Antonio Blay
LA PERSONALIDAD
CREADORA
Técnicas psicológicas y
liberación interior
Editado en español en 1963 y 1992
PRÓLOGO
A LA PRESENTE EDICIÓN
La personalidad creadora es, tal
vez, la obra más importante de Antonio Blay. Agotada su primera
edición hace ya bastantes años, ha sido solicitada reiteradamente
por los muchos estudiosos de las enseñanzas de A. Blay. Es por ello
que tenemos una gran satisfacción al poder presentar este libro
considerado un «clásico» del maestro, sabiendo la gran acogida que
le dispensarán sus antiguos discípulos y los nuevos lectores de sus
libros, con la convicción de que se trata, seguramente, de la obra
más completa del autor, desde el punto de vista técnico-didáctico.
La revisión del texto la ha realizado Miquel Martí,
discípulo y amigo de A. Blay, siguiendo fielmente los criterios
manifestados en repetidas ocasiones por el propio autor, así como
las indicaciones escritas a mano en las páginas del ejemplar que él
usaba. Vaya desde aquí nuestro reconocimiento al trabajo de M. Martí
que de una forma altruista y desinteresada ha preparado la mayoría
de las obras de A. Blay editadas en nuestra editorial. Su trabajo ha
permitido salvar del olvido gran parte de la obra del maestro que, de
otro modo, corría el peligro de permanecer inédita o desconocida
para los nuevos estudiosos de su enseñanza, la cual va llegando
progresivamente a sectores de público cada vez más amplios.
Esta obra trata de un modo exhaustivo todos los resortes
de la personalidad: el Yo-idea, el Yo-experiencia, el inconsciente,
las represiones, la tensión, etcétera. Y aporta un compendio
completísimo de las distintas técnicas dirigidas a la
autorrealización: Hatha y Raja Yoga, relajación profunda,
autocondicionamiento, oración, despertar de la intuición, etcétera;
también trata de un modo profundo y original el tema de la escisión
de la energía psíquica, ofreciendo las soluciones para su
integración en una personalidad verdaderamente creativa.
Al final de la obra se presentan unos esquemas de
trabajo, así como las orientaciones en la forma de aplicarlos, ya
que ésta debe ser distinta según el tipo de personalidad de quien
los ponga en práctica.
Sinceramente, creemos que con la publicación de este
libro cumplimos un compromiso, voluntariamente contraído, con todos
los seguidores de la obra de Blay.
LOS EDITORES
PRÓLOGO
A LA PRIMERA EDICIÓN
Este libro ha sido escrito para los descontentos
inteligentes. Es decir, para todos aquellos que estando disconformes
con su modo de ser actual, piensan que debe existir alguna manera de
modificar sustantivamente su personalidad, en el sentido de alcanzar
una mayor expansión de sus recursos y una más profunda vivencia de
la propia plenitud. Para aquellos que no se encierran en el rígido
caparazón de sus ideas y actitudes cristalizadas, y están
dispuestos a emprender un trabajo definido para alcanzar una
liberación interior de temores, prejuicios, encogimientos,
incertidumbres, dudas y perplejidades. Para los que presienten la
posibilidad de un vivir pleno, maduro, creador, lleno de sano
positivismo y rico de significado. Para los que anhelan respirar
hondamente sin trabas interiores, que desean comprender el sentido de
la propia vida y que son capaces de luchar para llegar a vivirla de
un modo total.
Pero no pretende ser éste un libro de divulgación
filosófica ni religiosa. Ni tampoco pertenece propiamente a la
llamada «literatura estimulante», aunque sus resultados, espero,
tendrán este efecto en alto grado. El pleno aprovechamiento del
contenido del libro no requiere en realidad adhesión a ninguna idea
en particular, ni siquiera a las expuestas en el mismo. Este es,
básicamente, un libro de técnicas psicológicas y el resultado que
se obtenga será exactamente proporcional a la clara comprensión de
tales técnicas y a la correcta ejecución de las mismas.
La eficacia de cuantas técnicas aquí se exponen
-sacadas en su mayor parte de la tradición oriental- ha sido
exhaustivamente demostrada por los millares de personas que desde
tiempo inmemorial se han venido beneficiando de las mismas. Muchas de
las técnicas de Oriente, no obstante, son aquí, en nuestra cultura
occidental, escasamente conocidas, por lo que es inevitable que
parezcan, sobre todo al principio, algo extrañas y desproporcionadas
a los efectos que se afirman producir. No obstante, a medida que
personalmente se pongan en
práctica, se irá comprobando la certeza de los
conceptos que las fundamentan. Y casi se puede
afirmar que es éste el único modo seguro de llegar a tales
evidencias.
Los temas aquí desarrollados son los mismos que
integran los cursos que desde hace varios años vengo dando para el
público en general en el Centro de estudios y
aplicaciones psicológicas DHARMA.
Algunos capítulos no son más que otras
lecciones transcritas de la cinta magnetofónica y adaptadas luego a
la palabra escrita. Esta es la razón de algunas deficiencias que
puedan observarse en la presentación del libro, especialmente en
cuanto a estilo y a ciertas reiteraciones en algunos temas. No
obstante, creo que, desde un punto de vista didáctico,
las ideas y las descripciones de las técnicas se
han mantenido lo suficientemente claras como para que en su
comprensión y ejecución no surjan más dificultades que las
naturalmente inherentes a las mismas.
Por último, me permito recomendar al lector que trate
de leer este libro con una disposición mental atenta y abierta,
neutralizando así sus hábitos mentales y trascendiendo las ideas
anteriormente adquiridas. Sólo de esta manera estará en condiciones
de asimilar los conceptos nuevos que pueda encontrar. Y esto es de
especial aplicación en algunos capítulos cuya materia es
particularmente interesante pero, también, sorprendente y muy
«nueva» (caps. 12, 13, 16, 21, 22, 23 y 24). Tanto en éstos como
en los restantes capítulos, una reiterada lectura se mostrará
siempre muy útil y productiva.
ANTONIO BLAY
INTRODUCCIÓN
Creatividad
y condicionamiento
Vivir todos los hechos de la vida cotidiana, incluso los
más habituales, de un modo constantemente nuevo, intenso y lleno de
sentido. Concebir formas nuevas de resolver dificultades, intuir y
expresar las realidades superiores del hombre y de la naturaleza, sea
a través del lenguaje científico, filosófico o artístico. He aquí
dos formas bien distintas de una misma cualidad fundamental: la
creatividad.
Pero de estas dos formas de creatividad, la que aquí
nos interesa de un modo especial es la primera,
la de vivir diario, la
que está al alcance de todos y cada uno de
nosotros, puesto que no requiere ningún don
ni ninguna calificación o aptitud
extraordinaria, sino que exige tan sólo la utilización efectiva de
lo que cada uno de nosotros ya posee:
la vida, la inteligencia, la energía, la conciencia, el amor, la
voluntad.
El ser humano, en efecto, es naturalmente creador, del
mismo modo que lo es en grado sumo la Vida de la cual él es una
elevada expresión.
La creatividad, pues, no la hemos de ver exclusivamente
en aquellos grandes artistas cuyas obras admira la humanidad a través
de los siglos, ni tampoco en esos hombres geniales en el terreno de
los descubrimientos científicos, de las realizaciones tecnológicas
o de las innovaciones comerciales.
La capacidad creadora se manifiesta en toda acción que
el hombre ejecuta con la plenitud de todo su ser, con la sinceridad,
espontaneidad y totalidad de un alma despierta y sencilla. La
creación se produce entonces de un modo tan natural como la salida y
la puesta del sol, de un modo espontáneo como el movimiento de las
ramas a impulsos del viento. Las acciones todas de quien es capaz de
actuar así y todas sus palabras respiran una especial grandeza, un
frescor y una fuerza, exponentes del proceso de constante renovación
de energías vivas que se está produciendo en cada instante en su
interior. ¿Cuál es, si no, el
secreto que encierra la sonrisa de un niño o la ilusión de una
adolescente enamorada? ¿No es, acaso, el hecho de que ambos viven
más cerca de la fuente viva de su ser y expresan de un modo directo,
espontáneo, natural, sin interferencias, desviaciones ni bloqueos de
clase alguna las fuerzas creadoras que están impulsando su
personalidad?
De la misma manera, toda persona que pueda vivir
conscientemente sintonizada, armonizada e integrada con las energías
primordiales que animan su personalidad, manifestará, lo
mismo en los actos más sencillos de su vida
diaria que en la solución de los problemas de toda clase que se
presenten en su existir, la misma grandeza, la misma fuerza
avasalladora, la misma delicadeza y la misma inteligencia creadora de
la propia Vida que le hace
vivir.
Pero lo que el hombre es de un modo natural puede quedar
frustrado de un modo artificial. Múltiples factores vienen a
interponerse de hecho entre su impulso y su acción, creando un velo
de confusión en su mente, dando lugar a toda una serie de problemas,
angustias y limitaciones que ahogan su espíritu creador, toda
espontaneidad y toda libertad. Factores que encierran
artificiosamente la mente humana dentro de minúsculos círculos
cerrados en los que sólo impera el hábito, la rutina y el más
absoluto automatismo.
El hombre padece, se queja, se rebela, protesta y busca
frenéticamente una solución que le permita recuperar su sensación
interna de libertad y alcanzar un estado de auténtica plenitud. Pero
mientras busque el remedio dentro del mismo círculo en el que está
encerrado y utilizando las mismas ideas y actitudes que le son
habituales, es evidente que no podrá adelantar ni un solo paso hacia
su efectiva liberación.
Para muchas personas,, en cambio, ni siquiera se plantea
el problema, puesto que no se dan cuenta de la existencia de ningún
problema interno básico. Creen de buena fe que el único problema a
resolver es el que se refiere a sus condiciones
externas de vida: conseguir mayor categoría profesional, obtener más
dinero, más comodidad, mayor prestigio, etc. Evidentemente para
tales personas, mientras no sientan la presencia de una inquietud
interior, ni de una viva protesta por su estado de limitación
interna, no existe la menor posibilidad de
transformación.
Pero para todos aquellos que, en mayor o menor grado,
son conscientes del problema y que no se conforman con las
artificiales filosofías y teorías justificativas más o menos
sutiles, emitidas por otros que tampoco han logrado salir del
círculo, existe la posibilidad de iniciar un trabajo serio de
crecimiento mental y, a través de él, de reestructuración y
consolidación de una nueva personalidad.
Este es el tema que nos ocupará principalmente en las
páginas de este libro: el estudio de los
condicionamientos naturales y artificiales, y el modo de neutralizar
estos últimos. El resultado de esta neutralización será la
personalidad creadora. Por este motivo no ha de extrañar a nadie que
en el transcurso de todo él apenas mencionemos de un modo explícito
y directo el tema de la creatividad. Esta creatividad de la que
estamos hablando no se aprende: es el resultado natural de
encontrarse a sí mismo, es la consecuencia inmediata de vivir con
madurez de conciencia y hasta el fondo todas las experiencias que la
vida nos depara, sin bloqueos, mentiras ni distorsiones; es el
resultado de limpiarnos y desprendernos en nuestra mente de todo
cuanto es extraño a nuestra verdadera naturaleza.
El camino que conduce a la libertad interior es un
camino de simplificación mental. Pero es una simplificación que
implica a la vez profundización y amplificación. Es, un camino de
sencillez, pero de sencillez desde el centro de nuestro ser. Es un
camino fácil de ver, de intuir, pero difícil de
recorrer porque requiere el manejo de esas herramientas que nunca
hemos aprendido a utilizar de un modo deliberado: nuestra mente,
nuestra atención, nuestra imaginación, nuestros impulsos y
sentimientos, y de un modo especial nuestras actitudes internas.
Las
dos clases de trabajo interior
Como existe bastante confusión sobre las
varias formas de trabajo interior y de los
resultados a que conducen, creemos útil decir ya en esta
Introducción unas palabras sobre el tema, aun cuando para ello
debamos utilizar algunos términos e ideas que corresponden al cuerpo
del libro.
Existen dos clases bien diferenciadas de trabajo
interior: la de tipo horizontal o de profundización, y la de tipo
ascensional o de elevación.
El trabajo de tipo horizontal tiene como objetivo
conseguir un camino expedito para que la conciencia pueda conectarse
con el centro, con el eje de alguno o de todos los niveles que están
activos en una persona. Es el camino que conduce a la libertad
interior, a la espontaneidad, al descubrimiento de la realidad del
autentico «sí mismo» Es la sintonización con el eje del
Yo-experiencia del que hablaremos en su lugar. Su expresión es la
creatividad de la que hemos hablado en esta Introducción.
El trabajo de tipo ascensional, que también podríamos
denominar evolutivo o de perfeccionamiento, tiene por objetivo
conectar la mente consciente con niveles más elevados -sea a través
de la vía mística o amor espiritual, sea por el camino del
discernimiento o camino de la sabiduría, o, en fin, por el sendero
de la belleza y de la armonía-, organizando toda la estructura de la
vida personal alrededor y al servicio de estos valores superiores.
Para el primer tipo de trabajo todo el mundo está ya
actualmente capacitado, puesto que toda la labor a realizar consiste
en abrirse más a sí mismo, en aprender a estar atento cada vez
desde más adentro; en una palabra: tomar conciencia de lo que uno
actualmente, ya es, pero hasta el fondo. Requiere tan sólo una
educación incesante de la mente que ha de aprender a mirar en esa
dirección -sin perder su habitual contacto con todo lo exterior- a
la que no está acostumbrado en absoluto. Dificultan desde luego esta
labor varias formas de condicionamientos negativos que el hombre ha
empezado a adquirir ya desde su infancia, y de los que hablaremos en
seguida. Pero sustancialmente no ha de cambiar nada ni tampoco ha de
adquirir nada. Únicamente ha de realizar un desplazamiento del foco
mental consciente que en vez de apoyarse de modo habitual en un plano
externo -el de las cosas concretas objetivas- o en un plano interno
medio -sensaciones, sentimientos y reflexiones-, ha de llegar a
estabilizarse en el punto central del nivel que sea. Salvando las
debidas distancias, es la clase de realización que igualmente
podrían conseguir un árbol o un gato, si además de la conciencia
vegetativa o animal que viven, suponemos, plenamente, pudieran tener
conciencia mental humana. Es una de esas formas de autorrealización
que encontramos en ocasiones en gente muy sencilla -hombres del
campo, pastores, marinos- quienes, por su prolongada soledad y
continuo contacto con la naturaleza -la que les rodea y la suya
propia-, llegan a desarrollar una intuición notable de su ser
profundo y de las leyes naturales.
