18.
LA ORGANIZACIÓN Y EL DESARROLLO SUPERIOR DE LA MENTE. LA INTUICIÓN
La mente es el instrumento más precioso de nuestra
personalidad. Por ser el instrumento esencial de nuestra conciencia y
de nuestra conducta merece que pongamos toda nuestra atención e
interés a fin de conseguir su óptimo funcionamiento y desarrollo.
Cultivar la calidad y el rendimiento de la mente es, en efecto,
incrementar la calidad y el rendimiento de la personalidad en todos
sus sectores.
Vamos, pues, a dar seguidamente algunas normas que
consideramos importantes para conseguir de nuestra mente el máximo
provecho práctico, de acuerdo con las posibilidades efectivas de
cada persona.
La
organización de la mente
Actualmente, por imperativos económicos, se va
reconociendo cada vez más la extraordinaria importancia de una buena
organización en toda empresa, grupo o asociación, pero todavía
existe una lastimosa ignorancia e indiferencia respecto a la capital
necesidad de la perfecta organización interior de la propia mente de
las personas. Y, sin embargo, es evidente que si la mente de una
persona no está bien organizada, todo cuanto haga reflejará, sin
poderlo remediar, esa desorganización. Nadie puede hacer nada de una
forma diferente a su verdadero modo de ser, ya
que la mente es la que prefigura la forma, la que
determina la dirección concreta de toda conducta.
¿Y en qué consiste la organización de la mente?
Organizar la mente consiste en ordenar del mejor modo posible todos
sus elementos, de acuerdo con el fin que se persigue. Supone la
existencia de un objetivo y de unos medios y la
correcta subordinación de éstos respecto a
aquél.
Según hemos visto en el capítulo 5, al
hablar de la función dinámica de la mente, son
muchos los objetivos que la mente ha de satisfacer en cada momento y
muchos de ellos, además, varían sin cesar de un momento a otro. El
primer paso, pues, para todo trabajo de organización mental será el
aprender a determinar con la máxima precisión posible cual es el
objetivo o los objetivos concretos que uno está intentando alcanzar.
En cuanto a los medios para llegar al objetivo, hay que
distinguir entre los datos concretos que se manejan y las facultades
mentales que utilizamos para manejar aquellos datos. Toda
organización mental eficiente requiere que los datos concretos que
hemos de utilizar reúnan, con la máxima seguridad, los requisitos
de ser ciertos, claros y suficientes. Y que las facultades mentales
-percepción, asociación, juicio, raciocinio, abstracción, etc.-,
estén ejercitadas lo más posible, a fin de que sus operaciones
resulten correctas, precisas y rápidas.
Plan
de trabajo
Si además de los requisitos citados tomamos en cuenta
algunas normas fundamentales de higiene mental que nos señalen el
mejor modo de manejar estas facultades y estos datos, así como el
evitar ciertos vicios o defectos de las actitudes mentales, tendremos
un amplio plan de trabajo que incluirá no sólo la reorganización
general de la mente, sino también las líneas fundamentales de su
superior desarrollo y rendimiento.
He aquí el cuadro completo de este plan de trabajo:
1. Precisar del modo más concreto posible, los
objetivos fundamentales que perseguimos de un modo permanente en
nuestra vida. Y hacer lo mismo en cada uno de los múltiples
objetivos transitorios que
nos exige cada situación de la vida práctica.
2. Asegurarnos de que nuestras ideas y nuestros
conocimientos son ciertos, claros y suficientes.
3. Controlar nuestras operaciones intelectuales para que
se efectúen del modo más exacto posible, sin interferencias
incontroladas de prejuicios, temores o deseos, y sin defectos por
precipitación, superficialidad o parcialidad.
4. Aprender a simplificar las ideas y a basarnos sólo
en las que son realmente fundamentales.
5. Establecer con rapidez y seguridad los automatismos
mentales necesarios en la vida práctica.
6. Aprender a manejar a voluntad nuestra atención para
poderla centrar en el tema que interesa.
7. Adquirir el hábito de mirar directamente al núcleo
de las ideas.
8. Establecer una correcta jerarquía entre los diversos
órdenes de datos e ideas.
9. Aprender a plantear correctamente los problemas que
uno tenga que resolver.
10. Cultivar el pensamiento intuitivo.
11. Dejar a voluntad una puerta abierta en la mente para
dar cabida a las percepciones de datos e ideas que puedan proceder de
niveles no lógicos, esto es, de
nuestro subconsciente o del
superconsciente.
12. Desarrollar la atención, base del crecimiento de
todas las facultades mentales y practicar la desidentificación,
fundamento del verdadero dominio sobre la mente.
Varios de estos puntos están tratados en otras partes
del libro, por lo que no hace falta que los comentemos aquí. Así,
pues, trataremos ahora tan sólo de los puntos restantes.
Aprendamos
a simplificar nuestras ideas
Hay muchas personas que viven con una gran complicación
mental, porque constantemente se están apoyando en multitud de
ideas, en un verdadero enjambre de datos y referencias. Esto, además
de un error, es antinatural. Conduce al confusionismo, a la
superficialidad y a la fatiga mental. Impide, además la orgánica
estructuración de los contenidos de la mente. Esas personas viven
así porque les falta descubrir cuáles son sus ideas fundamentales
respecto a los valores de la vida, esto es, su postura personal
básica, y cuáles son las ideas fundamentales de las materias o
asuntos que ha de manejar profesional o socialmente
Para llevar a cabo esta aclaración de ideas es muy útil
hacer de vez en cuando una revisión de los propios puntos de vista y
de los conocimientos que uno posee sobre los principales aspecto de
la vida social, profesional, religiosa, política, cultural, etc. Más
adelante (cap. 23) se encontrará un cuestionario orientado en este
sentido. Es importante buscar y rehacer este armazón, que ha de
constituir el punto de apoyo básico de la mente.
Nuestra organización intelectual podemos compararla a
un árbol. Nosotros vivimos siempre pendientes de las mil ideas que
representan cada una de las hojas, ideas de todas clases. Hasta aquí
somos todos muy inteligentes, abundamos en profusión de ideas. Pero
lo importante no es vivir apoyados en estas ideas, en las hojas, sino
encontrar las ramas de donde proceden y el tronco principal. Hasta
que no se es consciente del tronco y de las dos o tres ramas
principales, no se puede vivir con estabilidad, con solidez mental.
La verdadera potencia mental sólo existe cuando toda la mente está
estructurada de un modo orgánico, preciso, de acuerdo con un
sistema, una unidad, una idea. Esta unidad tiene que formarse, no
nacemos con ella. Se va elaborando, y va llegando progresivamente a
una integración orgánica. Una persona estará tanto más adelantada
en este proceso cuanto sea más capaz de llegar a conclusiones
generales, a ideas básicas. Estas ideas básicas pueden ser un punto
final o un punto inicial, según el tipo de mentalidad. Hay personas
que intuitivamente se apoderan de determinadas ideas que después
serán punto de partida de todas sus deducciones, conclusiones y
modos de vida. Otras no, adoptan primero una forma de vida y de ella
van induciendo ideas más generales que les conducen a su fórmula
última y final. Pero es preciso llegar a esta síntesis, a esta
unidad, es preciso encontrar el tronco central.
Aprender a apoyarse en ideas axiales, desembarazando la
mente de multitud de ideas particulares sobre las diez mil
circunstancias en que nos desenvolvemos, es una gran ventaja. No hay
necesidad de ir siempre pensando, ni de tener la cabeza saturada de
ideas en cada momento, sino basta poseer las ideas justas, las que
necesitamos «hic et nunc»;
y, vivir apoyándose de un modo normal en otras más generales, más
fundamentales y más simples. Esta organización intelectual confiere
a la mente una gran libertad de movimientos. Si la mente está
ocupada por muchas ideas, tiene que hacer un notable esfuerzo para
atender a todas, pero si está libre, siempre se encuentra a punto
para percibir cosas nuevas, o cambiar de dirección.
Formación
consciente de nuestros automatismos mentales
Otro punto importante, aunque a primera vista parezca
intrascendente, es aprender a desarrollar de un modo muy consciente
todos los hábitos que deban regir en nuestra vida, es decir,
aprender a adquirir los hábitos respecto de las cosas que solemos y
debemos hacer ordinariamente de modo mecánico, aprender a
condicionarnos relativamente a esas cosas, pero del modo más exacto
y correcto. Todos hemos experimentado, supongo, el hecho de tener que
dormir en un hotel, pero estando la cama colocada de modo distinto
que en casa, quedando la pared, por ej. a la izquierda. Por la mañana
a la hora de levantarnos, tendemos a hacerlo rutinariamente con el
gesto habitual en casa y topamos con la pared. Cuando se cambia de
domicilio, es frecuente que, durante un tiempo, sin darse cuenta, uno
se dirija al antiguo domicilio. O, en escala más reducida, cada vez
que llega de nuevo el mes de enero de un nuevo año, pasamos unos
cuantos días o semanas poniendo en la fecha de nuestra
correspondencia y demás papeles el año anterior. Y como éstos, mil
pequeños detalles que pululan en nuestra vida y que indican hábitos
imperfectamente contraídos.
Aunque en todo el libro hemos estado defendiendo la
actitud de estar siempre bien despiertos y conscientes, no es ninguna
contradicción que afirmemos también ahora, que en la vida tenemos
necesidad imprescindible de los automatismos mentales, porque si
hubiéramos de hacer de un modo consciente y deliberado todas las
cosas de cada día, no podríamos conseguirlo, y, sobre todo, no nos
quedaría tiempo ni espacio mental para hacer lo que debemos. Es
totalmente necesario que adquiramos costumbres; gracias a ellas
nuestra mente descansa de la atención a los
actos muy repetidos y puede dedicarse a otras
cosas.
Debido a la formación de automatismos, la mente puede
ampliar su capacidad de
rendimiento. En realidad el automatismo mental no perjudica para nada
a la atención de que hemos venido hablando. No hemos dicho nunca que
hay que hacer cada cosa de un modo deliberado, sino que hay que estar
siempre consciente de uno mismo. Este «consciente de uno mismo»,
quiere decir conjuntamente de uno junto con las cosas. El aprendizaje
en general, y el de los automatismos en particular, consiste en
realizar las operaciones
conducentes a establecer contacto con el objeto con una extensa
lentitud y con una extensa atención: lentitud y atención. Buscar el
modo de que nuestra mente consciente tome el máximo de conciencia de
aquel objeto. Cuanto más se llene nuestra mente consciente, del
gesto, del acto, del hecho, de la verdad, del movimiento, que se
trata de aprender, más rápida y sólidamente quedará grabado en
nuestro subconsciente. Por eso la atención y la lentitud son los
medios principales para que un aprendizaje se efectúe antes y mejor.
Es precisamente lo que me explicaba en cierta ocasión
un concertista de piano: cuando estoy unos días sin tocar el piano
-me decía- disminuye la soltura de mis dedos. Un profano quizás no
lo notaría, pero yo sí. Para recuperarla, después de varios días
sin tocar, lo que hago siempre y lo que mejor me va es lo siguiente:
me siento delante del piano, con toda atención, mirando sólo a las
teclas que tengo delante; pongo la mano encima del teclado y entonces
con una gran lentitud levanto el dedo pulgar, lo extiendo
conscientemente, dándome cuenta de que lo estoy levantando y
entonces lo desciendo,
siguiendo conscientemente el movimiento y el impulso que estoy dando
al dedo para que descienda tocando el «do», mientras tanto levanto
igualmente el del «re». Y así toco el do, re, mi, fa, sol
-exactamente la primera lección de piano-, pero ejecutada de esta
manera. Hago esto dos o tres veces e inmediatamente vuelve toda la
soltura a mis manos. El hecho de establecer esta conexión tan
consciente, tan plena entre mente y músculo restablece el
automatismo.
Pues bien, cada vez que quiero aprender algo nuevo he de
hacer precisamente lo que dice el concertista. Ocurre a veces a los
conductores que, si se ha conducido anteriormente un automóvil que
tiene las marchas cambiadas respecto a otras marcas, en un momento de
distracción uno pone la
primera, creyendo que es la segunda, etc. Podría evitarlo si las
primeras veces que conduce el nuevo coche manejara todos los mandos
de un modo muy lento y deliberado, dándose cuenta de lo que hace,
aunque hubiera conducido en otras ocasiones automóviles de la misma
marca. No se equivocaría ni una sola vez, pues se corregiría el
registro interior del automatismo.
Es importante aprender desde un principio a
educar nuestros hábitos inconscientes, pues
cuanto más claros están
establecidos en nosotros estos automatismos, más libre estará
nuestra mente para poder pensar y atender a otras cosas. Menos fallos
tendremos, y nuestro subconsciente será un servidor fiel, un robot
de precisión. Mientras que si las cosas quedan a medio aprender,
siempre se mantendrá un estado de duda interior, de vacilación, que
se traducirá en menor
eficacia.
A la hora de pensar, a la hora de decidir, la precisión
y rapidez dependen de si estos condicionamientos están o no bien
establecidos: si funcionan bien, nos saldrán las cosas bien; si no,
nos será imposible lograr el éxito.
Tengamos
ideas claras y definidas
Conviene que no entre en la mente ninguna idea que no
esté perfectamente clara, definida y completa, y por lo mismo no
debemos permitir que se expresen ideas sin estas cualidades. Nuestra
mente se nutre de ideas; si dejamos que entren ideas incompletas,
vagas o de sentido dudoso, como nuestro pensamiento automático
utiliza la materia prima de las ideas, si esta materia prima no es
correcta, clara y definida, nuestra mente automática no podrá
formular ideas precisas. Toda idea difuminada, ambigua o incompleta
que se deja introducir en la mente produce dentro confusión. Nuestra
mente debería ser como un sistema
de figuras geométricas, todas precisas, todas exactas; entonces se
combinarían de un modo también preciso y exacto dando conclusiones
de óptima calidad lógica, desde el punto de vista psicológico.
A las cosas que uno no pueda asegurar, no pueda
concretar, sea por falta de datos, o porque la fuente de información
no posee la debida claridad,
es necesario ponerles encima el cartel de dudosas, o difusas o
inconcretas, para que entren como tales. Que quede bien clara cada
idea; si una idea es dudosa, que sepamos perfectamente que es dudosa
y si parece ser errónea, que la mente tenga conciencia de que parece
ser errónea. Gracias a esta nitidez del material de que dispone
nuestra mente inconsciente, adquirirán las cosas un valor apto para
su combinación precisa con las demás ideas y la elaboración de las
resultantes, que serán nuestras conclusiones, nuestras propias
elaboraciones. Lo mismo que buscamos claridad, hemos de buscar
certeza en las ideas, manteniendo el espíritu muy lúcido para
discernir el grado de certeza que una idea merece.
El
control de la mente
No queramos dominar la mente sólo a fuerza de voluntad;
antes bien aprendamos a manejar la mente haciendo ir primero delante
el sentimiento, la emoción. La mente sigue de un modo general a la
emoción. El interés es lo que permite que la persona registre con
claridad las cosas. El interés, aparte de movilizar la atención,
tiene la cualidad emotiva que debe aprenderse a cultivar a voluntad,
pues, aunque parezca lo contrario, depende de la voluntad el aprender
a sentir interés, entusiasmo por las cosas, sea lo que sea, sólo
por el gusto de sentirlo.
Uno puede ponerse a examinar, por ejemplo, una mosca,
sólo por el placer de examinarla y aprender a encontrarla
interesante. Y cuando por propia iniciativa se coloca en esta actitud
y la mira así empieza ya a encontrarla interesante. Si aprendemos a
controlar y manejar a voluntad esta actitud emotiva, de saber poner
interés, afecto en las cosas, la mente seguirá detrás.
Si nos aferramos a la idea de que hemos de efectuar tal
trabajo o acción como obligatorio, porque es nuestro deber, y nos
esforzamos en hacerlo pensando en ello, nos resultará difícil o
imposible cobrarle afición. Si queremos concentrarnos en una materia
y no podemos, lo mejor es buscar el camino del interés no el de su
obligatoriedad. Preguntarnos: en realidad ahora yo, ¿por qué estoy
interesado? Y seguir la dirección del interés que despertará el
nivel afectivo y estimulará a la mente y a toda la persona en la
realización de aquel trabajo.
Miremos
siempre al núcleo de las ideas
Es el problema práctico de la organización del trabajo
mental. El arte de pensar.
Sobre él se ha escrito bastante, y resulta a veces más difícil
entenderlo que pensar bien. Cuantos quieran aprender a pensar bien,
acostúmbrense a hacerlo mirando al centro de las
ideas, al eje, al núcleo de los conceptos. Toda
idea tiene un contenido intelectual, que es la identidad del objeto,
y además unas resonancias que el concepto o el objeto despiertan en
nosotros y que se refieren a nuestro mundo interior, recuerdos,
experiencias referentes a aquel objeto y que forman como un halo a su
alrededor.
Intervienen por lo tanto
dos elementos en toda idea: el concepto en sí
y una serie de resonancias subjetivas que le dan un matiz
determinado, lo que hace que tal verdad me guste más que otras. Este
matiz es el resultado de mis recuerdos, de mis experiencias respecto
a la verdad, son resonancias de tipo subjetivo.
Cuando pensamos sin estar plenamente conscientes,
tendemos a dejarnos llevar por estas resonancias, en lugar de manejar
el núcleo del concepto. Divagamos mucho: empezamos a pensar en una
cosa y poco a poco va cambiando el tema del pensamiento hasta
encontrarse muy lejos del punto de partida. Es consecuencia de la
actitud de dejarse llevar por las resonancias de los conceptos, en
lugar de centrarse en el núcleo, en la esencia, en la verdad, en el
concepto puro que se expone.
Es necesario pensar en las ideas aprehendiéndolas por el centro y
sin salir de él. Cuando afirmamos con energía una idea en la
mente, todas las vivencias relacionadas con ella
vienen a circundarla, formando un halo a su alrededor. Serán datos
muy útiles y que nos servirán para manejarla mejor, pero si
abandonamos el centro para perseguir un detalle, una resonancia,
porque nos gusta -dejándonos llevar por la tendencia inconsciente de
la imaginación, efectividad, etc.-, entonces nos alejamos de la idea
y caminamos a la deriva con merma del resultado. Las resonancias son
buenas, excelentes, a condición de que no salgamos del eje de lo que
estamos pensando.
Si observamos cualquier discusión, incluso las de
altura -comerciales, culturales, religiosas, etc.- lo veremos muy
claro: alguien habla sobre un tema y otro contesta, pero no a la
esencia de la idea que se ha expuesto, sino a una palabra o dos que
despiertan en él
determinados recuerdos; el primero continúa luego defendiendo su
posición inicial, o sigue también el hilo de resonancias
despertadas en él, mientras el otro se aleja tras la corriente de
sus resonancias que son para él nuevos puntos de partida de cuanto
dice, etc. El mal está en haberse desviado del centro, del eje de la
cuestión: no hay diálogo, sino dos monólogos y
la discusión es infructuosa.
La mejor disciplina que existe para aprender a
manejar la mente con perfección, consiste en
aprender a manejar núcleos de ideas.
La
mente organizadora
No se puede organizar el trabajo mental -las ocupaciones
que se proyectan, las tareas
de tipo intelectual, comercial, etc.-, si no se tiene la mente
organizada. Estar organizado quiere decir tener jerarquizados los
valores y los medios para conseguir el fin pretendido. El sentido de
jerarquía es fundamental para poder pensar con madurez, poder
distinguir en cada momento qué es lo fundamental, lo esencial y qué
lo secundario. Una vez más es la atención la que nos ha de permitir
educarnos, ver las desviaciones y ayudarnos a volver al centro.
Todo se puede convertir en ejercicio: el escuchar, el
hablar, el leer. Por ejemplo, leer un libro
y resumir las ideas
fundamentales obliga a un esfuerzo de jerarquización, para poder
separar lo secundario, de lo que es más importante. Saber establecer
esta jerarquía es el abc de
la organización mental; cuando la mente se acostumbra a trabajar
así, cualquier actividad se desarrolla automáticamente organizada.
La
solución de los problemas
Una de las observaciones más curiosas acerca de la
mente humana es que posee la prodigiosa capacidad de resolver todos
los problemas sin excepción, que le sea posible plantearse por sí
misma. De modo que cualquier problema cuyo planteamiento puede ella
formularse, le es accesible y es capaz de solucionarlo. No es, en
realidad, una afirmación tan extraña. Al fin y al cabo ¿qué es un
problema? La visión de unas verdades a las
que llamamos datos y que relacionamos entre sí para llegar a otra
verdad más general que las incluye a todas. Cada dato es una verdad,
pero una verdad parcial, y, al relacionar todas las verdades
parciales, formulamos otra verdad más general, que contiene todas
las parciales y ésta es la solución del problema.
Pues bien, la clave para resolver los problemas mentales
reside en su correcto planteamiento. Por regla general no sabemos
plantear bien los problemas. El planteamiento depende de la
precisión, nitidez, claridad, perfecta comprensión de cada uno de
los datos y del objeto exacto de nuestra búsqueda. Cuando nos vemos
precisados a resolver un problema, creemos poseer ya los
datos, y es tanta nuestra prisa
por llegar a la solución, que apenas nos
detenemos a examinar hasta qué punto conocemos de verdad
perfectamente bien todos y cada uno de los datos, si han sido bien
percibidos y si son exactos. Tenemos sólo alguna idea de los datos y
del objeto; muchas veces sólo poseemos su nombre y una visión muy
parcial. Como en realidad los datos no nos interesan, sino que lo que
nos importa y preocupa es la solución,
permanecemos con tensión interior, pendientes sólo de encontrarla.
Y, naturalmente, no podemos dar con ella debido a que los datos no
son claros.
El planteamiento de un problema
de aritmética lo hacemos así, determinando bien todos y cada uno de
los datos. Es que realmente
se trata de los dos términos de una igualdad y esto, no
sólo en matemáticas, es pura lógica aplicable
a cualquier materia.
En el momento en que estemos en posesión de todas las
ideas-datos, en aquel preciso instante nuestra mente arrojará, con
el automatismo de un robot, la solución. Para resolver, pues, los
problemas no hemos de pensar mucho, como suele creerse falsamente;
nuestra mente ha de ir a buscar los datos con exactitud, a conocer
bien de qué se trata y qué es lo que se busca, esto es: los datos y
la pregunta. Y, luego, nuestra misma mente hará el trabajo
maquinalmente. Sólo siendo
automático su funcionamiento puede proceder con prontitud. Si nos
esforzamos en pensar de un modo deliberado, consciente, iremos mucho
más despacio y estaremos sujetos a error; mientras que las
conexiones, deducciones y resultantes de las ideas, hechas dentro de
la mente, resultarán expeditas y exactas; nuestra mente inconsciente
funciona como un cerebro electrónico, con mucha mayor rapidez que
nuestra mente consciente. Pero hemos de aprender a manejarla, y esto,
como venimos diciendo, se consigue proporcionándole bien los datos.
Todo el secreto de la solución de los problemas se esconde en los
datos; cuando todos los datos están ya perfectamente examinados no
hace falta que continuemos pensando; entonces precisamente hay que
dejar de pensar. Fijémonos y observemos que siempre que hallamos la
solución de un problema, la
encontramos cuando no prestamos atención, nos
viene la idea de repente; hemos estado pensando antes reiteradamente
sin acabar de encontrarla, y, de improviso, nos llega la solución.
Si en los problemas
intervienen otros datos que no son puramente ideas, ni por tanto
datos matemáticos, es decir, cuando están implicados otros factores
además de los conceptuales, lo importante
es aprender a identificarlos. Por una parte los datos son
conocimiento de las cosas, de las personas, de la situación. Sin
embargo, por otra no se puede olvidar que hay un yo ante el asunto de
que se trata, y este yo es también un mundo de datos que intervienen
en tales problemas. Porque soy yo quien lo he de resolver, soy yo
quien he de correr el riesgo. Por lo tanto yo
soy un dato en el problema. Es
aquí donde aparecen al principio más dificultades, por falta de
práctica: yo tengo que darme cuenta de cuáles son los factores que
intervienen en mí respecto al problema planteado. Factores de todo
orden: sentimientos, presentimientos, prejuicios, deseos, ambiciones,
inteligencia, capacidades, experiencia, todo yo ante aquella
si(nación.
Cuando me planteo un problema complejo, en el que
intervienen factores subjetivos, sin darme cuenta, adopto una actitud
puramente intelectual, y, por este
simple hecho, miro los datos de un modo parcial; no atiendo a la
verdad de los datos. Abrigo
temores, pero no los implico entre los datos; sólo estoy pensando en
que el asunto puede resultar bien o mal, y no hago sino dar vueltas
alrededor de esta doble idea. No añado mi dato propio, el miedo que
tengo, el deseo, etc.; estos datos subjetivos no los incluyo de un
modo preciso, consciente, en el planteamiento del problema. Me quedo
girando alrededor de unos datos puramente externos como si en la
solución o en el éxito yo
mismo no tuviera una
influencia personal a veces decisiva. Por falta del dato que soy yo,
paso el tiempo girando alrededor del problema,
sin resolverlo, o lo resuelvo
mal.
Sólo llegaré a la solución correcta, si cuento con
todo lo que interviene en el problema, incluidos los factores
subjetivos: el miedo o el recelo
de que se ventile en mi perjuicio o contra mi deseo, el propio deseo,
la creencia, la fe, el presentimiento, la superstición, etc.
En el momento en que me doy cuenta de lo que siento
respecto a tal problema, y de que esto es también un
aspecto del problema, todo lo que estoy sintiendo
pasa a su representación mental y entra dentro del orden de datos.
Entonces en la resultante final estaré incluido yo mismo
en el grado en que lo siento, es decir, mi
ambición, mi deseo, mi esperanza, toda mi actitud, y la solución
arrojada será la auténtica, será la mía, será la verdadera.
Este procedimiento me ofrece siempre la solución de mi
verdad ante el problema; no la seguridad de que la operación
comercial tendrá éxito o de que el matrimonio será feliz. No puedo
lograr esta seguridad porque existen factores externos que no
dependen de nosotros y que no podemos controlar, se nos escapa, pues,
la certeza respecto al éxito externo de la solución adoptada. Pero
sí puedo tener la certeza de que, dadas las circunstancias, he hecho
lo que debía, lo que era mi verdad, mi respuesta personal total ante
aquel problema. Se me plantea, por ejemplo, una operación comercial
de dudoso resultado.
No puedo tener la garantía de que será un éxito; veo
por un lado que en ella puedo perder dinero, y por otro lado me
siento movido a probar fortuna. Cuando haya tomado conciencia de los
pros y contras reales, no sólo intelectuales, o teóricos, sino
vivos, de mí mismo ante aquella situación concreta, entonces saldrá
una resultante, afirmativa o negativa: este «sí» o este «no»
será mi verdad ante el problema planteado, lo único que puedo
hacer, lo más conforme conmigo mismo, de tal modo que si lo llevo a
cabo, después no lo lamentaré. Si luego sobreviene el fracaso, era
inevitable; pero si no sigo la solución surgida como resultante de
todos estos datos, siempre tendré la sensación de no haber estado
de acuerdo conmigo mismo en aquella coyuntura, de no haber vivido a
la altura de las circunstancias. Y, a fin de cuentas, esto es lo
importante de cada situación, es mi verdad de aquel momento. Quizás
en el instante siguiente variará, pero como he de decidirme en cada
momento respecto a algo, es ahora cuando debo fallar cuál es mi
decisión respecto a tal cosa, he de buscar mi solución de ahora. Y
ésta es la que tengo que realizar. Si no lo hago, me sentiré
frustrado, insatisfecho, incluso en el caso de haber triunfado
adoptando una solución sin consultar con los datos subjetivos.
Resumiendo, todos los problemas se pueden plantear y
resolver en la medida en que son problemas para uno, a condición de
que cada dato esté total y perfectamente identificado.
Es necesario plantearlos con claridad y con calma. Tal
planteamiento requiere tiempo, días, semanas, más tal vez. Aunque
uno experimente una gran urgencia, precisamente cuanta mayor prisa
sienta, más calma ha de adoptar al planteárselo. Buscar el modo de
tranquilizarse para poder enfocar serenamente el problema viendo con
claridad la pregunta y los datos: «lo que yo quiero es...», los
datos que hay son: «...». Luego en los problemas personales buscar
algo más: yo respecto al problema: ¿me siento decidido? ¿está la
solución que pienso en la línea de mis deseos, de mis sentimientos
íntimos? ¿cuáles son mis prejuicios, mis ideas respecto al
problema?, etc.
Unos datos proceden, pues, del exterior, otros proceden
de mi modo de ser. Indagar todos estos datos que son los que
intervienen realmente en el problema, sin creer que el problema es
sólo algo externo, siempre es algo respecto a nosotros, y nosotros
somos un componente de este problema.
Se confirma por la experiencia que si no llegamos a
resolver un problema o si tardamos excesivo tiempo, es por no haber
comprendido bien el núcleo de la cuestión, lo que en realidad se
busca, o porque no han sido identificados con claridad cada uno de
los datos. Cuando se cumplen estos requisitos, se echa de ver que
muchos problemas que nos planteamos son falsos: no existe el
problema. Aparece como tal por falta de dichos requisitos; pero en
cuanto los cumplimos, queda aclarado que, o no hay posibilidad de
solución -problemas con implicaciones externas, que no nos
corresponde solucionar-, o se obtiene el resultado de un modo
instantáneo, por hacerse evidente.
Las verdades parciales que constituyen los datos de la
formulación de cualquier problema son puntos de conciencia dentro de
nuestra mente, y ésta siempre contiene el resto de todos los puntos
que llevan a la solución. Todo dato de un problema es una parte de
mi contenido mental, por lo tanto, acabando de desarrollar, de
actualizar, de tomar conciencia del resto de mi contenido mental,
tendré la solución de todas las cuestiones posibles que puede
plantearse mi mente por sí misma. Unos problemas vienen de fuera,
son externos: de éstos no se trata. Pero los problemas internos que
abarcan los problemas graves, por ejemplo: ¿qué es la vida? ¿qué
soy yo? ¿para qué vivo?, también, aunque resultan más difíciles
pues pertenecen a una fase bastante superior de desarrollo mental que
requiere una dedicación especial para poder penetrarlos.
Por ejemplo: ¿qué es la vida? La palabra vida puede
ser definida de un modo teórico, intelectual, descriptivo, etc.;
pero en concreto para mí, ¿qué es, en el fondo, la vida? Puedo
contestar a esta cuestión, y con una total verdad, porque todos los
datos están en mí. Si me cuesta manejarlos es porque no soy
consciente de ellos. ¿Qué quiero decir cuando pienso: vida? En
lugar de buscar respuestas, lo que se ha de hacer es profundizar en
la pregunta, pues toda solución está contenida en la pregunta. La
mente entonces profundiza en el sentido del término vida, que
adquiere más fuerza y pasa a un nuevo nivel de experiencia y de
evidencia en el que la pregunta y la respuesta se funden en la misma
realidad que directamente se vive.
Si vamos lanzados por nuestra tendencia habitual a
buscar la respuesta como un simple producto, alejados de la pregunta,
no conseguiremos nada, porque estamos en tensión y en una actitud
parcial de la mente. Esto es aplicable a toda clase de problemas.
El
pensamiento intuitivo
Otra práctica que está a nuestro
alcance con relativa facilidad, aunque al principio parezca todo lo
contrario, y cuyos resultados son extraordinarios, de una resonancia
personal incalculable, es el aprender a pensar en
línea recta. Es esta una práctica que conduce
muy cerca de la intuición, de la que hablaremos en seguida, y de
hecho es una buena preparación para su actualización.
Si observamos la trayectoria ordinaria de nuestras
ideas, veremos que cuando pensamos activamente, de un modo
deliberado, nuestra mente suele hacerlo en un movimiento de zigzag,
yendo de un lado a otro, de una idea a otra; y cuando nuestro pensar
se produce de un modo pasivo, involuntario, entonces suele adoptar un
movimiento circular, como una película de ideas que se va
desarrollando ante la pantalla de nuestra mente.
Aprendiendo a pensar en línea recta conseguiremos
penetrar en la profundidad de las ideas, de las personas, de las
cosas, de nosotros mismos, calando cada vez más hondo y percibiendo
nuevas facetas, o mejor dicho, nuevas dimensiones de la cosa, persona
o idea tomada como objeto de concentración.
Pensar en línea recta quiere decir aprender a mirar el
objeto, a estar atentos al objeto, y continuar con la atención fija
en la misma idea, persona o cosa, aun cuando nos parezca que está
perfectamente visto todo lo que hay que ver, y resistiendo la
tendencia a dejarnos llevar por asociaciones o razonamientos de
cualquier clase. Hay que mantener tan sólo esta actitud de mirar con
mucho interés, deseando penetrar más en la comprensión íntima y
directa de la verdad interna de la cosa contemplada. Si, por ejemplo,
tomo la fotografía de una persona a quien deseo comprender un poco
más, he de ponerme a mirar la con
la mente muy tranquila pero a la vez con un sostenido interés de
penetrar en su modo de ser,
de sentir, etc. He de evitar
el hacer análisis, comparaciones o deducciones. Simplemente he de
sostener mi atención, despierta pero sin tensión, contemplando
aquel rostro durante unos tres o cuatro minutos. Es muy probable que
las primeras veces no se consiga ningún resultado
sensible. Es que la actitud correcta todavía no está bien
conseguida. Al cabo de varios intentos empezaremos a notar unas
especiales sensaciones, sentimientos o impresiones, que se irán
alcanzando y afianzando cada vez más y que se corresponden con
cualidades reales pertenecientes a aquella persona. Es evidente que
para que esta percepción tenga garantías de autenticidad es preciso
que, como en todos los demás modos de conocer algo nuevo, nuestra
mente y nuestro estado de ánimo estén perfectamente serenos y
tranquilos. Con un poco más de práctica este resultado se alcanzará
con mayor rapidez y entonces se podrá dar un paso más consiguiendo
la percepción de nuevas características cada vez más profundas. Si
el objeto elegido es una idea que uno desea comprender mejor, el
procedimiento a seguir es exactamente el mismo, si bien la mirada ha
de ser entonces, como es lógico, exclusivamente mental.
Nosotros, normalmente, cuando miramos un objeto pasamos
inadvertidamente a otro, de una idea saltamos a otra, siempre dentro
del mismo nivel. No manejamos a voluntad la dimensión de profundidad
de nuestras ideas, ésto sólo se consigue cuando uno aprende a
mantener la mente abierta y atenta en la misma dirección, sea cual
sea el objeto en que se piense. No ejercitamos la capacidad de
profundización, de penetración; huimos de internarnos en el fondo
íntimo de las cosas, resbalamos por la superficie de las ideas.
