerza interior, como valores de todo orden, y que lo vivamos de un modo más consciente. Y supone una apertura de la mente, que se sitúe en el punto de atención profunda, centrada, desde donde se abarca el panorama completo, entonces desaparecen todas las dualidades, o mejor dicho, se funden en otra unidad superior, que es la vida.
Hay dualidad cuando estoy hablando con alguien y ambos estamos contrapuestos: él quiere una cosa y yo otra y tratamos cada uno de ver quién vence a quién. Pero en cuanto aprendo a situarme todo yo abierto, atento, consciente, de modo que cuando escucho a otro y entiendo su modo de ser, su punto de vista, sus deseos lo hago con el mismo estado de conciencia que cuando vivo mis propias necesidades, mis deseos, mis impulsos y así el fenómeno que se verifica es único, venga de uno o de otro; entonces desaparece la oposición. Yo continuaré, es cierto, buscando mis objetivos, pero ya no serán opuestos a mi interlocutor, dejaré de vivirlo como una contraposición, y viviré la unidad de la acción, de la interacción, de la intercomunicación, viviré la unidad del proceso de la vida, sin detenerme en el camino, asido a un aspecto exclusivo de este proceso.
Pues bien, en el terreno práctico, de relación y de vida cotidiana, es necesario que llegue en mi interior a un estado mental que me permita vivirme a mí mismo del todo y a la vez también al otro. Cuando esto ocurra, cuando yo me viva con la misma fuerza que al otro, que a los otros, que a cuantos me rodean y se relacionan conmigo, entonces se producirá un fenómeno nuevo e instantáneo en mi mente, gracias al cual subiré a vivir en un nivel diferente, más elevado, en el que percibiré y actuaré desplegándome desde nuevas bases. Llegado ese momento ya no soy yo luchando contra otro, sino que es la vida la que se expresa, a través de mí y a través del otro en un proceso de lucha. Y al decir vida no me refiero a algo vago, genérico, sino a una energía y a una inteligencia que dirigen la lucha. Paso a ser consciente de un principio superior que está en mí como también está en el otro, que trasciende la conciencia personal, pero que influye en todas las conciencias personales. En este nuevo estado se efectúa la lucha con una rapidez, con una eficacia, con una fuerza y una madurez de conciencia extraordinarias. Y se llega a él en el preciso instante en que se neutraliza la conciencia exclusiva del Yo en virtud de la conciencia del otro.
Evidentemente, si al hablar estoy atento a mí, soy consciente -realmente consciente- de mí, y a la vez aprendo a estar consciente del otro, mi capacidad de reacción será prodigiosa, imprevisible incluso para mí mismo, de una eficacia fuera de todo cálculo, porque estará proyectada y ejecutada como la del otro.
Utilizando un lenguaje religioso, diríamos que Dios lo crea todo y lo está sosteniendo y manejando a través de leyes primarias, secundarias, etc., de modo que domina simultáneamente mi capacidad de acción y mi instinto de conservación y la capacidad de acción e instinto de conservación del otro. ¿Qué ocurriría si yo pudiera situarme en un estado de afinidad, de armonía, de unión con Dios? Sencillamente, que sería Dios quien dirigiría a través de mí esta lucha, que una conciencia superior guiaría el proceso que se desarrolla dentro de mí y dentro del otro y que manifiesta una sola cosa: la vida.
Desgraciadamente, estamos identificados con nuestro cuerpo, con la idea del Yo, con la sed de prestigio, de dinero, de posición social, de postura profesional. Y esta identificación nos impide ver que nosotros, en tanto que vida, somos algo aparte del cuerpo, de las ideas, de las situaciones. Que hay algo en mí, en cada uno, que es precisamente lo que me hace y nos hace vivir, que está por encima de todo lo otro. No es que tengamos que dejar esas cosas; es que somos tan superficiales y al mismo tiempo tenemos tal miedo y nos produce tal sensación de vértigo el desprendernos de esas cortezas que nos envuelven, que confundimos cada una de estas cosas con nuestra propia realidad, como si ellas fueran nuestra verdad, nuestro ser profundo.
Cuando uno aprende a abrirse y a tomar conciencia de la realidad, de la inteligencia, la energía y la voluntad interiores de un modo más directo, se da cuenta de que esta misma inteligencia, esta misma voluntad y esta misma fuerza es la que está actuando y se expresa a través de todo y entonces todo me sirve o puede servirme de medio e instrumento para expresar mi naturaleza espiritual, para llegar a la conciencia espiritual de mí mismo.
El ideal espiritual de armonía, de elevación interior, de perfección, no consiste en hacer determinadas cosas. Nuestra vida espiritual no se califica por la cosa que realizamos. La vida material no consiste en fabricar calzado, ni la espiritual en hacer oración. Es una idea errónea, muy generalizada. La vida será espiritual o material, no por lo que se haga, sino por la situación y el nivel desde el que actúa el sujeto. Si obra desde un nivel superior, todo cuanto haga participará de esta cualidad superior. Lo que da calidad a las cosas, la naturaleza del acto, viene dado, no por el objeto del acto, sino por el origen, por lo que lo inspira, por su procedencia. Si vivo en un nivel inferior, vegetativo, el rezar padrenuestro o cumplir los ritos más excelsos tendrá el mismo valor, tan insignificante, que el cortarme las uñas.
Todo será material, porque mi estado de conciencia es material. Pero si vivo en un estado interiormente suprapersonal, en el que me doy cuenta de que la vida es proceso, y me lanzo a dejarme vivir por la vida de un modo consciente, entonces todo se espiritualiza y entra en el gran movimiento y empuje de la vida, las funciones más elementales, las más primarias, más sencillas y más minúsculas, porque en cada cosa estoy yo del todo, en cada cosa estoy expresando mi voluntad espiritual, me estoy expresando con totalidad a mí mismo, haciendo participar al acto de la más honda raigambre de mis niveles superiores y convirtiéndolo en espiritual.
Se ve esto muy claro a la luz de la actuación de Dios: Él lo ha creado todo, y no ha sido por cierto más espiritual creando un ángel que cuando dio existencia a un escarabajo o conservando la existencia de las cosas que consideramos feas y repugnantes. Dios es exactamente lo mismo: tan espiritual en su acto de crear una cosa o la otra, porque es su propia naturaleza la que da espiritualidad al acto, no la cosa en sí. Aplicando la comparación proporcionalmente, podemos decir lo mismo de nosotros: lo que diversifica la espiritualidad o materialidad de nuestras acciones no es la cosa por sí misma, sino el estado interior, el punto de origen desde el que nos movemos y en el que estamos situados al obrar. Cuando, instalados en un nivel superior, mental, afectivo, espiritual, aprendamos a vivir desde allí, abiertos con amplitud total a los demás niveles inferiores y hacia el mundo exterior, todos nuestros niveles, hasta los más elementales, tendrán un carácter unitario; lo que hagamos será material, psíquico, espiritual, el nombre que queramos darle, pero poseerá siempre un valor espiritual. Porque aquellas contraposiciones no existen en el orden real de las cosas, sólo son producto de la actitud parcial en que nuestra mente ha cristalizado. Todo forma parte del mismo proceso de la vida, todo podemos verlo desde cualquier ángulo.
No es nuestra intención, como puede comprenderse, poner en tela de juicio la constitución real y objetiva del cosmos. Estamos tratando únicamente de las acciones humanas y aun de éstas, lo mismo que de su origen, el hombre, desde un punto de vista estrictamente psicológico.


