LA PERSONALIDAD CREADORA. PARTE1


Antonio Blay



LA PERSONALIDAD
CREADORA



Técnicas psicológicas y
liberación interior




Editado en español en 1963 y 1992




PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN

La personalidad creadora es, tal vez, la obra más importante de Antonio Blay. Agotada su primera edición hace ya bastantes años, ha sido solicitada reiteradamente por los muchos estudiosos de las enseñanzas de A. Blay. Es por ello que tenemos una gran satisfacción al poder presentar este libro considerado un «clásico» del maestro, sabiendo la gran acogida que le dispensarán sus antiguos discípulos y los nuevos lectores de sus libros, con la convicción de que se trata, seguramente, de la obra más completa del autor, desde el punto de vista técnico-didáctico.
La revisión del texto la ha realizado Miquel Martí, discípulo y amigo de A. Blay, siguiendo fielmente los criterios manifestados en repetidas ocasiones por el propio autor, así como las indicaciones escritas a mano en las páginas del ejemplar que él usaba. Vaya desde aquí nuestro reconocimiento al trabajo de M. Martí que de una forma altruista y desinteresada ha preparado la mayoría de las obras de A. Blay editadas en nuestra editorial. Su trabajo ha permitido salvar del olvido gran parte de la obra del maestro que, de otro modo, corría el peligro de permanecer inédita o desconocida para los nuevos estudiosos de su enseñanza, la cual va llegando progresivamente a sectores de público cada vez más amplios.
Esta obra trata de un modo exhaustivo todos los resortes de la personalidad: el Yo-idea, el Yo-experiencia, el inconsciente, las represiones, la tensión, etcétera. Y aporta un compendio completísimo de las distintas técnicas dirigidas a la autorrealización: Hatha y Raja Yoga, relajación profunda, autocondicionamiento, oración, despertar de la intuición, etcétera; también trata de un modo profundo y original el tema de la escisión de la energía psíquica, ofreciendo las soluciones para su integración en una personalidad verdaderamente creativa.
Al final de la obra se presentan unos esquemas de trabajo, así como las orientaciones en la forma de aplicarlos, ya que ésta debe ser distinta según el tipo de personalidad de quien los ponga en práctica.
Sinceramente, creemos que con la publicación de este libro cumplimos un compromiso, voluntariamente contraído, con todos los seguidores de la obra de Blay.

LOS EDITORES

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

Este libro ha sido escrito para los descontentos inteligentes. Es decir, para todos aquellos que estando disconformes con su modo de ser actual, piensan que debe existir alguna manera de modificar sustantivamente su personalidad, en el sentido de alcanzar una mayor expansión de sus recursos y una más profunda vivencia de la propia plenitud. Para aquellos que no se encierran en el rígido caparazón de sus ideas y actitudes cristalizadas, y están dispuestos a emprender un trabajo definido para alcanzar una liberación interior de temores, prejuicios, encogimientos, incertidumbres, dudas y perplejidades. Para los que presienten la posibilidad de un vivir pleno, maduro, creador, lleno de sano positivismo y rico de significado. Para los que anhelan respirar hondamente sin trabas interiores, que desean comprender el sentido de la propia vida y que son capaces de luchar para llegar a vivirla de un modo total.
Pero no pretende ser éste un libro de divulgación filosófica ni religiosa. Ni tampoco pertenece propiamente a la llamada «literatura estimulante», aunque sus resultados, espero, tendrán este efecto en alto grado. El pleno aprovechamiento del contenido del libro no requiere en realidad adhesión a ninguna idea en particular, ni siquiera a las expuestas en el mismo. Este es, básicamente, un libro de técnicas psicológicas y el resultado que se obtenga será exactamente proporcional a la clara comprensión de tales técnicas y a la correcta ejecución de las mismas.
La eficacia de cuantas técnicas aquí se exponen -sacadas en su mayor parte de la tradición oriental- ha sido exhaustivamente demostrada por los millares de personas que desde tiempo inmemorial se han venido beneficiando de las mismas. Muchas de las técnicas de Oriente, no obstante, son aquí, en nuestra cultura occidental, escasamente conocidas, por lo que es inevitable que parezcan, sobre todo al principio, algo extrañas y desproporcionadas a los efectos que se afirman producir. No obstante, a medida que personalmente se pongan en práctica, se irá comprobando la certeza de los conceptos que las fundamentan. Y casi se puede afirmar que es éste el único modo seguro de llegar a tales evidencias.
Los temas aquí desarrollados son los mismos que integran los cursos que desde hace varios años vengo dando para el público en general en el Centro de estudios y aplicaciones psicológicas DHARMA. Algunos capítulos no son más que otras lecciones transcritas de la cinta magnetofónica y adaptadas luego a la palabra escrita. Esta es la razón de algunas deficiencias que puedan observarse en la presentación del libro, especialmente en cuanto a estilo y a ciertas reiteraciones en algunos temas. No obstante, creo que, desde un punto de vista didáctico, las ideas y las descripciones de las técnicas se han mantenido lo suficientemente claras como para que en su comprensión y ejecución no surjan más dificultades que las naturalmente inherentes a las mismas.
Por último, me permito recomendar al lector que trate de leer este libro con una disposición mental atenta y abierta, neutralizando así sus hábitos mentales y trascendiendo las ideas anteriormente adquiridas. Sólo de esta manera estará en condiciones de asimilar los conceptos nuevos que pueda encontrar. Y esto es de especial aplicación en algunos capítulos cuya materia es particularmente interesante pero, también, sorprendente y muy «nueva» (caps. 12, 13, 16, 21, 22, 23 y 24). Tanto en éstos como en los restantes capítulos, una reiterada lectura se mostrará siempre muy útil y productiva.

ANTONIO BLAY

INTRODUCCIÓN

Creatividad y condicionamiento

Vivir todos los hechos de la vida cotidiana, incluso los más habituales, de un modo constantemente nuevo, intenso y lleno de sentido. Concebir formas nuevas de resolver dificultades, intuir y expresar las realidades superiores del hombre y de la naturaleza, sea a través del lenguaje científico, filosófico o artístico. He aquí dos formas bien distintas de una misma cualidad fundamental: la creatividad.
Pero de estas dos formas de creatividad, la que aquí nos interesa de un modo especial es la primera, la de vivir diario, la que está al alcance de todos y cada uno de nosotros, puesto que no requiere ningún don ni ninguna calificación o aptitud extraordinaria, sino que exige tan sólo la utilización efectiva de lo que cada uno de nosotros ya posee: la vida, la inteligencia, la energía, la conciencia, el amor, la voluntad.
El ser humano, en efecto, es naturalmente creador, del mismo modo que lo es en grado sumo la Vida de la cual él es una elevada expresión.
La creatividad, pues, no la hemos de ver exclusivamente en aquellos grandes artistas cuyas obras admira la humanidad a través de los siglos, ni tampoco en esos hombres geniales en el terreno de los descubrimientos científicos, de las realizaciones tecnológicas o de las innovaciones comerciales.
La capacidad creadora se manifiesta en toda acción que el hombre ejecuta con la plenitud de todo su ser, con la sinceridad, espontaneidad y totalidad de un alma despierta y sencilla. La creación se produce entonces de un modo tan natural como la salida y la puesta del sol, de un modo espontáneo como el movimiento de las ramas a impulsos del viento. Las acciones todas de quien es capaz de actuar así y todas sus palabras respiran una especial grandeza, un frescor y una fuerza, exponentes del proceso de constante renovación de energías vivas que se está produciendo en cada instante en su interior. ¿Cuál es, si no, el secreto que encierra la sonrisa de un niño o la ilusión de una adolescente enamorada? ¿No es, acaso, el hecho de que ambos viven más cerca de la fuente viva de su ser y expresan de un modo directo, espontáneo, natural, sin interferencias, desviaciones ni bloqueos de clase alguna las fuerzas creadoras que están impulsando su personalidad?
De la misma manera, toda persona que pueda vivir conscientemente sintonizada, armonizada e integrada con las energías primordiales que animan su personalidad, manifestará, lo mismo en los actos más sencillos de su vida diaria que en la solución de los problemas de toda clase que se presenten en su existir, la misma grandeza, la misma fuerza avasalladora, la misma delicadeza y la misma inteligencia creadora de la propia Vida que le hace vivir.
Pero lo que el hombre es de un modo natural puede quedar frustrado de un modo artificial. Múltiples factores vienen a interponerse de hecho entre su impulso y su acción, creando un velo de confusión en su mente, dando lugar a toda una serie de problemas, angustias y limitaciones que ahogan su espíritu creador, toda espontaneidad y toda libertad. Factores que encierran artificiosamente la mente humana dentro de minúsculos círculos cerrados en los que sólo impera el hábito, la rutina y el más absoluto automatismo.
El hombre padece, se queja, se rebela, protesta y busca frenéticamente una solución que le permita recuperar su sensación interna de libertad y alcanzar un estado de auténtica plenitud. Pero mientras busque el remedio dentro del mismo círculo en el que está encerrado y utilizando las mismas ideas y actitudes que le son habituales, es evidente que no podrá adelantar ni un solo paso hacia su efectiva liberación.
Para muchas personas,, en cambio, ni siquiera se plantea el problema, puesto que no se dan cuenta de la existencia de ningún problema interno básico. Creen de buena fe que el único problema a resolver es el que se refiere a sus condiciones externas de vida: conseguir mayor categoría profesional, obtener más dinero, más comodidad, mayor prestigio, etc. Evidentemente para tales personas, mientras no sientan la presencia de una inquietud interior, ni de una viva protesta por su estado de limitación interna, no existe la menor posibilidad de transformación.
Pero para todos aquellos que, en mayor o menor grado, son conscientes del problema y que no se conforman con las artificiales filosofías y teorías justificativas más o menos sutiles, emitidas por otros que tampoco han logrado salir del círculo, existe la posibilidad de iniciar un trabajo serio de crecimiento mental y, a través de él, de reestructuración y consolidación de una nueva personalidad.
Este es el tema que nos ocupará principalmente en las páginas de este libro: el estudio de los condicionamientos naturales y artificiales, y el modo de neutralizar estos últimos. El resultado de esta neutralización será la personalidad creadora. Por este motivo no ha de extrañar a nadie que en el transcurso de todo él apenas mencionemos de un modo explícito y directo el tema de la creatividad. Esta creatividad de la que estamos hablando no se aprende: es el resultado natural de encontrarse a sí mismo, es la consecuencia inmediata de vivir con madurez de conciencia y hasta el fondo todas las experiencias que la vida nos depara, sin bloqueos, mentiras ni distorsiones; es el resultado de limpiarnos y desprendernos en nuestra mente de todo cuanto es extraño a nuestra verdadera naturaleza.
El camino que conduce a la libertad interior es un camino de simplificación mental. Pero es una simplificación que implica a la vez profundización y amplificación. Es, un camino de sencillez, pero de sencillez desde el centro de nuestro ser. Es un camino fácil de ver, de intuir, pero difícil de recorrer porque requiere el manejo de esas herramientas que nunca hemos aprendido a utilizar de un modo deliberado: nuestra mente, nuestra atención, nuestra imaginación, nuestros impulsos y sentimientos, y de un modo especial nuestras actitudes internas.


Las dos clases de trabajo interior

Como existe bastante confusión sobre las varias formas de trabajo interior y de los resultados a que conducen, creemos útil decir ya en esta Introducción unas palabras sobre el tema, aun cuando para ello debamos utilizar algunos términos e ideas que corresponden al cuerpo del libro.
Existen dos clases bien diferenciadas de trabajo interior: la de tipo horizontal o de profundización, y la de tipo ascensional o de elevación.
El trabajo de tipo horizontal tiene como objetivo conseguir un camino expedito para que la conciencia pueda conectarse con el centro, con el eje de alguno o de todos los niveles que están activos en una persona. Es el camino que conduce a la libertad interior, a la espontaneidad, al descubrimiento de la realidad del autentico «sí mismo» Es la sintonización con el eje del Yo-experiencia del que hablaremos en su lugar. Su expresión es la creatividad de la que hemos hablado en esta Introducción.
El trabajo de tipo ascensional, que también podríamos denominar evolutivo o de perfeccionamiento, tiene por objetivo conectar la mente consciente con niveles más elevados -sea a través de la vía mística o amor espiritual, sea por el camino del discernimiento o camino de la sabiduría, o, en fin, por el sendero de la belleza y de la armonía-, organizando toda la estructura de la vida personal alrededor y al servicio de estos valores superiores.
Para el primer tipo de trabajo todo el mundo está ya actualmente capacitado, puesto que toda la labor a realizar consiste en abrirse más a sí mismo, en aprender a estar atento cada vez desde más adentro; en una palabra: tomar conciencia de lo que uno actualmente, ya es, pero hasta el fondo. Requiere tan sólo una educación incesante de la mente que ha de aprender a mirar en esa dirección -sin perder su habitual contacto con todo lo exterior- a la que no está acostumbrado en absoluto. Dificultan desde luego esta labor varias formas de condicionamientos negativos que el hombre ha empezado a adquirir ya desde su infancia, y de los que hablaremos en seguida. Pero sustancialmente no ha de cambiar nada ni tampoco ha de adquirir nada. Únicamente ha de realizar un desplazamiento del foco mental consciente que en vez de apoyarse de modo habitual en un plano externo -el de las cosas concretas objetivas- o en un plano interno medio -sensaciones, sentimientos y reflexiones-, ha de llegar a estabilizarse en el punto central del nivel que sea. Salvando las debidas distancias, es la clase de realización que igualmente podrían conseguir un árbol o un gato, si además de la conciencia vegetativa o animal que viven, suponemos, plenamente, pudieran tener conciencia mental humana. Es una de esas formas de autorrealización que encontramos en ocasiones en gente muy sencilla -hombres del campo, pastores, marinos- quienes, por su prolongada soledad y continuo contacto con la naturaleza -la que les rodea y la suya propia-, llegan a desarrollar una intuición notable de su ser profundo y de las leyes naturales.
Esta clase de realización interior puede alcanzarse sea a través de un nivel meramente vital -lo que por ejemplo ocurre, aunque por muy breves instantes, en el orgasmo, y de forma más permanente pero en otra modalidad, al atleta consagrado por entero a sus ejercicios-, sea a través del nivel afectivo o del mental. Es lo que podríamos decir, la perfección o realización del aspecto elemental del hombre, y va siempre acompañada de una grandeza o fortaleza de las cosas y de las personas. Hacia una forma u otra de este tipo de realización conducen las técnicas preconizadas por el psicoanálisis, el Hatha y Raja Yoga, el Zen y Krishnamurti. Evidentemente, depende también de la calidad intrínseca de la persona que practica tales técnicas, el que esta realización horizontal tenga lugar en un nivel o en otro, y hasta el que, paralelamente a esta profundización en el caso de que la persona ya estuviera trabajando en un sentido espiritual, se produzca también eventualmente una fuerte resonancia espiritual.
Pero no hay que confundir esta realización de profundidad con la verdadera realización espiritual. Esta última requiere, como ya hemos dicho, que haya una afectiva toma de contacto y una integración mental con niveles superiores al de la mente concreta. Exige un ascenso, una traslación hacia arriba del foco mental. Y como los valores de los niveles superiores difieren de los propios de los niveles elementales, este ascenso y nueva estabilización de la mente produce la necesidad de transformar cualitativamente la escala de valores vigente hasta entonces y, consecuentemente, un cambio radical en el estilo de vida.
Como es lógico no existe contraposición entre las dos clases de trabajo interior. Antes al contrario, ambas se complementan de un modo perfecto, puesto que se corresponden con la apertura total de la mente. Hacia adentro y hacia arriba son, en efecto, las dos dimensiones que faltan a nuestra mente, que ha vivido hasta ahora prácticamente hipnotizada mirando tan sólo hacia fuera y abajo.
La principal causa de la detención del desarrollo de la mente en la dimensión de profundidad, que a su vez es la que impide que el hombre pueda encontrarse a sí mismo y alcanzar la plena conciencia de su realidad central, radica en la multitud de problemas internos que el hombre ha ido acumulando desde la niñez y que lleva consigo, pendientes de solución, aún sin darse muchas veces cuenta de ello por estar fuertemente reprimidos en su inconsciente.
Estos problemas producen siempre en el interior de la persona, en mayor o menor grado, un triple efecto:

- un bloqueo de energías, principalmente en forma de impulsos vitales y afectivos.
- unas ideas erróneas o contradictorias, que afectan lo mismo a la valoración de sí mismo que a la valoración del mundo y a la de su conducta.
- una serie de actitudes y hábitos negativos y encogidos, tanto en el aspecto físico como en el afectivo y en el mental, que obligan al hombre a una conducta en círculo cerrado.

La manifestación subjetiva permanente de este estado interno de conflicto es el temor y la hostilidad que afectan y colorean toda la vida de la persona, y, a la vez, constituyen la barrera interna que se opone a que la mente consciente llegue a sintonizar, a conectarse con el eje auténtico de su propia realidad detrás de esta zona de conflicto. Y todo esto ocurre, evidentemente, sin prejuicio de que por otra parte la persona desarrolle una serie de cualidades positivas, intelectuales y caracterológicas. Cualidades que si bien pueden darle la ilusión de que ya «funciona bien», no son en realidad más que un pálido reflejo de las que verdaderamente podría expresar si por dentro fuera libre y pudiera disponer de todos sus recursos potenciales.
La principal causa de la falta de desarrollo del hombre en su dimensión superior o espiritual es su excesiva y casi total identificación con los niveles elementales de la personalidad, esto es, con el cuerpo y sus necesidades, con sus estados emocionales y con sus ideas concretas. La permanente y exclusiva atención a estos niveles impide que la mente consciente sea receptiva con suficiente intensidad a los valores y realidades trascendentes que, en un grado u otro, todos podemos sintonizar, cultivar y expresar.
Pero como que, a pesar de todo, estos niveles superiores de algún modo hacen sentir su presencia en forma de aspiraciones o de exigencias de algo absoluto y definitivo, el hombre se encuentra aprisionado en un mundo y en un estilo de vida que descubre como vacíos y que le llenan de desengaños, de hastío y de desesperanza, pero de los que, por otra parte, no sabe cómo ni acaba de decidirse a trascender.
Su vida espiritual, cuando realmente existe, se desenvuelve por lo general, tanto en el aspecto religioso como en el filosófico y en el estético, de un modo excesivamente formal e intelectualista que de ninguna manera pueda satisfacer su verdadera necesidad de vida espiritual.
La evolución espiritual del hombre obedece a unas leyes y se sirve de unos mecanismos tan precisos y tan concretos como puedan serlo en otro nivel los de su desarrollo fisiológico. De estas leyes y de estos mecanismos no tenemos todavía más que unos conocimientos rudimentarios. Pero por parciales y limitados que sean, constituyen un precioso punto de partida para emprender un trabajo serio, sistemático y con espíritu científico que vendrá a complementar útilmente cuanto se viene haciendo hasta ahora en nuestras latitudes a este respecto (y que se apoya casi exclusivamente en un criterio moral y tradicional).
De ambas formas de trabajo interior hablaremos con cierta extensión en el presente libro, si bien daremos preferencia y prioridad a la primera, como ya hemos dicho, y estamos seguros de que, para la mayoría de las personas interesadas en estos problemas, algunos aspectos tanto de la teoría como de la práctica, serán de gran utilidad. Con lo que hemos dicho en esta Introducción queda expuesto el esquema que nos servirá de base para desarrollar las ideas y las técnicas de trabajo en el presente libro. Nos falta decir, tan sólo, que con el fin de satisfacer también las necesidades más concretas e inmediatas de muchas personas, hemos complementado la materia del libro con capítulos dedicados a temas de orden tan práctico como «la relación interpersonal», «técnicas de tranquilización», «el desarrollo y organización de la mente» y otros similares. En los primeros doce capítulos expondremos la estructura y el funcionamiento de la personalidad, haciendo especial hincapié en el estudio de aquellos factores que condicionan de un modo artificial su desarrollo y dando paulatinamente las técnicas correspondientes para su neutralización. En los capítulos restantes daremos normas particulares para la aplicación de lo estudiado previamente a determinadas esferas de nuestro existir diario y sobre el desarrollo de nuestras facultades superiores.

1. LA PERSONALIDAD, CONCEPTO Y ESTRUCTURA.

Unidad y multiplicidad de la personalidad

El ser humano es una unidad compleja integrada por un conjunto de estructuras, cada una de las cuales tiene por función recibir, elaborar y exteriorizar determinados órdenes de realidades. Al conjunto de estas estructuras y de sus funciones se le denomina personalidad.
Aunque cada estructura, como veremos en seguida, tiene pus funciones específicas, existe entre todas ellas una constante interrelación gracias a la cual se mantiene la unidad de conjunto. Esta función integradora de las diversas estructuras o niveles de la personalidad corre a cargo de la mente en sus diversos planos de profundidad.
Cuando la integración armónica de todos los niveles no puede conseguirse de forma espontánea y habitual, debido a existir fuertes divergencias entre sí de las tendencias, la personalidad se encuentra entonces más o menos perturbada; el rendimiento cualitativo de cada nivel disminuye dando lugar a muy variados síntomas, según las circunstancias, y hacen su aparición en la persona los llamados estados negativos.


La formación de la personalidad

La personalidad es la resultante de la continua interacción de los siguientes factores:
1. Herencia biológica.. Concretizada principalmente en la constitución física, de la que se derivan las tendencias temperamentales, y en los impulsos o necesidades biológicas.
2. Ambiente. Constituido por el conjunto de personas, cosas, instituciones, situaciones y valores que ejercen una influencia, activa o pasiva, en la formación o desarrollo del individuo.
3. Nivel de conciencia o madurez psicológica, gracias a la cual el individuo es capaz de seleccionar entre los múltiples estímulos internos y externos que constantemente actúan en él, aquellos que están más en consonancia con los valores aceptados conscientemente. Esta capacidad de selección deliberada de motivaciones es precisamente la que eleva al hombre por encima de los animales, ya que éstos actúan siempre mediante una selección mecánica de estímulos.
En esta facultad de conocer reflexivamente y de poder elegir, aun dentro de un círculo limitado, reside la libertad del hombre y la posibilidad de su autoperfeccionamiento. La mayor parte de acciones, no obstante, no son fruto del ejercicio de esta facultad, como veremos más adelante, sino que son consecuencia de la reacción mecánica de la inercia de sus procesos psíquicos frente a la situación-estímulo de cada momento.
El hombre, pues, aunque puede vivir de un modo relativamente libre y autodeterminado, vive de hecho, casi siempre de un modo mecánico, esto es, determinado por la naturaleza de sus impulsos, por los condicionamientos de sus experiencias y por los diversos estímulos que actúan sobre él desde el exterior. Por esta razón es posible estudiarlo, prever su conducta y hasta producir modificaciones a voluntad, en muchas de sus futuras reacciones.


El estudio de la personalidad

Siendo la personalidad una realidad muy compleja, se ha intentado su estudio enfocándolo desde diversos ángulos y, si bien cada uno de ellos ha aportado datos sumamente interesantes desde su particular perspectiva, ninguno ha conseguido hasta ahora dar la descripción definitiva que se buscaba.1

1. Una de las mejores y más completas descripciones de los contenidos de la personalidad puede verse en el libro del Dr. Ph. Lersch, La Estructura de la personalidad, 3ª edic. Scientia. Barcelona, 1962.

Nosotros, lejos de abrigar la pretensión de ser completos, nos limitaremos aquí a dar unas ideas esquemáticas que nos permitirán tener una visión de conjunto de los principales componentes y dinamismos de la personalidad, y que serán más que suficientes para el objetivo que nos interesa en el presente libro.


Los niveles de la personalidad

Si consideramos al hombre constituido por varios estratos, capas o niveles estructurales, siguiendo un criterio cualitativo-evolutivo y aislándolos artificialmente unos de otros al objeto ele su mejor estudio, podemos diferenciar con bastante claridad la existencia de siete de ellos. Estos niveles, considerados tanto en su aspecto de estructura como de función, son los siguientes:

1. Cuerpo u organismo físico.
2. Nivel instintivo-vital.
3. Nivel afectivo-emocional.
4. Nivel mental personal.
5. Nivel mental superior.
6. Nivel afectivo superior.
7. Voluntad espiritual.


1. Cuerpo físico

Es el conjunto de estructuras físicas a través de las cuales el individuo vive el aspecto físico-material de la existencia. Su estructura general es la constitución, base del temperamento que estudiaremos en un próximo capítulo.


2. Nivel instintivo-vital

Es el que promueve en el organismo todos los dinamismos fisiológicos propios de la conservación y de la reproducción material del individuo. Es la sede de las tendencias, sensaciones y deseos de base biológica: movimiento, placer, dolor, hambre, sed, fatiga, sueño, impulso sexual, etc.
Este nivel constituye una de la principales fuentes de energía de nuestra personalidad y su acción energética no se limita meramente a las funciones biológicas, sino que gracias a la interrelación de la que hemos hablado antes, se extiende hacia los dos niveles superiores que le siguen.


3. Nivel afectivo emocional

Es el que nos hace reaccionar internamente aceptando o rechazando determinadas percepciones que aparecen en el campo de la conciencia. Esto es, el que nos hace sentir agrado o desagrado ante las personas, cosas, situaciones y estados (o ante las representaciones de cualquiera de ellas), según aparezcan ante nosotros como buenas y deseables o como malas e indeseables para la reafirmación o para la expansión individual de la persona. Es la sede de las emociones, sentimientos y afectos centrados directa o indirectamente alrededor del yo personal.
Si bien el nivel instintivo-vital tiene también la capacidad de aceptar o rechazar determinadas cosas, éstas se referirán siempre, en dicho nivel instintivo, a objetos o situaciones relacionadas con el placer y bienestar físico-biológico, mientras que en el nivel afectivo-emocional esta atracción o repulsión -amor, odio- surge como reacción de un yo individual ante cualquier realidad -persona, idea u objeto personalizado que de un modo u otro tienda a afirmar o negar los valores de este yo individual.
En este nivel es en el que se experimentan la mayoría de los estados negativos: miedo, angustia, timidez, celos, ira, impaciencia, etc., y también se manifiesta el amor propio, el orgullo, la vanidad, etc.


4. Nivel mental personal

Lo constituye un extenso sector de la mente, sede de la conciencia típicamente humana, gracias a la cual el individuo puede conocer el mundo interno y externo quede atañe como ser individual, y elabora respuestas inteligentes ante toda clase de estímulos y situaciones. Con este nivel el hombre percibe, conoce, piensa, juzga y decide. Es el nivel coordinador y rector de los niveles mencionados anteriormente. Es el que dirige la actividad del hombre en el triple mundo físico-afectivo-mental en el que se desenvuelve en tanto que unidad aislada de los demás seres.
De entre los múltiples contenidos de este nivel, conviene distinguir claramente por su importancia las siguientes sub-estructuras:
a) El equipo receptivo, encargado de la recepción de los estímulos procedentes de todos los niveles: sensorial o percepción del mundo físico, cenestésico o vital, estados de ánimo y sentimientos, actividad mental o mente reflexiva, y niveles superiores.
b) El equipo evocativo: memoria en todas sus formas, e imaginación activa y pasiva.
c) El equipo productivo: ideación o formación de conceptos, comparación o raciocinio, juicio y decisión.
d) El foco activo de la mente, conciencia-atención.
e) La idea de sí mismo o imagen del Yo.
f) Los planos elementales profundos constituidos por el inconsciente.
Las tres sub-estructuras a), b) y c) y sus funciones son suficientemente conocidas para que tengamos que dar aquí más detalles. De las otras tres trataremos ampliamente más adelante en el transcurso de nuestra exposición.
Una de las características más importantes para nuestro estudio que presenta este nivel es que la mente tiene dos modos de funcionar:
1° Uno completamente objetivo, imparcial, limitándose a registrar las percepciones y elaborar respuestas de un cuadro que podríamos decir frío, sereno, como se soluciona un problema matemático, ateniéndose tan sólo al valor de los datos objetivos. Esta es una actitud no muy frecuente, pues la que predomina de ordinario en el hombre corriente es la que sigue.
2° En función de la idea de sí mismo o imagen del Yo, la cual, según veremos en su lugar, está dinamizada por gran cantidad de deseos y de temores. Por ello, todos los procesos mentales que tienen lugar con este funcionamiento adolecen necesariamente de una gran tendenciosidad y limitación.
El propio sujeto raramente se da cuenta del cambio de la actitud mental serena y objetiva a la del pensamiento ego-centrado. Esto da lugar, como es lógico, a gran confusión en muchas de sus ideas y convierte en estériles sus esfuerzos por ver claro en ciertas situaciones personales y en muchos problemas especulativos impidiéndole salir de los círculos viciosos de pensamiento dentro de los que con excesiva frecuencia queda encerrado.
En resumen, este nivel mental puede actuar tanto de un modo auténticamente objetivo percibiendo y elaborando intelectualmente los datos registrados sin la menor participación tendenciosa en el juicio de sus niveles vegetativo y emocional, como también puede hacerlo -y así ocurre casi habitualmente- con la interferencia de dichos niveles subjetivos de un modo más o menos consciente, con lo cual todo el proceso intelectivo adopta una forma tendenciosa puesto que queda centrado alrededor de determinadas motivaciones e intereses personales del Yo individual.


5. Nivel mental superior

A partir de este nivel entramos ya en las regiones más elevadas del ser humano. Este nivel, si bien forma una unidad con el que acabamos de citar, tiene unas características propias gracias a las cuales su campo de acción se eleva y se extiende por encima y más allá del nivel mental concreto. En el presente nivel el hombre puede contactar un mundo de realidades y de valores que trasciende el sentido meramente individual, en contraste con el nivel mental personal, cuya finalidad está centrada principalmente en el Yo en sus relaciones de tipo horizontal con el mundo que le rodea y en la integración de los niveles más elementales de su personalidad.
El nivel mental superior es la sede del pensamiento abstracto, de la intuición metafísica, del intelecto creador; del conocimiento en función de la sociedad, del grupo, del equipo, de la comunidad. En el acto intelectivo deja de ser el individuo el punto central de referencia y en su lugar pasa a serlo la unidad mayor, que en cierta forma incluye al individuo pero que al mismo tiempo lo trasciende.
En el nivel mental personal el protagonista es el Yo personal. En el superior, el protagonista es la Verdad impersonal.


6. Nivel afectivo superior

Es la contraparte supra-personal del nivel emocional-afectivo que hemos citado en tercer lugar. Aquí, el centro del afecto se desplaza del Yo individual a otro foco exterior o superior que también, a semejanza del nivel mental superior, incluye en cierta forma tanto al propio Yo como a los demás pero que al mismo tiempo los trasciende. En su manifestación horizontal, es el sentido de la abnegación, la capacidad de entregarse, de identificarse de un modo estable con la realidad y con el modo de sentir de los demás; es el amor auténticamente superior, esto es, centrado en el otro, buscando su solo bien de un modo habitual, espontáneo y gratuito. En su manifestación vertical, es la intuición estética, el sentimiento de la Belleza y de la Bondad; es el sentimiento de lo sagrado, de la divinidad, del verdadero amor a Dios.
En el nivel afectivo personal existía el sentimiento del Yo que se dirigía hacia el mismo Yo pasando a través de los demás: el protagonista era el Yo. Aquí, en este nivel superior, es el sentimiento de participación, de comunidad con el ser y el existir del otro, de los demás: el protagonista es el Amor.