Una de las consecuencias de percibir las cosas con mayor
profundidad, es que automáticamente nuestra mente puede establecer
una gama mucho más rica de asociaciones sobre el objeto estudiado,
ya que en realidad equivale a conocer este objeto simultáneamente
desde varios puntos de vista a la vez. La mente adquiere, pues, la
capacidad de manejar en mucho menos tiempo un mayor número de datos
que le permiten elaborar respuestas más rápidas y más completas
sobre cualquier tenia o problema que quiera
plantearse y resolver. Podríamos decir que se produce un modo de
pensar esférico -es decir,
en tres dimensiones-, en contraste con el modo habitual de pensar,
que sigue una trayectoria más bien circular.
Cuando se practica esta modalidad de atención
sostenida, se constata que lo que ocurre en nuestra propia mente es
que a medida que conseguimos mirar el objeto con mayor profundidad
penetrando más en su interior, se está produciendo a la vez una
interiorización del punto desde el cual estamos mirando. De modo que
cuando miro y veo lo superficial del objeto, estoy mirando con el
nivel superficial de mi mente. Cuando penetro en el objeto, en
realidad estoy mirando desde un punto más interior de mi mente. Es
como si en esa dimensión de profundidad mi propio interior y el
interior de las cosas conservaran una gran proximidad y una precisa
sintonía. Por lo mismo, es
como si sólo a través de mi personalidad profunda pudiera
contactar, comprender y relacionarme con la, personalidad profunda de
los demás.
Una consecuencia de todo esto es que aprendiendo a
situarnos y a mirar el objeto desde nuestro interior se facilitará
grandemente esta percepción en profundidad del mundo exterior. Y
cuanto más practiquemos esta capacidad de situarnos y mirar desde
más adentro, más aumentará nuestra capacidad de penetrar en el
interior de las cosas, personas, situaciones, ideas y realidades de
todo orden.
Podemos, pues, aprender este arte de no pensar y de
estar muy despiertos situándonos en niveles cada vez más centrales.
La contextura del contenido de nuestra mente podríamos representarla
así: en primera fila están
todos los datos concretos y particulares; éstos tienden a
relacionarse entre sí dando lugar a otros datos de orden más
general, situados en segunda fila; pero también éstos a su vez
establecen mutuas relaciones formando otros datos aún más genéricos
que se sitúan en tercera fila, y así sucesivamente. Mientras nos
desenvolvemos en el nivel número uno, nos veremos precisados a
correr de un lado a otro para poder pensar, hacer una deducción,
captar una verdad y hacer una nueva deducción. Pero si aprendemos a
estar situados habitualmente con el foco de nuestra mente en uno de
los niveles del centro tendremos a nuestra disposición a la vez
todos los datos inferiores y todas las verdades de orden más
general, más abstracto y superior. Nuestra mente ganará, en alto
grado, en amplitud, rapidez y perfección en todos sus procesos de
percepción, comprensión, y elaboración de respuestas.
Nuestra mente puede aprender a situarse permanentemente
en estas zonas centrales, como de hecho ya lo está en esos raros
momentos en que conseguimos permanecer serenos, tranquilos, lúcidos
y sin pensar. Y sólo entonces, cuando consiga adoptar esta actitud a
voluntad, se encontrará preparada para percibir algo nuevo. Mientras
la mente esté desenvolviéndose dentro de las relaciones habituales
de los datos superficiales no podrá percibir nada nuevo ni ir a otro
sitio que a donde le lleven los datos acumulados. Muchas técnicas
modernas tienden a neutralizar en determinados momentos los
condicionamientos mentales, sobre todo para estimular el pensamiento
creador.
Una vez más, llegamos a la
conclusión de que la actitud clave para la eficiencia mental y para
su rápido desarrollo, es cultivar
el hábito de permanecer a la vez
con la mente muy abierta, tranquila, relajada, y con la atención
plenamente despierta, presente, lúcida.
La
intuición
¿Qué es la intuición? Es la capacidad o la
facultad que permite conocer una verdad sin
necesidad de los datos intermedios. La posibilidad de llegar a una
conclusión sin necesidad de ningún proceso inductivo, esto es, la
percepción de las verdades en sí mismas, de modo inmediato y
evidente. No a través de un andamiaje lógico de razonamiento. Por
ejemplo, la idea del bien percibida en sí misma o la noción de
verdad, de ser, de existencia. Es un abrirse total y súbito del
contenido interior de una verdad de modo que se hace patente por
entero a la inteligencia, sin que medien
acercamientos progresivos o construcciones lógicas.
La intuición hay que distinguirla de un modo muy claro
del presentimiento. La intuición es de una verdad, por lo tanto
intelectual, de orden estrictamente mental; el presentimiento incluye
el contenido de una idea, pero va siempre acompañado de una
resonancia emocional; pre-sentimiento,
uno siente antes, es un sentir, no un puro
conocer. Aquí nos referimos sólo a la intuición, porque el
presentimiento, por el hecho de ir mezclado con el sentimiento, se
presta a una cantidad enorme de interferencias. El sentimiento es de
un nivel personal y está a merced de todos los problemas interiores,
que se libran de ordinario en el campo de batalla del sentimiento:
sentido de frustración, deseo de superación, etc. Allí donde se
mezcla el sentimiento es muy probable que exista una distorsión. Por
lo tanto, aunque la persona afectada por un sentimiento poseyera la
capacidad real de ver una verdad, si esta verdad va mezclada con un
sentimiento, por más que mantenga su valor como verdad, pierde el
carácter de infalibilidad inseparable de la verdadera intuición.
La intuición hace patente siempre una verdad. Es de
orden superior a lo personal, es de orden intelectual. Y tiene las
siguientes características:
l.° Ocurre de un modo instantáneo, súbito; no es
producto de una elaboración previa, como ocurre con el pensamiento
subconsciente; no es una resultante, una combinación de datos que ya
existen dentro; es la certeza evidente de una verdad pero sin ninguna
razón en la que basarse o, aunque existan, no se apoya en ellas.
2.° Tiene siempre un carácter de total evidencia para
la persona; cuando se produce nunca suscita reacción emocional, ni
va acompañada de sentimiento, porque proviene del nivel superior de
la mente, exactamente como un chispazo, como un relámpago. Después,
el sujeto puede reaccionar emocionalmente, pero en el mismo instante
de la experiencia, no.
3.° No se ve lo intuido de un modo progresivo, en
visiones parciales y sucesivas, sino que siempre se intuye la
totalidad de un solo golpe, por amplia y compleja que sea, y lo que
se ve resulta después difícil de explicar. Se tiene la impresión
cuando se recibe la intuición, de que no es algo propio, se percibe
como una idea extraña; esta impresión obedece precisamente a que no
es producto de unos contenidos que ya existían dentro.
La mayor parte de las veces la intuición no responde
para nada a la línea de deseos o temores del sujeto. La intuición
tiene siempre un carácter de sorpresa. De sorpresa por su modo de
venir, y por su contenido, fuera de la línea de ideas, deseos y
temores del individuo. Incluso cuando cae dentro de ella, no lo
parece y se presenta también como algo nuevo e inesperado. Hasta el
punto de que, normalmente si lo que se creía intuición está de
acuerdo por entero con el mundo interior de deseos y temores del
sujeto, en realidad se tratará de otro fenómeno distinto, pero no
de una verdadera intuición.
¿Sobre qué objetos puede producirse la intuición?
Sobre aspectos muy elevados de la vida mística, filosófica, de la
vida trascendente. También dentro del campo de la técnica: ideas
matemáticas, ideas de mecanismos o de máquinas o sobre leyes de la
naturaleza. Puede manifestarse en relación con operaciones
comerciales, negocios nuevos o posibles. Y del mismo modo se da a
veces en cosas referentes a la propia vida personal o a la particular
de otras personas: sobre lo que me sucederá, o lo que ocurrirá a
otra persona en su vida privada, en su vida profesional. La intuición
también puede surgir acerca de los detalles más pequeños de la
vida, de lo que sucederá dentro de un momento.
La intuición es infalible, porque, por definición, es
la visión de una verdad, siempre que reúne las características
antedichas: que no dependa de mis deseos y temores, que tenga un
carácter súbito, total, extraño, con fuerza de evidencia.
¿Se puede educar la intuición? En realidad no se puede
educar, porque ya lo está, puesto que es la actividad normal de la
mente superior. La intuición responde al plano superior de la mente,
en el que las verdades ya existen; por lo tanto no es la mente
superior la que hay que educar, sino nuestra mente personal y
concreta. Hay que educarla para hacerla apta, dúctil, para
sensibilizarla, de forma que pueda conectar con este nivel
suprapersonal. La educación de la intuición consiste en la
educación de la mente respecto a este nivel superior.
Hasta ahora hemos hablado de la mente en su vertiente
exterior, hablemos ahora de la mente en su conexión con el plano
superior.
La intuición está siempre allá arriba, en los niveles
superiores de nuestra mente. Somos nosotros quienes estamos ausentes
de allí, vivimos de espaldas a ese mundo superior de nuestro
psiquismo. Nuestra mente está continuamente preocupada en exceso con
las ideas que está manejando, con los problemas que se plantean, tan
absorta en su trabajo que no puede hacer otra cosa. Además tiene el
prejuicio de que fuera de este mundo de actividad concreta no hay
nada que merezca la pena.
Esta falta de percepción interior incapacita a la mente
para que pueda funcionar de un modo libre, hacia objetos nuevos.
Nuestra mente sólo podría ponerse en camino hacia la
visión de las cosas de un modo nuevo y distinto, si dejara de actuar
del modo ordinario. Mientras continúe su actividad rígidamente
sometida a las leyes lógicas habituales, a los hábitos mentales que
tiene establecidos, indiscutiblemente nunca saldrá de este círculo,
porque su capacidad de funcionamiento viene limitada por esas
actitudes, leyes, contenidos interiores y percepciones. Para que la
mente adquiera un carácter creador es preciso que se desprenda del
carácter rígido de la costumbre, del hábito, que le imposibilita
para remontar el vuelo. La mente puede estar atenta sin necesidad de
pensar, sin moverse habitualmente dentro de este círculo de lógica,
muy correcto y muy útil en el mundo lógico, pero que no sirve más
que de estorbo para subir a mayores alturas.
Existe una dimensión superior de la mente, accesible a
la capacidad del hombre normal. Y es accesible mediante nuestro foco
mental de atención. La condición para alcanzar ese nivel superior
es dejar de girar alrededor del nivel concreto personal.
Hay una técnica para tomar iniciativas, el
brainstorming, que
consiste en que varias personas que intentan buscar una nueva forma
de lanzar cierto producto, una presentación nueva, un nuevo nombre
comercial, etc., se reúnan, y cada una se deje llevar por todas las
ideas que le vienen a la cabeza, con absoluta prohibición de crítica
o censura de sí misma y de lo que digan los demás. En esta actitud
la persona tiene que decir todo lo que se le ocurra, en otras
palabras, tiende a desinhibirse. Constantemente presiona una censura
en nuestra mente, que nos dice lo que está bien y lo que no, lo
correcto y lo que no lo es, su funcionamiento es automático. Viene a
ser un hábito que obliga a nuestra mente a discurrir sólo por
ciertos cauces determinados, más o menos amplios, pero limitados por
el reglamento de la censura. En estas condiciones la mente no puede
ver nada nuevo; podrá hacer múltiples combinaciones de su
repertorio habitual -lo que llamamos pensar-, pero para percibir algo
nuevo tiene que dejar de estar sujeta a esta inercia, a este ritmo
mecánico y adquirir la libertad de situarse en otro nivel, de romper
este círculo y salir fuera. La desinhibición practicada de este
modo es un intento para conseguirlo.
Se puede aprender a estar sin pensar; no es una cosa
extraña; ya lo hacemos. Pero en tan contadas ocasiones que ni nos
damos cuenta de ello. Además suelen coincidir con momentos de
tensión y no es posible aprovecharlos para la intuición. Por
ejemplo, cuando mantenemos una conferencia telefónica con un punto
distante y se oye muy mal: mientras esperamos la contestación, en
aquellos instantes permanecemos pendientes de las palabras de nuestro
interlocutor, que no llegan; por un instante, suspendemos nuestra
ocupación mental, estamos receptivos, como si toda nuestra capacidad
de receptividad estuviera localizada hacia el auricular. En aquel
instante no pensamos. Añadiría otro ejemplo: tampoco pensamos en el
segundo en que estamos pasando de la inspiración a la expiración;
es un punto sin movimiento, sin vaivén, un punto intermedio; en ese
preciso instante no pensamos. Nuestro pensar va unido al movimiento.
Por eso cuando estamos muy pendientes de algo, en aquel momento no
respiramos. Por ejemplo, mientras estamos viendo algo
extraordinariamente interesante, pasan segundos sin respirar. Esto
sólo lo practicamos en momentos que nos vienen ya impuestos por la
situación exterior, pero no caemos en la cuenta de que podemos
hacerlo a voluntad, siempre, y que así tendríamos acceso a un nuevo
mundo de la mente.
Es necesario comprender claramente lo que acabo de
decir. Pues al principio parece demasiado extraño y aún absurdo que
una persona pueda estar sin pensar; puede parecer incluso
antinatural, o perjudicial. Y nada más inexacto. Hemos pasado muchos
años durante nuestra infancia en que no éramos capaces de formular
interiormente pensamiento alguno.
Lo que quiere decir que no es cosa antinatural. Se trata
simplemente de traspasar la etapa de formación mental concreta, para
llegar a un nuevo nivel más elevado de nuestra mente donde se
percibe una visión completamente diferente.
Y esto se logra aprendiendo a estar dentro sin pensar.
Para desarrollar la intuición, conviene por un lado
aprender a estar siempre atento, incluso en los momentos en que no
hay razón especial para estarlo. Puede ayudar a conseguirlo el
sentirse uno mismo vivir; este impulso general a la vida que tenemos
dentro de nosotros mismos puede ser un apoyo de la mente para atender
a algo sin necesidad de ideas o de imágenes.
Cuando una persona busca la solución de algún
problema, lo mejor que puede hacer es combinar el método explicado
anteriormente con el que acabo de exponer. Por una parte conocer
todos los datos; me refiero especialmente a los problemas en que
contando con todos los datos, no se encuentra la solución: encontrar
el dinero necesario, por ejemplo, cuando conozco el disponible, sé
los recursos, el que puedo conseguir de los bancos, de los amigos, de
negociar el papel que tengo en cartera, etc., y no doy con la
solución. En este caso cabe utilizar la intuición, si se ha
aprendido a utilizarla. La primera fase consistirá en el
planteamiento claro del problema y en la formulación de la pregunta,
de lo que se busca. Entonces, aprender a sostener esta actitud
mental, sin pensar, como si uno estuviera esperando que la idea
viniera del cielo, como si dirigiera la pregunta hacia arriba y
después se mantuviera a la expectativa. Lo normal es que, aunque
espere la solución, no le venga. Se debe a que uno está pendiente
de la solución; aunque en aquellos momentos no piense, sigue en
tensión, y su misma tensión le impide recibir cualquier percepción.
Cuando el sujeto consigue aprender a estar atento, receptivo,
esperando de arriba, del plano superior de la mente, en actitud de
tranquilidad, entonces es cuando siempre, indefectiblemente, obtendrá
la intuición, con tal que aprenda a esperar el tiempo que sea
necesario. Personalmente he utilizado mucho este método, y siempre
da resultado satisfactorio; a veces no obstante, he tenido que estar
varias horas (durante días) intentando sostener esta actitud para
llegar a percibir la solución.
Si pudiéramos situarnos en la actitud correcta, la
obtendríamos instantáneamente. Pero vivimos demasiado preocupados
con nuestro pequeño yo. Sin embargo, con suficiente práctica pueden
conseguirse resultados plenamente satisfactorios. Siempre sobreviene
la intuición cuando menos se espera, pero ha de estar despierto un
sentido de búsqueda, de interesarse por la solución. Este interés
moviliza nuestro foco mental dirigiéndolo hacia arriba. Alguien ha
comparado este gesto con el de los tranvías de encajar el trole con
el cable conductor de electricidad. Hemos de aprender a conectar
nuestro loco mental con este cable de alta tensión en el que reside
la intuición. Si conseguimos hacerlo y mantenerlo conectado,
entonces nos llegará la intuición.
Cultivando la actitud de estar muy atentos, muy lúcidos,
sin pensar, empiezan a venir inesperadamente, pero con mayor
frecuencia, intuiciones sobre los objetos más diversos; el camino
para la percepción de la intuición empieza a estar libre.
19.
EL DESARROLLO SUPERIOR DE LA AFECTIVIDAD
Afectividad
elemental y superior
En la estructura de nuestro psiquismo, la afectividad se
desenvuelve en varios niveles; uno elemental y emotivo que constituye
el afectivo inferior, egocentrado, y otro nivel más elevado que es
el afectivo superior, altercentrado.
El afecto y en general los
sentimientos y emociones elevados, propios del
nivel afectivo superior son el objeto de este capítulo, y lo
designamos con el nombre de amor espiritual.
El amor espiritual es la capacidad que nosotros tenemos
de poder amar, centrándonos en el objeto
o ser amado. Es preciso aclarar bien esta idea. Normalmente nuestro
amor, tal como lo entendemos en el sentido vulgar y corriente, es el
sentimiento del Yo hacia algo; soy yo el que siento algo hacia otro,
pero en el fondo es para volver de nuevo a mi Yo. Hay en él una
manifestación honda de posesión, de complacencia y bienestar del
Yo, en el orden que sea, pero siempre predominando las reacciones
afectivas de mi Yo, que se fijan en el objeto del afecto para después
regresar de nuevo y definitivamente, como término y cierre del
circuito afectivo, al propio Yo.
El amor espiritual, por el contrario, es la capacidad de
amar en virtud solamente del bien del otro, buscando exclusivamente
su bien por sí mismo, aparte por entero de que a mí personalmente
me convenga o no, según la estructura
o los intereses de mi Yo. Este amor impersonal, objetivo, centrado en
el «bien», es la característica del amor en el nivel superior. Y
cuando está plenamente desarrollado se convierte en el amor
abnegado, universal.
Para que se aprecie mejor la gradación de los niveles,
podemos establecer una comparación con los niveles mentales. Nuestra
mente personal -que usamos habitualmente- es un instrumento para
conocer y manejar las cosas y ordenar nuestra conducta en bien del
Yo: está centrado alrededor del Yo. Por el contrario la mente
superior, intuitiva, no tiene como protagonista al Yo, sino la
verdad; lo que importa es la verdad, no mi conveniencia, ni mi éxito.
Adquiere, pues, un aspecto impersonal, de verdad general que incluye
las cosas, pero que trasciende la distinción de mi propia
personalidad como centro.
De modo semejante, el afecto en el nivel afectivo
inferior, en el que vivimos de ordinario, es el deseo que yo tengo de
poseer algo, o la atracción o tendencia hacia algo o alguien,
precisamente porque ese algo o alguien me proporciona una
satisfacción, una seguridad, un placer, una reciprocidad de afecto.
Pero en el nivel superior, el objeto del amor espiritual, cuando
llega a desarrollarse del todo, el verdadero objeto y sujeto del amor
espiritual es el propio amor, el amor por sí mismo; no el amor por
las cosas o por las personas, sino el amor, por el puro hecho de
ejercitarlo.
El amor espiritual es la tendencia interior a comprender
y a sentirse cada vez más unido en la verdad, en la bondad, y en el
ser de lo que se ama. Tendencia a funcionar con más acercamiento,
con más plenitud desde dentro del otro.
Es un intento de unificación de dos centros. Así como
en el nivel personal el afecto producía la tendencia al acercamiento
exterior, a la posesión; aquí el amor espiritual impulsa la
tendencia al acercamiento mutuo de las dos personas o de los seres,
sí, pero desde lo más profundo de nuestro interior. Y, aunque a
veces se produce también un acercamiento exterior, éste es
secundario. Puede existir un intenso amor espiritual al margen de las
distancias, aparte de la percepción sensorial. El amor espiritual,
en cuanto lo es, trasciende todos los sentidos, no depende en sí
mismo de ver, percibir, etc., a la persona o cosa que se ama.
Este amor, por la misma razón trasciende también la
sensibilidad. Eso significa que el amor espiritual no es un conjunto
de emociones. Las emociones son siempre una reacción de nuestro
nivel afectivo que está estrechamente relacionado con nuestra mente
y nuestro cuerpo. El amor espiritual no es emocional; se basa
principalmente en una comprensión profunda de mi voluntad de ser, de
acercarse, de unificarse, pero no en el goce, no en las emociones.
Puede el amor espiritual ir unido a emociones -lo normal es que vaya
unido-, pero de por sí pertenece a un plano completamente diferente
al de las emociones, de tal modo que puede persistir auténtico amor
hacia las personas sin sentir nada de gusto, de afecto sensible, en
el sentido corriente de la expresión. Entonces este amor es más
bien de voluntad de bien hacia otro, algo que posee una fuerza
vigorosa y que se vive a pesar de que interiormente el sujeto se note
frío en su sensibilidad respecto al objeto.
¿Cómo se desarrolla este nivel superior de la
afectividad?
Ya queda indicada la dirección, incluida en la misma
noción que acabamos de perfilar. Es preciso distinguir dentro de la
vida afectiva superior dos corrientes de un mismo amor: El amor
espiritual hacia Dios y el amor espiritual hacia las personas y
cosas.
1. El amor espiritual hacia
Dios.- Decimos Dios para
designar la realidad suprema. Podemos llamarlo con otros nombres;
pero no es cuestión de palabras, sino de la noción de un ser
superior, inteligente, causa eficiente de todo lo que existe y que
concebimos como perfección absoluta. En este sentido utilizamos la
palabra Dios.
Al principio, en nuestras relaciones con Dios, siempre
solemos tomar a Dios como algo que nos ha de ayudar, que nos
proporcionará fuerzas, alientos, consolación, incluso muchas otras
cosas que dependen ya de cada persona; todo ello es una manifestación
egocéntrica del amor, no es amor espiritual.
Luego, según se va ejercitando la función de amar, el
amor va evolucionando. Y toda persona que trabaja con seriedad en
este camino, va pasando de este nivel egocentrado -Dios para mí-, a
otro ya más equilibrado, en el que continúa el «Dios para mí»,
pero añadiendo «yo también para Dios», como un pacto de
reciprocidad que hace el hombre: yo doy a Dios, para que Él me dé a
mí; yo hago sacrificios para que Él, a cambio, me asegure algo, que
las cosas me salgan bien, paz interior, etc.
Ejercitando aún más este nivel superior que ya
despunta, cada vez importan menos las cosas que a uno le pasan y es
más importante comprender las naturaleza de Dios, la perfección, la
grandeza, la realidad, el poder inmenso y la excelencia de Dios, no
ya para congraciarme con Dios y usar esos atributos en provecho
propio, hacia mí, sino en un sentido de adoración: Dios por sí
mismo. Lo que se ama por sí mismo es ya el amor espiritual,
absoluto.
Se ha ido pasando por toda la gama: desde el nivel más
egocentrado, más egoísta, al nivel superior, cuyo objeto exclusivo
es el amor por sí mismo.
Éste es el camino sano y natural. Pero hay muchas
personas con serios problemas y con una actitud psicológica,
resultado de dichos problemas, que les impide establecer una relación
vital con Dios.
La actitud del inseguro acostumbra a ser resultado de
quedar la persona encerrada dentro de su propia mente, está
constantemente pensando en sus cosas, mira cómo son, cómo le saldrá
cada proyecto que forja, cada paso que da, girando siempre todo él
alrededor del pensamiento de su «Yo», y del sentimiento de su «Yo».
Esta actitud se manifiesta tanto en el trato con las demás personas-
-le cuesta y le resulta imposible prestar verdadero interés y tener
afecto a nadie-, como con Dios. Un gran paso sería llegar a
conseguir un comienzo de adoración hacia Dios; con él se abriría
la puerta a la solución de su mismo problema.
Muchas personas hacen consistir su vida espiritual en
proyectar sobre la noción de Dios todos sus problemas de tipo
psicológico y por tanto, personal. Problemas de inseguridad, de
frustraciones, de poca valoración hacia el mundo, de sus ansias de
poder, de su deseo inhibido de desarrollo, etc., los mezclan con su
noción de bondad, de verdad, con su mismo deseo de
perfeccionamiento.
Esto es inevitable y normal. Pero es necesario que el
afectado por estos problemas se dé cuenta de que la mezcla híbrida
de sus vivencias no es nunca espiritualidad en sentido auténtico,
puro. Junto a un factor espiritual interviene un fuerte componente
egocentrista. Esta conciencia de la etapa que vive le permitirá
utilizar la vida espiritual como medio para resolver sus problemas
psicológicos. Aunque hasta que llegue al término, al oro fino del
amor impersonal, de la entrega de sí mismo, pasará mucho tiempo,
durante el cual, estará sin remedio pendiente de su Yo, y su actitud
hacia Dios no será propiamente hacia Él, sino hacia sí mismo,
pasando por Dios; mejor dicho, por la noción o por la idea que tiene
de Dios. No considerará por eso que sus oraciones no son escuchadas,
ni que sufre muchos desengaños, pues verá que a través de su vida
religiosa y de su manifestación espiritual se van proyectando los
problemas que tiene pendientes; si son de resentimiento, de
desengaño, en su contacto con Dios saldrán proyectados hacia Él,
siendo Dios objeto de cierto resentimiento o motivo de desilusión;
si los problemas inducen un carácter de agresividad, se sentirá
agresivo con Dios.
Naturalmente los efectos de esta proyección serán
beneficiosos, pues constituirá una forma de expresión y descarga.
Pero si el interesado no trabaja en su vida espiritual o lo hace sólo
parcialmente, sin volcarse en ella, los problemas quedarán dentro.
La ejercitación de los niveles superiores realizada con
totalidad, sinceridad y constancia, absorbe y transforma todos los
problemas de tipo personal. El dinamismo de nuestros niveles
superiores tiene una capacidad de absorción, de reorganización y de
reivindicación tan prodigiosa que por sí solo basta para
transformar a la persona, aparte de todas las técnicas que hemos
mencionado hasta ahora; pero a condición de que se haga de un modo
total.
El problema del inseguro, como el de toda persona que
tiene trastornos del Yo, siempre se debe a que vive encerrado en su
Yo. La vida espiritual puede considerarse desde el punto de vista
psicológico, como un proceso durante el cual la persona aprende a
pasar del amor al Yo, al amor de Dios. Pero será necesario todo el
vigor del Yo y un poco más para poder amar más a Dios. Sólo quien
viva esta ejercitación de sus niveles espirituales con plenitud, con
toda intensidad, con toda profundidad y de un modo constante, sólo
éste conseguirá el efecto de su transformación. La vida espiritual
de muchas personas no prospera por-e que le falta totalidad de
entrega en la fase de utilizar a Dios como elemento compensatorio,
como especie de asociado, pero e n cuya sociedad todavía el elemento
principal continúa siendo el Yo. Hasta que no sea exactamente al
revés -que Dios pasa a ser lo principal no habrá una auténtica
transformación interior.
La meta psicológica de la vida espiritual.-
Cuando llega el momento en que pongo la
importancia de Dios en primer plano y empiezo a pensar, no en función
de mí, sino de Dios, este pensamiento y esta visión que trasciende
de lo personal me va haciendo descubrir el auténtico centro de
cuanto existe y de mi vida en particular.
Estamos constantemente pensando en función del Yo, y el
Yo no es más que una pequeña porción de mí mismo, muy potente, si
se quiere, que maneja muchas energías y que tiene muchas en contra,
pero es sólo una parte de mi psiquismo. Sólo cuando a través de
esta entrega al trabajo, de constante apertura, de intercambio en mi
nivel afectivo, llego hasta el fondo, hasta mi centro, tiene lugar el
descubrimiento de mis niveles impersonales y me hago capaz de amar a
Dios por sí mismo: mi centro se pone en contacto con Dios. Se ha
dicho -y viene aquí como anillo al dedo- que allí donde acaba el
hombre empieza Dios.
Esta conciencia de centro y de Dios a través de mí se
convierte en fuerza potentísima; uno ya no se apoya en el propio Yo
y en lo que al Yo le pueda ocurrir, sino en esta fuerza interior que
siente, a la que ha de dar salida y expresión: y que es la energía
circulante del amor. La vida se transforma entonces en una constante
manifestación de esta fuerza, energía-amor, que siente expresarse
en él mismo, y de la que él no es ni objeto ni sujeto, sino puente.
Descubre gradualmente que el verdadero objeto es Dios y que las cosas
que existen, incluido él mismo, son medios y caminos por los que se
expresa Dios y que han de conducir a El manifestándole con
perfección.
Dicho en primera persona: siento algo grande en mí, que
se expresa a través mío hacia los demás y llego así a una noción
total, absoluta de Dios.
Una vez llegado a esta meta, el hombre ha transformado
su vida en un himno constante de amor; no depende de las situaciones
concretas, aunque las viva y con mucha claridad. Como interiormente
no se apoya en el Yo, sino en algo totalmente positivo, deja de estar
pendiente de los vaivenes del Yo y de las cosas. El ver la vida desde
una perspectiva suprapersonal, le permite manejar las situaciones con
mucha mayor eficacia, estar por encima de toda susceptibilidad y de
toda angustia e inseguridad, en posesión de lo absoluto.
2. El amor espiritual hacia las
personas y cosas.- Cuanto
se acaba de decir respecto al amor espiritual a Dios es aplicable,
desde el punto de vista psicológico, al amor espiritual a personas y
también a animales o cosas, a todo. Puesto que lo esencial está en
el nivel que desarrollamos de nuestro psiquismo, aparte del objeto.
Nosotros seremos más espirituales en la medida en que vivamos en
este nivel afectivo superior; no según las cosas que sean objeto de
nuestro amor. La elevación y perfección de nuestros actos depende
del nivel en que se sitúa nuestra actividad. Viviendo desde arriba,
las cosas más sencillas y elementales, las más corrientes, las vivo
del mejor modo, o en realidad, de todos los modos, pues no se trata
propiamente de vivir sólo de un modo espiritual, sino de hacerlo con
toda mi personalidad, aunque apoyado en los peldaños más altos de
mi estructura psicológica.
Lo mismo que en el amor a Dios, en la relación personal
afectiva las dos graves dificultades con que solemos tropezar son:
1.° Que vivimos de un modo parcial, sin plenitud. Es
por tanto necesario que el sujeto se dé cuenta de que sus resultados
son mediocres porque tanto intelectual como afectivamente se mueve a
media luz. Que es necesario, por lo tanto, aprender a vivir con más
coraje, con más alma e intensidad, ejercitar al máximo nuestras
funciones, pues sólo cambiando el ritmo de la energía circulante
cambia el rendimiento, y se hace posible el desarrollo, efecto
siempre de un sobreesfuerzo.
2.° Que amamos en función del Yo. Si observo un poco
mi vida de relación, veré que mi actitud hacia la gente está
demasiado apoyada en mi conveniencia personal, no en el aspecto
positivo, por sí mismo, de las personas o de las cosas. Lo que
cuenta es su actitud hacia mí.
Esta autoobservación me llevará a ir aprendiendo a
descubrir paso a paso lo positivo que hay en las personas, llegando a
experimentar que, en efecto, la gente tiene mucho de positivo y de
amable. Cuando sea capaz de amar a los demás (no en un momento dado,
sino de modo habitual) por eso positivo que todos sin excepción
llevamos dentro, no como cualidad exterior, en su belleza o en su
sensibilidad -aunque esto también sea amable, pero no responde a un
nivel superior-, sino como fuerza interna de deseo de vivir, entonces
habré abierto una brecha definitiva y habré instalado mi
vida de relación en el nivel afectivo superior.
Conviene tener presente que en realidad amar a Dios y
amar al prójimo no son dos cosas diferentes, sino la misma; son dos
manifestaciones, una en el plano horizontal y la otra en el vertical
de la misma función espiritual, del amor impersonal, centrado no en
el Yo, sino en el otro, o mejor aún, en el amor mismo.
20.
LA CREATIVIDAD
La
creatividad del vivir
Todas las prácticas que a través de este libro hemos
aconsejado conducen al desarrollo de la capacidad creadora. Porque
esta capacidad no adviene sólo al hombre a modo de inspiración,
descendiendo de arriba, sino que también está en él como ser
inteligente que es, por participación en la naturaleza del ser que
nos ha creado. Así que somos naturalmente creadores y boda nuestra
vida es una creación cuando expresamos lo que
naturalmente somos. Desgraciadamente es harto frecuente que lo bueno
y positivo que somos quede bloqueado dentro por una serie de
problemas personales que se interponen entre el impulso y la acción.
La creación es el resultado de expresar espontáneamente
las fuerzas naturales que nos hacen vivir. Superemos, pues, el
concepto restringido de creación que la reduce a una productividad
genial en el terreno artístico, técnico, comercial, científico,
etc. La creatividad es la capacidad de vivir cada instante de un modo
enteramente nuevo, con una fuerza limpia y fresca, que brota
libremente del interior. El niño pequeño, virgen aún de
represiones y conflictos psíquicos, expresa en todo momento con la
más espontánea ingenuidad la vitalidad natural de su ser; su
encanto reside precisamente en la transparencia de todos sus actos, a
través de los cuales manifiesta lo que
es sin rodeos, directamente: cuanto hace es una creación lozana y
pura. Es algo análogo a la sensación agradable, de contacto directo
con la naturaleza desnuda y auténtica, que nos producen los animales
salvajes y domésticos, porque expresan también de un modo directo
la energía vital que los empuja. Y, en otro plano más
humano, por ser más consciente, son creadores
dos enamorados, cuando no tienen demasiados problemas, en sus
gestos, sus palabras, y aun en sus silencios,
llenos, cada uno de ellos, de
un sentido renovado siempre idéntico y siempre distinto, con sabor a
primicia, como si cada uno fuera una creación. Y en realidad lo es,
pues lo creador no reside en su novedad en relación al resto de las
cosas, sino en la plenitud del acto en sí, que, aunque repetido
muchas veces, siempre llega como algo absolutamente nuevo para el
sujeto.