Esta clase de realización interior puede alcanzarse sea
a través de un nivel meramente vital -lo que por ejemplo ocurre,
aunque por muy breves instantes, en el orgasmo, y de forma más
permanente pero en otra modalidad, al atleta consagrado por entero a
sus ejercicios-, sea a través del nivel afectivo o del mental. Es lo
que podríamos decir, la perfección o realización del aspecto
elemental del hombre, y va siempre acompañada de una grandeza o
fortaleza de las cosas y de las personas. Hacia una forma u otra de
este tipo de realización conducen las técnicas preconizadas por el
psicoanálisis, el Hatha y Raja Yoga, el Zen y Krishnamurti.
Evidentemente, depende también de la calidad intrínseca de la
persona que practica tales técnicas, el que esta realización
horizontal tenga lugar en un nivel o en otro, y hasta el que,
paralelamente a esta profundización en el caso de que la persona ya
estuviera trabajando en un sentido espiritual, se produzca también
eventualmente una fuerte resonancia espiritual.
Pero no hay que confundir esta realización de
profundidad con la verdadera realización espiritual. Esta última
requiere, como ya hemos dicho, que haya una afectiva toma de contacto
y una integración mental con niveles superiores al de la mente
concreta. Exige un ascenso, una traslación hacia arriba del foco
mental. Y como los valores de los niveles superiores difieren de los
propios de los niveles elementales, este ascenso y nueva
estabilización de la mente produce la necesidad de transformar
cualitativamente la escala de valores vigente hasta entonces y,
consecuentemente, un cambio radical en el estilo de vida.
Como es lógico no existe contraposición entre las dos
clases de trabajo interior. Antes al contrario, ambas se complementan
de un modo perfecto, puesto que se corresponden con la apertura total
de la mente. Hacia adentro y hacia arriba son, en efecto, las dos
dimensiones que faltan a nuestra mente, que ha vivido hasta ahora
prácticamente hipnotizada mirando tan sólo hacia fuera y abajo.
La principal causa de la detención del desarrollo de la
mente en la dimensión de profundidad, que a su vez es la que impide
que el hombre pueda encontrarse a sí mismo y alcanzar la plena
conciencia de su realidad central, radica en la multitud de problemas
internos que el hombre ha ido acumulando desde la niñez y que lleva
consigo, pendientes de solución, aún sin darse muchas veces cuenta
de ello por estar fuertemente reprimidos en su inconsciente.
Estos problemas producen siempre en el interior de la
persona, en mayor o menor grado, un triple efecto:
- un bloqueo de energías, principalmente en forma de
impulsos vitales y afectivos.
- unas ideas erróneas o contradictorias, que afectan lo
mismo a la valoración de sí mismo que a la valoración del mundo y
a la de su conducta.
- una serie de actitudes y hábitos negativos y
encogidos, tanto en el aspecto físico como en el afectivo y en el
mental, que obligan al hombre a una conducta en círculo cerrado.
La manifestación subjetiva permanente de este estado
interno de conflicto es el temor y la hostilidad que afectan y
colorean toda la vida de la persona, y, a la vez, constituyen la
barrera interna que se opone a que la mente consciente llegue a
sintonizar, a conectarse con el eje auténtico de su propia realidad
detrás de esta zona de conflicto. Y todo esto ocurre, evidentemente,
sin prejuicio de que por otra parte la persona desarrolle una serie
de cualidades positivas, intelectuales y caracterológicas.
Cualidades que si bien pueden darle la ilusión de que ya «funciona
bien», no son en realidad más que un pálido reflejo de las que
verdaderamente podría expresar si por dentro fuera libre y pudiera
disponer de todos sus recursos potenciales.
La principal causa de la falta de desarrollo del hombre
en su dimensión superior o espiritual es su excesiva y casi total
identificación con los niveles elementales de la personalidad, esto
es, con el cuerpo y sus necesidades, con sus estados emocionales y
con sus ideas concretas. La permanente y exclusiva atención a estos
niveles impide que la mente consciente sea receptiva con
suficiente intensidad
a los valores y realidades trascendentes que, en
un grado u otro, todos podemos sintonizar, cultivar y expresar.
Pero como que, a pesar de todo, estos niveles superiores
de algún modo hacen sentir su presencia en forma de aspiraciones o
de exigencias de algo absoluto y definitivo, el hombre se encuentra
aprisionado en un mundo y en un estilo de vida que descubre como
vacíos y que le llenan de desengaños, de hastío y de desesperanza,
pero de los que, por otra parte, no sabe cómo ni acaba de decidirse
a trascender.
Su vida espiritual, cuando realmente existe, se
desenvuelve por lo general, tanto en el aspecto religioso como en el
filosófico y en el estético, de un modo excesivamente formal e
intelectualista que de ninguna manera pueda satisfacer su verdadera
necesidad de vida
espiritual.
La evolución espiritual del hombre obedece a unas leyes
y se sirve de unos mecanismos tan precisos y tan concretos como
puedan serlo en otro nivel los de su desarrollo fisiológico. De
estas leyes y de estos mecanismos no tenemos todavía más que unos
conocimientos rudimentarios. Pero por parciales y limitados que sean,
constituyen un precioso punto de partida para emprender un trabajo
serio, sistemático y con espíritu científico que vendrá a
complementar útilmente cuanto se viene haciendo hasta ahora en
nuestras latitudes a este respecto (y que se apoya casi
exclusivamente en un criterio moral y tradicional).
De ambas formas de trabajo interior hablaremos con
cierta extensión en el presente libro, si bien daremos preferencia y
prioridad a la primera, como ya hemos dicho, y estamos seguros de
que, para la mayoría de las personas interesadas en estos problemas,
algunos aspectos tanto de la teoría como de la práctica, serán de
gran utilidad. Con lo que hemos dicho en esta Introducción queda
expuesto el esquema que nos servirá de base para desarrollar las
ideas y las técnicas de trabajo en el presente libro. Nos falta
decir, tan sólo, que con el fin de satisfacer también las
necesidades más concretas e inmediatas
de muchas personas, hemos complementado la materia del libro con
capítulos dedicados a temas de orden tan práctico como «la
relación interpersonal», «técnicas de tranquilización», «el
desarrollo y organización de la mente» y otros similares. En los
primeros doce capítulos expondremos la estructura y
el funcionamiento de la personalidad, haciendo
especial hincapié en el estudio de aquellos factores que condicionan
de un modo artificial su
desarrollo y dando paulatinamente las técnicas correspondientes para
su neutralización. En los capítulos restantes daremos normas
particulares para la aplicación de lo estudiado previamente a
determinadas esferas de nuestro existir diario y sobre el desarrollo
de nuestras facultades superiores.
1.
LA PERSONALIDAD, CONCEPTO Y ESTRUCTURA.
Unidad y multiplicidad de la personalidad
El ser humano es una unidad compleja integrada por un
conjunto de estructuras, cada una de las cuales tiene por función
recibir, elaborar y exteriorizar determinados órdenes de realidades.
Al conjunto de estas estructuras y de sus funciones se le denomina
personalidad.
Aunque cada estructura, como veremos en seguida, tiene
pus funciones específicas, existe entre todas ellas una constante
interrelación gracias a la cual se mantiene la unidad de conjunto.
Esta función integradora de las diversas estructuras o niveles de la
personalidad corre a cargo de la mente en sus
diversos planos de profundidad.
Cuando la integración armónica de todos los niveles no
puede conseguirse de forma espontánea y habitual, debido a existir
fuertes divergencias entre sí de las tendencias, la personalidad se
encuentra entonces más o menos perturbada; el rendimiento
cualitativo de cada nivel disminuye dando lugar a muy variados
síntomas, según las circunstancias, y hacen su aparición en la
persona los llamados estados negativos.
La
formación de la personalidad
La personalidad es la resultante de la continua
interacción de los siguientes factores:
1. Herencia biológica.. Concretizada principalmente en
la constitución física, de la que se derivan las tendencias
temperamentales, y en los impulsos o necesidades biológicas.
2. Ambiente. Constituido por el conjunto de personas,
cosas, instituciones, situaciones y valores que ejercen una
influencia, activa o pasiva, en la formación o desarrollo del
individuo.
3. Nivel de conciencia o madurez psicológica, gracias a
la cual el individuo es capaz de seleccionar entre los múltiples
estímulos internos y externos que constantemente actúan en él,
aquellos que están más en consonancia con los valores aceptados
conscientemente. Esta capacidad de selección deliberada de
motivaciones es precisamente la que eleva al hombre por encima de los
animales, ya que éstos actúan siempre mediante una selección
mecánica de
estímulos.
En esta facultad de conocer reflexivamente y de poder
elegir, aun dentro de un círculo limitado, reside la libertad del
hombre y la posibilidad de su autoperfeccionamiento. La mayor parte
de acciones, no obstante, no son fruto del ejercicio de esta
facultad, como veremos más adelante, sino que son consecuencia de la
reacción mecánica de la inercia de sus procesos psíquicos frente a
la situación-estímulo de cada momento.
El hombre, pues, aunque puede vivir de un modo
relativamente libre y autodeterminado, vive de hecho, casi siempre de
un modo mecánico, esto es, determinado por la naturaleza de sus
impulsos, por los condicionamientos de sus experiencias y por los
diversos estímulos que actúan sobre él desde el exterior. Por esta
razón es posible estudiarlo, prever su conducta y hasta producir
modificaciones a voluntad, en muchas de sus futuras reacciones.
El
estudio de la personalidad
Siendo la personalidad una realidad muy compleja, se ha
intentado su estudio enfocándolo desde diversos ángulos y, si bien
cada uno de ellos ha aportado datos sumamente interesantes desde su
particular perspectiva, ninguno ha conseguido hasta ahora dar la
descripción definitiva que se buscaba.1
1. Una de las mejores y más
completas descripciones de los contenidos de la personalidad puede
verse en el libro del Dr. Ph. Lersch, La Estructura de la
personalidad, 3ª edic. Scientia. Barcelona, 1962.
Nosotros, lejos de abrigar la pretensión de ser
completos, nos limitaremos aquí a dar unas ideas esquemáticas que
nos permitirán tener una visión de conjunto de los principales
componentes y dinamismos de la personalidad, y que serán más que
suficientes para el objetivo que nos interesa en el presente libro.
Los
niveles de la personalidad
Si consideramos al hombre constituido por varios
estratos, capas o niveles estructurales, siguiendo un criterio
cualitativo-evolutivo y aislándolos artificialmente unos de otros al
objeto ele su mejor estudio, podemos diferenciar con bastante
claridad la existencia de siete de ellos. Estos niveles, considerados
tanto en su aspecto de estructura como de función, son los
siguientes:
1. Cuerpo u organismo físico.
2. Nivel instintivo-vital.
3. Nivel afectivo-emocional.
4. Nivel mental personal.
5. Nivel mental superior.
6. Nivel afectivo superior.
7. Voluntad espiritual.
1.
Cuerpo físico
Es el conjunto de estructuras físicas a través de las
cuales el individuo vive el aspecto físico-material de la
existencia. Su estructura general es la constitución, base del
temperamento que estudiaremos en un próximo capítulo.
2.
Nivel instintivo-vital
Es el que promueve en el organismo todos los dinamismos
fisiológicos propios de la conservación y de la reproducción
material del individuo. Es la sede de las tendencias, sensaciones y
deseos de base biológica: movimiento, placer, dolor, hambre, sed,
fatiga, sueño, impulso sexual, etc.
Este nivel constituye una de la principales fuentes de
energía de nuestra personalidad y su acción energética no se
limita meramente a las funciones biológicas, sino que gracias a la
interrelación de la que hemos hablado antes, se extiende hacia los
dos niveles superiores que le
siguen.
3.
Nivel afectivo emocional
Es el que nos hace reaccionar internamente aceptando o
rechazando determinadas percepciones que aparecen en el campo de la
conciencia. Esto es, el que nos hace sentir agrado o desagrado ante
las personas, cosas, situaciones y estados (o ante las
representaciones de cualquiera de ellas), según aparezcan ante
nosotros como buenas y deseables o como malas e indeseables para la
reafirmación o para la expansión individual de la persona. Es la
sede de las emociones, sentimientos y afectos centrados directa o
indirectamente alrededor del yo personal.
Si bien el nivel instintivo-vital tiene también la
capacidad de aceptar o rechazar determinadas cosas, éstas se
referirán siempre, en dicho nivel instintivo, a objetos o
situaciones relacionadas con el placer y bienestar físico-biológico,
mientras que en el nivel afectivo-emocional esta atracción o
repulsión -amor, odio- surge como
reacción de un yo individual ante cualquier
realidad -persona, idea u objeto personalizado que de un modo u otro
tienda a afirmar o negar los valores de este yo individual.
En este nivel es en el que se experimentan la mayoría
de los estados negativos: miedo, angustia, timidez, celos, ira,
impaciencia, etc., y también se manifiesta el amor propio, el
orgullo, la vanidad, etc.
4.