7. Nivel de la voluntad espiritual

Es la sede de la voluntad auténticamente espiritual, verdadero centro y cúspide del hombre, su verdadera realidad, su verdadero Yo. Aunque los dos niveles que hemos mencionado últimamente participan también de esta naturaleza espiritual, es aquí donde brilla con mayor fuerza su naturaleza superior. Es la fuente de la energía espiritual que vitaliza y polariza, cuando el camino está expedito, todos los demás niveles hacia arriba, hacia lo sutil, en contraposición con la inercia de la materia que tiende siempre hacia abajo, hacia lo denso.
La voluntad en las motivaciones ego-centradas tiene su origen en la energía vital. En este nivel superior, la voluntad tiene su origen en el polo opuesto: el espíritu, y siempre posee un carácter creador, renovador, que estimula todas las funciones superiores del hombre.


La personalidad según la psicofisiología hindú

Todas estas estructuras no forman unidades absolutamente aisladas sino que todas ellas tienen una mutua relación jerarquizada, gracias a la cual existe el individuo como unidad. Esta relación es posible porque en todas las estructuras existe un elemento común que, aunque diferenciado cualitativamente en cada nivel, es esencialmente de la misma naturaleza en todos ellos y susceptible de pasar de uno a otro en determinadas circunstancias. Este elemento es el «prana» o energía psíquica.
Digamos aquí unas palabras sobre este factor importantísimo, muy bien estudiado por la antigua ciencia psico-fisiológica hindú y aún no claramente identificado por nuestra psicología occidental.
Prana, energía vital o energía psíquica, es la sustancia que suministra toda la energía al cuerpo físico para sus funciones biológicas y, al mismo tiempo, constituye el principio energético de las demás estructuras sutiles. Depende, pues, de prana, el que las funciones físicas y psíquicas tengan una mayor o menor actividad. Y según el modo como esta energía pránica esté distribuida predominarán determinadas funciones fisiológicas y determinadas cualidades psíquicas.
La energía pránica circula a través de una complejísima red de tubos o canales de materia sutil (no física), que reciben el nombre de «nadis». Pero además de circular por estos nadis, la energía pránica se acumula en unas estaciones o depósitos a los que se da el nombre de «chakras» (ruedas) o «padmas» (lotos), constituyendo verdaderos centros acumuladores, transformadores y distribuidores de prana. Estos centros son los verdaderos puntos de contacto de las estructuras sutiles con el cuerpo físico, por lo que son también los verdaderos centros de conciencia. La conciencia, no obstante, los registra en general de un modo difuso debido a la presencia en todo el organismo de los nadis que, aún recibiendo su energía de los chakras o centros son, a la vez, vehículo de unión de la mente con el cuerpo físico a través del sistema nervioso.
Cada chakra o centro pránico tiene una definida correlación con una determinada región del cuerpo físico a través de su correspondiente plexo nervioso y de una glándula endocrina y, al mismo tiempo, se relaciona con determinados estados de conciencia. Así, en la India, hace siglos es un hecho establecido el porqué y el cómo de la relación existente entre el cuerpo y los estados de conciencia. Por qué, por ejemplo, la angustia se localiza en unos casos en la boca del estómago (chakra Manipura) o a nivel del corazón (chakra Anahata) o en la garganta (centro Visuddha), produciendo a su vez definidos trastornos funcionales del aparato digestivo, o del corazón y vías respiratorias o, en fin, de la glándula tiroides o de los órganos de fonación, según los casos. Y, a su vez, cómo los trastornos orgánicos de origen físico afectan el carácter y el tono psíquico, siempre a través del puente establecido entre lo físico y lo psíquico por la energía pránica.
Pero lo más importante de la existencia de la energía psíquica y de los centros o chakras es no sólo que explican la interacción existente entre el cuerpo y la mente, sino que gracias a técnicas precisas y muy bien estudiadas en Oriente, es posible manejar esta energía psíquica transfiriéndola de los centros donde esté acumulada en exceso a otros centros deficitarios, consiguiendo así concretas transformaciones saludables tanto e n el orden físico como en el psíquico y el mental. También con esas técnicas es posible aumentar la asimilación de la energía pránica y acumularla en los centros superiores gracias a lo cual pueden desarrollarse hasta un grado extraordinario las facultades superiores del espíritu. Tal es el modo de operar de las antiguas técnicas del Yoga, en todas sus formas.1

1. Para una descripción detallada de los chakras, así como del estudio de las técnicas tradicionales para su activación y de sus aplicaciones en el campo psicológico, puede consultarse mi libro Los Yogas. Técnicas para el desarrollo superior del hombre. Aquí me limito a dar un sucinto resumen sobre los chakras y más adelante se podrán leer asimismo unas delineaciones sobre algunas técnicas yóguicas.

La situación y las correlaciones de cada centro o chakra son las siguientes:

1. Muladhara o centro básico

Situación: en la base de la columna vertebral.
Plexo nervioso: coccígeo.
Glándula endocrina: suprarrenal.
Psicológica: conciencia física, posesión material.
Espiritual: discernimiento espiritual.

2. Svadhistana o centro sexual

Situación: en la raíz de los genitales.
Plexo nervioso: sacro.
Glándula endocrina: sexuales.
Psicológica: impulso sexual y de lucha.
Espiritual: transmutación; creación de una nueva personalidad.

3. Manipura o centro epigástrico

Situación: en la región lumbar, a la altura del ombligo.
Plexo nervioso: epigástrico.
Glándula endocrina: páncreas.
Psicológica: mente vegetativa, emotividad y sentimentalismo.
Espiritual: deseo de la realización espiritual.

4. Anahata o centro pectoral

Situación: en la región dorsal, a nivel del corazón.
Plexo nervioso: cardíaco.
Glándula endocrina: timo.
Psicológica: autoconciencia vital; vida afectiva.
Espiritual: amor universal.

5. Vishuddha o centro laríngeo

Situación: en la región de la garganta.
Plexo nervioso: laríngeo.
Glándula endocrina: tiroides.
Psicológica: expresión psicológica.
Espiritual: inspiración y expresión creadora.

6. Ajna o centro frontal

Situación: en el entrecejo.
Plexo nervioso: cavernoso.
Glándula endocrina: hipófisis.
Psicológica: integración de la persona: vida intelectual.
Espiritual: autoconciencia integral.

7. Sahasrara o centro superior o coronario
Situación: en la cúspide de la cabeza, región súpero-posterior.
Plexo nervioso: se ignora.
Glándula endocrina: pineal.
Psicológica: energía espiritual; voluntad.
Espiritual: realización espiritual.

Cada uno de estos centros constituye un eje horizontal de conciencia. En los centros enumerados del 2 al 6 pueden distinguirse, además, tres zonas o áreas bien distintas, que son:
a) zona externa, superficial o periférica.
b) zona media o de resonancia.
c) zona profunda, axial o central.
Cuando la energía pránica vitaliza tan sólo o de un modo preferente la zona externa de un centro, la persona percibe tan sólo las cosas externas y materiales que se refieren a aquel centro; vive las formas concretas de un modo exclusivo y tiende a identificarse con ellas.
Cuando la energía vitaliza con mayor intensidad la zona media, el sujeto vive como más reales las resonancias subjetivas propias del nivel: sensaciones, emociones, sentimientos, reflexiones.
Y, por último, cuando la persona puede conectar su mente con la zona profunda o central, entonces lo que vive como mayor realidad es la noción de potentísima energía impersonal, también con un matiz diferente según en el nivel donde esta conexión ocurra. Así, el orgasmo sexual tiene una calidad bien diferente del éxtasis místico, a pesar de tener en común las características de impersonalidad y de conciencia de una potente energía como suprema realidad.
De todo cuanto llevamos dicho sobre los centros y la energía psíquica o pránica se deduce que toda alteración funcional de tipo físico o psicológico se corresponde siempre con una alteración en la distribución de prana y con el defectuoso funcionamiento, sea por exceso o por defecto, de uno o varios de los centros. Y que normalizando, en cantidad y distribución, la circulación de la energía psíquica mediante técnicas adecuadas, es perfectamente posible recuperarse de aquellos trastornos funcionales y modificar de un modo radical los estados de conciencia en el sentido deseado.
Cada uno de estos centros guarda asimismo una relación preferente con cada una de las estructuras o niveles constituyentes del ser humano. Véanse de un modo esquemático, cuáles son estas relaciones:

1. Cuerpo físico - centro muladhara.
2. Nivel instintivo-vital - svadhistana, manipura (en sus zonas profundas y, parcialmente, las zonas medias).
3. Nivel afectivo-emocional - svadhistana, manipura y anahata (en sus zonas medias y superficiales).
4. Nivel mental personal - vishuddha y ajna (en sus zonas medias profundas).
5. Nivel mental superior - vishuddha y ajna (en sus zonas medias y superficiales).
6. Nivel afectivo superior - anahata (en su zona profunda) y sahasrara.
7. Nivel volitivo espiritual - sahasrara.

El predominio de la actividad de un centro determinado dará una personalidad en la que predominará la cualidad correspondiente a ese centro. Por ejemplo, si el ajna, será una persona de predominio mental; si el svadhistana, una persona muy sexual; si el manipura, una persona sentimental y comodona, etcétera. Pero si en este último caso, por ejemplo, conseguimos transferir energía del centro manipura al centro ajna, la persona se transformará sin darse cuenta en más reflexiva, serena y juiciosa. Asimismo si el individuo de tipo mental consigue profundizar en el mismo aspecto mental pero en su zona más profunda, automáticamente se modificará su alcance-intelectual e intuitivo de modo que llegará a ver de un modo evidente lo que antes apenas si podía vislumbrar. Y así en cada uno de los planos y niveles.


Otras observaciones sobre los niveles

Los cuatro primeros niveles son los que están desarrollados o más activos en el hombre medio, en el hombre corriente. El hombre superior se caracteriza, en cambio, por la fuerte actividad de uno o varios de los niveles superiores. Pero, no obstante, si éste no posee paralelamente un buen desarrollo de los niveles inferiores su superioridad será puramente cualitativa y tendrá dificultad en materializar, en expresar en el mundo concreto sus contenidos superiores.
Como ya hemos dicho, los niveles no constituyen unidades absolutamente aisladas sino que todos ellos conservan entre sí múltiples relaciones y, en conjunto, forman una unidad jerarquizada. Se observa, sin embargo, que en cada persona existe un predominio más o menos destacado de uno o varios de estos niveles, lo que, juntamente con la formación cultural y educacional que haya recibido de su ambiente, formarán las bases características de su personalidad.
Así, si predomina el nivel instintivo-vital, la persona estará dotada de mucho vigor y energía, le gustará todo cuanto implique actividad, esfuerzo físico y competición. En el conjunto de la personalidad, este nivel aporta la capacidad de lucha por la realización o materialización de los deseos y necesidades; además, dinamiza los niveles 3 y 4, prestándoles fuerza y capacidad de irradiación.
Si predomina el nivel afectivo-emocional, la persona estará dominada en sus estados de ánimo y en su conducta por los sentimientos y emociones con sus constantes fluctuaciones, dependiendo siempre de las reacciones favorables o desfavorables de los demás, en quienes vive apoyado. Pero si la persona ha cultivado su personalidad de modo que haya eliminado los sentimientos negativos y haya estabilizado los positivos gracias a un buen desarrollo de la mente, entonces estará capacitada para vivir el aspecto bueno y agradable de las personas y de las situaciones, será una persona muy «humana» con fácil contacto social y buena capacidad de comprensión de los demás.
El nivel mental personal caracterizará a la persona por un predominio intelectual que le conducirá a buscar en todas las cosas su «como» y su «por qué». Pero si no va acompañado por un desarrollo del nivel afectivo anteriormente citado, la persona puede convertirse en demasiado fría y cerebral, alejada de las dimensiones más vivas e íntimas del ser humano. Si este nivel está debidamente integrado con los demás, entonces el individuo conseguirá un buen rendimiento en su vida puesto que podrá manejar inteligentemente aquellos niveles como eficaces instrumentos de cuanto deba realizar.
El nivel mental superior permite al hombre convertirse en un verdadero investigador y creador en el terreno particular de conocimientos que, por sus circunstancias personales, se haya dedicado a estudiar. Lo mismo puede destacar en el terreno de la técnica, de la industria o de una actividad comercial, como puede hacerlo en el campo de la investigación científica o de la especulación filosófica. Las características de su trabajo serán en todo caso el aporte de algo nuevo y la concepción amplia que trasciende en mucho la mera utilidad individual de lo elaborado. Como ya hemos dicho, este nivel ha de valerse de su inmediato inferior, el mental personal, para poder expresar en el mundo concreto de las demás personas las verdades o posibilidades que intuye. Dependerá, pues, de la buena o mala formación adquirida por la mente concreta el que estas concepciones e intuiciones lleguen a materializarse o tengan que permanecer en el mundo de las ideas y de las posibilidades.
El nivel afectivo superior nos dará el verdadero artista que transmitirá al mundo sus intuiciones estéticas, o al hombre profundamente religioso entregado a la vida contemplativa o quizás a la persona abnegada que se consagra en cuerpo y alma a una labor en bien del prójimo. También este nivel depende para expresarse en el mundo concreto material, del equipo de los cuatro niveles elementales.
Y finalmente, si existe una fuerte manifestación del nivel de la voluntad espiritual tendremos al hombre realmente superior, dotado de una energía excepcional -y no precisamente de tipo biológico-, cuya genuina espiritualidad podrá manifestarse de los más diversos modos según sea el desarrollo que tengan los demás niveles, que le servirán de instrumentos de expresión.
Cuando hablamos de niveles personales y niveles suprapersonales, estas expresiones han de entenderse en el sentido de que sus funciones tienen por objeto realidades limitadas a necesidades del individuo en tanto que tal, o bien realidades que están por encima de las diferenciaciones de tipo personal. Así, por ejemplo, el gusto por determinadas clases de comida, la preferencia por ciertos colores, la aptitud para un trabajo son osas diferenciadas en cada individuo, forman parte de su persona»; en cambio, la idea de la Verdad en sí, la intuición le las relaciones matemáticas, la noción del Ser, de Amor absoluto, de Potencia, etc., son realidades de diversos órdenes pero que todas ellas tienen un carácter único y que todos los hombres percibirán en su interior del mismo modo, como algo que trasciende el carácter relativo de la propia persona.
Digamos ahora unas palabras sobre el ciclo evolutivo que sigue cada uno de los niveles de la personalidad.
El nivel instintivo-vital expresa gran fuerza en sus impulsos de conservación y de expansión hasta llegar al punto del máximo desarrollo físico, 25-30 años, a partir de cuya edad tiende a declinar progresivamente la tendencia a la expansión y se refuerza, en cambio, la tendencia a la autoconservación.
En el nivel afectivo-emocional la curva de la tendencia expansiva es mucho más amplia que en el nivel anterior en la mayoría de las personas, si bien este factor, como se verá más adelante, depende en gran parte del elemento temperamental.
El nivel mental, según las personas, o sigue más o menos la misma curva de evolución y de involución biológica, si la persona ha desarrollado muy poco su mente, o en el caso de mentes muy cultivadas, se conservan las facultades adquiridas, independientemente de la declinación física.
Todos estos niveles están sujetos, en gran parte, a las incidencias de la evolución del cuerpo.
En cuanto a los niveles superiores hay, por desgracia, muchas personas que parecen ignorarlos por completo. No parecen sentir, o si la sienten es de un modo muy débil, la necesidad de desarrollar algo superior a su mundo inmediato de los sentidos. Otros, en cambio, la sienten con tal fuerza y con tal urgencia que llega a convertirse en el principal objetivo de su vida.
Los niveles superiores no están sujetos al ciclo evolutivo-involutivo de los inferiores. Una vez establecida la conexión de la mente consciente con ellos, su acción es permanente sea cual fuere el devenir de las estructuras personales elementales. Por esta razón se comprende que cuanto más consiga una persona actualizar la conciencia de estos niveles superiores, menos quedará afectada por las vicisitudes que pueda sufrir su salud, dándose incluso con frecuencia el caso de que al disminuir las fuerzas físicas se aprecie un claro aumento de la capacidad de comprensión humana y del discernimiento y amor espirituales.


Las interrelaciones entre los niveles

Existe una verdadera intercomunicación directa entre cada nivel y varios de los demás, por lo que hay igualmente mutua influenciación. Así es que en ningún caso puede hablarse de acción aislada de un nivel. Se forman, en efecto, diversos sistemas funcionales que incluyen constantemente la participación simultánea de varios niveles. Si experimento una emoción, mi cuerpo y mi mente participan igualmente de ella; si pienso, a no ser que excepcionalmente todo yo esté en un especial estado de serenidad y de paz, lo habitual es que influyan en mi mente mi estado afectivo e incluso mi estado físico, etc.
La estrecha conexión entre el cuerpo físico y el nivel instintivo-vital ya no hace falta señalarla, puesto que es bien evidente que sin la fuerza y la dirección que le imprime el segundo, aquél no podría subsistir.
El nivel afectivo-emocional se relaciona estrechamente por un lado con el nivel instintivo, puesto que las emociones primarias -miedo, ira, placer- van directamente ligadas a las funciones vegetativas del cuerpo. Pero por otro lado, existe toda una gama de reacciones emotivo-afectivas que se van alejando más de lo biológico y se relacionan más de cerca con lo racional, con lo específicamente humano.
El nivel mental, el más importante y a la vez el más complejo del hombre, está profundamente enraizado en la estructura vegetativa y en el nivel afectivo-emocional de tal manera que no tiene nada de extraño la gran influencia que los estados somáticos y afectivos ejercen de continuo sobre la formación de las ideas, de las opiniones y de las decisiones. Por el otro extremo, el nivel mental concreto o personal se enlaza con el mental superior, gracias a cuya relación los datos concretos de la vida personal pasan a ser factores para la generalización, la especulación y la abstracción superior, y, a su vez, las ideas e intuiciones percibidas en este nivel superior pueden ser adaptadas y concretizadas según las necesidades de cada momento singular. El nivel mental es una verdadera cámara de compensación donde van a parar todos los datos procedentes de todos los niveles y donde tienen lugar las elaboraciones de las resultantes de todos los factores. Es el centro natural de la vida psíquica del hombre.
El nivel mental superior se relaciona por un lado con el mental personal y por el otro, con el afectivo superior y con el volitivo espiritual.
El sexto nivel, el afectivo superior, guarda una evidente relación con el tercero, ya que viene a ser un desarrollo ulterior de éste. También se relaciona con el mental personal, el mental superior y el volitivo espiritual. Hay personas que en su desarrollo evolutivo, por tener en su personalidad un marcado predominio del nivel afectivo-emocional y la mente bastante limitada, llegan en su crecimiento interno al desarrollo de lo afectivo supra-personal sin pasar previamente por el desarrollo mental superior, esto es, actualizan el 6.° nivel dejando en estado potencial el 5.°. Tal es el caso de algunos místicos que han alcanzado un elevado nivel de amor desinteresado y de abnegación sin apenas formación intelectual y con escaso desarrollo de la mente.
El nivel espiritual, señalado con el número 7, es propiamente un principio, un foco de esencia espiritual. Es la sede de la voluntad superior, de la potencia más elevada del hombre. Sus manifestaciones o expresiones más inmediatas se verifican a través de los niveles 5.° y 6.°.
Resumiendo ahora, vemos que: el nivel 1.0 es físico; los niveles 2 al 6 son psíquicos y constituyen lo que podríamos denominar el campo fenoménico del Alma. De éstos, el 2, 3 y 4 son personales y el 5 y 6 supra-personales. El 4.°, o nivel mental, está, pues, a mitad de camino entre la personalidad inferior y la superior: es el auténtico campo de batalla donde se libra la lucha que sostiene la humanidad en su lenta ascensión hacia el desarrollo superior de sus posibilidades, esto es, hacia la toma de conciencia plena de los niveles superiores y la hegemonía permanente de los mismos en todas las manifestaciones de la personalidad. Y, en fin, el nivel 7 es de naturaleza espiritual. Los niveles 1 y 7 constituyen los dos polos opuestos y complementarios -Materia y Espíritu-, entre los que se desarrolla toda la gama de fenómenos de la conciencia.
La utilidad de estas descripciones de los niveles de la personalidad se irá apreciando a medida que en los próximos capítulos vayamos escribiendo con mayor detalle los complejos mecanismos y los contenidos de cada nivel. Se verá entonces cómo cada función de la personalidad se inserta con relativa facilidad en el esquema que hemos descrito, y podrá apreciarse, al fin, la unidad global que existe detrás y encima de la multicolor pluralidad de nuestras manifestaciones psicológicas.

2. LOS IMPULSOS BÁSICOS

Existencia e importancia de los impulsos básicos

La existencia humana se desenvuelve en una constante interacción de dos polos opuestos y complementarios, que son: el hombre y el mundo, el individuo y la sociedad, la unidad y el conjunto.
El ambiente penetra y presiona al individuo en determinadas formas y direcciones. Pero, a su vez, también el individuo irrumpe con fuerza en el mundo que le rodea con varios objetivos: obtener de él los elementos que desea o necesita, tratar de modificarlo en determinado sentido, y expresar y comunicar sus contenidos internos.
Esta exteriorización o salida del hombre hacia el exterior implica la existencia dentro de él de poderosas fuerzas que le impelen a determinadas acciones y le condicionan para ciertas formas de reacción. A estas fuerzas direccionales primarias que están detrás de sus actos concretos constituyendo la motivación fundamental de los mismos, las denominamos impulsos básicos.
Si se quiere llegar a comprender el porqué y el cómo de la conducta humana es absolutamente necesario que antes de entrar en el estudio de los mecanismos y motivos más complejos y particulares de la personalidad, se conozcan y se asimilen perfectamente la naturaleza, forma y sentido de estos impulsos básicos. Una vez esté bien adquirido este conocimiento, será relativamente fácil ir superponiendo al mismo los diversos órdenes de nuevos factores que actúan en el hombre y que contribuyen a la concreción de las innumerables acciones de la vida diaria.
Los impulsos básicos, en efecto, son los que dan fuerza, dirección y sentido a la conducta humana. Estas solas razones bastarían por sí mismas, para justificar plenamente el cuidadoso estudio del tema que nos ocupará en este capítulo.


Los tres tipos de impulsos básicos

La Vida, en su acepción más fundamental, es una triple manifestación dinámica que comprende los tres elementos siguientes:
- Energía.
- Conciencia.
- Forma.
El impulso dinámico inherente a la naturaleza de la Energía tiende imperiosamente a una progresiva expansión de estos elementos en todo ser vivo, y por lo tanto también en el hombre, dando lugar a los verdaderos impulsos básicos y centrales de la conducta. Impulsos que podemos denominar también necesidades, puesto que precisamente por ser básicos, generan la necesidad estricta de su satisfacción.
Tenemos, pues, así, los siguientes tipos de impulsos o necesidades básicas:

I. Impulsos que tienden a dar plena expresión a toda la energía latente en el interior del individuo.
La energía psíquica, en efecto, tiende siempre a expresarse, a liberarse, a manifestarse de una forma u otra. Su carácter dinámico exige en todo momento encontrar una vía disponible -o en caso necesario buscará la forma de crear otra vía nueva- a través de la cual poder fluir y exteriorizarse. Si en una persona, junto con su ambiente, concurren circunstancias armónicas, esta energía será la fuente poderosa de su acción e iniciativa, pero en el caso contrario, esta misma energía podrá ser el motivo de graves conflictos y fracasos.
La naturaleza de la energía psíquica tiende a oponerse a todo obstáculo que dificulte su camino y a evitar todo estancamiento. Este, cuando se produzca, ha de ser en todo caso de carácter transitorio, accidental, y con el solo objeto de que la energía pueda acumularse hasta cierto grado para producir después determinados efectos que requieren una elevada intensidad energética. En el caso de que la energía estancada no llegue a dinamizarse por bloqueos indefinidos, entonces se convertirá en causa de perturbaciones físicas o psíquicas que alterarán el buen funcionamiento de la personalidad, en mayor o menor grado según los casos, como veremos detenidamente en ulteriores capítulos del presente libro.
La energía psíquica es el elemento motor de toda manifestación de vida. Y esto no sólo en las manifestaciones objetivas o externas de la conducta, sino también en el aspecto subjetivo o interno del existir humano, esto es, en los estados de conciencia, en los que la energía psíquica determinará su grado de intensidad.
Como es obvio, la energía psíquica nunca puede expresarse tal como es en sí misma, en estado puro, puesto que al dinamizar las diversas estructuras y funciones de la personalidad adquiere automáticamente el carácter propio de la función dinamizada. Así, distinguimos sus varias manifestaciones como si se tratara de energías esencialmente distintas: energía física, emotiva, mental, etc.
En el común de las personas, los niveles a través de los cuales se expresa mayor cantidad de energía son: el físico, el instintivo-vital y el afectivo-emocional.
La casi totalidad de los impulsos tendentes a expresar la energía interior, se encuadran en su manifestación concreta dentro de uno y otro de los dos restantes tipos de impulsos básicos.

II. Impulsos que tienden a conseguir la progresiva expansión de la conciencia, en amplitud, altura y profundidad.
Esta expansión de conciencia se produce, en primer lugar, a medida que el hombre va desarrollando normalmente sus mecanismos o estructuras personales: a través de la percepción sensorial descubre el mundo exterior y percibe su propia unidad física que le diferencia de cuanto le rodea; a través de su estructura instintivo-vital toma conciencia de su mundo de apetitos y de su capacidad de satisfacerlos; a través del nivel afectivo se siente a sí mismo estrechamente ligado a toda la gama de sentimientos y emociones que surgen de su interior y, a la vez, a las personas u objetos a que se refieren tales sentimientos; a través de la mente aprende a manejar las representaciones de las cosas y se adhiere a determinadas ideas que le parecen ser su propia verdad y realidad, y por último, a través de sus niveles superiores, cuando éstos actúan, presiente la existencia y el valor extraordinario de un mundo trascendente que culmina en su noción de Dios y de Absoluto, hacia el que siente emerger en su interior una nueva categoría de ideas y sentimientos.
Es característico de este tipo de expansión de conciencia, al que se limitan la gran mayoría de las personas, el que se produzca inevitablemente una identificación de la realidad del sujeto con dichos fenómenos subjetivos, es decir, que la persona se confunda con sus deseos, sentimientos e ideas. Así, cuando los deseos tienden a ser satisfechos y cuando los sentimientos e ideas que vive son positivos y reafirmativos de su propio valer e importancia, se siente plenamente dichoso, feliz, como si él, en su realidad intrínseca de sujeto y protagonista, quedara efectivamente reafirmado por el devenir transitorio de sus pertenencias. La persona que vive habitualmente en este plano toma conciencia de sí misma tan sólo en sus fenómenos y, por consiguiente, su autoconciencia depende por completo de la naturaleza -siempre contingente y accidental- de los mismos.
Una consecuencia de esto es que la casi totalidad de sus acciones se encaminarán decididamente a buscar ideas, estados de conciencia y emociones agradables y a rehuir o evitar los desagradables. La selección de estos elementos agradables diferirá con las personas, pero aparte de otros factores particulares podremos ver la tendencia general de estos valores cuando estudiemos los temperamentos. Veremos entonces que para ciertas personas lo bueno y positivo es la comodidad, la aceptación social, la convivencia afectuosa; para otras, en cambio, tiene mucho más valor la acción, la lucha, el triunfo, la independencia, el poder, y por último, que otras prefieren en primer lugar la habilidad, el estudio y la reflexión, el aislamiento, el cultivo de los sentimientos estéticos, etc.
Por consiguiente, si bien los estados de conciencia siguen inmediatamente a las actividades o a las situaciones, puesto que son su consecuencia natural, también por el hecho de la adhesión y búsqueda por parte del sujeto de determinados estados subjetivos, éstos se convierten en la verdadera causa y razón de gran parte de su conducta.
Pero detrás de este tipo normal de expansión de conciencia, que también podríamos calificar de elemental, existe en el ser humano una necesidad más profunda y permanente hacia cuya satisfacción tienden en realidad consciente o inconscientemente todas sus acciones, todos sus deseos e inquietudes. Es la necesidad de sentirse vivir a sí mismo con toda la fuerza y plenitud, el anhelo de llegar a la evidencia profunda e inmediata de su propia realidad, el deseo de realizar la plena conciencia de su ser y existir.

III. Impulsos que tienden a la formación, desarrollo y conservación, hasta un límite determinado, de las formas o estructuras que componen los diversos niveles del hombre: cuerpo físico, estructura instintivo-vital, la mente, etc.
En los niveles físico e instintivo-vital, estos impulsos se manifiestan en las llamadas necesidades primarias o biológicas: hambre, sueño, etc. En los niveles afectivo e intelectual, determinan todas la necesidades espontáneas de ejercitar las funciones correspondientes: amar y ser amado, comprendido, aceptado, adquirir conocimientos de las cosas, de la gente, comunicar las propias ideas, etc.
El vigoroso impulso al desarrollo y conservación de cada una de las estructuras personales -que se traducen en una multitud de necesidades concretas como las ya citadas del hambre, sueño, afecto, curiosidad intelectual, etc.-, no sigue expresándose en el adulto de un modo indefinido, sino que en cada persona tiene un límite diferente, y, dentro de una misma persona, varían la intensidad y duración de los estímulos de cada nivel, como quedó apuntado en el capítulo anterior. El porqué de estas diferencias parece ser que está en relación tanto con la calidad de las estructuras -determinada principal mente por la herencia biológica-, como con el grado de madurez interna de cada persona. También influyen los estímulos procedentes del exterior, -ambiente en el que convive la persona, tipo de educación, circunstancias especiales, etc.
Así, pues, resumiendo lo dicho hasta aquí sobre los impulsos básicos, podemos afirmar que el hombre siente la imperiosa necesidad de expresar toda la energía que anima a su ser y que esta expresión la efectúa en especial de dos maneras; objetivamente, mediante el pleno desarrollo y expresión de todas sus estructuras: física, instintiva, afectiva, intelectual, filosófica, mística y espiritual y además, subjetivamente, mediante la progresiva toma de conciencia de su realidad interior como sujeto o protagonista permanente e inamovible de todos sus propios fenómenos.


Los impulsos básicos según su dirección

También podemos ver estos impulsos básicos desde el punto de vista de su movimiento o dirección. Haciéndolo así, observamos que pueden ser agrupados en dos tendencias o direcciones fundamentales:

- Tendencia centrípeta, de adquisición, estructuración, consolidación y reafirmación del ser. Esto es, tendencia a la formación y conservación de sí mismo en todos los niveles.
Pertenecen entre otros a este grupo: el hambre, la sed, el sueño, el descanso, la inhalación de aire, la función sexual de la mujer, la casa, la seguridad física; recibir afecto y comprensión de los demás; la receptividad en general, activa y pasiva; el interés, la curiosidad, el deseo de comprender, de conocer. En un orden de necesidades más o menos neuróticas podríamos incluir: el deseo de protección, de ser alabado, admirado; la necesidad de sentirse seguro, fuerte, poderoso, inteligente, bueno; la posesión de todo orden: acumulación de riquezas, de prestigio, de conocimientos, de poder.

- Tendencia centrífuga, expansiva, de crecimiento, de exteriorización, contacto e irradiación. Es decir, tendencia a la autoexpresión, también a través de todos los niveles.
Pertenecen a este segundo grupo: la necesidad de movimiento y ejercicio, la exhalación de aire, la función sexual masculina, dar afecto y protección a otros, compartir las propias ideas y opiniones, la exteriorización de las propias posesiones y capacidades sean de orden físico, afectivo, intelectual, familiar, social. En la personalidad deformada pertenecen a este grupo la ambición expansiva de poder y conquista, la tendencia a imponer el propio criterio y a dominar a los demás, etc.