La creatividad consiste, por lo tanto, en la expresión
directa de las fuerzas que nos hacen vivir. Pero
sólo nos será accesible esta meta si limpiamos nuestro interior y
además integramos en nuestro psiquismo los niveles superiores de
nuestra personalidad, viviendo desde arriba todas las cosas. Entonces
seremos creadores en nuestra vida con la misma naturalidad con que el
sol sale cada día por la mañana, y con la espontaneidad de las
hojas de los árboles movidas por el viento.
Todo será producto de la simplicidad interior, sin que puedan caber
interferencias entre el proceso creador interno y los
aspectos externos de la acción.
La
creatividad especializada
Además de esta creatividad natural, que se alcanza a
través de un trabajo previo de limpieza interior, mediante las
técnicas que hemos explicado largamente en este libro, existe, claro
está, un tipo de creatividad especializada, es
decir, aplicada restringidamente a un campo
concreto de actividad, bien se cultive profesionalmente o por simple
afición.
Trataremos aquí de ver cómo se puede desarrollar según
un plan sistemático este tipo de creatividad aplicada. Por de pronto
no hay límites materiales en el campo de aplicación de esta
creatividad: cuanto es actividad humana puede ser su objeto. Podemos
hablar, pues, de creatividad:
a) En el terreno
artístico: literatura, música, dibujo, pintura, etcétera.
b) En el económico: comercial, de
organización, de ideas originales concretas, etc.
c) En la técnica: solución de problemas concretos de
tipo técnico, inventos, etc.
d) En la relación
humana: modos de tratar con eficacia a la gente, solución de
conflictos sociales, etc.
e) En la política: fórmulas
políticas.
f) En el terreno teórico de las
ciencias abstractas: Filosofía, Matemáticas, etc.
Condiciones
que requiere el desarrollo de la creatividad aplicada
Son necesarias tres clases de requisitos: los primeros
se refieren a la preparación
remota, otros a la inmediata, y finalmente un tercer grupo son
factores complementarios.
a) Condiciones previas:
1. Adquisición de los datos concretos, del
adiestramiento técnico o de los hábitos necesarios para su
expresión.
2. Limpieza de toda forma de miedo y hostilidad del
inconsciente.
3. Educación positiva del inconsciente.
b) Preparación inmediata:
4. Voluntad-deseo de comprender o percibir algo nuevo
sobre la materia concreta de que se trate.
5. Mente tranquila, abierta y receptiva.
6. Centrarse en el nivel mental superior o tener la
atención dirigida hacia la parte
superior o encima de la cabeza.
c) Condiciones coadyuvantes:
7. Reserva emocional y mental, en especial en todo lo
relativo al asunto.
8. Períodos de aislamiento y silencio.
9. Continencia sexual y de excesiva actividad física.
10. Cambio de ambiente o modificación de estímulos
externos.
a)
Condiciones previas:
1. Un conocimiento de los datos concretos del asunto de
que se trate. Estos datos pueden referirse a la posesión de un
adiestramiento técnico previo a la creación. Es lógico que la
capacidad de expresión de algo nuevo esté condicionada al uso de
unos instrumentos. Un genio artístico puede concebir algo bello y
estar incapacitado para darle expresión por no dominar la técnica
necesaria. Pues una cosa es la realidad que se vive en los niveles
superiores y otra la expresión concreta de esa realidad dentro del
mundo sensible en que vivimos. Es esta expresión la que precisa de
un adiestramiento, que cuanto más perfecto sea, en mejores
condiciones situará al sujeto para plasmar concretamente su
creación. El poeta inspirado necesita conocer a fondo el lenguaje y
sus recursos, el músico su técnica, y lo mismo el pintor, el
escultor, etc. Cuando se trata de relaciones humanas, se requiere
adquirir los hábitos de las formas sociales vigentes, gestos,
acciones y palabras, para poder dirigir la conversación por el rumbo
previsto. A un vendedor no le basta haber concebido con acierto una
idea original, sino que precisa conocer los tipos de argumentación,
de presentación de las muestras, cómo responder a las objeciones y
tener cierto adiestramiento.
2. La limpieza del inconsciente de toda forma de miedo y
hostilidad, al objeto de que los problemas personales no se
interfieran con la capacidad creadora. Está bastante extendida la
creencia de que es necesario que el artista sea una persona de vida
fuera dedo corriente, llena de dramatismo, o un bohemio, para que
surja la creación artística. De hecho, no ha sido infrecuente el
caso del artista afectado de problemas económicos, sentimentales, o
de costumbres irregulares y estrambóticas, debido casi siempre a
lagunas en su formación personal, que se ha reducido estrictamente
al desarrollo de sus cualidades artísticas, porque allí se sentía
a gusto, renunciando a los esfuerzos en otros órdenes, y olvidando
todo lo demás, en perjuicio del equilibrio de su personalidad, que
ha quedado sin el debido sentido de adaptación a las situaciones. La
gente suele disculparles sus rarezas en aras de su arte, y ellos
mismos se excusan achacándolas a su dedicación al trabajo
artístico. No obstante, la creación artística no gana nada con
estos problemas personales, a no ser hostilidad y dramatismo en
sentido negativo. No solo es perfectamente compatible la creación
artística con una personalidad armónica, sino que entonces además
de su contenido artístico adquiere objetividad, sentido positivo y
humano.
3. Educación positiva del inconsciente. Con esto no
sólo queremos decir que estén liquidados los problemas que
provienen del inconsciente, los condicionamientos negativos y las
ideas erróneas, y que además hayamos introducido ideas positivas,
reconstruyéndolo así con nuevos condicionamientos sólidos y
dinámicos, sino también que nos hagamos amigos del inconsciente,
conectando con él, y estando atentos para recibir sus informaciones.
No es una actitud puramente pasiva, sino receptiva, es decir, dejando
una puerta abierta para consultarlo a voluntad, para saber cuáles
son mis necesidades, mis tendencias, mis impulsos, cuál es mi verdad
biológica, afectiva, mental o de los niveles más internos. Entonces
expresaré en la creación mi totalidad, como ser humano con su
sentido positivo. Se ha definido la obra de arte diciendo que es «un
rincón de la naturaleza vista a través de un temperamento»;
habríamos de añadir: es un fragmento de la belleza visto a través
de una personalidad humana total. Pero es preciso que esta
personalidad sea participación de la belleza y cuanto más pura y
auténticamente funcione bien, de un modo más correcto y positivo
será el reflejo de esta belleza.
El inconsciente es muchas veces una fuente de
información excelente por los datos que tiene recogidos, no sólo
técnicos, memorísticos, etc., sino de resonancias afectivas, de
vivencias, de necesidades, de conflictos, etc., y éstos nos son
utilísimos, pues nos acercan a la gente. La gente no es un conjunto
de caras y cuerpos dotados de movimiento, sino que dentro llevan un
mundo de sensaciones, de sentimientos, de aspiraciones, de vivencias,
y nuestro inconsciente, conforme nos vamos abriendo a él, nos hace
participar de este mundo interno viviente en los demás,
profundizando, como queda dicho en otro lugar, desde nuestro interior
en el interior de cuantos nos rodean, con lo que nuestra creación
gana en objetividad. El inconsciente es por lo tanto, desde
diferentes ángulos, un elemento de gran importancia en la creación.
Si el artista, el vendedor, el psicólogo y hasta el técnico y el
filósofo no tienen con frecuencia éxito, se debe muchas veces a que
en sus creaciones han prescindido de los factores humanos o los han
interpretado subjetivamente, con el cerebro o la imaginación, en
lugar de hacerlo de un modo vivencial, con el inconsciente.
b)
La preparación inmediata
4. Voluntad-deseo de comprender o percibir algo nuevo
sobre la materia concreta de que se trate.
Es preciso que se concrete, que se puntualice con
exactitud la pregunta, dirigiendo la voluntad-deseo certeramente
hacia el objetivo. No basta que sea una mera voluntad de encontrar
algo que se busca, porque esta vivencia demasiado indefinida nace en
niveles muy superficiales. La voluntad-deseo proviene de más
adentro: es un sentir la necesidad de descubrir algo, de crear, no
como producto de una simple reflexión fría, sino originada por una
necesidad interior; es entonces cuando existe una seguridad de
encontrar el camino nuevo que se busca. Esta voluntad-deseo es, pues,
una garantía de autenticidad de la creación, de que potencialmente
ya existe, es decir, de que se puede llegar a la meta. Para, ello, de
hecho, debe plantearse la pregunta de un modo concreto y definido.
5. Mente tranquila, abierta, positiva.
Mientras la mente piensa se mueve dentro de las leyes de
asociación de ideas y por lo mismo nunca saldrá de las cosas
conocidas. Ahora bien, aquí se trata de llegar a algo nuevo, puesto
que pretendemos cultivar la creatividad, y por tanto se impone salir
de los caminos trillados, haciendo algo distinto de lo ordinario. Hay
que situar a la mente en condiciones de poder recibir cosas nuevas.
El curso del pensamiento al que estamos habituados es un círculo
cerrado, hecho de las ideas adquiridas, de las experiencias pasadas,
etc. Para romper este círculo no hay más remedio que dejar que la
mente se tranquilice y que continúe, no obstante, más despierta
para poder ir desatándose de las ideas hasta que éstas desaparezcan
y quede toda ella atenta. Cuando haya llegado aquí estará a punto,
en la actitud más apta para poder recibir ideas de un nivel
superior. Este proceso requiere un aprendizaje, naturalmente hay que
aprender a tranquilizar la mente, prescindiendo poco a poco, durante
unos minutos al principio y hasta unas horas más adelante, de la
inercia de los hábitos mentales, manteniendo la mente enteramente
serena y tranquila. Esta actitud implica, pues, que la mente esté
tranquila, para dejar salir todas las ideas a las que normalmente
está asida; abierta, porque sólo así podrá recibir algo nuevo, y
receptiva, en el sentido de aspirar, de desear adquirir y ver algo
nuevo, la solución de lo que se plantea.
6. Centrarse en el nivel mental superior o tener la
atención dirigida hacia la parte superior o encima de la cabeza.
Es éste el último punto de la preparación inmediata y
consiste en dirigir el foco de la mente, es decir, la atención, la
mirada mental, no a los pensamientos, sino a la pregunta concreta que
nos formulamos. Un fabricante de plásticos, por ejemplo, que desea
sacar algo nuevo al mercado, se preguntará: «¿Qué puedo hacer en
plásticos que no se haya hecho, que sea nuevo, útil, práctico y
comercial?». Naturalmente antes se requiere haber recogido todos los
datos relativos al asunto. Características físicas, químicas y
comerciales, materia prima, etc. La pregunta concreta debe dirigirse
a la parte superior de la frente, como si la oficina de la intuición
y de la creatividad estuviera instalada encima de la cabeza, hacia la
parte anterior. Y luego dejar que esta pregunta flote, saboreando
bien el gusto que tiene, y quedar a la escucha, receptivo, dejando
que ella recorra su camino. Mientras tanto, se puede seguir el ritmo
de la vida, mirar las cosas, ver y hablar con la gente, andar,
trabajar, pero manteniendo siempre dentro la pregunta con el gesto
interior de investigación y de espera intencional. En estas
condiciones la respuesta vendrá con toda seguridad, porque es un
proceso mecánico que se ha puesto en movimiento y que no puede
fallar; se trata de una facultad inherente a la naturaleza humana, y
lo único que requiere es su adecuado cultivo.
Sucede aquí lo mismo que con cualquier otro nivel.
Quien lo cultiva descubre una serie de cosas que le sitúan por
encima de los demás que no han tenido tal cuidado. Pero no se trata
aquí de incitar a una ambición desmedida. La finalidad de este
esfuerzo no es levantar unos palmos sobre los demás, sino situarse
con mayor profundidad en el nivel más en consonancia con cada
individuo y que precisa para poder vivir con plenitud todo lo que
personalmente pueda dar de sí.
La respuesta puede tardar horas y aún días, siendo
factores que intervienen en la velocidad del proceso la mayor o menor
dificultad del asunto y la habilidad personal. Pero los esfuerzos y
el tiempo empleados en este trabajo quedan sobradamente compensados
por la calidad de los resultados y por la satisfacción que se
experimenta. Cuando se han tenido varios contactos con el nivel
intuitivo y creador, se percibe inmediatamente que allí existe una
calidad y un valor intrínsecos de que carecen todas las
combinaciones mentales que solemos construir con los datos de que
disponemos ordinariamente; se trata de una fuerza superior y de una
evidencia de que están desprovistas las verdades concretas que
solemos manejar en nuestra vida cotidiana.
Una vez que hemos captado la intuición, se impone darle
expresión haciendo uso del instrumental concreto apropiado, manejado
por nuestra mente concreta. Hay que encontrar para ello la forma más
conveniente. La intuición siempre es muy clara, pero muchas veces
cuesta darle concreción, trasladarla a un nivel inferior.
Intuiciones, por ejemplo, que he percibido en una fracción de
segundo, me he pasado luego horas intentando describirlas, sin
conseguirlo con exactitud. Allí se ve todo instantáneamente y
después se precisan largas explicaciones para exponerlo en nuestro
lenguaje; como si la concreción no fuera más que un reflejo siempre
imperfecto de aquella realidad superior, o como si en aquel instante
estuviera contenido todo este tiempo empleado en la descripción, y
ésta no fuera otra cosa que un desdoblarse en lo temporal y espacial
de unas verdades que están siempre presentes, actuales,
instantáneas, fuera de toda materialización, en regiones superiores
de nuestro psiquismo.
c)
Condiciones coadyuvantes
Además de las anteriores, existen ciertas condiciones
complementarias que facilitan este proceso creador especializado.
7. Reserva emocional y mental, en especial en todo lo
relativo al asunto.
El crear es siempre un proceso en el que interviene
mucha energía psíquica. Cuando queremos contactar con el nivel
intuitivo, a pesar de que la mente esté tranquila y serena, hay una
intensa concentración de energía que se dirige hacia este foco
elevado de la mente superior. El sujeto necesita estar afectivo y
mentalmente muy vitalizado, y cuando no tiene práctica de llegar a
los niveles de la intuición, le supone un esfuerzo mayor. Es por lo
mismo necesario que evite todo lo que implique pérdida de energía.
De ahí que sea precisa una gran reserva emocional y mental general,
pero especialmente sobre el asunto concreto objeto del trabajo. Las
ideas relacionadas con este asunto están dinamizadas por una fuerte
carga emotiva y mental; el sujeto quiere conseguir aquello, ha
concedido a su trabajo un sentido de importancia, de necesidad, de
urgencia, etc. Por lo tanto, el solo hecho de explicar a otros que
está trabajando en tal cosa y que si lo consigue dispondrá de tales
ventajas u obtendrá tales beneficios hace que, mientras habla,
disfrute con la energía emocional que es la que vitaliza la idea,
consuma esta energía, perdiendo con ello vigor la idea. Es
corriente, y lo habremos observado incluso en nosotros mismos, que
los proyectos que se explican a los demás con autosatisfacción por
la alegría o goce que en ello se experimenta, no suelen llevarse a
cabo, o su realización deja que desear. Es que, al hablar hemos
desparramado la energía emotiva y mental que vitalizaba nuestra idea
y entonces nos falta empuje para su realización.
Sin embargo, no tiene este efecto contraproducente
hablar con el fin de recibir una orientación de quien puede
dárnosla, con tal que no se haga como exhibición de nuestro
proyecto, porque sería también perjudicial. Es preciso que las
energías se reserven para centrarlas en este nivel mental y
dirigirlas hacia el nivel mental superior.
8. Continencia sexual y de excesiva actividad física.
Por idéntica razón a la expuesta en el número
anterior, decimos que es conveniente, aunque no absolutamente
necesario, que se guarde una continencia sexual. Queremos decir que
no se cometan excesos ni abusos y, si puede ser, que se practique una
efectiva continencia, porque ésta supone un ahorro de energía que
se acumula y es susceptible de ser utilizada en otros niveles. Del
mismo modo, evitar la fatiga física y el deporte violento, que
consumen gran cantidad de energía, necesaria cuando queremos
proyectar nuestra mente concreta a la abstracta para enlazar luego
con la intuitiva. En general todo ahorro de energía ayudará a
disponer de un potencial mayor para nuestro trabajo creador.
9. Períodos de aislamiento y silencio.
El aislamiento y el silencio evitan la disipación y la
dispersión, y al mismo tiempo facilitan la concentración. La
creación es como una incubación interior y requiere reposo y tiempo
hasta que la mente se centra y las energías dinamizan la idea y la
dirigen hacia el nivel intuitivo. Cuando se trabaja en esta dirección
se experimenta la necesidad de aislarse, de recogerse, de estar
tranquilo.
10. Cambio de ambiente o modificación de estímulos
externos.
Cuando se emprende un trabajo creador conviene también
cambiar de ambiente, para variar de estímulos exteriores, pero sin
entrar en otros que distraigan la mente o requieran un esfuerzo o una
atención. Simplemente cambiar de barrio, ver caras nuevas, dejar el
círculo cerrado en el que se han formado los hábitos y las
actitudes ordinarias. La situación nueva facilita una reacción
distinta, fresca en todo nuestro interior. Por esta razón todo el
que se dedica a procesos creadores busca de un modo u otro estímulos
nuevos.
No queremos terminar este capítulo sin volver sobre la
idea inicial de que creatividad no es sólo la capacidad de creación
en un orden determinado, sino que se refiere a todas las acciones de
la vida, hasta pegar sellos, hacer visitas para ofrecer un producto o
dar clase. Toda actividad es susceptible de convertirse en un proceso
creador, pues siempre las cosas pueden ser de otro modo, o mejor,
nosotros podemos ser de otro modo frente a las cosas, y es entonces
cuando las cosas pasan a un modo nuevo de ser, permitiendo una serie
de posibilidades que abren horizontes de acción creadora donde todo
estaba cerrado por la rutina. Las personas que se quejan de que su
trabajo les limita, que no les deja libertad y les impide expresar
sus facultades, si trabajasen en su interior con intensidad,
encontrarían el modo de hacer de su trabajo una creación y además,
en el caso de responder a su naturaleza, hallarían un trabajo nuevo;
que también es creación el paso de una actividad a otra. Quien
camina en este sentido se convierte en un aventurero de la vida,
dejando de ser burócrata y rutinario; constantemente está buscando
nuevas formas, incluso dentro de las clásicas y trilladas; bajo la
apariencia de una vida externamente cerrada está viviendo por dentro
de un modo siempre nuevo, está expresando cosas nuevas. Con ello,
realiza también una gran labor: estimula en los demás la necesidad
creadora, bien social incalculable, especie de fecundación social.
Una persona así, cuando además posee una buena formación de
carácter, es excelente para la sociedad, aunque los que están
cegados por la rutina interior se alarmen, le miren con recelo y
hasta le critiquen. Pero esto es inevitable, lo importante es que uno
vea con claridad lo que puede y lo que debe hacer y así lo haga.
21.
EL FENÓMENO DE LA IDENTIFICACIÓN. TÉCNICAS DE DESIDENTIFICACIÓN
Planteamiento
del problema
Todos hemos constatado que en nuestra existencia
práctica necesitamos constantemente movernos, interesarnos por las
cosas, fijarnos objetivos por los que luchar con decisión, poner
nuestra confianza en ciertas personas, tener la esperanza de nuestro
triunfo en un aspecto u otro
de la vida, etc. En otras palabras, tenemos la sensación de que para
vivir plenamente necesitamos abrirnos a la confianza, a la ilusión,
y adherirnos a determinadas ideas sobre nosotros mismos, sobre los
demás y sobre la vida.
Pero por otra parte, la experiencia nos enseña
dolorosamente que, muy a menudo,
las cosas no suceden como las teníamos previstas y que el
entusiasmo, la confianza y la ilusión se convierten después con
mucha frecuencia en causa de disgusto, de desengaño, de
dificultades. Y de hecho, podemos comprobar que todas nuestras
desilusiones y disgustos proceden de una forma u otra de frustración
de nuestras ideas, esperanzas e ilusiones.
Nos encontramos, pues, con que, si no ponemos entusiasmo
en la acción, las cosas no marchan bien y nosotros mismos tenemos la
sensación de no funcionar bien tampoco, y si nos entregamos con
ardor e ilusión, a menudo después, por una causa u otra, nos llega
el desengaño. ¿Por qué razón ha de ocurrir esto? ¿Y cuál
debería ser, pues, la actitud correcta que tendríamos que adoptar?
La solución negativa o neurótica consiste en cerrarse a toda
espontaneidad afectiva y en protegerse detrás de una permanente
actitud de encogimiento, desconfianza y escepticismo, pero ¿no habrá
una solución mejor, más positiva y más de acuerdo con nuestras
aspiraciones? Estos son los problemas que vamos a considerar en el
presente capítulo.
La
identificación
El problema principal es debido al fenómeno de la
identificación. Nos identificamos con las cosas que hacemos, con las
que percibimos, pensamos, sentimos y vivimos. Nos identificamos, pero
¿qué quiere decir identificarse? Significa que uno confunde la
propia realidad de sí mismo con la realidad de la cosa. En seguida
lo veremos más claro a través de ejemplos concretos.
Nuestra identificación alcanza tanto a fenómenos
externos como a internos.
1.º Nos identificamos con lo exterior a nosotros, con
las cosas que poseemos. Por ejemplo: nuestro traje es algo exterior a
nosotros: se ha de cuidar, pero no pasa de ser un
traje; no obstante, a menudo nos sentimos como si el traje fuéramos
nosotros mismos; si viene alguien y en un descuido nos lo mancha, o
nos lo rompe, nos sentimos ofendidos; y muchas veces, no por el hecho
material de que nos lo haya manchado, no por la inconveniencia, la
incomodidad o el gasto que nos suponga, etc.; nos sentimos ofendidos
personalmente, como si nos hubieran manchado a nosotros, como si
hubieran manchado a nuestro Yo. Otro ejemplo muy corriente: vamos por
la calle y alguien sin querer nos da un empujón. Lo más probable es
que tengamos una reacción instantánea de enfado; el empujón de por
sí no nos habrá causado daño, pero lo vivimos como una ofensa
personal. Si a continuación descubrimos que el señor que nos ha
dado el empujón es un amigo, inmediatamente cambia nuestra actitud.
Quiere decir que en el primer momento viví mi
derecho a la independencia, a la libertad de
acción, extendiendo mi soberanía personal desde mi cuerpo a algo
que es mi Yo; al darme el empujón lo sentí como si lo hubieran dado
a mi Yo, no a mi cuerpo. Todos sabemos con qué facilidad el que
conduce un coche se identifica con el coche. Si otro, por maniobrar
con descuido, le da un golpe y lo raya, etc., el conductor no
reacciona de un modo racional, proporcionado; hay una reacción
interna, violenta del Yo que se siente molestado. Todas nuestras
cosas, cuanto es de nuestra propiedad o de algún modo nos pertenece
se convierten, en ciertos momentos, no siempre, en una proyección
del Yo.
Si nos hacemos cargo de unas atribuciones en el lugar de
trabajo o si las damos al personal que está a nuestras órdenes -por
atribuciones entiendo un lugar, unas responsabilidades, un trabajo
que hacer-, a partir de aquel momento dichas atribuciones las
convertimos en intocables para superiores y para subalternos, y si se
modifican será algo así como poner el dedo en
la llaga de nuestro Yo: nos sentiremos heridos, sobre todo si la
modificación tiene un sentido restrictivo afectando a nuestro
espacio o a nuestras atribuciones. Cuando entramos, al hacernos cargo
de nuestro cometido, aceptamos lo que se nos da, pero a partir del
momento en que nos hemos hecho a la idea de que es
nuestro trabajo y nos desenvolvemos normalmente
en él, esta idea se incorpora a la noción de nosotros mismos y
vivimos cualquier cambio o interferencia no como una modificación
que se hace en algo externo a nosotros, sino como
si fuera una lesión a nuestro Yo.
Existe en nosotros una proyección hacia nuestras cosas.
Todos tenemos algún lugar donde no queremos que nadie toque nada. No
es precisamente porque guardemos allí secretos, cosas íntimas, sino
por el sentido de propiedad, de que aquello
es la extensión de uno mismo, de la propia persona.
2.° No nos identificamos sólo con estas cosas, lo
hacemos también con todo lo que son fenómenos internos:
a) Nos identificamos ante todo, con el cuerpo. La
persona que tiene por ejemplo la idea de si es muy alta o muy baja,
gruesa o delgada, llega a preocuparse tanto, como si su cuerpo, la
forma de su cara, etc., implicara un Yo más fuerte o más débil,
como si el Yo valiera más o menos según la forma de la nariz, de
las orejas o según la estética. Nos sentimos disminuidos en nuestro
valor intrínseco, nos vivimos de un modo atrofiado; no es una
valoración de la cosa que tiene una imperfección, es una vivencia
minimizada de uno mismo, como si todo el Yo Fuera imperfecto.
b) Nos identificamos igualmente con nuestras
sensaciones, que provienen del cuerpo, sean de dolor o placer. Cuando
las siento, en aquel preciso momento, yo soy aquel dolor y todo lo
miro y lo valoro en función del dolor.
c) Del mismo modo nos identificamos con nuestros
sentimientos: cuando estoy entusiasmado por algo, soy aquel
entusiasmo y no puedo aceptar que me lo nieguen, o que me digan que
es absurdo. Estoy identificado con mi sentimiento, para mí aquel
sentimiento soy yo, y negarlo es negarme a mí.
d) Idéntico fenómeno ocurre con nuestras ideas. Basta
oír las discusiones que se suscitan en la vida ordinaria y veremos
que la mayoría de las veces cada uno discute sólo para defender su
idea, porque en aquel momento la vive, no como idea que él tiene,
sino como si fuera él mismo; quizás en otra ocasión adoptará otro
punto de vista sobre el mismo tema con igual entusiasmo.
Fundamentalmente nuestro Yo no es ninguna de estas cosas
con las que nos identificamos (objetos externos, cuerpo, sensaciones,
sentimientos o ideas). No lo es de un modo muy claro, muy evidente.
Nosotros no somos las cosas, las posesiones, porque tanto si las
tenemos, como si no, somos los mismos; no somos el cuerpo porque es
algo que está en constante renovación; el cuerpo no es más que un
proceso dinámico de materia que cae bajo la acción del campo vital,
fuerzas centrífugas y centrípetas de nuestro nivel vital, que
movilizan un proceso constante de asimilación y eliminación, de
renovación de toda la materia. Por lo tanto la materia que está en
movimiento no soy yo, es algo que utilizo. Yo soy el mismo con este
cuerpo que tengo ahora, que hace años. No soy las sensaciones,
porque van y vienen, y yo continúo siendo el mismo. Tampoco los
sentimientos, porque éstos igualmente van y vienen. No soy las
ideas, porque ahora tengo unas y después otras. Y sin embargo
siempre soy yo quien
tengo ideas o quien tengo sentimientos, o cuerpo, etc.
La prueba de que yo no soy ninguna de estas cosas es
que, si aprendo a observarme un poco, veré que en cada momento me
adhiero a algo completamente diferente: cuando estoy eufórico por
algo, me adhiero al entusiasmo y en aquel momento veo todas las cosas
bajo esta luz del entusiasmo, quedando todo subordinado a él; si
tengo una idea que me parece genial, me uno a esta idea y todo lo
miro en función de ella; otras veces siento un impulso vital muy
fuerte y vivo: este impulso es entonces lo más real para mí. Así
voy saltando constantemente de un punto a otro, y en cada momento
vivo cada punto como si fuera el más importante, como si él fuera
yo; cuando estoy adherido a una cosa, no puedo separarme de ella. Por
eso, a la hora de hablar, de discutir, es tan importante ver adonde
está asido mi interlocutor, porque no le podré hacer descender de
allí; y, si lo logro, lo vivirá como una derrota, como un ataque
personal. El hecho de que nos identifiquemos ahora con una cosa y
después con otra, quiere decir que no somos ni lo uno ni lo otro.
Confundimos constantemente la realidad intrínseca del
Yo con las cosas, con los fenómenos que nos suceden, con los que
vivimos y con los que experimenta el Yo.
Nuestra fuerte tendencia a la identificación nos
envuelve en serios y frecuentes problemas; es la causa de todos los
desengaños, desilusiones y preocupaciones, que provienen
precisamente de una ilusión y un engaño previos, cuando vivíamos
confundiendo nuestra realidad y valor con una determinada cosa, sea
la que fuere; entonces estábamos ya condenados al desengaño, porque
nos apoyábamos sobre algo de por sí inconsistente, transitorio.
Todo lo que existe tiene una naturaleza dinámica, está en un
constante proceso de renovación, de movimiento; nada hay estable
adonde podamos asirnos y vivir en completa seguridad. La única
seguridad la hemos de encontrar en nuestra propia fuente de energía,
el núcleo de nuestro Yo.
En el capítulo 12 quedó descrito el fenómeno por el
que estamos proyectando continuamente nuestra noción de realidad en
las cosas; la noción de realidad profunda que nos viene de nuestro
núcleo de energías la proyectamos en las percepciones. El que ahora
estudiamos es el mismo fenómeno de proyección de nuestra realidad
en las cosas y fenómenos, incluso internos. Entonces era mi realidad
prestada al personaje de una película, y vivía como si yo fuera él,
me identificaba con él, confundía mi realidad con la suya. Ahora
confundo mi realidad, mi fuerza con un fenómeno que me sucede, que
es una emoción, un sentimiento, una idea. En todo momento yo soy el
sujeto de las cosas que hago; no soy nunca las cosas que hago. Hay
algo en mí que es el eje central del cual arranca todo lo que es
acción, iniciativa; pero mi mente, como siempre que vivo en un nivel
superficial, hace que no preste atención en primera persona a esta
realidad central que soy yo, sino que sólo me sienta yo en la cosa
que hago. Me siento yo en el momento en que hablo y por lo tanto creo
que yo soy mi inteligencia, o la idea que se me ocurre, creo que el
Yo es el hecho de que los demás queden convencidos, de que los demás
me ayuden, me favorezcan, etc.; pongo mi Yo en estas cosas.
Consecuencia inevitable de esta confusión es que la
persona depende de las cosas. Si confundo mi realidad con algo,
evidentemente dependeré de este algo. Fenómeno paralelo al del
Yo-idea, la imagen que tenemos de nosotros mismos; el creer que yo
soy esta imagen hace que tienda a verlo todo en función de dicha
imagen, y toda mi actividad dependerá del Yo-idea.
Cada momento que vivo identificándome con una cosa,
estoy todo yo condicionado por aquello con lo que me identifico. Si
es con una idea, es decir si esta idea la vivo como si fuera el Yo,
toda mi actitud quedará condicionada a defender tal idea y a
demostrar que es cierta y que las de los demás no lo son o no lo son
tanto. Quiere esto decir que dejo de poder utilizar todas mis
capacidades y recursos y quedo supeditado por el gesto inicial.
Es este un problema de capital importancia personal y
que nos afecta a todos. Uno de los ejemplos que ponen mejor de
manifiesto adonde puede conducir el fenómeno de la identificación
es el de la persona de edad avanzada que se encuentra con que ya no
es capaz de sostener el ritmo de trabajo que le exige su papel en la
empresa, pero no puede ni por un momento aceptar la idea de no seguir
desempeñándolo y dejar la empresa. Se vive a sí mismo en la medida
en que realiza aquel trabajo, ha asociado su noción de realidad a
sus funciones laborales. Y se encuentra con que van pasando los años,
sus fuerzas declinan, no tiene la agilidad de antes, el trabajo
tiende a ser cada vez más complejo, a exigir mayor esfuerzo,
mientras él va perdiendo memoria, iniciativa, capacidad de lucha,
etc. Al no poder renunciar, porque está identificado con aquella
situación, y siente que depende de ella, se le plantea el problema
de la edad como una bofetada de la vida, como un ataque personal. Son
las personas que se aferran a sus puestos de trabajo y que, sin
embargo, están ya totalmente incapacitadas; marchan ellas mal y
hacen ir mal a los demás. Son las mismas personas que encuentran
también gran dificultad para la delegación de atribuciones.
Si pudiéramos descubrir, percibir de modo más directo
nuestra realidad intrínseca, nuestro Yo, estaríamos en condiciones
de desprendernos de las cosas y podríamos empezar a manejarlas de
verdad. La única forma viable de manejar las cosas es que las cosas
para nosotros sean objeto, es decir, queden fuera de nuestro Yo.
Cuando creo que una cosa soy yo, no la puedo manejar. Para manejar
algo he de tenerlo ante mí, ha de ser un no-Yo. Si yo, por ejemplo,
me confundo con mis ideas, no puedo regular mi mente; si me confundo
con una situación personal, no puedo dirigir aquella relación
personal. En general, estoy totalmente incapacitado para manejar las
cosas con las que me confundo; he de estar fuera de ellas.
Consiguientemente, en la medida en que consigamos descubrir, vivir
nuestro Yo, empezaremos a llevar las riendas de todas nuestras
facultades, podremos encauzar nuestras emociones, no ser juguetes de
ellas; podremos barajar las ideas, las situaciones que se crean
constantemente en la relación personal. Podremos manejarlo todo y no
ser marionetas en manos del mundo exterior o del interior, por vivir
identificados con el uno o el otro, siguiendo sus vaivenes en las
variadas incidencias de nuestra vida.
Es sumamente importante para el que quiera llegar a
tener un rendimiento superior, que aprenda a desidentificarse. El
mismo problema se repite con matices peculiares en los trabajos de
equipo, de grupo, en colaboración. Todo trabajo de equipo, para que
sea eficaz, exige que las personas que participan en él hayan
trascendido sus problemas individuales, que sean capaces de pensar en
un nivel superior de la mente, centrado sobre el asunto, no sobre el
Yo. Recordaré al lector que existe un nivel personal de la mente
funcionando al servicio del Yo, y otro nivel de la mente superior que
tiene la capacidad de vivir las cosas por sí mismas, de modo
impersonal. Pues bien, todo trabajo en equipo exige que cada uno de
sus componentes haya actualizado, al menos en parte, este nivel
superior. El que no lo ha conseguido está totalmente incapacitado
para llevar a cabo una labor fructífera en equipo; se encontrará
con que siempre, de modo inevitable, utilizará al equipo, al grupo,
para su servicio personal, porque no puede pensar de otro modo. Como
sólo funciona en el nivel de la mente personal, por mucho que se
esfuerce, o aunque tenga muy buena voluntad no podrá pensar si no es
relacionándolo todo con su persona e incluso juzgará, valorará y
manejará a los demás de acuerdo con esta escala de valores: lo que
va a favor o en contra de su persona.