El objetivo

Cuando empezamos a ver las cosas así, después de pasar por el necesario adiestramiento, lo mismo podemos expresar la vida espiritual a través de la creación técnica, que de la artística, o de la comercial, etc. Estaremos situados en la cúspide, en el interior del rayo de la voluntad de Dios, y toda nuestra actividad será expresión de esa voluntad divina, que sintetiza cualquier diversidad en una maravillosa unidad universal: Dios, que me hace vivir a mí y a los otros, que me hace sentir necesidad de algo, deseo de algo y que produce en el otro una actitud benévola o también contraria, de oposición a la mía. Todas las cosas, todos los contactos adquieren un matiz religioso: Dios en mí que habla y Dios en el otro. Lo de menos es la cosa en sí misma, las cosas concretas, se realicen o no, parezcan oponerse o no, porque todas han de continuar existiendo, y vividas desde ese nivel superior se advierte que la oposición que pueda ocurrir es más bien aparente y que todas confluyen en realidad hacia un común y único objetivo: expresar la vida, la voluntad de Dios.
No se trata de un vago misticismo. Queremos remontarnos al foco real de toda acción y creación humana de auténtico valor. Este foco es Dios. Sin embargo, estamos acostumbrados a ver a Dios desde una perspectiva emotiva, como un Ser amado, que exige de nosotros una actitud afectiva: Dios como amor, pero en el sentido blando, demasiado emotivo de la palabra. No, Dios es amor, cierto; pero también es inteligencia, y por lo tanto toda actividad inteligente que realicemos, conscientes de lo que hacemos, viviéndola como algo que viene de arriba, será una expresión espiritual, un camino de desarrollo, un medio para llegar a Dios. Si hemos de ampliar nuestra noción de Dios, o el nombre que queramos dar a lo absoluto, será atribuyéndole no sólo amor, o la inteligencia, sino también energía, toda energía. Dios es energía, el centro y foco de donde procede toda energía. No será por tanto sólo el amor el que nos aproximará a Dios, sino toda manifestación de energía que vivamos y toda expresión de inteligencia, si son en nosotros expresión consciente de la energía e inteligencia de Dios. Como se ve, no nos conformamos con que este plano superior se convierta en principio fecundo de la auténtica vida espiritual, es decir, en principio de acción que exprese la altura de nuestra vida espiritual, al expresar a Dios a través de la activación de todos nuestros niveles. Es algo más renovador: abrirse a Dios, no ya sólo como Dios-Amor, sino como a Dios-Inteligencia y como Dios-Energía es participar de la fuente de la verdadera creación incluso también desde un punto de vista humano. A través de nosotros pasan entonces los raudales de la energía que es Dios y se sensibiliza y adquiere relieve y facilidad de proyección el poder creativo de nuestras facultades mentales.
En estas condiciones, mi acercamiento a Dios no será sólo la ejercitación de unas prácticas que me han enseñado, sino que abarcará todos mis actos: cuando he de reaccionar ante una situación difícil en el negocio, cuando corrijo a mi hijo porque se ha mostrado rebelde e irrespetuoso, cuando me visto, o bailo, o como, o paseo...: todas mis acciones participan de la misma naturaleza espiritual, y se transforman en medio que me lleva a una mayor conciencia espiritual. Mi ser, antes abierto a la energía que me llega de arriba, empieza a vivir el sentido creador de la vida, y participa, a través de mis facultades, del poder creador de Dios. Todo se simplifica: llego a ser plenamente consciente de cuanto expreso y de que todo ello me viene de Dios. Y me doy cuenta de que no sólo yo, sino también los demás son instrumentos de expresión de la vida que viene de arriba. Descubro entonces que todos juntos formamos una gran familia, una unidad funcional, que todos participamos en el mismo juego, sin saberlo, o, a veces, incluso, creyendo que no es así; pero de hecho todos nos movemos impulsados por el mismo motor primero, y actuamos de acuerdo con la misma inteligencia. Aunque no lo queramos en realidad, lo que predomina a través de la variada actividad humana es lo que denominamos voluntad de Dios, plan divino, providencia o el nombre que queramos asignarle, que al fin expresa la misma realidad.
Consecuencia de todo lo dicho es que el hombre que ha llegado a esta meta deja de considerarse solo ante la vida, en la lucha contra los demás que le quieren usurpar bienes o discutir derechos; uno ya no está solo luchando contra la gente, sino unido a los demás, expresando con su timbre de voz la misma vida que le anima a él y la que anima a otros. La vida aparece como una orquesta: yo toco mi instrumento, pero todos juntos interpretamos una misma y única sinfonía. Hay algo que nos unifica más allá de lo que nos separa. Lo que da sentido a lo que nos separa es la realidad que se encuentra detrás, que unifica, que da fuerza y consistencia al valor de cada cosa y acción, la que hace que cada matiz cobre importancia y relieve.
Es preciso evitar en la interpretación de cuanto decimos la generalización y la idealización; se trata de algo concreto y realizable, de resultados comprobados y de una eficacia de tan profundo y elevado alcance como cierta y experimentable.
Cuando lucho, porque siento deseo de luchar, y me doy cuenta de que esta inclinación a la lucha es expresión directa de la voluntad de Dios en mí, es evidente que lucharé con entusiasmo sin igual, porque no dependeré del resultado, sino que predominará en mí la realidad sustancial de que, al luchar, Dios está conmigo, no en un sentido de protección, sino en cuanto que estoy expresando su voluntad. Dios lo hace todo a través de todo: El me da ganas de ser, de vivir, de ser importante, de luchar, de conseguir mi pleno desarrollo, de llegar a Él. Cuando hablo, y soy consciente de ello, mi conciencia del acto que realizo no me priva de las ganas de hablar, sino que en la medida en que vivo mi energía -que es mi verdadera motivación-, me confiere una fuerza cuyo efecto es que mi modo de hablar no se apoye en el objeto -a pesar de que lo tenga en cuenta sino en esa misma fuerza, como si fuese un colaborador interior, un socio de segura garantía. Es un hecho que se vive y que constituye para quien lo experimenta un auténtico descubrimiento.
Lo espiritual se expresa a través de nosotros, en todos nuestros niveles, y es lo que nos dinamiza. La verdadera causa de nuestra energía no es nuestra mente personal, ni es la idea que nos formamos del objeto. Las ideas a lo más encauzan la actividad en una u otra dirección, proporcionando determinada forma a nuestra energía; por la idea la mente se cierra o se abre más hacia una u otra dirección de esa fuerza, que ya existía dentro. Pero el impulso de acción, la capacidad de lucha, la energía no nos viene de nuestra mente, sino que brota en nosotros, como una fuente más o menos caudalosa que se nutre de la energía misma de Dios, depositada en nosotros. El que cuenta con poca energía no puede ya dar más de sí. Y el que con mucha, la expresará aun en las circunstancias menos propicias.
La comprensión y conciencia de que lo espiritual es en mí la fuente de toda mi energía, y que está actuando continuamente, me permite mejorar la calidad de todas mis actividades, pues es el medio de entrar en plena posesión de la riqueza energética que poseo, haciéndola circular sin desperdicios ni infravaloraciones. Y me hace también sentir que yo existo junto con las cosas, que no somos dos mundos distintos: yo y lo otro, sino que descubro la unidad inteligente de cuanto existe, la voluntad de Dios que todos estamos expresando a través de sus leyes y de su providencia.
Observemos la actualidad del buen actor que interviene en una representación teatral: vive su papel y al mismo tiempo conoce toda la obra. El vivir su papel y participar del papel de los demás, comprendiendo, sintiendo y viviendo la obra entera, le da entrada en dos niveles de vivencia: uno individual y otro colectivo, universal. El actor, sea el que fuere su papel, disfrutará, no sólo en función de su papel, sino en función del conjunto; participará de lo personal y de lo colectivo, vivirá con el sentido, la inteligencia, la intencionalidad y el valor que tiene toda la obra.
Algo semejante, pero en un orden de cosas más real y más vital, podemos conseguir nosotros cuando nos abrimos a esta comprensión interior. De una parte vivimos nuestro papel, que viene dado por todas nuestras aptitudes y necesidades, y las posibilidades y exigencias del exterior. De otra, además de este papel individual, personal, podemos vivir el argumento de la gran obra que es la vida; en ella cada uno de los demás está haciendo su papel análogo al mío, aunque el papel de éste sea precisamente oponerse a mí. Y en este caso, así como en la representación teatral el buen actor lucha y defiende sus derechos, pero también vive la unidad de la obra que es el trasfondo de este lucha; de modo análogo en la vida ordinaria, más allá de las oposiciones, de los conflictos y de las competencias, puedo vivir la unidad que nos enlaza a mí y a mi oponente, porque él también está expresando la vida a su modo, y detrás de él, como detrás de mí, subsiste una idea, un principio rector que funde mi acción y la suya.
Mientras yo no actúe así, sino exclusivamente en un nivel individual, todo cuanto me sea contrario lo consideraré perjudicial. Pero esto mismo adquiere una nueva perspectiva, y puedo prescindir del aspecto parcialmente desagradable que inmediatamente se desprende en su relación conmigo, si en todo momento permanezco asomado al balcón de la cumbre desde el que simas y crestas adquieren una panorámica positiva y vivo anclado en el aspecto positivo que tiene siempre la vida que se está representando a través de todos los seres.
Cae uno entonces en la cuenta de que tantos dramas y tragedias como creemos vivir, lo son sencillamente porque estamos egocentrados. La vida no es drama. La vida es un proceso positivo, de creación y de recreación en el doble sentido; como una nueva creación constante y en el sentido de expansión, de satisfacción, de placer. Cuando creo que yo soy o que mi vida es aquella forma concreta, aquella posición concreta, aquel cargo concreto, si luego la misma vida me lo arrebata de las manos, es natural que experimente la sensación de que me arrancan el Yo, como si destruyeran mi realidad, y me hunda en la más desastrosa postración. Pero en realidad a mí no me han destruido nada, porque yo sigo siendo. Han destruido mi fantasma mental, mi hipnosis, mi sueño, pero no mi realidad. Mi realidad no puede destruirse, porque es vida, y pertenece a un orden al margen de todo lo que son fenómenos, de todo lo que son manifestaciones variables. Ahí radica nuestro error: en identificarnos con las cosas que poseemos, con las personas que amamos, en este sentido de posesión personal. La vida exige una renovación y siempre que caminemos en contra de esta ley natural de la vida, sentiremos dolor. Pero no porque la vida sea dolorosa. La vida siempre es triunfal. La fuerza de la vida radica en este proceso, en la vitalidad prodigiosa, en la inteligencia poderosísima que constantemente se está expresando. Y es más importante este proceso de renovación, de creación, esta fuerza que anima las cosas, que no las formas concretas, que cristalizan periódicamente, de un modo accidental, transitorio. Todas las formas -a cualquier nivel que pertenezcan: físico, afectivo, mental, etc.-, se han de destruir, porque en la línea de la vida todo es inestable y lo único que permanece es el foco mismo de la vida.


Algunas consecuencias

Cuanto más aprendemos a estar centrados, a ser conscientes de este foco de vida, más viviremos nuestra verdad y la de la vida. Y, recíprocamente, la vida nos producirá menos angustias, será causa de menos disgustos, desilusiones y dolores. No olvidemos que éstos son productos de nuestros errores o de nuestra perspectiva pobre y estrecha de la vida. La vida no es dolor. Es dolor la ignorancia.
¿Cómo llegar a la vida?, insistirá el lector. La vida es algo que ha de ser descubierto directamente, por contacto, por sintonía de nuestra mente, por experiencia inmediata. No podemos conocerla estudiando o leyendo libros, ni mirando cosas. Sólo viviéndola personalmente, directamente. Si estamos atentos, despiertos, empezaremos a ser conscientes dedo que es la vida.
No es nunca un objeto. Es nuestra propia esencia. Y sólo estando plenamente despiertos, en expresión plena y consciente de nosotros mismos, tendremos la gozosa oportunidad de poder descorrer el velo y llegar a ser también conscientes de lo que es la vida. No he de ir a buscarla allí. La vida está de un modo inmediato en mí. Cuando abra la vida en mí, podré saciarme en sus fuentes, descubrirla y conocerla totalmente. Si no la vivo en mí, todo será inútil y sólo descubriré fenómenos.
El descubrimiento de la vida, abriéndose uno por dentro a ella, hace adquirir una concepción nueva de la misma vida, una concepción de actividad, de creación constante. Así, es más importante «el hacer» que la cosa que se hace. El hecho de expresar correctamente la fuerza, la inteligencia, la verdad, la bondad, la belleza es más importante que el objeto que da lugar a esta expresión, porque el objeto es efímero, hemos de dejarlo y desaparecerá. Veremos que desaparecen todos nuestros problemas. Cambia nuestro sentido de la moral: cosas que antes nos parecían mal hechas, las vemos ahora naturales, y las que encontrábamos bien, las consideramos ahora sin valor. Nos acercamos así a la raíz de la verdadera moral.
Nos desligaremos de las personas que ahora queremos en el aspecto concreto de tales personas; y, al propio tiempo, al expresar de un modo más directo, más vivo, más desinteresado e inmediato el amor, notaremos que estamos dejando de depender de las personas, que no precisamos su posesión, su presencia ni su obediencia, ni para nuestra seguridad, ni para nuestra satisfacción. Podremos necesitarlas para un fin concreto, pero no para nuestro Yo.
Por un lado nos alejamos de la gente y por otro nos acercamos como nunca lo habíamos estado. Es un acercamiento interior, encontrándonos más próximos a lo que sienten, a lo que desean, a lo que viven, como si fuéramos hacia su centro. Es éste un gran descubrimiento. El no depender del otro, pero estar sintonizados con él, nos permitirá ayudarle y, dado el caso, manejarle. Aparece un modo de relación completamente nuevo. Hemos dejado de identificarnos con la forma, nos hemos desprendido de sus manifestaciones externas -no es que no las veamos; lo vemos todo, pero no dependemos de ello-, y vivimos y sintonizamos con sus aspectos internos, con sus impulsos básicos. En ellos se expresa la fuerza de la vida, la energía en mí y en los otros. Este nuevo modo de relación es un abanico que se despliega y nos enlaza con todos los seres, no sólo con las personas, porque a través de todos se expresa la misma vida.