Nivel mental personal
Lo constituye un extenso sector de la mente, sede de la
conciencia típicamente humana, gracias a la cual el individuo puede
conocer el mundo interno y externo quede atañe como ser individual,
y elabora respuestas inteligentes ante toda clase de estímulos y
situaciones. Con este nivel el hombre percibe, conoce, piensa, juzga
y decide. Es el nivel coordinador y rector de los niveles mencionados
anteriormente. Es el que dirige la actividad del hombre en el triple
mundo físico-afectivo-mental en el
que se desenvuelve en tanto que unidad aislada de los demás seres.
De entre los múltiples contenidos de este nivel,
conviene distinguir claramente por su importancia las siguientes
sub-estructuras:
a) El equipo receptivo, encargado de la recepción de
los estímulos procedentes de todos los niveles: sensorial o
percepción del mundo físico, cenestésico o vital, estados de ánimo
y sentimientos, actividad mental o mente reflexiva, y niveles
superiores.
b) El equipo evocativo: memoria en todas sus formas, e
imaginación activa y pasiva.
c) El equipo productivo: ideación o formación de
conceptos, comparación o raciocinio, juicio y decisión.
d) El foco activo de la mente, conciencia-atención.
e) La idea de sí mismo o imagen del Yo.
f) Los planos elementales profundos
constituidos por el inconsciente.
Las tres sub-estructuras a), b) y c) y sus funciones son
suficientemente conocidas para que tengamos que dar aquí más
detalles. De las otras tres trataremos ampliamente más
adelante en el transcurso de nuestra exposición.
Una de las características más importantes para
nuestro estudio que presenta este nivel es que la mente tiene dos
modos de funcionar:
1° Uno completamente objetivo, imparcial, limitándose
a registrar las percepciones y elaborar respuestas de un cuadro que
podríamos decir frío, sereno, como se soluciona un problema
matemático, ateniéndose tan sólo al valor de los datos objetivos.
Esta es una actitud no muy
frecuente, pues la que
predomina de ordinario en el
hombre corriente es la que sigue.
2° En función de la idea de sí mismo o
imagen del Yo, la cual, según veremos en su
lugar, está dinamizada por gran cantidad de deseos y de temores. Por
ello, todos los procesos mentales que tienen lugar con este
funcionamiento adolecen necesariamente de una gran tendenciosidad y
limitación.
El propio sujeto raramente se da cuenta del cambio de la
actitud mental serena y objetiva a la del pensamiento ego-centrado.
Esto da lugar, como es lógico, a gran confusión en muchas de sus
ideas y convierte en estériles sus esfuerzos por ver claro en
ciertas situaciones personales y en muchos problemas especulativos
impidiéndole salir de los círculos viciosos de pensamiento dentro
de los que con excesiva frecuencia queda encerrado.
En resumen, este nivel mental puede actuar tanto de un
modo auténticamente objetivo percibiendo y elaborando
intelectualmente los datos registrados sin la menor participación
tendenciosa en el juicio de sus niveles vegetativo y emocional, como
también puede hacerlo -y así ocurre casi habitualmente- con la
interferencia de dichos niveles subjetivos de un modo más o menos
consciente, con lo cual todo el proceso intelectivo adopta una forma
tendenciosa puesto que queda centrado alrededor de determinadas
motivaciones e intereses personales del Yo individual.
5.
Nivel mental superior
A partir de este nivel entramos ya en las regiones más
elevadas del ser humano. Este nivel, si bien forma una unidad con el
que acabamos de citar, tiene unas características propias gracias a
las cuales su campo de acción se eleva y se extiende por encima y
más allá del nivel mental concreto. En el presente nivel el hombre
puede contactar un mundo de realidades y de valores que trasciende el
sentido meramente individual, en contraste con el nivel mental
personal, cuya finalidad está centrada principalmente en el Yo en
sus relaciones de tipo horizontal con el mundo que le rodea y en la
integración de los niveles más elementales de su personalidad.
El nivel mental superior es la sede del pensamiento
abstracto, de la intuición metafísica, del intelecto creador; del
conocimiento en función de la sociedad, del grupo, del equipo, de la
comunidad. En el acto intelectivo deja de ser el individuo el punto
central de referencia y en su lugar pasa a serlo la unidad mayor, que
en cierta forma incluye al individuo pero que al mismo tiempo lo
trasciende.
En el nivel mental personal el protagonista es el Yo
personal. En el superior, el protagonista es la Verdad impersonal.
6.
Nivel afectivo superior
Es la contraparte supra-personal del nivel
emocional-afectivo que hemos citado en tercer lugar. Aquí, el centro
del afecto se desplaza del Yo individual a otro foco exterior o
superior que también, a semejanza del nivel mental superior, incluye
en cierta forma tanto al propio Yo como a los demás pero que al
mismo tiempo los trasciende. En su manifestación horizontal, es el
sentido de la abnegación, la capacidad de entregarse, de
identificarse de un modo estable con la realidad y con el modo de
sentir de los demás; es el amor auténticamente superior, esto es,
centrado en el otro, buscando su solo bien de un modo habitual,
espontáneo y gratuito. En su manifestación vertical, es la
intuición estética, el sentimiento de la Belleza y de la Bondad; es
el sentimiento de lo sagrado, de la
divinidad, del verdadero amor a Dios.
En el nivel afectivo personal existía el sentimiento
del Yo que se dirigía hacia el mismo Yo pasando a través de los
demás: el protagonista era el Yo. Aquí, en este nivel superior, es
el sentimiento de participación, de comunidad con el ser y el
existir del otro, de los demás: el protagonista es el Amor.
7.
Nivel de la voluntad espiritual
Es la sede de la voluntad auténticamente espiritual,
verdadero centro y cúspide del hombre, su verdadera realidad, su
verdadero Yo. Aunque los dos niveles que hemos mencionado últimamente
participan también de esta naturaleza espiritual, es aquí donde
brilla con mayor fuerza su naturaleza superior. Es la fuente de la
energía espiritual que vitaliza y polariza,
cuando el camino está expedito, todos los demás niveles hacia
arriba, hacia lo sutil, en contraposición con la inercia de la
materia que tiende siempre hacia abajo, hacia lo
denso.
La voluntad en las motivaciones ego-centradas tiene su
origen en la energía vital. En este nivel superior, la voluntad
tiene su origen en el polo opuesto: el espíritu, y siempre posee un
carácter creador, renovador, que estimula todas las funciones
superiores del hombre.
La
personalidad según la psicofisiología hindú
Todas estas estructuras no forman unidades absolutamente
aisladas sino que todas ellas tienen una mutua relación
jerarquizada, gracias a la cual existe el individuo como unidad. Esta
relación es posible porque en todas las estructuras existe un
elemento común que, aunque diferenciado cualitativamente en cada
nivel, es esencialmente de la misma
naturaleza en todos ellos y susceptible de pasar de uno a otro en
determinadas circunstancias. Este elemento es el «prana»
o energía psíquica.
Digamos aquí unas palabras sobre este factor
importantísimo, muy bien estudiado por la antigua ciencia
psico-fisiológica hindú y aún no claramente
identificado por nuestra psicología occidental.
Prana, energía
vital o energía psíquica, es la sustancia que suministra toda la
energía al cuerpo físico para sus funciones biológicas y, al mismo
tiempo, constituye el principio energético de las demás estructuras
sutiles. Depende, pues, de prana,
el que las funciones físicas y psíquicas tengan
una mayor o menor actividad. Y según el modo como esta energía
pránica esté distribuida predominarán determinadas funciones
fisiológicas y determinadas cualidades psíquicas.
La energía pránica circula a través de una
complejísima red de tubos o canales de materia sutil (no física),
que reciben el nombre de «nadis». Pero además de circular por
estos nadis, la energía pránica se acumula
en unas estaciones o depósitos
a los que se da el nombre de
«chakras» (ruedas) o «padmas» (lotos), constituyendo verdaderos
centros acumuladores, transformadores y distribuidores de prana.
Estos centros son los verdaderos puntos de contacto de las
estructuras sutiles con el cuerpo físico, por lo que son también
los verdaderos centros de conciencia. La
conciencia, no obstante, los registra en general
de un modo difuso debido a la
presencia en todo el organismo de los nadis que, aún recibiendo su
energía de los chakras o
centros son, a la vez, vehículo de unión de la
mente con el cuerpo físico a través del sistema nervioso.
Cada chakra o centro pránico tiene una definida
correlación con una determinada región del cuerpo físico a través
de su correspondiente plexo nervioso y de una glándula endocrina y,
al mismo tiempo, se relaciona con determinados estados de conciencia.
Así, en la India, hace siglos es un hecho establecido el porqué y
el cómo de la relación existente entre el cuerpo y los estados de
conciencia. Por qué, por ejemplo, la angustia se localiza en unos
casos en la boca del estómago (chakra Manipura) o a nivel del
corazón (chakra Anahata) o en la garganta (centro Visuddha),
produciendo a su vez definidos trastornos funcionales del aparato
digestivo, o del corazón y vías respiratorias o, en fin, de la
glándula tiroides o de los órganos de fonación, según los casos.
Y, a su vez, cómo los trastornos orgánicos de origen físico
afectan el carácter y el tono psíquico, siempre a través del
puente establecido entre lo físico y lo psíquico por la energía
pránica.
Pero lo más importante de la existencia de la energía
psíquica y de los centros o
chakras es no sólo que explican la interacción existente entre el
cuerpo y la mente, sino que gracias a técnicas precisas y muy bien
estudiadas en Oriente, es posible manejar esta energía psíquica
transfiriéndola de los centros
donde esté acumulada en exceso a otros centros deficitarios,
consiguiendo así concretas transformaciones saludables tanto e n el
orden físico como en el psíquico y el mental. También con
esas técnicas es posible aumentar la
asimilación de la energía pránica y acumularla
en los centros superiores gracias a lo cual pueden desarrollarse
hasta un grado extraordinario las facultades superiores del espíritu.
Tal es el modo de operar de las antiguas técnicas del Yoga, en todas
sus formas.1
1. Para una descripción
detallada de los chakras, así como del estudio de las técnicas
tradicionales para su activación y de sus aplicaciones en el campo
psicológico, puede consultarse mi libro Los Yogas.
Técnicas para el desarrollo superior del hombre.
Aquí me limito a dar un sucinto resumen sobre los chakras y más
adelante se podrán leer asimismo
unas delineaciones sobre
algunas técnicas yóguicas.
La situación y las correlaciones de cada centro o
chakra son las siguientes:
1. Muladhara
o centro básico
Situación: en la base de la columna vertebral.
Plexo nervioso: coccígeo.
Glándula endocrina: suprarrenal.
Psicológica: conciencia física, posesión material.
Espiritual: discernimiento espiritual.
2. Svadhistana
o centro sexual
Situación: en la raíz de los genitales.
Plexo nervioso: sacro.
Glándula endocrina: sexuales.
Psicológica: impulso sexual y de lucha.
Espiritual: transmutación; creación de una nueva
personalidad.
3. Manipura
o centro epigástrico
Situación: en la región lumbar, a la altura del
ombligo.
Plexo nervioso: epigástrico.
Glándula endocrina: páncreas.
Psicológica: mente vegetativa, emotividad y
sentimentalismo.
Espiritual: deseo de la realización espiritual.
4. Anahata
o centro pectoral
Situación: en la región dorsal, a nivel del corazón.
Plexo nervioso: cardíaco.
Glándula endocrina: timo.
Psicológica: autoconciencia vital; vida afectiva.
Espiritual: amor universal.
5. Vishuddha
o centro laríngeo
Situación: en la región de la garganta.
Plexo nervioso: laríngeo.
Glándula endocrina: tiroides.
Psicológica: expresión psicológica.
Espiritual: inspiración y expresión creadora.
6. Ajna o
centro frontal
Situación: en el entrecejo.
Plexo nervioso: cavernoso.
Glándula endocrina: hipófisis.
Psicológica: integración de la persona: vida
intelectual.
Espiritual: autoconciencia integral.
7. Sahasrara o
centro superior o coronario
Situación: en la cúspide de la cabeza, región
súpero-posterior.
Plexo nervioso: se ignora.
Glándula endocrina: pineal.
Psicológica: energía espiritual; voluntad.
Espiritual: realización espiritual.
Cada uno de estos centros constituye un eje horizontal
de conciencia. En los centros enumerados del 2 al 6 pueden
distinguirse, además, tres zonas o áreas bien distintas, que son:
a) zona externa, superficial o
periférica.
b) zona media o de resonancia.
c) zona profunda, axial o central.
Cuando la energía pránica vitaliza tan sólo o de un
modo preferente la zona externa de un centro, la persona percibe tan
sólo las cosas externas y materiales que se refieren a aquel centro;
vive las formas concretas de un modo exclusivo y tiende a
identificarse con ellas.
Cuando la energía vitaliza con mayor intensidad la zona
media, el sujeto vive como más reales las resonancias subjetivas
propias del nivel: sensaciones, emociones, sentimientos, reflexiones.
Y, por último, cuando la persona puede conectar su
mente con la zona profunda o central, entonces lo que vive como mayor
realidad es la noción de potentísima energía impersonal, también
con un matiz diferente según en el nivel donde esta conexión
ocurra. Así, el orgasmo sexual tiene una calidad bien diferente del
éxtasis místico, a pesar de tener en común las características de
impersonalidad y de conciencia de una potente energía como suprema
realidad.
De todo cuanto llevamos dicho sobre los centros y la
energía psíquica o pránica se deduce que toda alteración
funcional de tipo físico o psicológico se corresponde siempre con
una alteración en la distribución de prana y con el defectuoso
funcionamiento, sea por exceso o por defecto, de uno o varios de los
centros. Y que normalizando, en cantidad y distribución, la
circulación de la energía psíquica mediante técnicas adecuadas,
es perfectamente posible recuperarse de aquellos trastornos
funcionales y modificar de un modo radical los estados de conciencia
en el sentido deseado.
Cada uno de estos centros guarda asimismo una relación
preferente con cada una de las estructuras o
niveles constituyentes del ser humano. Véanse de
un modo esquemático, cuáles son estas relaciones:
1. Cuerpo físico - centro muladhara.
2. Nivel instintivo-vital - svadhistana, manipura (en
sus zonas profundas y, parcialmente, las zonas medias).