A través de este doble movimiento hacia dentro y hacia fuera de todo su ser, toma el hombre plena conciencia de sí mismo. Mediante el pleno ejercicio de sus funciones se desarrolla y se siente vivir. Y sólo viviendo plenamente puede llegar a descubrir y realizar la fuerza y realidad de su ser central.
Aunque el hombre raramente se da cuenta de ello de modo directo, es esta conciencia actual y profunda de la realidad de su ser y de la totalidad de su existir el objetivo fundamental subyacente en todos los actos de su vida. Conseguir esta autorrealización, interna y externa, es el móvil axial de su conducta, el impulso primordial de su existencia, la verdadera razón de su ser de todos sus deseos y aspiraciones. Y solamente en la medida que se aproxime a la realización de este objetivo supremo, podrá hallar el hombre, por fin, la evidencia, la plenitud y la serenidad.
Pero es obvio que la gran mayoría de las personas no perciben directamente estas motivaciones profundas de su vida interna y externa. Son conscientes tan sólo de motivaciones de orden más superficial, concreto e inmediato, que, como es natural, no son más que una exteriorización de aquéllas. Así, por ejemplo, una determinada persona sabe que desea tener éxito profesional en la vida y que su conducta está impulsada en todo momento por este anhelo. Esto se acepta como un hecho muy natural y que no requiere ulterior aclaración. Pero, en realidad ¿por qué desea tener éxito, qué busca en el prestigio, el reconocimiento y la admiración de los demás? Si lo miramos bien veremos que el hombre busca afanosamente el éxito porque tiene la viva impresión de que al conseguirlo se sentirá a sí mismo de un modo más intenso, más fuerte, más real, y tiene la intuición de que esta conciencia directa y plena de su realidad implica un auténtico estado de íntima felicidad. Así es que en definitiva no es el éxito por sí mismo lo que está buscando -como tampoco otras personas buscan la acumulación de riquezas o de poder por la cosa en sí-, sino tan sólo como un medio indispensable, de acuerdo con las ideas que se ha ido formando, para llegar a conseguir la satisfacción de esta conciencia positiva y directa de su propio ser.
Esta distinción entre la motivación profunda y la que es más superficial tiene mayor importancia de la que parece. En el caso citado, si la verdadera motivación fuera exclusivamente conseguir el éxito profesional y social, tan sólo podría alcanzar su felicidad si concurrieran una serie de circunstancias favorables y propicias en el ambiente y en sí mismo. Pero si la verdadera motivación es la consecución de esta autoconciencia profunda, entonces la persona tendrá muchas más posibilidades de realizarla, ya que no dependerá de tantas condiciones concretas para alcanzar ese estado de dicha final, y probablemente podrá utilizar otros medios para llegar a este mismo resultado de un modo más directo y seguro.
Como se comprenderá fácilmente, todo esto es de la máxima importancia para comprender el verdadero sentido de la vida, tanto nuestra como de la ajena, y para entender el significado de toda conducta, puesto que el impulso primordial -en su doble vertiente objetiva y subjetiva- que hemos visto en este capítulo, es el verdadero armazón o estructura dinámica de la misma.


Efectos de la insatisfacción de las necesidades básicas

El ser humano es capaz de resistir por largo tiempo situaciones más o menos adversas, esto es, situaciones en las que le está permanentemente negada la satisfacción de alguna o algunas de sus necesidades básicas. Pero, normalmente, la personalidad no puede entonces mantener su equilibrio, su normalidad, y sufre una deformación en su constante esfuerzo por adaptarse a la situación. Solamente el individuo que ha conseguido una auténtica madurez psicológica puede mantener el equilibrio y la cohesión psíquica ante muchas de las situaciones que sin duda derrumbarían moral y hasta físicamente al hombre corriente.
La insatisfacción puede existir por dos motivos:
1. Por carencia total de aquello que permitiría satisfacer la necesidad.
2. Por carencia parcial, pero constante -déficit permanente - de lo mismo.

En el primer caso, es evidente que la persona o no podrá subsistir -si se trata de las necesidades primarias biológicas de conservación-, o sufrirá serios trastornos en su funcionamiento psicológico. Pero en este caso precisamente por tratarse de una carencia total, por fuerza será percibida de inmediato la causa y se podrá buscar el remedio conveniente.
En el segundo caso, en cambio, por tratarse de una carencia parcial, puede pasar fácilmente inadvertida. La persona irá experimentando lentamente una serie de cambios en su estado de ánimo o en su salud, sin que quizá ni remotamente se le ocurra relacionarlos con determinadas condiciones de su ambiente.
Muchas de estas deficiencias han sido ya estudiadas por la Medicina y la Psicología industrial, tales como déficits alimenticios, carencias vitamínicas, necesidad de aire puro, buena luz, descanso, etc. Más recientemente, se han empezado a estudiar en forma sistemática, las deficiencias correspondientes a otros niveles distintos del físico: necesidad de afecto, de aceptación, de libertad, de seguridad interior, de prestigio, etc.
Los efectos de toda insatisfacción de las necesidades básicas, son principalmente los siguientes:

1. Intranquilidad, malestar, tensión, irritabilidad.
2. Disminución en calidad y regularidad del rendimiento en general.
3. Aumento artificial, pero urgente, de otras necesidades.

Estas señales no hacen siempre su aparición de un modo brusco e inmediato ante su carencia, sino que van surgiendo solapadamente, de manera lenta y progresiva.
1. La intranquilidad, la tensión y la irritabilidad son la primera reacción, generada a menudo en el inconsciente, ante la situación adversa y viene a ser la sorda protesta de la personalidad ante tal situación. Lo curioso de estos procesos es que con mucha frecuencia, por ocurrir por debajo del umbral de la conciencia, el propio sujeto no se da cuenta en absoluto de lo que está pasando y registra tan sólo el síntoma final, la irritación y el descontento que no sabe a qué atribuir.
2. El segundo efecto, la disminución en calidad y regularidad del rendimiento, es la consecuencia natural del primero. La tensión interior y el malestar alteran el equilibrio y la agilidad del cuerpo, de la afectividad y de la mente, y producen un estado de crispación, de contractura en dichos niveles. Disminuirá, por consiguiente, la fluidez y continuidad de sus actividades, le costará concentrarse, mantenerse ocupado en la misma tarea, pensar y actuar con agilidad y adecuación. Muchas veces, no obstante, aparece al lado de estos síntomas negativos, un aumento en intensidad de su acción, ocasionado precisamente por la tensión interior, y así, la persona muestra de repente un deseo sorprendente de hacer más cosas, de abarcar más actividades o asumir nuevas responsabilidades, etc. En la medida en que esto sea un subproducto del desajuste interior, no hemos de confiar demasiado en que esta superactividad sea persistente y que tenga un carácter constructivo. En otras ocasiones, en lugar de esta reacción de «activismo» se produce una reacción de «depresión», de desgana y se desea huir de todo cuanto tenga carácter de obligación.
3. Y, en fin, el tercer efecto, o sea, un aumento artificial, pero urgente, de otras necesidades, viene como consecuencia del malestar e insatisfacción que provocan en la persona la necesidad de experimentar otras satisfacciones a título de compensación. En esto hemos de ver la explicación de los abusos que tan a menudo se hacen de las funciones fisiológicas sexuales, como asimismo del comer y del beber. Ante una insatisfacción, la tensión acumulada busca descargarse de un modo u otro. En la persona controlada toda la tensión que se acumula por una causa u otra, puede encontrar un cauce positivo de expresarse, una función constructiva donde invertirse. Pero en la persona no controlada, la insatisfacción provoca la urgente necesidad de una inmediata satisfacción del modo más fácil, y por ello se ve compelida con mucha frecuencia a descender de nivel, utilizando su cuerpo físico para que le proporcione una satisfacción que es artificial, ya que no responde en este caso a ninguna verdadera necesidad fisiológica.
Digamos, incidentalmente, que siempre que se utiliza un nivel inferior de un modo artificial, inmediatamente después del placer se produce una verdadera depresión. Mientras que si la satisfacción es producto de una auténtica necesidad de aquel nivel, esta depresión nunca se presentará. Ante la depresión, el sujeto siente la necesidad de buscar nuevos estímulos agradables que le compensen del malestar, y así sucesivamente, con lo que va quedando envuelto en un verdadero círculo vicioso de hábitos perjudiciales que le desvían de su línea positiva de acción y le merman una cantidad considerable de energías.
La fuerza de todas estas motivaciones desaparecería instantáneamente, desde luego, si la persona se preocupara con seriedad de determinar «qué» es lo que hace falta realmente en su vida y adoptara ante ello una actitud inteligente.

3. LA ESTRUCTURA Y EL FUNCIONAMIENTO FISIOLÓGICO, CONDICIONANTES DE LA PERSONALIDAD

Organismo físico y condicionamiento

El organismo físico es el instrumento de impresión y expresión de la personalidad en el nivel físico de la existencia. Mediante él contactamos y tomamos conocimiento del mundo que nos rodea, y asimismo gracias a él materializamos nuestras ideas, nuestros afectos y nuestras necesidades biológicas. El cuerpo es el instrumento inicial de nuestro autodescubrimiento. Es el primer punto de apoyo de nuestro despertar interior.
Pero también nuestro cuerpo tiene unas leyes propias, unas necesidades o exigencias, una determinada resistencia y unos puntos más débiles, esto es, unas limitaciones, que actúan a modo de filtro de los impulsos, de los deseos, de las aspiraciones y de las capacidades potenciales existentes en los demás niveles elementales de nuestra personalidad. El cuerpo nos da una base sólida y relativamente estable para estructurar inicialmente nuestras ideas de lo concreto y de lo real. Pero al mismo tiempo canaliza dentro de un molde personal nuestro conocimiento del mundo y nuestra posibilidad de desenvolvernos en él. El cuerpo a la vez que nos comunica con el mundo y con nosotros mismos, nos limita y nos condiciona por su misma naturaleza limitada y condicionada. Todas las facultades que existen potencialmente en nosotros sólo pueden actualizarse en la medida y en la forma que los instrumentos lo permiten. Nuestro cuerpo es una ventana abierta al exterior. Pero es una ventana que puede ser grande o pequeña, transparente o translúcida y con un marco determinado que en mí será redondo, en otro cuadrado y en otro triangular. Y si bien todos estamos contemplando el mismo mundo, yo lo veré redondo, el otro lo verá cuadrado y el tercero triangular.
El cuerpo nos condiciona de varias maneras:

1. Por sus exigencias o necesidades: impulsos biológicos.
2. Por su calidad y contextura: es lo que denominamos constitución física.
3. Por su estadio o fase de desarrollo: psicología evolutiva o de las edades.
4. Por su estado de funcionamiento: salud y enfermedad.

Pero antes de entrar en el estudio detallado de cada uno de estos factores, digamos unas palabras sobre la importancia que de un modo general presentan los condicionamientos procedentes del organismo físico en relación con el trabajo interno de maduración y liberación.


Condicionamiento físico y madurez psicológica

En todo momento el organismo físico nos condiciona fuertemente en los siguientes aspectos:
- en nuestra capacidad y modalidad de acción en el mundo exterior.
- en nuestra tonalidad afectiva personal.
- en la contextura de nuestra mente concreta.

Cuando el organismo está en proceso de desarrollo y por lo tanto el cerebro y el sistema nervioso no han alcanzado su plena capacidad funcional, o también cuando por vejez o por lesión o enfermedad orgánica esta capacidad funcional queda disminuida, además de los condicionamientos antes citados pueden producirse los siguientes:
- una limitación en la percepción de estímulos, internos o externos, según los casos.
- una limitación en la capacidad de expresión de la vida interior.
- una mayor dificultad de adaptación a las circunstancias.
Respecto al trabajo interior, hemos de distinguir entre los dos casos siguientes:

- Cuando el organismo no está aún plenamente desarrollado, es muy raro que puedan desarrollarse los niveles superiores, aunque excepcionalmente se dan casos en los que dichos niveles superiores hacen acto de presencia con total independencia de la edad y de las condiciones externas de la persona. También es muy difícil que se produzca en esta fase de maduración fisiológica una realización en el sentido de profundidad, ya que la misma mente está también en fase de desarrollo y en general queda absorbida por la adquisición del conocimiento del mundo exterior y por los procesos internos y externos de adaptación.
- Cuando el organismo ha alcanzado ya su pleno desarrollo, pero la vejez o una enfermedad merman la capacidad de rendimiento, veamos dos posibilidades.
a) Si la lesión o enfermedad afecta gravemente a los centros nerviosos reguladores o de la conciencia física, es evidente que no podrá hablarse de ningún nuevo aprendizaje, ni de desarrollo o integración con las zonas profundas o superiores. Pero incluso en este caso, si la persona había desarrollado previamente su conciencia profunda o se había integrado con algún nivel superior, no perderá esta profundidad o elevación de conciencia que había adquirido, aun cuando se encuentre por completo imposibilitada para poderla expresar al exterior.
b) Si la lesión o enfermedad no afecta gravemente a la conciencia física, no hay inconveniente alguno para que la persona pueda profundizar dentro de sí y alcance un grado elevado de autorrealización. También tal estado es propicio para que la persona se eleve por encima de sí misma y se lance a buscar a Dios o a investigar el verdadero sentido de su propia vida, etc. Aunque también es muy frecuente, por desgracia, que el individuo en vez de elevarse se hunda en una depresión, caiga en una apatía o se ponga a dar vueltas con su mente e imaginación alrededor de sí mismo en una continuada protesta contra la vida y las circunstancias por el estado en que se encuentra, o quizá se envuelva en el pueril manto de la autocompasión.

Podríamos resumir lo que antecede diciendo que toda expansión de conciencia, sea hacia adentro o hacia arriba, requiere normalmente unos instrumentos físicos cerebro y sistema nervioso - en buen estado y en plena capacidad funcional. Pero que una vez conseguida y estabilizada esta conquista interior ya nunca más se pierde, nunca retrocede, aunque pierdan o retrocedan después los mecanismos fisiológicos que permiten toda expresión material. Esto es así, porque la conciencia interna ya no depende entonces de los mecanismos físicos, puesto que la conexión hecha durante el trabajo interior la ha estabilizado en niveles más elevados o en zonas más profundas. También se debe a esta razón el que una persona interior o espiritualmente realizada puede estar sufriendo grandes dolores en una enfermedad y, al mismo tiempo, sentir una gran plenitud, serenidad y paz interior.
Es, pues, un error, el de muchísimas personas que condicionan de un modo absoluto un eficaz trabajo interior con un perfecto estado y condición física. Creen tales personas que sólo podrían trabajar de veras si se encontraran más fuertes, si no tuvieran tal defecto físico, si no fueran tan nerviosas o si tuvieran diez años menos. Tales razones y otras parecidas son erróneas y se originan en la ignorancia de quienes están excesivamente identificados con el cuerpo.


1. LAS NECESIDADES BIOLÓGICAS

Energía biológica y tendencias instintivas

Nuestra energía biológica se actualiza en nosotros en forma de impulsos o tendencias, profunda y vigorosamente enraizadas en nuestra naturaleza, y destinadas a satisfacer las necesidades básicas que aseguren nuestra subsistencia y desarrollo biológicos.
Estos impulsos dan lugar a la denominada conducta instintiva, inmanente en nuestra biología. Pero su acción no queda limitada a los niveles físico y vital, sino que además se extiende e irradia en el psiquismo general a través de los niveles afectivo y mental, influyendo activamente en su conocimiento. De ahí el gran interés de su estudio para el conocimiento de la conducta humana.
La biología es una de las principales fuentes energéticas de la personalidad. Si el sujeto sabe desarrollar y encauzar debidamente esta energía, sin que su circulación quede obstaculizada con inútiles bloqueos por conflictos internos o tendencias contradictorias, dispondrá del primer elemento indispensable para conseguir una vigorosa e irradiante personalidad.


Las necesidades primarias biológicas

Las necesidades primarias biológicas tienden a asegurar la subsistencia y el desarrollo del individuo en tanto que ser biológico. Son las siguientes:

- Conservación. Busca asegurar la estructura y cohesión orgánica, manteniendo a las vez el equilibrio interno del organismo y el de éste con las condiciones materiales del medio ambiente en el que se desenvuelve. Tales son la necesidad de aire, de alimento, reposo, eliminación, igualdad de temperatura, movilidad y placer.
- Expansión. Tendencia al crecimiento, hasta determinado límite, y a la progresiva expansión de la actividad física en el denominado espacio vital.
- Reproducción. Función sexual.

Estas necesidades son, como es evidente, sumamente importantes para el individuo y se traducen en poderosas motivaciones de su conducta habitual. Pero dado que son también las mejor conocidas por todos, creemos innecesario extendernos aquí sobre ellas, si bien más adelante tendremos ocasión de comentar varios de sus aspectos.


2. CONSTITUCIÓN FÍSICA Y TENDENCIAS TEMPERAMENTALES

Herencia, constitución y ambiente

Es criterio aceptado por los hombres de ciencia de hoy, que nuestra estructura física, nuestra constitución, viene determinada en sus predisposiciones por la herencia, esto es, por el conjunto de rasgos transmitidos por la línea genética de todos nuestros antecesores.
Y también lo es que si la herencia nos da la predisposición, el medio ambiente exterior, en cambio, nos da los materiales de construcción -que pueden ser buenos o malos, sanos o deficientes- con los que edificaremos nuestra personalidad física. De manera que, según esto, la fuerza, la virtualidad y la dirección nos vienen dadas por la herencia, y los elementos con lo que se estructuran las formas, los materiales, nos los proporciona el ambiente. Por lo tanto, nuestra estructura física es siempre el resultado de estos dos factores: herencia y ambiente.
Los impulsos biológicos nos empujan a salir al exterior, a ponernos en contacto con el mundo inmediato, con el ambiente, para buscar en él cuanto necesitemos: aire, alimento, calor, etcétera. Pero la importancia del ambiente no se limita únicamente al aspecto material de nuestro ser. El ambiente es el medio en el cual y mediante el cual se ha de desarrollar la personalidad. De él ha de absorber todos los elementos que necesita. Y esto no sólo en el aspecto físico. En el aspecto afectivo y en el aspecto intelectual, también es del exterior de donde recibimos los contenidos formales que después incorporaremos a nuestra propia estructura. Si el niño vive en un ambiente de afecto, confianza y seguridad, se incorporará -o como se dice en lenguaje psicoanalítico, «introyectará»- tales estados afectivos y llegarán a constituir después su modo propio de ser. En el aspecto intelectual, todos los conocimientos básicos los hemos adquirido asimismo del exterior. Los valores culturales de nuestra civilización, las costumbres sociales, el patrimonio religioso, técnico, económico, artístico, etc., son todas aportaciones del exterior que hemos de asimilar y expresarlas de nuevo en el ambiente después de haberlas transformado a través de nuestro modo personal de ser.
El ambiente, pues, ha de poder suministrar los materiales necesarios para esta estructuración de la personalidad. Materiales que, repetimos, no son sólo comida, sino que son todas estas cosas que hemos mencionado, todas estas necesidades de seguridad, de afecto, de ideas, de experiencia, de conducta, de actitudes humanas, etc. En este sentido, el ambiente puede ser rico o pobre; no en el sentido económico, sino en la calidad de su contenido; lo mismo que una comida puede ser rica en el aspecto nutritivo, un ambiente afectivo puede ser rico en calidad o pobre, e igualmente un ambiente intelectual. Se ha comprobado que las personas que de jóvenes se han desarrollado en ambientes de buena calidad en el sentido expuesto, aprenden con mayor facilidad y llegan más lejos, en general, que los que han vivido en ambientes mediocres. Por lo tanto, el vivir en un ambiente propicio, apto, rico, favorece el amplio desarrollo de varias facetas de la personalidad.
Pero también se da, en ocasiones, el caso contrario. Se ha visto cómo algunas personas que han tenido que vivir en ambientes muy desfavorables, con limitaciones culturales, económicas, familiares, etc., han llegado a alcanzar gran altura, desarrollando una personalidad muy por encima de otras mejor protegidas y educadas. ¿Cómo ha ocurrido eso? Estos casos parecen ser el resultado de una gran fuerza interior, de una fuerte energía expansiva que les ha permitido sostener grandes luchas y esfuerzos formativos precisamente contra el propio ambiente limitativo. Su desarrollo, pues, no ha sido producto de la acción del ambiente sino de su gran fuerza reactiva ante el ambiente.


Constitución, temperamento y carácter

La tendencia natural a sentir y a reaccionar en una dirección determinada, está estrechamente relacionada con la constitución física. Cada estructura biológica tiende hacia un estiló preferente de acción y de reacción -por ejemplo, el aparato locomotor hacia el movimiento y el esfuerzo, el sistema nervioso hacia la sensibilidad y la habilidad, etc-. Al conjunto de estas tendencias activas y reactivas que son consecuencia de una determinada contextura del cuerpo, se le denomina temperamento.
No hay que confundir estos rasgos psicológicos con lo que es el carácter. El temperamento es la vertiente psicológica de la constitución física y viene a ser también el armazón o elemento primario del carácter. Carácter es el modo peculiar de ser de cada persona y gracias al cual se distingue de todas las demás. Es la resultante del temperamento, del ambiente, de la educación, de las experiencias vividas, de la madurez interior, etcétera. Temperamento es la conducta en lo que depende de la constitución. Está enraizado en lo biológico y por lo tanto no puede cambiar, a no ser que cambie también el funcionamiento del cuerpo. El carácter, en cambio, por ser la resultante de todos los factores que actúan con fuerza sobre nuestro psiquismo, está cambiando constantemente, siempre está en evolución.


Temperamento y libertad de acción

El temperamento es, pues, prácticamente inalterable. No se puede pasar de un temperamento a otro a no ser que exista a la vez una modificación fisiológica, lo cual ocurre, por ejemplo, en el caso de ciertas enfermedades endocrinas. Así, en los trastornos alternantes del tiroides, vemos que cuando la actividad de dicha glándula aumenta se incrementa el consumo de energía, se eleva el metabolismo, la persona quema mayor cantidad de grasas y entonces observamos que la persona tiende a ser más excitable, más nerviosa, no puede dormir bien, su reactividad psíquica general es más rápida, ligera y superficial. Sin embargo, cuando por una razón u otra el tiroides trabaja de un modo más lento, el consumo de grasas disminuye, la persona empieza a engordar y pasa a ser más calmosa, tranquila, paciente, y con mejor humor. Paralelamente al cambio fisiológico aparece siempre el correspondiente cambio de reacción temperamental.
Llegados a este punto, muchas personas nos han planteado la siguiente pregunta: «Si el temperamento es invariable y si él es la causa de mis reacciones, ¿entonces no puedo hacer nada para librarme de mis rasgos negativos, para cambiar mi manera de ser, y he de estar condenado a vivir siempre como una máquina automática, sujeto a los impulsos más o menos negativos que surjan de mi estructura temperamental?». A esto debemos contestar lo siguiente: En primer lugar, el temperamento sólo da tendencias primarias de tipo muy general, que son susceptibles de adoptar múltiples formas en el mundo concreto de la vida práctica; por lo tanto, muchas cosas que se achacan al temperamento no son tales, sino que son productos de reacciones adquiridas en el curso de la vida y que no han sabido controlarse debidamente. Por lo menos en toda persona sana, todas las reacciones de origen temperamental son básicamente positivas, puesto que se derivan de estructuras fisiológicas sanas, y, dentro de la gama de posibilidades que encierra cada tendencia temperamental, es función del propio individuo procurar, mediante un tono de vida elevado, que se manifiesten aquéllas que están más en consonancia con los valores superiores que ha elegido. Y, por otra parte, dado que el temperamento está en la base de nuestros procesos psíquicos, sus tendencias se manifestarán ya en nosotros en la misma forma de valorar las cosas, de modo que, si nos dejamos guiar por nuestras resonancias profundas, no podremos valorar como positivas para nosotros cosas que no estén dentro de nuestra línea natural de desarrollo. Así es que resulta completamente artificial el problema de quien querría tener otro temperamento. Una de dos: o toma como pertenecientes al temperamento rasgos caracterológicos que han sido sobreañadidos al mismo, o está actuando en función de unos valores puramente externos que quiere imitar o adquirir artificiosamente, ya que «no puede» quererlos de un modo auténtico, espontáneo, natural.
El temperamento nos da una línea básica de acción, un estilo natural de reacción que es susceptible de ser desarrollado hasta sus más altas posibilidades, de modo que se convierta en una firme base del edificio positivo de nuestra personalidad.


El conocimiento del temperamento. Escuelas

Las escuelas más conocidas de biotipología son la italiana de N. Pende, la alemana de E. Kretschmer y la americana de W. H. Sheldon.
Nicolás Pende se caracteriza por haber estudiado los temperamentos humanos tomando por base el mayor o menor funcionamiento de las glándulas endocrinas. Según las glándulas que predominen en una persona, el cuerpo tendrá determinadas características de forma y estructura y su psiquismo igualmente poseerá diferentes cualidades. Así, por ejemplo, el tipo hipertiroideo es más bien alto y delgado, ojos vivos y brillantes, movimientos ágiles y graciosos; en el aspecto psíquico presenta fácil excitabilidad, intranquilidad intelectual, rapidez y variabilidad de los procesos mentales, desarrollo intelectual precoz, etc. No vale la pena dar más detalles de esta escuela porque su descripción resultaría excesivamente técnica y presenta la dificultad, además, de que la identificación de los diversos tipos requiere conocimientos bastante especializados de fisiología.
Ernest Kretschmer descubrió inicialmente el paralelismo existente entre dos tipos de enfermedades mentales, la esquizofrenia y la psicosis maníaco-depresiva, y dos tipos constitucionales: el pícnico y el asténico. Posteriormente, sus investigaciones le condujeron a establecer la existencia de los siguientes tipos biológicos:
1. Tipo pícnico.- Se distingue por la preponderancia relativa de las dimensiones horizontales sobre las verticales, con tendencia a la gordura. Las características más salientes son: estatura mediana, cuello corto, cara ancha y blancuzca, cabeza hundida en los hombros, miembros con escaso relieve muscular, manos blandas, cortas y anchas, pecho y vientre prominentes, excesiva acumulación de grasa, angostura en las articulaciones, cabello delicado propenso a la calvicie, excepto en las regiones pilosas secundarias en las que el vello es fuerte y abundante.
Al tipo pícnico le corresponde el temperamento ciclotímico.
Las características del temperamento ciclotímico1 son las siguientes: El humor oscila fácilmente entre dos polos opuestos, de la tristeza y melancolía hasta la alegría y exaltación eufórica. En algunos casos se encuentran en estos tipos alegría, humor, vivacidad, calor afectivo, y en otros, tranquilidad, ausencia de pasionalidad, depresión ligera, ternura.

1. Caracterología y Tipología, G. Lorenzini. Págs. 207 y ss.

Los ciclotímicos constituyen los abiertos: sienten la necesidad de expansionarse frecuentemente con confidencias; buscan la compañía de los demás, en los cuales encuentran uno de sus mayores alivios. Saben fundirse con el ambiente en el que viven, saben vibrar al unísono con el mismo, orientarse y adaptarse rápidamente. Dan vida a todas las cosas con el calor de su sentimiento y, en los momentos de euforia, se sienten arrastrados a sentimientos de afecto por todos. De este estado de ánimo surge su cordial sociabilidad.
El individuo ciclotímico es cordial, ameno y dispuesto siempre a comprender y soportar una broma. Es el tipo sincero, franco. Demuestra buen corazón. Hay algo en él cálido, afectuoso, pueril y confidencial en su trato. Difícilmente hace daño a los demás, aun cuando pueda aparecer como alborotador y violento. Explota fácilmente en cólera, pero con la misma rapidez desaparece sin conservar rencor alguno. En los estados de melancolía y de depresión se lamenta de no experimentar sentimientos afectuosos hacia los demás, de ser malo, frío, indiferente.
En las circunstancias difíciles y dolorosas, debidas a fuertes contrariedades o a graves desastres en los negocios, no se irrita, no se afana, no reacciona violentamente, como hace, por ejemplo, el esquizotímico, sino que se queda triste y en un estado de sufrimiento. Generalmente no se deja abatir, pero se queda ensimismado en su sufrimiento.
Los tipos ciclotímicos, ordinariamente, no suelen ser lógicos, rígidos o individuos de ideas preconcebidas y amantes de sus esquemas de vida y doctrina. Se adaptan fácilmente. Esta adaptabilidad proviene de su misma inestabilidad afectiva y sentimental.
Raramente se encuentra en ellos un fuerte sentimiento de amor propio y de vanidad. Tienen, en general, un sentido moderado de confianza en sí mismos, y difícilmente llegan a la exaltación o al fanatismo.
Están dotados de una gran capacidad de trabajo. Tienen grandes reservas de empuje, de audacia, de generosidad y de una notable habilidad para ponerse en relaciones sociales con los demás. Son tipos muy abiertos de mente, especialmente en el terreno de la práctica, y de una pronta intuición ante las situaciones.
Entre los ciclotímicos se encuentran los hombres prácticos, habilidosos, llenos de actividad, de dinamismo; citemos, por ejemplo, a los comerciantes, los empresarios, los realistas llenos de optimismo, los humoristas llenos de bondad y de indulgencia.
En algunos casos puede que sufran una especie de complejo de inferioridad, como consecuencia de un sentimiento de insuficiencia que sienten en relación con su trabajo intelectual.
Los tipos ciclotímicos corresponden, en líneas generales, a los tipos extrovertidos de Jung, abiertos hacia el exterior. Son los que con facilidad saben gozar de la vida y aman cuanto hay en ella de atractivo.
Kretschmer subdivide el grupo de los temperamentos ciclotímicos en tres subgrupos, basándose en la proporción de los estados humorales (llamada por él «proporción diatésica» ), es decir, según que el temperamento se incline más hacia la alegría o a la tristeza y depresión. Estos temperamentos ciclotímicos son:
a) Los temperamentos hipomaníacos: Predomina en ellos una animación serena, un acentuado estado de euforia, un sentimiento elevado de confianza en sí mismo. Existe gran facilidad para encolerizarse. En el modo de obrar hay ímpetu, multiplicidad de ocupaciones, riqueza de ideas.
b) Temperamentos ciclotímicos sintónicos. Son individuos tranquilos, que fácilmente se dejan guiar por la razón, dotados de gran energía práctica, de un humor agradable.
c) Temperamentos depresivos. Son tranquilos y silenciosos, propensos a la melancolía y la depresión.