El problema del dolor

A lo largo del tema hemos hecho varias alusiones al fenómeno del dolor. Pero ocurre que a veces el dolor es la nota dominante en la vida de algunas personas, con justificación aparente o sin ella. En el gran teatro del mundo es posible que a alguien le toque el papel de recibir con frecuencia las bofetadas. Entonces no hay opción. Su cometido y también su propio interés reside en aprender a recibir bien los contratiempos.
¿Con qué actitud? Como los recibe un buen actor, en la representación teatral. No se ofende ni se rebela, porque conserva la conciencia de sí mismo independiente de las bofetadas. Nadie podrá quitárselas, pero las vivirá de forma muy diferente que si las recibe en medio de la calle. La diferencia estriba en que en el escenario sólo le duelen las mejillas y, sin embargo, en la calle sentiría el daño en las mejillas y en su Yo. Esto las haría cambiar por completo de valor.
El buen actor, si ha de recibir bofetadas, preferirá que se las den de verdad, no sólo aparentemente. Pues querrá vivir su papel. Precisamente, su arte consistirá en representar su papel a la perfección. En este caso el papel un tanto bochornoso de ser vapuleado.
Hoy los buenos actores, en especial los femeninos, si deben hacer un papel que represente a un personaje desgraciado, quieren encarnarlo con el mayor realismo, sin paliativos, en el vestuario, la mímica y la acción, llegando incluso a vivir momentos de la más repugnante y cruel realidad humana. Pero a través de su actuación, el actor mantendrá su conciencia personal, independiente y más allá de su papel, y esto precisamente en la medida en que lo viva con mayor verismo. Este hecho de vivirse a sí mismo mientras representa y vive también su papel, es el más importante- y sólido, porque el dramatismo de la situación no le hace perder contacto con su propio eje, el de su Yo, que es su realidad positiva, y que no llega a confundirse ni identificarse con lo que pasa, con el vaivén de los fenómenos, y por lo tanto que sale indemne de las salpicaduras y atropellos exteriores.
Cuando en la vida nos vemos en la necesidad de recibir golpes y pasar por amargos desengaños que nos llegan sin buscarlos, contra toda aparente lógica y justicia, si sólo vivimos tales situaciones de un modo personal, convertiremos muchos momentos de nuestra vida en tragedias. No se trata, para evitarlo, de cerrarnos a las experiencias desagradables, volviéndonos insensibles, sino de ampliarlas hasta llegar al fondo de la experiencia, a donde no llega ya su bofetada. Sin este trabajo interno no existe forma posible de solucionar problemas de esta índole. La solución llega buscando la verdad positiva, profunda, última de la cosa. Nunca contraponiendo una verdad parcial frente a otra verdad también parcial, que jamás arrojarán una solución total.
El dolor puede servirnos de gran utilidad, no como mecanismo de descarga, pues con frecuencia no podemos usarlo con este fin, sino porque nos obliga a reconocer que no podemos apoyarnos y vivir dependiendo del objeto que ha provocado el dolor. Sentimos dolor porque estamos asidos a las cosas, física, afectiva o mentalmente.
Amamos a las personas, y una enferma, otra muere...; eso nos causa un dolor que, vivido desde un punto de vista personal, es un drama, pero si subimos a un nivel más universal, sin cerrarnos al personal, aunque en el hecho adverso medie un aspecto doloroso, se produce al mismo tiempo una desidentificación del lazo exclusivo que nos unía a aquella persona. El problema no está en que amemos, sino en que nuestro amor se confunda con la posesión de la persona amada. El amor, desde un nivel superior, deja de ser una identificación para convertirse en una irradiación de amor, en un deseo de bien para el ser amado.
Todos los dolores de la vida van produciendo en mayor o menor grado este efecto de desidentificación. Si no llegan a producirlo del todo, el sujeto se verá una y otra vez en situaciones similares de disgusto y amargura que enturbiarán su equilibrio, hasta lograr por fin conformarlo con el ritmo de la vida.
El punto de vista personal y egocentrado no encuentra ninguna ventaja en el dolor ni puede dar con su explicación. Es un cuadro que no se puede mirar desde cerca, con una mentalidad estrecha que abarque sólo el aspecto inmediato. Así nunca tendrá sentido. La única posibilidad de hallar la correcta perspectiva es situarse en la línea de la vida, evitando la rigidez que encoge nuestra visión. Sólo desde el punto de vista de la vida se percibe el conjunto y cada una de las pinceladas se integra en una unidad. Esta perspectiva responde a la misma naturaleza del mal que miramos y nos da su explicación. Las teorías fantásticas y las filosofías más o menos baratas surgen de querer explicar la vida en función de ideas personales, de valores subjetivos, del Yo individual.
Incluso se utiliza con frecuencia el aspecto religioso para justificar con argumentos pueriles formas egocentradas de explicar una verdad de orden universal: que si Dios nos pone a prueba, o nos castiga, etc.
La mayor parte de la gente se suele refugiar en la idea de su impotencia: «Son cosas que no tienen solución», «Es imposible que podamos comprender el por qué del mal, de la enfermedad, de las desgracias», etc. Proyectando las ideas egocentradas sobre las cosas que existen es, en efecto, imposible solucionar estos problemas, que no tienen ningún sentido.
Sin embargo, afirmamos una vez más que todos los problemas humanos, aun los más agudos, y de orden metafísico, tienen solución. El hombre puede conocer la verdad de las cosas, de la vida y de sí mismo. Lo que ocurre es que para ello es preciso que todo él se abra a la verdad de la vida que circula en él. Ver la verdad de la vida quiere decir ser consciente, en el nivel mental, de la vida que está fluyendo a través de él. Y esto impone una exigencia interior, un trabajo de apertura total de la mente en los niveles personales y en los espirituales. Trabajo que se efectúa en la experiencia diaria. No es una dedicación fácil, de acuerdo; pero cuando alguien siente palpitar en su interior la necesidad de descubrir estas verdades y vive esa necesidad con fuerza imperiosa, el precio no le importará, aunque hayan de transcurrir años en esta labor de perfecta sintonización consigo mismo. Porque al mismo tiempo que llega a intuir la verdad, se perfecciona y se realiza a sí mismo. Y los beneficios personales que se obtienen no tienen precio.
Lo que no se puede es descubrir la vida en un nivel superficial. Es algo que no se consigue por adquisición de ideas, ni mediante reflexiones o estudios por metódicos y prolongados que sean.
Quien se abre a la vida, ante todo experimenta de un modo directo dentro de sí mismo los impulsos de la vida, que es dinámica. A mayor apertura, más sentido que moviliza su nivel físico y lo mismo el afectivo, el intelectual, etc., si es ésta la forma en que la vida se manifiesta en él. Aunque también puede remansarse en una profundización que no implique fluir activo.
Lo importante es que nuestra apertura a la vida afecta en su quicio a nuestro modo de ser y a nuestra convivencia, y todo se renueva y se llena de un sentido maduro y pletórico, por el que advertimos con conciencia clara que nos realizamos a nosotros mismos con densidad y fluidez, sin que nada ni nadie suponga un obstáculo en nuestro camino hacia lo absoluto.

24. ¿QUÉ TÉCNICA DEBEMOS ELEGIR? ¿CUÁL SE ADAPTA MEJOR A CADA UNO?

Recapitulación de técnicas y de sus aplicaciones

Para mejor comentar después el tema de la elección, hagamos primero un resumen recapitulativo de los objetivos más destacados que persigue cada una de las principales técnicas que hemos ido exponiendo en capítulos anteriores.

1. Actitud positiva y actualización de contenidos positivos.- Aumenta la capacidad de rendimiento general de la persona, afianza y desarrolla las cualidades positivas y sirve de eficaz control de los condicionamientos o hábitos negativos.

2. Retrospección.- Permite la mejor asimilación de las experiencias del día y disminuye el sedimento incontrolado de las mismas. Sirve de control sobre el grado de atención y autoconciencia que se ha logrado mantener durante el día. Pero quizá su efecto más importante es que conduce a un auténtico y operativo conocimiento de sí mismo.
Todo el mundo está de acuerdo en que hay que conocerse a sí mismo. Pero este conocimiento queda reducido, para la mayoría de la gente, a una mera enumeración de sus más importantes cualidades y defectos. Esto, si está bien hecho, ya es algo, pero en la práctica es de escasa operatividad, puesto que un tal inventario, por correcto que sea, no deja de constituir una representación más que se incorpora al Yo-idea con todas las deformaciones tendenciosas que le caracterizan.
El ejercicio de retrospección, en cambio, complementando a la práctica diurna de la atención intencional, permite que la persona conecte su mente en vivo y directamente con los impulsos, sentimientos, emociones e ideas que dan fuerza a la motivación real de su conducta. Esta conexión directa de la mente con el impulso permite una integración en el Yo-experiencia de las motivaciones ocultas hasta ahora al propio sujeto, con el consiguiente efecto transformante de todo el psiquismo consciente. Éste es el verdadero conocimiento de sí mismo y el que paulatinamente conduce a la desidentificación y a la autoconciencia. Y es en este sentido que en algunos templos iniciáticos de la antigüedad se daba al estudiante la clásica consigna nosce et ipsum, «conócete a ti mismo», como principio y fin de la sabiduría.

3. Psicoanálisis.- Tanto en su forma ortodoxa tradicional como en las otras formas más recientes -psicoterapia dirigida, en grupo, psicodrama, etc-, tiene como objetivo fundamental que la persona liquide sus conflictos internos y reestructure su mente y su actitud social de un modo totalmente positivo. Requiere de manera indispensable la dirección y asistencia de un buen especialista.

4. Vida espiritual.- Cuando ésta se practica de manera suficientemente sostenida, sincera e intensa, produce la purificación completa de los niveles elementales, elimina toda clase de problemas internos, sublima las energías inferiores y produce la integración de la personalidad, centrada en el nivel afectivo superior. Evidentemente, requiere una auténtica aspiración espiritual.

5. Sobreesfuerzo.- Produce con el tiempo la liquidación de los conflictos internos, purifica los niveles elementales y produce la integración de la personalidad, centrada principalmente en el nivel volitivo superior.

6. Autocondicionamiento o autosugestión.- Tiene múltiples aplicaciones. Las más importantes podemos resumirlas diciendo que sirve para predeterminar voluntariamente en sí mismo las actitudes y los estados que uno considera más positivos, y para neutralizar los condicionamientos producidos por toda clase de ideas erróneas y negativas.

7. Raja-Yoga.- A partir de la 5.ª etapa o Pratyahara, proporciona un extraordinario dominio de la mente y conduce a la integración de la personalidad, centrada en el nivel mental superior. Pero para que se produzca este último efecto de modo real y permanente es preciso haber practicado antes a conciencia las cuatro etapas preliminares, que afectan a los niveles vital y afectivo y los preparan para su completa integración ulterior con la mente consciente.

8. Reintegración de energías del no-Yo.- Desarrolla de un modo extraordinario la fuerza y solidez del Yo-experiencia, emancipando a la persona de dependencias subjetivas artificiales. Es muy conveniente no practicar esta técnica hasta que se hayan liquidado las principales cargas negativas del inconsciente.

9. Desarrollo de la combatividad.- Actualiza en el Yo-experiencia gran parte de la energía que estaba reprimida. Aumenta la seguridad y confianza en sí mismo.

10. Desarrollo de la receptividad.- Amplifica la capacidad de comprensión de los demás y desarrolla la sensibilidad intelectual, estética y afectiva.