3. Nivel afectivo-emocional - svadhistana, manipura y
anahata (en sus zonas medias y superficiales).
4. Nivel mental personal - vishuddha y ajna (en sus
zonas medias profundas).
5. Nivel mental superior - vishuddha y ajna (en sus
zonas medias y superficiales).
6. Nivel afectivo superior - anahata (en su zona
profunda) y sahasrara.
7. Nivel volitivo espiritual - sahasrara.
El predominio de la actividad de un centro determinado
dará una personalidad en la que predominará la cualidad
correspondiente a ese centro. Por ejemplo, si el ajna, será una
persona de predominio mental; si el svadhistana, una persona muy
sexual; si el manipura, una persona sentimental y comodona, etcétera.
Pero si en este último caso, por ejemplo, conseguimos transferir
energía del centro manipura al centro ajna, la persona se
transformará sin darse cuenta en más reflexiva, serena y juiciosa.
Asimismo si el individuo de tipo mental consigue profundizar en el
mismo aspecto mental pero en su zona más profunda, automáticamente
se modificará su alcance-intelectual e intuitivo de modo que llegará
a ver de un modo evidente lo que antes apenas si podía vislumbrar. Y
así en cada uno de los planos
y niveles.
Otras
observaciones sobre los niveles
Los cuatro primeros niveles son los que están
desarrollados o más activos en el hombre medio, en el hombre
corriente. El hombre superior se caracteriza, en cambio, por la
fuerte actividad de uno o varios de los niveles
superiores. Pero, no obstante, si éste no posee paralelamente un
buen desarrollo de los niveles inferiores su superioridad será
puramente cualitativa y tendrá dificultad en materializar, en
expresar en el mundo concreto sus contenidos superiores.
Como ya hemos dicho, los niveles no constituyen unidades
absolutamente aisladas sino que todos ellos conservan entre sí
múltiples relaciones y, en conjunto, forman una unidad jerarquizada.
Se observa, sin embargo, que en cada persona existe un predominio más
o menos destacado de uno o varios de estos niveles, lo que,
juntamente con la formación cultural y educacional que haya recibido
de su ambiente, formarán las bases características de su
personalidad.
Así, si predomina
el nivel instintivo-vital, la persona estará dotada de mucho vigor y
energía, le gustará todo cuanto implique actividad, esfuerzo físico
y competición. En el conjunto de la personalidad, este nivel aporta
la capacidad de lucha por la
realización o materialización de los deseos y necesidades; además,
dinamiza los niveles 3 y 4, prestándoles fuerza y capacidad de
irradiación.
Si predomina el nivel afectivo-emocional, la persona
estará dominada en sus estados de ánimo y en su conducta por los
sentimientos y emociones con sus constantes fluctuaciones,
dependiendo siempre de las reacciones favorables o desfavorables de
los demás, en quienes vive apoyado. Pero si la persona ha cultivado
su personalidad de modo que haya eliminado los sentimientos negativos
y haya estabilizado los positivos gracias a un buen desarrollo de la
mente, entonces estará capacitada para vivir el aspecto bueno y
agradable de las personas y de las situaciones, será una persona muy
«humana» con fácil contacto social y buena capacidad de
comprensión de los demás.
El nivel mental personal caracterizará a la persona por
un predominio intelectual que le conducirá a buscar en todas las
cosas su «como» y su «por qué». Pero si no va acompañado por un
desarrollo del nivel afectivo anteriormente citado, la persona puede
convertirse en demasiado fría y cerebral, alejada de las dimensiones
más vivas e íntimas del ser humano. Si este nivel está debidamente
integrado con los demás, entonces el individuo conseguirá un buen
rendimiento en su vida puesto que podrá manejar inteligentemente
aquellos niveles como eficaces instrumentos de cuanto deba realizar.
El nivel mental superior permite al hombre convertirse
en un verdadero investigador y creador en el terreno particular de
conocimientos que, por sus circunstancias personales, se haya
dedicado a estudiar. Lo mismo puede destacar en el terreno de la
técnica, de la industria o de una actividad comercial, como puede
hacerlo en el campo de la investigación científica o de la
especulación filosófica. Las características de su trabajo serán
en todo caso el aporte de algo nuevo y la concepción amplia que
trasciende en mucho la mera utilidad individual de lo elaborado. Como
ya hemos dicho, este nivel ha de valerse de su inmediato inferior, el
mental personal, para poder expresar en el mundo concreto de las
demás personas las verdades o posibilidades que intuye. Dependerá,
pues, de la buena o mala formación adquirida por la mente concreta
el que estas concepciones e intuiciones lleguen a materializarse o
tengan que permanecer en el mundo de las ideas y de las
posibilidades.
El nivel afectivo superior nos dará el verdadero
artista que transmitirá al mundo sus intuiciones estéticas, o al
hombre profundamente religioso entregado a la vida contemplativa o
quizás a la persona abnegada que se consagra en cuerpo y alma a una
labor en bien del prójimo. También este nivel depende para
expresarse en el mundo concreto material, del equipo de los cuatro
niveles elementales.
Y finalmente, si existe una fuerte manifestación del
nivel de la voluntad espiritual tendremos al hombre realmente
superior, dotado de una energía excepcional -y no precisamente de
tipo biológico-, cuya genuina espiritualidad podrá manifestarse de
los más diversos modos según sea el desarrollo que tengan los demás
niveles, que le servirán de instrumentos de expresión.
Cuando hablamos de niveles personales y niveles
suprapersonales, estas expresiones han de entenderse en el sentido de
que sus funciones tienen por objeto realidades limitadas a
necesidades del individuo en tanto que tal, o bien realidades que
están por encima de las diferenciaciones de tipo personal. Así, por
ejemplo, el gusto por determinadas clases de comida, la preferencia
por ciertos colores, la aptitud para un trabajo son osas
diferenciadas en cada individuo, forman parte de su persona»; en
cambio, la idea de la Verdad en sí, la intuición le las relaciones
matemáticas, la noción del Ser, de Amor absoluto, de Potencia,
etc., son realidades de diversos órdenes pero que todas ellas tienen
un carácter único y que todos los hombres percibirán en su
interior del mismo modo, como algo que trasciende el carácter
relativo de la propia persona.
Digamos ahora unas palabras sobre el ciclo evolutivo que
sigue cada uno de los niveles de la personalidad.
El nivel instintivo-vital expresa gran fuerza en sus
impulsos de conservación y de expansión hasta llegar al punto del
máximo desarrollo físico, 25-30 años, a partir de cuya edad tiende
a declinar progresivamente la tendencia a la expansión y se
refuerza, en cambio, la tendencia a la autoconservación.
En el nivel afectivo-emocional la curva de la tendencia
expansiva es mucho más amplia que en el nivel anterior en la mayoría
de las personas, si bien este factor, como se verá más adelante,
depende en gran parte del elemento temperamental.
El nivel mental, según las personas, o sigue más o
menos la misma curva de evolución y de involución biológica, si la
persona ha desarrollado muy poco su mente, o en el caso de mentes muy
cultivadas, se conservan las facultades adquiridas,
independientemente de la declinación física.
Todos estos niveles están sujetos, en gran parte, a las
incidencias de la evolución del cuerpo.
En cuanto a los niveles superiores hay, por desgracia,
muchas personas que parecen ignorarlos por completo. No parecen
sentir, o si la sienten es de un modo muy débil, la necesidad de
desarrollar algo superior a su mundo inmediato de los sentidos.
Otros, en cambio, la sienten con tal fuerza y con tal urgencia que
llega a convertirse en el principal objetivo de su
vida.
Los niveles superiores no están sujetos al ciclo
evolutivo-involutivo de los inferiores. Una vez establecida la
conexión de la mente consciente con ellos, su acción es permanente
sea cual fuere el devenir de las estructuras personales elementales.
Por esta razón se comprende que cuanto más consiga una persona
actualizar la conciencia de estos niveles superiores, menos quedará
afectada por las vicisitudes que pueda sufrir su
salud, dándose incluso con frecuencia el caso de
que al disminuir las fuerzas físicas se aprecie un
claro aumento de la capacidad de comprensión
humana y del discernimiento y amor espirituales.
Las
interrelaciones entre los niveles
Existe una verdadera intercomunicación directa entre
cada nivel y varios de los demás, por lo que hay igualmente mutua
influenciación. Así es que en ningún caso puede hablarse de acción
aislada de un nivel. Se forman, en efecto, diversos sistemas
funcionales que incluyen constantemente la participación simultánea
de varios niveles. Si experimento una emoción, mi cuerpo y
mi mente participan igualmente de ella; si
pienso, a no ser que excepcionalmente todo yo esté en un especial
estado de serenidad y de paz, lo habitual es que
influyan en mi mente mi estado afectivo e incluso
mi estado físico, etc.
La estrecha conexión entre el cuerpo físico y el nivel
instintivo-vital ya no hace falta señalarla, puesto que es bien
evidente que sin la fuerza y la dirección que le imprime el segundo,
aquél no podría subsistir.
El nivel afectivo-emocional se
relaciona estrechamente por un lado con el nivel
instintivo, puesto que las emociones primarias -miedo, ira, placer-
van directamente ligadas a las funciones vegetativas del cuerpo. Pero
por otro lado, existe toda una gama de reacciones emotivo-afectivas
que se van alejando más de lo biológico y se relacionan más de
cerca con lo racional, con lo específicamente humano.
El nivel mental, el más importante y a la vez el más
complejo del hombre, está profundamente enraizado en la estructura
vegetativa y en el nivel afectivo-emocional de tal manera que no
tiene nada de extraño la gran influencia que los estados somáticos
y afectivos ejercen de continuo sobre la formación de las ideas, de
las opiniones y de las decisiones. Por el otro extremo, el nivel
mental concreto o personal se enlaza con el mental superior, gracias
a cuya relación los datos concretos de la vida personal pasan a ser
factores para la generalización, la especulación y la abstracción
superior, y, a su vez, las ideas
e intuiciones percibidas en este nivel superior pueden ser adaptadas
y concretizadas según las necesidades de cada momento singular. El
nivel mental es una verdadera cámara de compensación donde van a
parar todos los datos procedentes de todos los niveles y donde tienen
lugar las elaboraciones de las resultantes de todos los factores. Es
el centro natural de la vida psíquica del hombre.
El nivel mental superior se relaciona por un lado con el
mental personal y por el otro, con el afectivo superior y con el
volitivo espiritual.
El sexto nivel, el afectivo superior, guarda una
evidente relación con el tercero, ya que viene a ser un desarrollo
ulterior de éste. También se relaciona con el mental personal, el
mental superior y el volitivo
espiritual. Hay personas que en su desarrollo evolutivo, por tener en
su personalidad un marcado predominio del nivel afectivo-emocional y
la mente bastante limitada, llegan en su crecimiento interno al
desarrollo de lo afectivo supra-personal sin pasar previamente por
el desarrollo mental superior, esto es,
actualizan el 6.° nivel dejando en estado potencial el 5.°. Tal es
el caso de algunos místicos que han alcanzado un elevado nivel de
amor desinteresado y de abnegación sin apenas formación intelectual
y con escaso desarrollo de la mente.
El nivel espiritual, señalado con el número 7, es
propiamente un principio, un foco de esencia espiritual. Es la sede
de la voluntad superior, de la potencia más elevada del hombre. Sus
manifestaciones o expresiones más inmediatas se verifican a través
de los niveles 5.° y 6.°.
Resumiendo ahora, vemos que: el nivel 1.0
es físico; los niveles 2 al 6 son psíquicos y constituyen lo que
podríamos denominar el campo fenoménico del Alma. De éstos, el
2, 3 y 4 son personales y el 5 y 6
supra-personales. El 4.°, o nivel mental, está, pues, a mitad de
camino entre la personalidad inferior y la superior: es el auténtico
campo de batalla donde se libra la lucha que sostiene la humanidad en
su lenta ascensión hacia el desarrollo superior de sus
posibilidades, esto es, hacia la toma de conciencia plena de los
niveles superiores y la hegemonía permanente de los
mismos en todas las manifestaciones de la
personalidad. Y, en fin, el nivel 7 es de
naturaleza espiritual. Los niveles 1 y 7 constituyen los dos polos
opuestos y complementarios -Materia y Espíritu-, entre los que se
desarrolla toda la gama de fenómenos de la conciencia.
La utilidad de estas descripciones de los niveles de la
personalidad se irá apreciando a medida que en los próximos
capítulos vayamos escribiendo con mayor detalle los complejos
mecanismos y los contenidos de cada nivel. Se verá entonces cómo
cada función de la personalidad se inserta con relativa facilidad en
el esquema que hemos descrito, y podrá apreciarse, al fin, la unidad
global que existe detrás y encima de la multicolor pluralidad de
nuestras manifestaciones psicológicas.
2.
LOS IMPULSOS BÁSICOS
Existencia
e importancia de los impulsos básicos
La existencia humana se desenvuelve en una constante
interacción de dos polos opuestos y complementarios, que son: el
hombre y el mundo, el individuo y la sociedad, la
unidad y el conjunto.
El ambiente penetra y presiona al individuo en
determinadas formas y direcciones. Pero, a su vez, también el
individuo irrumpe con fuerza en el mundo que le rodea con varios
objetivos: obtener de él los elementos
que desea o necesita, tratar de modificarlo en determinado sentido, y
expresar y comunicar sus contenidos internos.
Esta exteriorización o salida del hombre hacia el
exterior implica la existencia dentro de él de poderosas fuerzas que
le impelen a determinadas acciones y le condicionan para ciertas
formas de reacción. A estas fuerzas direccionales primarias que
están detrás de sus actos concretos constituyendo la motivación
fundamental de los mismos, las denominamos impulsos
básicos.