Uno de los autores que han estudiado más detalladamente
las fases del desarrollo, en nuestro crecimiento psicológico, es
Künkel. Según este autor, pasamos por tres etapas:
1.° Vivimos el período que podríamos denominar de
conciencia de rebaño. Es la etapa infantil, en la que nos apoyamos
principalmente sobre la conciencia del conjunto, nos sentimos
inclinados a actuar por lo que hacen los demás, nos vivimos seguros
en la medida en que nos movemos dentro de un conjunto.
2.° En la adolescencia aparece una nueva fase: la del
nacimiento de la conciencia del Yo individualizado. En el adolescente
empieza a germinar la necesidad de sentirse él, de vivirse él, de
pensar, juzgar y decidir por sí mismo; busca afirmar su
personalidad. Pero se encuentra dentro de un ritmo que ha vivido
hasta ahora, inmerso en un conjunto, y se suscita una lucha interior
entre su tendencia anterior a apoyarse en el conjunto y la nueva
tendencia que aparece, de vivirse él, de independencia. Sólo puede
vivirse asimismo como ser independiente en la medida en que se
emancipa del conjunto. Ya para ello empieza a oponerse al conjunto;
es la etapa tan normal, pero tan inestable, por la que todos hemos
pasado, en que se experimenta una necesidad de protesta contra todo,
contra la gente en general y especialmente contra los que eran antes
más queridos. El adolescente no puede soportar ninguna caricia de su
madre; protesta por cualquier motivo, necesita discutir las opiniones
de su padre, aunque sea acogiéndose a la opinión más absurda; no
es la opinión lo que le importa, sino su propia postura; necesita ir
sintiéndose más a sí mismo y lo consigue tanto más cuanto más
enérgicamente se opone al conjunto. Ahora, el conjunto, los otros,
son considerados por el adolescente enemigos de su Yo, de su
crecimiento interior, de su individualidad, de su importancia.
3.° Cuando su Yo se va desarrollando, va tomando
posesión de sus propias capacidades, va viviendo en primera persona
más experiencias, va incorporando al Yo-experiencia de un modo
consciente más contenidos, va sintiéndose también más fuerte, y
llega a adquirir una plena seguridad de sí mismo como individuo.
Normalmente, debería conseguir la maduración entre los 23 y los 25
años. Cuando ha adquirido esta plenitud, esta evidencia de sí mismo
como individuo, con conciencia de su Yo, y se apoya en sí mismo, y
aprende a decidir, a actuar de verdad, entonces empieza a descubrir
que hay otras personas y que estas otras personas son también un Yo
como él; empieza a vivir a los demás como otras
personas individualizadas con un valor tan auténtico como el suyo.
Está ya de lleno en la tercera fase que consiste en descubrir que
los demás son personas como él, que no se le oponen, sino que
forman todos un conjunto, un grupo de personas libres,
independientes, maduras. Ha llegado a adquirir una conciencia de
«nosotros», y con ella la completa madurez psicológica.
Podríamos decir que, normalmente, sea por conflictos
internos, o por el escaso desarrollo de la mente, la mayor parte de
las personas quedan detenidas en la segunda fase, de necesitar
desarrollar, confirmar, asegurar su Yo. No pueden todavía hacer un
trabajo auténtico de colaboración, de entrega, que suponga adhesión
a valores impersonales, porque aún tienen pendiente el problema de
su propia evidencia, de su propia seguridad personal e individual, y
mientras este Yo individual no se viva del todo, no haya madurado, es
imposible que uno pueda abrirse a los demás. Al escoger personas con
las que se haya de formar sociedad o entrar en colaboración, del
orden que sea, es imprescindible que uno aprenda a juzgar la madurez
de las personas, seleccionadas, no por el grado de su inteligencia
-cuestión aparte-, sino por su desarrollo de la conciencia de sí
mismos. ¿Hasta qué punto esta persona es capaz de pensar en función
del conjunto? ¿Tiene tal vez demasiados problemas personales sobre
su propia valoración, que le impedirán pensar de un modo objetivo
en función del grupo, del conjunto, de la institución?
Técnicas
de desidentificación
Cuando todo lo expuesto se ve con luz meridiana,
entonces se puede empezar a apreciar la importancia de adquirir esta
emancipación interior, este descubrir, este vivir realmente lo que
es el Yo. No podremos conocerlo nunca a través de las ideas, a
través de los sentimientos y sensaciones, a través de ninguna cosa
concreta externa, porque el Yo es el protagonista, el actor que lo
utiliza todo, ideas, sentimientos, emociones, pero que permanece
consciente, distinto y fuera de todo ello.
El Yo no es algo que se haya de apresar, que se haya de
incorporar, desde fuera, porque el Yo ya lo somos. Yo soy yo; no
tiene que venir a incorporárseme de ninguna parte. Pues entonces,
¿qué es lo que impide que viva mi
Yo de un modo directo, que
este Yo, esta fuerza, este eje, este núcleo espiritual se integre
con mi mente consciente, que tome conciencia de él, de mi Yo?
Sencillamente, mi actitud mental y emocional que está constantemente
pasando de una cosa a otra. Nuestra mente funciona de un modo
superficial y rígido; es preciso que aprendamos a
abrir más la mente y a profundizarla más. No
hemos de hacer nada especial, porque el Yo ya está dentro. Lo único
que nos impide percibir de un modo
directo e inmediato el Yo es la multiplicidad de cosas que estamos
haciendo sin cesar y con las que nos estamos identificando. En el
instante en que dejemos de identificarnos con las cosas, que abramos
y descansemos la mente y el estado de ánimo, pero que al mismo
tiempo nos conservemos bien despiertos, en aquel momento aparecerá,
surgirá la conciencia clara de lo que hay detrás de todo esto: yo
mismo.
1. El problema consiste en poder detener el vértigo en
cadena de procesos mentales, de imaginaciones, de ideas, de actitudes
más o menos tensas y de estados emocionales que van subiendo y
bajando como el agua en una caldera en ebullición; aprender a
tranquilizarlo, aunque sólo sea por breves
instantes, y a permanecer con la mente abierta y relajada. Nos cuesta
porque estamos acostumbrados a sentirnos despiertos en cuanto
realizamos un esfuerzo y dormidos en la medida en que no
hacemos esfuerzo alguno. Esta asociación del
hecho de estar estirados y relajados con el
dormir, y el de estar tensos y preocupados por algo con el de ser
conscientes, dificulta el que podamos concebir y hacer las dos cosas
simultáneamente: estar tranquilos, relajados y al mismo tiempo bien
despiertos. Al principio nos causará la sensación de que perdemos
el tiempo, de que es inútil, pero se deberá a que estaremos notando
la ausencia de los estímulos habituales. Aprendamos a permanecer así
pocos momentos, cinco minutos, con la mente tranquila, despejada, y
aparecerá algo ulterior, solemne, importante, más allá de las
ideas, de las formulaciones concretas, que sentiremos que soy Yo.
2. Existe otra forma de llegar al Yo, no
a través del silencio, sino a través del
movimiento, de la acción. De hecho, todo fenómeno que vive en mí
irradia de mí, parte de este Yo. ¿Cómo llegar al Yo por este
camino? En lugar de estar pendiente sólo del sector externo del
fenómeno, abrirme para vivenciar más el aspecto interno de este Yo.
Siento por ejemplo, emoción o ganas de salir
fuera. Normalmente, sólo percibo este aspecto, ir afuera, el hecho
externo del fenómeno; pero si abriera más mi mente, si fuera más
consciente de mí mismo, vería que estas ganas de salir fuera surgen
del fondo de mí mismo, y,
mirando hacia este fondo, me sentiría cada vez más cerca de mí
mismo, hasta llegar un momento en que me sentiría yo: yo, y, aparte,
el fenómeno vital, emotivo, etc., que sale como un rayo de este
centro. Cualquier fenómeno, el que sea, un pensamiento, una emoción,
una acción física, todo nos puede llevar hasta el Yo, a condición
de que aprendamos a ir abriéndonos, a mirar
más allá, a remontar la corriente, a ir siguiéndola hacia adentro.
En pocas palabras: aprender a estar más despiertos para ir viviendo
cada vez más arriba. Que cuando yo sienta ganas de hacer esto, que
me dé cuenta de que hay un Yo. Sentir más profunda esta resonancia
y detrás de la resonancia emotiva vendrá la del Yo; ir abriéndonos
a cada fenómeno de modo que nos acerquemos cada vez más a esta
fuente, a lo que es realmente el núcleo del impulso, de la idea, del
interés, de la acción. Es un proceso de apertura mental.
Lo mismo puede hacerse dinámicamente. Lo que uno puede
realizar sin una excesiva preocupación por la acción -momentos de
un paseo, de una lectura en plan recreativo, en el cine, minutos de
espera en alguna sala para que nos reciban, innumerables ocasiones-
pueden aprovecharse para ir tomando conciencia de que soy este Yo que
resuena dentro de mí. Como puede verse, siempre se trata de lo
mismo: hacer que la mente se amplíe y vaya adentrándose hacia el
origen. Sin abandonar el campo corriente de acción, la atención a
las sensaciones, a la acción exterior y a todo lo qué ocurre fuera,
ir ampliándolo para que yo me vaya viviendo más a mí mismo, sea
más consciente de lo que ya soy: ejercicio de apertura, de gimnasia
mental. Aprender a estar bien abierto y bien despierto mientras estoy
viviendo.
3. Otro camino para llegar a la desidentificación
consiste en cultivar los valores superiores, descubrir la realidad
que hay en los niveles superiores y penetrar en ellos; en el momento
en que llegue a un nivel de realidades superiores y las viva
intensamente apoyándome en ellas, no me costará nada dejar las
otras cosas personales, las emociones, los deseos, los miedos. Este
camino se bifurca: podemos seguir la vía religiosa o la vía
intelectual.
La vía religiosa, en el nivel afectivo superior,
utiliza el amor a Dios. Que comprenda que Él es un ser subsistente,
por sí mismo, que está por encima de las contingencias, del vaivén
de las cosas, que es inmutable y eterno; y que viva más y más su
amor, su realidad y me apoye enteramente en Él. Entonces me será
sorprendentemente fácil desprenderme de lo otro; en la medida en que
viva con autenticidad una realidad superior, no me resultará difícil
dejar las inferiores. Lo que cuesta es dejarlo todo, se nos hace
imposible. No podemos suprimir toda identificación sin apoyarnos en
algo; es preciso descubrir el núcleo del Yo o una realidad de un
nivel superior a la vida corriente donde poder asirnos. Y la vida
religiosa nos permite apoyarnos en un nivel real y persistente. Todo
lo que nosotros vivimos personalmente, emociones, sentimientos,
estados fisiológicos, ideas, tienen siempre un ciclo de elevación y
depresión, está sometido a un movimiento de altibajos, de flujo y
reflujo. Por lo tanto, no podemos apoyarnos en lo que es tan
inestable. Aparte de que, al fin, todo termina desapareciendo. Pero,
incluso mientras dura, está sometido a variaciones, a vaivenes.
Mientras que los niveles que trascienden a los puramente personales
el nivel afectivo superior, el mental superior y el nivel de la
voluntad creadora, tienen una existencia siempre regular, una
estabilidad total, que permite que uno se pueda literalmente apoyar
en ellos encontrando un sostén auténtico, y pudiendo desprenderse
de los demás.
Si, en la práctica, estos niveles superiores no nos
sirven de apoyo es sólo porque no los vitalizamos. Para nosotros las
ideas y los sentimientos de la vida corriente son tan importantes que
nos preocupan, precisamente porque los estamos vitalizando y
prestando constantemente atención y conciencia. Y esta atención
hace que la energía con que los vivimos vaya aumentando. En cambio,
sólo pensamos y activamos esporádicamente los niveles superiores;
y, naturalmente, sufrimos una aguda anemia en estos niveles, los
vivimos con menos consistencia, con menos realidad que los de la vida
corriente. Esta diferencia entre el vigor de unos y la anemia de los
otros es producto exclusivo de la diferente circulación de energía
con que los alimentamos a través de la atención. Si aprendiéramos
a centrarnos en la noción de Dios con tanta frecuencia como lo
hacemos en la noción de la gente que nos rodea, la noción de Dios
tendría para nosotros una realidad y fuerza tan vivas como la noción
de la gente y de las cosas materiales. Repetimos que la noción que
tenemos de realidad depende exclusivamente de la cantidad de energía
que movilizamos: a más energía, más intensa vivencia de la
realidad de una cosa. El hecho de que durante parte del día y de la
noche estemos sólo pendientes de las ideas de las cosas, de la
gente, de los problemas más triviales, de nuestras sensaciones,
determina que esto tenga para nosotros un sabor poderoso de realidad;
mientras que lo más elevado, aunque consideramos que
cualitativamente posee una realidad más rica, cuantitativamente esa
realidad no se ha expresado en nosotros; por eso a la hora de la
verdad vivimos con mayor realismo los problemas de cada día, que no
el mundo suprasensible que pueda haber allá arriba, en regiones
psicológicas a las que apenas nos acercamos. Porque un nivel se
vitaliza gracias a la atención que le prestamos; la atención
canaliza la energía; y la energía hace que aquel nivel se
desarrolle y que yo perciba cada vez más su fuerza, su realidad.
Si aprendo a prestar sincera atención a las cosas
religiosas -de verdad: no sólo pensar en ellas, sino vivirlas,
sentirlas, establecer conexiones de todo orden con Dios-, llegarán a
tener para mí tanta realidad o más que todas las otras. Porque el
nivel religioso es tanto o más real que los demás. Pero ahora no
estoy facultado para verlo así, porque no he adiestrado mi visión
en el nivel afectivo superior. A medida que piense y viva en él, la
religión adquirirá fuerza y me servirá realmente de soporte.
Otro tanto ocurre con el nivel
mental superior, que es
el nivel del conocimiento universal. Todos sabemos que existen
verdades generales; pero estas verdades generales ¡qué poca
utilidad tienen a la hora de resolver nuestros problemas! No nos
sirven prácticamente para nada. A lo más para pensar, para
especular, en un terreno teórico, quizás también para demostrarnos
a nosotros mismos, con un poco de narcisismo, las ideas tan amplias
que poseemos y los espacios dilatados por los que discurre nuestra
razón. Pero, de hecho, ocurre exactamente lo mismo que en el nivel
afectivo superior: el nivel mental, que me capacita para la visión
de estas verdades universales, está completamente anémico, sin
cultivar, y lo está porque no vivimos en él. Si aprendiéramos a
centrarnos en él, a practicar la meditación, la reflexión de un
modo sistemático en este nivel -no una divagación utópica o a
impulsos de un soplo eventual de la inspiración, sino sistemática,
con el mismo vigor con que llevamos a cabo las cosas de la vida
diaria- entonces estos niveles se desarrollarían, tendrían una
consistencia real y veríamos que el nivel de las ideas y verdades
universales es un mundo más real que este mundo concreto de las
pequeñas ideas, pues en rigor todo este mundo de las ideas concretas
se nutre del de las ideas universales, es una temporalización de
aquél.
Uno de los hombres que en nuestra época han cultivado
de modo más directo los procesos de interiorización y
concienciación del Yo, es el yogui Ramana Maharshi. Explica él cómo
llegó a esta vivencia interior. Cuando tenía 16 ó 17 años,
estando en su casa, de repente experimentó la evidencia de que él
tendría que morir algún día, y esto le indujo a dramatizar la
situación en que un día se encontraría. Se tendió en el suelo y
se dijo: «No respiraré, ni pensaré, ni haré nada; bueno, ahora ya
estoy muerto, y ¿qué es lo que está muerto? ¿Qué es? ¿Qué soy
yo?». A través de una vivencia muy profunda de esta situación,
llegó a la evidencia interior de su Yo, más allá de los fenómenos.
Después, Ramana dejó su casa y se retiró para centrarse más en su
hallazgo y llegar a la plena saturación de esta vivencia. Al cabo de
algún tiempo lo encontraron en una cueva rodeado de escorpiones y él
estaba allí, inmutable, meditando, sin que le hicieran daño. Al
final, la gente, que en la India tiene una inclinación especial a
buscar santos, se alborozó por haber encontrado uno. Le cogieron, le
bajaron a la ciudad y le pidieron que les enseñara. El continuaba
completamente indiferente. Pero al cabo de algún tiempo empezó a
dar orientaciones a las personas que querían llegar a la misma
liberación. Todo lo que él les recomendaba era: «Lo único que
debéis hacer es formularos la pregunta ¿quién soy yo?, ¿quién
soy yo?; buscar realmente quién es este Yo. No se trata de afirmar
si soy esto o aquello, es buscar la fuente. Del mismo modo que en
algunos puertos se tira una moneda en el agua y algunos bajan al
fondo para recogerla, y luego se la quedan, así habéis de entrar
vosotros en el interior de vuestra conciencia y formularos la
pregunta: ¿quién soy yo?, hasta llegar a tomar contacto con este
núcleo central que es el Yo. Todas las demás prácticas que podáis
hacer sólo valen si ayudan a conseguir la respuesta a esta pregunta.
Que esta sea vuestra única labor de investigación: la
autoinvestigación».
Es algo que puede hacerse. Preguntar ¿quién soy yo?;
pero no contestarlo de un modo intelectual, sino buscar, sentir este
Yo que hay detrás, sentirlo y penetrarlo con la mente. En el momento
en que la mente se ponga en contacto con este nivel profundo, vendrá
la comprensión, la iluminación, que es sólo este simple contacto
entre el Yo y la mente.
Puede parecer muy elevado. No digo que sea fácil; pero
tampoco es nada imposible. Puede conseguirse. Es cuestión de
trabajar. Y trabajar en esto es trabajar para multiplicar
indefinidamente la capacidad de rendimiento externo y la capacidad de
vivir con paz interior. ¡Lo que es no depender de las ideas, no
depender de la situación exterior, de ningún vaivén de las cosas,
vivir directamente. No apoyarse en las cosas, sino utilizarlas!
Realmente equivale a un nacimiento con el que se empieza a descubrir
la realidad de sí mismo más allá de las ideas, nacimiento a un
orden completamente nuevo.
Los efectos que produce son notabilísimos: primero,
proporciona una gran paz, una inefable tranquilidad interior; y en
segundo lugar -tema del presente capítulo- la capacidad de poder
manejar a voluntad las ideas, los estados emocionales, las más
diversas situaciones personales respecto de la gente y del mundo
exterior.
A veces, suele parecer una seria objeción el decir «si
me desidentifico de las cosas, si suprimo la ilusión que tengo
puesta en las cosas, en mis objetivos, en la realización de mis
deseos, entonces ¿quién hará nada? ¿Qué estímulo tendré para
trabajar, para mejorar, para progresar?». Esta pregunta parte de la
idea que tenemos de que, para vivir, necesitamos siempre un estímulo
externo o exteriorizado. Tal idea se debe a que, hasta ahora, la
mayoría de las veces es precisamente un estímulo externo lo que nos
hace funcionar, y observamos que la persona que no tiene la ilusión
de llegar a algo, no hace nada. Entonces deducimos: a quien no tiene
ilusión, le falta móvil de acción. Las cosas nos estimulan hacia
el futuro en la medida en que hay en nosotros insatisfacciones del
pasado. Anteriormente hemos dicho que toda la fuerza que tiene para
nosotros la idea del futuro proviene de la carga sin actualizar del
pasado, de todo lo que quiere exteriorizarse en mí para llegar a
normalizarme, a completarme, a saldar mi cuenta. Por eso necesito un
objetivo en el futuro aunque este objetivo después lo vaya
cambiando, o renovando. Pero lo necesito y la ilusión de conseguirlo
me hace vivir.
Es un espejismo. En realidad, no lo necesitamos; la
sensación de necesidad es sólo producto de las cargas del pasado no
liquidadas. Por otra parte, la persona que aparentemente vive sin
esta ilusión no es que esté limpia, sin represiones procedentes del
pasado, sino que existe en ella un bloqueo incluso de la ilusión;
las represiones han cerrado un círculo en cuyo centro vive
inmovilizada: no puede hacer nada.
Pero fuera del dilema entre tener ilusiones o no
tenerlas por un bloqueo afectivo, existe otra solución, precisamente
la correcta: haber descargado todo lo que pesa en el interior, no
depender del futuro y estar abierto interiormente. Entonces, con toda
seguridad, no precisaré ningún estímulo artificial, ninguna idea
del futuro para vivir de un modo activo, de un modo creador; porque
el mejor estímulo, el único auténtico es la vida que se expresa en
mí, la vida misma que me da el ser, la vida que me hace existir en
todos mis niveles, la vida que dinamiza, mi biología y me produce
hambre y ganas de moverme, apetencias de toda índole y toda suerte
de expresión vital. Esta misma vida que estimula mi mente y me
provoca curiosidad, necesidad de comprender las cosas, la que
estimula todos mis niveles espirituales y materiales y cuyo efecto es
que yo disfrute haciendo cosas, creando, proyectando, expresando
todas mis capacidades. La vida en mí es el estímulo primordial que
irradia en todas direcciones. En el momento en que deje de depender
de falsos estímulos, empezaré a sentir el verdadero estímulo, el
que no falla, porque es el mismo que me hace vivir y que puede
alcanzar su máxima expansión a través de todo mi ser. Todos mis
niveles funcionarán sin trabas respondiendo auténticamente al
estímulo de la vida en mí; viviré cada situación del todo, con
entusiasmo, porque la vida es siempre acción, afirmación, es
siempre positiva.
A la persona que aprende a vivir centrada en el
verdadero Yo y abierta a la vida lo único que no le faltarán serán
estímulos. Cambiará, sí, la naturaleza de estos estímulos. Las
cosas que antes le ilusionaban, no le llamarán ahora la atención,
pero empezarán a aparecer otras nuevas y éstas responderán a su
verdad, a su naturaleza, a sus aptitudes, a su verdadero papel en la
vida. Se dará cuenta entonces de que ya no es el autor, el
protagonista y único responsable de la propia vida. Empezará a
realizar que la Vida es algo que le está empujando y dirigiendo,
descubrirá que la Vida es una inmensa realidad que le está
conduciendo con suma inteligencia, poder y bondad -a veces, aun a
pesar de sí mismo- en todas las situaciones, grandes y pequeñas, de
su existencia. Que su verdadero bien y su plenitud residen en
permanecer cada vez más unido a ella con una profunda atención,
apertura, entrega y adhesión, y en colaborar activamente con sus
emociones poniendo sin reservas las propias facultades y capacidades
al servicio de quien realmente pertenecen, de la Vida, y de Dios, que
en el fondo es su único sujeto y protagonista.
22.
LOS ELEMENTOS POSITIVOS DE NUESTRA PERSONALIDAD
Creo que será útil aquí una recapitulación de cuanto
llevamos dicho acerca de los elementos positivos que constituyen
nuestra personalidad, ya que en último término son estos elementos
los que han de constituir el apoyo básico y estable de nuestra mente
para percibir y expresar en todo instante nuestra verdadera
naturaleza.
Al hacer hincapié en estos elementos positivos de que
disponemos para empezar nuestro trabajo, no apelamos a ninguna
autosugestión, sino que nos limitamos a hacer uso de lo que
constituye nuestro patrimonio natural en su aspecto intrínseco,
aparte de toda comparación; quiero decir que partimos de algo que es
nuestro, y de lo cual, en un momento determinado, empezamos a ser
conscientes. Esta toma de conciencia en conjunto, que viene a ser una
especie de inventario íntimo de nuestro haber psíquico, nos hará
tener una visión más exacta y compendiada de la riqueza de que
disponemos y adoptar una actitud francamente optimista y positiva,
porque, aun en el peor de los casos, nuestro patrimonio psíquico
sigue siendo algo real y de considerable valor.
Cada uno de los niveles de nuestra personalidad es una
fuente de energía positiva, porque son niveles reales, niveles de
vida que existen dentro de nuestra constitución psicofísica, seamos
o no conscientes de ello. Por lo tanto, examinemos en cada uno de los
niveles de la personalidad cuáles son nuestros elementos positivos.
Nivel
instintivo-vital
Se trata aquí de tomar conciencia de nuestra energía
biológica.
En el nivel físico el cuerpo es sólo el resultado
pasivo de unas fuerzas que lo hacen funcionar, o el instrumento de
expresión de estas fuerzas. En una palabra, el cuerpo es la
cristalización de una vida vegetativa. El elemento positivo en que
nos hemos de apoyar es, pues, la fuerza y energía propia de este
nivel instintivo-vital. ¿Cómo? Tomando conciencia de esta energía.
Para ello, en primer lugar, sintiendo nuestro propio cuerpo. Dejarnos
llenar de la sensación de que todo el cuerpo y cada uno de sus
miembros son nuestros.
Nuestro nivel instintivo-vital es una fuente espléndida,
magnífica de energía. Una parte ya la vivimos cuando respiramos,
nos movemos y realizamos todas las funciones biológicas y otra parte
queda almacenada y latente y surge sólo en momentos solemnes,
extraordinarios.
El mal está en que nosotros no nos aprovechamos ni de
una ni de otra en lo que respecta a su integración en nuestra
conciencia. Gracias a esta energía funciona el corazón, respiramos,
es estimulado el cerebro, y todo nuestro cuerpo es un mundo de
actividad biológica, pero nosotros nunca tomamos directamente
conciencia de esta energía, porque nuestra mente consciente está
siempre ocupada pensando en los
asuntos más dispares y vive constantemente alejada de este nivel
instintivo-vital, olvidando sintonizar con la energía biológica.
Sólo rara vez ésta se le impone, cuando siente mucha hambre o
cualquier otra necesidad muy imperiosamente;
mientras esto no ocurre, la energía biológica sigue su curso y la
mente sus caminos sin encontrarse nunca en el plano de la conciencia,
y al no pasar esta energía por la mente consciente, no incrementa la
conciencia de la propia energía, es decir, la conciencia de realidad
del Yo. Si pudiéramos sintonizar nuestra mente con la energía que
nos hace vivir, mover, respirar, etc., aumentaríamos en grado sumo
nuestra conciencia de fuerza, de energía, de nosotros mismos, porque
esta energía, cuando pasa por la mente, se convierte en experiencia
consciente, por lo tanto desarrolla el Yo-experiencia en un nivel
vital, ya que es energía auténtica, real. Así pues, sin la menor
duda, aprender a abrir la mente, y sincronizarla con nuestros
procesos biológicos es ensanchar, consolidar, reforzar en grado
creciente nuestra conciencia general de nosotros mismos, lo que nos
proporcionará una noción de seguridad, de fuerza, de potencia, muy
interesante. Cuando una persona es consciente de su energía vital,
adquiere seguridad, confianza en sí misma, optimismo espontáneo,
sano, que surge por el simple hecho de vivir conscientemente la
energía biológica siempre positiva. Aunque uno esté enfermo puede
tener poca energía, pero toda la que hay en él es positiva; lo que
uno es, es siempre positivo, conciencia de vivir, de moverse, de
ejercitar las funciones en un
plano biológico. Sintonizar la mente con nuestra biología es, por
lo tanto, asentar nuestro psiquismo sobre una base elemental, pero
sólida, positiva, real, es pisar terreno
firme.
Hablamos del desarrollo de la personalidad, lo que
quiere decir que se ha de desarrollar todo lo que tenemos y hemos de
empezar por lo que está más al alcance de nuestra conciencia actual
y que estamos viviendo constantemente: nuestro nivel
instintivo-vital.
Daremos algunos ejercicios, que a primera vista parece
que nada tienen de particular, pero que son muy eficaces para tomar
conciencia de esta energía. Nótese bien que en ellos lo fundamental
es que la mente se abra para que este circuito de energía pase por
ella y se convierta en experiencia positiva. No que vivamos
pendientes de nuestra biología, sino que ampliemos la mente de modo
que yo viva también mi biología. Esta vivencia de nuestra propia
biología puede hacerse por partes de este modo:
- La salud: cuando todas las funciones de órganos,
aparatos y sistemas de nuestro cuerpo se realizan normalmente,
decimos que gozamos de «buen estado de salud». Pues bien, nada más
natural que ser conscientes de esto positivo que es tener salud,
sentirnos con fruición llenos de salud, puesto que es un elemento
positivo en nuestro haber. Nos invadirá entonces un gran optimismo y
confianza en nosotros mismos, y adquiriremos una gran capacidad de
acción.
- Las funciones orgánicas normales: comer, beber,
movernos, eliminar, etc.; en nuestra vida corriente solemos realizar
todas estas funciones como si perteneciesen a otra persona, sin
prestarles atención. Pero son funciones de nuestro organismo, que
llevan aparejado a su ejecución un goce y una satisfacción,
vegetativa ciertamente, pero positiva y en la que se dinamiza gran
cantidad de energía. Disfrutemos, pues, conscientemente, del placer
del acto de la comida, de la bebida, etc., sintiéndonos nosotros
mismos dueños de nuestro organismo y ejecutores personales de
nuestros propios actos orgánicos, y con ello aumentará la
conciencia de nuestro Yo, y se incorporará al Yo la energía vital
dinamizada en tales funciones.
- Lo mismo cuando nos movemos o realizamos cualquier
ejercicio físico, no sólo importa gozar del placer del ejercicio en
sí, sino del ejercicio sentido como hecho por mi Yo. Ser consciente
de que soy yo quien estoy haciendo este ejercicio, o este movimiento
con las manos, con los pies, etc., hasta que insensiblemente se forme
el hábito de realizar todo movimiento corporal con la conciencia de
que soy yo quien lo hago, sintiéndome poseedor de todos los miembros
de mi cuerpo y ejecutor personal de sus menores movimientos. Esto me
proporcionará la satisfacción positiva de sentir mi realidad,
siendo así una sana fuente de optimismo. Precisamente uno de los
principios en que se basa el Hatha-Yoga es éste: la toma de
conciencia de la energía física, aunque ordenada a tranquilizar y
controlar la mente para poder dedicarse mejor a un trabajo de
concentración y meditación superior.
Cuando lo que se busca es el ejercicio corporal por sí
mismo, es decir, cuando se practica el deporte o la gimnasia,
interesa mucho no atender sólo al aspecto competitivo, en el
deporte, o de perfecta ejecución, en la gimnasia, porque entonces se
realizan las funciones con cierto automatismo, sino ejecutar los
movimientos tomando conciencia de la energía desplegada en ellos, de
«yo» practicando deporte o haciendo gimnasia. El ejercicio físico
hecho así constituye una técnica muy importante de integración de
energía en nuestro Yo consciente, de la que ya hablamos en el
capítulo relativo a técnicas de tranquilización.
Las dos condiciones para que el ejercicio físico
produzca los efectos mencionados de integración de energía son: 1)
que se realice con lentitud imprimiendo vigor físico a su ejecución,
y 2) que mientras se lleva a cabo, se atienda con la mente al hecho
de que soy yo quien despliego tal energía.
- Aparte de la energía de que ordinariamente hacemos
uso, incluida la que consumimos en la práctica deportiva, todos
nosotros disponemos de reservas muy considerables y muy superiores de
energía, que apenas rara vez o quizás nunca llegamos a utilizar. Lo
vemos en las proezas de resistencia, de velocidad de reacción o de
fuerza física de muchas personas en situaciones extremas de apuro o
peligro. Es un elemento positivo, y tomar conciencia de que también
somos esta energía aumentará nuestro sentido optimista y vigorizará
nuestra personalidad.
- El impulso sexual es una de las fuentes más poderosas
de energía. Su inhibición total, es decir, privar de toda salida,
aunque sea a través de otros niveles, a estos impulsos, es causa de
serios trastornos. Más aún si, por una educación defectuosa, se
asocian a este impulso ideas negativas. La utilización ordenada del
impulso sexual, mediante su uso moderado o la represión del mismo,
pero liberando siempre la energía sexual por niveles más elevados,
lleva al individuo a la afirmación de su personalidad de acuerdo con
su sexo.
- La respiración es, también en el nivel vital, una
gran fuente de energía. La inspiración tiene efectos estimulantes.
Una técnica de estimulación psíquica consiste precisamente en
hacer una serie de inspiraciones lentas, mientras las espiraciones se
efectúan con mayor rapidez. Se induce así un estado de ánimo
optimista y eufórico. Por el contrario, la espiración es de suyo
sedante. En el citado capítulo de técnicas de tranquilización
queda explicado el papel que en la incorporación de energías al Yo
desempeña la función respiratoria.
- El descanso, cuando después de un intenso trabajo
físico, experimentamos la necesidad de descansar, solemos echarnos
estirados sobre un diván o sobre la cama, y perder el control de
nuestra mente, dejándola divagar. El descanso, naturalmente, después
de la fatiga, es una reparación de la energía vital, parte de la
cual ha sido consumida, pero al mismo tiempo ha promovido una serie
de reacciones que han enriquecido la capacidad energética de
nuestros músculos y de nuestro organismo en general. Mientras se
descansa, la sensación de bienestar que se
experimenta se debe a la reabsorción de ese
remanente de energía que enriquece el organismo. Pero este proceso
natural puede aprovecharse al máximo no dejando divagar la atención,
sino centrándola en la sensación de descanso y de relajación que
va unida a cada espiración de aire. Utilicemos estos momentos para
ser conscientes de la sensación de descanso y disfrutar de ella. La
práctica del descanso consciente constituye una técnica, «la
relajación consciente», utilísima, tanto para relajar el organismo
y la mente como para integrar esta energía de que hablamos en
nuestro Yo. De la relajación consciente tratamos con detalle en el
capítulo sobre técnicas de tranquilización.
Nivel
afectivo-emotivo
La afectividad es una fuerza de eficacia extraordinaria
sobre todo nuestro psiquismo. La mayor parte de los problemas
psíquicos, graves y leves, y aun de los problemas que se nos
presentan en la vida diaria y que nos impiden nuestro normal
funcionamiento, afligiéndonos en diversa proporción, son de índole
afectiva. Incluso la fatiga se debe, la inmensa mayoría de las
veces, no a que el trabajo efectuado haya sido excesivo o muy grande,
sino a que lo hemos realizado en estado de tensión emocional, siendo
entonces la emoción negativa una resistencia que nos ha convertido
en verdadera carga el trabajo que estábamos realizando. Por el
contrario, la positiva actúa como estimulante de nuestra
productividad, aumentando el rendimiento general de nuestras
facultades, y alejando el umbral de la fatiga.
En este nivel interesa, por lo tanto, realizar un doble
trabajo: 1) neutralizar las emociones negativas, y 2) desarrollar las
positivas.