11. Ejercicio consciente.- Aumenta la energía del Yo-experiencia. Tranquiliza los niveles afectivo y mental.

12. Respiración consciente.- Se puede utilizar para equilibrar, para estimular y para tranquilizar el estado de ánimo en general.

13. Relajación consciente.- Resuelve la tensión física. Aumenta la energía del Yo-experiencia. Serena el estado afectivo y mental.

14. Recreo.- Elimina las tensiones superficiales de cualquier clase que sean.

15. Atención central.- Es la clave del desarrollo superior de la mente. Por consiguiente, sus efectos son numerosísimos) todos ellos de suma importancia.

16. Desidentificación.- Es la clave, conjuntamente con la atención central, de la verdadera madurez de la personalidad.

Desde luego, en el texto se han expuesto otras muchas técnicas, prácticas y normas con diversas finalidades que quedan debidamente especificadas en su lugar. Pero para los efectos de simple recordatorio, bastan las enumeradas.


¿Qué es lo que se desea conseguir?

La primera cosa que se ha de hacer para elegir una técnica, es definirse concretamente a sí mismo qué es lo que se está buscando, lo que se desea conseguir. Muchas personas sienten la inquietud de buscar algo, pero no llegan a determinar con precisión qué es ese algo, sea por falta de suficiente objetividad, sea porque el problema no tiene aún suficiente relieve. También es posible que uno busque muchas cosas; tantas, que no sabe cómo ni por dónde empezar, en cuyo caso se impone establecer una jerarquía precisa de los deseos. A unos y a otros les puede ser útil examinar con calma y atención el siguiente cuadro progresivo de objetivos, a fin de poder precisar mejor su verdadera posición.

1. Resolver estados accidentales de tensión.- Se trata de eliminar los malestares transitorios causados exclusivamente por determinadas situaciones temporales que actualmente uno se ve obligado a afrontar. Por lo tanto, no se trata de modificar sustantivamente su personalidad, sino tan sólo de que recupere nuevamente su estado anterior o que pueda adaptarse a la nueva situación.
La solución estriba en aplicar una o varias de las técnicas enumeradas anteriormente en los capítulos 11 al 14, o algunas otras de las descritas en el capítulo 15.

2. Mejorar su rendimiento en determinado sentido.- Si busca la mejora en un sentido general, tiene que practicar en especial la actitud positiva, la atención central y la autosugestión. Si la mejora se refiere a una función determinada, además de las indicadas deberá utilizar la técnica más idónea para el caso de que se trate: Raja-Yoga, organización de la mente, pensamiento intuitivo, relación interpersonal, etc.

3. Solucionar cualquier forma o derivación de los estados de inseguridad.- La persona busca en este caso suprimir de un modo efectivo y permanente un estado crónico de inseguridad, de miedo, inferioridad, angustia, agresividad, etc. El trabajo ha de ser más laborioso y profundo, de acuerdo con lo señalado principalmente en los capítulos 8 al 12.

4. Encontrarse a sí mismo.- Se trata de vivir centrado desde el eje Yo-experiencia. Con ello se alcanza la verdadera sinceridad, simplicidad, autenticidad y espontaneidad. Para alcanzar esta autorrealización debe seguir el mismo camino señalado para el caso anterior (capítulos 8 al 12), pero hasta alcanzar una mayor profundidad en el proceso de transformación interior. Paralelamente, ha de practicar con mucha intensidad la atención central y la desidentificación.

5. La realización espiritual.- Como decíamos en la introducción de este libro, la realización espiritual se alcanza cuando se conecta de un modo estable la mente consciente con alguno de los niveles superiores, sea a través de la vía mística o amor espiritual, sea por el camino del discernimiento o camino de la sabiduría, o, en fin, por el sendero de la belleza y de la armonía y absolutamente toda la estructura de la vida personal se organiza alrededor y al servicio de estos valores superiores.
Para que esta realización espiritual sea completa, se requiere también la limpieza total de los conflictos importantes que pudieran existir en el inconsciente. Los medios principales de las varias formas de desarrollo espiritual los hemos mencionado ya: auténtica vida religiosa, meditación, concentración yóguica, creatividad aplicada, desarrollo superior de la mente y de la afectividad, servicio al prójimo y otras varias prácticas que se encontrarán diseminadas en diversas partes del libro.
Una vez determinado el objetivo concreto que se desea alcanzar, se tendrá al mismo tiempo una idea de las varias técnicas que pueden conducir a él. Pero en la elección definitiva hemos de tener en cuenta otro factor importante: la naturaleza y modo de ser de la persona.


Las técnicas según el modo personal de ser

La naturaleza de cada persona ha de desempeñar un papel importante en la adecuada elección de las técnicas a seguir. Las diversas tendencias temperamentales y las varias formas caracterológicas exigen a menudo medios muy diferentes para llegar al mismo objetivo básico. También son factores personales importantes la edad, la salud, el tiempo disponible y las posibilidades ambientales.
Pero dentro de estos factores de carácter personal, hay especialmente uno que tiene gran importancia en la correcta elección de técnicas de trabajo interior. Nos referimos al grado de cohesión y solidez que tienen en la persona el nivel mental de su Yo-experiencia y el Yo-idea. Es decir, de la fuerza y estabilidad con las que la persona vive la noción de sí misma. Hay, en efecto, personas con un Yo débil, y otras con un Yo fuerte. Y las técnicas requeridas en cada caso son completamente distintas.

I. Personas con un Yo débil

Hay personas con una conciencia de sí mismas débil, dispersa, muy influenciable, con escasa cohesión y poca capacidad.
A estas personas, en principio, no les conviene intentar actualizar impulsos reprimidos, ya que puede resultarles peligroso, por aumentar la dispersión de su Yo.
En efecto, el contenido de impulsos reprimidos aparece como energía aparte del Yo y, al aflorar al consciente, escindiría más aún su unidad interior.
A este tipo de personas lo que les conviene antes que nada es reforzar su noción del Yo. No importa que la idea que el sujeto tiene de sí mismo sea distorsionada, conduciendo a error y originando problemas. Es esta noción que cada individuo tiene de sí mismo la que debe reforzar, porque sólo cuando dicha noción se afirme y adquiera vigor podrá manejar otras fuerzas que le permitirán modificarla, mejorándola y transformándola.
La conciencia del Yo se presenta, pues, en este tipo de personas como puente de paso del todo indispensable para poder manejar luego energías. Es el núcleo alrededor del cual se va a estructurar todo el psiquismo, y si este eje no adquiere la debida consistencia, peligrará toda edificación posterior.
¿Cómo reforzar la conciencia del Yo?
El Yo se consolida con la experiencia de situaciones que el sujeto vive en primera persona. Todo lo que «yo» hago conscientemente, no automáticamente, integrado con mi mente consciente, se suma y converge en mi conciencia de mí mismo: la descarga de energía, la acción y la idea de la situación, estos tres elementos se integran en la conciencia del Yo. La forma de reforzar la conciencia del Yo consistirá, por tanto, en repetir experiencias que se vivan en primera persona.
La eficacia de las experiencias para reforzar la conciencia del Yo depende:
1.° De la mayor conciencia con que se vivan las situaciones.
2.° De la mayor cantidad de energía que el sujeto pueda vivir en primera persona.
3.° De la positividad que tengan estas experiencias.

Cuando conseguimos que una persona realice actos con mucha atención, que maneje mucha energía en primera persona y que sus experiencias sean además muy agradables y positivas, establecemos la base para que dicha persona consolide su conciencia de sí misma.
En una palabra, la persona que tenga un Yo débil precisará hacer prácticas que le proporcionen este tipo de experiencias.
¿Qué prácticas debe realizar?
Entre las técnicas de que antes hemos hablado, son útiles para reforzar la conciencia del Yo:

1. El yoga físico, en cuanto obliga a tomar conciencia de sus propios movimientos, de su energía psíquica, con mucha calma y reflexión. Por lo tanto, determinados tipos de ejercicios físicos de yoga y determinado tipo de respiración, que aumentan la carga energética interna, y que la persona siente en su interior como algo propio.
2. Prácticas de concentración o de autosugestión, en las que uno pueda afirmarse a sí mismo en el valor positivo que desea poseer: «Yo soy una persona segura, yo soy energía, me siento con más fuerza, con más decisión», todo lo que son fórmulas referidas a sí mismo, de cualidades básicas.
3. Situaciones en ambientes que sean propicios al interesado. Puede practicarse en grupos -reunidos con este fin-, en los que la persona tiene ocasión de poder hablar y sabe que cuenta de un modo incondicional con el respeto, la aprobación y la aceptación de los demás. O en un tipo de psicoanálisis en forma dialéctica. Son experiencias positivas por medio de las cuales puede ir expresando sus vivencias y cuenta con un contacto vivo, positivo con otras personas que le escuchan.
4. El ejercicio físico en general, vivido en primera persona, ejecutado con calma y reflexión. No sirve, por ejemplo, el fútbol, por la precipitación que lleva consigo, pues impide la toma de conciencia lenta y despaciosa y no deja apenas sentirse vivir a uno mismo. Sí en cambio el excursionismo o el atletismo. Lo esencial es incorporar en la conciencia la sensación del esfuerzo realizado.
5. También es muy eficaz e interesante para fortalecer la conciencia del Yo interpretar papeles en representaciones teatrales. Todo el mundo es normalmente más capaz de realizar cualquier clase de actos en tercera persona, poniéndose en lugar de otro, que en primera. Pero si, por medio de una representación teatral, llega a vivir situaciones en tercera persona que no puede vivir en primera, con el tiempo tomará conciencia de estas energías que le capacitan para adoptar las actitudes de los personajes, incorporándolas a su Yo.

II. Personas con un Yo fuerte

Hay personas con una conciencia sólida de su Yo, que mantienen su cohesión individual ante las situaciones, aunque sean desagradables y les hagan sufrir. Lo importante es que aun en estos casos de vivenciación adversa, no pierden su noción de sí mismas; se sienten vivir como muy desgraciadas, pero viven la situación en perfecta unidad interior, lo que indica que el Yo es fuerte.
Estas personas pueden practicar las técnicas de descarga de energías del inconsciente, siempre que lo hagan de un modo progresivo, lento y que al mismo tiempo estas energías se integren en el consciente y transformen la actitud mental. Sin esta condición tampoco sería aconsejable.
Las personas con un Yo fuerte pueden responder a varios tipos, que estudiaremos por separado.