Si se quiere llegar a comprender el porqué
y el cómo
de la conducta humana es absolutamente necesario
que antes de entrar en el estudio de los mecanismos y motivos más
complejos y particulares de la personalidad, se conozcan y se
asimilen perfectamente la naturaleza, forma y sentido de estos
impulsos básicos. Una vez
esté bien adquirido este conocimiento, será relativamente fácil ir
superponiendo al mismo los diversos órdenes de nuevos factores que
actúan en el hombre y que contribuyen a la concreción de las
innumerables acciones de la vida diaria.
Los impulsos básicos, en efecto, son los que dan
fuerza, dirección y sentido a la conducta
humana. Estas solas razones bastarían por sí mismas, para
justificar plenamente el cuidadoso estudio del tema que nos ocupará
en este capítulo.
Los
tres tipos de impulsos básicos
La Vida, en su acepción más fundamental, es una triple
manifestación dinámica que comprende los tres elementos siguientes:
- Energía.
- Conciencia.
- Forma.
El impulso dinámico inherente a la naturaleza de la
Energía tiende imperiosamente a una progresiva expansión de estos
elementos en todo ser vivo, y por lo tanto también en el hombre,
dando lugar a los verdaderos impulsos básicos y centrales de la
conducta. Impulsos que podemos denominar también necesidades,
puesto que precisamente por ser básicos, generan
la necesidad estricta de su satisfacción.
Tenemos, pues, así, los siguientes tipos de impulsos o
necesidades básicas:
I. Impulsos que tienden a dar plena expresión a toda la
energía latente en el interior del individuo.
La energía psíquica, en efecto, tiende siempre a
expresarse, a liberarse, a manifestarse de una forma u otra. Su
carácter dinámico exige en todo momento encontrar una vía
disponible -o en caso necesario buscará la forma de crear otra vía
nueva- a través de la cual poder fluir y exteriorizarse. Si en una
persona, junto con su ambiente, concurren circunstancias armónicas,
esta energía será la fuente poderosa de su acción e iniciativa,
pero en el caso contrario,
esta misma energía podrá ser el motivo de graves conflictos y
fracasos.
La naturaleza de la energía psíquica tiende a oponerse
a todo obstáculo que dificulte su camino y a evitar todo
estancamiento. Este, cuando se produzca, ha de ser en todo caso de
carácter transitorio, accidental, y con el solo objeto de que la
energía pueda acumularse hasta cierto grado para producir después
determinados efectos que requieren una elevada intensidad energética.
En el caso de que la energía estancada no llegue
a dinamizarse por bloqueos indefinidos, entonces se convertirá en
causa de perturbaciones físicas o psíquicas que alterarán el buen
funcionamiento de la personalidad, en mayor o menor grado según los
casos, como veremos detenidamente en ulteriores capítulos del
presente libro.
La energía psíquica es el
elemento motor de toda manifestación de vida. Y esto no sólo en las
manifestaciones objetivas o externas de la conducta, sino también en
el aspecto subjetivo o interno
del existir humano, esto es, en los estados de conciencia, en los que
la energía psíquica determinará su grado de intensidad.
Como es obvio, la energía psíquica nunca puede
expresarse tal como es en sí misma, en estado puro, puesto que al
dinamizar las diversas estructuras y
funciones de la personalidad adquiere
automáticamente el carácter propio de la función dinamizada. Así,
distinguimos sus varias manifestaciones como si se tratara de
energías esencialmente distintas: energía física, emotiva, mental,
etc.
En el común de las personas, los niveles a través de
los cuales se expresa mayor cantidad de energía son: el físico, el
instintivo-vital y el afectivo-emocional.
La casi totalidad de los impulsos tendentes a expresar
la energía interior, se encuadran en su manifestación concreta
dentro de uno y otro de los dos restantes tipos de impulsos básicos.
II. Impulsos que tienden a conseguir la progresiva
expansión de la conciencia, en amplitud, altura y profundidad.
Esta expansión de conciencia se produce, en primer
lugar, a medida que el hombre va desarrollando normalmente sus
mecanismos o estructuras personales: a través de la percepción
sensorial descubre el mundo exterior y percibe su propia unidad
física que le diferencia de cuanto le rodea; a través de su
estructura instintivo-vital toma conciencia de su mundo de apetitos y
de su capacidad de satisfacerlos; a través del nivel afectivo se
siente a sí mismo estrechamente ligado a toda la gama de
sentimientos y emociones que surgen de su interior y, a la vez, a las
personas u objetos a que se refieren tales sentimientos; a través de
la mente aprende a manejar las representaciones de las cosas y se
adhiere a determinadas ideas que le parecen ser su propia verdad y
realidad, y por último, a través de sus niveles superiores, cuando
éstos actúan, presiente la existencia y el valor extraordinario de
un mundo trascendente que culmina en su noción de Dios y de
Absoluto, hacia el que siente emerger en su interior una nueva
categoría de ideas y sentimientos.
Es característico de este tipo de expansión de
conciencia, al que se limitan la gran mayoría de las personas, el
que se produzca inevitablemente una identificación de la realidad
del sujeto con dichos fenómenos subjetivos, es decir, que la persona
se confunda con sus deseos, sentimientos e ideas. Así, cuando los
deseos tienden a ser satisfechos y cuando los sentimientos e ideas
que vive son positivos y reafirmativos de su propio valer e
importancia, se siente plenamente dichoso, feliz, como si él, en su
realidad intrínseca de sujeto y protagonista, quedara efectivamente
reafirmado por el devenir transitorio de sus pertenencias. La persona
que vive habitualmente en este plano toma conciencia de sí misma tan
sólo en sus fenómenos y, por consiguiente, su autoconciencia
depende por completo de la naturaleza -siempre contingente y
accidental- de los mismos.
Una consecuencia de esto es que la casi totalidad de sus
acciones se encaminarán decididamente a buscar ideas, estados de
conciencia y emociones agradables y a rehuir o evitar los
desagradables. La selección de estos elementos agradables diferirá
con las personas, pero aparte de otros factores particulares podremos
ver la tendencia general de estos valores cuando estudiemos los
temperamentos. Veremos entonces que para ciertas personas lo bueno y
positivo es la comodidad, la aceptación social, la convivencia
afectuosa; para otras, en cambio, tiene mucho más valor la acción,
la lucha, el triunfo, la independencia, el poder, y por último, que
otras prefieren en primer lugar la habilidad, el estudio y la
reflexión, el aislamiento, el cultivo de los sentimientos estéticos,
etc.
Por consiguiente, si bien los estados de conciencia
siguen inmediatamente a las actividades o a las situaciones, puesto
que son su consecuencia natural, también por el hecho de la adhesión
y búsqueda por parte del sujeto de determinados estados subjetivos,
éstos se convierten en la verdadera causa y razón de gran parte de
su conducta.
Pero detrás de este tipo normal de expansión de
conciencia, que también podríamos calificar de elemental, existe en
el ser humano una necesidad más profunda y permanente hacia cuya
satisfacción tienden en realidad consciente o inconscientemente
todas sus acciones, todos sus deseos e inquietudes. Es la necesidad
de sentirse vivir a sí mismo con toda la fuerza y plenitud, el
anhelo de llegar a la evidencia profunda e inmediata de su propia
realidad, el deseo de realizar la plena conciencia de su ser y
existir.
III. Impulsos que tienden a la formación, desarrollo y
conservación, hasta un límite determinado, de las formas o
estructuras que componen los diversos niveles del hombre: cuerpo
físico, estructura instintivo-vital, la mente, etc.
En los niveles físico e instintivo-vital, estos
impulsos se manifiestan en las llamadas necesidades primarias o
biológicas: hambre, sueño, etc. En los niveles afectivo e
intelectual, determinan todas la necesidades espontáneas de
ejercitar las funciones correspondientes: amar y ser amado,
comprendido, aceptado, adquirir conocimientos de las cosas, de la
gente, comunicar las propias ideas, etc.
El vigoroso impulso al desarrollo y conservación de
cada una de las estructuras personales -que se traducen en una
multitud de necesidades concretas como las ya citadas del hambre,
sueño, afecto, curiosidad intelectual, etc.-, no sigue expresándose
en el adulto de un modo indefinido, sino que en cada persona tiene un
límite diferente, y, dentro de una misma persona, varían la
intensidad y duración de los estímulos de cada nivel, como quedó
apuntado en el capítulo anterior. El porqué de estas diferencias
parece ser que está en relación tanto con la calidad de las
estructuras -determinada principal mente por la herencia biológica-,
como con el grado de madurez interna de cada persona. También
influyen los estímulos procedentes del exterior, -ambiente en el que
convive la persona, tipo de educación, circunstancias especiales,
etc.
Así, pues, resumiendo lo dicho hasta aquí sobre los
impulsos básicos, podemos afirmar que el hombre siente la imperiosa
necesidad de expresar toda la energía que anima a su ser y que esta
expresión la efectúa en especial de dos maneras; objetivamente,
mediante el pleno desarrollo y expresión de
todas sus estructuras: física, instintiva, afectiva, intelectual,
filosófica, mística y espiritual y además, subjetivamente,
mediante la progresiva toma de conciencia de su
realidad interior como sujeto o protagonista permanente e inamovible
de todos sus propios fenómenos.
Los
impulsos básicos según su dirección
También podemos ver estos impulsos básicos desde el
punto de vista de su movimiento
o dirección. Haciéndolo así, observamos que pueden ser agrupados
en dos tendencias o direcciones fundamentales:
- Tendencia centrípeta,
de adquisición, estructuración, consolidación
y reafirmación del ser. Esto es, tendencia a la formación y
conservación de sí mismo en todos los niveles.
Pertenecen entre otros a este grupo: el hambre, la sed,
el sueño, el descanso, la inhalación de aire, la función sexual de
la mujer, la casa, la seguridad física; recibir afecto y comprensión
de los demás; la receptividad en general, activa y pasiva; el
interés, la curiosidad, el deseo de comprender, de conocer. En un
orden de necesidades más o menos neuróticas podríamos incluir: el
deseo de protección, de ser alabado, admirado; la necesidad de
sentirse seguro, fuerte, poderoso, inteligente, bueno; la posesión
de todo orden: acumulación de riquezas, de prestigio, de
conocimientos, de poder.
- Tendencia centrífuga,
expansiva, de crecimiento, de exteriorización,
contacto e irradiación. Es decir, tendencia a la autoexpresión,
también a través de todos los niveles.
Pertenecen a este segundo grupo: la necesidad de
movimiento y ejercicio, la exhalación de aire, la función sexual
masculina, dar afecto y protección a otros, compartir las propias
ideas y opiniones, la exteriorización de las propias posesiones y
capacidades sean de orden físico, afectivo, intelectual, familiar,
social. En la personalidad deformada pertenecen a este grupo la
ambición expansiva de poder y conquista, la tendencia a
imponer el propio criterio y a dominar a los
demás, etc.
A través de este doble movimiento hacia dentro y hacia
fuera de todo su ser, toma el hombre plena conciencia de sí mismo.
Mediante el pleno ejercicio de sus funciones se desarrolla y se
siente vivir. Y sólo viviendo plenamente puede llegar a
descubrir y realizar la
fuerza y realidad de su ser central.
Aunque el hombre raramente se da cuenta de ello de modo
directo, es esta conciencia actual y profunda de la realidad de su
ser y de la totalidad de su existir el objetivo
fundamental subyacente en todos los actos de su vida. Conseguir esta
autorrealización, interna y externa, es el móvil axial de su
conducta, el impulso primordial de su existencia,
la verdadera razón de su ser de todos sus deseos y aspiraciones. Y
solamente en la medida que se aproxime a la realización de este
objetivo supremo, podrá hallar el hombre, por fin, la evidencia, la
plenitud y la serenidad.
Pero es obvio que la gran mayoría de las personas no
perciben directamente estas motivaciones profundas de su vida interna
y externa. Son conscientes tan sólo de motivaciones de orden más
superficial, concreto e inmediato, que, como es natural, no son más
que una exteriorización de aquéllas. Así, por ejemplo, una
determinada persona sabe que desea tener éxito
profesional en la vida y que su conducta está impulsada en todo
momento por este anhelo. Esto se acepta como un hecho muy natural y
que no requiere ulterior aclaración. Pero, en realidad ¿por
qué desea tener éxito, qué busca en el
prestigio, el reconocimiento y la admiración de los demás? Si lo
miramos bien veremos que el hombre busca afanosamente el éxito
porque tiene la viva impresión de que al conseguirlo se sentirá a
sí mismo de un modo más intenso, más fuerte, más real, y tiene la
intuición de que esta conciencia directa y plena de su realidad
implica un auténtico estado de íntima felicidad. Así es que en
definitiva no es el éxito por sí mismo lo que está buscando -como
tampoco otras personas buscan la acumulación de riquezas o
de poder por la cosa en sí-, sino tan sólo como
un medio indispensable, de acuerdo con las ideas que se ha ido
formando, para llegar a conseguir la satisfacción de esta conciencia
positiva y directa de su propio ser.
Esta distinción entre la motivación profunda y la que
es más superficial tiene mayor importancia de la que parece. En el
caso citado, si la verdadera motivación fuera exclusivamente
conseguir el éxito profesional y social, tan sólo podría alcanzar
su felicidad si concurrieran una serie de circunstancias favorables y
propicias en el ambiente y en sí mismo. Pero si la verdadera
motivación es la consecución de esta autoconciencia profunda,
entonces la persona tendrá muchas más posibilidades de realizarla,
ya que no dependerá de tantas condiciones concretas para alcanzar
ese estado de dicha final, y probablemente podrá utilizar otros
medios para llegar a este mismo resultado de un modo más directo y
seguro.
Como se comprenderá fácilmente, todo esto es de la
máxima importancia para comprender el verdadero sentido de la vida,
tanto nuestra como de la ajena, y para entender el significado de
toda conducta, puesto que el impulso primordial -en su doble
vertiente objetiva y subjetiva- que hemos visto en este capítulo, es
el verdadero armazón o estructura
dinámica de la misma.