1.º Neutralizar las emociones
negativas
A este objeto conviene practicar cualquiera de las
técnicas que hemos explicado en el capítulo sobre técnicas de
transformación, al que remitimos al lector. Baste aquí enumerarlas;
son las siguientes: «recreo», «técnica del sobreesfuerzo»,
«psicoanálisis», «vida espiritual». Mediante estas técnicas se
da salida a las inhibiciones que durante años se han ido acumulando
en nuestro inconsciente y condicionándonos negativamente, siendo
causa de nuestros complejos y de nuestra inseguridad. Al descargar el
inconsciente, las primeras que suelen salir son las emociones
reprimidas. Para abrir el inconsciente y facilitar la descarga
emotiva se utiliza el siguiente procedimiento: suprimir el control
que la mente consciente ejerce de continuo sobre nuestros actos,
impidiéndonos ser espontáneos y naturales en la expresión de
nuestra afectividad. Es precisamente esta vigilancia
constante de la mente, que se adelanta a la afectividad ordenando,
por ejemplo: «Ahora conviene decir que sí», «Ahora que no»,
«Ahora debo tener paciencia», etc., por el
miedo a que surjan dificultades, la que, mantenida durante todo el
día y convertida en mecanismo habitual y automático, produce la
fatiga. Conseguir que cada día cese por unos minutos esta censura es
abrir paso a la afectividad reprimida que pugna por expresarse, y con
ello cortar de raíz una de las principales causas de la fatiga y de
nuestros problemas.
Aparte de este medio directo de descarga de las
emociones negativas, éstas pueden ser neutralizadas indirectamente,
introduciendo en nuestro inconsciente condicionamientos positivos
contrarios a los negativos. Este procedimiento queda también
explicado en el capítulo «Las ideas erróneas o negativas: su
neutralización», y es una técnica que llamamos
«autocondicionamiento positivo». Se trata de la autosugestión
dirigida a voluntad por uno mismo. Se practica así: primero se
representan los estados que uno quiere adquirir, evocándolos hasta
tener una clara actualización de los mismos
en la mente, y se toma conciencia de que estos estados están en uno,
puesto que es capaz de evocarlos; entonces se procura mantenerlos el
máximo de tiempo posible en la mente hasta poder
ser consciente de que tal estado -de energía, por ejemplo- está en
mí, la energía la siento yo, soy yo. Luego viene la práctica en la
vida diaria, que consiste en adoptar la actitud óptima por propia
voluntad, como si uno la tuviera ya desarrollada, es decir, aprender
a actuar como si uno fuera ya como quiere ser.
El cultivar esta actitud, de vivir el máximo un estado
o una idea -lo que a mí me gustaría vivir siempre- como si ya lo
tuviera desarrollado, es el mejor modo y el más directo para
desarrollarlo. Y esto porque nosotros estamos viviendo sin dicho
estado por creer que no lo tenemos; ahora bien, en la medida en que
adoptemos la actitud mental de tener tal estado o cualidad, y
aprendamos a repetirlo una y otra vez, se formará en nosotros el
hábito de ese estado, que es lo único que nos faltaba para
poseerlo, pues la capacidad ya la teníamos, puesto que si no, no
hubiéramos sido capaces de reconocerlo.
2.° Cultivar las emociones
positivas
La segunda parte del trabajo en el nivel
afectivo-emocional es cultivar las emociones y sentimientos
positivos, sin depender del ambiente externo. Nos detendremos algo
más en este punto, por no estar tratado en ninguna otra parte del
libro.
Proponemos como algo de resultados maravillosos el
cultivo de las emociones positivas, tanto para contrarrestar las
negativas, como para adquirir una actitud positiva habitual que nos
evite multitud de problemas afectivos y sea una fuente perenne de
satisfacción interior. Debemos darnos cuenta de que los sentimientos
son elementos positivos que tenemos en nuestras manos y que dependen
de nosotros mucho más que de las circunstancias.
Habremos observado que cuando estamos de buen humor,
todo lo hacemos con gusto y nos sentimos bien. El buen humor, la
buena voluntad, el optimismo, el afecto sincero hacia los demás, es
algo que podemos aprender a cultivar, algo positivo que es nuestro,
porque brota de nosotros. Puedo estar alegre aunque las cosas no me
vayan bien, porque yo, interiormente, soy capacidad de alegría,
independientemente de las cosas; aunque los demás no me pongan buena
cara, porque yo soy capacidad de estimación, de interés hacia los
demás. Para ello no hemos de apoyarnos fuera, sino en nuestra
autónoma determinación de vivir así, funcionando por propia
iniciativa, hagan lo que hagan los demás.
Naturalmente, para «entrenarnos» en el cultivo de
emociones positivas es conveniente escoger temporadas o días en que
no haya situaciones adversas que nos inclinen al mal humor, porque
así nos resultará mucho más fácil esta práctica y nos iremos
situando en condiciones de poder vivir de este modo luego, aunque las
circunstancias sean externamente adversas. Suele causar extrañeza
que propugnemos estar alegres por más que haya motivos para
sentirnos afectados de mal humor o de dolor íntimo. Sin embargo,
bien mirado, es lo más correcto que podemos hacer. Es muy natural
que los acontecimientos adversos de nuestra vida nos hagan reaccionar
con sentimientos dolorosos, pero, independientemente de esta reacción
y al mismo tiempo que ella, puede y debe subsistir una actitud de
entusiasmo general, como postura positiva ante la vida, de modo que
aquel hecho no desbarate todo nuestro interior. Son dos niveles
distintos: lo que se ejercita por propia voluntad hace trabajar
niveles más profundos que lo que nos viene impuesto por las
circunstancias. Todos tendremos en nuestra experiencia personal días
en los que nos hemos sentido llenos de alegría, y una disputa o un
percance cualquiera que nos ocurre deja en nuestro ánimo cierto
malestar o nos causa un dolor físico o moral; no obstante, ambas
emociones -de alegría y de dolor- han coexistido, dominando como
fondo general la positiva. No son, pues, incompatibles. Esto es lo
que propugnamos aquí, pero hecho de un modo consciente, lo que
aumentará los sentimientos positivos haciéndonos vivirlos con un
goce mayor.
Es especialmente importante que cada uno aprenda a ver
en sí mismo cuál es el sentimiento positivo que siente como más
importante, no queriendo desarrollarlos todos de golpe, sino
apoyándose primero en lo que se considera básico. En unos será el
entusiasmo, en otros el interés por la gente, en otros el amor, o la
comprensión, o la serenidad ante las diversas situaciones, etc. Son
matices todos ellos de los estados positivos de la afectividad, pero
con la particularidad de que unos se acomodan más que otros al
propio modo de ser. Se trata de aprender a mantener ese estado, sin
basarlo en ninguna motivación circunstancial, sino puramente por ser
la expresión de sí mismo en el nivel afectivo: quiero sentir esto
porque lo soy y quiero sentir lo que soy, independientemente de cómo
me vayan las cosas.
Aparte de este cultivo especializado, diríamos, de la
afectividad, resulta estupendo que aprovechemos todas las ocasiones
que nos brinda el día para expresar emociones positivas, pero de un
modo consciente, deliberado, voluntario, porque queremos vivir todas
las cosas agradables de cada momento con un corazón abierto y
espontáneo. Cuando encontramos un amigo, reaccionar con sincera
afectividad, interesándonos de verdad por él; en el contacto
ordinario y aparentemente trivial con la gente, conocidos o
desconocidos a los que tenemos que dirigirnos o a los que podemos
prestar un servicio, mostrar afecto e interés hacia todos, no una
farsa de afecto, modelado por los
formulismos sociales que llamamos educación, sino hablando y
haciendo las cosas con una
espontaneidad sincera llena de verdadero afecto e
interés, prescindiendo de la reacción de la
gente. Si se presta, gastar una broma y disfrutar con ella. Lo mismo
si vemos algo bonito o que nos guste y eleve;
detenernos a contemplarlo deleitosamente y gozar y sacar el fruto de
todas las pequeñas y grandes cosas que nos trae la vida cotidiana;
hacer de nuestros sentidos y de nuestro paso por todos los sitios un
medio para entrar en contacto directo con personas y cosas,
cordialmente, conscientemente, demostrando simpatía, afecto e
interés hacia todos los seres vivientes. El secreto para hacer que
nuestra vida sea positiva no está en vivir grandes cosas, sino en
vivir bien las pequeñas, en saber vivir cada ocasión en
el aspecto mejor que encierra; aprovechar todo lo
que hay de belleza, de gracia, de armonía en las criaturas y dejarlo
resonar en nuestro interior conscientemente. Cultivar por sistema
todo lo que sea agradable.
Siempre que hacemos esto estamos afirmando nuestra realidad positiva
y además capacitándonos para ayudar a los demás a vivir mejor.
Pues hace falta mucha gente que enseñe e irradie buena voluntad,
alegría, serenidad, etc.; no organizando
fiestas en las que se excita una alegría artificial, que hay que
pagar y que entonces resulta obligatoria y por lo mismo, con mucha
frecuencia, ficticia, sino la
verdadera alegría, la alegría profunda de vivir con plenitud todas
las cosas de la vida,
viviéndonos a nosotros mismos en ellas.
Otro ámbito más íntimo para el cultivo de la
afectividad es el de la amistad. La expresión más intensa de la
afectividad y, por lo tanto, la que constituye para nuestro Yo una
serie de experiencias profundas positivas que reafirman la conciencia
de nuestra personalidad es la vida afectiva que nos pone en contacto
con nuestros amigos y especialmente con nuestros familiares. El
afecto conyugal cuando es consciente y deliberado, superando
reacciones contrarias que puedan darse, lo mismo que el afecto
paternal o, en los hijos, el filial, es un campo que debemos cultivar
con esmero y que nos proporcionará las satisfacciones más hondas,
consolidando una actitud interior abierta y positiva. No cerrarnos
nunca a la expresión afectiva con los
amigos y familiares, sino que, incluso cuando notemos en ellos en
algunos momentos o aun de continuo una actitud recelosa u hostil, si
nosotros, apoyándonos en nuestro interior, demostramos cordial y
generosamente nuestro más sincero afecto, gozaremos reafirmándonos
en nuestra personalidad abierta y positiva, y con nuestra luz
y calor interior cambiaremos fácilmente la
actitud de ellos.
El cultivo de las emociones positivas, aparte de los
efectos mencionados de aumentar la conciencia de nuestra personalidad
y de condicionarnos positivamente, produce otros muy
beneficiosos. Uno de ellos es el ya citado de
disminuir el índice de fatiga. Y otro el de tranquilizar la mente
concreta, ya que en los procesos de ésta influyen mucho las
resonancias afectivas; cuando uno se siente herido en su
amor propio es la emoción la que estimula la
mente para ir pensando y dando vueltas a mil ideas en torno al mismo
tema. El cultivo de emociones positivas hace funcionar también
positivamente a la mente concreta.
Nivel mental concreto
Para que la mente pueda ser para nosotros una fuente de
energía y un factor positivo de nuestra personalidad es preciso que
- esté educada, y para ello se requiere
que tenga ideas claras, definidas en las que apoyarnos. Mucha energía
de nuestro interior se pierde debido a que reina en nuestra mente
excesiva confusión de ideas que desorganizan nuestro consciente, el
elemento unificador de nuestro psiquismo; unidad de ideas significa
unidad de energía, pues la energía sigue siempre el cauce que le
abren las ideas. No nos referimos aquí sólo a las ideas
conscientes, las que se están pensando deliberadamente, sino al
contenido mental en general. Si uno se acostumbra a tener ideas
claras, todo el psiquismo adquiere una gran solidez, mientras que si
sólo tenemos ideas claras sobre algunos objetos, la vaguedad
interior que reina en los demás contenidos de nuestra mente surge a
cada momento en nuestro modo de expresarnos y toda nuestra
personalidad se contagia de esa falta de unidad.
Se trata, pues, de tener ideas precisas, bien definidas
y bien concretas, catalogando cada cosa con toda exactitud, según su
pleno significado, y abarcando la visión de todos sus contrastes y
sus asociaciones, lo que determinará en nuestra mente una estructura
geométrica, regular, exacta de todos sus contenidos, habituándose
así la mente a trabajar automáticamente de un modo orgánico con el
resto de los contenidos mentales. Tenemos muchas ideas, pero
generalmente no son claras, porque han ido penetrando sin orden ni
concierto, sin estructurarse de un modo orgánico con el resto de los
contenidos mentales. En todo caso han venido del exterior y las hemos
colocado dentro como quien pone libros en los anaqueles de una
estantería, sin crítica ni asimilación.
¿Qué hacer? La empresa de reorganizar nuestra mente
para que sea un elemento positivo de nuestra personalidad requiere,
por un lado, estudio, formación intelectual, etc., pero
principalmente es imprescindible llevar a cabo con cierta frecuencia
un verdadero inventario de nuestros valores mentales. Cada uno tiene
que situarse frente a sí mismo y, sin prisas, con toda calma,
empezar a plantearse preguntas concretas sobre toda clase de objetos
relacionados consigo mismo, pero de un modo ordenado y buscando no
respuestas especulativas en las que la razón inventa porqués y
paraqués, sino experienciales y vitales, es decir, sin dejarse guiar
por valores prefijados, mirando y tratando de descubrir tan sólo la
verdad que le hace a uno vivir, su verdad en cada orden de cosas.
Para ello el sujeto, yo, planteo la pregunta con toda claridad, y
luego dejo que se despierten dentro las resonancias que en los
diversos niveles de mi personalidad me darán de modo natural mi
verdadera respuesta, cuando se han dejado sedimentar, pues veremos
que unas tienen más fuerza y consistencia que otras. Pero esto no
siempre resulta tan sencillo y será conveniente añadir para dar con
la respuesta cierta, otros dos procedimientos. Uno, la atención
durante el día, la atención central por la que somos a la vez
conscientes del exterior y de nosotros mismos ante las cosas. Y otro
procedimiento es el ejercicio de retrospección que hemos indicado en
otro lugar. Con la ayuda de estas prácticas iremos descubriendo poco
a poco cuáles son los verdaderos móviles de nuestra conducta,
nuestra verdad, en todos los ámbitos de nuestra vida. Y con toda
seguridad nos asombrará ver cuán distintos son de los que nosotros
creemos cuando usamos sólo la razón, que de ordinario no hace más
que mezclar datos ciertos y objetivos con deseos y temores surgidos
del inconsciente.
Vamos a dar a continuación un índice de las
principales preguntas sobre las que interesa investigar nuestra
verdad, a fin de tener sobre ellas ideas fundamentales claras,
amplias y positivas:
1. ¿Qué soy yo? ¿Qué concepto sincero tengo de mí
mismo?
2. ¿Para qué vivo? ¿Cuál ha sido la motivación
dominante durante toda mi vida?
3. ¿Cuál es mi actitud real hacia mis semejantes?
4. ¿Cuál es mi actitud real hacia Dios?
5. ¿Cuál es mi actitud real hacia mi esposa y demás
familiares íntimos?
6. ¿Cuál es mi actitud real respecto a mi trabajo o
profesión?
7. ¿Cuál es mi verdadero criterio moral?
8. ¿Cuál es mi verdadero criterio social y político?
9. ¿Cuáles son, a mi entender, las tres o cuatro cosas
más importantes de mi vida?
10. Respecto al mundo concreto que me rodea, ¿hasta qué
punto la percepción y valoración de personas, situaciones y
circunstancias es objetiva, justa, imparcial?
11. En cuanto a los conocimientos especializados de mi
profesión, ¿hasta qué punto son claros, amplios, suficientes?
12. Respecto a los conocimientos que poseo de cultura
general, ¿hasta qué punto tengo evidencia de su veracidad y
precisión?
Es evidente que un tal cuestionario para ser cabalmente
contestado requiere grandes dosis de tiempo, de calma y de
sinceridad. Las respuestas no pueden improvisarse, y algunas de ellas
pueden requerir meses y hasta años de silenciosa investigación.
Ello no tiene demasiada importancia, puesto que de lo que se trata es
de orientar el trabajo mental en una dirección
constructiva, y es obvio que una reestructuración a fondo de la
mente ha de ser una labor de tiempo y de trabajo constante e
inteligente.
Es preciso encontrar nuestras verdades básicas. Cuando
las hallemos, se simplificará nuestra mente de un modo
extraordinario y adquiriremos un sentido positivo nuevo en nuestra
vida. Ahora necesitamos estar pensando siempre; entonces no, sino
sólo en el momento en que hayamos de solucionar algo, y aun entonces
todo será mucho más fácil.
Viviremos habitualmente apoyados en el armazón de ideas básicas y
éstas nos llevarán a la solución de todos nuestros problemas por
los caminos más breves, como quien se mueve en
una red administrativa bien construida. En una empresa, cuando la
gerencia está situada de forma que unifica todas las dependencias y,
sin moverse de allí, el gerente
entra en comunicación con las oficinas,
el almacén, contabilidad, etc., todo resulta cómodo y se ahorra
tiempo y dinero. Así es una mente bien organizada. Otra cosa sucede
si la gerencia está en un
extremo, y el gerente ha de trasladarse para cada asunto a lugares
alejados, como ocurre cuando la mente no está organizada: ha de
trabajar mucho más con exiguos resultados.
Cuando nos encontramos en situaciones dudosas, nos
desconcertamos y no sabemos cómo proceder. Por ejemplo, vamos por la
calle y se nos acerca un pobre para pedirnos una limosna. En seguida
dudamos -¿le doy?, ¿no le doy?-, y nos viene al pensamiento una
serie de razones en pro y otra en contra. Como me baso en esta serie
de razones, no sé qué hacer; si le doy, tengo después la sensación
de que me he dejado engañar, y si no, pienso
que he sido excesivamente receloso, cerrado y duro, y me quedo con
una insatisfacción. Porque no tengo establecida una actitud básica,
relacionada con lo que son valores en la vida. En tal caso, de ella
se habría desprendido inmediatamente una resultante clara y
decidida, como consecuencia, en el plano de la acción, de mi precisa
estructura mental en todos los ámbitos de la vida. Porque de las
ideas positivas dimanan las acciones positivas.
Merece, pues, la pena que dediquemos algún tiempo a
esta labor de revisión en momentos de mucha calma y serenidad, por
ejemplo, en días de fiesta cuando no sabemos qué hacer.
La
acción práctica en la vida
Se trata de aprender a desarrollar una actitud correcta
al hacer las cosas. Quiere esto decir que al obrar, en todo cuanto
llevemos a cabo, tratemos de
desarrollar nuestra capacidad de realizarlo del modo que sentimos
como mejor en aquellas circunstancias; adhiriéndonos al sentido de
obligación, al deber como
imperativo interno, vigilando la mejor oportunidad, volcando toda
nuestra capacidad en cada cosa. Las cosas se aprenden haciéndolas,
las capacidades se desarrollan actualizándolas en la acción. Y
nuestra capacidad de acción crecerá haciendo cada cosa del mejor
modo posible. Es el modo más rápido de desarrollar nuestra
eficiencia. Si he de tomar una nota, pensarla y escribirla del modo
más perfecto, aunque sea muy breve; si he de hablar con un señor
para comunicarle una negativa, decírselo de modo que, a ser posible,
no sólo no se moleste, sino hasta que lo acepte bien y gane en él
un amigo; al subir al ascensor, si sale
al paso, saludar al portero del mejor modo. No guardar ese mejor modo
para las ocasiones difíciles, en que nos jugamos algo importante. El
mejor modo es para usarlo en cada momento, cuando estamos solos,
cuando comemos, cuando jugamos, cuando conversamos, en todas las
pequeñas cosas de nuestra vida cotidiana.
No queremos decir con esto que hemos de vivir con
rigidez de acuerdo con una etiqueta que reglamente todos nuestros
actos. Por el contrario, se trata de obrar con espontaneidad y
libertad, y esto se logra con sólo estar del todo presentes en cada
cosa: entonces salen del «mejor modo». Precisamente por eso no
hemos de dejar este mejor modo para las cosas que consideramos
importantes, pues todo es en realidad importante, ya que todo es una
afirmación de nosotros mismos, es un instante de vivirnos a nosotros
mismos, y al mismo tiempo de vivir en contacto con alguien, de
expresar algo nuestro. Es el momento nuestro lo importante, no la
cosa concreta, aunque en sí ésta pueda serlo respecto a otros
valores, como ganarse la vida, adquirir prestigio, obtener una
recomendación, seguir unos ideales, etc. En cada momento somos
nosotros los que nos afirmamos, los que estamos viviendo, y esto es
lo importante, porque representa nuestra continuidad de conciencia.
Yo no soy más importante en unos momentos que en otros; yo soy yo
del todo en cada momento. No tengo que depender, por lo tanto, de los
hechos ni de las personas, sino apoyarme en mí y vivir cada hecho
con toda mi plenitud, como si cada uno fuera el más importante, pues
cada uno me sirve para tomar conciencia de mí mismo y aumentar mis
experiencias positivas.
Se trata de obrar de modo inverso al que acostumbramos.
Nos solemos apoyar en los hechos, en el exterior, que un hecho nos
resulta importante, agradable... entonces todo es interés,
optimismo; pero si es desagradable, en seguida surge el desaliento o
la indiferencia o la grosería, como manifestación de la acritud
interior. Pero esta actitud es una grave equivocación; no hemos de
depender del hecho, sino aprender a apoyarnos en nosotros mismos y
desde allí dentro hacer cada cosa del mejor modo posible. Si se
cultiva un poco esta actitud se verán los espléndidos resultados
que produce en la vida familiar, entre los cónyuges, o de los padres
para con los hijos, y viceversa, igual que en el trato con los
amigos, vecinos, conocidos, en el trabajo, etc., aparecerá una
personalidad que empieza a mostrarse en toda su natural espontaneidad
y en la medida real de sus capacidades.
Es a esto a lo que llamamos «disciplina en la acción»
aprender a actuar con totalidad y con la máxima perfección en cada
acción. En realidad, abarca cuanto llevamos dicho en todo este
capítulo. Si lo separamos por niveles de la personalidad, tendremos:
1) despliegue de la energía vital; 2) aplicación al plano afectivo,
desarrollando las emociones y sentimientos positivos; 3) ídem al
plano mental, estableciendo en nuestra mente un armazón de ideas
claras, amplias, positivas, y 4) adiestramiento o formación del
hábito de hacer bien lo que se está haciendo.
Uno de los principales problemas que surgen en la
práctica es que estos niveles no marchan al unísono, como si al
obrar las distintas facultades se desviasen en diferentes
direcciones: nuestro nivel afectivo está deseando una cosa, nuestra
mente piensa en otra, nuestros hábitos nos inducen a otra; hay una
constante dispersión, de tal modo que podríamos decir que en
nuestra vida existen varios sectores que viven independientemente
unos de otros y que casi se desconocen y aun a veces se contraponen.
Tenemos, por ejemplo, una personalidad propia en la familia, todo un
tipo de vida, de ideas, de conducta; en el trabajo muchas veces
adoptamos otra personalidad distinta, con otros valores, otras
actitudes, otra conducta. Incluso nos sentimos a nosotros mismos
viviendo diferentemente de cuando estamos en familia o con los amigos
o solos; algo así como si en nuestro interior hubiera varios tipos
de vivencia y varias escalas de valores.
Esta desintegración de la personalidad representa una
sensible pérdida de rendimiento. Es sumamente importante como
elemento básico positivo de la personalidad, conseguir la
«integración» de todos estos niveles, antes de pensar en
desarrollar cada uno de los demás elementos positivos antes
mencionados.
¿Cómo conseguir esta integración? El método práctico
más sencillo y más a nuestro alcance es algo que parece una cosa
menuda e ineficaz: la práctica de la atención reflexiva, de la
autoconciencia mientras estamos haciendo las cosas.
Normalmente, nuestra atención está pendiente del
objeto y cuando lo estamos de nosotros mismos es sólo en nuestra
relación con el mundo de contenidos que representa el objeto,
estableciéndose así unos instantes de unidades funcionales
(yo-objeto, tal yo respecto a tal objeto), que forman un modo de
vivirme a mí mismo aparte de otros que me relacionan con otros
objetos. Solamente existe una posibilidad de integrar en uno solo
estos planos distanciados entre sí, refiriéndolos a un centro o eje
común en torno al cual se reorganicen adquiriendo unidad, y este eje
común es la conciencia reflexiva de mí mismo. No puede haber ningún
otro eje que sea sólido y real: el vivir todas las situaciones, no
sólo en la medida de mis deseos, de mis conveniencias, de mis
aptitudes o de mi educación con respecto a los objetos concretos,
sino dándome cuenta de que soy yo el que estoy valorando esto así,
el que estoy reaccionando de esta manera, con la conciencia presente
de mí mismo como espectador, que es entonces exactamente la misma
que adopto después en otra actitud y en todos y cada uno de los
planos en que ordinariamente me disocio.
Esta conciencia reflexiva es la única que es idéntica,
por lo tanto la única apta para servir de eje alrededor del cual se
irán integrando toda la gama de mis vivencias.
Generalmente, estamos en la idea de que ya vivimos
conscientemente con la atención requerida y no nos damos cuenta de
hasta qué grado no lo estamos. En seguida hablaremos del modo que
tenemos a mano para constatarlo.
La atención como espectador o «atención central»
puede desarrollarse en profundidad y en continuidad.
En profundidad,
porque es una facultad que puede conducirnos a
una vivencia cada vez más profunda de nosotros mismos, más amplia,
más sólida, conectando con niveles de energía de mayor densidad y
viveza; en este caso se trata de aprender a estar despierto cada vez
más adentro con una presencia más total de mí mismo ante el
objeto; y esta actitud repetida va produciendo una conciencia más
profunda del Yo ante las cosas e independientemente de las cosas.
En continuidad;
cada vez que nos dejamos llevar por el
automatismo de la imaginación entorpecemos nuestra conciencia
reflexiva y de este modo nuestra atención sufre de continuo
altibajos e interrupciones a lo largo del día. Hay un método muy
sencillo para ver de forma clara estos lapsos de nuestra atención.
Es el ejercicio de retrospección
al que en repetidas ocasiones hemos aludido y que
explicamos detalladamente en el capítulo 7. Practicándolo se echa
de ver que hay muchas lagunas a lo largo del día, que no se pueden
recordar y otras que están borrosas o que difícilmente se reviven:
nos recordamos por ejemplo en la oficina, en el taller, etc. y de
repente nos vemos en casa, pero no podemos reproducir el hecho de ir
de un sitio a otro, lo que quiere decir, sin duda alguna, que el
trayecto se hizo automáticamente, con la mente lejos de la acción,
pues todo lo que se vive con atención, con conciencia queda grabado
en la mente, y no queda si se vive con la mente ausente. A medida que
se practica la atención como espectador a la vez que como actor de
lo que uno hace interior y exteriormente, se pueden evocar con mayor
facilidad las vivencias interiores. Y se realiza la progresiva
integración de las distintas facetas de la personalidad: un Yo que
mira, que toma conciencia de tal debilidad, de tal energía, de tal
ambición, de tal miedo; y alrededor de la conciencia de este Yo se
van uniendo y asociando todos los contenidos, que se reorganizan
formando un único sistema. La personalidad adquiere una contextura
más compacta, de la que en rigor corresponde a cada individuo cuando
se vive a sí mismo, según lo que en realidad es, no de un modo
parcial y deficiente, sino acercándose gradualmente a su modo
auténtico de ser.
Esta práctica de la atención, tan sencilla en
apariencia, tiene unos efectos transformadores extraordinarios. El
peligro está en que la atención es algo que nos parece fácil y
creemos saber practicarla sin mayor esfuerzo, tomándolo por algo
baladí y sin otorgarle la importancia que se merece.
Sin embargo, el hecho es que sólo cuando se da esta
atención mantenida el mayor tiempo posible hasta hacerla algo
habitual, la mente dispone simultáneamente de todo el material que
hay dentro, porque todo está unificado, con lo que la persona
percibe en cada momento las cosas con una gran amplitud, pudiendo
relacionar con el objeto percibido un número crecido de datos y
teniendo una capacidad de reacción mucho más rica y potente; es
decir, que se consigue una ampliación de la capacidad de respuesta.
Y no olvidemos que en la vida triunfan no los que son muy superiores
a los demás; para vencer en cualquier lucha basta ser sólo un poco
superior: es la pequeña diferencia la que decide el triunfo o el
fracaso.
No busquemos resultados espectaculares, son las luchas
pequeñas de cada día, en nuestras obligaciones menudas, en el trato
con amigos y desconocidos, en todos los aspectos de nuestra vida,
incluso respecto a nosotros mismos, las que conducen a la gran
victoria que es la realización completa de la propia personalidad.
Hay un proverbio chino que dice: «Una excursión de 1.000 km empieza
por el primer paso». Y como no se pueden recorrer de un solo paso
1.000 km, sino a pasos pequeños, igualmente sólo se alcanzará esta
victoria dando el primer paso y luego otro y otro en la práctica de
la atención central.
Nuestra
valoración del no-Yo
Otro elemento positivo de nuestra personalidad es la
ingente energía acumulada en nuestro interior a nombre del no-Yo. En
el capítulo 12, explicamos ampliamente el curioso fenómeno por el
que no podemos utilizar una gran parte de nuestra propia energía
porque cuando la actualizamos no lo hacemos
como nuestra, no vivimos con conciencia personal la energía que
sentimos, sino que la vivimos como energía de otros, del exterior,
del no-Yo. Decíamos entonces que todo cuanto percibimos por nosotros
mismos -estados, cualidades, vivencias- aunque lo interpretemos como
ajeno, es nuestro también, ya que de no ser así, no podríamos
percibirlo.
Pero hasta ahora casi siempre que hemos percibido algo
del exterior, lo hemos hecho viviéndolo sólo como cosa externa, que
no es nuestra, cerrando el contacto con nuestro Yo, sin sentirlo en
primera persona. Por eso ha quedado integrado en la imagen que
tenemos del mundo, de los demás; es energía a la que hemos
renunciado con el consiguiente perjuicio personal. De este modo
nuestra energía actualizada ha quedado escindida en dos zonas: una,
la que hemos vivido como nuestra, integrada en el Yo; otra, la que
hemos vivido como no nuestra, que ha vitalizado el polo
del no-Yo.
Ahora bien, podemos remediar esta situación, unificando
ambos polos, y reforzando nuestro Yo con toda la energía acumulada
en el no-Yo, mediante una técnica de integración, explicada en el
capítulo antes citado. No tenemos por qué renunciar a una energía
que es nuestra, que forma un importante elemento positivo de nuestra
personalidad. Practicando dicha técnica tomaremos conciencia de esa
energía. Y en el futuro no seguirá ocurriendo esa escisión de
nuestra energía si en todo momento mantenemos la «atención
central».
Niveles
superiores de la personalidad
Aparte de los elementos positivos mencionados hasta aquí
y de los que debemos tomar conciencia para enriquecer nuestra
personalidad, existen otros de un valor mucho más elevado, aunque
apenas están desarrollados en la mayoría de las personas, y muchas
sólo los tienen potencialmente: son los niveles superiores de
nuestro psiquismo. No vamos a dedicarles un estudio especial, porque
de ellos hablamos con mayor extensión en otros capítulos de este
libro. No obstante, tampoco podemos silenciarlos aquí, pues
constituyen la más rica y poderosa fuente de energía que posee el
hombre, y exigen un lugar privilegiado en esta enumeración de los
elementos positivos con que contamos en nuestro interior.
Los niveles superiores de la personalidad forman todo un
mundo de orden espiritual, pero no por eso menos real y perceptible.
Son los siguientes, citados en escala ascendente:
1.- Nivel mental superior: sede de la intuición, y de
las inquietudes de orden metafísico. En él se vive la verdad, la
evidencia, la razón de ser de las cosas.
2.- El sentimiento estético: fuente de la creación
artística, del sentido de la belleza, de la armonía, del
equilibrio.
3.- Nivel afectivo superior: su cultivo lleva a Dios por
medio del amor más puro y constituye la religiosidad; y también une
al hombre con sus semejantes y con todas las cosas por el afecto más
generoso y altruista. Ahí se vive la conciencia subjetiva del ser en
su plenitud, en su unidad.
4.- El nivel de la voluntad espiritual: en el que se
realiza el ser en tanto que potencia, en tanto que suprema afirmación
y de donde dimana toda realidad de lo existente.
Estos niveles nos ponen en contacto con las realidades
de orden superior y pueden cultivarse, hasta tomar conciencia de
ellos. Entonces dejan de ser un mundo de especulación y teoría y
pasan a ser experiencia que transforma la vida y le confiere un
carácter de auténtica creación en cada uno de los actos que el
hombre realiza. Ser conscientes de estos niveles,
de cualesquiera de ellos, hasta convertirlos en experiencia habitual
-por lo tanto, no simplemente
teorizar sobre ellos de palabra o por escrito- hace del hombre un ser
libre de toda identificación y con una personalidad madura y adulta.
La
base real de nuestros verdaderos valores
Nuestra realidad interna, básica y esencial procede
principalmente de dos fuentes, opuestas o complementarias, que
constituyen los polos axiales de nuestra personalidad profunda:
a) La energía elemental, que podríamos también
denominar energía material, de la que principalmente derivan las
estructuras o niveles elementales personales: cuerpo físico,
instintivo-vital, afectivo y mental concreto.
b) La energía superior, o energía
espiritual, que da origen en especial a los niveles superiores o
transpersonales: mente superior, afectividad espiritual -que incluye
también los sentimientos
estéticos y morales- y la voluntad creadora o espiritual.
De estas dos energías básicas, y de su fusión,
procede todo el dinamismo de los niveles de la personalidad y toda la
noción subjetiva de realidad que poseemos. De ahí procede todo
nuestro vigor físico, psíquico y espiritual, y también procede de
estas fuentes la fuerza con que vivimos las cosas externas y la
consistencia e importancia que descubrimos en ellas.
Y es interesante constatar que ambas fuerzas
primordiales tienen un carácter impersonal, puesto que están más
allá de todas las diferenciaciones individuales. Los rasgos propios
de cada individuo que le diferencian de los demás, en efecto, se
estructuran más en la superficie y se nutren de esta energía básica
elemental que comparte con las demás personas. Y esto ocurre no sólo
respecto a las energías primordiales en sí mismas, sino también
con sus derivaciones más inmediatas: los impulsos básicos y las
facultades básicas. Todo ser humano tiene las mismas necesidades
primordiales -comer, dormir, amar, comprender, etc. - y tiene las
mismas facultades esenciales -conducta instintiva, amor,
inteligencia, voluntad, decisión, etc. -, si bien el grado y la
forma de expresión de estas necesidades y facultades pueden variar
enormemente según las diferencias individuales y según la presión
y calidad de su medio ambiente.