1.° Personas en las que predomina la inhibición. A pesar de vivirse intensamente, con mucha energía, exteriormente no lo parece: tienen miedo a manifestarse y se sienten bloqueadas.
En este caso, el objetivo es conseguir que, en lugar de quedarse encerradas en el acto de pensar y especular, pasen a la acción. Hay que descongestionar energías, educar la actitud de contacto, salir de sí mismas, abrirse, relacionarse.
No deben pensar en sus problemas, sino que han de actuar. ¿Qué entendemos por actuar? Hacer cualquier cosa, lo que sea y por insignificante que parezca, pero hacerla conscientemente. Si en su vida cotidiana se ven precisadas a desarrollar una intensa actividad, pero la llevan a cabo de un modo mecánico, su mente consciente forma un circuito cerrado y la energía desplegada no se transforma; no cabe la interacción, es decir, una dinámica de las energías dirigidas al exterior.
Para que se abra el circuito y la energía adquiera dinamismo es condición indispensable que el sujeto actúe conscientemente, con lo que abrirá la puerta para establecer el contacto con el exterior. Al principio resulta muy difícil, pues la mente atiende más a lo interno que al hecho externo; cumple su obligación, habla, responde, se mueve, pero no se entrega, no se comunica de verdad, se mantiene dentro.
En la práctica, para conseguir esta apertura, es conveniente empezar por el contacto en el nivel emocional; resulta más eficiente, porque las principales energías que están bloqueadas no son las ideas, sino las emociones. El problema de la represión lo encontramos siempre causado por emociones e impulsos a los que no se ha dado salida. Por lo tanto, no es suficiente que la persona hable y se exprese. Al requisito arriba indicado de que la acción debe ser consciente hay que añadirle que sea además sentida, es decir, expresión de algo vivido íntimamente; que la palabra sirva a la vez como instrumento del pensamiento y del sentimiento. No detenerse a pensar, a protegerse y defenderse, sino aprender a expresarse a sí mismo del todo, aunque sea en pequeñas dosis; que la apertura completa tiene lugar sumando pequeños actos de abrirse, de dar, de manifestar un sentimiento o una emoción.
¿Técnicas para conseguir esto? Dentro de las técnicas básicas, las mejores son:

Oración.
Contacto social basado en el interés por los demás.
Terapéutica grupal.
Psicoterapia individual, de tipo dialéctico.
Ejercicio mental de visualización.
Autocondicionamiento en el sentido indicado.

Todas estas técnicas producen la apertura al exterior. El sujeto está condicionado negativamente; cada vez que intenta o se le presenta una ocasión de tomar contacto, se desencadena el automatismo que le dice: «¡Cuidado, precaución, ciérrate, huye!», y ha de aprender a adoptar la actitud contraria, por la que sienta: «¡Quiero ser abierto, disfrutaré comunicándome, expresando cosas, me sentiré cada vez más a gusto entrando en contacto con la gente, dando salida a lo que siento!».

2.° El caso de las personas emocionalmente muy frías y que parecen funcionar exclusivamente de acuerdo con la consigna: mente y voluntad.
Hay personas que han desarrollado todas sus vivencias alrededor de estas dos ideas, justamente por un problema de inhibición emocional. Son personas de tendencia introvertida, con temperamento de predominio mesodérmico; generalmente, acostumbran a poseer una fuerte contextura de su Yo, desarrollando su personalidad al mismo tiempo en torno de la inhibición del factor emocional, y de la actualización de un profundo sentido del deber, de la disciplina, de la voluntad, de la firmeza, etc., como imperativos categóricos. Se han pasado toda la vida desvalorizando cuanto significa emoción y dando importancia a la eficiencia, a lo práctico, a ideas y decisiones prácticas; en la medida en que hayan bloqueado fuertes contenidos emocionales, se encontrarán interiormente con graves problemas y les costará más romper el cerco.
¿Qué prácticas deben realizar?
Les aconsejo sobre todo dos: yoga y relajación consciente. El yoga cae dentro de la dirección de su actitud de disciplina y esfuerzo, pero yendo seguido de la relajación, que será la parte más eficiente de su disciplina, pues contrarrestará la actitud de tensión y rigidez que mantengan. En el yoga y en la relajación irán aprendiendo a encontrar dentro de sí mismos un nivel de calma y laxitud, que después se irá haciendo extensivo a todo su psiquismo. No se puede pedir que de improviso se desbloqueen emocionalmente por medio de una técnica directa.

3.° Personas en quienes predomina de modo aparente la agresividad: en seguida se molestan y reaccionan en contra y caminan con la actitud retadora de quien en cada situación se dispone a ganar una batalla. En su interior han ido formando una imagen negativa, hostil del mundo que les rodea y se sienten obligadas a defender su derecho a ser. De ahí que configuren su personalidad con rasgos de una fisonomía irascible y agresiva.
¿Prácticas convenientes?
Mucho yoga físico.
Oración. Este tipo de personas suele estar en condiciones de practicar bien la oración, porque están acostumbradas a entrar fácilmente en contacto, aunque al principio la hagan consistir en pedir cuentas a Dios.
Estudio, o quizá mejor, sesiones de análisis, en las que vayan aprendiendo a ver y recapacitar sobre las ideas que tienen del mundo. Esta práctica deben hacerla sobre la marcha, seleccionando actitudes inmediatas y analizando los contenidos de estas actitudes. La han de llevar a cabo en compañía de alguna persona, preferentemente de un psicoterapeuta.
En cualquier caso tienen que subrayar que conviene acompañar toda práctica del estudio y de la reflexión, que aportan una suma de ideas constructivas sobre sí mismos y sobre el inundo. Ha de ser un estudio auténtico, de cosas positivas, no de teorías o hipótesis.
Muchas veces el sujeto no puede ver con objetividad si tiene un Yo fuerte o débil, juzgándose con uno u otro según las ocasiones. Lo mejor será acudir a quien pueda sacarle de dudas, diagnosticando sus características psíquicas y orientando su trabajo. O, de no ser posible, se puede seguir un plan general en el que de un modo proporcionado intervengan las principales técnicas de que hemos hablado. Practicándolo, utilizará todos los valores positivos de las técnicas, y él mismo, al cabo de un tiempo, dos o tres meses, de trabajo diario, estará en condiciones de juzgar qué es lo que mejor le va. Donde encuentre mayores dificultades, habrá aprendido a distinguir si se debe a una resistencia psicológica que tiende a evitar un esfuerzo, o si es que realmente esa técnica no responde a la marcha natural de su desarrollo psíquico.
En principio, este plan, que voy a exponer a continuación, puede aconsejarse a todo el mundo que esté sano física y mentalmente, en el sentido vulgar que se da al término salud. Quien padece algún trastorno mental, aunque sea leve, no debe realizar ninguno de estos ejercicios sin el asesoramiento de un psiquiatra.
Está compuesto pensando en las personas que de verdad quieren trabajar, porque consideran que entre los problemas que tienen planteados el más importante de su vida es resolver su inseguridad. Valorándolo así, se sitúan en la mejor disposición para enfrentarse con el esfuerzo de realizar con el debido interés y constancia el trabajo que les conducirá a conseguir su objetivo.


Plan de trabajo interior

Mañana (1/4 de hora)
Prácticas:
Hatha-Yoga.
Respiración completa.
Meditación sobre la cualidad básica que quieren actualizar.
Relajación.
Oración.

Mediodía
Unos minutos de aislamiento y recogimiento, para aprender a centrarse y sentirse a sí mismo vivir -yo soy energía-. Afirmar lo que es verdad y positivo de modo que lo sienta vivenciarse en todos mis niveles, es tomar conciencia de lo que soy.

Tarde
Autocondicionamiento sobre la misma cualidad básica.
Estudio y meditación: 15 minutos.

Noche (antes de dormirse)
Ejercicio de retrospección.

Durante el día
Práctica de atención y relajación parcial.
Durante el día interesa aprender a estar más despierto y menos tenso. Por eso, siempre que uno se acuerde, atención central. Se controla su frecuencia y eficacia con sólo practicar por la noche el ejercicio de retrospección. Además, durante el día conviene repetir siempre que uno se acuerde frases como éstas: «Yo soy energía», o «Yo vivo con entusiasmo», etc., u otra afirmación de tipo positivo y dinámico para que llegue a la mente inconsciente y neutralice todas las sugestiones negativas que existen dentro. La única diferencia entre las de dentro y éstas estriba en que las primeras no las hemos escogido, sino que las han ido introduciendo las circunstancias, mientras que ahora somos nosotros quienes libremente creamos nuestros condicionamientos. Así que tan eficaces son unas como otras, y en nuestra mano está el hacernos con los estados interiores que nos propongamos vivir.

Una visión panorámica de todo el conjunto de prácticas y la comprensión del móvil de cada ejercicio hacen ver que el plan afecta a todo el psiquismo, desbloqueando la energía y educando la actitud con relación a los demás, condicionándonos con ideas positivas y aprendiendo a estar en todo momento despiertos. En otras palabras: producen una auténtica integración de la personalidad, puesto que influyen en ella desde todos los ángulos consiguiendo que el Yo vivencie la energía que se hace correr por todos los niveles del psiquismo humano.
En el ancho y variado paisaje de la vida diaria tenemos también a mano multitud de ocasiones de corregir nuestras actitudes y profundizar en nuestros niveles superiores, sin necesidad de recurrir para ello a técnicas determinadas.
Los mismos principios que rigen en las técnicas, bien comprendidos, son aplicables a la infinita gama de circunstancias de nuestra vida.
De ordinario, lo que suele ocurrir cuando nos absorben nuestras preocupaciones y nuestros problemas interiores, aunque sea inconscientemente, es que, al centrarnos en nuestro Yo idea, éste se hincha y todo lo nuestro toma proporciones exageradas. Perdemos el sentido real de la perspectiva de las cosas.
Por eso, es de efectos muy interesantes empezar a escuchar con toda atención y a interesarnos de veras por los demás, aunque uno mismo esté lleno de problemas y se sienta muy inseguro. Así se educa una actitud nueva, que pone en funcionamiento niveles reales de nuestro psiquismo y se deshinchan automáticamente nuestros problemas artificiales. Uno se siente más fuerte a medida que toma conciencia de experiencias vitales, reales y efectivas, de esta índole, y se da cuenta de que sus propios problemas no tenían la importancia que les atribuía antes.
Lo mismo podemos decir de nuestras conversaciones; si estoy hablando, defendiendo una idea, o exponiendo o comunicando algo, cuanto más plena sea mi conciencia interna de que soy yo quien estoy diciendo esto o haciendo aquello, más actualizaré y reforzaré esta conciencia de mí mismo.
Si empiezo a adoptar con cada persona con quien trato la misma actitud de prestarle toda mi atención y todo mi interés, como si se tratara de mi propia vida, siendo consciente de ello, entonces todo yo comenzaré a actualizar mi personalidad en cada situación, logrando idénticos resultados que con la práctica de las técnicas.
No obstante, las técnicas son importantes, y aun necesarias, porque es muy difícil conseguir obrar del modo explicado, por estar acostumbrados a hacerlo todo como autómatas, según los condicionamientos habituales; y las técnicas sirven para hacernos cargar enérgicamente el acento sobre la actitud correcta, en la que profundizamos y que se nos va manifestando, facilitándonos luego reproducirla sin errores en nuestra vida diaria.