Efectos
de la insatisfacción de las necesidades básicas
El ser humano es capaz de resistir por largo tiempo
situaciones más o menos adversas, esto es, situaciones en las que le
está permanentemente negada la satisfacción de alguna o algunas de
sus necesidades básicas. Pero, normalmente, la personalidad no puede
entonces mantener su equilibrio, su normalidad, y sufre una
deformación en su constante esfuerzo por adaptarse a la situación.
Solamente el individuo que ha conseguido una auténtica madurez
psicológica puede mantener el equilibrio y la cohesión psíquica
ante muchas de las situaciones
que sin duda derrumbarían moral y hasta físicamente al hombre
corriente.
La insatisfacción puede existir por dos motivos:
1. Por carencia total de aquello que permitiría
satisfacer la necesidad.
2. Por carencia parcial, pero constante -déficit
permanente - de lo mismo.
En el primer caso, es evidente que la persona o no podrá
subsistir -si se trata de las necesidades primarias biológicas de
conservación-, o sufrirá serios trastornos en su funcionamiento
psicológico. Pero en este caso precisamente por tratarse de una
carencia total, por fuerza será percibida de inmediato la causa y
se podrá buscar el remedio conveniente.
En el segundo caso, en cambio, por tratarse de una
carencia parcial, puede pasar fácilmente inadvertida. La persona irá
experimentando lentamente una serie de cambios en su estado de ánimo
o en su salud, sin que quizá ni remotamente se le ocurra
relacionarlos con determinadas condiciones de su ambiente.
Muchas de estas deficiencias han sido ya
estudiadas por la
Medicina y la Psicología industrial, tales como déficits
alimenticios, carencias vitamínicas, necesidad de aire puro, buena
luz, descanso, etc. Más recientemente, se han empezado a estudiar en
forma sistemática, las deficiencias
correspondientes a otros niveles distintos del físico: necesidad de
afecto, de aceptación, de libertad, de seguridad interior, de
prestigio, etc.
Los efectos de toda insatisfacción de las necesidades
básicas, son principalmente los siguientes:
1. Intranquilidad, malestar, tensión, irritabilidad.
2. Disminución en calidad y regularidad del rendimiento
en general.
3. Aumento artificial, pero urgente, de otras
necesidades.
Estas señales no hacen siempre su aparición de un modo
brusco e inmediato ante su carencia,
sino que van surgiendo solapadamente, de manera lenta y progresiva.
1. La intranquilidad, la tensión y la irritabilidad son
la primera reacción, generada a menudo en el inconsciente, ante la
situación adversa y viene a ser la sorda protesta de la personalidad
ante tal situación. Lo curioso de estos procesos es que con mucha
frecuencia, por ocurrir por debajo del umbral de la conciencia, el
propio sujeto no se da cuenta en absoluto de lo que está pasando y
registra tan sólo el síntoma final, la irritación y el descontento
que no sabe a qué atribuir.
2. El segundo efecto, la disminución en calidad y
regularidad del rendimiento, es la consecuencia natural del primero.
La tensión interior y el malestar alteran el equilibrio y la
agilidad del cuerpo, de la afectividad y de la mente, y producen un
estado de crispación, de contractura en dichos niveles. Disminuirá,
por consiguiente, la fluidez y continuidad de sus actividades, le
costará concentrarse, mantenerse ocupado en la misma tarea, pensar y
actuar con agilidad y adecuación. Muchas veces, no obstante, aparece
al lado de estos síntomas negativos, un aumento en intensidad de su
acción, ocasionado precisamente por la tensión interior, y así, la
persona muestra de repente un deseo sorprendente de hacer más cosas,
de abarcar más actividades o asumir nuevas responsabilidades, etc.
En la medida en que esto sea un subproducto del desajuste interior,
no hemos de confiar demasiado en que esta superactividad sea
persistente y que tenga un carácter constructivo. En otras
ocasiones, en lugar de esta reacción de «activismo» se produce una
reacción de «depresión», de desgana y se desea huir de todo
cuanto tenga carácter de obligación.
3. Y, en fin, el tercer efecto, o sea, un aumento
artificial, pero urgente, de otras necesidades, viene como
consecuencia del malestar e insatisfacción que provocan en la
persona la necesidad de experimentar otras satisfacciones a título
de compensación. En esto hemos de ver la explicación de los abusos
que tan a menudo se hacen de las funciones fisiológicas sexuales,
como asimismo del comer y del beber. Ante una insatisfacción, la
tensión acumulada busca descargarse de un modo u otro. En la persona
controlada toda la tensión que se acumula por una causa u otra,
puede encontrar un cauce positivo de expresarse, una función
constructiva donde invertirse. Pero en la persona no controlada, la
insatisfacción provoca la urgente necesidad de una inmediata
satisfacción del modo más fácil, y por ello se ve compelida con
mucha frecuencia a descender de nivel, utilizando su cuerpo físico
para que le proporcione una satisfacción que es artificial, ya que
no responde en este caso a ninguna verdadera necesidad fisiológica.
Digamos, incidentalmente, que siempre que se utiliza un
nivel inferior de un modo artificial, inmediatamente después del
placer se produce una verdadera depresión. Mientras que si la
satisfacción es producto de una auténtica necesidad de aquel nivel,
esta depresión nunca se presentará. Ante la depresión, el sujeto
siente la necesidad de buscar nuevos estímulos agradables que le
compensen del
malestar, y así sucesivamente, con lo que va quedando envuelto en un
verdadero círculo vicioso de hábitos perjudiciales que le desvían
de su línea positiva de acción y le merman una cantidad
considerable de energías.
La fuerza de todas estas motivaciones desaparecería
instantáneamente, desde luego, si la persona se preocupara con
seriedad de determinar «qué» es lo que hace falta realmente en su
vida y adoptara ante ello una actitud inteligente.
3.
LA ESTRUCTURA Y EL FUNCIONAMIENTO FISIOLÓGICO, CONDICIONANTES DE LA
PERSONALIDAD
Organismo
físico y condicionamiento
El organismo físico es el instrumento de impresión y
expresión de la personalidad en el nivel físico de la existencia.
Mediante él contactamos y tomamos conocimiento del mundo que nos
rodea, y asimismo gracias a él materializamos nuestras ideas,
nuestros afectos y nuestras necesidades biológicas. El cuerpo es el
instrumento inicial de nuestro autodescubrimiento. Es el primer punto
de apoyo de nuestro despertar interior.
Pero también nuestro cuerpo tiene unas leyes propias,
unas necesidades o exigencias, una determinada resistencia y unos
puntos más débiles, esto es, unas limitaciones, que actúan a modo
de filtro de los impulsos, de
los deseos, de las aspiraciones y de las capacidades potenciales
existentes en los demás niveles elementales de nuestra personalidad.
El cuerpo nos da una base sólida y relativamente estable para
estructurar inicialmente nuestras ideas de lo concreto y de lo real.
Pero al mismo tiempo canaliza dentro de un molde personal nuestro
conocimiento del mundo y nuestra posibilidad de desenvolvernos en él.
El cuerpo a la vez que nos comunica con el mundo y con nosotros
mismos, nos limita y nos condiciona por su misma naturaleza limitada
y condicionada. Todas las facultades que existen potencialmente en
nosotros sólo pueden actualizarse en la medida y en la forma que los
instrumentos lo permiten. Nuestro cuerpo es una ventana abierta al
exterior. Pero es una ventana que puede ser grande o pequeña,
transparente o translúcida y con un marco determinado que en mí
será redondo, en otro cuadrado y en otro triangular. Y si bien todos
estamos contemplando el mismo mundo, yo lo veré
redondo, el otro lo verá cuadrado y el tercero triangular.
El cuerpo nos condiciona de varias maneras:
1. Por sus exigencias o necesidades: impulsos
biológicos.
2. Por su calidad y contextura: es lo que denominamos
constitución física.
3. Por su estadio o fase de desarrollo: psicología
evolutiva o de las edades.
4. Por su estado
de funcionamiento: salud y enfermedad.
Pero antes de entrar en el estudio detallado de cada uno
de estos factores, digamos unas palabras sobre la importancia que de
un modo general presentan los condicionamientos procedentes del
organismo físico en relación con el trabajo interno de maduración
y liberación.
Condicionamiento
físico y madurez psicológica
En todo momento el organismo físico nos condiciona
fuertemente en los siguientes aspectos:
- en nuestra capacidad y modalidad de acción en el
mundo exterior.
- en nuestra tonalidad afectiva personal.
- en la contextura de nuestra mente concreta.
Cuando el organismo está en proceso de desarrollo y por
lo tanto el cerebro y el sistema nervioso no han alcanzado su plena
capacidad funcional, o también cuando por vejez o por lesión o
enfermedad orgánica esta capacidad funcional queda disminuida,
además de los condicionamientos
antes citados pueden producirse los siguientes:
- una limitación en la percepción de estímulos,
internos o externos, según los casos.
- una limitación en la capacidad de expresión de la
vida interior.
- una mayor dificultad de adaptación a las
circunstancias.
Respecto al trabajo interior, hemos de distinguir entre
los dos casos siguientes:
- Cuando el organismo no está aún plenamente
desarrollado, es muy raro que puedan desarrollarse los niveles
superiores, aunque
excepcionalmente se dan casos en los que dichos niveles superiores
hacen acto de presencia con total independencia de la edad y de las
condiciones externas de la persona.
También es muy difícil que se produzca en esta fase de maduración
fisiológica una realización en el sentido de profundidad, ya que la
misma mente está también en fase de desarrollo y en general queda
absorbida por la adquisición del conocimiento del mundo exterior y
por los procesos internos y
externos de adaptación.
- Cuando el organismo ha alcanzado ya su pleno
desarrollo, pero la vejez o una enfermedad merman la capacidad de
rendimiento, veamos dos posibilidades.
a) Si la lesión o enfermedad afecta gravemente a los
centros nerviosos reguladores o de la conciencia física, es evidente
que no podrá hablarse de ningún nuevo aprendizaje, ni de desarrollo
o integración con las zonas profundas o superiores. Pero incluso en
este caso, si la persona había desarrollado previamente su
conciencia profunda o se había integrado con algún nivel superior,
no perderá esta profundidad o elevación de conciencia que había
adquirido, aun cuando se encuentre por completo imposibilitada para
poderla expresar al exterior.
b) Si la lesión o enfermedad no afecta gravemente a la
conciencia física, no hay inconveniente alguno para que la persona
pueda profundizar dentro de sí y alcance un grado elevado de
autorrealización. También tal estado es propicio para que la
persona se eleve por encima de sí misma y se lance a buscar a Dios o
a investigar el verdadero sentido de su propia
vida, etc. Aunque también es muy frecuente, por desgracia, que el
individuo en vez de elevarse se hunda en una depresión, caiga en una
apatía o se ponga a dar vueltas con su mente
e imaginación alrededor de sí mismo en una continuada protesta
contra la vida y las circunstancias por el estado
en que se encuentra, o quizá
se envuelva en el pueril manto de la autocompasión.
Podríamos resumir lo que antecede diciendo que toda
expansión de conciencia, sea hacia adentro o hacia arriba, requiere
normalmente unos instrumentos físicos cerebro y sistema nervioso -
en buen estado y en plena capacidad funcional. Pero que una vez
conseguida y estabilizada esta conquista interior ya nunca más se
pierde, nunca retrocede, aunque pierdan o retrocedan después los
mecanismos fisiológicos que permiten toda
expresión material. Esto es así, porque la conciencia interna ya
no depende entonces de los mecanismos físicos,
puesto que la conexión hecha durante el trabajo interior la ha
estabilizado en niveles más elevados o en zonas más profundas.
También se debe a esta razón el que una persona interior o
espiritualmente realizada puede estar sufriendo grandes dolores en
una enfermedad y, al mismo tiempo, sentir una gran plenitud,
serenidad y paz interior.
Es, pues, un error, el de muchísimas personas que
condicionan de un modo absoluto un eficaz trabajo interior con un
perfecto estado y condición física. Creen tales personas que sólo
podrían trabajar de veras si se encontraran
más fuertes, si no tuvieran tal defecto físico, si no fueran tan
nerviosas o si tuvieran diez años menos. Tales razones y otras
parecidas son erróneas y se originan en la ignorancia de quienes
están excesivamente identificados con el cuerpo.
1. LAS NECESIDADES BIOLÓGICAS
Energía
biológica y tendencias instintivas
Nuestra energía biológica se actualiza en nosotros en
forma de impulsos o tendencias, profunda y vigorosamente enraizadas
en nuestra naturaleza, y destinadas a satisfacer las necesidades
básicas que aseguren nuestra subsistencia y desarrollo biológicos.
Estos impulsos dan lugar a la
denominada conducta instintiva, inmanente en
nuestra biología. Pero su acción
no queda limitada a los niveles físico y vital, sino que además se
extiende e irradia en el psiquismo general a través de los niveles
afectivo y mental, influyendo activamente en su
conocimiento. De ahí el gran interés de su
estudio para el conocimiento
de la conducta humana.
La biología es una de las principales fuentes
energéticas de la personalidad. Si el sujeto sabe desarrollar y
encauzar debidamente esta energía, sin que su circulación quede
obstaculizada con inútiles bloqueos por conflictos internos o
tendencias contradictorias, dispondrá del primer elemento
indispensable para conseguir una vigorosa e irradiante personalidad.
Las
necesidades primarias biológicas
Las necesidades primarias biológicas tienden a asegurar
la subsistencia y el desarrollo del individuo en tanto que ser
biológico. Son las siguientes:
- Conservación. Busca
asegurar la estructura y cohesión orgánica, manteniendo a las vez
el equilibrio interno del organismo y el de éste con las condiciones
materiales del medio ambiente en el que se desenvuelve. Tales son la
necesidad de aire, de alimento, reposo, eliminación, igualdad de
temperatura, movilidad y placer.