Así pues, la verdadera base de nuestro valor, de
nuestro sentido de realidad, de importancia, de plenitud y todas
cuantas cosas estamos buscando afanosamente en nuestra vida cotidiana
reside en estos planos profundos, tanto de los niveles materiales
como espirituales, planos que compartimos con todos nuestros
semejantes por debajo de las diferencias individuales. La misma
fuente que alimenta mi necesidad de absoluto, mi reivindicación de
verdad, de poder y de felicidad, es la que está alimentando también
estas necesidades en cuantos me rodean. Mis valores reales, básicos
y esenciales, los estoy compartiendo con todos los
demás, son lo que tengo en común con mis
semejantes. Lo que me distingue de ellos, lo que me diferencia e
individualiza, son tan sólo aspectos cuantitativos o cualitativos de
aquellas cualidades básicas comunes. Yo soy, y mi ser se expresa
básicamente en energía, voluntad de vivir, deseos de bienestar,
inteligencia, voluntad, aspiraciones de poder, de amor, de verdad, de
bondad y de belleza; en la necesidad de autorrealización y en la
necesidad de Dios. Y este hecho de ser y de expresar mi ser en estas
tendencias, necesidades y aspiraciones a través del ejercicio de mis
facultades físicas, instintivas, afectivas, mentales y espirituales,
es una participación del mismo hecho, idéntico, que son y expresan
los demás.
Después viene
el hecho de que mi cuerpo
tiene determinadas características individuales, que mi afectividad
posee ciertos matices, que mi inteligencia llega a
un grado a, b o c, que
mi sentido estético se inclina con más habilidad hacia la música o
la pintura, y, en fin, que mi necesidad de lo espiritual se hace
sentir con tal o cual
urgencia. Paralelamente, se añade también que he recibido
determinada educación, que he tenido en mi vida tal tipo de
experiencias, y que estoy viviendo ahora en un ambiente de ciertas
exigencias y concesiones. Y todo esto da a mi personalidad una
configuración única, un perfil propio, que la diferencia y
distingue de todas las demás personalidades.
Pero todas estas diferencias individuales se apoyan, se
fundamentan y se nutren de aquellas cualidades primordiales que
constituyen esencialmente mi ser y mi existir.
Hacemos tanto hincapié en estas reflexiones, que quizás
parecerán demasiado abstractas y complicadas a algunos lectores,
porque ocurre que siendo incapaces de tomar conciencia directamente
de estas realidades esenciales de nuestro ser, debido al
funcionamiento tan superficial de nuestra mente, pero empujados
también por la necesidad de total afirmación, de plena evidencia y
de completa felicidad procedente precisamente de tales realidades,
nosotros tratamos de conseguir tal afirmación, tal evidencia y tal
felicidad a través de nuestras cualidades accesorias individuales.
Lo esencial, hemos dicho, es lo que tenemos en común.
Lo accesorio, lo que tenemos de diferente. Yo quiero llegar a ser muy
fuerte, muy
inteligente, muy
listo, precisamente porque no soy bien consciente de mi energía
básica actual, de mi capacidad natural de conocer, de mi habilidad
innata para aprender a resolver situaciones. Necesito hinchar mi
Yo-idea con una serie de cualidades que, teóricamente, me sitúen
muy por encima de los demás, precisamente porque no soy consciente
de toda la inmensa afirmación, de la total realidad, plenitud y
evidencia que hay en la base de mi propio ser al que llamo Yo.
Por la misma razón, siento la necesidad de tener mucho
dinero, de llegar a ser persona importante, necesaria, admirada.
Quiero llegar a una afirmación total de mi realidad a través de una
cualidad externa, parcial, accesoria, sin apercibirme de que la única
afirmación verdadera, la única que puede llenarme de veras, la
única que es permanente, es la procedente de tomar conciencia de mi
ser y de mis facultades básicas esenciales. Al fin y al cabo, toda
esa necesidad de importancia y de felicidad procede precisamente de
la exigencia de esta naturaleza profunda de nuestro ser. Solamente
desplazando nuestra conciencia de la periferia al centro podremos
resolver el problema de nuestra afirmación total. Solamente así
podremos saciar nuestra ansia de verdad, de seguridad, de poder, de
amor, de paz. Solamente así nos podremos acercar de veras a Dios.
Porque si nuestro Yo esencial nos da la sed de Absoluto, es porque el
Absoluto es la fuente del Yo y, por consiguiente, el único camino
que conduce al Absoluto pasa necesariamente por el centro de nuestro
Yo.
El secreto de la seguridad, del poder, de la serenidad
no está en apoyarme en ninguna de mis diferencias, no está en hacer
ninguna comparación, sino en el hecho de vivir en primer lugar lo
que yo soy intrínsecamente en mí mismo, desde mi centro a mi
periferia. Yo me he de definir, me he de conocer y me he de vivir, en
primer término, por lo que soy yo mismo, esto es, tomando conciencia
de mis energías y facultades centrales.
Y sólo después podré compararme con los demás para
completar la definición de mi personalidad.
Pero la dificultad, el error, consiste en que tendemos
poderosamente a definirnos sólo por las diferencias, a conocernos
sólo por comparación. Acostumbramos a identificar a una persona en
tanto que listo o elegante o poderoso o tonto, en vez de
identificarla primero como un ser con unas características básicas
absolutamente iguales a las de los demás hombres y, en segundo
lugar, a las propias individuales. Nos parece que esta aceptación de
su naturaleza básica ya está implícita en nuestras reacciones,
pero de hecho no es así. Todo sentimiento de inferioridad o de
superioridad se apoya precisamente en este defecto. Porque la persona
tiende a definirse por lo que tiene en menos o en más que los demás.
Si tales personas vivieran realmente conectadas con sus cualidades
básicas no podrían existir tales sentimientos de minusvaloración o
de sobrevaloración. Existirían, no hay duda, superioridad o
inferioridad de unos respecto a otros, pero estas diferencias no se
vivirían como afectando a la valoración del Yo. No engendrarían
aislamiento y separación entre las personas, sino que se vivirían
como matices individuales de una sola pertenencia común, como
características accidentales de un mismo patrimonio que se comparte
con el otro. Puede verse claramente en nuestro modo de reaccionar
cuando estamos con verdaderos amigos, o cuando convivimos con
familiares con quienes nos une un incondicional afecto. Lo que
vivimos en primer término en tales casos, es lo que tenemos en
común, lo que nos une, y por ello, aceptamos como naturales y sin
que afecte para nada a la valoración de nuestro Yo cuantas
diferencias cualitativas o cuantitativas puedan existir entre
nosotros.
23.
VIDA ESPIRITUAL Y VIDA MATERIAL: ¿OBJETIVOS CONTRAPUESTOS?
Planteamiento
del problema
Dedico un capítulo a este problema porque he comprobado
por la experiencia que existe -más o menos agudizado- en infinidad
de personas. Por un lado consideran que es conveniente y necesario
abrirse camino, crearse una posición y defenderla. Por otro lado
cierta exigencia interior, que se manifiesta en diferentes grados de
intensidad, les dicta que la finalidad espiritual es la única cosa
que en definitiva merece la pena perseguir en la vida, mientras que
lo material vale sólo en cuanto sirve a la vida del espíritu. Esta
doble necesidad que tantas personas experimentan les pone en carne
viva el dilema, como si en la práctica no pudiesen pretenderse a la
vez ambos objetivos -vida espiritual y vida material- por ser
incompatibles.
El problema no afecta
a todo el mundo. El hombre estrictamente materialista o el puramente
espiritualista, en el sentido convencional que damos a estos términos
corrientemente, no lo viven como propio. El que se siente feliz y
satisfecho sacándole a la vida todo el partido posible, sin
preocupaciones de orden más trascendente no tiene ningún problema.
Y lo mismo -aunque son los menos - quienes sólo dedican su atención
e interés a superarse a sí mismos escalando metas internas de orden
espiritual y de acercamiento a Dios, pudiendo vivir sin importarles
en absoluto la vida material
y sus problemas.
Su
origen
El conflicto es real para el que vive entre los dos
fuegos, confrontando en la experiencia cotidiana ambas tendencias. Si
vamos a buscar su verdadero origen, encontraremos que la causa
remota, pero eficiente, hay que verla en la formación que durante
años hemos ido recibiendo. Se nos ha insistido tanto en que la vida
espiritual es algo situado en un plano superior, que orienta al
hombre hacia la vida del más allá, y que la vida presente tiene
únicamente por objetivo acumular méritos para la otra, que hemos
concebido la idea de que la vida espiritual implica la renuncia a
todo lo que sea defensa de iniciativas, combate y lucha con fines
materiales, o a la pretensión de ambiciosas metas terrenales.
No quiero decir que las doctrinas filosóficas o
religiosas, en el Occidente
de filiación cristiana, incluyan esta oposición entre vida material
y espiritual. Un estudio más profundo y exacto nos haría ver que
no. Pero de hecho una inmensa mayoría lo hemos entendido así,
porque así se nos ha inculcado: que hemos de ser pobres,
conformándonos con un término medio de riqueza, que lo que importa
es el bien del alma, etc. Ideas muy correctas cuando se eslabonan
dentro del conjunto, pero que, aisladas, se deforman en su
profundo significado. Y es precisamente este
aspecto erróneo el que ha entrado a formar parte de la mentalidad de
la inmensa mayoría de las personas, constituyéndose en fuente de
desasosiego y originando el problema de que hablamos. Porque su
estructura psíquica, su modo de ser les lleva a luchar, a
desarrollarse, a crecer humanamente, en su
dimensión terrestre y material. Y los ideales
espiritualistas, aunque vivos dentro, y sentidos conscientemente con
frecuencia con gran intensidad, se oponen a estas tendencias
dinámicas naturales de la persona, a su verdadera necesidad.
Entonces surge el conflicto. ¿Qué hacer?
La solución que se adopta para conciliar ambos extremos
suele ser un acuerdo convencional con uno mismo: se trata de abrirme
camino, asegurando la holgada satisfacción de mis necesidades y las
de mis familiares; y, por otro lado, cumplir con mis deberes de
acuerdo con mis propias creencias. En otras palabras, una vida
equilibrada, sin extremismos. Pero para quien vive el conflicto de un
modo muy consciente esta fórmula de medias tintas no le resuelve el
problema, que continúa vivo: ¿por qué ha de haber esta
contraposición? ¿Por qué sentimos por un lado el deseo de
desarrollo de todo lo que es científico, técnico, económico, y por
el otro la conveniencia y la necesidad del cultivo de las cualidades
que llamamos espirituales? ¿Por qué si una cosa es buena y la otra
también, aparecen como contrapuestas entre sí?
Repetimos que si la formación que se ha recibido es
correcta, el problema ni siquiera
se planteará. Pero de ordinario no ha sido lo bastante amplia y
sólida y entonces adquieren vigor y se enfrentan en el campo de la
conciencia los dos términos del binomio vida espiritual-vida
material. Es preciso, para resolverlo, edificar de nuevo, corrigiendo
errores.
Vía
de solución
Ante todo, el conflicto estriba en una dicotomía
artificial de los valores,
que sólo cobra existencia en la mente de quienes la efectúan. Es
falso que haya una vida espiritual y otra material: vida sólo hay
una y esta única vida incluye todos los aspectos, desde el más
crudamente material hasta el de mayor elevación espiritual. Pero
ocurre que la vida, como cualquier unidad, aparece doble, triple o
múltiple cuando el observador se sitúa
en un punto intermedio. Si me coloco por ejemplo en un nivel
personal, veo unas cosas que son los otros y otra que soy yo; desde
un nivel afectivo, proyecto una afectividad hacia valores superiores
y otra afectividad hacia los inferiores. En el campo intelectual,
puedo distinguir entre ideas de las cosas en sí y la idea
egocentrada de la cosa para mí. Dualidad y aun multiplicidad que
provoco yo mismo.
Y es que no vivimos la vida del todo, sino a medias; no
estamos situados en el centro de la esfera de la vida, desde donde
podríamos abarcarla en su totalidad, sino en un sector. Y este
simple hecho de instalarnos en determinado sector nos hace ver unas
cosas debajo y otras más arriba, y pensamos que hay algo inferior y
algo superior. Es un problema de perspectiva de la mente, subjetivo.
La formación adquirida por la mente, que utilizamos en nuestra vida,
tiene como consecuencia natural la formulación para nosotros del
problema que estamos estudiando.
Para resolverlo es preciso convertir
en experiencia personal que
la vida es sólo una y aprender a vivirla de un modo único. Lograr
esto exige que la mente vaya desidentificándose progresivamente de
los valores convencionales y aprendiendo a descubrir nuestras
verdaderas motivaciones, es decir, lo que consideramos como bueno,
como fuerza interior, como valores de todo orden, y que lo vivamos de
un modo más consciente. Y supone una apertura de la mente, que se
sitúe en el punto de atención profunda, centrada, desde donde se
abarca el panorama completo, entonces desaparecen todas las
dualidades, o mejor dicho, se funden en otra unidad superior, que es
la vida.
Hay dualidad cuando estoy hablando con alguien y ambos
estamos contrapuestos: él quiere una cosa y yo otra y tratamos cada
uno de ver quién vence a quién. Pero en cuanto aprendo a situarme
todo yo abierto, atento, consciente, de modo que cuando escucho a
otro y entiendo su modo de ser, su punto de vista, sus deseos lo hago
con el mismo estado de conciencia que cuando vivo mis propias
necesidades, mis deseos, mis impulsos y así el fenómeno que se
verifica es único, venga de uno o de otro; entonces desaparece la
oposición. Yo continuaré, es cierto, buscando mis objetivos, pero
ya no serán opuestos a mi interlocutor, dejaré de vivirlo como una
contraposición, y viviré la unidad de la acción, de la
interacción, de la intercomunicación, viviré la unidad del proceso
de la vida, sin detenerme en el camino, asido a un aspecto exclusivo
de este proceso.
Pues bien, en el terreno práctico, de relación y de
vida cotidiana, es necesario que llegue en mi interior a un estado
mental que me permita vivirme a mí mismo del todo y a la vez también
al otro. Cuando esto ocurra, cuando yo me viva con la misma fuerza
que al otro, que a los otros, que a cuantos me rodean y se relacionan
conmigo, entonces se producirá un fenómeno nuevo e instantáneo en
mi mente, gracias al cual subiré a vivir en un nivel diferente, más
elevado, en el que percibiré y actuaré desplegándome desde nuevas
bases. Llegado ese momento ya no soy yo luchando contra otro, sino
que es la vida la que se expresa, a través de mí y a través del
otro en un proceso de lucha. Y al decir vida no me refiero a algo
vago, genérico, sino a una energía y a una inteligencia que dirigen
la lucha. Paso a ser consciente de un principio superior que está en
mí como también está en el otro, que trasciende la conciencia
personal, pero que influye en todas las conciencias personales. En
este nuevo estado se efectúa la lucha con una rapidez, con una
eficacia, con una fuerza y una madurez de conciencia extraordinarias.
Y se llega a él en el preciso instante en que se neutraliza la
conciencia exclusiva del Yo en virtud de la conciencia del otro.
Evidentemente, si al hablar estoy atento a mí, soy
consciente -realmente consciente- de mí, y a la vez aprendo a estar
consciente del otro, mi capacidad de reacción será prodigiosa,
imprevisible incluso para mí mismo, de una eficacia fuera de todo
cálculo, porque estará proyectada y ejecutada como la del otro.
Utilizando un lenguaje religioso, diríamos que Dios lo
crea todo y lo está sosteniendo y manejando a través de leyes
primarias, secundarias, etc., de modo que domina simultáneamente mi
capacidad de acción y mi instinto de conservación y la capacidad de
acción e instinto de conservación del otro. ¿Qué ocurriría si yo
pudiera situarme en un estado de afinidad, de armonía, de unión con
Dios? Sencillamente, que sería Dios quien dirigiría a través de mí
esta lucha, que una conciencia superior guiaría el proceso que se
desarrolla dentro de mí y dentro del otro y que manifiesta una sola
cosa: la vida.
Desgraciadamente, estamos identificados con nuestro
cuerpo, con la idea del Yo, con la sed de prestigio, de dinero, de
posición social, de postura profesional. Y esta identificación nos
impide ver que nosotros, en tanto que vida, somos algo aparte del
cuerpo, de las ideas, de las situaciones. Que hay algo en mí, en
cada uno, que es precisamente lo que me hace y nos hace vivir, que
está por encima de todo lo otro. No es que tengamos que dejar esas
cosas; es que somos tan superficiales y al mismo tiempo tenemos tal
miedo y nos produce tal sensación de vértigo el desprendernos de
esas cortezas que nos envuelven, que confundimos cada una de estas
cosas con nuestra propia realidad, como si ellas fueran nuestra
verdad, nuestro ser profundo.
Cuando uno aprende a abrirse y a tomar conciencia de la
realidad, de la inteligencia,
la energía y la voluntad interiores de un modo más directo, se da
cuenta de que esta misma inteligencia, esta misma voluntad y esta
misma fuerza es la que está actuando y se expresa a través de todo
y entonces todo me sirve o puede servirme de medio e instrumento para
expresar mi naturaleza
espiritual, para llegar a la conciencia espiritual de mí mismo.
El ideal espiritual de armonía, de elevación interior,
de perfección, no consiste en hacer determinadas cosas. Nuestra vida
espiritual no se califica por la cosa que realizamos. La vida
material no consiste en
fabricar calzado, ni la espiritual en hacer oración. Es una idea
errónea, muy generalizada. La vida será espiritual o material, no
por lo que se haga, sino por la situación y el nivel desde el que
actúa el sujeto. Si obra desde un nivel superior, todo cuanto haga
participará de esta cualidad superior. Lo que da calidad a las
cosas, la naturaleza del acto, viene dado, no por el objeto del acto,
sino por el origen, por lo que lo inspira, por su procedencia. Si
vivo en un nivel inferior, vegetativo, el rezar padrenuestro o
cumplir los ritos más excelsos tendrá el mismo
valor, tan insignificante, que el cortarme las uñas.
Todo será material, porque mi estado de conciencia es
material. Pero si vivo en un estado interiormente suprapersonal, en
el que me doy cuenta de que la vida es proceso, y me lanzo a dejarme
vivir por la vida de un modo consciente, entonces todo se
espiritualiza y entra en el gran movimiento y empuje de la vida, las
funciones más elementales, las más primarias, más sencillas y más
minúsculas, porque en cada cosa estoy yo del todo, en cada cosa
estoy expresando mi voluntad espiritual, me estoy expresando con
totalidad a mí mismo, haciendo participar al acto de la más honda
raigambre de mis niveles superiores y convirtiéndolo en espiritual.
Se ve esto muy claro a la luz de la actuación de Dios:
Él lo ha creado todo, y no ha sido por cierto más espiritual
creando un ángel que cuando dio existencia a un escarabajo o
conservando la existencia de las cosas que consideramos feas y
repugnantes. Dios es exactamente lo mismo: tan espiritual en su acto
de crear una cosa o la otra, porque es su propia naturaleza la que da
espiritualidad al acto, no la cosa en sí. Aplicando la comparación
proporcionalmente, podemos decir lo mismo de nosotros: lo que
diversifica la espiritualidad o materialidad de nuestras acciones no
es la cosa por sí misma, sino el estado interior, el punto de origen
desde el que nos movemos y en el que estamos situados al obrar.
Cuando, instalados en un nivel superior, mental, afectivo,
espiritual, aprendamos a vivir desde allí, abiertos con amplitud
total a los demás niveles inferiores y hacia el mundo exterior,
todos nuestros niveles, hasta los más elementales, tendrán un
carácter unitario; lo que hagamos será material, psíquico,
espiritual, el nombre que queramos darle, pero poseerá siempre un
valor espiritual. Porque aquellas contraposiciones no existen en el
orden real de las cosas, sólo son producto de la actitud parcial en
que nuestra mente ha cristalizado. Todo forma parte del mismo proceso
de la vida, todo podemos verlo desde cualquier ángulo.
No es nuestra intención, como puede comprenderse, poner
en tela de juicio la constitución real y objetiva del cosmos.
Estamos tratando únicamente de las acciones humanas y aun de éstas,
lo mismo que de su origen, el hombre, desde un punto de vista
estrictamente psicológico.
El
objetivo
Cuando empezamos a ver las cosas así, después de pasar
por el necesario adiestramiento, lo mismo podemos expresar la vida
espiritual a través de la creación técnica, que de la artística,
o de la comercial, etc. Estaremos situados en la cúspide, en el
interior del rayo de la voluntad de Dios, y toda
nuestra actividad será expresión de esa voluntad divina, que
sintetiza cualquier diversidad en una maravillosa unidad universal:
Dios, que me hace vivir a mí y a los otros, que me hace sentir
necesidad de algo, deseo de algo y que produce en el otro una actitud
benévola o también contraria, de oposición a la mía. Todas las
cosas, todos los contactos adquieren un matiz religioso: Dios en mí
que habla y Dios en el otro. Lo de menos es la cosa en sí misma, las
cosas concretas, se realicen o no,
parezcan oponerse o no, porque todas han de continuar existiendo, y
vividas desde ese nivel superior se advierte que la oposición que
pueda ocurrir es más bien aparente y que todas confluyen en realidad
hacia un común y único objetivo: expresar la vida, la voluntad de
Dios.
No se trata de un vago misticismo. Queremos remontarnos
al foco real de toda acción y creación humana de auténtico valor.
Este foco es Dios. Sin embargo, estamos acostumbrados a ver a Dios
desde una perspectiva emotiva, como un Ser amado, que exige de
nosotros una actitud afectiva: Dios como amor, pero en el sentido
blando, demasiado emotivo de la palabra. No, Dios es amor, cierto;
pero también es inteligencia, y por lo tanto toda actividad
inteligente que realicemos, conscientes de lo que hacemos, viviéndola
como algo que viene de arriba, será una expresión espiritual, un
camino de desarrollo, un medio para llegar a Dios. Si hemos de
ampliar nuestra noción de Dios, o el nombre que queramos dar a lo
absoluto, será atribuyéndole no sólo amor, o la inteligencia, sino
también energía, toda energía. Dios es energía, el centro y foco
de donde procede toda energía. No será por tanto sólo el amor el
que nos aproximará a Dios, sino toda manifestación de energía que
vivamos y toda expresión de inteligencia, si son en nosotros
expresión consciente de la energía e inteligencia de Dios. Como se
ve, no nos conformamos con que este plano superior se convierta en
principio fecundo de la auténtica vida espiritual, es decir, en
principio de acción que exprese la altura de nuestra vida
espiritual, al expresar a Dios a través de la activación de todos
nuestros niveles. Es algo más renovador: abrirse a Dios, no ya sólo
como Dios-Amor, sino como a Dios-Inteligencia y como Dios-Energía es
participar de la fuente de la verdadera creación incluso también
desde un punto de vista humano. A través de nosotros pasan entonces
los raudales de la energía que es Dios y se sensibiliza y adquiere
relieve y facilidad de proyección el poder creativo de nuestras
facultades mentales.
En estas condiciones, mi acercamiento a Dios no será
sólo la ejercitación de unas prácticas que me han enseñado, sino
que abarcará todos mis actos: cuando he de reaccionar ante una
situación difícil en el negocio, cuando corrijo a mi hijo porque se
ha mostrado rebelde e irrespetuoso, cuando me visto, o bailo, o como,
o paseo...: todas mis acciones participan de la misma naturaleza
espiritual, y se transforman en medio que me lleva a una mayor
conciencia espiritual. Mi ser, antes abierto a la energía que me
llega de arriba, empieza a vivir el sentido creador de la vida, y
participa, a través de mis facultades, del poder creador de Dios.
Todo se simplifica: llego a ser plenamente consciente de cuanto
expreso y de que todo ello me viene de Dios. Y me doy cuenta de que
no sólo yo, sino también los demás son instrumentos de expresión
de la vida que viene de arriba. Descubro entonces que todos juntos
formamos una gran familia, una unidad funcional, que todos
participamos en el mismo juego, sin saberlo, o, a veces, incluso,
creyendo que no es así; pero de hecho todos nos movemos impulsados
por el mismo motor primero, y actuamos de acuerdo con la misma
inteligencia. Aunque no lo queramos en realidad, lo que predomina a
través de la variada actividad humana es lo que denominamos voluntad
de Dios, plan divino, providencia o el nombre que queramos asignarle,
que al fin expresa la misma realidad.
Consecuencia de todo lo dicho es que el hombre que ha
llegado a esta meta deja de considerarse solo ante la vida, en la
lucha contra los demás que le quieren usurpar bienes o discutir
derechos; uno ya no está solo luchando contra la gente, sino unido a
los demás, expresando con su timbre de voz la misma vida que le
anima a él y la que anima a otros. La vida aparece como una
orquesta: yo toco mi instrumento, pero todos juntos interpretamos una
misma y única sinfonía. Hay algo que nos unifica más allá de lo
que nos separa. Lo que da sentido a lo que nos separa es la realidad
que se encuentra detrás, que unifica, que da fuerza y consistencia
al valor de cada cosa y acción, la que hace que cada matiz cobre
importancia y relieve.
Es preciso evitar en la interpretación de cuanto
decimos la generalización y la idealización; se trata de algo
concreto y realizable, de resultados comprobados y de una eficacia de
tan profundo y elevado alcance como cierta y experimentable.
Cuando lucho, porque siento deseo de luchar, y me doy
cuenta de que esta inclinación a la lucha es expresión directa de
la voluntad de Dios en mí, es evidente que lucharé con entusiasmo
sin igual, porque no dependeré del resultado, sino que predominará
en mí la realidad sustancial de que, al luchar, Dios está conmigo,
no en un sentido de protección, sino en cuanto que estoy expresando
su voluntad. Dios lo hace todo a través de todo: El me da ganas de
ser, de vivir, de ser importante, de luchar, de conseguir mi pleno
desarrollo, de llegar a Él. Cuando hablo, y soy consciente de ello,
mi conciencia del acto que realizo no me priva de las ganas de
hablar, sino que en la medida en que vivo mi energía -que es mi
verdadera motivación-, me confiere una fuerza cuyo efecto es que mi
modo de hablar no se apoye en el objeto -a pesar de que lo tenga en
cuenta sino en esa misma fuerza, como si fuese un colaborador
interior, un socio de segura garantía. Es un hecho que se vive y que
constituye para quien lo experimenta un auténtico descubrimiento.
Lo espiritual se expresa a través de nosotros, en todos
nuestros niveles, y es lo que nos dinamiza. La verdadera causa de
nuestra energía no es nuestra mente personal, ni es la idea que nos
formamos del objeto. Las ideas a lo más encauzan la actividad en una
u otra dirección, proporcionando determinada forma a nuestra
energía; por la idea la mente se cierra o se abre más hacia una u
otra dirección de esa fuerza, que ya existía dentro. Pero el
impulso de acción, la capacidad de lucha, la energía no nos viene
de nuestra mente, sino que brota en nosotros, como una fuente más o
menos caudalosa que se nutre de la energía misma de Dios, depositada
en nosotros. El que cuenta con poca energía no puede ya dar más de
sí. Y el que con mucha, la expresará aun en las circunstancias
menos propicias.
La comprensión y conciencia de que lo espiritual es en
mí la fuente de toda mi energía, y que está actuando
continuamente, me permite mejorar la calidad de todas mis
actividades, pues es el medio de entrar en plena posesión de la
riqueza energética que poseo, haciéndola circular sin desperdicios
ni infravaloraciones. Y me hace también sentir que yo existo junto
con las cosas, que no somos dos mundos distintos: yo y lo otro, sino
que descubro la unidad inteligente de cuanto existe, la voluntad de
Dios que todos estamos expresando a través de sus leyes y de su
providencia.
Observemos la actualidad del buen actor que interviene
en una representación teatral: vive su papel y al mismo tiempo
conoce toda la obra. El vivir su papel y participar del papel de los
demás, comprendiendo, sintiendo y viviendo la obra entera, le da
entrada en dos niveles de vivencia: uno individual y otro colectivo,
universal. El actor, sea el que fuere su papel, disfrutará, no sólo
en función de su papel, sino en función del conjunto; participará
de lo personal y de lo colectivo, vivirá con el sentido, la
inteligencia, la intencionalidad y el valor que tiene toda la obra.
Algo semejante, pero en un orden de cosas más real y
más vital, podemos conseguir nosotros cuando nos abrimos a esta
comprensión interior. De una parte vivimos nuestro papel, que viene
dado por todas nuestras aptitudes y necesidades, y las posibilidades
y exigencias del exterior. De otra, además de este papel individual,
personal, podemos vivir el argumento de la gran obra que es la vida;
en ella cada uno de los demás está haciendo su papel análogo al
mío, aunque el papel de éste sea precisamente oponerse a mí. Y en
este caso, así como en la representación teatral el buen actor
lucha y defiende sus derechos, pero también vive la unidad de la
obra que es el trasfondo de este lucha; de modo análogo en la vida
ordinaria, más allá de las oposiciones, de los conflictos y de las
competencias, puedo vivir la unidad que nos enlaza a mí y a mi
oponente, porque él también está expresando la vida a su modo, y
detrás de él, como detrás de mí, subsiste una idea, un principio
rector que funde mi acción y la suya.
Mientras yo no actúe así, sino exclusivamente en un
nivel individual, todo cuanto me sea contrario lo consideraré
perjudicial. Pero esto mismo adquiere una nueva perspectiva, y puedo
prescindir del aspecto parcialmente desagradable que inmediatamente
se desprende en su relación conmigo, si en todo momento permanezco
asomado al balcón de la cumbre desde el que simas y crestas
adquieren una panorámica positiva y vivo anclado en el aspecto
positivo que tiene siempre la vida que se está representando a
través de todos los seres.
Cae uno entonces en la cuenta de que tantos dramas y
tragedias como creemos vivir, lo son sencillamente porque estamos
egocentrados. La vida no es drama. La vida es un proceso positivo, de
creación y de recreación en el doble sentido; como una nueva
creación constante y en el sentido de expansión, de satisfacción,
de placer. Cuando creo que yo soy o que mi vida es aquella forma
concreta, aquella posición concreta, aquel cargo concreto, si luego
la misma vida me lo arrebata de las manos, es natural que experimente
la sensación de que me arrancan el Yo, como si destruyeran mi
realidad, y me hunda en la más desastrosa postración. Pero en
realidad a mí no me han
destruido nada, porque yo sigo siendo. Han destruido mi fantasma
mental, mi hipnosis, mi sueño, pero no mi realidad. Mi realidad no
puede destruirse, porque es vida, y pertenece a un orden al margen de
todo lo que son fenómenos, de todo lo que son manifestaciones
variables. Ahí radica nuestro error: en identificarnos con las cosas
que poseemos, con las personas
que amamos, en este sentido de posesión personal. La vida exige una
renovación y siempre que caminemos en contra de esta ley natural de
la vida, sentiremos dolor. Pero no porque la vida
sea dolorosa. La vida siempre es triunfal. La fuerza de la vida
radica en este proceso, en la vitalidad prodigiosa, en la
inteligencia poderosísima que constantemente se está expresando. Y
es más importante este proceso de renovación, de creación, esta
fuerza que anima las cosas, que no las formas concretas, que
cristalizan periódicamente, de un modo accidental, transitorio.
Todas las formas -a cualquier nivel que pertenezcan: físico,
afectivo, mental, etc.-, se han
de destruir, porque en la línea de la vida todo es inestable y lo
único que permanece es el foco mismo de la vida.
Algunas
consecuencias
Cuanto más aprendemos a estar centrados, a ser
conscientes de este foco de vida, más viviremos nuestra verdad y la
de la vida. Y,
recíprocamente, la vida nos producirá menos angustias, será causa
de menos disgustos, desilusiones y dolores. No olvidemos que éstos
son productos de nuestros errores o de
nuestra perspectiva pobre y estrecha de la vida. La vida no es dolor.
Es dolor la ignorancia.
¿Cómo llegar a la vida?, insistirá el lector. La vida
es algo que ha de ser
descubierto directamente, por contacto, por sintonía de nuestra
mente, por experiencia inmediata. No podemos conocerla estudiando o
leyendo libros, ni mirando cosas. Sólo viviéndola personalmente,
directamente. Si estamos atentos, despiertos, empezaremos a ser
conscientes dedo que es la vida.
No es nunca un objeto. Es nuestra propia esencia. Y sólo
estando plenamente despiertos, en expresión plena y consciente de
nosotros mismos, tendremos la gozosa oportunidad de poder descorrer
el velo y llegar a ser también conscientes de lo que es la vida. No
he de ir a buscarla allí. La vida está de un
modo inmediato en mí. Cuando abra la vida en mí,
podré saciarme en sus fuentes, descubrirla y conocerla totalmente.
Si no la vivo en mí, todo será inútil y sólo descubriré
fenómenos.
El descubrimiento de la vida, abriéndose uno por dentro
a ella, hace adquirir una concepción nueva de la misma vida, una
concepción de actividad, de creación constante. Así, es más
importante «el hacer» que la cosa que se hace. El hecho de expresar
correctamente la fuerza, la inteligencia, la verdad, la bondad, la
belleza es más importante que el objeto que da lugar a esta
expresión, porque el objeto es efímero, hemos de dejarlo y
desaparecerá. Veremos que desaparecen todos nuestros problemas.
Cambia nuestro sentido de la moral: cosas que antes nos parecían mal
hechas, las vemos ahora naturales, y las que encontrábamos bien, las
consideramos ahora sin valor. Nos acercamos así a la raíz de la
verdadera moral.
Nos desligaremos de las personas que ahora queremos en
el aspecto concreto de tales personas; y, al propio tiempo, al
expresar de un modo más directo, más vivo, más desinteresado e
inmediato el amor, notaremos que estamos dejando de depender de las
personas, que no precisamos su posesión,
su presencia ni su obediencia, ni para nuestra seguridad, ni
para nuestra satisfacción. Podremos necesitarlas
para un fin concreto, pero no para nuestro Yo.
Por un lado nos alejamos de la gente y por otro nos
acercamos como nunca lo habíamos estado. Es un acercamiento
interior, encontrándonos más próximos a lo que sienten, a lo que
desean, a lo que viven, como si
fuéramos hacia su centro. Es éste un gran descubrimiento. El no
depender del otro, pero estar sintonizados con él, nos permitirá
ayudarle y, dado el caso, manejarle. Aparece un modo de relación
completamente nuevo. Hemos dejado de identificarnos con la forma, nos
hemos desprendido de sus manifestaciones externas -no es
que no las veamos; lo vemos todo, pero no
dependemos de ello-, y vivimos y sintonizamos con sus aspectos
internos, con sus impulsos
básicos. En ellos se expresa la fuerza de la vida, la energía en mí
y en los otros. Este nuevo modo de relación es un abanico que se
despliega y nos enlaza con todos los seres,
no sólo con las personas, porque a través
de todos se expresa la misma
vida.