25. ETAPAS, SEÑALES DE PROGRESO Y DIFICULTADES EN EL CAMINO DE LA AUTOLIBERACIÓN

En los capítulos precedentes quedan expuestas un conjunto de técnicas que constituyen medios eficaces en el difícil camino de la autorrealización. El hombre verdaderamente deseoso de conseguir la plena realización de sí mismo, que practica debidamente y con asiduidad dichas técnicas, llegará a esta meta.
No cabe duda que, a este fin, le servirá también de ayuda y estímulo el conocer de antemano el camino, es decir, las etapas por las que ha de pasar, así como saber cuáles son los puntos de referencia con los que confrontar su trabajo para cerciorarse de que sigue adelante, y no pierde el tiempo con pasos inútiles por senderos desviados. De igual modo, especialmente al principio, irán surgiendo dificultades, que es preciso saber descubrir para que no sirvan de estorbo, antes bien, se transformen en nuevo estímulo al comprobar que estaban previstas y que no suponen ni su ineptitud personal para seguir estas técnicas, ni mucho menos un argumento en contra de la eficacia de las mismas. Es lo que me propongo en este capítulo, que viene a ser una especie de guía o plano para no perderse por los caminos del trabajo psicológico y evitar el peligro, siempre al acecho de cuantos se proponen meterse por las andaduras interiores de cualquier clase de autoperfeccionamiento, de mirar atrás y retroceder tras los primeros pasos.


Etapas y señales de progreso interior

Naturalmente, cuanto vamos a exponer sólo tiene lugar si existe un auténtico trabajo interior, es decir, si se llevan a la práctica las técnicas propuestas. Pues únicamente entonces se verifican las transformaciones interiores de que vamos a hablar.

Primera etapa.- Cuando una persona empieza a trabajar, nota muy pronto una serie de sensaciones nuevas, que nunca había experimentado antes, de satisfacción, de euforia, de optimismo y alegría; se siente entusiasta y contento y tiende a creer que tiene ya la transformación de su interior al alcance de la mano. Esta primera etapa, que produce en el sujeto la impresión de un serio adelanto y progreso, acostumbra a durar de quince días a dos meses.

Causas.- Las técnicas han rascado un poco la superficie de la actitud mental consciente anquilosada y rígida y el solo hecho de atisbar actitudes desconocidas y espontáneas causa una sensación de frescor, de vida y consiguientemente de novedad muy agradable. Además, desde la decisión tomada de trabajar en serio, el sujeto adquiere la impresión de que ya no camina a remolque, sino que ha empezado su verdadera transformación y la simple posibilidad de que esto sea cierto vigoriza el optimismo y hace tomar conciencia de los más pequeños cambios y sensaciones.
En realidad, esta primera fase lo único que hace es compensar momentáneamente el «Yo». Con una comparación expresaré mejor mi idea: si a una persona que anda con graves preocupaciones económicas le toca el premio gordo de la lotería, este hecho no le resuelve los problemas interiores de tipo psicológico que tiene pendientes, y sin embargo, se siente más eufórico, más satisfecho, con una sensación de poder y de firmeza y una capacidad de acción más eficientes que nunca. En otras palabras: la satisfacción es sólo momentánea, obra a modo de compensación y en cuánto pasa, los problemas aparecen de nuevo con toda su vigencia. De modo semejante, los primeros pasos en el trabajo interior son una compensación al Yo, que dura mientras el sujeto está bajo la impresión inmediata de novedad que le han causado las sensaciones experimentadas en la práctica de las técnicas.

Segunda etapa.- Cuando, transcurridas las primeras semanas de práctica, los ejercicios pierden el carácter de novedad que en un principio los envolvía y las sensaciones ya no se renuevan; cuando, sobre todo, el trabajo interior amenaza no sólo ya con rascar, sino con empezar a desmontar de veras la estructura artificiosa del Yo, mejor dicho, de la idea del Yo, entonces hace su aparición una reacción inconsciente de oposición, contraria a proseguir el camino emprendido, que se traduce en desgana, antipatía por el ejercicio, pereza en proseguir su práctica, malestar e incomodidad ante la nueva situación. Es una etapa de pesimismo y depresión, en la que se dejan de experimentar las sensaciones anteriores, crece el recelo de que incluso se retrocede y nace en el fondo una sensación de fracaso. Es aquí donde la mayor parte de las personas retrocede y abandona el trabajo.
Todo ello tiene su origen en un doble hecho: primero, en la desaparición natural de la sensación de novedad a medida que se ha ido avanzando y creyendo conocer el camino. Pero sobre todo en la alarma inconsciente que se despierta en el Yo ante el peligro, indefinidamente presentido, de salir afectado o lesionado en algo muy suyo. El mecanismo de autodefensa del Yo funciona promoviendo una serie de dudas y preguntas escépticas o críticas formuladas en el interior, con el objeto de inhibirse y abandonar finalmente el camino emprendido. Es natural, si se tiene en cuenta que, al fin y al cabo, el Yo-idea es un modo que tenemos de vivirnos, bueno o malo; en realidad siempre más bueno que malo, dadas las condiciones en que lo hemos ido viviendo; quiero decir, que ha llegado a ser no sólo algo nuestro, sino más aún, la expresión de nosotros mismos. De ahí que en el momento en que esa estructura mental, que ha sido la nuestra, que la hemos considerado nosotros mismos, como nuestro Yo, se siente amenazada en lo más profundo, entonces -aparte de la idea que nos ha guiado y del proyecto concebido y ya en marcha de realización, de llegar a algo mejor-, lo que de verdad estamos empezando a sentir es que vamos a dejar de ser lo que éramos. Esta alarma no suele apreciarse en el consciente y la respuesta defensiva tampoco es abierta, sino que se reviste del ropaje de una argumentación racional, con la que tratamos de disuadirnos de seguir adelante.
Durante esta segunda etapa apenas se experimentan sensaciones nuevas. Y no obstante, la transformación está ya en marcha. El hecho de que no se perciba en el consciente sólo se debe a que ocurre en niveles profundos, los cambios se echan de ver cuando después de algún tiempo una mirada retrospectiva compara los estados y actitudes actuales con los de hace seis meses o un año.
También ocurren a veces efectos sensacionales, pero no es lo normal; el trabajo es tanto más profundo y sólido cuanto más lento parece, a condición de que se trabaje intensamente; se trata de algo tan importante como una nueva estructuración de energías y reorganización del mundo inconsciente y del consciente. Y es por necesidad tarea silenciosa y pausada. Pero esto entra ya en la tercera etapa.
Señales de avance interior en esta segunda etapa son:

1. La primera, la misma ya antes citada de sentirse de nuevo acuciado por los problemas que parecían haber entrado en vías de solución y advertir que todo vuelve a su viejo cauce de malestar, que incluso reaparecen preocupaciones y miedos tiempo atrás ya olvidados. Aunque parezca lo contrario, es ésta una señal de que se avanza, semejante a la fase resolutiva de una enfermedad, cuando empieza a subir más la fiebre para luego ceder, o a una hemorragia que rebaja la tensión sanguínea: signo de saneamiento interior, de desintoxicación mental. El interesado se siente más susceptible, cualquier cosa le irrita o le hiere, como si todo él estuviese en carne viva.

2. Una sensación esporádica, que aparece en los momentos más inesperados, lo mismo yendo por la calle, que al vestirse o estando sentado a la mesa, pero que suele ser breve, de que algo está cambiando por dentro, sensación viva, fresca, suave, remozadora, que cuesta identificar por ser nueva y variada, y que indica que la conciencia se está abriendo a niveles más profundos que empiezan a funcionar.

3. En los momentos más impensados y extrañándose de ello uno mismo, comienzan a salir, en el trato diario con la gente, reacciones espontáneas, de tipo expresivo o emocional, ideas, ocurrencias, observaciones o risa que antes no habría brotado, por mantener un control ya habitual o inconsciente con censura represiva para lo espontáneo, o por un bloqueo insano y contrahecho del interior, en los dos casos impidiendo la natural expresión de la propia personalidad. Estas espontaneidades pueden consistir a veces en un insulto o en una protesta indignada, es decir, en algo negativo. No importa: evidencian que ha empezado el deshielo de nuestra rigidez interior y que va quedando libre el camino hacia dentro, que tenderá el puente de contacto con el exterior. No es aún una actitud, es decir, algo permanente; dominan todavía los estados anteriores, de cierre y control al trasiego de relaciones entre el mundo personal y el Yo.

4. Es muy característico de esta etapa el sufrir grandes oscilaciones y vaivenes emocionales. Tan pronto se siente uno desalentado y deprimido, como lleno de euforia. Hablamos de altibajos en relación con el estado más o menos equilibrado y estable que se había llegado a construir con el continuo ejercicio de un autocontrol de la conducta adaptado al patrón social del medio en que se vive. El desbloqueo interior sensibiliza la conciencia y hace reaccionar con más intensa alegría, buen humor y optimismo o con mayor hostilidad, miedo y angustia, según los casos.

5. Aunque parezca paradójico, se gozan también instantes, y aun pequeños períodos, de una paz y tranquilidad desconocidas, como oasis escondido en el desierto que se atraviesa en esta etapa, pero que nada tienen que ver con la pasividad interior. Hay personas muy educadas y correctas que precisan pasar por un período de exaltación, y cuando las defensas de su Yo empiezan a deshacerse, lo que tiende a salir espontáneamente es este desatarse de trabas y desahogarse, lo que no deja de asustar al sujeto, pues va contra su Yo-idealizado y además le provoca conflictos con las personas que están acostumbradas a considerarlo de otro modo.

6. Se adquiere una facilidad mucho mayor para comprender a los demás, sin que suponga esfuerzo, participando de su modo de ser y viendo como naturales actos que antes extrañaban. Es como si se produjera un acercamiento hacia los otros, desde nuestro interior al interior de ellos, el cual puede ser captado y registrado un poco más. Se advierte esta sensación de proximidad y, sin necesidad de explicaciones, uno se hace cargo y toma las reacciones de los demás como mucho más naturales.

7. El sujeto puede manejar con mayor soltura y con bastante tranquilidad problemas y situaciones que antes le preocupaban mucho y que consideraba muy íntimos y privados, de tal modo que ni siquiera se permitía a sí mismo recordarlos y los reprimía en cuanto intentaban aflorar; mucho menos hablar de ellos con nadie: tal era la gravedad que les concedía.

Se trata de problemas vividos con intensidad en épocas lejanas de nuestra vida, y que entonces censuramos con la etiqueta de «prohibida su rememoración». Por ejemplo, una acción grosera con un hermano o violenta con los propios padres o familiares, o una cobardía en el grupo de amigos, etc. O simplemente un mal deseo hacia un familiar. Lo interesante en el caso no es la gravedad en sí de estos hechos, sino la que nosotros entonces le concedimos y cómo quedaron registrados en nuestro interior. Como para el inconsciente no existe el tiempo ni la valoración moral, sino que allí se graban las cosas en virtud de su propia fuerza, de la intensidad con que se viven, hoy continúan dentro con la misma etiqueta de muy grave que rotuló antaño su entrada. De aquí que el Yo se resista a querer actualizar aquel problema. Cuando se logra, resulta, al enjuiciarlo hoy, que con frecuencia no era más que una nadería. El inconsciente está lleno de problemas así, que se conservan con la gravedad que entonces les otorgamos; y cuando el sujeto logra pensar y hablar de ellos, es que han dejado de estar hundidos en lo profundo del inconsciente y han sido objetivados, separándose y desidentificándose de la noción de él mismo y pudiendo ser manejados y solucionados en lo que tienen de rémora para conseguir el fin propuesto de madurez psicológica.
Como señal de avance, nos referimos aquí a que el sujeto puede hablar cada vez con mayor soltura de estos problemas personales que antes reprimía, sean de tipo sexual, de agresividad, celos, ambición, etc.