2. Tipo asténico o leptosomático.- Manifiesta un predominio neto del crecimiento longitudinal, con dimensiones transversales endebles. El peso es inferior a la media, así como las medidas de diámetro y de perímetro. Las características descriptivas son: Esbeltez y delgadez en el tronco y en los miembros, hombros caídos, miembros frágiles y sin relieves musculares, manos finas y huesudas, caja torácica alargada y plana, mentón retraído, rostro alargado pero estrecho, cabello escaso, excepto en las regiones pilosas secundarias.
Al tipo asténico le corresponde el temperamento esquizotímico.
Las características del temperamento esquizotímico son las siguientes:
Es el tipo opuesto a los ciclotímicos y está caracterizado por la oscilación entre la sensibilidad y la frialdad. Tienen tendencia a una vida interior muy acentuada, a vivir encerrados en sí mismos; según la terminología tan difundida, como consecuencia de las doctrinas del psiquiatra alemán Bleuler, los esquizotímicos son propensos al «autismo», a vivir en sí mismos y por sí mismos.
Mientras los ciclotímicos son naturalezas sencillas, abiertas, y su alma aflora a la superficie, y por consiguiente son fácilmente comprensibles, los esquizotímicos son de naturaleza complicada, pero exteriorizada. Son individuos -dice Kretschmer- que tienen una superficie y un fondo: una vida que se desarrolla al exterior en su comportamiento y otra que vive en las íntimas profundidades. En la superficie presentan aspectos muy diferentes: desde los tipos de una alegría amanerada y convencional, ingeniosos y exhibicionistas, a los agradables, tranquilos; a las personas intelectuales, especulativas, frías; a las que presentan formas características tímidas, sensibles, incapaces, o a los tipos calculadores, cínicos, que no se arredran por nada. Pero el fondo, la intimidad del alma, difícilmente puede ser penetrada.
Los esquizotímicos son, usando la terminología de Jung, «introvertidos»: predomina en ellos la vida interior y de ordinario encuentran dificultad en ponerse en contacto con la realidad que los rodea; mientras el ciclotímico se entrega al mundo que lo circunda, gozando alegremente de la luz, de los colores, de los sonidos y de las bellezas naturales, el esquizotímico se vuelve extraño al ambiente externo y vive absorbido dentro de sí, en su pensamiento, en sus sueños. El ambiente ejerce en él una influencia muy limitada.
Las voces del mundo llegan a su alma velada o se paran en el umbral. No consigue sintonizar su vida con el ambiente. Las relaciones de cordialidad y de expansión se sustituyen por el convencionalismo social. Los sentimientos de los demás le llegan como filtrados a través de sus sueños y de sus ideas. El pensamiento, la razón, prevalecen en él sobre el sentimiento. Aún los más naturales e instintivos, cuales son los sentimientos familiares, le parecen dictados por la lógica más que por el afecto. El amor mismo más parece encender su fantasía que no calentar su corazón. Por consiguiente, es muy reducida la vida afectiva en estos sujetos. En lo casos normales y equilibrados esta situación viene compensada por una tensión constante, que sabe comprender las necesidades, las aspiraciones y los derechos de los demás hombres. Entonces la vida le da aquella adaptabilidad con la cual se pliega a las exigencias del vivir cotidiano, aquella bondad y tolerancia que le lleva a soportar fácilmente y a limar las angulosidades y las inevitables rozaduras del momento.
Generalmente, estos tipos son poco prácticos. Difícilmente se adaptan a aquellas profesiones en las cuales se requiere mucho sentido práctico, como, por ejemplo, la del comercio.
El humor fundamental oscila desde la hiperestesia al de la anestesia, es decir, desde una sensibilidad refinada hasta una extrema insensibilidad. En lugar de estar alegre, o triste, como el ciclotímico, está serio.
Esto no quiere decir que estos estados de humor tengan que alternarse más o menos regularmente, o que tengan que fijarse siempre en un extremo, excluyendo el estado de humor opuesto. Sucede, de hecho, que el individuo más sensible puede permanecer muchas veces frío ante ciertas situaciones conmovedoras, mientras que individuos fríos pueden demostrar una exquisita sensibilidad en ciertos aspectos de su vida interior.
La sensibilidad del esquizotímico se manifiesta por «un exquisito sentimiento de la naturaleza, de una, fina comprensión del arte, de un estilo personal, lleno de gusto y medida, de la necesidad de unirse, apasionadamente a ciertas personas, de una susceptibilidad exagerada a los disgustos, a los pequeños roces de la vida cotidiana». A veces, esta sensibilidad se manifiesta por una tendencia a la soledad, prefiriendo más los libros que las personas, o también por una gran timidez.
La insensibilidad puede presentarse en actitudes especiales, como la «frialdad dura y activa», la «inercia pasiva» o la calma imperturbable.
Los cambios de humor provienen tanto de una «inestabilidad indolente» como de un «capricho activo», y son ocasionados, no tanto por las condiciones externas y objetivas, como sucede en el ciclotímico, que posee la capacidad de adaptarse a ellas, sino por especiales complejos representativos y afectivos internos.
Fundándose en los diferentes grados de la escala que va desde la sensibilidad más profunda hasta la insensibilidad, Kretschmer distingue tres grupos fundamentales de esquizotímicos:
a) Los esquizotímicos hiperestésicos: Son nerviosos, irritables, idealistas, delicados y dotados de mucha vida interior.
b) Los esquizotímicos intermedios: Son tipos fríos, enérgicos, sistemáticos, lógicos, tranquilos.
c) Los esquizotímicos anestésicos: Son tipos fríos, solitarios, indolentes, perezosos, muy poco sujetos a pasiones.
Esta descripción de los dos tipos temperamentales de los esquizotímicos y de los ciclotímicos es general y tiende a describir los temperamentos puros. El mismo Kretschmer afirma que éstos son muy raros: en la realidad concreta de la vida se encuentran mixtos, los cuales representan todas las gamas de la fusión de las diferentes características de cada uno de los temperamentos.

3. Tipo atlético.- Los atléticos son individuos de talla mediana o superior a la media, cuyo rasgo característico lo constituye un esqueleto potente y una fuerte musculatura, de relieve en ocasiones exagerado. Características: Estatura mediana o alta, hombros anchos, tórax robusto, cintura más estrecha que el diámetro pelviano, manos y huesos grandes, piel dura, cráneo estrecho y erguido, relieves musculares acentuados, nariz pequeña y roma, mentón potente, cabellos de iguales características que en el asténico o leptosomático.
Al tipo atlético corresponde el temperamento enequético, cuyas principales características son: la adherencia psíquica, esto es, que tanto la mirada como la presión de la mano, la conversación, la actitud afectiva, etc., parecen ofrecer cierta pegajosidad y dificultad de concluir y retirarse. Junto a esta viscosidad, presentan los rasgos de tenacidad y cierta rigidez que son causa de dificultad en situaciones que exigen flexibilidad y rápido enfoque, pero, en cambio, le facilitan otras cualidades tales como la firmeza del carácter, tranquilidad y temple de espíritu, igualmente útiles en las situaciones apuradas.

4. Tipo displástico.- Las características del displástico son negativas: constitución anormal y deformaciones congénitas. El tipo displástico presenta una mezcla inarmónica de diferentes tipos en distintas partes del cuerpo.
En el aspecto psicológico presenta igualmente rasgos contradictorios, constituyendo en conjunto un cuadro temperamental inarmónico.
El profesor de la Universidad de Harvard, W. H. Sheldon, publicó en 1942 su obra Las variedades del temperamento. Psicología de las diferencias constitucionales, en la que establece la clara correlación hallada entre ciertas estructuras físicas y determinadas tendencias psicológicas. En conjunto, la aportación de Sheldon se asemeja notablemente, como veremos en seguida, a la de Kretschmer, si bien su punto de partida es totalmente distinto. Su base biológica y su mayor elaboración hacen de la doctrina de Sheldon un sistema rico en aplicaciones prácticas que lo sitúa muy por encima de Kretschmer.
Todo individuo es una mezcla, en proporciones variables, de tres componentes físicos y tres componentes psicológicos estrechamente relacionados.
Todo cuanto somos física o materialmente proviene, en efecto, del desarrollo de las tres láminas fundamentales del embrión: endodermo, mesodermo y ectodermo. Si dividimos nuestro cuerpo en sectores: cabeza, tórax, abdomen, brazos y piernas, encontraremos en cada uno de ellos, en diversa proporción, los tejidos derivados de estas hojas. Mediante una técnica especial pueden determinarse, en una escala de 1 a 7, los valores regionales de esa proporcionalidad y, al fin de los cálculos, se llega a conocer en cada individuo cuál es la fórmula de su somatotipo, es decir, el desarrollo relativo que en él han alcanzado los tejidos derivados de sus tres hojas blastodérmicas.
Empezando por la primera de ellas, el endodermo, sabemos que proporcionados órganos relacionados con las actividades digestivas y asimilativas, o sea, principalmente, las denominadas vísceras. Los individuos en quienes predomina este primer componente propenden a adoptar la forma esférica; son poco densos -flotan fácilmente en el agua- y, si los otros dos componentes son escasos, adquieren un aspecto fofo. Cuando el valor medio de la endomorfia es superior a 5, su portador es llamado endomorfo. En el caso extremo la fórmula somatotípica del endomorfo máximo sería: 7-1-1. Se corresponde con tipo pícnico de Kretschmer.
El segundo componente es el mesomórfico; en éste se da el predominio de los tejidos conjuntivos, óseo y muscular. Quienes tienen muy desarrollado este componente presentan un aspecto macizo y fuerte -atlético- con tendencia a la figura rectangular; poseen amplia red vascular y piel gruesa. Si el valor de este componente es superior a cinco se denominan mesomorfos; su fórmula extrema es: 1-7-1. Se corresponde con el tipo atlético de Kretschmer.
El tercer componente es la ectomorfia. Corresponde al predominio relativo de los tejidos derivados del ectodermo, o sean: piel, sistema nervioso y órganos sensoriales. Presentan una superficie cutánea relativamente grande y, por ende, se hallan más expuestos al contacto con el mundo exterior; son, por tanto, frágiles; su fórmula, 1-1-71 coincide con el asténico de Kretschmer.

1. W. H. Sheldon. Las Variedades del Temperamento. Paidós. Buenos Aires, 1955.

A partir de estos tres tipos fundamentales pueden definirse prácticamente todos los demás gracias a todas las combinaciones posibles.
En relación con cada componente primario del somatotipo, existe un componente primario del psicotipo o tipo temperamental. Los tres componentes del tipo temperamental son los siguientes:

Viscerotonía. Corresponde a la endomorfia y se caracteriza por la tendencia a la vida cómoda y epicúrea, fácil, burguesa.
Somatotonía. Es la expresión dinámica de la mesomorfia. En quienes predomina este componente son personas siempre dispuestas a tomar decisiones y realizar sus propósitos con rapidez y energía; aman la aventura, el deporte y la competición.
Cerebrotonía. Corresponde al predominio de la ectomorfia. Quienes la tienen dominante son personas predispuestas a la duda, a la hipersensibilidad y a las preocupaciones íntimas.
Vamos a dar a continuación la lista de los rasgos distintivos de cada componente temperamental, resumidos del libro Las variedades del temperamento, del propio Sheldon.


Viscerotonía

El componente visceral tiene varios rasgos típicos característicos, que vamos a describir brevemente.
El viscerotónico, en su tipo más puro, que es el que examinamos, busca, como ley natural de su temperamento, el reposo, la comodidad, el descanso, la evitación del esfuerzo muscular. Esta especie de pereza se muestra en todos los movimientos e incluso en la preferencia por lo cómodo y lujoso: muebles bajos y camas, sillones y divanes muelles donde poder apoltronarse.
Y junto a la pereza, la lentitud: lentitud en los movimientos, en el andar, en las reacciones, tanto verbales como motrices. El viscerotónico es antideportista, pues su actuación resulta siempre demasiado lenta y no consigue ligar las jugadas con su equipo.
Su voz es también uniforme y sin estridencias. Hasta los ojos mueve con lentitud y su misma respiración es más pausada.
En la cara apenas existe expresividad: sus formas son blandas y suaves. Sus impulsos sexuales son también débiles y en general le falta intensidad en todos los impulsos excepto en el apetito propiamente dicho, en el de comer.
A todas las personas sanas y normales les gusta comer, y, cuando se está hambriento, a duras penas se puede uno contener, tanto más cuanto que la acidez del estómago aumenta durante el ayuno; pero aquí se trata de algo diferente y más llamativo, pues el tipo que ahora consideramos da tal importancia al acto de comer que mientras come no puede distraerse, ni hacer otra cosa, considerándolo casi como una ceremonia: todo lo que se refiere a las funciones digestivas para él es un verdadero placer. Después de comer se sienta en una butaca, generalmente baja, o se tumba en un diván, dedicándose a la lectura, a fumar y a oír la radio, pero sin otra delectación especial, pues todo gira en él durante este tiempo en torno al acto fisiológico de la digestión, aunque parezca estar en estado contemplativo.
Otro aspecto de la personalidad del viscerotónico es que se refiere a su vida de relación, que guarda correspondencia con lo anterior. Le satisface la amistad la compañía. Le gustan las formas corteses y ceremoniosas. Tiene deseo de estar entre los demás, en el grupo encuentra su medio ambiente, pues dentro de él halla el apoyo y la protección que le sirve como de almohada espiritual en que reclinarse.
Es tolerante, y desea la aceptación y un ambiente plácido y cómodo.
Tiene una gran facilidad para comunicar sentimientos a los demás, aunque su contacto es uniforme y constante, sin altibajos ni erupciones, ni tampoco de gran intensidad; triste o alegre, siempre existe en él una emoción, y sintoniza fácilmente con los demás. «Lleva, como suele decirse, el corazón en la mano», en el sentido de que expone sus sentimientos íntimos a la mirada pública. Es amable y siente sincero interés, y curiosidad también, por y hacia todo cuanto le rodea, personas y cosas; y una insaciable necesidad de afecto y de aprobación, que viene a ser como una especie de alimento para su espíritu.
Por el hecho de ser débil, es natural que toda su actitud ante el mundo sea pacífica y promotora de paz, de armonía, de protección de los demás. Difícilmente se atreverá a plantar cara, a discutir, a terciar violentamente, a mantener su intransigencia, a ser inflexible en sus negaciones, a ser contundente en sus puntos de vista, porque esto significaría malestar y una situación violenta, tanto en el orden físico como en el emotivo. Antes bien, actuará con cierta diplomacia, procurando dar un rodeo y sinceramente deseará darse por convencido, dejarse ganar y conquistar por su oponente o interlocutor. Su amabilidad deriva hacia la debilidad. Necesita rodearse de personas de las que está seguro. Cuando quiere o precisa obtener algo, como carece de autoridad, apela a argumentos emotivos para conmover a los demás, procurando pulsar las fibras sentimentales a fin de poderlos manejar más fácilmente.
Una característica importante de las personas viscerotónicas es la de convertirse en dominantes, a pesar de ser suaves y blandas, una vez han conseguido adaptarse. Esto se debe a que no pueden soportar que los demás hagan cosas distintas de las que sirven para su seguridad, apoyo, protección, etc. Sin embargo, su misma emotividad hace que obren siempre con el corazón en la mano, sin guardar rencores ni antipatías, brindando su amistad sinceramente a todo el que les acepta; esto les hace ganarse fácilmente la general simpatía, teniendo a su favor los sentimientos de los demás cuando los necesitan.
Personalmente, el viscerotónico es un hombre -o mujer- que se siente satisfecho de sí mismo y de sus relaciones con la gente y con el mundo, sin apurarse en las situaciones difíciles, manteniéndose siempre plácido, como si no tuviera la facultad de la previsión porque puede turbar su sosiego.
No mira al mañana, sino al ahora. Y su sentido del progreso y de la responsabilidad está muy menguado.
Es persona blanda en toda su constitución psíquica, sin dinamismo ni potencial energético.
En su infancia, y es ésta una nota muy típica del temperamento que estamos analizando, no ha tenido nunca rabietas ni posteriormente tampoco explosiones de ira o enojo.
Además de las características citadas que pueden apreciarse con bastante exactitud en unas breves relaciones de trato personal con el individuo que deseamos conocer, Sheldon añade otros rasgos, que enumeramos a continuación:
Sociabilidad en el comer.
Amabilidad indiscriminada.
Insaciable necesidad de afecto y aprobación.
Interés y curiosidad hacia los que le rodean.
Dormir profundo.
Bajo el efecto de una moderada cantidad de alcohol, aumentan los demás rasgos de la viscerotonía.
Necesidad de compañía en momentos de congoja.
Profundo amor al período de la infancia y fuerte adhesión emocional a la familia, a la idea de familia y especialmente al concepto de amor maternal.
Ya dejamos indicado que estas características describen un caso extremo, y que en la realidad este temperamento se encuentra combinado en mayor o menor grado con los otros.
Enjuiciándolo críticamente, el viscerotónico, tiene aspectos negativos, o defectuosos, como la falta de energía corporal y anímica pero otros son positivos y valiosos, como la capacidad de concordar y estar a tono con los demás, sintonizando en todo lo tocante a la vida afectiva; la facultad de congraciarse con los demás, el sentido del humor, la sensibilidad en el trato, la humanidad y diplomacia, la tendencia a la paz y a la concordia.
La falta de este componente viscerotónico en una persona concreta, supone la ausencia, en la proporción correspondiente, de los rasgos temperamentales diseñados.


Somatotonía

Su actitud física, su postura y sus movimientos aparecen afirmativos, firmes, decididos, y en su persona se revela una característica prontitud del cuerpo a la acción. Anda erguido, con la cabeza alta, los hombros hacia atrás, el pecho dilatado y su marcha es animada y resuelta. La mímica de la cara y manos cuando habla es vigorosa y enérgica, sobre todo si discute y se altera.
Siente afición al movimiento y a la aventura física, al esfuerzo; le seduce el riesgo, el peligro y la lucha, por el simple hecho de serlo, prescindiendo de los objetivos que se persiga en ellos y llegando a la temeridad, que constituye para él la mejor diversión. Si es conductor, por ejemplo, se deja ganar a gusto por la fiebre de la velocidad, y disfruta entregándose a los juegos atléticos más violentos, al alpinismo, carreras, equitación, etc.
Tiene una enorme facilidad para la acción, debido a la movilidad de su abundante energía, que fluye incontenible, espontánea, sin que se vea interferida por una fatiga o somnolencia crónicas, ni por inhibiciones o restricciones mentales. Está siempre pronto a la acción, como si sus músculos no conocieran el cansancio. Para las personas en las que domina este temperamento, las primeras horas de la mañana son las mejores del día para desarrollar sus actividades sintiendo cada vez mayor gusto, según corren los años, en levantarse temprano. Son personas muy madrugadoras.
Esta inclinación somática a la actividad les confiere una gran facilidad para convertir sus ideas en obras. No se detienen en los aspectos teóricos y especulativos del pensamiento, sino que en seguida tienden a buscar su realización. Son personas que construyen, fabrican, hacen, en una palabra: realizan.
Esta tendencia se manifiesta en sus gestos y palabras, instrumentos de la relación interhumana. Su mímica es expresiva y directa; se dirigen sin rodeos a la persona con quien desean hablar, y con ademanes que no dejan lugar a dudas, por lo contundentes y francos, dicen lo que sienten. No hay en ellos la excesiva condescendencia y zalamería que domina a los viscerotónicos y que les hace depender de los demás, ni son huidizos y subjetivos como los cerebrotónicos. El somatotónico es objetivo e impersonal: su asombrosa franqueza no hiere, de ordinario, precisamente porque brota con la máxima espontaneidad y sinceridad, que impersonaliza las frases despejándolas de segundas intenciones. Al hablar, es concreto, escueto, tajante, decidido, directo, rápido, breve. Tan abierto que a veces resulta brusco y duro, procura decir las cosas de manera precisa y sin remilgos ni eufemismos, siendo sus palabras fiel expresión de su pensar y de su sentir.
Su voz suele ser penetrante, de modo que aunque hable sin levantar el tono, se oye con claridad a distancias inverosímiles, como si dominase el mundo de los sonidos. Es ésta una característica tan típica de los somatotónicos, que puede servir de base para distinguirlos.
Este fuerte impulso a la acción y al dominio les hace autoritarios: desde un punto de vista físico, son arrojados y combativos, necesitando adoptar siempre la actitud de vencedores. Prontos en la iniciativa para llegar al fin antes que los otros, no sienten reparos en tomar las medidas que sean necesarias, o en preguntar a los demás. Lo mismo que el viscerotónico depende de «la buena voluntad social», y el cerebrotónico de su «agudeza sensorial» y de su precaución y cautela, el somatotónico se apoya en su vigor vital. Se sitúa en seguida en el ángulo competitivo y se lanza inmediatamente a ganar la carrera de la competencia.
En otros aspectos, su afán de ser los primeros les hace déspotas: están convencidos de que siempre tienen razón, y no suelen dar su brazo a torcer, ni aceptan los argumentos y consejos de los demás. Quieren ante todo dominar, mandar, triunfar, estar encima.
Un rasgo interesante de las personas en las que domina este temperamento es que ofrecen un aspecto externo y adoptan unas posturas y una actitud corporal y mental de mayor madurez de la que corresponde a su edad fisiológica, dando la impresión de ser mayores de lo que en realidad son. El niño somatotónico parece tener dos años más, por sus rasgos físicos, su modo de hablar y de comportarse. Y el adolescente, está más maduro y asentado que el promedio de los jóvenes de su edad. El individuo mismo se siente más viejo de lo que es, como si se hallara respaldado por una experiencia adquirida más rápida y sólidamente que los otros.
Finalmente, en los momentos de congoja, el somatotónico reacciona lanzándose más a la acción, a diferencia del viscerotónico, que busca compañía para contar sus pesares y descargarse en los demás; y del cerebrotónico que se cierra y repliega en sí mismo, sufriendo él a solas su dolor o su preocupación.
Con Sheldon enumeramos, a continuación, otros rasgos del somatotónico:
Insensibilidad a muchas necesidades o deseos de las personas que rodean al sujeto.
Claustrofobia. El gusto por lugares abiertos, grandes, o espaciosos.
Inescrupulosidad. El individuo es inescrupuloso en el sentido de que usará sin vacilar las cosas, e incluso las personas, con el fin de lograr algún objetivo.
Indiferencia espartana al dolor y a las molestias físicas.
Estrepitosidad general, sana, tanto en el movimiento como en las demás actividades personales.
Mente objetiva, extensiva, extravertida. El individuo es marcadamente extravertido en el sentido de que su atención se vuelve en forma desproporcionada hacia la escena exterior y se ve así separada -disociada- de la mentalidad interior. El individuo toma sus decisiones en forma inmediata, sin examinarse a sí mismo y sin examinar sus motivaciones.
Bajo la acción de una cantidad moderada de alcohol, el individuo se torna agresivo en forma más abierta, menos inhibida y más bulliciosa se siente más expansivo y lleno de un sentimiento de poder.
Interés preferente hacia los objetivos y actividades de la juventud.


Cerebrotonía

En este temperamento todos los rasgos se basan en el predominio del sistema nervioso sobre los demás, siendo muy poca la aportación visceral y mínima la muscular.
En primer lugar, suelen adoptar una postura encogida, como si todo su cuerpo se hallase en tensión, reprimiéndose, crispado y rígido, los labios apretados, los músculos de la cara tensos, notándose esto especialmente en el puente de la nariz. Los puños cerrados, las manos escondidas, las piernas juntas o tensamente cruzadas una sobre otra cuando están sentados, los brazos juntos por las muñecas o en posturas poco naturales y tensas, los hombros inclinados hacia adelante. Esta rigidez afecta incluso a las funciones vegetativas: la respiración es poco profunda, contenida y rápida; y en el aparato digestivo hay una continua tensión que produce frecuentemente cierta constipación intestinal.
De ordinario no suele sentarse, o, en caso de hacerlo, será en el borde de la silla, tendiendo siempre a replegarse, acurrucarse y encorvarse para ocupar el mínimo de espacio posible.
Frente a esta inhibición corporal, que parece huir del contacto humano y de la vida, el cerebrotónico mantiene la mente y la atención siempre despiertas y vigilantes: existe en ellos una excesiva atención consciente a todo, elaborando o tratando de elaborar respuestas mentales a cuanto se ofrece a su mirada.
Le sirve a este fin de poderosa ayuda su fina agudeza sensorial: tiene ojos y oídos muy agudos, a los que nada se escapa, ni exterior ni interiormente. Por eso son sumamente aprensivos respecto de lo externo y también de sus propios procesos interiores, por ejemplo, de sus funciones digestivas, de su ritmo cardíaco o de la salud de los pulmones, etc., y analizan una y otra vez sus raciocinios y su visión de la vida desde el punto de vista personal. Su mente es una gran incubadora en la que cobran vida todos sus problemas y en donde todo pasa a ser objeto de un menudo estudio que suele pecar de excesivamente teórico y, por lo mismo, alejado de la realidad de las cosas y las personas.
No obstante, el cerebrotónico siente la necesidad de que nada de lo que pasa por el foco de su atención quede desligado del conjunto, y todo tiende a encajarlo dentro del esquema mental en que se hallan situadas sus experiencias anteriores. En su laboratorio interior se halla a gusto y hasta es para él algo vital el retirarse de vez en cuando como si allí necesitase reponer sus fuerzas para la lucha de su vida. En realidad le agradaría poder vivir siempre recluido en su soledad, compartiéndola a lo sumo con uno o dos amigos íntimos.
Este exceso de vida mental suele mantenerse con sus contenidos en el secreto de la intimidad. El cerebrotónico no es comunicativo. Hace de su interior un castillo en el que se repliega siempre que se siente amenazado, o cuando le afecta algún dolor o sufrimiento físico o moral. Así como el viscerotónico procura consolarse comiendo a ultranza o durmiendo a pierna suelta, o en el trato con los demás, y el somatotónico entregándose al esfuerzo y la lucha y olvidando, el cerebrotónico o ectodérmico tiende a refugiarse en el estudio, la meditación, la introspección o a volar en alas de su imaginación. Es un tipo de personas que incuban y acumulan dentro de sí muchos problemas, y a quienes cuesta en grado sumo hablar de lo que sienten, porque han observado que la vida les crea problemas cuando son espontáneos en demasía al hablar, así como en la expresión de sus afectos. Y se alarman también cuando ven actuar a un somatotónico que adopta formas de hablar y de moverse con las que ellos no pueden competir. Un caso concreto y muy frecuente en este temperamento en los años de la infancia, es el de niños cerebrotónicos que, ya jovencitos, en la vida colegial sobre todo, no han podido correr y jugar como los demás, ni vencer en ningún deporte, teniendo que soportar las burlas de sus compañeros y de otras personas; progresivamente se van encerrando dentro de una coraza que les va aislando de los otros. Tratan de resolver sus problemas en su interior, y mientras tanto se mantienen cada vez más cautos y desconfiados, encerrándose en su torre de marfil al menor peligro. Por eso sus músculos se tensan, como si estuvieran preparados siempre para salvar alguna imprevista situación difícil y temiendo no acertar con el gesto o con la postura más convenientes. Este peligro que sienten como una amenaza continua, les hace ser amantes de la soledad, por sentirse allí más seguros. Tal es, a grandes trazos, el secreto de sus inhibiciones en el trato social.
Otros rasgos que perfilan el modo de ser característico de este temperamento son:
Una fuerte represión emocional: tienen natural tendencia a ocultar sus sentimientos, lo que no quiere decir que no sean tal vez más intensos que en las personas de otros temperamentos. Les domina una especie de pudor afectivo, que les impide descubrirse ante los demás, como si al hacerlo quedaran desnudos ante la mirada pública. Por eso externamente revelan una frialdad extremada que les hace aparecer insensibles a cuanto significa vida afectiva: no sólo al dolor ajeno y aun propio, sino también a la alegría, pues contienen su risa, ahogan la tos en la garganta, tratan de hacer el menor ruido posible, temiendo siempre distraer la atención ajena -como si sintieran una devoción casi religiosa por la atención de los demás-, y mueven muebles, puertas y todos los objetos de forma tan cuidadosa cual si no los tocaran siquiera.
La primera impresión que produce una persona de este temperamento suele ser muy inferior a su verdadero valer; no es timidez, sino inadecuación para reaccionar en el plano de la realidad a la altura que exigen las circunstancias, aunque éstas sean apreciadas intelectualmente por el interesado. Sobre todo en las primeras entrevistas con personas de mayor autoridad, produce una impresión desfavorable o no tan buena como es capaz de producir en circunstancias normales. En general, rehúye, tal vez porque se siente inferior, toda clase de reuniones sociales, especialmente si en ellas ha de tomar alguna parte activa, y si son de carácter esporádico y superficial.
Como parecerá natural, los individuos de este temperamento no gustan de espacios amplios, extensos, despejados, abiertos. La inmensidad les asusta, detestan las cúspides de las montañas, desde donde se divisa un horizonte circular, perfecto y dilatado, y prefieren los valles hondos, tranquilos y boscosos, protegidos por elevadas montañas o cuando menos por colinas. Se encuentran bien, pero no felices del todo, pues nunca lo están por completo, en los sitios donde se consideran protegidos por los elementos naturales del ambiente, orográficos u otros, por suponerlos adecuados para su protección, como si desde allí pudieran ver el mundo y la vida con una perspectiva más honda y real.
Un rasgo físico de este temperamento es la movilidad de los ojos y el aspecto sensible de los músculos de expresión facial. Especialmente los ojos son rápidos y despiertos, al mismo tiempo que ingenuos y soñadores, y tienen un brillo especial. Evitan la mirada directa de otras personas, y se mueven con rapidez en todas direcciones.
El cerebrotónico suele parecer más joven de lo que en realidad es, habiendo sufrido cierto retraso en la adolescencia y conservándose en una juventud física muy prolongada.
Su interés y su mirada auscultan siempre el futuro, y buscan en el más allá la liberación del período de su vida que van dejando atrás, como si hubieran de encontrar después una madurez a la que siempre aspiran y que ven alejarse como los espejismos de agua en el desierto.
La juventud y los años que van quedando atrás son una ascensión dolorosa de la que hay que desprenderse para llegar a la meta: en ellos se sentían postergados y anulados, y buscan rehabilitarse en el futuro.
Es predispuesto al insomnio y se fatiga excesivamente. Las bebidas espirituosas apenas le producen la euforia que suele causar en otros temperamentos, antes bien, cuando beben en dosis reducidas, más bien experimentan depresión y se entristecen. En principio, les repugnan las bebidas alcohólicas. Su exceso les lleva al pesimismo y a un estado notable de postración. Pero cuando se habitúan a la bebida, se vuelven locuaces, más ágiles y rápidos en los procesos mentales; aunque los efectos del alcohol, a largo plazo les embota la mentalidad, después de haberla estimulado.
Finalmente, el cerebrotónico es persona que mira siempre el lado serio de la vida, pero con espíritu ágil, inteligente, sutil y conceptivo. Ve el mundo desde un punto de vista muy personal y subjetivo, y lo analiza intelectualmente; el ectodérmico piensa principalmente en el fin de la vida, filosofa, inquiere la verdad, busca las causas últimas y altísimas de las cosas y considera las mismas sub specie aeternitatis. Carga el acento en el interior y en lo superior, y no se somete a los hábitos externos de una norma de vida o un reglamento en el estudio, trabajo y ni siquiera en el comer, dormir, eliminar, etc. Nada se repite del mismo modo: la mente confiere novedad a cada acto en cada momento, aunque se hayan realizado anteriormente muchos otros iguales, pero no de igual manera. Por eso es reacio a la formación de hábitos metódicos y regulares en cualquier vertiente de su actividad humana. A esto es debido el hecho frecuente de obtener menor puntuación de la que corresponde a su inteligencia -por lo general superior a la media- en exámenes y competiciones académicas: la falta de método en el estudio le hace llegar en condiciones inferiores al momento de dar cuenta de lo que sabe.
Son cualidades buenas y positivas de este temperamento la exquisita sensibilidad y la capacidad de discernimiento y la potencia conceptiva y de asimilación. Y defectos: esa cierta frialdad que los aparta del sentimiento humano inmediato; su visión de las cosas y de las personas demasiado conceptiva y abstracta; su capacidad ejecutiva mediocre, especialmente si se trata de tipos temperamentales puros o acentuados.
Para ellos la verdad es aquello que es en sí mismo la realidad tras las apariencias fenoménicas, pero también lo que racional o intelectualmente pueden concebir, asimilar, exponer, justificar, razonar, demostrar o sentar como teoría, principios, postulado o doctrina. Hay muchos letrados que pertenecen a este tipo y para quienes es verdad, subjetiva desde luego, lo que pueden sostener dialécticamente con ayuda de argumentos decisivos que no han podido ser invalidados por el contrincante. Son creyentes de la potencia inmensa de la mente. Creen en el mens agitat molem.
Estas son las descripciones correspondientes a los tres tipos extremos. En la mayoría de los casos, no obstante, existe una mezcla más rica de los componentes primarios, correspondiendo entonces a temperamentos en los que los rasgos temperamentales descritos aparecen también más combinados. A partir de la observación de estos tres tipos constitucionales extremos, de los que probablemente todos conocemos personalmente algún ejemplo, conviene ir ejercitándose en observar en qué grado aparecen combinados los tres elementos constitucionales en las personas que nos rodean, a la vez que comprobamos sus manifestaciones temperamentales. Poco a poco se irá adquiriendo así una experiencia que se mostrará de gran utilidad en la convivencia y relación con las demás personas.
Recordemos a este efecto que el primer componente constitucional -la endomorfia- incluye las vísceras, la grasa, el agua y la linfa.
El segundo componente constitucional -la ectomorfia- corresponde al desarrollo de la piel, sistema nervioso y órganos de los sentidos.
Los dos primeros componentes se juzgan de un modo positivo por el mayor o menor volumen y configuración de los tejidos correspondientes. El tercer componente, en el método de Sheldon, se valora por la ausencia relativa de los otros dos, es decir, cuando las vísceras ocupan un volumen mínimo y el aparato locomotor es asimismo frágil. Esto constituye quizás un punto débil en el sistema, por lo demás excelente, de Sheldon.
Nosotros recomendamos observar el desarrollo o calidad del sistema nervioso por sí mismo, positivamente, esto es, la agudeza sensorial, la precisión de los movimientos, la rapidez de las reacciones, la claridad de comprensión, la agilidad de la mente, etc. Igualmente creemos que es importante distinguir en el segundo componente, la mesomorfia, si existe predominio del esqueleto -elemento estático, de sostén y de resistencia - o predominio muscular y circulatorio -elementos dinámicos-. En el primer caso (predominio óseo) el temperamento tendrá más las características de perseverancia, paciencia, resistencia para encajar las dificultades de toda clase, seriedad, tendencia a la abstracción y al ensimismamiento. En cambio, si predomina el elemento dinámico -el sistema muscular y circulatorio-, la persona encajará directamente en la descripción que hace Sheldon del temperamento somatotónico.