- Expansión. Tendencia
al crecimiento, hasta determinado límite, y a la progresiva
expansión de la actividad física en el denominado espacio vital.
- Reproducción.
Función sexual.
Estas necesidades son, como es evidente, sumamente
importantes para el individuo
y se traducen en poderosas motivaciones de su conducta habitual. Pero
dado que son también las mejor conocidas por todos, creemos
innecesario extendernos aquí sobre ellas, si bien más adelante
tendremos ocasión de comentar
varios de sus aspectos.
2. CONSTITUCIÓN FÍSICA Y TENDENCIAS TEMPERAMENTALES
Herencia,
constitución y ambiente
Es criterio aceptado por los hombres de ciencia de hoy,
que nuestra estructura física, nuestra constitución, viene
determinada en sus predisposiciones por la herencia, esto es, por el
conjunto de rasgos transmitidos por la línea genética de todos
nuestros antecesores.
Y también lo es que si la herencia nos da la
predisposición, el medio ambiente exterior, en cambio, nos da los
materiales de construcción -que pueden ser buenos o malos, sanos o
deficientes- con los que edificaremos nuestra personalidad física.
De manera que, según esto, la fuerza,
la virtualidad y la dirección nos vienen dadas por la
herencia, y los elementos con lo que se
estructuran las formas, los materiales, nos los proporciona el
ambiente. Por lo tanto, nuestra estructura física es siempre el
resultado de estos dos factores: herencia y ambiente.
Los impulsos biológicos nos empujan a salir al
exterior, a ponernos en contacto con el mundo inmediato, con el
ambiente, para buscar en él cuanto necesitemos: aire, alimento,
calor, etcétera. Pero la importancia del ambiente no se limita
únicamente al aspecto material de nuestro ser. El ambiente es el
medio en el cual y mediante
el cual se ha de desarrollar la personalidad. De él ha de absorber
todos los elementos que necesita. Y esto no sólo en el aspecto
físico. En el aspecto afectivo y en el aspecto intelectual, también
es del exterior de donde recibimos los contenidos
formales que después incorporaremos a nuestra propia estructura. Si
el niño vive en un ambiente de afecto, confianza y seguridad, se
incorporará -o como se dice en lenguaje
psicoanalítico, «introyectará»- tales estados afectivos y
llegarán a constituir después su modo propio de ser. En el aspecto
intelectual, todos los conocimientos básicos los hemos adquirido
asimismo del exterior. Los valores culturales de nuestra
civilización, las costumbres sociales, el patrimonio religioso,
técnico, económico, artístico, etc., son todas aportaciones del
exterior que hemos de asimilar y expresarlas de
nuevo en el ambiente después de haberlas
transformado a través de nuestro modo personal de ser.
El ambiente, pues, ha de poder suministrar los
materiales necesarios para esta estructuración de la personalidad.
Materiales que, repetimos, no son sólo comida, sino que son todas
estas cosas que hemos mencionado, todas estas necesidades de
seguridad, de afecto, de ideas, de experiencia, de conducta, de
actitudes humanas, etc. En este sentido, el ambiente puede ser rico o
pobre; no en el sentido económico, sino en la
calidad de su contenido; lo
mismo que una comida puede ser rica en el aspecto nutritivo, un
ambiente afectivo puede ser rico en calidad o pobre, e igualmente un
ambiente intelectual. Se ha comprobado que las
personas que de jóvenes se han
desarrollado en ambientes de buena calidad en el sentido expuesto,
aprenden con mayor facilidad y llegan más lejos, en general, que los
que han vivido en ambientes mediocres. Por lo tanto, el vivir en un
ambiente propicio, apto, rico, favorece el amplio desarrollo de
varias facetas de la personalidad.
Pero también se da, en ocasiones, el caso contrario. Se
ha visto cómo algunas personas que han tenido que vivir en ambientes
muy desfavorables, con limitaciones culturales, económicas,
familiares, etc., han llegado a alcanzar gran altura, desarrollando
una personalidad muy por
encima de otras mejor protegidas y educadas. ¿Cómo ha ocurrido eso?
Estos casos parecen ser el resultado de una gran fuerza interior, de
una fuerte energía expansiva que les ha permitido sostener grandes
luchas y esfuerzos formativos precisamente contra el
propio ambiente limitativo. Su desarrollo, pues,
no ha sido producto de la acción
del ambiente sino de su gran fuerza reactiva ante el ambiente.
Constitución,
temperamento y carácter
La tendencia natural a sentir y a reaccionar en una
dirección determinada, está estrechamente relacionada con la
constitución física. Cada estructura biológica tiende hacia un
estiló preferente de acción y de reacción -por ejemplo, el aparato
locomotor hacia el movimiento y el esfuerzo, el sistema nervioso
hacia la sensibilidad y la habilidad, etc-. Al conjunto de estas
tendencias activas y reactivas que son consecuencia de una
determinada contextura del cuerpo, se le denomina temperamento.
No hay que confundir estos rasgos psicológicos con lo
que es el carácter.
El temperamento es la vertiente psicológica de
la constitución física y viene a ser también el armazón o
elemento primario del carácter. Carácter
es el modo
peculiar de ser de cada persona y gracias al cual se distingue de
todas las demás. Es la resultante del temperamento, del ambiente, de
la educación, de las experiencias vividas, de la madurez interior,
etcétera. Temperamento
es la conducta en lo que depende de la
constitución. Está enraizado en lo biológico y por lo tanto no
puede cambiar, a no ser que cambie
también el funcionamiento del cuerpo. El carácter,
en cambio, por ser la resultante de todos los
factores que actúan con fuerza sobre nuestro psiquismo, está
cambiando constantemente, siempre está en evolución.
Temperamento
y libertad de acción
El temperamento es, pues, prácticamente inalterable. No
se puede pasar de un temperamento a otro a no ser que exista a la vez
una modificación fisiológica, lo cual ocurre, por ejemplo, en el
caso de ciertas enfermedades endocrinas. Así, en los trastornos
alternantes del tiroides, vemos que cuando la actividad de dicha
glándula aumenta se incrementa el consumo de energía, se eleva el
metabolismo, la persona quema mayor cantidad de grasas y entonces
observamos que la persona tiende a ser más excitable, más nerviosa,
no puede dormir bien, su reactividad psíquica general es más
rápida, ligera y superficial. Sin embargo, cuando por una razón u
otra el tiroides trabaja de un modo más lento, el consumo de grasas
disminuye, la persona empieza a engordar y pasa a ser más calmosa,
tranquila, paciente, y con mejor humor. Paralelamente al cambio
fisiológico aparece siempre el correspondiente cambio de reacción
temperamental.
Llegados a este punto, muchas personas nos han planteado
la siguiente pregunta: «Si el temperamento es invariable y si él es
la causa de mis reacciones, ¿entonces no puedo hacer nada para
librarme de mis rasgos negativos, para cambiar mi manera de ser, y he
de estar condenado a vivir siempre como una máquina automática,
sujeto a los impulsos más o
menos negativos que surjan de mi estructura temperamental?». A esto
debemos contestar lo siguiente: En primer lugar, el temperamento sólo
da tendencias primarias
de tipo muy general, que son susceptibles de
adoptar múltiples formas en el mundo concreto de la vida práctica;
por lo tanto, muchas cosas que se achacan al temperamento no son
tales, sino que son productos de reacciones adquiridas en el curso de
la vida y que no han sabido
controlarse debidamente. Por lo menos en toda persona sana, todas las
reacciones de origen temperamental son básicamente positivas, puesto
que se derivan de estructuras fisiológicas sanas, y, dentro de la
gama de posibilidades que encierra cada tendencia temperamental, es
función del propio individuo procurar, mediante un tono de vida
elevado, que se manifiesten aquéllas que están más en consonancia
con los valores superiores que ha elegido. Y, por otra parte, dado
que el temperamento está en la base de nuestros procesos psíquicos,
sus tendencias se manifestarán
ya en nosotros en la misma forma de valorar
las cosas, de modo que,
si nos dejamos guiar por nuestras resonancias profundas, no
podremos valorar como positivas para nosotros
cosas que no estén dentro de nuestra línea natural de desarrollo.
Así es que resulta completamente artificial el problema de quien
querría tener otro temperamento. Una de dos: o toma como
pertenecientes al temperamento rasgos caracterológicos que han sido
sobreañadidos al mismo, o está
actuando en función de unos valores puramente externos que
quiere imitar o adquirir artificiosamente, ya que
«no puede» quererlos de un modo auténtico, espontáneo, natural.
El temperamento nos da una línea básica de acción, un
estilo natural de reacción que es susceptible de ser desarrollado
hasta sus más altas posibilidades, de modo que se convierta en una
firme base del edificio positivo de nuestra personalidad.
El
conocimiento del temperamento. Escuelas
Las escuelas más conocidas de biotipología
son la italiana de N. Pende, la alemana de E.
Kretschmer y la americana de W. H. Sheldon.
Nicolás Pende se caracteriza por haber estudiado los
temperamentos humanos tomando por base el mayor o
menor funcionamiento de las glándulas endocrinas. Según las
glándulas que predominen en una persona, el cuerpo tendrá
determinadas características de forma y estructura y su psiquismo
igualmente poseerá diferentes cualidades. Así, por ejemplo, el tipo
hipertiroideo es más bien
alto y delgado, ojos vivos y
brillantes, movimientos ágiles y graciosos; en el aspecto psíquico
presenta fácil excitabilidad, intranquilidad intelectual, rapidez y
variabilidad de los procesos mentales, desarrollo intelectual precoz,
etc. No vale la pena dar más detalles de esta escuela porque su
descripción resultaría excesivamente técnica y presenta la
dificultad, además, de que la identificación de los diversos tipos
requiere conocimientos bastante especializados de fisiología.
Ernest Kretschmer descubrió inicialmente el paralelismo
existente entre dos tipos de enfermedades mentales, la esquizofrenia
y la psicosis maníaco-depresiva, y dos tipos constitucionales: el
pícnico y el asténico. Posteriormente, sus investigaciones le
condujeron a establecer la existencia de los siguientes tipos
biológicos:
1. Tipo pícnico.-
Se distingue por la preponderancia relativa de
las dimensiones horizontales sobre las verticales, con tendencia a la
gordura. Las características más salientes son: estatura mediana,
cuello corto, cara ancha y blancuzca, cabeza hundida en los hombros,
miembros con escaso relieve muscular, manos blandas, cortas y anchas,
pecho y vientre prominentes, excesiva acumulación de grasa,
angostura en las articulaciones, cabello delicado propenso a la
calvicie, excepto en las regiones pilosas secundarias en las que el
vello es fuerte y abundante.
Al tipo pícnico le corresponde el
temperamento ciclotímico.
Las características del temperamento ciclotímico1
son las siguientes: El humor oscila fácilmente entre dos polos
opuestos, de la tristeza y melancolía hasta la
alegría y exaltación eufórica. En algunos casos se encuentran en
estos tipos alegría, humor, vivacidad, calor afectivo, y en otros,
tranquilidad, ausencia de pasionalidad, depresión ligera, ternura.
1. Caracterología y Tipología,
G. Lorenzini. Págs. 207 y ss.
Los ciclotímicos constituyen los abiertos: sienten la
necesidad de expansionarse frecuentemente con confidencias; buscan la
compañía de los demás, en los cuales encuentran uno de sus mayores
alivios. Saben fundirse con el ambiente en el que viven, saben vibrar
al unísono con el mismo, orientarse y adaptarse rápidamente. Dan
vida a todas las cosas con el calor de su sentimiento y, en los
momentos de euforia, se sienten arrastrados a sentimientos de afecto
por todos. De este estado de ánimo surge su cordial sociabilidad.
El individuo ciclotímico es
cordial, ameno y dispuesto siempre a comprender y
soportar una broma. Es el tipo sincero, franco. Demuestra buen
corazón. Hay algo en él cálido, afectuoso, pueril y confidencial
en su trato. Difícilmente hace daño a los demás, aun cuando pueda
aparecer como alborotador y violento. Explota fácilmente en cólera,
pero con la misma rapidez desaparece sin conservar rencor alguno. En
los estados de melancolía y
de depresión se lamenta de no experimentar
sentimientos afectuosos hacia los demás, de ser malo, frío,
indiferente.
En las circunstancias difíciles y dolorosas, debidas a
fuertes contrariedades o a graves desastres en los negocios, no se
irrita, no se afana, no reacciona violentamente, como hace, por
ejemplo, el esquizotímico, sino que se queda triste y en un estado
de sufrimiento. Generalmente no se deja abatir, pero se queda
ensimismado en su sufrimiento.
Los tipos ciclotímicos, ordinariamente, no suelen ser
lógicos, rígidos o individuos de ideas preconcebidas y amantes de
sus esquemas de vida y doctrina. Se adaptan fácilmente. Esta
adaptabilidad proviene de su misma inestabilidad afectiva y
sentimental.
Raramente se encuentra en ellos un fuerte sentimiento de
amor propio y de vanidad. Tienen, en general, un sentido moderado de
confianza en sí mismos, y difícilmente llegan a la exaltación o
al fanatismo.
Están dotados de una gran capacidad de trabajo. Tienen
grandes reservas de empuje, de audacia, de generosidad y de una
notable habilidad para ponerse en relaciones sociales con los demás.
Son tipos muy abiertos de mente, especialmente en el terreno de la
práctica, y de una pronta intuición ante las situaciones.
Entre los ciclotímicos se encuentran los hombres
prácticos, habilidosos, llenos de actividad, de dinamismo; citemos,
por ejemplo, a los comerciantes, los empresarios, los realistas
llenos de optimismo, los humoristas llenos de bondad y de
indulgencia.
En algunos casos puede que sufran una especie de
complejo de inferioridad, como consecuencia de un sentimiento de
insuficiencia que sienten en relación con su trabajo intelectual.