8. Uno de los signos más característicos de adelanto es el cambio progresivo, y mucho más acelerado que el inherente a la edad, en la valoración subjetiva de las personas y cosas.
Si el interior va cambiando, es decir, si vive las mismas situaciones de un modo distinto, aunque no llegue a darse clara cuenta de ello, esto se reflejará necesariamente en su vida de relación. Variará su valoración respecto de las personas, a quienes antes consideraba de un modo y concedía una importancia, ahora les ve sin fondo, sólo con apariencia; y por el contrario, personas menospreciadas, vienen a ser objeto de atención, al darse cuenta de valores escondidos en su interior, que antes le pasaban desapercibidos. En realidad, la mutación es subjetiva, interior; es él quien cambia y su cambio arrastra el de sus gustos y deseos. Empieza a enfocar la existencia desde otro punto de vista. Se está transformando la escala de valores interiores que habían regido hasta ahora, y con ella se modifica también su aprecio y concepto del mundo exterior.
Por esta razón experimentará la necesidad de desplazarse del ambiente social anterior. El trato con los amigos de antes deja de satisfacerlo; encuentra sin contenido las lecturas acostumbradas; los espectáculos de su predilección ya no le dicen nada, etc.; esto puede provocar una crisis, sobre todo porque, recíprocamente, los demás también le encuentran extraño y como desajustado. Sin embargo, no hay temor por este lado, pues en realidad el cambio se verifica hacia un sentido de autenticidad, de vivenciación de sí mismo, y a lo más desembocará en una ruptura con el ambiente social anterior, obligándole a ponerse en contacto con otro nivel social más en armonía consigo mismo. Ruptura que, por lo demás, no suele ser violenta, sino suave y progresiva. Toda persona se mueve en el ambiente social que está de acuerdo con su densidad interior. A medida que se va descargando del lastre del inconsciente, disminuye esa densidad y percibe que hay que construir otro tipo de valoraciones, de amistades, otro estilo de vida, es decir, se eleva en la escala social. Es muy posible incluso, que cambie su situación económica y profesional.

9. La variación es a veces tan notable, que personas que eran muy afectuosas se vuelven frías e indiferentes. Y por el contrario las reservadas, serias y cerebrales, empiezan a manifestarse cariñosas, expresivas o con espontaneidades y bromas propias de un adolescente.
Todo esto es natural; son señales de progreso. En el primer caso la afectividad era sin duda egocentrada, puro sentimentalismo, es decir, el amor como protección del Yo. Y, al trabajar interiormente, se borra y uno se siente frío como si no amara, cuando lo que ocurre es que la profundización en capas más hondas ha barrido el barniz superficial del sentimentalismo. Luego aflorará el amor genuino. En el segundo caso, hace su aparición un modo de ser que es el auténtico y que debió vivir desde hace muchos años. Es una fase de transición, pues no puede arribarse de pronto al estado que viviría ahora si hubiera comenzado entonces. Pero el trabajo batirá records quemando períodos de tiempo en proporción a su intensidad.

10. Por último, y como síntoma más fundamental, el sujeto empieza a sentirse cada vez más a sí mismo, con una fuerza nueva, independientemente de los eventos de su vida y de sus estados de ánimo transitorios, y aun de los permanentes. Antes tenía una conciencia de sí mismo que era la suma de las alegrías, tristezas, intereses, educación, etc., de toda su vida. Ahora va cobrando fuerza en su interior una sensación nueva de sí mismo: como ser dotado de vida, de una vida borbotante, sintiéndose a sí mismo vivir, aparte de las cosas y de los estados de ánimo, con el calor de una fuerza íntima y de un fuego interior que es él mismo. Es una experiencia nueva e indescriptible. Recuerdo a este propósito a un señor que me decía no hace mucho, y que llevaba ya nueve meses de trabajo interior ininterrumpido: «De verdad es una experiencia que merece la pena, nunca me había sentido vivir; ahora me siento en el núcleo de la vida, es un descubrimiento permanente de mí mismo». Algo queda en el sujeto para siempre, como centro de él mismo -aparte de los altibajos que puede haber en sus relaciones exteriores- de lo que mana una fuerza que le hace manejar y hacer frente a todas las situaciones, quedando él independiente de personas y cosas. Hace lo que siente que debe hacer, sin depender de nada ni de nadie. Van desapareciendo las ataduras interiores provenientes de vivirse a sí mismo como suma de afectos y opiniones de los demás, de estados de ánimo o de experiencias anteriores condicionantes, y de las exteriores, que le movían a hacer lo que pensaba que los demás aceptaban.
Pero todo esto no se contrapone a que mientras se siente a sí mismo con mayor fuerza y con mayor libertad e independencia de las personas y de las cosas, penetre más en el interior de las personas, como ya dijimos en otro punto -estando más cerca de la intimidad de los demás, aunque sin depender de sus reacciones emotivas o intelectuales- y se haga cargo más objetivamente de las situaciones y de las cosas.
Éstas son las principales señales que pueden considerarse de progreso dentro de la segunda etapa. Hay que notar que los altibajos emocionales y por lo tanto los estados afectivos que se experimentan -de alegría, gozo o fastidio, etc. -, deben mirarse con un poco de recelo como signo de adelanto, precisamente debido a la inestabilidad propia de estos niveles. Los modos de sentirse a sí mismo son los que dan la pauta, es decir, todas las experiencias y vivencias profundas, porque éstas sólo pueden ser resultado del trabajo interior.

Tercera etapa.- La nota dominante de la fase anterior, la depresión y el pesimismo, se va esfumando y comienza a abrirse paso una clara conciencia de que algo por dentro empieza a ir bien; los resultados comienzan a palparse. Los que han superado la prueba están satisfechos de los frutos recogidos y difícilmente abandonan el trabajo, que abunda en recompensas de plenitud interior, otorgándoles gozar de la vida como nunca, porque se viven a sí mismos de un modo armónico. En esta etapa se verifica la unificación de la mente y el psiquismo.
Como características principales, que son al propio tiempo índices de progreso, podemos señalar:

1. El sujeto conserva de modo habitual la conciencia de sí mismo, una conciencia positiva, agradable, constructiva. Este estado interior se manifiesta en una total independencia de las oscilaciones que pudiera provocar la variabilidad de las circunstancias, lo mismo que incluso la de los estados de ánimo, que oscilan como siempre -es inevitable-; pero predomina a través de todo el sentirse a sí mismo de un modo permanente como centro consciente y organizador de «lo demás». Se siente vivir, ya normalmente, aparte de las grandes alegrías o de las grandes tristezas o de las graves dificultades, en un nivel distinto al del mundo emocional, que empieza a ser un nivel espiritual.
Esta persona se caracteriza porque adopta una actitud abierta y positiva hacia la gente, con facilidad para el contacto, con independencia del criterio de los otros. Puede, llegado el momento, «cantar las cuarenta» a quien sea, sin inmutarse, o plantear serios problemas, porque lo exige así la trayectoria de su vida (no su egoísmo; con frecuencia será en defensa de derechos ajenos). Quien posee una fuerza tal en su interior no es un ser prefabricado que se adapta a todo o a lo que le conviene, ni el tipo clásico de persona perfecta, según la versión vulgar que se ha dado del hombre bueno, conformista y que a toda costa evita las tensiones siguiendo los dictados de una prudencia de equilibrio y medias tintas. La persona que se vive a sí misma con autenticidad es palpitación viva en toda su actuación, de un vigor extraordinario que no se deja modificar por nada, aunque se adapta en la medida que las circunstancias lo permiten, pero sin depender de ellas. Viene a coincidir con el tipo de hombre que posee autoridad y que es capaz de dominar a los demás, aunque no despóticamente. Su interior no está condicionado por las reacciones de los otros.

2. Esta fuerza no es bulliciosa ni tempestuosa; no mueve a una actitud sin tregua, más bien es tranquila, reposada, concentrada, enérgica. A medida que se va adquiriendo una vivenciación más profunda de uno mismo, la fuerza interior se remansa en un estado de serenidad interior. Es posible que el temperamento incline al sujeto a la actividad, llevándolo a realizar muchos o pocos proyectos; pero siempre, en el fondo de sí mismo, vivirá en paz, en el mismo lugar. Una cosa es el movimiento de los instrumentos que maneja, sus mismas facultades y otra la agitación interior, que en esta etapa ya no existe.

3. Una señal muy práctica para discernir el progreso espiritual es la capacidad de comprensión de los demás. A mayor maduración interior, una visión más rica y una comprensión más honda de los demás. Y por consiguiente una convivencia más próxima, y en actitud positiva, no de dependencia.
Se trata de un avance en profundidad sobre la característica explicada en el punto 6 de la segunda etapa. El sujeto vive en su centro, según es él, y deja a cada cual vivir a su modo, comprendiendo que cada uno esté en una fase distinta de desarrollo o de estancamiento, sin interferirse en su vida, pero admitiéndola positivamente, y sintiéndose, en su área de relaciones, próximo a todos. Puede incluso darse el caso de que alguien no le sea simpático ni agradable -pues es cosa que depende de una afinidad caracterológica o temperamental, sin que intervenga la voluntad-, y entonces, aunque no le guste su trato, comprende no obstante su modo de ser y admite que sea así y no de otra forma, sin incomodidad ni menosprecio.
Normalmente, nosotros valoramos a las demás personas a través de sus manifestaciones exteriores. Es un error que vamos corrigiendo a medida que nos sentimos vivir interiormente, aumentando nuestra seguridad y por lo tanto desapareciendo nuestra necesidad de depender de los demás. Precisamente porque uno vive este nivel de seguridad, participando en el núcleo de la vida, común a todos los seres, es por lo que ve más relativo el nivel externo personal, de ideas, hechos, carácter, modo de vida, etc., y puede admitir que adopte cualquier forma. Pero si uno depende de lo exterior, tiende a observarlo y tratar de modificarlo de acuerdo con sus ideas, o de adaptarse perdiendo la propia libertad de acción.
Así pues, nuestra capacidad de aceptar con naturalidad el modo de ser de los demás y de comprenderlo refleja y sirve de señal para conocer si aún seguimos cerrados, aunque sólo sea en parte (en el caso de no poder aceptar la manera de ser de algunas personas). Las personas vienen a ser como espejos en los que nos reflejamos y que nos dicen el grado de nuestro adelanto.

4. Otra señal de progreso es la adquisición o el aumento, que se efectúa de modo natural y progresivo, de un profundo sentido religioso. Es decir, se sensibiliza la conciencia de Dios, que se percibe no ya sólo a través de la fe, como idea a la que se presta adhesión mental, sino a través de la experiencia, como algo vivo que está en nosotros.