Aplicaciones inmediatas del conocimiento de los temperamentos

Nuestra personalidad tiene muchas dimensiones, consta de muchos factores, de los que el temperamento es tan sólo uno. Por esta razón hemos de evitar el querer definir a las personas con solo los datos que nos proporciona el estudio del temperamento.
Pero el conocimiento del temperamento es de gran importancia para discernir el sentido general, la dirección básica de una conducta. Es posible, a veces, que los factores adquiridos del exterior tiendan a querer deformar la tendencia natural del temperamento. Tal ocurre, por ejemplo, cuando a un cerebrotónico se le forma con la idea de que ha de ser una persona de acción, combativa y que ha de ponerse a la cabeza de una empresa comercial. Si esta persona carece de suficiente factor mesomórfico -somatotónico- por más que se esfuerce, nunca podrá ser un hombre de lucha en el sentido corriente del término; intentará aparecer como si lo fuera, pero a costa de mucho esfuerzo interior, con escaso rendimiento exterior y con la imposibilidad de mantener este tono de vida con cierta continuidad. La persona se sentirá fracasada y lo será realmente, por haberse forzado a seguir un camino opuesto a lo que era su aptitud natural, por haber nadado contra la corriente profunda de su verdad biológica. Esta misma persona hubiera probablemente triunfado dentro de una actividad más estrictamente intelectual o quizás artística y, desde luego, en esta dirección se sentiría mucho más a sí mismo, sin tanto esfuerzo, y con más resultados positivos.
Lo importante, como se ve en al anterior ejemplo, es desarrollar la personalidad dentro de la línea natural de las propias tendencias y aptitudes, trabajando para conseguir el máximo perfeccionamiento del propio temperamento, sin quererlo cambiar artificialmente por otro. Estos problemas, que son más frecuentes de lo que se cree, son debidos en gran parte a la educación indiscriminada que recibimos en nuestra infancia y en nuestra adolescencia. La sociedad nos pone frente a los ojos una figura ideal del hombre tal como lo admira -en la sociedad actual esta imagen es la del hombre somatotónico- y nos estimula a imitarlo y a ser como él, sin tener en cuenta nuestras verdaderas tendencias y necesidades.
Las aplicaciones más inmediatas que puede tener para el hombre de acción el conocimiento de los temperamentos, son las siguientes:

1ª. Ver con más claridad cuáles son sus propias tendencias temperamentales y gracias a ello fijar con mayor precisión no sólo el objetivo más adecuado de su vida, sino también el mejor modo de conseguirlo, esto es, la línea de acción para la cual está naturalmente más capacitado. Siguiendo y perfeccionando esta línea natural y espontánea encontrará mayor satisfacción y más eficiencia que no pretendiendo seguir normas impuestas forzadamente del exterior o queriendo imitar algún modelo, por bueno y excelente que sea en sí mismo.
Evidentemente nos referiremos aquí tan sólo a la disposición interior del individuo, aparte de la formación concreta de tipo técnico o comercial que el mejor desempeño de su función pueda requerir. Queremos señalar con ello el peligro de que la persona introduzca dentro de la imagen idealizada de sí misma elementos que estén en contradicción con otros contenidos más profundos de su mente, lo que sólo produciría tensiones, conflictos y malestar interior. La conducta inteligente consiste en encauzar hacia un fin útil todas las fuerzas y tendencias naturales de la personalidad, en vez de suprimir o mutilar alguno de los contenidos vivos de nuestro ser. Quien trabaja a favor de la naturaleza tiene toda la fuerza de la naturaleza a su favor.

2ª. Mejor valoración de las posibilidades de acción de los demás. Cuando nos venga una persona de marcado predominio viscerotónico, por ejemplo, sin que parezca poseer suficiente aporte somatotónico, y nos hable con tono vehemente de la nueva actividad que él va a emprender o de las muchas que puede hacer por nosotros, podemos razonablemente poner en duda sus afirmaciones: o quiere impresionarnos favorablemente con un fin determinado, pero sin estar en condiciones de cumplir lo que dice, o bien él se engaña a sí mismo, siendo víctima de sus deseos y de su imaginación.
En la selección de personal tendremos ya una norma, parcial aún y que debe ser completada con el estudio de los demás factores, pero siempre cierta. Ningún examen psicotécnico contradecirá nunca las indicaciones básicas dadas por un buen estudio del temperamento, sino que siempre las complementará.

3ª. Disponer de un medio seguro para saber cómo tratar a las personas. Cada temperamento, en efecto, tiende, como se ha visto, a un tipo de valoración, o si se quiere, a la preferencia por un enfoque particular de las cosas.
Al componente viscerotónico de nuestro interlocutor hay que hablarle, en tono de buen humor, del bien o del bienestar, de la costumbre tradicional o de la norma social. Al componente somatotónico, hay que invitarle con entusiasmo a la acción, a la lucha, a la superación, a la reacción; responde automáticamente a todo desafío y a una discreta llamada a su amor propio. El factor cerebrotónico, en cambio, necesita la explicación razonada, la demostración, el proyecto y la planificación.
Todos tenemos, a Dios gracias, los tres componentes. Se trata, pues, de establecer la proporción aproximada de cada uno de ellos. Esta proporción nos dará el tono exacto con que debemos llevar básicamente nuestra conversación, aparte de otros factores circunstanciales, para conseguir una plena resonancia en nuestro interlocutor.


3. PSICOLOGÍA EVOLUTIVA

Vamos a trazar un breve esquema de las fases que sigue la línea evolutiva de la psicología del hombre, desde su nacimiento hasta la senectud.
Cada uno de nosotros se encuentra en un punto concreto de la evolución psicológica, cuyos rasgos generales son comunes a todos los individuos de cada sexo. Por lo que la meta que pretendemos conseguir -el pleno desarrollo de la personalidad no es nada fijo, ni mucho menos común para todos, sino que hay que buscarla dentro de las naturales limitaciones impuestas por realidades que caen fuera del dominio de nuestra libertad. Hemos hablado ya anteriormente con cierta extensión de una de las limitaciones a esa libertad, el temperamento. La edad psicológica es otra. Un adolescente, por ejemplo, no puede dar el rendimiento mental del que será capaz cuando se convierta en hombre maduro, ni un anciano tendrá la retentiva memorística del joven. Cada edad, dentro de límites más o menos variables, según los individuos, posee determinadas capacidades. Conocerlas es colocarse en el plano realista de nuestro trabajo interior, pues nos hará comprender por un lado la clave de ciertos defectos aparentes, propios de la edad más bien que personales, orientándonos en el camino a seguir, y nos descubrirá por otro, zonas que teníamos descuidadas y que podemos explotar por encontrarnos en el momento más propicio de nuestra vida para conseguir en ellas un mayor desarrollo y rendimiento. Aparte, naturalmente, de la utilidad que dichos conocimientos pueden reportarnos para comprender mejor las personas que nos rodean, en beneficio suyo y nuestro: hijos, cónyuge y otros familiares, amistades y demás personas con las que hemos de entrar en contacto, cada una situada en una edad y sometida a los rasgos generales propios de la misma.


Etapas de la evolución psicológica del hombre

PRIMERA INFANCIA: Desde el nacimiento a los siete años.

1. Los cinco primeros años de vida:
a) Etapa de adiestramiento social elemental, que alcanza hasta los quince o dieciocho meses:
Se desarrollan las tendencias propias de la especie humana, no sólo como respuesta a un estímulo externo, sino primordialmente surgiendo desde dentro.
En los primeros trimestres el niño va adquiriendo el control de sus músculos, llegando durante el primero a mantener erguida la cabeza, y en el segundo a mover la cabeza y los brazos a voluntad, a vocalizar -se trata del llamado «laleo»-, y dar muestras de esperar el alimento a las horas de costumbre.
En el tercer trimestre el niño adquiere también el dominio del tronco y manos y articula las primeras sílabas, intentando repetir lo que se le dice, y atendiendo al oír su nombre.
En los trimestres siguientes extiende el dominio a piernas, pies y dedos de los pies, andando ya, y a sus esfínteres; empieza a hablar muy imperfectamente.
b) Etapa de inserción en la sociedad doméstica, que comprende desde los dieciocho meses a los cuatro o cinco años:
Consigue controlar sus necesidades de eliminación en el segundo año, y en los siguientes transmite su pensamiento en frases y oraciones, empieza a adaptarse al medio familiar en los usos que éste exige -comer solo, vestirse y lavarse, etc.-, hasta llegar a los cinco años sabiendo articular correctamente toda clase de palabras y expresarse con plena soltura, así como tener un dominio total de su aparato locomotor; busca a sus iguales para el juego, y empieza a sentir curiosidad por las cosas -edad del «¿por qué?»-.
Toda esta evolución sigue una línea en la que se manifiesta una progresiva tendencia hacia la actitud erguida de su ser como independiente y personal. Esta tendencia se marca especialmente en el llamado «período de la resistencia», entre los 3 y los 5 años, en el que el niño reacciona con resistencia y tozudez, sintiendo en ello reafirmar su personalidad frente a los demás. Es una etapa normal y su ausencia, aun parcial, puede significar una voluntad débil y blanda en el niño.1

1. En estas breves descripciones de la evolución psicológica de la infancia y de la adolescencia, seguimos, resumiéndolas, las ideas de los siguientes autores: A. Gesell, E. Mira, L. Kanner, L. Carmichael y M. Tramer (v. bibliografía).

2. De los 5 a los 7 años, o segunda etapa de la primera infancia:
Corporalmente el niño está en pleno desarrollo y camina hacia una meta de perfección infantil, ganando en armonía corporal y en agilidad.
Empiezan a manifestarse los primeros indicios de actividad intelectual propiamente dicha y consciente: incipientes deducciones lógicas e inducciones generales a partir de sus experiencias, aunque sólo aún de tipo físico. Da muestras evidentes de que distingue entre lo esencial y lo accidental de las cosas. Rigen para él los primeros principios lógicos, de contradicción, identidad, etc., lo mismo que la relación de causa-efecto.
Afectivamente, hacen acto de presencia los «sentimientos valorativos» y aparecen intereses altruistas, de gratitud, compasión, etcétera. Nace también una preocupación moral y un sentido de responsabilidad ante sí mismo de sus propios proyectos.
Socialmente el niño comienza a trabar amistades, agrupándose varios amigos en «pandilla», con un código interno del grupo, que sigue a un jefe, más capaz que el resto.
En el aspecto volitivo, el niño manifiesta una tendencia cada vez mayor a mirar en sus actos hacia el futuro que él mismo trata de proyectar.

SEGUNDA INFANCIA: De los 7 a los 10 u 11 años.

Hacia los 8 años el niño cambia de dentición y experimenta un rápido crecimiento corporal en altura, con manifestaciones de excitación y termina de insertarse en su psiquismo la noción del mundo objetivo que le rodea. A partir de aquí, la razón adquiere un papel predominante en su pensamiento -en las niñas un año más tarde - y se inicia una franca diferenciación de los rasgos psíquicos propios de cada sexo.
En los niños el interés se dirige hacia fuera, hacia la aventura, gozando con las narraciones históricas y las construcciones que exigen habilidad técnica.
En las chicas el interés converge en la familia y las amistades, mostrando predilección por la fantasía de los cuentos y fábulas.
Entre los 9 a 11 años llegan los dos sexos a un punto máximo dentro de la infancia, con un sentido de plenitud vital que hace adoptar una actitud abierta, franca, cordial y hasta altanera.

EDAD PREPUBERAL: De los 11 a los 13 años.

Los 11 años marcan una trayectoria distinta para cada sexo:
Las chicas experimentan una regresión entre los 11 y 13 años, como si se adelantase la crisis puberal: disminuye notablemente su rendimiento, decae el vigor corporal, y la chica adopta una actitud general de apatía e inhibición ante sí misma y ante los demás, replegándose en su interior y manifestando displicencia y terquedad. Esta etapa dura hasta la menstruación, hacia los 13 años, y constituye una segunda fase negativa o de resistencia.
Los chicos siguen una trayectoria ascendente todavía, que aumenta la propia sensación de fuerza, ya notable en la etapa anterior, con lo que llegan a una actitud algo infatuada -«edad del pavo»-, de oposición al no-yo, llámese éste padres, superiores o compañeros, que se manifiesta en rebeldías y peleas, como expresión de la propia exuberancia vital que les hace sentirse centro de todo lo demás. En otro aspecto, el chico busca la realidad, y el contacto directo con ella le hace tener como virtud máxima la sinceridad. Con todo ello se prepara para el equilibrio inestable característico de la etapa siguiente, provocándose una progresiva separación de la influencia paterna. Por todo lo cual también este período señala para los chicos, de modo distinto que en el sexo femenino, una segunda fase negativa.
En esta etapa hace su aparición un creciente interés por el mundo sexual, que anteriormente apenas existía para el niño. Surge una fuerte inclinación a tocar los órganos sexuales propios y de otros niños, una curiosidad creciente despertada por los menores estímulos, por conocer el origen de la vida, etc.

PUBERTAD Y ADOLESCENCIA

Es una etapa de transición entre la infancia y la edad adulta, y, como tal, llena de contradicciones.
En su obra, Mira y López hace un detallado análisis de los rasgos generales que perfilan las manifestaciones vitales del adolescente, entre los que destacan los siguientes:

a) Corporales:
Se producen notables alteraciones somáticas, que rompen la armonía del cuerpo, propia de la edad anterior. La desproporción en las dimensiones de las distintas partes del cuerpo produce una natural falta de gracia en los gestos y movimientos.
Los cambios son seguidos de cerca por el propio sujeto. Lo mismo ellos que ellas están continuamente observándose y con frecuencia reflejan por escrito sus impresiones sobre su cuerpo, destacando los rasgos negativos. Tienen una gran tendencia a mirarse al espejo: las chicas observan con preocupación los menores detalles que maculan su belleza y ellos espían en sí mismos la musculatura y otros rasgos de masculinidad. Consecuencia natural es el miedo exagerado al ridículo por el temor de que los demás puedan echar de menos lo más cotizado en cada sexo: la belleza y el vigor respectivamente. Para compensar sus defectos o realzar sus cualidades corporales lo mismo que por el aumento de la valoración del aprecio social, hace su aparición un fuerte deseo de vestir bien, pero según su gusto personal, lo que suele chocar con las imposiciones familiares a este respecto.

b) En su personalidad:
1. Intelectualmente: hasta ahora apenas ha hecho su aparición el pensamiento propiamente abstracto, como elaboración propia y perfectamente delimitado. Es en la pubertad cuando el muchacho y lo mismo la chica empiezan a «filosofar», realizando abstracciones y relacionando conceptos. Surge entonces la aspiración a «reestructurar su estilo de vida» (Mira y López) de acuerdo con la nueva jerarquización de sus ideas y con las conclusiones a que le van conduciendo sus experiencias fuera de la tutela familiar y escolar, a las que antes vivía sometido y de las que ahora va prescindiendo cada vez más. Sin embargo su inseguridad le mueve, en este terreno, a encarnar en una persona concreta su ideal de vida, un profesor, un compañero de estudios, un personaje de la vida real o fantástica, de una novela o película, con la cual se identifica y que no suele durar mucho en el pedestal, pues difícilmente sigue la línea predilecta del púber, y entonces éste cambia. Intelectualmente, por lo tanto, sólo se inicia el tanteo de caminar con los propios pies, y lo que en realidad hace el muchacho y la chica es andar a la deriva, siguiendo ahora a uno y luego a otro, y dudando o dogmatizando según se tenga o no a mano un ideal.
2. Domina esta fase una gran inestabilidad emotiva: tan pronto se cree el muchacho, o la chica, que es el centro del universo, como se considera un ser inútil y sin sentido, sin que medien, a veces más que horas entre uno y otro sentimiento. Esta agitación de todo su ser que se revuelve y quiere asentarse en algo fijo sin conseguirlo, crea un continuo desasosiego y una sensación de angustia vital.
3. En la misma esfera emotivo-afectiva-vital, y como efecto del aumento de hormonas sexuales en circulación, aparece un intenso erotismo, de franca expresión sexual, que convierte en estímulos y representaciones imaginativas del sexo opuesto aun las acciones y objetos más neutros sexualmente. Todo le recuerda el sexo opuesto: desde la madre o el padre, respectivamente, hasta una mesa o la tierra, un olor o una sensación táctil, como si toda la naturaleza y los objetos todos se sexualizasen a sus ojos. Sin embargo no concretan todavía en una persona preferentemente determinada estas fantasías y sentimientos.
4. Afirmación de la personalidad: una de las más destacadas características de la pubertad es una fuerte tendencia a la afirmación de su yo frente a la familia y la escuela y frente a la sociedad en general que le trata aún como un niño. El púber reacciona ante esta situación que cree injusta, y procura por todos los medios salir por los fueros de su sentido de personalidad. Como aún no ha conseguido el dominio de sí mismo que pondrá en sus manos la seguridad propia del adulto, cae en una lucha indecisa que le convierte en juguete de sí mismo, haciéndole alternar entre períodos en que se desenvuelve con una serenidad artificial, y otros de regreso a tipos de conducta y reacciones infantiles. Aníbal Ponce ha caracterizado este hecho diciendo que el púber oscila entre los dos polos de la «ambición» (ideal deseado), y la «angustia» (realidad actual).

LA JUVENTUD Y LA MADUREZ

La etapa juvenil, que podríamos considerarla extendida entre el apaciguamiento de la ebullición puberal, hacia los 18 años en los varones y hacia los 16 en las hembras, hasta la madurez, entre los 22 a los 26 años en los varones y entre los 20 a 24 en las hembras, se caracteriza por una progresiva independencia en el aspecto económico y en la iniciativa y responsabilidad de los actos y por la transformación de los criterios.
El joven tiene que enfrentarse con una mayor complejidad de todos los antiguos problemas, y además:
- Con la preparación para afrontar la lucha en el terreno profesional. Durante la adolescencia y pubertad el problema profesional se enfoca más bien desde un punto de vista vocacional, de orientación mediante la interpretación de las propias tendencias y necesidades a que dan origen los impulsos, las aficiones y aptitudes. En la juventud, continúa este tanteo, pero en él, el sujeto se acerca cada vez más a la realidad. Es todavía una preparación. Se está maduro profesionalmente cuando se ve claro y se toma conciencia de la profesión.
- Con el problema de construir una nueva concepción de la vida y una filosofía personal que sea al mismo tiempo síntesis de todas sus experiencias y tenga la coherencia y adaptabilidad necesaria para poder interpretar el mundo y servir de base positiva a la postura personal ante su pasado y su futuro.
El complejo de problemas que implican el abandono del domicilio de sus padres y el establecimiento de una nueva familia: encontrar consorte, medios económicos suficientes, etc.
- La tensión sexual alcanza su punto culminante en la fase de la juventud, haciendo por lo mismo más necesaria la orientación, tanto más cuanto que hoy, debido a la complejidad de la sociedad, resulta más difícil el ajuste del individuo y aumentan las exigencias que se le plantean, retrasando la edad en que contrae matrimonio, con lo que se alteran también la duración del noviazgo, el tipo de relaciones mutuas, los proyectos que dependen de la solución que se dé al problema profesional, así como el número de hijos.
La atracción sexual genérica en la pubertad, se concreta ahora en una persona determinada, con la que se mantienen relaciones constantes y exclusivas, estabilizándolas con el contrato matrimonial.
«En la gran mayoría de los casos el matrimonio es cuestión interna de un mismo grupo, es decir, las dos partes contrayentes tienden a ser de la misma raza, nacionalidad, religión y estado socioeconómico» (Davis y Reeves).
Hasta tal punto que parece ser que el 50 % de los matrimonios se contraen entre individuos que habitan en un mismo barrio y un 25 % por parejas cuyos domicilios no distan entre sí más de cinco manzanas o bloques de casas.
Es interesante y curioso a este respecto la encuesta de Adams en la que un número de solteros y solteras obtuvo en sus respuestas el siguiente porcentaje a esta pregunta: «¿Qué espera usted del matrimonio»?, contestaron:

SOLTEROS
Compañía 40 %
Reducción de tensión 30 %
Amor 30 %
Hijos 10 %
Hogar 5 %

SOLTERAS
Amor 33 %
Seguridad 27 %
Compañía 20 %
Hijos 11 %
Reducción de tensión 9 %


Y según los resultados de Vail y Stault, las cualidades que ambos sexos prefieren en el consorte son:
Carácter moral.
Semejanza de intereses.
Inteligencia.

Según Cattell, las personalidades defectuosas tienden a quedar excluidas del matrimonio, por ejemplo los individuos emotivamente inmaduros o defectuosamente integrados, los delincuentes, las personas con tendencia histeroide, etc. Este hecho hace ver un proceso selectivo en la vinculación conyugal. Según el mismo autor, existe también un proceso clasificador, por el que tienden a unirse matrimonialmente parejas que pertenecen a un mismo grupo de promedio de cualidades y condiciones, aproximándose a una correlación en torno a 0,50 respecto a la mayoría de las cualidades: estatura, peso, salud, inteligencia, nivel cultural, grado y tipo de educación, intereses, tendencias comunicativas y expansivas, etcétera; y sólo se exceptúan ciertos rasgos, como la tendencia dominante o sumisa, en la que la correlación se aproxima más a una complementación que a una semejanza.
Lo expuesto es más una problemática propia de la juventud que una descripción de las características de esta fase de la vida. Sin embargo la juventud es la época de la solución de los principales problemas que se plantean al individuo para el resto de su vida.
Afortunadamente el joven se halla con todas sus energías al máximo de su rendimiento, lo que le sitúa en las mejores condiciones para resolver con las mayores probabilidades de acierto dichos problemas, aunque, de hecho, la experiencia demuestra un alto porcentaje de errores.

LA EDAD ADULTA

La edad adulta se sitúa generalmente entre los 25 y los 45 años, aunque puede y suele prolongarse más por su límite posterior, y supone la madurez en todas las facetas de la personalidad. Estudiaremos cada una de ellas, concretando las características más salientes.

I. INTELIGENCIA: 56 profesores de Universidad, en una investigación de Eckert, trazaron la descripción de la madurez intelectual según los siguientes rasgos fundamentales:

1. Emitir juicios racionales sin matizarlos con tonos emocionales.
2. Ser capaz de percibir relaciones y correlacionar objetos y materias.
3. Actitud crítica y valorativa ante los problemas.
4. Independencia en el modo de pensar y obrar.
5. Experiencia y trasfondo más amplio en las cuestiones a debatir.
6. Iniciativa en el trabajo intelectual, sugiriendo problemas y preguntas inteligentes.
7. Capacidad de aplicar los conocimientos utilizando principios generales en situaciones específicas.
8. Comprensión y apertura con capacidad para asimilar ideas y deseo de hacerlo.
9. Pronta comprensión de nuevos hechos e ideas.
10. Sentido de los valores desde el punto de vista filosófico.
11. Intuición, capacidad para separar lo accidental de lo accesorio y para implicar problemas.
12. Actitud tolerante frente a los demás y a sus ideas.
13. Capacidad para suspender el juicio hasta obtener mayor convicción y más sólidas razones.

II. SOCIABILIDAD: Los rasgos que indican haber conseguido la madurez social son:

1. Juicio maduro sobre problemas y asuntos de trascendencia.
2. Capacidad para emprender actividades de cooperación sobre una base sana y adecuada.
3. Asumir la responsabilidad de los propios actos.
4. Haber conseguido una amplia gama de amigos elegidos fundadamente.
5. Tener independencia de juicio y acción, aunque respetando las opiniones y derechos del prójimo.
6. Capacidad para adoptar una postura objetiva frente a sí mismo.
7. Demostrar flexibilidad en la adaptación a las distintas situaciones entre ellas al papel desempeñado.
8. Dirigir el pensamiento y la acción hacia proyectos no sólo inmediatos sino ordenados a acciones a largo plazo.
9. Haber superado el egocentrismo en las conversaciones y acciones.
10. Valorar los propios asuntos y problemas de acuerdo con el bien del grupo, más bien que con relación a la repercusión que pueden tener sobre él mismo.

III. PROFESIÓN: Por madurez profesional se entiende la disposición adecuada para realizar la elección profesional con acierto. Se consideran estos criterios de madurez:

1. Conciencia de que se ha de efectuar la elección profesional.
2. Aceptación de la propia responsabilidad.
3. Información profesional.
4. Previsión profesional: haber proyectado algo en relación con el futuro profesional.

Respecto a esta previsión, debe abarcar los tres grados previsión a largo plazo, a corto plazo, y a plazo intermedio, y debe ser independiente de la experiencia profesional anterior.
La madurez profesional liga al hombre a su trabajo, le brinda la posesión admitida del lugar que le corresponde en el conjunto social y la posibilidad de su orientación política.

IV. MATRIMONIO: En la sociedad conyugal se refleja la madurez o su falta. Hay factores que afectan de un modo positivo al éxito del matrimonio: el instinto sexual, la sociabilidad, la tendencia a la protección activa y pasiva, el miedo o el ansia o necesidad de seguridad, la autoafirmación traducida en satisfacción de poseer los afectos de una persona estimada por la sociedad, etc. Existen otros factores muy relacionados con él, como la situación económica, las aspiraciones a conseguir determinado nivel social, la responsabilidad de una carrera o profesión, etc. Y junto a esto, determinados hábitos y complejos, adquiridos a lo largo de la experiencia personal, afectan también decisivamente al rumbo y éxito de la unión.
Terman enumera los siguientes factores que afectan, favorablemente a la felicidad conyugal:

1. Felicidad conyugal de los padres.
2. Felicidad en la propia infancia.
3. Ausencia de conflictos con la madre.
4. Disciplina doméstica ni rigurosa ni relajada.
5. Fuerte adhesión a la madre.
6. Fuerte adhesión al padre.
7. Ausencia de conflictos con el padre.
8. Franqueza y naturalidad de los padres en materia de educación sexual.
9. Raros y no severos castigos en la infancia.
10. Actitud premarital, libre de disgusto y aversión frente a lo sexual.
11. Ausencia de experiencia sexual anterior al matrimonio.
12. Conocimiento mutuo de algunos años antes del matrimonio.
13. Igualdad de afecto por sus respectivos padres.
14. Mayor educación.
15. Deseo de hijos.
16. Ni excesivas ni escasas amistades en la historia del marido.
17. Empleo fijo del esposo.

Quejas más frecuentes en los casados, también según Terman:



La edad adulta alcanza su culminación, entre los 25 y los 35 a 40 años, como término medio.

LA VEJEZ

Bühler distingue estas etapas desde la juventud inclusive:

1. En la juventud la actividad tiene carácter provisional y preparatorio.
2. Hacia los 30 años, las actividades se hacen más específicas y definidas.
3. Hacia los 45 empieza un período de examen de resultados y realizaciones. La persona se pregunta si ha conseguido la posición, éxito e ingresos ambicionados.
4. En la fase adelantada de la edad madura, se presenta un esfuerzo especial para conseguir el éxito apetecido.
5. Al final sucede un período de retrospección de la vida.

En las últimas etapas de la vida decrecen algunas actividades aunque aumentan aspectos de otras; así, disminuyen la adaptabilidad, el ingenio, y permanecen o aumentan las que dependen de la experiencia.
En la última etapa, la vejez, se observa una involución progresiva que se manifiesta en la disminución de:
La capacidad de rendimiento de los sentidos sociales: vista y oído, que inducen actitudes psíquicas de defensa contra el aislamiento y de suspicacia y temor ante el ambiente.
La capacidad de rendimiento de los músculos, del sistema nervioso y del circulatorio, de su vigor y de su armónica y natural coordinación; se pierde la estabilidad del equilibrio fisiológico y la armonía de las funciones, se experimenta una elevada fatigabilidad, marcha lenta e insegura, temblor de manos, pérdida de la capacidad reproductora.
La memoria como capacidad de aprendizaje -cuesta más aprender cosas nuevas- y como organización del material memorístico almacenado -se olvida el uso hecho de él: el viejo, cuenta muchas veces la misma historia a la misma persona-.
En el aspecto emotivo, puede darse lo mismo una creciente inestabilidad y excitabilidad, que una mejor disposición hacia la tolerancia y los intereses sociales. En el primer caso, influyen preponderantemente los procesos orgánicos degenerativos y la sensación de desplazamiento en el medio social; en el segundo, la mayor objetividad con que pueden situarse ante las cosas por trabajar la inteligencia con un índice menor de rozamiento, aunque su potencia sea menor. No obstante, especialmente la mujer tiende a una melancolía involutiva, con el máximo alrededor de la menopausia.
La actitud ante el pasado es conservadora, respecto de opiniones, hábitos y vocabulario, debido al mucho tiempo que han permanecido fijadas y por ello los viejos son menos influenciables por el medio ambiente. Es proverbial la reacción displicente del viejo contra la novedad.
Cavan resume en la siguiente lista los rasgos de la senilidad, recogidos de varios autores:

1. Preocupación por la economía, relacionada con la edad del retiro.
2. Preocupación por la salud.
3. Sentimiento de postergación, aislamiento, soledad.
4. Suspicacia.
5. Estrechamiento de interés, que conduce a la introspección; aumento de interés por las sensaciones corporales y por los placeres físicos.
6. Pérdida de memoria, especialmente de los acontecimientos recientes y en el campo de la evocación espontánea.
7. Rigidez mental.
8. Garrulería, especialmente acerca de los tiempos pasados.
9. Hacinamiento y conservación de las cosas, generalmente innecesarias.
10. Pérdida del interés por la actividad y aumento de la tendencia al reposo.
11. Sentimiento de inadaptación que aboca a una sensación de inseguridad y ansiedad, irritabilidad o a sentimientos de culpabilidad.
12. Reducción de la actividad sexual, pero aumento del interés por las materias sexuales, especialmente en el varón; regresión a niveles primitivos de expresión.
13. Incuria, desaseo, adanería.
14. Tendencias conservativas (no todos están de acuerdo en este punto).
15. Incapacidad de adaptación a condiciones nuevas.
16. Disminución del contacto y de la participación social.