El
problema del dolor
A lo largo del tema hemos hecho varias alusiones al
fenómeno del dolor. Pero ocurre que a veces el dolor es la nota
dominante en la vida de algunas personas, con justificación aparente
o sin ella. En el gran teatro del mundo es posible que a alguien le
toque el papel de recibir con frecuencia las bofetadas. Entonces no
hay opción. Su cometido y también su propio interés reside en
aprender a recibir bien los contratiempos.
¿Con qué actitud? Como los recibe un buen actor, en la
representación teatral. No se ofende ni se rebela, porque conserva
la conciencia de sí mismo independiente
de las bofetadas. Nadie podrá quitárselas, pero las vivirá de
forma muy diferente que si las recibe en medio de la calle. La
diferencia estriba en que en el escenario sólo le duelen las
mejillas y, sin embargo, en la calle sentiría el
daño en las mejillas y en su Yo. Esto las haría cambiar por
completo de valor.
El buen actor, si ha de
recibir bofetadas, preferirá que se las den de verdad, no sólo
aparentemente. Pues querrá vivir su papel.
Precisamente, su arte consistirá en representar
su papel a la perfección. En este caso el papel un tanto bochornoso
de ser vapuleado.
Hoy los buenos actores, en especial los femeninos, si
deben hacer un papel que represente a un personaje desgraciado,
quieren encarnarlo con el mayor realismo, sin paliativos, en el
vestuario, la mímica y la acción, llegando incluso a vivir momentos
de la más repugnante y cruel realidad humana. Pero a través de su
actuación, el actor mantendrá su conciencia personal, independiente
y más allá de su papel, y esto precisamente en la medida en que lo
viva con mayor verismo. Este hecho de vivirse a sí mismo mientras
representa y vive también su papel, es el más importante- y sólido,
porque el dramatismo de la situación no le hace perder contacto con
su propio eje, el de su Yo, que es su
realidad positiva, y que no llega a confundirse ni identificarse con
lo que pasa, con el vaivén de los fenómenos,
y por lo tanto que sale
indemne de las salpicaduras y atropellos exteriores.
Cuando en la vida nos vemos en la necesidad de recibir
golpes y pasar por amargos desengaños que nos llegan sin buscarlos,
contra toda aparente lógica y justicia, si sólo vivimos tales
situaciones de un modo personal, convertiremos muchos momentos de
nuestra vida en tragedias. No se trata, para evitarlo, de cerrarnos a
las experiencias desagradables, volviéndonos insensibles, sino de
ampliarlas hasta llegar al fondo de la experiencia, a donde no llega
ya su bofetada. Sin este trabajo interno no existe forma posible de
solucionar problemas de esta índole. La solución llega buscando la
verdad positiva, profunda, última de la cosa. Nunca contraponiendo
una verdad parcial frente a otra verdad también parcial, que jamás
arrojarán una solución total.
El dolor puede servirnos de gran utilidad, no como
mecanismo de descarga, pues con frecuencia no podemos usarlo con este
fin, sino porque nos obliga a reconocer que no podemos apoyarnos y
vivir dependiendo del objeto que ha provocado el dolor. Sentimos
dolor porque estamos asidos a las cosas, física, afectiva o
mentalmente.
Amamos a las personas, y una enferma, otra muere...; eso
nos causa un dolor que, vivido desde un punto de vista personal, es
un drama, pero si subimos a un nivel más universal, sin cerrarnos al
personal, aunque en el hecho adverso medie un aspecto doloroso, se
produce al mismo tiempo una desidentificación del lazo exclusivo que
nos unía a aquella persona. El problema no está en que amemos, sino
en que nuestro amor se confunda con la posesión de la persona amada.
El amor, desde un nivel superior,
deja de ser una identificación para convertirse en una irradiación
de amor, en un deseo de bien para el ser amado.
Todos los dolores de la vida van produciendo en mayor o
menor grado este efecto de desidentificación. Si no llegan a
producirlo del todo, el sujeto se verá una y otra vez en situaciones
similares de disgusto y amargura que enturbiarán su equilibrio,
hasta lograr por fin conformarlo con el ritmo de la vida.
El punto de vista personal y egocentrado no encuentra
ninguna ventaja en el dolor ni puede dar con su explicación. Es un
cuadro que no se puede mirar desde cerca, con una mentalidad estrecha
que abarque sólo el aspecto inmediato. Así nunca tendrá sentido.
La única posibilidad de hallar la correcta perspectiva es situarse
en la línea de la vida, evitando la rigidez que encoge nuestra
visión. Sólo desde el punto de vista de la vida se percibe el
conjunto y cada una de las pinceladas se integra en una unidad. Esta
perspectiva responde a la misma naturaleza del mal que miramos y nos
da su explicación. Las teorías fantásticas y las filosofías más
o menos baratas surgen de querer explicar la vida en función de
ideas personales, de valores subjetivos, del Yo individual.
Incluso se utiliza con frecuencia el aspecto religioso
para justificar con argumentos pueriles formas egocentradas de
explicar una verdad de orden universal: que si Dios nos pone a
prueba, o nos castiga, etc.
La mayor parte de la gente se suele refugiar en la idea
de su impotencia: «Son cosas que no tienen solución», «Es
imposible que podamos comprender el por qué del mal, de la
enfermedad, de las desgracias», etc. Proyectando las ideas
egocentradas sobre las cosas que existen es, en efecto, imposible
solucionar estos problemas, que no tienen ningún sentido.
Sin embargo, afirmamos una vez más que todos los
problemas humanos, aun los más agudos, y de orden metafísico,
tienen solución. El hombre puede conocer la verdad de las cosas, de
la vida y de sí mismo. Lo que ocurre es que para ello es preciso que
todo él se abra a la verdad de la vida que circula en él. Ver la
verdad de la vida quiere decir ser consciente, en el nivel mental, de
la vida que está fluyendo a través de él. Y esto impone una
exigencia interior, un trabajo de apertura total de la mente en los
niveles personales y en los espirituales. Trabajo que se efectúa en
la experiencia diaria. No es una dedicación fácil, de acuerdo; pero
cuando alguien siente palpitar en su interior la necesidad de
descubrir estas verdades y vive esa necesidad con fuerza imperiosa,
el precio no le importará, aunque hayan de transcurrir años en esta
labor de perfecta sintonización consigo mismo. Porque al mismo
tiempo que llega a intuir la verdad, se perfecciona y se realiza a sí
mismo. Y los beneficios personales que se obtienen no tienen precio.
Lo que no se puede es descubrir la vida en un nivel
superficial. Es algo que no se consigue por adquisición de ideas, ni
mediante reflexiones o estudios por metódicos y prolongados que
sean.
Quien se abre a la vida, ante todo experimenta de un
modo directo dentro de sí mismo los impulsos de la vida, que es
dinámica. A mayor apertura, más sentido que moviliza su nivel
físico y lo mismo el afectivo, el intelectual, etc., si es ésta la
forma en que la vida se manifiesta en él. Aunque también puede
remansarse en una profundización que no implique fluir activo.
Lo importante es que nuestra apertura a la vida afecta
en su quicio a nuestro modo de ser y a nuestra convivencia, y todo se
renueva y se llena de un sentido maduro y pletórico, por el que
advertimos con conciencia clara que nos realizamos a nosotros mismos
con densidad y fluidez, sin que nada ni nadie suponga un obstáculo
en nuestro camino hacia lo absoluto.
24.
¿QUÉ TÉCNICA DEBEMOS ELEGIR? ¿CUÁL SE ADAPTA MEJOR A CADA UNO?
Recapitulación
de técnicas y de sus aplicaciones
Para mejor comentar después el tema de la elección,
hagamos primero un resumen recapitulativo de los objetivos más
destacados que persigue cada una de las principales técnicas que
hemos ido exponiendo en capítulos anteriores.
1. Actitud positiva y
actualización de contenidos positivos.-
Aumenta la capacidad de rendimiento general de la
persona, afianza y desarrolla las cualidades positivas y sirve de
eficaz control de los condicionamientos o hábitos negativos.
2. Retrospección.-
Permite la mejor asimilación de las experiencias
del día y disminuye el sedimento incontrolado de las mismas. Sirve
de control sobre el grado de atención y autoconciencia que se ha
logrado mantener durante el día. Pero quizá su efecto más
importante es que conduce a un auténtico y operativo conocimiento de
sí mismo.
Todo el mundo está de acuerdo en que hay que conocerse
a sí mismo. Pero este conocimiento queda reducido, para la
mayoría de la gente, a una mera enumeración de
sus más importantes cualidades y defectos. Esto, si está bien
hecho, ya es algo, pero en la práctica es de escasa operatividad,
puesto que un tal inventario, por correcto que sea, no deja de
constituir una representación más que se incorpora al Yo-idea con
todas las deformaciones tendenciosas que le caracterizan.
El ejercicio de retrospección, en cambio,
complementando a la práctica diurna de la atención intencional,
permite que la persona conecte su mente en
vivo y directamente con
los impulsos, sentimientos, emociones e ideas que dan fuerza a la
motivación real de su conducta. Esta conexión directa de la mente
con el impulso permite una integración en el Yo-experiencia de las
motivaciones ocultas hasta ahora al propio sujeto, con el
consiguiente efecto transformante de todo el psiquismo consciente.
Éste es el verdadero conocimiento de sí mismo y el que
paulatinamente conduce a la desidentificación y a la autoconciencia.
Y es en este sentido que en algunos templos iniciáticos de la
antigüedad se daba al estudiante la clásica consigna nosce
et ipsum, «conócete a
ti mismo», como principio y fin de la sabiduría.
3. Psicoanálisis.-
Tanto en su forma ortodoxa tradicional como en
las otras formas más recientes -psicoterapia dirigida, en grupo,
psicodrama, etc-, tiene como objetivo fundamental que la persona
liquide sus conflictos internos y reestructure su mente y su actitud
social de un modo totalmente positivo. Requiere de manera
indispensable la dirección y asistencia de un buen especialista.
4. Vida espiritual.-
Cuando ésta se practica de manera
suficientemente sostenida, sincera e intensa, produce la purificación
completa de los niveles elementales, elimina toda clase de problemas
internos, sublima las energías inferiores y produce la integración
de la personalidad, centrada en el nivel afectivo superior.
Evidentemente, requiere una auténtica aspiración espiritual.
5. Sobreesfuerzo.-
Produce con el tiempo la liquidación de los
conflictos internos, purifica los niveles elementales y produce la
integración de la personalidad, centrada principalmente en el nivel
volitivo superior.
6. Autocondicionamiento o
autosugestión.- Tiene
múltiples aplicaciones. Las más importantes podemos resumirlas
diciendo que sirve para predeterminar voluntariamente en sí mismo
las actitudes y los estados que uno considera más positivos, y para
neutralizar los condicionamientos producidos por toda clase de ideas
erróneas y negativas.
7. Raja-Yoga.-
A partir de la 5.ª etapa
o Pratyahara, proporciona un extraordinario dominio de la mente y
conduce a la integración de la personalidad, centrada en el nivel
mental superior. Pero para que se produzca este último efecto de
modo real y permanente es preciso haber practicado antes a conciencia
las cuatro etapas preliminares, que afectan a los niveles vital y
afectivo y los preparan para su completa integración ulterior con la
mente consciente.
8. Reintegración de energías
del no-Yo.- Desarrolla de
un modo extraordinario la fuerza y solidez del Yo-experiencia,
emancipando a la persona de dependencias subjetivas artificiales. Es
muy conveniente no practicar esta técnica hasta que se hayan
liquidado las principales cargas negativas del inconsciente.
9. Desarrollo de la
combatividad.- Actualiza
en el Yo-experiencia gran parte de la energía que estaba reprimida.
Aumenta la seguridad y confianza en sí mismo.
10. Desarrollo de la
receptividad.- Amplifica
la capacidad de comprensión de los demás y desarrolla la
sensibilidad intelectual, estética y afectiva.
11. Ejercicio consciente.-
Aumenta la energía del Yo-experiencia.
Tranquiliza los niveles afectivo y mental.
12. Respiración consciente.-
Se puede utilizar para equilibrar, para estimular
y para tranquilizar el estado de ánimo en general.
13. Relajación consciente.-
Resuelve la tensión física. Aumenta la energía
del Yo-experiencia. Serena el estado afectivo y mental.
14. Recreo.-
Elimina las tensiones superficiales de cualquier
clase que sean.
15. Atención central.-
Es la clave del desarrollo superior de la mente.
Por consiguiente, sus efectos son numerosísimos) todos ellos de suma
importancia.
16. Desidentificación.-
Es la clave, conjuntamente con la atención
central, de la verdadera madurez de la personalidad.
Desde luego, en el texto se han expuesto otras muchas
técnicas, prácticas y normas con diversas finalidades que quedan
debidamente especificadas en su lugar. Pero para los efectos de
simple recordatorio, bastan las enumeradas.
¿Qué
es lo que se desea conseguir?
La primera cosa que se ha de hacer para elegir una
técnica, es definirse concretamente a sí mismo qué es lo que se
está buscando, lo que se desea conseguir. Muchas personas sienten la
inquietud de buscar algo, pero no llegan a determinar con precisión
qué es ese algo, sea por falta de suficiente objetividad, sea porque
el problema no tiene aún suficiente relieve. También es posible que
uno busque muchas cosas; tantas, que no sabe cómo
ni por dónde empezar, en cuyo caso se impone establecer una
jerarquía precisa de los deseos. A unos y a otros les puede ser útil
examinar con calma y atención el siguiente cuadro progresivo de
objetivos, a fin de poder precisar mejor su verdadera posición.
1. Resolver estados accidentales
de tensión.- Se trata de
eliminar los malestares transitorios causados exclusivamente por
determinadas situaciones temporales que actualmente uno se ve
obligado a afrontar. Por lo tanto, no se trata de modificar
sustantivamente su personalidad, sino tan sólo de que recupere
nuevamente su estado anterior o que pueda adaptarse a la nueva
situación.
La solución estriba en aplicar una o varias de las
técnicas enumeradas anteriormente en los capítulos 11 al 14, o
algunas otras de las descritas en el capítulo 15.
2. Mejorar su rendimiento en
determinado sentido.- Si busca
la mejora en un sentido general, tiene que practicar en especial la
actitud positiva, la atención central y la autosugestión. Si la
mejora se refiere a una función determinada, además de las
indicadas deberá utilizar la técnica más idónea para el caso de
que se trate: Raja-Yoga, organización de la mente, pensamiento
intuitivo, relación interpersonal, etc.
3. Solucionar cualquier forma o
derivación de los estados de inseguridad.-
La persona busca en este caso suprimir de un modo
efectivo y permanente un estado
crónico de inseguridad, de miedo, inferioridad, angustia,
agresividad, etc. El trabajo ha de ser más laborioso y profundo, de
acuerdo con lo señalado principalmente en los capítulos 8 al 12.
4. Encontrarse a sí mismo.-
Se trata de vivir centrado desde el eje
Yo-experiencia. Con ello se alcanza la verdadera sinceridad,
simplicidad, autenticidad y espontaneidad. Para alcanzar esta
autorrealización debe seguir el mismo camino señalado para el caso
anterior (capítulos 8 al 12), pero hasta alcanzar una mayor
profundidad en el proceso de transformación interior. Paralelamente,
ha de practicar con mucha intensidad la atención central y la
desidentificación.
5. La realización espiritual.-
Como decíamos en la introducción de este libro,
la realización espiritual se alcanza cuando se conecta de un modo
estable la mente consciente con alguno de los niveles superiores, sea
a través de la vía mística o amor espiritual, sea por el camino
del discernimiento o camino de la sabiduría, o, en fin, por el
sendero de la belleza y de la armonía y absolutamente toda la
estructura de la vida personal se organiza alrededor y al servicio de
estos valores superiores.
Para que esta realización espiritual sea completa, se
requiere también la limpieza total de los conflictos importantes que
pudieran existir en el inconsciente. Los medios principales de las
varias formas de desarrollo espiritual los hemos mencionado ya:
auténtica vida religiosa, meditación, concentración yóguica,
creatividad aplicada, desarrollo superior de la mente y de la
afectividad, servicio al prójimo
y otras varias prácticas que se encontrarán diseminadas en diversas
partes del libro.
Una vez determinado el objetivo concreto que se desea
alcanzar, se tendrá al mismo tiempo una idea de las varias técnicas
que pueden conducir a él. Pero en la elección definitiva hemos de
tener en cuenta otro factor importante: la naturaleza y modo de ser
de la persona.
Las
técnicas según el modo personal de ser
La naturaleza de cada persona ha de desempeñar un papel
importante en la adecuada elección de las técnicas a seguir. Las
diversas tendencias temperamentales y las varias formas
caracterológicas exigen a menudo medios muy diferentes para llegar
al mismo objetivo básico. También son factores personales
importantes la edad, la
salud, el tiempo disponible y las posibilidades ambientales.
Pero dentro de estos factores de carácter personal, hay
especialmente uno que tiene gran importancia en la correcta elección
de técnicas de trabajo interior. Nos referimos al grado de cohesión
y solidez que tienen en la persona el nivel mental de su
Yo-experiencia y el Yo-idea. Es decir, de la fuerza y estabilidad con
las que la persona vive la noción de sí misma.
Hay, en efecto, personas con un Yo débil, y otras con un Yo fuerte.
Y las técnicas requeridas en cada caso son completamente distintas.
I.
Personas con un Yo débil
Hay personas con una conciencia de sí mismas débil,
dispersa, muy influenciable, con escasa cohesión y poca capacidad.
A estas personas, en principio, no les conviene intentar
actualizar impulsos reprimidos, ya que puede resultarles peligroso,
por aumentar la dispersión de su Yo.
En efecto, el contenido de impulsos reprimidos aparece
como energía aparte del Yo y, al aflorar al consciente, escindiría
más aún su unidad interior.
A este tipo de personas lo que
les conviene antes que nada es reforzar su noción del Yo. No importa
que la idea que el sujeto tiene de sí mismo sea distorsionada,
conduciendo a error y originando problemas. Es esta noción que cada
individuo tiene de sí mismo la que debe reforzar, porque sólo
cuando dicha noción se afirme y adquiera vigor podrá manejar otras
fuerzas que le permitirán modificarla, mejorándola y
transformándola.
La conciencia del Yo se presenta, pues, en este tipo de
personas como puente de paso del todo indispensable para poder
manejar luego energías. Es el núcleo alrededor del cual se va a
estructurar todo el psiquismo, y si este eje no adquiere la debida
consistencia, peligrará toda edificación posterior.
¿Cómo reforzar la conciencia del Yo?
El Yo se consolida con la experiencia de situaciones que
el sujeto vive en primera persona. Todo lo que
«yo» hago conscientemente, no automáticamente, integrado con mi
mente consciente, se suma y converge en mi
conciencia de mí mismo: la descarga de energía, la acción y la
idea de la situación, estos tres elementos se integran en la
conciencia del Yo. La forma de reforzar la conciencia del Yo
consistirá, por tanto, en repetir experiencias que se vivan en
primera persona.
La eficacia de las experiencias para reforzar la
conciencia del Yo depende:
1.° De la mayor conciencia con que
se vivan las situaciones.
2.° De la mayor cantidad de energía que el sujeto
pueda vivir en primera persona.
3.° De la positividad que tengan estas experiencias.
Cuando conseguimos que una persona realice actos con
mucha atención, que maneje mucha energía en primera persona y que
sus experiencias sean además
muy agradables y positivas, establecemos la base para que dicha
persona consolide su conciencia de sí misma.
En una palabra, la persona que tenga un Yo débil
precisará hacer prácticas que le proporcionen este tipo de
experiencias.
¿Qué prácticas debe realizar?
Entre las técnicas
de que antes hemos hablado, son útiles para reforzar la conciencia
del Yo:
1. El yoga físico, en cuanto obliga a tomar conciencia
de sus propios movimientos, de su energía psíquica, con mucha calma
y reflexión. Por lo tanto,
determinados tipos de ejercicios físicos de yoga y determinado tipo
de respiración, que aumentan la carga energética interna, y que la
persona siente en su interior como algo propio.
2. Prácticas de concentración o de autosugestión, en
las que uno pueda afirmarse a sí mismo en el valor positivo que
desea poseer: «Yo soy una persona segura, yo soy energía, me siento
con más fuerza, con más decisión», todo lo que son fórmulas
referidas a sí mismo, de cualidades básicas.
3. Situaciones en ambientes que sean propicios al
interesado. Puede practicarse en grupos -reunidos con este fin-, en
los que la persona tiene ocasión de poder hablar y sabe que cuenta
de un modo incondicional con el respeto, la aprobación y la
aceptación de los demás. O en un tipo de psicoanálisis en forma
dialéctica. Son experiencias positivas por medio de las cuales puede
ir expresando sus vivencias y cuenta con un contacto vivo, positivo
con otras personas que le escuchan.
4. El ejercicio físico en general, vivido en primera
persona, ejecutado con calma y reflexión. No sirve, por ejemplo, el
fútbol, por la precipitación que lleva consigo, pues impide la toma
de conciencia lenta y despaciosa y no deja apenas sentirse vivir a
uno mismo. Sí en cambio el excursionismo o el atletismo. Lo esencial
es incorporar en la conciencia la sensación del esfuerzo realizado.
5. También es muy eficaz e interesante para fortalecer
la conciencia del Yo interpretar papeles en representaciones
teatrales. Todo el mundo es normalmente más capaz de realizar
cualquier clase de actos en tercera persona, poniéndose en lugar de
otro, que en primera. Pero si, por medio de una representación
teatral, llega a vivir situaciones en tercera persona que no puede
vivir en primera, con el tiempo tomará conciencia de estas energías
que le capacitan para adoptar las actitudes de los personajes,
incorporándolas a su Yo.
II.
Personas con un Yo fuerte
Hay personas con una conciencia sólida de su Yo, que
mantienen su cohesión individual ante las situaciones, aunque sean
desagradables y les hagan sufrir. Lo importante es que aun en estos
casos de vivenciación adversa, no pierden su noción de sí mismas;
se sienten vivir como muy desgraciadas, pero viven la situación en
perfecta unidad interior, lo que indica que el Yo es fuerte.
Estas personas pueden practicar las técnicas de
descarga de energías del inconsciente, siempre que lo hagan de un
modo progresivo, lento y que al mismo tiempo estas energías se
integren en el consciente y transformen la actitud mental. Sin esta
condición tampoco sería aconsejable.
Las personas con un Yo fuerte pueden responder a varios
tipos, que estudiaremos por separado.
1.° Personas en las que predomina la inhibición. A
pesar de vivirse intensamente, con mucha energía, exteriormente no
lo parece: tienen miedo a manifestarse y se sienten bloqueadas.
En este caso, el objetivo es conseguir que, en lugar de
quedarse encerradas en el acto de pensar y especular, pasen a la
acción. Hay que descongestionar energías, educar la actitud de
contacto, salir de sí mismas, abrirse, relacionarse.
No deben pensar en sus problemas, sino que han de
actuar. ¿Qué entendemos por actuar? Hacer cualquier cosa, lo que
sea y por insignificante que parezca, pero hacerla conscientemente.
Si en su vida cotidiana se ven precisadas a desarrollar una intensa
actividad, pero la llevan a cabo de un modo mecánico, su mente
consciente forma un circuito cerrado y la energía desplegada no se
transforma; no cabe la interacción, es decir, una dinámica de las
energías dirigidas al exterior.
Para que se abra el circuito y la energía adquiera
dinamismo es condición indispensable que el sujeto actúe
conscientemente, con lo que abrirá la puerta para establecer el
contacto con el exterior. Al principio resulta muy difícil, pues la
mente atiende más a lo interno que al hecho externo; cumple su
obligación, habla, responde, se mueve, pero no se entrega, no se
comunica de verdad, se mantiene dentro.
En la práctica, para conseguir esta apertura, es
conveniente empezar por el contacto en el nivel emocional; resulta
más eficiente, porque las principales energías que están
bloqueadas no son las ideas, sino las emociones. El problema de la
represión lo encontramos siempre causado por emociones e impulsos a
los que no se ha dado salida. Por lo tanto, no es suficiente que la
persona hable y se exprese. Al requisito arriba indicado de que la
acción debe ser consciente hay que añadirle que sea además
sentida, es decir, expresión de algo vivido íntimamente; que la
palabra sirva a la vez como instrumento del pensamiento y del
sentimiento. No detenerse a pensar, a protegerse y defenderse, sino
aprender a expresarse a sí mismo del todo, aunque sea en pequeñas
dosis; que la apertura completa tiene lugar sumando pequeños actos
de abrirse, de dar, de manifestar un sentimiento o una emoción.
¿Técnicas para conseguir esto? Dentro de las técnicas
básicas, las mejores son:
Oración.
Contacto social basado en el interés por los demás.
Terapéutica grupal.
Psicoterapia individual, de tipo dialéctico.
Ejercicio mental de visualización.
Autocondicionamiento en el sentido indicado.
Todas estas técnicas producen la apertura al exterior.
El sujeto está condicionado negativamente; cada vez que intenta o se
le presenta una ocasión de tomar contacto, se desencadena el
automatismo que le dice: «¡Cuidado, precaución, ciérrate, huye!»,
y ha de aprender a adoptar la actitud contraria, por la que sienta:
«¡Quiero ser abierto, disfrutaré comunicándome, expresando cosas,
me sentiré cada vez más a gusto entrando en contacto con la gente,
dando salida a lo que siento!».
2.° El caso de las personas emocionalmente muy frías y
que parecen funcionar exclusivamente de acuerdo con la consigna:
mente y voluntad.
Hay personas que han desarrollado todas sus vivencias
alrededor de estas dos ideas, justamente por un problema de
inhibición emocional. Son personas de tendencia introvertida, con
temperamento de predominio mesodérmico; generalmente, acostumbran a
poseer una fuerte contextura de su Yo, desarrollando su personalidad
al mismo tiempo en torno de la inhibición del factor emocional, y de
la actualización de un profundo sentido del deber, de la disciplina,
de la voluntad, de la firmeza, etc., como imperativos categóricos.
Se han pasado toda la vida desvalorizando cuanto significa emoción y
dando importancia a la eficiencia, a lo práctico, a ideas y
decisiones prácticas; en la medida en que hayan bloqueado fuertes
contenidos emocionales, se encontrarán interiormente con graves
problemas y les costará más romper el cerco.
¿Qué prácticas deben realizar?
Les aconsejo sobre todo dos: yoga y relajación
consciente. El yoga cae dentro de la dirección de su actitud de
disciplina y esfuerzo, pero yendo seguido de la relajación, que será
la parte más eficiente de su disciplina, pues contrarrestará la
actitud de tensión y rigidez que mantengan. En el yoga y en la
relajación irán aprendiendo a encontrar dentro de sí mismos un
nivel de calma y laxitud, que después se irá haciendo extensivo a
todo su psiquismo. No se puede pedir que de improviso se desbloqueen
emocionalmente por medio de una técnica directa.
3.° Personas en quienes predomina de modo aparente la
agresividad: en seguida se molestan y reaccionan en contra y caminan
con la actitud retadora de quien en cada situación se dispone a
ganar una batalla. En su interior han ido formando una imagen
negativa, hostil del mundo que les rodea y se sienten obligadas a
defender su derecho a ser. De ahí que configuren su personalidad con
rasgos de una fisonomía irascible y agresiva.
¿Prácticas convenientes?
Mucho yoga físico.
Oración. Este tipo de personas suele estar en
condiciones de practicar bien la oración, porque están
acostumbradas a entrar fácilmente en contacto, aunque al principio
la hagan consistir en pedir cuentas a Dios.
Estudio, o quizá mejor, sesiones de análisis, en las
que vayan aprendiendo a ver y recapacitar sobre las ideas que tienen
del mundo. Esta práctica deben hacerla sobre la marcha,
seleccionando actitudes inmediatas y analizando los contenidos de
estas actitudes. La han de llevar a cabo en compañía de alguna
persona, preferentemente de un psicoterapeuta.
En cualquier caso tienen que subrayar que conviene
acompañar toda práctica del estudio y de la reflexión, que aportan
una suma de ideas constructivas sobre sí mismos y sobre el inundo.
Ha de ser un estudio auténtico, de cosas positivas, no de teorías o
hipótesis.
Muchas veces el sujeto no puede ver con objetividad si
tiene un Yo fuerte o débil, juzgándose con uno
u otro según las ocasiones. Lo mejor será acudir a quien pueda
sacarle de dudas, diagnosticando sus características psíquicas y
orientando su trabajo. O, de no ser posible, se puede seguir un plan
general en el que de un modo proporcionado intervengan las
principales técnicas de que hemos hablado. Practicándolo, utilizará
todos los valores positivos de las técnicas, y él mismo, al cabo de
un tiempo, dos o tres meses,
de trabajo diario, estará en condiciones de juzgar qué es lo que
mejor le va. Donde encuentre mayores dificultades, habrá aprendido a
distinguir si se debe a una resistencia psicológica que tiende a
evitar un esfuerzo, o si es
que realmente esa técnica no responde a la marcha natural de su
desarrollo psíquico.
En principio, este plan, que voy a exponer a
continuación, puede aconsejarse a todo el mundo que esté sano
física y mentalmente, en el sentido vulgar que se da al término
salud. Quien padece algún trastorno mental, aunque sea leve, no debe
realizar ninguno de estos ejercicios sin el asesoramiento de un
psiquiatra.
Está compuesto pensando en las personas que de verdad
quieren trabajar, porque consideran que entre los problemas que
tienen planteados el más importante de su vida es resolver su
inseguridad. Valorándolo así, se sitúan en la mejor disposición
para enfrentarse con el esfuerzo de realizar con el debido interés y
constancia el trabajo que les conducirá a conseguir su objetivo.
Plan
de trabajo interior
Mañana (1/4
de hora)
Prácticas:
Hatha-Yoga.
Respiración completa.
Meditación sobre la cualidad básica que quieren
actualizar.
Relajación.
Oración.
Mediodía
Unos minutos de aislamiento y recogimiento, para
aprender a centrarse y sentirse a sí mismo vivir -yo
soy energía-. Afirmar lo que es verdad y
positivo de modo que lo sienta vivenciarse en todos mis niveles, es
tomar conciencia de lo que soy.
Tarde
Autocondicionamiento sobre la misma cualidad básica.
Estudio y meditación: 15 minutos.
Noche (antes
de dormirse)
Ejercicio de retrospección.
Durante el día
Práctica de atención y relajación parcial.
Durante el día interesa aprender a estar más despierto
y menos tenso. Por eso, siempre que uno se acuerde, atención
central. Se controla su frecuencia y eficacia con sólo practicar por
la noche el ejercicio de
retrospección. Además, durante el día conviene repetir siempre que
uno se acuerde frases como éstas: «Yo soy energía», o «Yo vivo
con entusiasmo», etc., u otra afirmación de tipo positivo y
dinámico para que llegue a la mente inconsciente y neutralice todas
las sugestiones negativas que existen dentro. La única diferencia
entre las de dentro y éstas estriba en que las primeras no las
hemos escogido, sino que las han ido
introduciendo las circunstancias, mientras que ahora somos nosotros
quienes libremente creamos nuestros condicionamientos. Así que tan
eficaces son unas como otras, y en nuestra mano está el hacernos con
los estados interiores que nos propongamos vivir.
Una visión panorámica de todo el conjunto de prácticas
y la comprensión del móvil de cada ejercicio hacen ver que el plan
afecta a todo el psiquismo, desbloqueando la energía y educando la
actitud con relación a los demás, condicionándonos con ideas
positivas y aprendiendo a estar en todo momento despiertos. En otras
palabras: producen una auténtica integración de la personalidad,
puesto que influyen en ella desde todos los ángulos consiguiendo que
el Yo vivencie la energía que se
hace correr por todos los niveles del psiquismo humano.
En el ancho y variado paisaje de la vida diaria tenemos
también a mano multitud de ocasiones de corregir nuestras actitudes
y profundizar en nuestros niveles superiores, sin necesidad de
recurrir para ello a técnicas determinadas.
Los mismos principios que rigen en las técnicas, bien
comprendidos, son aplicables a la infinita gama de circunstancias de
nuestra vida.
De ordinario, lo que suele ocurrir cuando nos absorben
nuestras preocupaciones y nuestros problemas interiores, aunque sea
inconscientemente, es que, al centrarnos en nuestro Yo idea, éste se
hincha y todo lo nuestro toma proporciones exageradas. Perdemos el
sentido real de la perspectiva de las cosas.
Por eso, es de efectos muy interesantes empezar a
escuchar con toda atención y a interesarnos de veras por los demás,
aunque uno mismo esté lleno de problemas y se sienta muy inseguro.
Así se educa una actitud nueva, que pone en funcionamiento niveles
reales de nuestro psiquismo y se deshinchan automáticamente nuestros
problemas artificiales. Uno se siente más fuerte a medida que toma
conciencia de experiencias vitales, reales y efectivas, de esta
índole, y se da cuenta de que sus propios problemas no tenían la
importancia que les atribuía antes.
Lo mismo podemos decir de nuestras conversaciones; si
estoy hablando, defendiendo una idea, o exponiendo o comunicando
algo, cuanto más plena sea mi conciencia interna de que soy yo quien
estoy diciendo esto o haciendo aquello, más actualizaré y reforzaré
esta conciencia de mí mismo.
Si empiezo a adoptar con cada persona con quien trato la
misma actitud de prestarle toda mi atención y todo mi interés, como
si se tratara de mi propia vida, siendo consciente de ello, entonces
todo yo comenzaré a actualizar mi personalidad en cada situación,
logrando idénticos resultados que con la práctica de las técnicas.
No obstante, las técnicas son importantes, y aun
necesarias, porque es muy difícil conseguir obrar del modo
explicado, por estar acostumbrados a hacerlo todo como autómatas,
según los condicionamientos habituales; y las técnicas sirven para
hacernos cargar enérgicamente el acento sobre la actitud correcta,
en la que profundizamos y que se nos va manifestando, facilitándonos
luego reproducirla sin errores en nuestra vida diaria.
25.