5. Finalmente, es también signo positivo en esta tercera etapa el aumento de la paz interior, sea cual fuere el papel que uno haya de desempeñar en la vida, encontrando plenitud en su cometido, y conservando conciencia de sí mismo independientemente de las cosas que pasan dentro o fuera.
Esta tercera fase puede durar meses y aun años. A medida que se adelanta, crece la satisfacción interior y uno se va encontrando perfectamente bien, hallando sentido a la vida y saboreándola. Muchas personas se contentan con haber llegado hasta aquí. Pero hay otras que no, necesitan algo más: en ellas se ha ido despertando la exigencia de actualizar niveles superiores, espirituales, de descubrir la realidad que trasciende la estructura del Yo. Éstas deben seguir trabajando en la misma dirección hasta tomar conciencia de los niveles superiores que su psiquismo, más rico y sensible, les brindará. Para ellas existe una cuarta etapa de desarrollo interior.
Antes de pasar a hablar en este mismo capítulo de las dificultades que el ejercitante encontrará en su trabajo interior, he de hacer unas advertencias sobre el valor que tienen tanto la división en etapas que acabo de hacer como las respectivas señales de progreso.
Para no inducir a error, al aplicar la división en etapas a la marcha de uno mismo en su trabajo, hay que tener presente que no se trata de compartimientos estancos, cada uno totalmente separado de los demás de un modo fijo y total, sino que con muchísima frecuencia se entremezclan, alternándose aun en una misma semana la primera y la segunda etapa; o se dan avances rápidos y luego retrocesos, etc. Es decir, que lo que dejo indicado sirve solamente como norma general.
Además, esta división en etapas no es aplicable a toda clase de personas. Hay tipos temperamentales que no experimentan apenas ninguna de las señales de progreso de la primera etapa, sino que se sienten más bien fríos y casi sin estímulo durante todo su trabajo.


Dificultades

De modo general podríamos reducir las dificultades con que se tropieza en el trabajo interior, a las dos siguientes:

1.ª Encontrar el camino más adecuado a la propia personalidad.
No debe ser el resultado de un consejo o de una sugestión. Sino de una selección interior, es decir, que el sujeto, entre varios caminos posibles ha de elegir uno, no sopesando tan sólo razones, sino escuchando también la respuesta de su inconsciente y de su intuición hasta descubrir por cuál siente internamente mayor afinidad. El cultivo interior debe seguir la línea trazada por el inconsciente, el cual tiene en su mano el mayor número de datos acerca de nuestra verdadera realidad, y que, a petición nuestra, nos colocará en nuestra ruta.

2.a La dificultad principal es la que surge de nuestro propio interior, y que puede resumirse en una palabra: resistencias.
Cada persona es producto de los hábitos adquiridos en toda su vida, y para cambiarlos se precisa utilizar constantemente fuerzas poderosamente activas. Un hábito sólo se modifica con muchos actos conscientes, continuados, hasta lograr una nueva actitud habitual. Durante mucho tiempo se volverá a caer una y otra vez todos los días en el estado habitual anterior, y entonces vuelven a regir las ideas, las actitudes, intereses y vivencias enlazadas con aquel estado, por desagradables que sean y aunque a veces supongan al sujeto volver a vivir aprisionado en angustias, temores y problemas. No se puede modificar en varios días todo un estilo de vida construido tal vez durante años.
Es más, las personas que han vivido durante mucho tiempo bajo el peso de graves problemas, cuando consiguen resolverlos, echan de menos las preocupaciones y tensiones anteriores y tienen tendencia a revivir lo pasado con el pensamiento y la imaginación. Si actualmente no tienen ningún conflicto, sedo inventarán o buscarán estímulos artificiales que reproduzcan de algún modo aquellos estados, como si les resultase insípido vivir sin ellos. Es que en realidad la verdadera naturaleza de las dificultades no reside en algo externo, sino en el mismo sujeto. Él tiene la impresión de que con la solución del aspecto externo del problema acabarán sus padecimientos y luego se encuentra con que no, justificando con razonamientos falsos su nueva situación de malestar. Todo tiene su origen en que él mismo funciona mal. Pero, por inteligente que sea, es muy difícil que llegue a verlo, porque somos ciegos para nuestros propios problemas, sobre todo cuando éstos son muy agudos. Este es el motivo por el que no es camino correcto tratar de resolver los problemas por la vía mental consciente, por la razón. La persona afectada empieza por no reconocer lo que le dicen, porque no tiene evidencia personal de ello, a pesar de ser el sujeto en que se verifica el fenómeno.
Es, pues, preciso utilizar técnicas que transformen los mecanismos inconscientes, que eduquen la actividad y que descarguen la energía acumulada en puntos muertos que presiona contorsionando las actitudes.
Para poder realizar el cambio de hábitos que modifiquen nuestras actitudes, sería necesario mantener la mente consciente muy despierta a fin de estar al acecho de la irrupción de los estados anteriores, y además permanecer abierto a los que deseamos adquirir. Pero esto es sumamente difícil. Por cada 5 ó 15 minutos que pasamos, y con un gran esfuerzo, del todo despiertos y sintonizados con la actitud deseada, continuamos las otras 23 horas del día en la antigua actitud. Así que el cambio resultaría lentísimo.
Por eso las técnicas expuestas tienen el objeto de abrir brecha en la atención, hasta lograr que la mente permanezca abierta el mayor tiempo posible.

3.ª Otra resistencia tiene su origen en el miedo del Yo a ver desaparecer las actitudes y el mundo de valores con los que había llegado a identificarse, como si se tratase de un suicidio. Ya hablamos sobre el particular al trazar las características generales de la segunda etapa, en este mismo capítulo.
Se trata con frecuencia de conflictos que vivimos en los años de nuestra infancia o juventud, y que, por haberlos conceptuado entonces como graves y conservado como tales en el inconsciente, nuestro consciente nos veda incluso su recuerdo. Para convencernos de que esto es así no tenemos más que realizar el ejercicio llamado «examen retrospectivo», y observaremos que durante el día estamos seleccionando continuamente las palabras, los gestos, las actitudes, los temas de conversación, aun las ideas. Prestando atención a este hecho, descubriremos que si en un momento dado no hemos dicho tal frase, se ha debido a que en ella veíamos cierto peligro, peligro asociado a la alarma que se despierta en nosotros ante la posibilidad de que se manifieste algo que tenemos reprimido dentro con el veto de salida.
En el momento de proponernos realizar el trabajo interior, notamos una tendencia a huir, y nuestra mente se convierte en una fábrica de argumentos que justifican- racionalmente esta huida: ideas negativas acerca del trabajo, al terrible esfuerzo que tendríamos que realizar, de desconfianza de conseguir cambios importantes, o contra la capacidad de las personas en quienes confiamos. En el fondo todas éstas y otras razones provienen sólo del miedo y de la tendencia natural a evitar todo lo que es desagradable. Independientemente de la actitud consciente de buena voluntad que uno tiene.
Esta dificultad sólo puede obviarse con una actitud dispuesta por encima de todo a ir descubriendo los mecanismos internos que hacen funcionar nuestro psiquismo en la práctica, para saber distinguir entre las razones fundadas y las que sólo encubren una huida, y de este modo poder neutralizar nuestra tendencia emotiva a evitar enfrentarnos con las situaciones que nuestro inconsciente censura por peligrosas, pero que nos llevarían a la solución deseada.

Antes de terminar este capítulo, unas palabras acerca de algunos puntos de interés, relacionados con lo expuesto.

1. El progreso interior es tanto más rápido cuanto con mayor intensidad se experimenta la urgencia de cambiar. Y esto lo mismo puede ocurrir si el malestar interno es muy grande que si es pequeño pero se tiene de él una fuerte conciencia.
La mayor de las dificultades con que se tropieza en este camino ya hemos dicho que es la de llegar a conocer el problema que a uno le afecta y ver, por lo tanto, en qué dirección se podrá encontrar la solución anhelada. Una experiencia profunda de vivir con problemas induce a un gran deseo de ser de otro modo y es el deseo precisamente el que dinamiza los cambios interiores, porque el deseo surge de la energía interior que pugna por transformar la situación y conseguir un estado psíquico nuevo. Lo que cada uno quiera, no de un modo superficial, epidérmico, sino hondo, con todo su ser, eso obtendrá. Quien de verdad tiene ganas de cambiar, conseguirá su propósito precisamente en el mismo grado y dirección de su deseo, porque el cambio es el resultado de este deseo aplicado a la conducta. Y esta aplicación se verifica de modo automático, incluso sin guía ni orientación; el mismo interesado, movido por su deseo, va descubriendo el camino a seguir. En Oriente hay una máxima muy significativa a este respecto: «Un buen alumno con un mal maestro llegará a la iluminación, y un mal alumno aún con un buen maestro no se moverá de sitio».
No depende el cambio de las enseñanzas recibidas, de las verdades o de la ciencia, sino que es obra de la fuerza viva que hay dentro y que impele y abre el camino. Su vivencia es el camino. Las técnicas ayudan al deseo, a la voluntad decidida de andarlo con mayor rapidez y más directamente, pero ninguna técnica puede sustituir a la voluntad o a la necesidad. Nadie que no lo desee y se lo proponga de verdad podrá cambiar.

2. Las dificultades que van surgiendo se van venciendo cuando se las conoce como tales, sin identificarse con ellas. Para ello es necesario vivir de continuo en un terreno de experiencia, siendo conscientes durante el ejercicio, y manteniendo cuanto sea posible la atención durante el día. Sólo así se evita caer en un automatismo que inutilizaría la práctica de las técnicas, convirtiéndola en pura mecánica rutinaria y de efectos muy reducidos.
La persona que vive conscientemente se da cuenta de todo el proceso y puede emprender por sí misma el camino.

3. Ya hemos indicado varias veces que es bueno contar con la ayuda de alguien que con su consejo nos oriente. No para quedar pendientes de él considerándolo un apoyo en nuestra inseguridad, sino para contrarrestar en ciertos momentos la postura vieja en nosotros que nos inclina a actitudes indebidas y para servirnos de criterio sobre si damos pasos en firme o en falso.
Ha de ser una persona que tenga experiencia, es decir, que ella misma haya andado conscientemente este camino interior; de otro modo, aunque tuviera mucha ciencia, no sabría darnos razón de lo que ocurre, del cómo y del por qué.
Pero hay que evitar el riesgo de que el discípulo adopte una actitud devocional, de amparo y de seguridad hacia su maestro. Y, entonces, en la medida en que busca consuelo en el maestro, deja de apoyarse en su realidad interior, perjudicando gravemente su progreso, pues es condición indispensable que el sujeto asuma toda la responsabilidad por sí mismo y viva en nombre propio. El maestro sólo tiene como misión señalar un camino y, a lo más, dar la mano en algunos momentos. Pero dejando siempre a salvo la personalidad del alumno y el sentido de autodesarrollo de todo su trabajo. El verdadero y único maestro es Dios en nosotros, al que hay que llegar a través de nuestros niveles espirituales. Cualquier otro tipo de guía o ayuda no ha de ser más que un sustituto provisional, un apoyo temporal del que hay que prescindir cuando la misma vida nos anima directamente y nos orienta para que sigamos por nuestro camino, que es también el suyo.