La impresión pesimista del cuadro que acabamos de trazar de la senilidad, queda hoy disminuido por los siguientes factores:
1. El aumento de la higiene y la dieta modernas ha hecho que sea mayor el número de personas que llegan a una edad avanzada y que los rasgos de la vejez sufran una regresión hacia etapas posteriores de la vida, en beneficio de las otras que amplían sus límites superiores. De forma que «la edad eficaz del ser humano se prolonga a medida que la civilización avanza» (Marañón).
2. La gimnasia y el más elevado nivel de vida hacen que por un lado la elasticidad del cuerpo y el normal funcionamiento del organismo se prolongue hacia edades más avanzadas; y que sean más accesibles y numerosos los medios de lograr una sana evasión que disminuya los efectos negativos de índole afectiva que hacen más enojosa esta edad.
3. Es interesante notar que la vejez actúa menos desfavorablemente cuando el grado cultural es mayor. Y que el cese en el trabajo obra desfavorablemente, por lo que la prorrogación de la edad de jubilación, aparte de ser debida a la mejor conservación del hombre, le ayuda a mantener por más tiempo su normal funcionamiento. La mujer tiene una compensación en la dedicación a las tareas domésticas, que moviliza y sostiene su actitud positiva ante el trabajo.


4. SALUD Y ENFERMEDAD

El ideal del hombre es poseer, según dice aquel aforismo clásico, mens sana in corpore sano, es decir, una mente normalmente desarrollada, que pueda rendir al máximo de sus capacidades a voluntad del sujeto, en un cuerpo sano, exento de deformaciones y enfermedades tanto congénitas como adquiridas.
Pero en contraste con este ideal, la vida nos muestra que muchas personas carecen, en diversa escala, de una de las dos cosas o, a veces, incluso de las dos. Hay quienes gozan de una salud física excelente, pero la evolución de su psiquismo -por diversas circunstancias que analizaremos en otro lugar- ha seguido unos derroteros equivocados, originándoles una serie de problemas que perturban y obstaculizan su perfecto funcionamiento humano. Otros, en cambio, afectados por un trastorno orgánico crónico o hasta por algún defecto físico, parecen vivir perfectamente adaptados a su situación irradiando optimismo y cordial interés hacia cuantas personas y cosas les rodean. Pero existe también esa multitud de personas, quienes víctimas de alguna deficiencia física o de alguna enfermedad, más o menos crónica, convierten su propia vida -y sobre todo la de quienes les rodean- en poco más o menos que un calvario, pues casi las únicas formas de expresión que parecen ser capaces de utilizar son: lamentos continuos, irritación, malhumor, depresión, críticas, exigencias, etc. Y son tan constantes estas manifestaciones caracterológicas en la mayoría de los enfermos, que vale la pena mirarlas un poco más de cerca. A ello vamos a dedicar las páginas de este epígrafe.
En la medicina actual cada vez se da mayor importancia al papel que la mente juega en la aparición, curso y terapia de las enfermedades. La medicina psicosomática, en efecto, es una especialidad que en poco tiempo se ha ido ramificando de tal manera que amenaza ya hoy día con absorber dentro de sí a casi todas las demás especialidades médicas. Por ser tema del mayor interés para el médico, hay sobre el particular infinidad de estudios en libros y revistas del ramo.
Otra cosa es ya -y más importante para nosotros en este momento- la influencia que las enfermedades ejercen en el psiquismo humano. Sobre este tema, por extraño que parezca, escasean mucho más los estudios especializados. De los pocos trabajos serios que hemos podido encontrar para redactar estas líneas, hemos seleccionado la obra Personalidad y Enfermedad de H. Fleckenstein, de donde hemos resumido los principales rasgos psicológicos que suelen presentar las personas enfermas, como consecuencias de la enfermedad.
De ordinario se piensa siempre, al hablar de alteraciones psíquicas producidas por una enfermedad, en modificaciones que implican un empeoramiento. Esto no es del todo exacto, pues durante la enfermedad puede gestarse una intensa maduración de la personalidad, como hemos señalado más arriba. Sin embargo, aunque esto ocurre en aquellas personas que ya han trabajado previamente en su progreso interior o también en aquellas naturalmente predispuestas a ello, subsiste el hecho de que la mayor parte de enfermos, quizá por la falta de auténticas convicciones superiores, filosóficas o religiosas, en las que anclar el espíritu cuando sufre el cuerpo, sufren un empeoramiento en su estado de ánimo, actitudes y conducta, acusando determinados rasgos negativos y desviaciones caracterológicas.


Alteraciones psicológicas del enfermo

ALTERACIONES INTERNAS:

a) Afectivas:
1. La primera es una sensación general de malestar. Mientras en el estado de salud, debido al funcionamiento armónico de todos los órganos, experimenta el hombre una sensación general de bienestar corporal y psíquico, la más leve enfermedad o lesión de un miembro o de un órgano desencadena un malestar general, haciéndose solidaria toda la unidad vital humana del dolor que directamente se siente en un lugar concreto del cuerpo o, de la afección de un pequeña parte del organismo.
2. El paciente sufre un estado de depresión, con el consiguiente descenso en la actividad psíquica y vital.
3. Lo mismo que la sensibilidad se agudiza, también, por concomitancia, lo hace la afectividad, manifestándose un estado afectivo de irritabilidad, característico, que en los trastornos del corazón se traduce en angustia, en los digestivos en mal humor, en los de genitales en irritación; cuando se limita o suprime la libertad de movimientos físicos o su capacidad, se manifiesta en forma de desazón, etc., según el tipo de enfermedad y la constitución del paciente.
Las excitaciones no guardan proporción con los motivos que las provocan, sino que son exageradas, y aparecen por regla general tanto en forma de excitación, como de insomnio o de mayor locomotividad. La excitación causa una depresión de ánimo y luego una euforia frívola e inmotivada, que hace pensar en algún trastorno de tipo intelectivo. En algunos enfermos existe una disposición de ánimo colérica y un modo de ser gruñón como reacción contra los dolores y el malestar.
4. Otra repercusión del aumento de la sensibilidad es, de ordinario, la elevación del nivel afectivo y la aceleración del ritmo del pensamiento que llega a adquirir a veces velocidades vertiginosas. Aunque también puede ocurrir lo contrario, una disminución de la vida afectiva e intelectual como réplica del descenso del umbral de excitación del sistema nervioso.
5. La manifestación psíquica más importante que produce la enfermedad, sobre todo si ésta persiste largo tiempo y va acompañada de fuertes molestias, es la amargura, que los enfermos expresan por medio de egoísmos brutales, terquedad, ironías acres, maledicencia, sensiblería, suspicacias y envidias, etc. Por esta razón el enfermo requiere un trato delicado y un fino miramiento, en evitación de motivos que puedan dar origen o justificación, al menos subjetiva, a tales reacciones.
6. Inestabilidad, es el rasgo afectivo más característico. Continuas oscilaciones de su estado de ánimo y de su humor, sin motivo razonable.
7. Positivamente, la enfermedad proporciona a la vida afectiva matices más delicados, capacitándole para apreciar las sensaciones y sentimientos que despiertan las cosas que le rodean -minerales, plantas y animales- y los valores del espíritu ideas, arte, religión - como fruto del ensimismamiento a que la enfermedad le inclina.

b) Alteraciones intelectuales:
Para el intelecto, la fantasía y la energía creadora, la enfermedad física posee una gran trascendencia. Durante las enfermedades graves de alguna duración o en determinadas insuficiencias orgánicas, la vida intelectual pierde en amplitud, aunque gana a veces en profundidad y sutileza.
Pero en muchos otros casos el enfermo no experimenta apenas otros estímulos que los vitales. Su atención está dirigida a su cuerpo y a sus necesidades, y consiguientemente suele tener una excesiva preocupación por su yo, perdiendo en parte el sentido del equilibrio en la comprensión de sí mismo, de sus deberes y sus derechos. Especialmente se manifiesta este defecto en los tuberculosos y también en los sordomudos y en algunos lisiados.

c) Alteraciones volitivas:
1. El primer peligro que la enfermedad plantea al enfermo respecto a su actividad volitiva es la abulia, que se manifiesta en forma de apatía e indiferencia o, al menos, en una notable debilidad de voluntad, que tiende a claudicar con mayor facilidad que la normal ante los instintos o caprichos.
2. El segundo peligro, que manifiestan más bien los individuos de voluntad enérgica, es la rigidez y terquedad, que ponen trabas tanto a la relación con el prójimo como a la recuperación de la propia salud.
3. Las alteraciones intelectuales y volitivas son inducidas por las afectivas. Los niveles inferiores pierden en parte la dependencia que tenían respecto de los superiores, por el predominio que produce la enfermedad en los estados afectivos, los que siembran el desorden con su exaltada impulsividad y su excitabilidad, dificultando a la voluntad seguir la línea trazada por la razón.

d) Otras alteraciones:
La falta de trabajo, de ejercicio físico, de distracciones y la alimentación rica en albúminas, aparte de la existencia de otros estímulos, especialmente en los sanatorios, exalta hasta cierto punto la vida sexual del enfermo.
En los casos de insuficiencia orgánica o anemia, no estando el paciente afectado por otros tipos de enfermedad, los instintos sexuales, suelen acrecentarse, porque el interés vital se repliega hacia las zonas inferiores y la atención gira también principalmente en torno al propio cuerpo. Y también por compensación, desquitándose con excesos en este terreno de su deficiencia en los otros.
En las enfermedades consuntivas, excepción hecha de la tuberculosis, paralelamente con el apetito y las fuerzas físicas disminuye también la sexualidad.
Mención especial requiere la desesperación que se apodera del enfermo incurable. La desesperación crece proporcionalmente a la conciencia de la gravedad e incurabilidad de la enfermedad, si no hay compensaciones de orden más elevado, llegando a crear, aunque con menos frecuencia de lo que se piensa, una predisposición al suicidio, sobre todo en las enfermedades adquiridas, como invalidez, ceguera, etc. Cuando son congénitas o bien crónicas pero que aparecen ya a una edad avanzada de la vida, el paciente se adapta a su situación, o por no haber tenido otra experiencia de sí mismo que aquélla, en el primer caso, o por juzgar que su mal es gaje de la edad, y entonces llega a considerarlo como una especie de compañero de fatiga.
La idea de suicidio puede tomar cuerpo si el paciente prevé largos y agudos sufrimientos, y se deja llevar de un falso pesimismo. Pero aun entonces es frecuente que se mantenga un hálito de esperanza que, junto al instinto de conservación y al sentido religioso del más allá, escondido aún en el hombre más incrédulo, evite el suicidio.

ALTERACIONES EN LA VIDA DE RELACIÓN:

Numerosos enfermos están «socialmente enfermos». El paciente reconcentra en sí mismo todas las preocupaciones, no contando para él ni familiares ni encargados de cuidarle -médicos, enfermeras, sacerdotes-, ni intereses superiores de la sociedad. Se siente víctima de los demás, y tiende más bien a cortar relaciones o hacerlas hirientes por su parte.
Los inválidos y deformes físicos, y sobre todo los lisiados y sordomudos, si la falta de delicadeza, la ligereza o la brutalidad de los miembros sanos de la comunidad hacen que ellos sientan anulados sus esfuerzos más sinceros por vencer su ineptitud social, suelen reaccionar en contra de la sociedad, de modo análogo a los desheredados de la fortuna respecto a los ricos. Maldicen de los que son normales, y pasan de los sentimientos a la acción con más facilidad que la persona normal, por la tendencia a la exculpación de sus propios actos y la falta de dominio de sus impulsos. Los partidos políticos más extremistas y radicales son un atractivo y ofrecen una compensación para estos enfermos, que encuentran allí un medio de dar salida a su actitud antisocial.

4. IMPORTANCIA DE LA VIDA AFECTIVA EN LAS MOTIVACIONES DE LA CONDUCTA

Importancia de los sentimientos y emociones

Esta importancia reside, principalmente, en las siguientes razones:
1ª Por su carácter primario, permanente e irracional.
2ª Por su gran contenido energético.
3ª Por ser grandes factores dinamizantes de la conducta.
4ª Por su constante influencia sobre la salud y sobre la mente.
5ª Por ejercer su acción, en gran parte, desde el plano inconsciente.
6ª Por estar necesariamente asociados a los valores del Yo y también, por consiguiente, a todos los valores que para este Yo existen en el mundo.

El detalle de estas razones, sus consecuencias y su mutua relación se apreciarán con claridad al estudiar más adelante la estructura y dinámica del inconsciente. No obstante, haremos ahora un comentario a cada uno de estos puntos, que nos servirá de útil introducción al tema más complejo del inconsciente.


Carácter primario, permanente e irracional de los sentimientos

En el niño pequeño, recién nacido, no se puede hablar propiamente de afectividad, no existe. Tiene una sensibilidad interna que corresponde a lo que llamamos sensaciones; experimenta tan sólo tensiones interiores, malestares orgánicos y la satisfacción de las necesidades cubiertas. En el aspecto psicológico el niño se mueve, pues, exclusivamente entre los polos placer-dolor. Estos polos constituyen la primera ley psicológica del mundo biológico, que es el primer mundo sensible que vivimos. Esta ley regirá después en nosotros toda la vida, mientras tengamos una biología.
Poco a poco el niño va asociando su sensación de bienestar con objetos exteriores, con la madre, con la niñera, con quien le proporcione la satisfacción de sus necesidades y a quien transfiere su sensación de placer; ensancha su campo psicológico al transferir su satisfacción a las personas quede atienden. Mostrará alegría al ver a su madre, no porque la ame, como poéticamente se tiende a interpretar, sino porque para el niño, la madre es en realidad el anticipo de la satisfacción del placer. Posteriormente, empieza a desligar sus reacciones emocionales de las sensaciones puramente físicas, aunque siguiendo un proceso lento, laborioso, que va teniendo lugar a través dedos años.
Paralelamente a las sensaciones placer-dolor, el niño, ya desde su primera infancia, es capaz de experimentar dos emociones negativas: temor e ira.
El niño reacciona con temor ante ciertos estímulos inesperados y bruscos. Por ejemplo, si se le coge en brazos y se le deja descender con cierta brusquedad, el niño experimentará una reacción de espanto; si oye sonidos muy broncos o si se grita delante de él, reaccionará del mismo modo, con miedo. Conviene observar que el miedo o susto de la primera infancia provocado por estos estímulos bruscos es de naturaleza muy diferente del miedo permanente que tienen muchos adultos; en el niño, el miedo es una reacción defensiva de su psiquismo biológico ante una amenaza exterior y actual, pasada la cual deja de tener efecto sobre la criatura, mientras que el miedo de la mayor parte de los adultos es debido principalmente a una amenaza que surge en especial de su interior ante ciertos estímulos exteriores, como veremos con detalle más adelante.
La ira o irritación es asimismo una reacción biológica de descargar, debido a una tensión acumulada, a una carga de energía psíquica de tono desagradable que finalmente se expulsa con brusquedad.
El niño es un ser eminentemente sensible y a medida que va creciendo, la afectividad adquiere una importancia extraordinaria, tanta como la misma comida. El niño necesita no sólo la comida, bebida y aire, sino también, y no en menor grado, emociones. Las emociones positivas son para la psique en desarrollo del niño lo que la buena comida es para su cuerpo.
Hemos de tener presente que el niño, en principio, no tiene nada en su conciencia, en su mente, no hay en él precedentes ni datos, es una materia virgen en la que se van inscribiendo las cosas, las impresiones, las percepciones, las experiencias. Cada fenómeno es totalmente nuevo y en aquel momento tiene para él un carácter de totalidad, puesto que no hay contrastación, no hay referencias, no hay sentido de proporción. Cada cosa queda marcada allí como un todo, sin resistencia, porque nada encuentra dentro del niño contrapartida, oposición, crítica ni censura.
Si vive emociones placenteras, positivas, y las vive, no sólo porque no le falta nada esencial, sino porque el ambiente, los que le rodean, le comunican también sentimientos positivos, veremos como el niño adquiere confianza, seguridad y soltura. El modo de sentirse a sí mismo y la idea que se irá formando de su propia realidad y valor, corresponderán exactamente a la suma de emociones, de reacciones, de ideas y experiencias de toda clase que haya ido registrando en su relación con la gente y, especialmente, en la relación de la gente con él. El niño, en efecto, se valorará siempre a sí mismo según se sienta valorado por los demás, y esto de un modo exacto, ya que, al principio al menos, no tiene ningún otro medio de valerse ni medirse.
Este proceso por el que pasa a sentir de sí mismo lo que los demás han mostrado hacia él, se denomina mecanismo de introyección y es el proceso inverso de otro fenómeno muy frecuente durante toda la vida, el fenómeno de proyección, por lo cual uno atribuye a algo exterior una cualidad o un valor puramente interior.
Se comprende, pues fácilmente la gran importancia que tienen las experiencias de nuestros primeros años de vida. Y aunque es normal que todos hayamos tenido en la infancia experiencias agradables y desagradables, positivas y negativas, si la fuerza de las positivas no es mayor que la de las negativas, nos encontraremos después que algo oscilará dentro de nosotros; sin saber por qué, existirá como una duda profunda sobre nosotros mismos, una constante vacilación sobre nuestra propia realidad y valor, que fácilmente proyectaremos sin darnos cuenta sobre las demás personas, sobre las cosas, los problemas, etc. Y esto a pesar de haber reunido posteriormente experiencias positivas de nosotros mismos y estar conscientemente convencidos de nuestras buenas cualidades.
Los padres y los maestros deberían conocer mejor la influencia que sus palabras y actitudes tienen en los niños que tratan de educar. Entonces procurarían, cuando tienen que corregir al niño o niña, que se viera claramente que lo que realmente se rechaza es la cosa o defecto de la criatura pero no a ella misma. No basta que la intención del educador sea correcta. El niño registra tan sólo la forma en que tiene lugar la reacción del adulto y no su intención. Y si bien es muy conveniente para su bienestar futuro corregir y disciplinar al niño, en ningún momento ha de sentirse éste rechazado o desamparado afectivamente por sus padres porque esto provocará en él una fuerte reacción de angustia que sólo producirá consecuencias perjudiciales durante el resto de su vida.
Este mundo de las sensaciones, emociones y experiencias infantiles, por el hecho de ser uno de nuestros primeros mecanismos psíquicos constituirá la base de nuestro ulterior edificio psicológico. Posteriormente aparecerá nuestra facultad razonadora, reflexiva, crítica, etc., pero no olvidemos que antes todos nosotros hemos estado viviendo varios años dominados totalmente por este mundo psíquico compuesto de sensaciones, emociones y sentimientos, y este mundo psíquico permanece activo en nosotros durante toda la vida, detrás de nuestra actividad más o menos inteligente y reflexiva. Por esta razón, en el mismo momento en que dejamos de estar plenamente despiertos, activamente conscientes, atentos, tiende automáticamente a imperar de nuevo el psiquismo mágico e irracional de las sensaciones, emociones, deseos y temores, produciendo desviaciones tendenciosas en nuestros procesos mentales y la disminución más o menos acusada de su objetividad.
Los momentos en los que no estamos del todo despiertos durante el día son mucho más frecuentes de lo que creemos. Existe un medio práctico para medir exactamente estos períodos de ausencia mental, que será expuesto en otro lugar. Por el momento, bástenos evocar el espectáculo que se nos presenta a la vista cuando cogemos el metro o el autobús: vemos a una absoluta mayoría de los pasajeros que parecen estar bajo los efectos de la hipnosis, con una expresión de ausencia total a pesar de estar despiertos, expresión que tampoco corresponde a la actitud de la persona que deliberadamente, esto es, de un modo consciente y activo, está absorta pensando en algo determinado. Dan la completa impresión de estar soñando. Por la calle, igual: vemos a muchas personas que van por ella como medio sonámbulas. Pues bien, en estos momentos, lo que rige en tales personas es el mundo psíquico infantil, caracterizado por la falta total de sentido crítico, como veremos en breve al estudiar el inconsciente, y susceptibles de ser fuertemente influidas en su conducta no por razones, sino por cualquier estímulo sensorial que despierte asociaciones de tipo instintivo o emocional.
Resumiendo los conceptos de este apartado, vemos que:

a) Las sensaciones, emociones y sentimientos van haciendo su aparición progresivamente desde los primeros meses y años de vida y preceden en mucho a la aparición de la capacidad crítica y razonadora. En nuestro edificio psíquico cuanto más primitiva es una estructura, mayor fuerza tiene, más consistencia, de tal modo que en los momentos de crisis o peligro van cediendo en primer lugar las estructuras más recientemente adquiridas, más nuevas, una por una, y permanecen las más antiguas o primitivas. Por lo tanto, el mundo afectivo que está, por una de sus vertientes, firmemente insertado en el nivel instintivo-vital, tiene, en este sentido, más importancia en la dinámica de la personalidad, y, por consiguiente, también en la motivación general de la conducta, que otras estructuras cualitativamente superiores, tales como la mente concreta, la mente intuitiva, el nivel estético, etc.
Otra consecuencia de esta prioridad de lo afectivo es lo antinatural que resulta querer producir modificaciones en la conducta o en el modo de ser de una persona, a base tan sólo de razones y de disciplina, sin tener en cuenta los problemas profundos que tal persona puede tener en dicho nivel afectivo-emocional.

b) Las fuerzas emocionales, como realidades dinámicas que son, están en constante actividad y tienden a querer expresarse constantemente hacia el exterior. La mente consciente no quiere que se manifiesten, y ni siquiera desea saber nada de ellas por estar ocupada de continuo con otras cosas. La mente, pues, está pensando en sus cosas y no se da cuenta de nada más. Cuanto más despierta está la mente mejor controla sus mecanismos defensivos y selecciona con mayor rapidez aquellos contenidos de su interior que considera buenos o útiles en cada momento. El sujeto tiene entonces la impresión de que las emociones no le perturban, no le molestan, no se interfieren en su actividad consciente, no existen. Y, no obstante, apenas baja la guardia, apenas se descuida un poco, se encuentra divagando, imaginando las cosas más absurdas. La imaginación es el lenguaje plástico del sentimiento. La afectividad ha estado, pues, en todo momento detrás de sus procesos intelectuales, pugnando por salir y expresarse.

c) Los sentimientos y las emociones tienen la característica de buscar directamente su satisfacción y de hacernos ver como si las cosas tuvieran verdaderamente el valor y el sentido que sólo existe en los mismos sentimientos. Esto significa que, con toda seguridad, nuestros conflictos emocionales tenderán a conducirnos a situaciones y objetivos que se apartarán o hasta estarán en contradicción con nuestros objetivos conscientes y racionales. E indica también que, de no estar muy alertas o de no solucionar de modo real los problemas importantes que puedan existir en nuestro interior, nos sentiremos impulsados a ver y valorar de un modo tendencioso, desproporcionado e injusto a las personas, ideas o cosas que despierten dentro de nosotros, por asociación, resonancias afectivas.


El valor energético de los sentimientos y emociones

Los sentimientos y las emociones, conjuntamente con los impulsos del nivel instintivo, constituyen la fuente de, prácticamente, toda la energía de nuestra personalidad elemental.
Normalmente, y aunque nos parezca extraño, nosotros conocemos tan sólo una mínima porción de estas energías, ya que, en su mayor parte, permanecen ocultas en nuestro plano inconsciente, bloqueadas por el mecanismo conocido con el nombre de represión. Lo que en realidad hemos reprimido son multitud de impulsos instintivos, sentimientos y reacciones emotivas, pero, al hacerlo, ha quedado reprimida a la vez la energía inherente a ellos. Y esto tiene una importancia enorme para el funcionamiento de la personalidad, porque equivale exactamente a una mutilación. De ahí la gran utilidad de recuperar la mayor parte posible de este patrimonio energético que nos pertenece. A esto precisamente se ha dedicado la moderna psicología, iniciada en su día por Freud.


La afectividad como factor dinamizante de la conducta

Como hemos ya indicado antes, la afectividad, en general, es de naturaleza esencialmente dinámica, es expansiva, comunicativa, irradiante, y moviliza a la persona hacia lo que desea.
En toda acción puede apreciarse que la mente da la idea, fija el objetivo y señala el camino, pero la energía dinámica que impulsa a la acción procede siempre o del nivel instintivo -impulsos, necesidades, deseos-, o del nivel afectivo -sentimientos, emociones-. Las personas entusiastas, con gran afectividad, son personas de gran capacidad de acción. En cambio los apáticos, los indiferentes, son incapaces de desenvolverse por existir un bloqueo intenso de sus sentimientos y emociones.
Influencia de las emociones sobre la salud y sobre la mente

Prácticamente toda la Medicina psicosomática descansa sobre la constatación de la constante influencia que los estados emocionales ejercen sobre el funcionamiento del organismo físico. Para tener una ligera idea de esta acción sobre el cuerpo, basta recordar que cada emoción, aunque sea débil, provoca una respuesta fisiológica general, pero especialmente, en los siguientes órganos y sistemas: sistema nervioso, musculatura lisa y estriada, corazón y vasos, aparato respiratorio, y sistema endocrino. Y, si bien las emociones placenteras tienen un efecto sano y estimulante sobre dichos aparatos, las emociones negativas, sobre todo cuando persisten durante tiempo -por ejemplo la llamada tensión nerviosa o estrés-, tienen unas consecuencias desastrosas para la salud.
Para tener una idea de conjunto sobre la influencia de las emociones en la salud y en la mente, se reproduce el siguiente cuadro esquemático:

ACCIÓN DE LAS EMOCIONES SOBRE EL CUERPO:

Si son emociones positivas:
Estimulan la vitalidad en general. Por lo tanto:
a) Aumenta la energía y la rapidez de todos los procesos vitales.
b) Aumentan las defensas orgánicas contra los agentes patógenos.
c) Estimula la actividad física como placer.

Si son emociones negativas:
1. Emociones excitantes: ira, odio, impaciencia, vehemencia, etc.:
a) Producen desequilibrios en todos los mecanismos reguladores del organismo, causando especialmente, trastornos digestivos, nerviosos y circulatorios.
b) Predisponen a los traumatismos.
c) Producen a continuación emociones y estados anímicos deprimentes.

2. Emociones deprimentes: tristeza, inseguridad, temor, tedio, etc.:
Disminuyen la vitalidad en general. Por lo tanto:
a) Hacen descender la energía vital y lentifican todos los procesos vitales.
b) Disminuyen las defensas orgánicas.
c) Dificultan toda actividad física.

ACCIÓN DE LAS EMOCIONES SOBRE LA MENTE:

Si son emociones positivas:
a) Aumentan la productividad mental.
b) Facilitan la visión del aspecto positivo de todas las cosas.
c) Amplían y aclaran la perspectiva mental.
d) Favorecen la iniciativa y las ideas creadoras.
e) Estimulan la expansión intelectual y el contacto social.
f) Facilitan la comprensión humana.

Sin son emociones negativas:
1. Excitantes:
a) Desequilibran la perspectiva.
b) Provocan juicios y decisiones extremistas.
c) Inestabilidad mental.
d) Aumentan el espíritu de polémica y la agresividad.
e) Producen a continuación estados emocionales y mentales de tipo deprimente.

2. Deprimentes:
a) Disminuyen la productividad mental.
b) Inducen ideas negativas; anulan toda iniciativa.
c) Limitan y obscurecen de manera progresiva la perspectiva mental.
d) Producen un aislamiento personal completamente estéril.


Influencia de las emociones desde el plano inconsciente

El hecho de que gran parte de las fuerzas emocionales actúen desde el inconsciente hace que su acción pase normalmente desapercibida por todo aquel que no esté especialmente entrenado en registrar estas manifestaciones a medida que van surgiendo. Y así, las manifestaciones a que den lugar estas influencias, tanto en el estado de ánimo como en la conducta, se intentarán justificar automáticamente con razones artificiales e improvisadas, con el consiguiente aumento de confusión en la mente.
El que existan en nosotros factores que influencian nuestra conducta sin que los conozcamos, nos sitúa en condiciones de inferioridad, ya que nos obliga a tener que controlar algo que no sabemos qué es. Se parece a la situación de uno que tuviera que vigilar a otro, pero sin poderlo ver. Esta es una de las razones que justifican sobradamente el estudio de lo que la psicología puede decirnos acerca de este misterioso inconsciente.


Asociación de los sentimientos a los valores del Yo

El Yo vive identificado con una serie de valores que, como es natural, considera como las cosas más importantes de la vida. Estos valores pueden consistir en la verdad contenida en determinadas ideas, en llegar a conseguir ciertas situaciones, en vivir determinados estados interiores, en desarrollar al máximo algunas facultades, etc., etc. Sean cuales sean estos valores particulares del Yo, el hecho es que tiende hacia ellos con toda la fuerza de que es capaz, es decir, está afectivamente ligado a ellos. Estos sentimientos pasarán a ser factores predominantes en su conducta, en sus actitudes, en toda su vida. El hecho mismo de evocar estos valores personales o de conseguir acercarse un poco más a su realización, despierta en la persona fuertes sentimientos de satisfacción, de felicidad, que se convierten a su vez en nuevos factores determinantes de actitudes y conducta.
Lo mismo podemos decir respecto a las cosas del mundo que considera más valiosas. Por el mismo hecho de su valoración, queda afectivamente ligado a ellas y esta ligazón afectiva pasa a ser un factor constante y de mucha importancia, ya que en función del mismo valorará otras cosas, seleccionará, rechazará, decidirá, etc.
Hemos visto a través de las explicaciones sencillas de este capítulo, como al margen de la importancia que pueda tener nuestra mente y la formación intelectual, el nivel afectivo tiene un papel preponderante en los condicionamientos y motivaciones de la conducta, incluso en muchos de los casos que aparentemente están basados en el factor racional.
Por lo tanto, la higiene y la educación de la vida afectiva son requisitos esenciales para mejorar el rendimiento de la mente y de toda la conducta en general. La higiene se refiere a la limpieza y saneamiento de la multitud de sentimientos y emociones contradictorios que normalmente se han acumulado en nuestro interior durante nuestra vida. La educación afectiva se refiere principalmente a dos cosas: a una progresiva actitud más abierta, generosa y profunda, producto de una maduración afectiva de la personalidad, y a una mayor elevación del tono de los sentimientos, resultado de una sincera vida espiritual. Y éstos serán precisamente los temas de varios capítulos del presente libro.