ETAPAS, SEÑALES DE PROGRESO Y DIFICULTADES EN EL CAMINO DE LA
AUTOLIBERACIÓN
En los capítulos precedentes quedan expuestas un
conjunto de técnicas que constituyen medios eficaces en el difícil
camino de la autorrealización. El hombre verdaderamente deseoso de
conseguir la plena realización de sí mismo, que practica
debidamente y con asiduidad dichas técnicas, llegará a esta meta.
No cabe duda que, a este fin, le servirá también de
ayuda y estímulo el conocer de antemano el camino, es decir, las
etapas por las que ha de pasar, así como saber cuáles son los
puntos de referencia con los que confrontar su trabajo para
cerciorarse de que sigue adelante, y no pierde el tiempo con pasos
inútiles por senderos desviados. De igual modo, especialmente al
principio, irán surgiendo dificultades, que es preciso saber
descubrir para que no sirvan de estorbo, antes bien, se transformen
en nuevo estímulo al comprobar que estaban previstas y que no
suponen ni su ineptitud personal para seguir estas técnicas, ni
mucho menos un argumento en contra de la eficacia de las mismas. Es
lo que me propongo en este capítulo, que viene a ser una especie de
guía o plano para no perderse por los caminos del trabajo
psicológico y evitar el peligro, siempre al acecho de cuantos se
proponen meterse por las andaduras interiores de cualquier clase de
autoperfeccionamiento, de mirar atrás y retroceder tras los primeros
pasos.
Etapas
y señales de progreso interior
Naturalmente, cuanto vamos a exponer
sólo tiene lugar si existe un auténtico trabajo interior, es decir,
si se llevan a la práctica las técnicas propuestas. Pues únicamente
entonces se verifican las transformaciones interiores de que vamos a
hablar.
Primera etapa.- Cuando
una persona empieza a trabajar, nota muy pronto
una serie de sensaciones nuevas, que nunca había experimentado
antes, de satisfacción, de euforia, de optimismo y alegría; se
siente entusiasta y contento y tiende a creer que tiene ya la
transformación de su interior al alcance de la mano. Esta primera
etapa, que produce en el sujeto la impresión de un serio adelanto y
progreso, acostumbra a durar de quince días a dos meses.
Causas.- Las
técnicas han rascado un poco
la superficie de la actitud mental consciente anquilosada y rígida y
el solo hecho de atisbar actitudes desconocidas y espontáneas causa
una sensación de frescor, de vida y consiguientemente de novedad muy
agradable. Además, desde la decisión tomada de trabajar en serio,
el sujeto adquiere la impresión de que ya no camina a remolque, sino
que ha empezado su verdadera transformación y la
simple posibilidad de que esto sea cierto
vigoriza el optimismo y hace tomar conciencia de los más pequeños
cambios y sensaciones.
En realidad, esta primera fase lo único que hace es
compensar momentáneamente el «Yo». Con una comparación expresaré
mejor mi idea: si a una persona que anda con graves preocupaciones
económicas le toca el premio gordo de la lotería, este hecho no le
resuelve los problemas interiores de tipo psicológico que tiene
pendientes, y sin embargo, se siente más eufórico, más satisfecho,
con una sensación de poder y de firmeza y una capacidad de acción
más eficientes que nunca. En
otras palabras: la satisfacción es sólo
momentánea, obra a modo de compensación y en
cuánto pasa, los problemas aparecen de nuevo con toda su vigencia.
De modo semejante, los primeros pasos en el trabajo interior son una
compensación al Yo, que dura mientras el sujeto está bajo la
impresión inmediata de novedad que le han causado las sensaciones
experimentadas en la práctica de las técnicas.
Segunda etapa.- Cuando,
transcurridas las primeras semanas de práctica, los ejercicios
pierden el carácter de novedad que en un principio los envolvía y
las sensaciones ya no se renuevan; cuando, sobre todo, el trabajo
interior amenaza no sólo ya con rascar, sino con empezar a desmontar
de veras la estructura artificiosa del Yo, mejor dicho, de la idea
del Yo, entonces hace su aparición una reacción inconsciente de
oposición, contraria a proseguir el camino emprendido, que se
traduce en desgana, antipatía por el ejercicio, pereza en proseguir
su práctica, malestar e incomodidad ante la
nueva situación. Es una etapa de pesimismo y
depresión, en la que se dejan de experimentar las sensaciones
anteriores, crece el recelo de que incluso se retrocede y nace en el
fondo una sensación de fracaso. Es aquí donde la mayor parte de las
personas retrocede y abandona el trabajo.
Todo ello tiene su origen en un doble hecho: primero, en
la desaparición natural de la sensación de novedad a
medida que se ha ido avanzando y creyendo conocer
el camino. Pero sobre todo en la alarma inconsciente que se despierta
en el Yo ante el peligro, indefinidamente presentido, de salir
afectado o lesionado en algo muy suyo. El mecanismo de autodefensa
del Yo funciona promoviendo una serie de dudas y preguntas escépticas
o críticas formuladas en el interior, con el objeto de inhibirse y
abandonar finalmente el camino emprendido. Es natural, si se tiene en
cuenta que, al fin y al cabo, el Yo-idea es un modo que tenemos de
vivirnos, bueno o malo; en realidad siempre más bueno que malo,
dadas las condiciones en que lo hemos ido viviendo; quiero decir, que
ha llegado a ser no sólo algo nuestro, sino más aún, la expresión
de nosotros mismos. De ahí que en el momento en que esa estructura
mental, que ha sido la
nuestra, que la hemos considerado nosotros mismos, como nuestro Yo,
se siente amenazada en lo más profundo, entonces -aparte de la idea
que nos ha guiado y del proyecto concebido y ya en marcha de
realización, de llegar a algo mejor-, lo que de verdad estamos
empezando a sentir es que vamos a dejar de ser lo
que éramos. Esta alarma no suele apreciarse en
el consciente y la respuesta defensiva tampoco es abierta, sino que
se reviste del ropaje de una argumentación racional, con la que
tratamos de disuadirnos de seguir adelante.
Durante esta segunda etapa apenas se experimentan
sensaciones nuevas. Y no obstante, la transformación está ya en
marcha. El hecho de que no se perciba en el consciente sólo se debe
a que ocurre en niveles profundos, los cambios se echan de ver cuando
después de algún tiempo una mirada retrospectiva compara los
estados y actitudes actuales con los de hace seis meses o un año.
También ocurren a veces efectos sensacionales, pero no
es lo normal; el trabajo es tanto más profundo y sólido cuanto más
lento parece, a condición de que se trabaje intensamente; se trata
de algo tan importante como una nueva estructuración de energías y
reorganización del mundo inconsciente y del consciente. Y es por
necesidad tarea silenciosa y pausada. Pero esto entra ya en la
tercera etapa.
Señales de avance interior en esta segunda etapa son:
1. La primera, la misma ya antes citada de sentirse de
nuevo acuciado por los problemas que parecían haber entrado en vías
de solución y advertir que todo vuelve a su viejo cauce de malestar,
que incluso reaparecen preocupaciones y miedos tiempo atrás ya
olvidados. Aunque parezca lo contrario, es ésta una señal de que se
avanza, semejante a la fase resolutiva de una enfermedad, cuando
empieza a subir más la fiebre para luego ceder, o a una hemorragia
que rebaja la tensión sanguínea: signo de saneamiento interior, de
desintoxicación mental. El interesado se siente más susceptible,
cualquier cosa le irrita o le hiere, como si todo él estuviese en
carne viva.
2. Una sensación esporádica, que aparece en los
momentos más inesperados, lo mismo yendo por la calle, que al
vestirse o estando sentado a la mesa, pero que suele ser breve, de
que algo está cambiando por dentro, sensación viva, fresca, suave,
remozadora, que cuesta identificar por ser nueva y variada, y que
indica que la conciencia se está abriendo a niveles más profundos
que empiezan a funcionar.
3. En los momentos más impensados y extrañándose de
ello uno mismo, comienzan a salir, en el trato diario con la gente,
reacciones espontáneas, de tipo expresivo o emocional, ideas,
ocurrencias, observaciones o risa que antes no habría brotado, por
mantener un control ya habitual o inconsciente con censura represiva
para lo espontáneo, o por un bloqueo insano y contrahecho del
interior, en los dos casos impidiendo la natural expresión de la
propia personalidad. Estas espontaneidades pueden consistir a veces
en un insulto o en una protesta indignada, es decir, en algo
negativo. No importa: evidencian que ha empezado el deshielo de
nuestra rigidez interior y que va quedando libre el camino hacia
dentro, que tenderá el puente de contacto con el exterior. No es aún
una actitud, es decir, algo permanente; dominan todavía los estados
anteriores, de cierre y control al trasiego de relaciones entre el
mundo personal y el Yo.
4. Es muy característico de esta etapa el sufrir
grandes oscilaciones y vaivenes emocionales. Tan pronto se siente uno
desalentado y deprimido, como lleno de euforia. Hablamos de altibajos
en relación con el estado más o menos equilibrado y estable que se
había llegado a construir con el continuo ejercicio de un
autocontrol de la conducta adaptado al patrón social del medio en
que se vive. El desbloqueo interior sensibiliza la conciencia y hace
reaccionar con más intensa alegría, buen humor y optimismo o con
mayor hostilidad, miedo y angustia, según los casos.
5. Aunque parezca paradójico, se gozan también
instantes, y aun pequeños períodos, de una paz y tranquilidad
desconocidas, como oasis escondido en el desierto que se atraviesa en
esta etapa, pero que nada tienen que ver con la pasividad interior.
Hay personas muy educadas y correctas que precisan pasar por un
período de exaltación, y cuando las defensas de su Yo empiezan a
deshacerse, lo que tiende a salir espontáneamente es este desatarse
de trabas y desahogarse, lo que no deja de asustar al sujeto, pues va
contra su Yo-idealizado y además le provoca conflictos con las
personas que están acostumbradas a considerarlo de otro modo.
6. Se adquiere una facilidad mucho mayor para comprender
a los demás, sin que suponga esfuerzo, participando de su modo de
ser y viendo como naturales actos que antes extrañaban. Es como si
se produjera un acercamiento hacia los otros, desde nuestro interior
al interior de ellos, el cual puede ser captado y registrado un poco
más. Se advierte esta sensación de proximidad y, sin necesidad de
explicaciones, uno se hace cargo y toma las reacciones de los demás
como mucho más naturales.
7. El sujeto puede manejar con mayor soltura y con
bastante tranquilidad problemas y situaciones que antes le
preocupaban mucho y que consideraba muy íntimos y privados, de tal
modo que ni siquiera se permitía a sí mismo recordarlos y los
reprimía en cuanto intentaban aflorar; mucho menos hablar de ellos
con nadie: tal era la gravedad que les concedía.
Se trata de problemas vividos con intensidad en épocas
lejanas de nuestra vida, y que entonces censuramos con la etiqueta de
«prohibida su rememoración». Por ejemplo, una acción grosera con
un hermano o violenta con los propios padres o familiares, o una
cobardía en el grupo de amigos, etc. O simplemente un mal deseo
hacia un familiar. Lo interesante en el caso no es la gravedad en sí
de estos hechos, sino la que nosotros entonces le concedimos y cómo
quedaron registrados en nuestro interior. Como para el inconsciente
no existe el tiempo ni la valoración moral, sino que allí se graban
las cosas en virtud de su propia fuerza, de la intensidad con que se
viven, hoy continúan dentro con la misma etiqueta de muy grave que
rotuló antaño su entrada. De aquí que el Yo se resista a querer
actualizar aquel problema. Cuando se logra, resulta, al enjuiciarlo
hoy, que con frecuencia no era más que una nadería. El inconsciente
está lleno de problemas así, que se conservan con la gravedad que
entonces les otorgamos; y cuando el sujeto logra pensar y hablar de
ellos, es que han dejado de estar hundidos en lo profundo del
inconsciente y han sido objetivados, separándose y
desidentificándose de la noción de él mismo y pudiendo ser
manejados y solucionados en lo que tienen de rémora para conseguir
el fin propuesto de madurez psicológica.
Como señal de avance, nos referimos aquí a que el
sujeto puede hablar cada vez con mayor soltura de estos problemas
personales que antes reprimía, sean de tipo sexual, de agresividad,
celos, ambición, etc.
8. Uno de los signos más característicos de adelanto
es el cambio progresivo, y mucho más acelerado que el inherente a la
edad, en la valoración subjetiva de las personas y cosas.
Si el interior va cambiando, es decir, si vive las
mismas situaciones de un modo distinto, aunque no llegue a darse
clara cuenta de ello, esto se reflejará necesariamente en su vida de
relación. Variará su valoración respecto de las personas, a
quienes antes consideraba de un modo y concedía una importancia,
ahora les ve sin fondo, sólo con apariencia; y por el contrario,
personas menospreciadas, vienen a ser objeto de atención, al darse
cuenta de valores escondidos en su interior, que antes le pasaban
desapercibidos. En realidad, la mutación es subjetiva, interior; es
él quien cambia y su cambio arrastra el de sus gustos y deseos.
Empieza a enfocar la existencia desde otro punto de vista. Se está
transformando la escala de valores interiores que habían regido
hasta ahora, y con ella se modifica también su aprecio y concepto
del mundo exterior.
Por esta razón experimentará la necesidad de
desplazarse del ambiente social anterior. El trato con los amigos de
antes deja de satisfacerlo; encuentra sin contenido las lecturas
acostumbradas; los espectáculos de su predilección ya no le dicen
nada, etc.; esto puede provocar una crisis, sobre todo porque,
recíprocamente, los demás también le encuentran extraño y como
desajustado. Sin embargo, no hay temor por este lado, pues en
realidad el cambio se verifica hacia un sentido de autenticidad, de
vivenciación de sí mismo, y a lo más desembocará en una ruptura
con el ambiente social anterior, obligándole a ponerse en contacto
con otro nivel social más en armonía consigo mismo. Ruptura que,
por lo demás, no suele ser violenta, sino suave y progresiva. Toda
persona se mueve en el ambiente social que está de acuerdo con su
densidad interior. A medida que se va descargando del lastre del
inconsciente, disminuye esa densidad y percibe que hay que construir
otro tipo de valoraciones, de amistades, otro estilo de vida, es
decir, se eleva en la escala social. Es muy posible incluso, que
cambie su situación económica y profesional.
9. La variación es a veces tan notable, que personas
que eran muy afectuosas se vuelven frías e indiferentes. Y por el
contrario las reservadas, serias y cerebrales, empiezan a
manifestarse cariñosas, expresivas o con espontaneidades y bromas
propias de un adolescente.
Todo esto es natural; son señales de progreso. En el
primer caso la afectividad era sin duda egocentrada, puro
sentimentalismo, es decir, el amor como protección del Yo. Y, al
trabajar interiormente, se borra y uno se siente frío como si no
amara, cuando lo que ocurre es que la profundización en capas más
hondas ha barrido el barniz superficial del sentimentalismo. Luego
aflorará el amor genuino. En el segundo caso, hace su aparición un
modo de ser que es el auténtico y que debió vivir desde hace muchos
años. Es una fase de transición, pues no puede arribarse de pronto
al estado que viviría ahora si hubiera comenzado entonces. Pero el
trabajo batirá records quemando períodos de tiempo en proporción a
su intensidad.
10. Por último, y como síntoma más fundamental, el
sujeto empieza a sentirse cada vez más a sí mismo, con una fuerza
nueva, independientemente de los eventos de su vida y de sus estados
de ánimo transitorios, y aun de los permanentes. Antes tenía una
conciencia de sí mismo que era la suma de las alegrías, tristezas,
intereses, educación, etc., de toda su vida. Ahora va cobrando
fuerza en su interior una sensación nueva de sí mismo: como ser
dotado de vida, de una vida borbotante, sintiéndose a sí mismo
vivir, aparte de las cosas y de los estados de ánimo, con el calor
de una fuerza íntima y de un fuego interior que es él mismo. Es una
experiencia nueva e indescriptible. Recuerdo a este propósito a un
señor que me decía no hace mucho, y que llevaba ya nueve meses de
trabajo interior ininterrumpido: «De verdad es una experiencia que
merece la pena, nunca me había sentido vivir;
ahora me siento en el núcleo de la vida, es un
descubrimiento permanente de mí mismo». Algo queda en el sujeto
para siempre, como centro de él mismo -aparte de los altibajos que
puede haber en sus relaciones exteriores- de lo que mana una fuerza
que le hace manejar y hacer frente a todas las situaciones, quedando
él independiente de personas y cosas. Hace lo que siente que debe
hacer, sin depender de nada ni de nadie. Van desapareciendo las
ataduras interiores provenientes de vivirse a sí mismo como suma de
afectos y opiniones de los demás, de estados de ánimo o de
experiencias anteriores condicionantes, y de las exteriores, que le
movían a hacer lo que pensaba que los demás aceptaban.
Pero todo esto no se contrapone a que mientras se siente
a sí mismo con mayor fuerza y con mayor libertad e independencia de
las personas y de las cosas, penetre más en el interior de las
personas, como ya dijimos en otro punto -estando más cerca de la
intimidad de los demás, aunque sin depender de sus reacciones
emotivas o intelectuales- y se haga cargo más objetivamente de las
situaciones y de las cosas.
Éstas son las principales señales que pueden
considerarse de progreso dentro de la segunda etapa. Hay que notar
que los altibajos emocionales y por lo tanto los estados afectivos
que se experimentan -de alegría, gozo o fastidio, etc. -, deben
mirarse con un poco de recelo como signo de adelanto, precisamente
debido a la inestabilidad propia de estos niveles. Los modos de
sentirse a sí mismo son los que dan la pauta, es decir, todas las
experiencias y vivencias profundas, porque éstas sólo pueden ser
resultado del trabajo interior.
Tercera etapa.- La
nota dominante de la fase anterior, la depresión y el pesimismo, se
va esfumando y comienza a abrirse paso una clara conciencia de que
algo por dentro empieza a ir bien; los resultados comienzan a
palparse. Los que han superado la prueba están satisfechos de los
frutos recogidos y difícilmente abandonan el trabajo, que abunda en
recompensas de plenitud interior, otorgándoles gozar de la vida como
nunca, porque se viven a sí mismos de un modo armónico. En esta
etapa se verifica la unificación de la mente y el psiquismo.
Como características principales, que son al propio
tiempo índices de progreso, podemos señalar:
1. El sujeto conserva de modo habitual la conciencia de
sí mismo, una conciencia positiva, agradable, constructiva. Este
estado interior se manifiesta en una total independencia de las
oscilaciones que pudiera provocar la variabilidad de las
circunstancias, lo mismo que incluso la de los estados de ánimo, que
oscilan como siempre -es inevitable-; pero predomina a través de
todo el sentirse a sí mismo de un modo permanente como centro
consciente y organizador de «lo demás». Se siente vivir, ya
normalmente, aparte de las grandes alegrías o de las grandes
tristezas o de las graves dificultades, en un nivel distinto al del
mundo emocional, que empieza a ser un nivel espiritual.
Esta persona se caracteriza porque adopta una actitud
abierta y positiva hacia la gente, con facilidad para el contacto,
con independencia del criterio de los otros. Puede, llegado el
momento, «cantar las cuarenta» a quien sea, sin inmutarse, o
plantear serios problemas, porque lo exige así la trayectoria de su
vida (no su egoísmo; con frecuencia será en defensa de derechos
ajenos). Quien posee una fuerza tal en su interior no es un ser
prefabricado que se adapta a todo o a lo que le conviene, ni el tipo
clásico de persona perfecta, según la versión vulgar que se ha
dado del hombre bueno, conformista y que a toda costa evita las
tensiones siguiendo los dictados de una prudencia de equilibrio y
medias tintas. La persona que se vive a sí misma con autenticidad es
palpitación viva en toda su actuación, de un vigor extraordinario
que no se deja modificar por nada, aunque se adapta en la medida que
las circunstancias lo permiten, pero sin depender de ellas. Viene a
coincidir con el tipo de hombre que posee autoridad y que es capaz de
dominar a los demás, aunque no despóticamente. Su interior no está
condicionado por las reacciones de los otros.
2. Esta fuerza no es bulliciosa ni tempestuosa; no mueve
a una actitud sin tregua, más bien es tranquila, reposada,
concentrada, enérgica. A medida que se va adquiriendo una
vivenciación más profunda de uno mismo, la fuerza interior se
remansa en un estado de serenidad interior. Es posible que el
temperamento incline al sujeto a la actividad, llevándolo a realizar
muchos o pocos proyectos; pero siempre, en el fondo de sí mismo,
vivirá en paz, en el mismo lugar. Una cosa es el movimiento de los
instrumentos que maneja, sus mismas facultades y otra la agitación
interior, que en esta etapa ya no existe.
3. Una señal muy práctica para discernir el progreso
espiritual es la capacidad de comprensión de los demás. A mayor
maduración interior, una visión más rica y una comprensión más
honda de los demás. Y por consiguiente una convivencia más próxima,
y en actitud positiva, no de dependencia.
Se trata de un avance en profundidad sobre la
característica explicada en el punto 6 de la segunda etapa. El
sujeto vive en su centro, según es él, y deja a cada cual vivir a
su modo, comprendiendo que cada uno esté en una fase distinta de
desarrollo o de estancamiento, sin interferirse en su vida, pero
admitiéndola positivamente, y sintiéndose, en su área de
relaciones, próximo a todos. Puede incluso darse el caso de que
alguien no le sea simpático ni agradable -pues es cosa que depende
de una afinidad caracterológica o temperamental, sin que intervenga
la voluntad-, y entonces, aunque no le guste su trato, comprende no
obstante su modo de ser y admite que sea así y no de otra forma, sin
incomodidad ni menosprecio.
Normalmente, nosotros valoramos a las demás personas a
través de sus manifestaciones exteriores. Es un error que vamos
corrigiendo a medida que nos sentimos vivir interiormente, aumentando
nuestra seguridad y por lo tanto desapareciendo nuestra necesidad de
depender de los demás. Precisamente porque uno vive este nivel de
seguridad, participando en el núcleo de la vida, común a todos los
seres, es por lo que ve más relativo el nivel externo personal, de
ideas, hechos, carácter, modo de vida, etc., y puede admitir que
adopte cualquier forma. Pero si uno depende de lo exterior, tiende a
observarlo y tratar de modificarlo de acuerdo con sus ideas, o de
adaptarse perdiendo la propia libertad de acción.
Así pues, nuestra capacidad de aceptar con naturalidad
el modo de ser de los demás y de comprenderlo refleja y sirve de
señal para conocer si aún seguimos cerrados, aunque sólo sea en
parte (en el caso de no poder aceptar la manera de ser de algunas
personas). Las personas vienen a ser como espejos en los que nos
reflejamos y que nos dicen el grado de nuestro adelanto.
4. Otra señal de progreso es la adquisición o el
aumento, que se efectúa de modo natural y progresivo, de un profundo
sentido religioso. Es decir, se sensibiliza la conciencia de Dios,
que se percibe no ya sólo a través de la fe, como idea a la que se
presta adhesión mental, sino a través de la experiencia, como algo
vivo que está en nosotros.
5. Finalmente, es también signo positivo en esta
tercera etapa el aumento de la paz interior, sea cual fuere el papel
que uno haya de desempeñar en la vida, encontrando plenitud en su
cometido, y conservando conciencia de sí mismo independientemente de
las cosas que pasan dentro o fuera.
Esta tercera fase puede durar meses y aun años. A
medida que se adelanta, crece la satisfacción interior y uno se va
encontrando perfectamente bien, hallando sentido a la vida y
saboreándola. Muchas personas se contentan con haber llegado hasta
aquí. Pero hay otras que no, necesitan algo más: en ellas se ha ido
despertando la exigencia de actualizar niveles superiores,
espirituales, de descubrir la realidad que trasciende la estructura
del Yo. Éstas deben seguir trabajando en la misma dirección hasta
tomar conciencia de los niveles superiores que su psiquismo, más
rico y sensible, les brindará. Para ellas existe una cuarta etapa de
desarrollo interior.
Antes de pasar a hablar en este mismo capítulo de las
dificultades que el ejercitante encontrará en su trabajo interior,
he de hacer unas advertencias sobre el valor que tienen tanto la
división en etapas que acabo de hacer como las
respectivas señales de progreso.
Para no inducir a error, al aplicar la división en
etapas a la marcha de uno mismo en su trabajo, hay que tener presente
que no se trata de compartimientos estancos, cada uno totalmente
separado de los demás de un modo
fijo y total, sino que con muchísima frecuencia se entremezclan,
alternándose aun en una misma semana la primera y la segunda etapa;
o se dan avances rápidos y luego retrocesos, etc. Es decir, que lo
que dejo indicado sirve solamente como norma general.
Además, esta división en etapas no
es aplicable a toda clase de personas. Hay tipos
temperamentales que no experimentan apenas ninguna de las señales de
progreso de la primera etapa, sino que se sienten más bien fríos y
casi sin estímulo durante todo su trabajo.
Dificultades
De modo general podríamos reducir las dificultades con
que se tropieza en el trabajo
interior, a las dos siguientes:
1.ª Encontrar el camino más adecuado a la propia
personalidad.
No debe ser el resultado de un consejo o
de una sugestión. Sino de una selección
interior, es decir, que el sujeto, entre varios caminos posibles ha
de elegir uno, no sopesando tan sólo razones, sino escuchando
también la respuesta de su inconsciente y de su intuición hasta
descubrir por cuál siente internamente mayor afinidad. El cultivo
interior debe seguir la línea trazada por el inconsciente, el cual
tiene en su mano el mayor número de datos acerca de nuestra
verdadera realidad, y que, a petición nuestra, nos colocará en
nuestra ruta.
2.a
La dificultad principal es la que surge de nuestro propio interior, y
que puede resumirse en una palabra: resistencias.
Cada persona es producto de los hábitos adquiridos en
toda su vida, y para cambiarlos se precisa utilizar constantemente
fuerzas poderosamente activas. Un hábito sólo se modifica con
muchos actos conscientes, continuados, hasta lograr una nueva actitud
habitual. Durante mucho tiempo se volverá a caer
una y otra vez todos los días en el estado habitual anterior, y
entonces vuelven a regir las ideas, las actitudes, intereses y
vivencias enlazadas con aquel estado, por desagradables que sean y
aunque a veces supongan al sujeto volver a vivir aprisionado en
angustias, temores y problemas. No se puede modificar en varios días
todo un estilo de vida construido tal vez durante años.
Es más, las personas que han vivido durante mucho
tiempo bajo el peso de graves problemas, cuando consiguen
resolverlos, echan de menos las preocupaciones y tensiones anteriores
y tienen tendencia a revivir lo pasado con el pensamiento y la
imaginación. Si actualmente no tienen ningún conflicto, sedo
inventarán o buscarán
estímulos artificiales que reproduzcan de algún modo aquellos
estados, como si les resultase insípido vivir sin ellos. Es que en
realidad la verdadera naturaleza de las dificultades no reside en
algo externo, sino en el mismo sujeto. Él tiene la impresión de que
con la solución del aspecto externo del problema acabarán sus
padecimientos y luego se encuentra con que no, justificando con
razonamientos falsos su nueva situación de malestar. Todo tiene su
origen en que él mismo funciona mal. Pero, por inteligente que sea,
es muy difícil que llegue a verlo, porque somos ciegos para nuestros
propios problemas, sobre todo cuando éstos son muy agudos. Este es
el motivo por el que no es camino correcto tratar de resolver los
problemas por la vía mental consciente, por la razón. La persona
afectada empieza por no reconocer lo que le dicen, porque no tiene
evidencia personal de ello, a pesar de ser el sujeto en que se
verifica el fenómeno.
Es, pues, preciso utilizar técnicas que transformen los
mecanismos inconscientes, que eduquen la actividad y que descarguen
la energía acumulada en puntos muertos que presiona contorsionando
las actitudes.
Para poder realizar el cambio de hábitos que modifiquen
nuestras actitudes, sería necesario mantener la mente consciente muy
despierta a fin de estar al acecho de la irrupción de los estados
anteriores, y además permanecer abierto a los que deseamos adquirir.
Pero esto es sumamente difícil. Por cada 5 ó 15 minutos que
pasamos, y con un gran esfuerzo, del todo despiertos y sintonizados
con la actitud deseada, continuamos las otras 23 horas del día en la
antigua actitud. Así que el cambio resultaría lentísimo.
Por eso las técnicas expuestas tienen el objeto de
abrir brecha en la atención, hasta lograr que la mente permanezca
abierta el mayor tiempo posible.
3.ª Otra resistencia tiene su origen en el miedo del Yo
a ver desaparecer las actitudes y el mundo de valores con los que
había llegado a identificarse, como si se tratase de un suicidio. Ya
hablamos sobre el particular al trazar las características generales
de la segunda etapa, en este mismo capítulo.
Se trata con frecuencia de conflictos que vivimos en los
años de nuestra infancia o juventud, y que, por haberlos conceptuado
entonces como graves y conservado como tales en el inconsciente,
nuestro consciente nos veda incluso su recuerdo. Para convencernos de
que esto es así no tenemos más que realizar el ejercicio llamado
«examen retrospectivo», y observaremos que durante el día estamos
seleccionando continuamente las palabras, los gestos, las actitudes,
los temas de conversación, aun las ideas. Prestando atención a este
hecho, descubriremos que si en un momento dado no hemos dicho tal
frase, se ha debido a que en ella veíamos cierto peligro, peligro
asociado a la alarma que se despierta en nosotros ante la posibilidad
de que se manifieste algo que tenemos reprimido dentro con el veto de
salida.
En el momento de proponernos realizar el trabajo
interior, notamos una tendencia a huir, y nuestra mente se convierte
en una fábrica de argumentos que justifican- racionalmente esta
huida: ideas negativas acerca del trabajo, al terrible esfuerzo que
tendríamos que realizar, de desconfianza de conseguir cambios
importantes, o contra la capacidad de las personas en quienes
confiamos. En el fondo todas éstas y otras razones provienen sólo
del miedo y de la tendencia natural a evitar todo lo que es
desagradable. Independientemente de la actitud consciente de buena
voluntad que uno tiene.
Esta dificultad sólo puede obviarse con una actitud
dispuesta por encima de todo a ir descubriendo los mecanismos
internos que hacen funcionar nuestro psiquismo en la práctica, para
saber distinguir entre las razones fundadas y las que sólo encubren
una huida, y de este modo poder neutralizar nuestra tendencia emotiva
a evitar enfrentarnos con las situaciones que nuestro inconsciente
censura por peligrosas, pero que nos llevarían a la solución
deseada.
Antes de terminar este capítulo, unas palabras acerca
de algunos puntos de interés, relacionados con lo expuesto.
1. El progreso interior es tanto más rápido cuanto con
mayor intensidad se experimenta la urgencia de cambiar. Y esto lo
mismo puede ocurrir si el malestar interno es muy grande que si es
pequeño pero se tiene de él una fuerte conciencia.
La mayor de las dificultades con que se tropieza en este
camino ya hemos dicho que es la de llegar a conocer el problema que a
uno le afecta y ver, por lo tanto, en qué dirección se podrá
encontrar la solución anhelada. Una experiencia profunda de vivir
con problemas induce a un gran deseo de ser de otro modo y es el
deseo precisamente el que dinamiza los cambios interiores, porque el
deseo surge de la energía interior que pugna por transformar la
situación y conseguir un estado psíquico nuevo. Lo que cada uno
quiera, no de un modo superficial, epidérmico, sino hondo, con todo
su ser, eso obtendrá. Quien de verdad tiene ganas de cambiar,
conseguirá su propósito precisamente en el mismo grado y dirección
de su deseo, porque el cambio es el resultado de este deseo aplicado
a la conducta. Y esta aplicación se verifica de modo automático,
incluso sin guía ni orientación; el mismo interesado, movido por su
deseo, va descubriendo el camino a seguir. En Oriente hay una máxima
muy significativa a este respecto: «Un buen alumno con un mal
maestro llegará a la iluminación, y un mal alumno aún con un buen
maestro no se moverá de sitio».
No depende el cambio de las enseñanzas recibidas, de
las verdades o de la ciencia, sino que es obra de la fuerza viva que
hay dentro y que impele y abre el camino. Su vivencia es el camino.
Las técnicas ayudan al deseo, a la voluntad decidida de andarlo con
mayor rapidez y más directamente, pero ninguna técnica puede
sustituir a la voluntad o a la necesidad. Nadie que no lo desee y se
lo proponga de verdad podrá cambiar.
2. Las dificultades que van surgiendo se van venciendo
cuando se las conoce como tales, sin identificarse con ellas. Para
ello es necesario vivir de continuo en un terreno de experiencia,
siendo conscientes durante el ejercicio, y manteniendo cuanto sea
posible la atención durante el día. Sólo así se evita caer en un
automatismo que inutilizaría la práctica de las técnicas,
convirtiéndola en pura mecánica rutinaria y de efectos muy
reducidos.
La persona que vive conscientemente se da cuenta de todo
el proceso y puede emprender por sí misma el camino.
3. Ya hemos indicado varias veces que es bueno contar
con la ayuda de alguien que con su consejo nos oriente. No para
quedar pendientes de él considerándolo un apoyo en nuestra
inseguridad, sino para contrarrestar en ciertos momentos la postura
vieja en nosotros que nos inclina a actitudes indebidas y para
servirnos de criterio sobre si damos pasos en firme o en falso.
Ha de ser una persona que tenga experiencia, es decir,
que ella misma haya andado conscientemente este camino interior; de
otro modo, aunque tuviera mucha ciencia, no sabría darnos razón de
lo que ocurre, del cómo y del por qué.
Pero hay que evitar el riesgo de que el discípulo
adopte una actitud devocional, de amparo y de seguridad hacia su
maestro. Y, entonces, en la medida en que busca consuelo en el
maestro, deja de apoyarse en su realidad interior, perjudicando
gravemente su progreso, pues es condición indispensable que el
sujeto asuma toda la responsabilidad por sí mismo y viva en nombre
propio. El maestro sólo tiene como misión señalar un camino y, a
lo más, dar la mano en algunos momentos. Pero dejando siempre a
salvo la personalidad del alumno y el sentido de autodesarrollo de
todo su trabajo. El verdadero y único maestro es Dios en nosotros,
al que hay que llegar a través de nuestros niveles espirituales.
Cualquier otro tipo de guía o ayuda no ha de ser más que un
sustituto provisional, un apoyo temporal del que hay que prescindir
cuando la misma vida nos anima directamente y nos orienta para que
sigamos por nuestro camino, que es también el suyo.