Sentimientos, emociones y estados de ánimo

No siempre resulta fácil en la práctica, distinguir el sentimiento de la emoción. Los mismos psicólogos difieren a menudo sobre los rasgos distintivos de ambos fenómenos afectivos. Por ello creemos útil decir aquí unas palabras sobre este tema.
El sentimiento es la relación afectiva -de atracción o de rechazo- que se establece entre lo potencial en el sujeto -todo cuanto está pugnando por desarrollarse en su interior- y las cualidades, según las aprecia la persona, en determinadas personas, cosas, instituciones, ideas, etc.
Si el objeto concreto -persona, idea, situación, etc. - encarna la realización afectiva de lo que el sujeto está necesitando desarrollar, el sentimiento será positivo, de atracción, de adhesión, de aceptación, de afirmación, de amor, de unión.
Pero si el objeto concreto representa, en cambio, a los ojos del sujeto, la negación o lo contrario de lo que tiende a desarrollar, entonces la relación afectiva o sentimiento será de tipo negativo: repulsión, rechazo, separación, negación, odio, destrucción.
Admiro a la persona inteligente o a la persona que ha triunfado porque en ellas aprecio de un modo afectivo algunas de las cualidades que me están presionando interiormente. Venero a un sabio, a un santo, y adoro a Dios porque en un grado u otro en ellos intuyo la presencia real de lo que estoy anhelando y me empuja por dentro con mayor fuerza: la conciencia de plenitud, la paz, el discernimiento, la potencia del ser.
Rechazo, en cambio, al egoísta, al orgulloso, al primitivo, porque además de no ofrecerme, según el criterio superficial, apoyo alguno para la afirmación de mis cualidades en desarrollo, representan la negación de lo que necesito conseguir, y personifican además, los defectos que estoy rechazando en mí mismo y que trato de superar.
Estas valoraciones y estos juicios, no obstante, no se hacen siempre de un modo consciente y deliberado, sino que tienen lugar la mayoría de las veces, en los sectores inconsciente o intuitivo de nuestra mente.
El sentimiento, pues, tiene su raíz en nuestra naturaleza profunda. Responde siempre a una necesidad básica. Cuando los sentimientos pertenecen a nuestros niveles más elementales les solemos llamar apetitos, deseos. Cuando pertenecen a niveles más superiores los denominamos propiamente sentimientos o aspiraciones.
No todos los sentimientos se refieren o se proyectan a realidades exteriores. En el ser humano también se forma a muy temprana edad, una imagen y una idea de sí mismo; y esta representación de sí mismo o Yo-idea viene a constituir en la persona corriente el objeto de una gran cantidad de sentimientos. Estos son los que se llaman los sentimientos del Yo, aunque mejor sería llamarlos sentimientos hacia el Yo. El sentimiento central hacia el Yo lo constituye la autoestimación. Cuando este sentimiento está distorsionado -como ocurre casi universalmente debido a la deformación básica que sufre la idea del Yo da lugar a las diversas formas de sobreestimación: orgullo, egoísmo, soberbia, egolatría, vanidad; defectos que, desgraciadamente, «siempre que no sean excesivos» han pasado a considerarse ya como un elemento normal y corriente del carácter humano.

La emoción es una reacción de ajuste del nivel afectivo, esto es, del sentimiento del individuo, ante todo hecho -interno y externo - según afecte a su proyectada actualización.
También aquí, las emociones serán positivas o negativas, según que el hecho que se presenta a mi conciencia signifique una confirmación, una ayuda para lo que tiendo a actualizar, o por el contrario signifique una negación o un obstáculo para dicha actualización. El proceso de comparación y juicio que regula tanto el sentimiento como la emoción, tiene lugar con mucha frecuencia en un plano inconsciente, de modo que la persona sólo percibe la resonancia afectiva final, sin poder establecer en estos casos una relación entre la resonancia que experimenta y su verdadera causa.
La emoción, pues, aunque en ocasiones puede ser muy intensa, tiene casi siempre un carácter episódico y pasajero, como suelen tenerlo la mayor parte de hechos que incesantemente están configurando nuestra existencia.
La emoción, si bien normalmente es de corta duración, representa una descarga a menudo muy intensa de energía. Por esto, en la economía energética de la persona, un verdadero control -no una sistemática represión- de las emociones es sumamente importante.
En la vida diaria, la deliberada inhibición de toda emoción o sentimiento negativo es tan necesaria como la consciente y serena apertura a todas las emociones y sentimientos positivos que los hechos del humano existir nos están proponiendo de continuo.
En cuanto al problema de las personas que presentan habitualmente una excesiva emotividad, digamos tan sólo que esto puede tener su origen en una de estas tres causas:
- una debilidad orgánica que afecta al buen funcionamiento del sistema nervioso;
- un nivel afectivo por naturaleza desarrollado, faltando el equivalente desarrollo del nivel mental -no nos referimos aquí al grado de inteligencia, que es el aspecto cualitativo de la mente, sino al predominio del factor energético o aspecto cuantitativo-;
- un inconsciente muy cargado de emociones reprimidas del pasado y que hipersensibilizan a la persona ante los hechos de la vida diaria y disminuyen su capacidad normal de control y ajuste.

Aparte de los sentimientos y emociones que hemos mencionado, hay que citar también otros fenómenos afectivos importantes. Nos referimos a los estados de ánimo o estados afectivos. Los sentimientos y emociones tienen siempre un carácter dinámico, activo. Los estados de ánimo, en cambio, tienen un carácter más estático y no dependen siempre de las circunstancias exteriores, aunque siempre conservan una estrecha relación sea con el estado fisiológico, sea con los sentimientos y las emociones predominantes en un momento dado, y matizan el tono de nuestra conducta tanto interna como externa.


Afectividad y niveles personales

La afectividad en general está en estrecha relación con el resto de los contenidos personales, de modo que encontramos en todo individuo sentimientos, emociones y estados de ánimo vinculados a cada uno de los niveles o estratos de la personalidad. Pero además de estas manifestaciones afectivas surgidas por conexión directa con los niveles personales, que constituyen lo que podríamos denominar sentimientos básicos o primordiales, se están formando constantemente nuevas formas afectivas más complejas, aunque de carácter más superficial, que son resultado no sólo de su mutua combinación sino de la incesante influencia de múltiples factores superpuestos: problemas internos, educación, ambiente, circunstancias del momento, etc.
De ahí que resulte prácticamente imposible el hacer una clasificación precisa o una enumeración completa de todas las modalidades afectivas. Nosotros aquí nos contentaremos concitar tan sólo algunos de los sentimientos, emociones y estados de ánimo más sencillos y evidentes, al único efecto de que sirvan de ilustración ato que sobre los mismo hemos dicho más arriba.

Relacionados con el cuerpo y el nivel instintivo:

a) sentimientos: tendencia afectiva hacia la satisfacción de las necesidades básicas biológicas: placer, actividad, descanso, libertad, unión sexual, etc., y hacia el sentirse a sí mismo fuerte, sano, seguro y capaz de desenvolverse bien físicamente en las situaciones que se puedan presentar.
b) emociones: placer, dolor, repugnancia, asco, avidez, temor, susto, etc.
c) estados de ánimo: euforia, bienestar, tranquilidad, placidez y sus contrarios.

Pertenecientes propiamente al nivel afectivo:

a) sentimientos:
hacia los demás:
-de aceptación:
hacia los iguales: amistad, amor.
hacia los superiores: admiración, reverencia, respeto, veneración, humildad.
hacia los inferiores: benevolencia. -de rechazo:
hacia los iguales: odio, hostilidad, enemistad.
hacia los superiores: recelo, miedo, suspicacia, cobardía, rencor.
hacia los inferiores: menosprecio.
hacia sí mismo: autoestimación, dignidad; orgullo, vanidad, soberbia, ambición; inferioridad, culpabilidad, desprecio de sí mismo.

b) emociones:
hacia los demás:
-de aceptación:
hacia los iguales: simpatía, afabilidad, cordialidad.
hacia los superiores: devoción, asombro, gratitud. hacia los inferiores: compasión, ternura, lástima.
-de rechazo:
hacia los iguales: ira, cólera, agresividad.
hacia los superiores: rabia, humillación, terror, insolencia.
hacia los inferiores: desdén, desprecio, crueldad.
hacia sí mismo: autocompasión, engreimiento, vergüenza, remordimiento.

c) estados de ánimo: jovialidad, depresión, optimismo, tranquilidad, agitación.

Relacionados con el nivel mental concreto:

a) sentimientos: curiosidad, interés.
b) emociones: asombro, expectación, contrariedad.
c) estados de ánimo: convencimiento, incertidumbre, perplejidad.

Relacionados con los niveles superiores o trascendentes:

a) sentimientos: metafísicos, artísticos, morales (deber, justicia, el bien) y religiosos.
b) emociones: admiración, aspiración.
c) estados de ánimo: angustia, serenidad, contemplación.

5. LA MENTE. SUS FUNCIONES Y SECTORES MÁS IMPORTANTES

¿Qué es la mente?

La mente es el punto de confluencia de los impulsos e impresiones procedentes de todos los niveles de la personalidad y del mundo exterior que la rodea. A través de sus diversos planos, la mente es el centro rector de la conducta, el foco básico de la conciencia humana y el instrumento regulador del flujo energético en toda la estructura psíquica personal.


Sus funciones más importantes

Sin pretensión de ser exhaustivos, he aquí las funciones conocidas de la mente que aparecen como las más importantes:
1. Registrar, a través de todos los niveles, los estímulos procedentes del interior y del exterior de la persona: sensaciones, impulsos, deseos, emociones, sentimientos, curiosidad intelectual, aspiraciones espirituales; percepciones del exterior a través de los sentidos.
2. Relacionar entre sí todos los datos registrados, formando con ellos sistemas organizados de referencias, esquemas de conocimientos y patrones de conducta. Esta actividad incluye tanto la asociación como el juicio y el raciocinio.
3. Elaborar conceptos sobre la verdad y la realidad de las cosas percibidas. En esta función intervienen, además de las facultades citadas anteriormente, la abstracción y la generalización.
4. Evocar los datos y experiencias adquiridos, mediante la memoria.
5. Crear nuevas formas mentales combinando los datos previamente registrados. Es la facultad denominada imaginación.
6. Inhibir o estimular determinadas series de datos o estímulos, de acuerdo con la escala de valores personales existente en un momento dado. Gracias a esta selectividad de incentivos el sujeto puede regular voluntariamente, en cierto grado, su conducta.
7. Decidir y actualizar la adhesión del Yo a la resultante de valores señalada en el punto anterior. Es la voluntad consciente, que acepta y decide lo propuesto por la razón.
8. Seleccionar del mundo ambiente todos aquellos elementos que son aptos para nutrir, consolidar y desarrollar las diversas estructuras de la personalidad: alimentos, ambiente, amistades, afectos, conocimientos, etc.
9. Encontrar el medio más adecuado para expresar los contenidos interiores que pugnan por exteriorizarse, adaptando su forma de expresión a las posibilidades que ofrece el mundo exterior.
10. Buscar la forma más conveniente y más cómoda de satisfacer las exigencias que el ambiente le impone para aceptarlo y protegerlo: modo de conducirse, productividad, colaboración, etcétera.
11. Mantener el equilibrio dentro de sí mismo entre los deseos y exigencias contrapuestos o divergentes de niveles diferentes: gusto y deber, hostilidad y afecto, exigencias biológicas y exigencias espirituales, etc.
12. Mantener el equilibrio entre las necesidades interiores de la personalidad y las exigencias del mundo exterior. Por ejemplo, en el nivel biológico, equilibrio entre la temperatura ambiente y la del cuerpo, abrigándose cuando hace frío, etc.; en el nivel afectivo, equilibrio entre la autoestimación y la aceptación de sí mismo por los demás; en el nivel mental, equilibrio entre los propios conocimientos y el nivel intelectual exigido por el estrato social en que se desenvuelve. Para conseguir este equilibrio el hombre dispone de varios medios, según los propios recursos personales: adaptación de sí mismo al ambiente, emigración hacia un ambiente proporcionado a sus posibilidades, o transformación activa del ambiente.
13. Elevar la conciencia a la intuición de los contenidos de los niveles superiores: arte, filosofía, moral, religión. Paralelamente, servir de instrumento para expresar en términos significativos en el mundo concreto lo intuido en los niveles superiores, esto es, para concretar las creaciones de todo orden.
14. Tomar conciencia de sus propios procesos, que se expresan a través de todos los niveles, y despertar la conciencia de sí mismo como sujeto o protagonista de todos ellos. Esta función señala toda la trayectoria subjetiva que el hombre -y la humanidad- ha de recorrer en su laborioso desarrollo psicológico y espiritual.
15. A través de las capas profundas, calificadas por Jung como inconsciente colectivo, prefigurar en el individuo aquellos valores psicológicos heredados del grupo racial y familiar al que pertenece.
16. Mantener la cohesión y la unidad funcional de todas las estructuras y niveles dentro de una definida configuración individual. Esta función tiene lugar gracias a lo que podríamos llamar Mente arquetípica individual.
17. Regular el flujo de energía psíquica en los diversos niveles, produciendo así un mayor o menor desarrollo de cada uno de ellos.

Examinando el cuadro anterior se observa que todas las funciones enumeradas pueden agruparse en cuatro tipos principales, que son los siguientes:

- Función dinámica u operativa (del 1 al 13).
- Función subjetiva (14).
- Función configuradora (15 y 16).
- Función energética (17).


Función dinámica u operativa

Esta se refiere a las operaciones más manifiestas y «visibles» de la mente.
Esta función dinámica está estructurada por la combinación de tres clases de operaciones, inseparables en la práctica, que constituyen a la vez el circuito operativo de la mente y el armazón básico de toda conducta. Estas tres actividades son:
1. Percepción de estímulos.
2. Coordinación de datos.
3. Elaboración de respuestas o resultantes.

Cada estímulo que llega a la mente, sea cual fuere su zona, plano o nivel de procedencia, desencadena una serie de reacciones dentro de la personalidad, que conducen a un nuevo ajuste de ésta frente a la situación. Estas reacciones constituyen la conducta.
Estudiando, pues, la constelación de estímulos presentes en un momento dado, podremos comprender el porqué de una conducta. Los estímulos, en efecto, son la verdadera motivación y el real incentivo de la conducta. Los estímulos profundos e intensos señalarán las líneas básicas de todo comportamiento, así como los superficiales delinearán sus matices y detalles.
Los estímulos que la mente percibe y registra son de origen externo e interno.

Estímulos de origen externo:
1. Mundo físico.
2. Ambiente social.

Estímulos de origen interno:
3. Impulso primordial.
4. Necesidades básicas.
5. Tendencias instintivas.
6. Tendencias temperamentales.
7. Tendencias afectivas.
8. Tendencias intelectuales elementales.
9. Condicionamientos por experiencias del pasado.
10. Educación.
11. Cultura.
12. Autocondicionamiento.
13. Problemas internos.
14. Tendencias intelectuales superiores.
15. Tendencias estéticas.
16. Tendencias morales y religiosas.
17. Impulsos de la voluntad espiritual.

Esta lista de estímulos no pretende ser completa. Incluso varios de los factores enumerados en ella contienen parcialmente a otros o se combinan entre sí. Esto es inevitable, puesto que resulta imposible determinar factor alguno que actúe independientemente en ningún sector aislado de la personalidad. Pero es lo suficiente amplia como para hacerse una primera idea aproximada de la complejidad de nuestro mundo motivacional, a la vez que por su orden y claridad permite abordar el estudio del tema de una forma sistemática.
Cada estímulo necesita coordinarse con los demás factores ya existentes en activo dentro del sujeto, lo cual se ejecuta ordinariamente de un modo automático e inconsciente. Cuando este proceso se hace de forma consciente lo denominados reflexión o deliberación.
Toda conducta es un intento de resolución de los problemas planteados dentro de la mente por una doble polaridad de dinamismos:
a) la satisfacción de las exigencias interiores frente alas posibilidades del mundo exterior;
b) la satisfacción de las exigencias del exterior frente a las posibilidades interiores del sujeto.

La resolución de estas dualidades se ha de satisfacer de modo que:
- la reacción esté dentro de los límites de su capacidad de esfuerzo y de adaptación, y
- pueda conservar un equilibrio relativamente estable, tanto dentro de la propia personalidad como entre ésta y el mundo ambiente.

Cuando la respuesta o conducta satisface estas necesidades, la persona consigue el objetivo que está buscando en todo momento: mayor seguridad interior, autoexpresión o autoevidencia.


Función subjetiva

Hemos visto (núm. 14) que la función subjetiva de la mente es aquella mediante la cual el hombre toma conciencia de sus procesos y de sí mismo como sujeto.
Esta autoconciencia o realización del Yo espiritual es la cúspide del desarrollo interno de la persona, está en el fondo de todas sus motivaciones y es la auténtica razón de ser de su vida. La consecución de este objetivo, no obstante, queda, para la inmensa mayoría de la gente, más allá de sus posibilidades inmediatas, ya que ni siquiera son conscientes de que tal objetivo pueda existir.
Antes de llegar a estas alturas, el individuo ha de ir tomando progresiva conciencia de los fenómenos que están ocurriendo en su interior, ha de descubrir paso a paso que tiene un cuerpo, unos sentimientos y unas facultades mentales que ha de aprender a conocer y a manejar cada vez de mejor manera, hasta que por fin llegue a descubrir que todos esos mecanismos y sus funciones son intrínsecamente diferentes de sí mismo, y que él es el sujeto permanente y protagonista inmutable de todos ellos.
Lo que suele vivir el hombre medio es la conciencia indirecta de su propia realidad a través de la identificación con que vive sus fenómenos de conciencia. Lo que comúnmente considera el hombre como conciencia de sí mismo, en efecto, no es más que la identificación mental de su Yo con un determinado estado o contenido de la conciencia -idea, emoción, impulso, etc.-, desde el cual contempla otro estado o fenómeno de conciencia en sí mismo. El hombre vive su Yo a veces como si fuera una sensación, a veces como un sentimiento y a veces como una idea. Pero, además, esta sensación, sentimiento e idea no son siempre las mismas. Varían considerablemente a través del tiempo y también según las circunstancias particulares de cada momento. Este cambio escapa casi siempre a la percepción de la mayoría de las personas, quienes creen ingenuamente que su conciencia de sí mismos es siempre la misma.
En el trabajo, por ejemplo, el Jefe vivirá su Yo como si fuera autoridad y responsabilidad, y todas las reacciones obedecerán a esta perspectiva; en la iglesia, en cambio, la misma persona se vivirá a sí misma probablemente como aspiración y sumisión, y las actitudes que adoptará de modo espontáneo serán las correspondientes a dichos sentimientos.
Aunque en toda identificación hay implícita la noción de realidad del propio sujeto -realidad que afirmamos al decir «Yo» existe al mismo tiempo un elemento que no es el Yo, pero que se toma como si realmente lo fuera, ya que uno se apoya en él para valorar en aquel momento todo lo demás. Si el hombre pudiera darse cuenta de un modo inmediato, efectivo y permanente de que sus ideas, afectos, etc., son del Yo, pero no son el Yo en sí mismo, habría descubierto el secreto del dominio perfecto de sí mismo. Pero esto corresponde ya al desarrollo superior de la personalidad.
La conciencia de sí mismo a través de los propios actos puede funcionar de diversos modos que, a su vez ejercen gran influencia en las motivaciones de la conducta. Y dado que, además, estos varios modos son influibles por nuestra voluntad, el tema es doblemente útil e interesante.
La mente consciente puede funcionar, entre otras, de las formas siguientes:
- con amplitud o estrechez.
- de forma superficial o profunda.
- con diversa intensidad de atención.

La amplitud de la mente produce los siguientes resultados: mayor capacidad de selección por ser consciente de mayor número de estímulos, menos fatiga por ausencia de tensión, mayor capacidad de comprensión y asimilación, mayor flexibilidad y adaptabilidad, mayor facilidad para percibir y concebir ideas de conjunto y automática capacidad de síntesis.
La estrechez mental, en cambio, produce limitación en la percepción de estímulos y unilateralidad en las reacciones, rigidez, tensión, fatiga, etc.
Lo ideal es tener habitualmente la actitud amplia pero con la capacidad plenamente regulada a voluntad, de estrechar el campo mental en los momentos en que conviene centrarse por entero sobre un campo limitado -una idea, una labor, etc.-, pudiendo excluir durante este tiempo la percepción de todo otro estímulo.
La mente abierta al exterior desde un plano profundo produce unas reacciones mucho más sinceras, auténticas y vigorosas. La actitud superficial, como es lógico, hará que las reacciones sean inestables, probablemente falseadas, e inconsistentes.
En cuanto al factor atención, bastará decir aquí que, a medida que aumenta su intensidad, especialmente cuando se consigue asociar con una actitud mental abierta, produce, entre otros, los siguientes resultados: aumenta la capacidad receptiva, mejora la capacidad de fijación de las percepciones, dispone con mayor facilidad de todos los datos que tiene a su disposición, facilita la visión inmediata de la esencia de los problemas y, en suma, aumenta la capacidad de rendimiento de todas las facultades mentales en general.


Función configuradora

En principio, se puede distinguir la función configuradora de las estructuras, aisladas y en conjunto, de la función configuradora de las actitudes y de la conducta. Aunque ambas funciones operan desde los sectores inconscientes de la mente.
La primera es la que tiene lugar gracias a los elementos señalados en los números 15 y 16. Gracias a ella el individuo conserva su unidad dentro de su complejidad, como igualmente la conserva en cierto modo cada raza, nación y grupo familiar. Y esta acción configuradora la podemos ver presente en los países en los que hay grupos raciales mezclados y donde cada grupo conserva sus rasgos propios, haciendo que la asimilación e integración mutuas se hagan con mucha lentitud y dificultad.
La configuración de la actitud y de la conducta la veremos con cierto detalle al estudiar en próximos capítulos los condicionamientos mentales producidos por las experiencias, la formación del Yo-idea y las técnicas de autocondicionamiento.


Función energética

Es ésta una función mental aún sólo parcialmente conocida por los psicólogos de Occidente y también, por lo tanto, aún poco aprovechada.
Al hablar de la estructura de la personalidad según la ha verificado la psico-fisiología hindú, ya pudimos ver la importancia de la energía psíquica en el desarrollo de los chakras, y, también, por consiguiente, en los niveles personales. Por otra parte, el psicoanálisis nos ha facilitado el conocimiento de la gran importancia que tienen, en la economía energética de la personalidad, los bloqueos o retenciones de energía que produce nuestra mente con las llamadas inhibiciones y represiones de los impulsos. En el transcurso del presente libro se podrán apreciar, además, otros aspectos de esta función, que nos confirmarán, por la importancia de sus aplicaciones prácticas, la gran utilidad de este enfoque energético de la personalidad.
Aquí diremos sólo dos palabras, a título de ejemplo, de una de estas aplicaciones, reservando otros aspectos más importantes para ulteriores capítulos, a fin de poderlos tratar con la extensión que merecen.
La función que nos ocupa puede resumirse en una frase: allí donde va la atención sostenida, allí va también la energía.
De este principio se derivan dos consecuencias inmediatas:
1ª Que la atención profunda y sostenida sobre una función, produce automáticamente el incremento energético de la misma, sea ésta de tipo fisiológico o de tipo mental.
2ª Que la misma atención profunda y sostenida en esta dirección, produce, a la vez, un aumento de la conciencia de realidad de dicha función.
Por esta razón el pensamiento reiterado sobre un mismo tema hace que éste gane progresivamente en fuerza, relieve e importancia y se imponga poco a poco de modo permanente en el primer plano de la conciencia. Y que, paralelamente, se produzcan las consiguientes modificaciones fisiológicas en el organismo físico, en la estructura afectiva y en el nivel mental.
De ahí la conveniencia de no dejarnos arrastrar en ningún momento por las preocupaciones, la enfermedad o el mero aspecto negativo de los problemas, y en cambio, la gran utilidad de pensar habitualmente y con profunda atención en el aspecto positivo de lo que somos y de lo que queremos llegar a ser.

Sectores de la mente

Siendo la mente el punto de confluencia de las impresiones procedentes de todos los niveles de la personalidad, así como el centro rector de la conducta en todos sus aspectos, es evidente que ha de estar conectada, en sus diversos planos de profundidad, con todos y cada uno de los niveles ejerciendo una función específica respecto a cada uno de ellos.
La primera división de los sectores de la mente que se impone a nuestra observación es, pues, la de tipo vertical. Así, podemos distinguir los siguientes sectores mentales:
1. Sector mental de lo físico o mente física.
2. Sector mental de lo instintivo-vital o mente instintivo-vital.
3. Sector mental dedo afectivo o mente afectiva.
4. Sector propiamente mental o mente racional.
5. Sector de la mente superior o mente superior o mente intuitiva.
6. Sector afectivo espiritual, ético y estético o mente afectiva espiritual, ética y estética.
7. Sector volitivo-espiritual o mente volitiva-espiritual.

Otra división natural que podemos hacer de la mente es la de tipo horizontal:
1. Sector o plano externo o mente objetiva.
2. Sector o plano interno o mente subjetiva.
3. Sector o plano axial o mente central.

Y, en fin, la división más aceptada hoy día por psicólogos occidentales, que es la siguiente:
1. Mente consciente
2. Mente extraconsciente
mente superconsciente
mente preconsciente
mente inconsciente
mente subconsciente
inconsciente colectivo

Con esto queda expuesto el esquema introductorio sobre la mente que hemos creído útil dar en esta fase del estudio, a fin de que el lector pueda seguir con mayor aprovechamiento los temas que van a seguir.

6. LAS MOTIVACIONES EXTERNAS DE LA CONDUCTA. AMBIENTE Y PERSONALIDAD

El medio ambiente

Grande es la influencia del medio ambiente. Se ha llegado a decir que la persona es exactamente el producto de la herencia y del ambiente. Sin restar valor al ambiente, creo que es demasiado determinar hasta tal extremo la formación de la personalidad. Cierta es la influencia de la herencia, de los factores somáticos, temperamentales; cierta también la influencia social o del medio ambiente. Pero, para explicar la personalidad en todos sus fenómenos hay que buscar algo más, y este algo más es una tercera dimensión que, para llamarla del modo que se manifiesta en la experiencia, diremos que es el factor madurez interior o amplitud de conciencia.
La herencia nos viene dada, el ambiente también, y si nosotros fuésemos tan sólo el producto de ambas cosas, no nos quedaría nada propio de nosotros mismos; estaríamos, por lo tanto, completamente determinados, seríamos una máquina exacta, en la que, dado un factor preestablecido que es la herencia, y modificando de un modo determinado el ambiente, obtendríamos siempre resultados fijos de conducta y de estados interiores, y esto, desde luego, no es así. Aunque el ser humano no puede ser sometido a condiciones experimentales de absoluto rigor, en la medida en que determinadas circunstancias permiten aproximar estas condiciones de experimentación, constatarnos que personas presumiblemente con la misma carga hereditaria y con un ambiente muy similar viven las situaciones de un nodo muy diferente; no tan diferente en un sentido ostensible, externo, sino en algo que hace que uno viva las cosas desde una perspectiva y el otro desde otra muy diversa. Este hecho nos conduce al planteamiento del problema de la libertad.


¿En qué consiste nuestra libertad?

La libertad no consiste, como se nos ha dicho muchas veces, en que podemos hacer lo que queremos. Esto resulta muy halagador, pero no es cierto; podemos, es verdad, hacer algo por nosotros mismos, más no del modo que solemos pensar, como en seguida veremos. Inicialmente, en el aspecto material, no somos más que una célula. Todo lo que llegamos a ser después nos lo incorporamos del exterior. Y esto ocurre no sólo en el plano fisiológico, sino también en todos los niveles personales. De modo que toda la efectividad, todas las ideas son de algún modo producto de los materiales que nos vienen de fuera. En realidad existen en nuestro interior unas fuerzas virtuales, que marcan ciertas preferencias, unas direcciones a nuestra estructura individual. Pero todos los elementos concretos, absolutamente todos, los extraemos del exterior. De ahí podemos deducir la enorme influencia que tiene el ambiente en la formación, desarrollo y expresión de la personalidad.
Si bien nosotros contamos con estas fuerzas virtuales y las hemos actualizado incorporándonos tales elementos del ambiente, queda todavía por dilucidar otro factor, a saber: ante estas fuerzas y estos elementos, ¿dónde estoy yo?, ¿qué papel desempeña mi foco de referencia, mi eje personal? Todos vivimos la experiencia de que en un momento dado, por ejemplo, nos situamos en un plano puramente instintivo, biológico, y en este preciso momento, cuando yo estoy situado en el plano biológico, las leyes que rigen para mí son únicamente las biológicas. Cuando estoy en un nivel afectivo, para mí no existe más que amor-odio. Y cuando me vivo sólo en un nivel mental, impera para mí el principio verdad-error. En cada uno de estos niveles yo estoy determinado, en cada uno de ellos no puedo actuar de modo diferente de lo que es mi naturaleza en este nivel; por lo tanto, en cada uno de mis niveles no tengo libertad. Lo que ocurre es que quizás yo sí pueda pasar de un nivel a otro, o vivir ciertos niveles desde otros más elevados. Y esta posibilidad de desplazamiento voluntario de mi foco de conciencia es lo que no me viene dado ni por la herencia ni por el ambiente.
Por la herencia se me entrega una fuerza direccional interior, por el ambiente unos materiales, y con ambos elementos cada uno edificamos nuestros niveles físico-psíquicos, pero, ¿dónde queda el yo?, ¿en qué punto de mi estructura psíquica me encuentro libre? Cuando me sitúo en un nivel, quedo determinado por las leyes de este nivel. Por lo tanto no tengo libertad de acción en ninguno de los niveles mientras me estaciono en uno de ellos; lo que sí tengo, es libertad potencial para desplazarme de un nivel a otro, para seleccionar en qué nivel he de situarme, y, desde él, determinar mi conducta y mis estados. Pero aún esto, no siempre. Pues sólo puedo hacerlo mientras estoy despierto, atento, lúcido; cuanto más lúcido esté, mayor capacidad tendré para seleccionar el nivel en que quiero situarme. Por el contrario, si no permanezco del todo lúcido, quedaré más o menos identificado por inercia en uno u otro de mis niveles de modo automático, y entonces tampoco tendré completa libertad.
La tercera dimensión es, pues, esta capacidad de desplazarme de un nivel a otro, que depende de la amplitud de conciencia, de la madurez interior. Según me sitúe se seguirá una resultante y esta resultante será inevitable. En definitiva, lo que varía, dependiendo en cierto grado de mí, es el punto en que me coloco, que obedece a mi capacidad de situarme voluntariamente más arriba o más abajo.
En este sentido la libertad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino, en el hecho de seleccionar qué escala de valores utilizaré en un momento dado. Mi libertad, reside en la capacidad que tengo para no depender de unos niveles, para sustraerme a su influencia. La libertad es, pues, la capacidad de disminuir el número de los condicionamientos que me determinan.
Cuando la persona deja de quedar automáticamente identificada con un nivel, está suficientemente despierta, lúcida, para poder desplazar su mente a otro nivel, a voluntad, y vivir desde allí; en este caso se libera de los niveles de los pisos inferiores. Y según va ascendiendo en esta capacidad de liberarse de niveles, adquiere gradualmente conciencia de mayor libertad, libertad de no hacer, libertad de emanciparse: libertad igual a liberación.


Mundo físico

El medio ambiente físico en el que el hombre ha de desenvolverse ejerce una indudable influencia sobre su vida y su conducta. Entre los factores que ejercen esta influencia hay que mencionar: el clima, la temperatura, la humedad, la altura, el tipo de alimentación, medios de transporte, etc..
El geógrafo norteamericano Ellsworth Huntington, profesor de la Universidad de Yale y autor de numerosas obras y ensayos -principalmente Mainsprings of Civilization- ha recogido, a través del mundo entero, miles de observaciones muy curiosas sobre este tema. Por ejemplo, el promedio de temperatura moderado o templado, un grado de humedad algo elevado, excepto en verano, y la frecuencia moderada de cambios de temperatura, son condiciones que favorecen de modo definido el progreso humano. Respecto al rendimiento de la imaginación y del raciocinio, se alcanza el punto máximo en primavera, y siguen después por orden decreciente, otoño, invierno y verano.
El tipo de alimentación, que viene dado en gran parte por los recursos naturales de cada país, tiene asimismo una influencia precisa sobre la actividad humana, bien sea por la riqueza o pobreza de sus componentes nutritivos básicos, o bien por el mayor predominio de una clase determinada de alimentos: grasas, pescado, conservas, frutas, etc.
Existen otros factores físicos externos al hombre que ejercen una influencia en su cuerpo y a través de él en su temperamento, carácter y conducta, pero hasta ahora no se ha conseguido especificar científicamente el grado y condiciones de estas influencias. Tales son, por ejemplo, la diferencia entre luz natural y luz artificial, la composición o contaminación de la atmósfera, etc.
No obstante, en conjunto, y refiriéndonos siempre a las personas que habitan nuestras modernas ciudades, este factor del mundo físico tiene más bien una importancia escasa y, si lo hemos mencionado aquí, ha sido tan sólo para ser más completos en la exposición del tema que nos ocupa.


Mundo social

El ambiente social, constituido tanto por las demás personas como por las tradiciones, las instituciones, las ideas y las costumbres por ellas creadas, forma en conjunto un poderosísimo factor que en todo momento está interviniendo, activa y pasivamente, en el desarrollo, subsistencia y configuración de la personalidad.
La acción del mundo social sobre el individuo es constante y se extiende a lo largo de toda su vida. No obstante, nosotros consideraremos aquí como pertenecientes a esta categoría tan sólo a los estímulos que llegan a la mente procedentes del exterior de un modo inmediato y actual, dejando a un lado por el momento la influencia de la educación, cultura y circunstancias ambientales vividas en el pasado, por la razón de que, si bien su procedencia original fue del exterior, en el momento presente estos factores actúan ya, más o menos modificados, desde el propio interior del sujeto.
El mundo social juega dos papeles diferentes en las motivaciones: como elemento activo que, penetrando en el individuo, le motiva determinadas reacciones y como medio o instrumento que le permite expresar y satisfacer, de un modo más o menos satisfactorio, las necesidades originadas en su interior.


Las razones de su importancia

La gran fuerza de la influencia activa de la sociedad en el individuo se debe a varios factores de los que comentaremos aquí brevemente algunos de los más importantes:

- Desde nuestra primera infancia hemos estado aprendiendo a adaptarnos, a obedecer, primero a los padres, después a los maestros y demás personas adultas. Nos hemos condicionado fuertemente a ser pasivos frente al conjunto, al mundo. Además, de pequeños hemos contemplado a los mayores; y en cierta manera nuestro propio deseo nos ha llevado a querer imitarlos para ser como ellos. En realidad, no teníamos opción para conducirnos de otro modo, ya que las formas concretas de conducta las adquirimos siempre inicialmente del exterior.
- Por otra parte, nosotros necesitamos estar de acuerdo con el ambiente. El representa para nosotros el mundo que nos protege, que nos da seguridad. No podemos vivir solos, aislados del grupo. Pues de la sociedad recibimos -o esperamos recibir- calor, afecto, aceptación y todo cuanto es preciso para satisfacer nuestras necesidades.
- La propia sociedad ejerce una fuerte y constante presión sobre el individuo en un esfuerzo por conformarlo de acuerdo con los patrones de conducta y de valores por ella establecidos. La comunidad, representada principalmente por lo que denominamos «opinión pública», exige que cada uno de sus componentes acepte y siga inflexiblemente determinadas ideas y líneas de acción. Sólo de vez en cuando y después de cierta lucha, acaba por admitir que alguien se separe de la norma habitual. Esto sucede cuando una persona demuestra poseer en un elevado grado alguna de las cualidades que la sociedad admira: talento, poder, habilidad, etc., aun cuando, como ocurre con frecuencia- estas cualidades se manifiesten tan sólo en un plano elemental. En estos casos la opinión pública tiende a poner sobre un pedestal a tales personas y les presta un culto idolátrico. La sociedad pasa así, excepcionalmente, de la oposición a la admiración de un mismo individuo para erigir sus héroes y sus ídolos.
Pero esto ocurre en algunos casos aislados. Para el común de las personas, la sociedad no tolera que nadie se separe de la norma habitual. La opinión pública y la reacción automática de todo grupo social cuidan de velar celosamente mediante la inevitable crítica, burla, censura, menosprecio u hostilidad para que esto no ocurra.


Sus modos de acción

l. La sociedad cumple para con el hombre la función absolutamente necesaria de servirle de contrapartida a sus tendencias habituales centrípetas y centrífugas. La tendencia centrípeta es la que inclina a adquirir. ¿A adquirir qué y dónde? Adquirir del medio ambiente elementos en todos los niveles. Como aquí nos referimos más bien a los niveles psíquicos que al biológico, el medio ambiente es la sociedad, que nos sirve de campo de nutrición de la personalidad, proveyéndonos de todos los elementos concretos, formales. Dentro poseemos, como quedó ya explicado, fuerzas virtuales, estructuradoras, pero necesitamos materiales para llenar y configurar nuestra personalidad con rasgos concretos; así como nos es indispensable el aire para aspirar y este aire nos viene del medio ambiente, y necesitamos alimento, casa, vestidos, etc., precisamos también de afecto, de protección; necesitamos ideas, valores, etc., y todo ello nos viene dado por la sociedad. Por esta razón decíamos que la sociedad es un campo de nutrición para toda la personalidad.
Muchos de entre los elementos que hemos ido absorbiendo del exterior, después de apropiárnoslos y asimilarlos a través de nuestro metabolismo físico y psíquico, volveremos a expresarlos de nuevo hacia el exterior. Y así daremos lugar a las tendencias centrífugas: la necesidad de expansión, de contacto, de desarrollo, de crecimiento, de comunicación. Ahora bien, estas tendencias centrífugas exigen algo y alguien con quien comunicar, un término de la nueva relación que originan; y ese algo es el medio ambiente y ese alguien es la sociedad. Donde yo recibo, la sociedad da; donde yo doy, la sociedad recibe. En definitiva, la sociedad forma, repetimos ahora como síntesis, la contrapartida exacta de las dos tendencias centrípeta y centrífuga del individuo.
Un medio ambiente social puede ser rico o pobre. En el aspecto físico, lo será en pureza de aire, en alimentación, etc. Y de parecida manera ocurre también en el psicológico: en la vida afectiva y mental puedo moverme en un ambiente rico o en uno pobre, donde mi afectividad no reciba todo el alimento que precisa y donde mi mente no encuentre todos los datos, todas las ideas básicas que necesita según su capacidad; en tal caso me condicionará negativamente, quedará en mí un sentimiento de frustración como resultado de la insatisfacción de mis necesidades.
Respecto a la expresión ocurre lo mismo: yo me expreso, quiero correr, físicamente necesito hacer ejercicio; pero si vivo en un piso pequeño donde habitan dos familias, no podré hacerlo; si estoy en un ambiente en que permanezco todo el día cargado de obligaciones demasiado rígidas y severas no podré expansionarme afectivamente. Puede suceder, incluso, que viva en un círculo social en el que cada persona esté tan preocupada por sus cosas, que nadie sea receptivo a expresiones afectivas. Este clima psicológico determinará en mí los síntomas de la insatisfacción.
2. La sociedad nos impone condiciones; hará el papel que nosotros le pedimos, a su modo, más exigiéndonos un tributo. Podemos observarlo ya de un modo muy claro en la primera sociedad que existe en la vida humana: la relación del hijo con la madre. El hijo precisa de la madre y la madre le proporciona, en mayor o menor grado, lo que su hijo necesita. Sin embargo, aunque no lo parezca, la madre satisface las necesidades de su hijo bajo ciertas condiciones, al menos desde el punto de vista del niño. La madre le da afecto, pero le exige a cambio que sea obediente, pacífico, etc. Si se porta mal, la madre le riñe y le pone mala cara; y esto el hijo lo vive como un abandono momentáneo, como una señal de que en aquellos instantes no le quiere.
La sociedad obra exactamente lo mismo: quiere que nosotros seamos de un modo prefijado. En cada época hay unos determinados valores que predominan, unas determinadas ideas que se consideran como buenas, unas determinadas costumbres que gozan de la unánime aprobación y tienen vigencia. La sociedad impone ciertas condiciones que presionan sobre la conducta e influyen en el modo de ser de cada uno de sus miembros. Cada uno de ellos necesita de la sociedad y se siente coaccionado a hacer lo que ella quiere, porque de ese modo evitará ser rechazado, conseguirá la aceptación de los demás y con ello tendrá la sensación de seguridad que necesita para vivir.
Dependemos de este imperativo social incluso frente a nosotros mismos. Porque, como nos hemos ido desarrollando sin que existan en nuestro interior unos valores previos fundamentales ya estructurados, hemos ido aceptando de modo mecánico los valores vigentes en la sociedad como los normales, y cada uno se ha ido incorporando insensiblemente estos valores; la propia mente se ha formado de acuerdo con tales ideas que llegan por fin a ser el reglamento de cada uno, ya no sólo ante los demás, sino incluso ante sí mismo. A no ser que llegue a conseguir interiormente su emancipación, viviendo con una madurez superior a la normal, se sentirá interiormente obligado, incluso cuando está sólo, a tener las mismas ideas, los mismos gustos que los demás, a obrar como los otros. Porque, si se siente diferente, surge en seguida el miedo: necesita adaptarse a los valores sociales para obtener la conciencia de seguridad, de normalidad y de dignidad.
Todo esto hace que el individuo se sienta obligado a seguir los usos y costumbres de su ambiente, prescindiendo de la justificación interna, de la lógica y del valor intrínseco de tales usos y costumbres.
3. La sociedad influye en nosotros porque constituye un campo de compensación de las frustraciones. Como todo el mundo tiene frustraciones, se ha llegado a una especie de acuerdo tácito para organizar una serie de usos, instituciones y actos y una amplia gama de actividades que sirven tan sólo para producir satisfacciones compensatorias. Salas de fiestas, cines, programas de televisión, literatura, etc., no responden en rigor a un interés por el, desarrollo mental, sino a la necesidad de compensación que experimenta la gente. De un modo u otro es el intento de llegar a vivir el valor del yo, de reafirmar en un mundo irreal lo que no se ha podido vivir en la realidad cotidiana.
4. La sociedad influye también en nosotros de otra manera: creándonos necesidades artificiales.
Estas nuevas necesidades las introduce por varios caminos. Unas veces son los actos, las diversiones, etc., a los que empezamos asistiendo espontáneamente, movidos por el mecanismo que acabamos de citar de la compensación e inducidos por la oferta de la sociedad a que nos sirvamos preferentemente de las compensaciones que ella nos tiene preparadas. Pero llega un momento en que la fiesta social, o el hecho de que se trate, se convierte en una obligación de modo que, si no asistimos o dejamos de hacer aquello, quedamos en situación violenta, considerándose que hemos cometido una falta social, que nos hemos apartado de la sociedad. Así, muchas cosas de origen espontáneo, correcto o no, se convierten en obligación y llegan a transformarse para nosotros en necesidades artificiales.
Otras veces lo que influye en la creación de la nueva necesidad es el interés comercial. En esta línea encontramos la gran fuerza de «la moda», que es la presión que ejercen determinados sectores de la sociedad para reglamentar ciertos usos de un modo puramente convencional, asociando a los mismos, como es natural, la idea de valor, prestigio, belleza, etc. Es sabido que uno de los objetivos de la publicidad es precisamente «crear la necesidad».
5. Por último, la sociedad influye en el individuo de un modo indirecto: creando en él una necesidad de protesta.
En efecto, el individuo necesita de la sociedad, y cuando se ve desamparado por ella no puede menos de sentir soledad y angustia. Porque basa su seguridad precisamente en el continuo suministro de materiales y aprobaciones que recibe del ambiente y en cuanto se encuentra sin ellos, es natural que viva su situación de desamparo como si se negara enteramente su valor personal y que sufra una profunda angustia.
Pero, por otro lado, todos estos condicionamientos y obligaciones que impone la sociedad a cambio de los correspondientes servicios que presta, van en contra de la espontaneidad de los impulsos, de la tendencia a la libertad. Constituyen obstáculos, barreras para lo que sería la libre expresión de todas las tendencias del hombre. Y esto origina, de una parte, las represiones, y de otra las protestas contra estas mismas represiones. En la medida en que la normalidad nos cuesta cara, protestamos de este precio en nuestro interior subconsciente, que aprovecha cualquier oportunidad para manifestar externamente esta protesta, lanzándola contra el prójimo, la autoridad, la política, el clero, etc. De hecho, pues, siempre hay una reacción de crítica a punto, que sólo necesita, la más pequeña ocasión para brotar y manifestarse.
Cada uno de los mencionados son elementos que influyen, condicionan y muchas veces determinan nuestra conducta. Si estudiamos todos estos factores, tendremos la explicación de gran parte de nuestro modo de obrar ordinario. Una de las aplicaciones prácticas que podemos deducir de lo expuesto es aprender a descubrir en nosotros mismos la fuerza de los condicionamientos; no teóricamente, sino observando y sintiendo la importancia que doy a los demás, el miedo que tengo de la opinión de los demás y la presión que esta opinión ejerce en mí. Como consecuencia de este descubrimiento interior, debo aprender a ir emancipándome, no porque deba rehuir la sociedad o hacer lo contrario de lo que dicte, sino sólo porque yo, interiormente, no debo depender de la sociedad. Tengo que aprender a no basar mi seguridad, mi conciencia de mí mismo, mi conciencia de valor, en estos aspectos externos sino en mi potencial interior.


Las áreas sociales

La sociedad puede subdividirse en varios círculos o áreas, según la razón de ser de tal grupo particular. Así, podemos distinguir claramente las siguientes áreas grupales más importantes:
Familiar.
Profesional.
Social propiamente dicha.
General indeterminada.

ÁREA FAMILIAR
Siempre muy importante y, a menudo, bastante compleja. La importancia de la influencia familiar deriva, en general, de los siguientes factores:

a) La continuidad de la presencia y del contacto. La continua convivencia con las mismas personas hace que los mismos estímulos, esto es, los modos de ser de los componentes familiares, se repitan una y otra vez reforzando los efectos mutuamente producidos.
En la medida que esta acción recíproca es positiva por tratarse de caracteres armónicos, tal reiteración es excelente. Pero cuando no existe en los componentes del grupo familiar suficiente madurez psicológica, la continuidad del contacto determina tanto una relajación en el control de las actitudes y de las expresiones, como una mayor fricción por las mutuas diferencias de carácter, de opiniones, de gustos, etc. El resultado de todo ello es que surjan con frecuencia prolongados estados de tensión, que los problemas más pequeños aparezcan como de gran importancia, y que, consiguientemente, todos los componentes de la familia queden afectados por la situación, en mayor o menor grado, pero siempre en el sentido de sentirse coartados, amenazados e irritados.
b) El contenido afectivo de la vinculación. Si no existiera ningún afecto entre los componentes de la familia, ésta no podría subsistir. Por otra parte, si el afecto fuera en todo momento amplio, sincero e incondicional -lo cual implicaría que las personas de referencia estuvieran libres de intensos problemas interiores y hubieran alcanzado una madurez emocional- no existirían problemas de convivencia y la vida familiar se convertiría en una fuente constante de estímulos positivos y creadores. Pero en la medida en que esto no es así por la interferencia de tales problemas, o bien por existir un exagerado primitivismo en la forma de amar, la relación afectiva adquiere un carácter ambivalente o contradictorio que es origen de constantes choques y conflictos. En todo caso, el afecto existente y que subyace incluso en las situaciones de oposición, hace que las influencias recíprocas de los modos de ser de los componentes de la familia penetren profundamente -diríamos que «para bien o para mal»- en el psiquismo de cada uno, y que desde allí ejerzan gran influencia en su ulterior conducta.
c) Y, por último, dado que es en el seno familiar donde, erróneamente, se suelen sentir las personas menos obligadas a controlar sus estados, es ahí donde van a parar las consecuencias de las más diversas preocupaciones y problemas que agobian a sus componentes; por ejemplo, que la esposa, el hijo o cualquier otro miembro del hogar, pague las consecuencias de una humillación sufrida por el esposo en el despacho. La familia, pasa así a hacer además una función de «cámara de compensación de problemas», creando con ello nuevas reacciones -de adaptación, de defensa, de ataque o de huida- en sus componentes.
Especifiquemos ahora brevemente la influencia habitual de las principales figuras de la familia, en su doble versión, positiva y negativa, aunque como es natural, en la vida corriente sólo encontraremos casos mixtos en los que predominará un rasgo más que el otro.

LOS PADRES.- El hijo ama muchas veces en secreto a sus padres, y cuanto ve en ellos de afecto, de inteligencia y de poder lo integra en la imagen ideal de lo que quiere llegar a ser en el futuro. Tanto es así, que incluso ya siendo adulto, se encontrará imitando y repitiendo todavía palabras, gestos y actitudes que, sin haberse dado cuenta, le han quedado profundamente grabadas en la mente desde su infancia. Si los padres cumplen bien su papel de educadores, además de la influencia automática producida con el ejemplo de su propia actitud y conducta, sabrán inculcar en la joven mente de sus hijos ideas básicas amplias, justas y positivas que servirán para encauzar adecuadamente sus aspiraciones y aptitudes. En resumen, la acción positiva de los padres sobre sus hijos consiste en dar las oportunidades para que éstos seleccionen de aquéllos -lo mismo puede ser del padre que de la madre- determinadas cualidades caracterológicas que mayormente admiran por ser afines a sus tendencias temperamentales, aún parcialmente latentes. Estas cualidades, junto con las ideas que paralelamente les han inculcado, se incorporan a la imagen ideal de sí mismos y constituyen una parte importante de su futuro patrón de conducta. No es raro, en estos casos de acción netamente positiva de los padres, que los hijos sigan muy de cerca la misma actividad profesional que el padre o que, por lo menos, se parezcan extraordinariamente a él en muchas de sus actitudes.
El aspecto negativo, tiene lugar cuando los padres o no aman suficientemente a sus hijos o, aún amándolos mucho, su amor adopta formas defectuosas, bien sea por una excesiva rigidez y exigencias en la educación, o bien por el contrario, por una blandura excesiva.
Estos defectos de educación tienen por consecuencia que se formen en la mente de los hijos una mezcla de necesidad de afecto y de resentimiento que se traduce en acciones y actitudes contradictorias; deseos de hacer y ser lo contrario de lo que son los padres y, al mismo tiempo, deseo de ser admirados por ellos, etcétera. Estos defectos pueden prolongarse hasta mucho más allá de la adolescencia, y así, efectivamente, encontramos muchos adultos cuya relación con los padres dista mucho de ser franca y cordial, como reminiscencia de estos conflictos de la infancia.
La importancia de la acción de los padres sobre la vida de los hijos es elevada, puesto que no se limita a la estricta relación hijos-padres, sino que la actitud que el hijo adopte -consciente o inconscientemente- frente a sus padres, será la misma que adoptará en su vida adulta frente a cuantas personas o instituciones hagan la misma función de autoridad, sea en el campo profesional o en el político, religioso, etc.

LOS HERMANOS.- En el aspecto positivo, la convivencia con los hermanos facilita el desarrollo de las cualidades de amistad, colaboración, noble competencia, generosidad, adaptación, etcétera.
Cuando la acción de los hermanos es más bien negativa, actúa en el sentido de generar celos, envidia, hostilidad, subestimación o sobrevaloración de sí mismo, según los casos, individualismo, etcétera.
La actitud respecto a los hermanos determinará el patrón de la conducta hacia los semejantes en general y hacia los amigos en particular.

EL CÓNYUGE.- En el matrimonio se viven nuevas facetas del amor; si la vida conyugal se vive en todo momento de un modo positivo, se irá evolucionando desde el amor pasional y apasionado del principio hasta la plena compenetración, comprensión y aceptación del modo de ser del otro a medida que se va ganando en madurez. Se aprende a pensar en términos colectivos en vez del modo individual que existía en la vida de soltero. Por las reacciones del cónyuge se aprende a descubrir muchos puntos débiles de sí mismo. La vida conyugal, cuando se vive bien es, en suma, el medio más completo y eficaz para alcanzar una rápida maduración afectiva y del carácter.
Pero, por otra parte, en la convivencia conyugal van surgiendo uno por uno todos los problemas internos que, sin darse cuenta, los cónyuges aportan al matrimonio. Problemas de inseguridad, de orgullo, de resentimiento, de autoritarismo, etc. Cuando por ambas partes no existe comprensión y buena voluntad para ir superando de un modo inteligente y generoso las crisis provocadas por tales tendencias, la situación fácilmente degenera en una tensión crónica en la que cualquier cosa desagradable es posible. La convivencia se convierte en lucha permanente por la propia independencia y supremacía. La fórmula de vida en estos casos es a menudo: en casa, cerrarse o atacar y estar en ella lo menos posible; fuera de casa, buscar compensaciones de todo orden y encontrar bellas cualidades en el hogar ajeno.
La actitud básica subyacente en la vida conyugal será el patrón de conducta respecto a toda la clase de asociaciones y colaboraciones de tipo estable.

LOS HIJOS.- Si existe suficiente madurez afectiva e intelectual, la presencia de los hijos, despertará en los padres nuevas facetas de amor y ternura, un sentido de protección y responsabilidad, y conducirá a una mayor comprensión del psiquismo elemental.
En cambio, cuando no existe en los padres esta madurez necesaria, los hijos repercuten en un sentido negativo; pérdida de la relativa independencia de la que gozaban, nuevas e incontrolables molestias; a menudo, disensiones en materia de educación, problemas de autoridad y formas de castigos; la madre necesita estar pendiente de los hijos, vestidos, alimentación, vigilancia, etc., y el padre se siente más o menos postergado, con lo que aumenta su mal humor y su deseo de buscar compensaciones en otros lugares. Cuando los hijos son algo mayores, muchas de estas molestias subsisten y se añaden otras nuevas: aumenta el sentido crítico de los hijos, sus deseos y caprichos, su ansia de libertad, etc.
La actitud interior frente a los hijos constituirá el patrón básico de conducta respecto a los inferiores, los débiles y los subordinados.

LAS DIFERENCIAS ENTRE VIEJOS Y JÓVENES.- Muchas de las divergencias surgidas en el seno de las familias tienen su origen en las diferencias de los modos de ser de los componentes que tienen ya cierta edad y los que son todavía muy jóvenes.
Los mayores tienen, como es natural, mucha más experiencia de la vida, un juicio más maduro y están exentos de los impulsos irreflexivos de la juventud. Pero, en cambio, tienen mucha dificultad en comprender y aceptar que la juventud actual difiere en varios rasgos de la juventud de hace 30 ó 40 años. La juventud actual es más inquieta, más atrevida, más independiente y más intuitiva en general que la de las generaciones pasadas. Esto obliga a nuestros jóvenes a buscar nuevas formas de pensamiento y de acción, rechazando como estrechas, rígidas y arcaicas las formas de la generación anterior. Pero en el intento de crear esas nuevas formas se dejan llevar muchas veces por la impulsividad, la irreflexión, el apasionamiento y la unilateralidad, propias de la edad y rasgo común de la juventud de todas las generaciones. Y estos rasgos son lo que ve la gente mayor y por ellos critica el modo de ser en conjunto de la juventud.
De manera que los jóvenes, llevados del olímpico optimismo de su juventud y de su inexperiencia, pero también por la fuerza de algo auténtico y espontáneo que, sin saber qué es, quieren expresar, arremeten indiscriminadamente contra las formas de pensamiento tradicionales, sin darse cuenta de sus propios defectos y de que más importante que destruir es renovar, transformar y crear. Y de que toda creación va siempre de dentro a fuera, del espíritu a la forma, esto es, de la intuición a la idea, de la idea al pensamiento -que es la forma mental- y del pensamiento a la acción -que es la forma física-. Y si la idea no se integra armónicamente en el pensamiento actual y concreto dedo demás que ya existe, por brillantes y ciertas que puedan ser la intuición y la idea, en sí mismas, no tendrán ninguna oportunidad de incorporarse con permanencia en el conjunto de formas existentes.
Conocer y comprender bien lo tradicional y, al mismo tiempo, vivir con toda la fuerza, entusiasmo e inteligencia la necesidad de crear nuevas formas: esto es lo que ha de saber hacer la juventud consciente de hoy.
Comprender y aceptar que la vida es siempre un proceso ascendente, dinámico y renovador: esto es lo que le corresponde hacer al hombre maduro, dándose cuenta, al mismo tiempo, de que dicho proceso es en sí mismo más importante que las formas a las que, temporalmente, da lugar.

ÁREA PROFESIONAL
Las relaciones humanas profesionales pueden agruparse en relaciones de cuatro niveles diferentes:
-Relación con los superiores.
- Relación con los iguales.
- Relación con los subordinados.
- Relación con personas externas.

RELACIÓN CON LOS SUPERIORES.- Vividas positivamente, las relaciones con los superiores son fuentes de estímulo, de enseñanza y de satisfacción para el subordinado inteligente.
Pero cuando se viven negativamente, son motivo de actitudes contradictorias en el subordinado -servilismo por un lado y acerba crítica por otro-, o bien francamente negativas: susceptibilidad, indolencia, etc.

RELACIÓN CON LOS IGUALES.- La relación con las personas de igual categoría profesional estimula la amistad y la camaradería, la colaboración, la conciencia de grupo y de equipo, etcétera.
Vividas negativamente, estas relaciones son causa de envidias, rencillas, individualismo exagerado, de tratar de eludir responsabilidades, descargarse de gran parte del trabajo, etc.

RELACIÓN CON LOS SUBORDINADOS.- Positivamente, facilita la disposición de actitud de ayuda, de comprensión y de amistad desinteresada.
Pero cuando la persona vive en un estado negativo, este tipo de relación despierta en ella la necesidad de darse importancia humillando al subordinado con un autoritarismo absurdo o quizá con bromas de mal gusto.

RELACIÓN CON PERSONAS EXTERNAS A LA EMPRESA.- Este grupo está constituido principalmente por los clientes y proveedores.
Para la persona que sabe adoptar una buena disposición, el trato con los clientes o proveedores ofrece la máxima oportunidad para desplegar sus mejores capacidades de iniciativa, tacto, persuasión, simpatía, ductilidad y firmeza.
Pero para quien adopta una actitud cerrada o encogida cada entrevista de esta clase será una prueba difícil en la que no ve otra alternativa que ser vencedor o vencido, reaccionan do a las situaciones de modo excesivamente personal y convirtiendo en problemas detalles sin importancia debido a su exagerada susceptibilidad.

ÁREA SOCIAL
Comprende esa multitud de contactos más o menos habituales que tenemos con determinadas personas con las que compartimos la satisfacción de ciertas necesidades, tendencias o aficiones.
Podemos apreciar la existencia de varios de estos grupos, caracterizados cada uno de ellos por el tema o razón de la afinidad:

- Grupo religioso, considerando aquí la religión no en su aspecto de vida interior, sino en sus manifestaciones externas en las que se tiene oportunidad de trabar conocimiento y amistad con otras personas que comparten las mismas creencias.
- Grupo cultural, por razón de las mismas aficiones a determinados estudios.
- Grupo recreativo, constituido por las personas que comparten los mismos esparcimientos, juegos, deportes, etc.
- Grupos de otras amistades, como son las que han llegado a serlo por relaciones de familiares, de vecindario, con motivo de un viaje, que nos han sido presentadas por otras amistades, etcétera.

Todas estas clases de relación social pueden ser motivo, para quien está preparado para ello, de desarrollar un sano interés por los demás, de ensanchar los propios puntos de vista, de comunicar las propias ideas y opiniones, de aprender de la experiencia ajena, de conseguir una expansión de la mente y del espíritu, de fortalecer la conciencia de comunidad, etc.
Pero, todos sabemos muy bien que demasiado a menudo en nuestra sociedad estas relaciones no pasan de un nivel en extremo superficial; que en ellas impera un puro convencionalismo y que cada cual se interesa de veras tan sólo por sí mismo.

ÁREA GENERAL INDETERMINADA
Entendemos con esta denominación la multitud de contactos esporádicos y fortuitos que estamos teniendo constantemente durante todo el día: personas y situaciones que percibimos mientras vamos por la calle: personajes y argumentos de novelas, de películas, de obras teatrales; noticias, datos y sugerencias que nos ofrecen las revistas, la radio, los rótulos de la calle, las conversaciones oídas casualmente; todas las formas de publicidad y propaganda que nos asedian por todas partes, etc.
Es imposible determinar el grado y la forma de influencia que tales estímulos pueden eventualmente producir en una persona. Pero lo que sí es cierto es que tal influencia existe y que, en general, el tipo de acción que ejercerá nunca será nocivo, si esta persona sabe estar en todo momento, atenta, despierta y bien consciente de sí misma.

LAS SITUACIONES ESPECIALES DEL AMBIENTE
Aparte de la acción de las anteriores áreas grupales con su carácter relativamente estable y permanente, hay que tener en cuenta también la influencia especial que producen en el individuo determinadas situaciones más o menos transitorias y accidentales de esas mismas áreas grupales.
Así, por ejemplo, en el área familiar la enfermedad o muerte de algún familiar muy próximo y especialmente querido crea un período de tristeza, desaliento y depresión que dificulta todo cuanto implique iniciativa, esfuerzo y entusiasmo. En cambio, el nacimiento de un primer hijo, una boda afortunada, pueden ser circunstancias que estimulen activamente la capacidad de rendimiento del individuo.
En las áreas profesional y social, igualmente se presentan situaciones especialmente favorables unas veces y desfavorables otras, que estimulan o dificultan la afirmación y la expresión positiva del sujeto.
Por último, no hay que olvidar que en nuestros días cada vez adquieren mayor importancia determinados hechos o situaciones de índole internacional por su contundente e inmediata repercusión sobre cada individuo.

Con esto quedan señalados los principales tipos de estímulos externos susceptibles de constituir una motivación primaria o secundaria de la conducta. Hemos de contentarnos aquí con esta enumeración tan general, puesto que descender a mayores detalles y particularidades alargaría desmesuradamente el texto, y de todos modos, siempre quedarían innumerables situaciones y casos sin quedar incluidos, dado el infinito número de combinaciones y circunstancias personales que concurren en cada acto de la conducta individual.