Los tipos ciclotímicos corresponden, en líneas
generales, a los tipos extrovertidos de Jung, abiertos hacia el
exterior. Son los que con facilidad saben gozar de la vida y aman
cuanto hay en ella de atractivo.
Kretschmer subdivide el grupo de los temperamentos
ciclotímicos en tres subgrupos, basándose en la proporción de los
estados humorales (llamada por él «proporción diatésica» ), es
decir, según que el temperamento se incline más hacia la alegría o
a la tristeza y depresión. Estos temperamentos ciclotímicos son:
a) Los temperamentos hipomaníacos:
Predomina en ellos una animación serena, un
acentuado estado de euforia, un sentimiento elevado de confianza en
sí mismo. Existe gran facilidad para encolerizarse. En el modo de
obrar hay ímpetu, multiplicidad de ocupaciones, riqueza de ideas.
b) Temperamentos ciclotímicos
sintónicos. Son
individuos tranquilos, que fácilmente se dejan guiar por la razón,
dotados de gran energía práctica, de un humor agradable.
c) Temperamentos depresivos.
Son tranquilos y silenciosos, propensos a la
melancolía y la depresión.
2. Tipo asténico o
leptosomático.- Manifiesta
un predominio neto del crecimiento longitudinal, con dimensiones
transversales endebles. El peso es inferior a la media, así como las
medidas de diámetro y de perímetro. Las características
descriptivas son: Esbeltez y delgadez en el tronco y en los miembros,
hombros caídos, miembros frágiles y sin relieves musculares, manos
finas y huesudas, caja torácica alargada y plana, mentón retraído,
rostro alargado pero estrecho, cabello escaso, excepto en las
regiones pilosas secundarias.
Al tipo asténico le corresponde el temperamento
esquizotímico.
Las características del temperamento esquizotímico son
las siguientes:
Es el tipo opuesto a los ciclotímicos y está
caracterizado por la oscilación entre la sensibilidad y la frialdad.
Tienen tendencia a una vida interior muy acentuada, a vivir
encerrados en sí mismos; según la terminología tan difundida, como
consecuencia de las doctrinas del psiquiatra alemán Bleuler, los
esquizotímicos son propensos al «autismo», a vivir en sí mismos y
por sí mismos.
Mientras los ciclotímicos son naturalezas sencillas,
abiertas, y su alma aflora a la superficie, y por consiguiente son
fácilmente comprensibles, los esquizotímicos son de naturaleza
complicada, pero exteriorizada. Son individuos -dice Kretschmer- que
tienen una superficie y un fondo: una vida que se desarrolla al
exterior en su comportamiento y otra que vive en las íntimas
profundidades. En la superficie presentan aspectos muy diferentes:
desde los tipos de una alegría amanerada y convencional, ingeniosos
y exhibicionistas, a los agradables, tranquilos; a las personas
intelectuales, especulativas, frías; a las que presentan formas
características tímidas, sensibles, incapaces, o a los tipos
calculadores, cínicos, que no se arredran por nada. Pero el fondo,
la intimidad del alma, difícilmente puede ser penetrada.
Los esquizotímicos son, usando la terminología de
Jung, «introvertidos»: predomina en ellos la vida interior y de
ordinario encuentran dificultad en ponerse en contacto con la
realidad que los rodea; mientras el ciclotímico se entrega al mundo
que lo circunda, gozando alegremente de la luz, de los colores, de
los sonidos y de las bellezas naturales, el esquizotímico se vuelve
extraño al ambiente externo y vive absorbido dentro de sí, en su
pensamiento, en sus sueños. El ambiente ejerce en él una influencia
muy limitada.
Las voces del mundo llegan a su alma velada o se paran
en el umbral. No consigue sintonizar su vida con el ambiente. Las
relaciones de cordialidad y de expansión se sustituyen por el
convencionalismo social. Los sentimientos de los demás le llegan
como filtrados a través de sus sueños y de sus ideas. El
pensamiento, la razón, prevalecen en él sobre el sentimiento. Aún
los más naturales e instintivos, cuales son los sentimientos
familiares, le parecen dictados por la lógica más que por el
afecto. El amor mismo más parece encender su fantasía que no
calentar su corazón. Por consiguiente, es muy reducida la vida
afectiva en estos sujetos. En lo casos normales y equilibrados esta
situación viene compensada por una tensión constante, que sabe
comprender las necesidades, las aspiraciones y los derechos de los
demás hombres. Entonces la vida le da aquella adaptabilidad con la
cual se pliega a las exigencias del vivir cotidiano, aquella bondad y
tolerancia que le lleva a soportar fácilmente y a limar las
angulosidades y las inevitables rozaduras del momento.
Generalmente, estos tipos son poco prácticos.
Difícilmente se adaptan a aquellas profesiones en las cuales se
requiere mucho sentido práctico, como, por ejemplo, la del comercio.
El humor fundamental oscila desde la hiperestesia al de
la anestesia, es decir, desde una sensibilidad refinada hasta una
extrema insensibilidad. En lugar de estar alegre, o triste, como el
ciclotímico, está serio.
Esto no quiere decir que estos estados de humor tengan
que alternarse más o menos regularmente, o que tengan que fijarse
siempre en un extremo, excluyendo el estado de humor opuesto. Sucede,
de hecho, que el individuo más sensible puede permanecer muchas
veces frío ante ciertas situaciones conmovedoras, mientras que
individuos fríos pueden demostrar una exquisita sensibilidad en
ciertos aspectos de su vida interior.
La sensibilidad del esquizotímico se manifiesta por «un
exquisito sentimiento de la naturaleza, de una, fina comprensión del
arte, de un estilo personal, lleno de gusto y medida, de la necesidad
de unirse, apasionadamente a ciertas personas, de una susceptibilidad
exagerada a los disgustos, a los pequeños roces de la vida
cotidiana». A veces, esta sensibilidad se manifiesta por una
tendencia a la soledad, prefiriendo más los libros que las personas,
o también por una gran timidez.
La insensibilidad puede presentarse en actitudes
especiales, como la «frialdad dura y activa», la «inercia pasiva»
o la calma imperturbable.
Los cambios de humor provienen tanto de una
«inestabilidad indolente» como de un «capricho activo», y son
ocasionados, no tanto por las condiciones externas y objetivas, como
sucede en el ciclotímico, que posee la capacidad de adaptarse a
ellas, sino por especiales complejos representativos y afectivos
internos.
Fundándose en los diferentes grados de la escala que va
desde la sensibilidad más profunda hasta la insensibilidad,
Kretschmer distingue tres grupos fundamentales de esquizotímicos:
a) Los esquizotímicos
hiperestésicos: Son
nerviosos, irritables, idealistas, delicados y dotados de mucha vida
interior.
b) Los esquizotímicos intermedios:
Son tipos fríos, enérgicos, sistemáticos,
lógicos, tranquilos.
c) Los esquizotímicos anestésicos:
Son tipos fríos, solitarios, indolentes,
perezosos, muy poco sujetos a pasiones.
Esta descripción de los dos tipos temperamentales de
los esquizotímicos y de los ciclotímicos es general y tiende a
describir los temperamentos puros. El mismo Kretschmer afirma que
éstos son muy raros: en la realidad concreta de la vida se
encuentran mixtos, los cuales representan todas las gamas de la
fusión de las diferentes características de cada uno de los
temperamentos.
3. Tipo atlético.-
Los atléticos son individuos de talla mediana o
superior a la media, cuyo rasgo característico lo constituye un
esqueleto potente y una fuerte musculatura, de relieve en ocasiones
exagerado. Características: Estatura mediana o alta, hombros anchos,
tórax robusto, cintura más estrecha que el diámetro pelviano,
manos y huesos grandes, piel dura, cráneo estrecho y erguido,
relieves musculares acentuados, nariz pequeña y roma, mentón
potente, cabellos de iguales características que en el asténico o
leptosomático.
Al tipo atlético corresponde el temperamento
enequético, cuyas
principales características son: la adherencia psíquica, esto es,
que tanto la mirada como la presión de la mano, la conversación, la
actitud afectiva, etc., parecen ofrecer cierta pegajosidad y
dificultad de concluir y retirarse. Junto a esta viscosidad,
presentan los rasgos de tenacidad y cierta rigidez que son causa de
dificultad en situaciones que exigen flexibilidad y rápido enfoque,
pero, en cambio, le facilitan otras cualidades tales como la firmeza
del carácter, tranquilidad y temple de espíritu, igualmente útiles
en las situaciones apuradas.
4. Tipo displástico.-
Las características del displástico son
negativas: constitución anormal y deformaciones congénitas. El tipo
displástico presenta una mezcla inarmónica de diferentes tipos en
distintas partes del cuerpo.
En el aspecto psicológico presenta igualmente rasgos
contradictorios, constituyendo en conjunto un cuadro temperamental
inarmónico.
El profesor de la Universidad de Harvard, W. H. Sheldon,
publicó en 1942 su obra Las variedades del
temperamento. Psicología de las diferencias constitucionales,
en la que establece la clara correlación hallada
entre ciertas estructuras físicas y determinadas tendencias
psicológicas. En conjunto, la aportación de Sheldon se asemeja
notablemente, como veremos en seguida, a la de Kretschmer, si bien su
punto de partida es totalmente distinto. Su base biológica y su
mayor elaboración hacen de la doctrina de Sheldon un sistema rico en
aplicaciones prácticas que lo sitúa muy por encima de Kretschmer.
Todo individuo es una mezcla, en proporciones variables,
de tres componentes físicos y tres componentes psicológicos
estrechamente relacionados.
Todo cuanto somos física o materialmente proviene, en
efecto, del desarrollo de las tres láminas fundamentales del
embrión: endodermo, mesodermo y ectodermo.
Si dividimos nuestro cuerpo en sectores: cabeza,
tórax, abdomen, brazos y piernas, encontraremos en cada uno de
ellos, en diversa proporción, los tejidos derivados de estas hojas.
Mediante una técnica especial pueden determinarse, en una escala de
1 a 7, los valores regionales de esa proporcionalidad y, al fin de
los cálculos, se llega a conocer en cada individuo cuál es la
fórmula de su somatotipo,
es decir, el desarrollo relativo que en él han
alcanzado los tejidos derivados de sus tres hojas blastodérmicas.
Empezando por la primera de ellas, el endodermo,
sabemos que proporcionados órganos relacionados
con las actividades digestivas y asimilativas, o sea, principalmente,
las denominadas vísceras. Los individuos en quienes predomina este
primer componente propenden a adoptar la forma esférica; son poco
densos -flotan fácilmente en el agua- y, si los otros dos
componentes son escasos, adquieren un aspecto fofo. Cuando el valor
medio de la endomorfia es superior a 5, su portador es llamado
endomorfo. En
el caso extremo la fórmula somatotípica del endomorfo máximo
sería: 7-1-1. Se corresponde con tipo pícnico
de Kretschmer.
El segundo componente es el mesomórfico;
en éste se da el predominio de los tejidos
conjuntivos, óseo y muscular. Quienes tienen muy desarrollado este
componente presentan un aspecto macizo y fuerte -atlético- con
tendencia a la figura rectangular; poseen amplia red vascular y piel
gruesa. Si el valor de este componente es superior a cinco se
denominan mesomorfos;
su fórmula extrema es: 1-7-1. Se corresponde con
el tipo atlético de
Kretschmer.
El tercer componente es la ectomorfia.
Corresponde al predominio relativo de los tejidos
derivados del ectodermo, o sean: piel, sistema nervioso y órganos
sensoriales. Presentan una superficie cutánea relativamente grande
y, por ende, se hallan más expuestos al contacto con el mundo
exterior; son, por tanto, frágiles; su fórmula, 1-1-71
coincide con el asténico
de Kretschmer.
1. W. H. Sheldon. Las
Variedades del Temperamento. Paidós.
Buenos Aires, 1955.
A partir de estos tres tipos fundamentales pueden
definirse prácticamente todos los demás gracias a todas las
combinaciones posibles.
En relación con cada componente primario del
somatotipo, existe un
componente primario del psicotipo o
tipo temperamental. Los tres componentes del tipo temperamental son
los siguientes:
Viscerotonía. Corresponde
a la endomorfia y se caracteriza por la tendencia a la vida cómoda y
epicúrea, fácil, burguesa.
Somatotonía. Es
la expresión dinámica de la mesomorfia. En quienes predomina este
componente son personas siempre dispuestas a tomar decisiones y
realizar sus propósitos con rapidez y energía; aman la aventura, el
deporte y la competición.
Cerebrotonía. Corresponde
al predominio de la ectomorfia. Quienes la tienen dominante son
personas predispuestas a la duda, a la hipersensibilidad y
a las preocupaciones íntimas.
Vamos a dar a continuación la lista de los rasgos
distintivos de cada componente temperamental, resumidos del libro Las
variedades del temperamento,
del propio Sheldon.
Viscerotonía
El componente visceral tiene varios rasgos típicos
característicos, que vamos a describir brevemente.
El viscerotónico, en su tipo más puro, que es el que
examinamos, busca, como ley natural de su temperamento, el reposo, la
comodidad, el descanso, la evitación
del esfuerzo muscular. Esta especie de pereza se muestra en todos los
movimientos e incluso en la preferencia por lo
cómodo y lujoso: muebles bajos y camas, sillones y divanes muelles
donde poder apoltronarse.
Y junto a la pereza, la lentitud: lentitud en los
movimientos, en el andar, en las reacciones, tanto verbales como
motrices. El viscerotónico es antideportista,
pues su actuación resulta
siempre demasiado lenta y no consigue ligar las jugadas con su
equipo.
Su voz es también uniforme y sin estridencias. Hasta
los ojos mueve con lentitud y su misma respiración es más pausada.
En la cara apenas existe expresividad: sus formas son
blandas y suaves. Sus impulsos sexuales son también débiles y en
general le falta intensidad en todos los impulsos excepto en el
apetito propiamente dicho, en el de comer.
A todas las personas
sanas y normales les gusta comer, y, cuando se está hambriento, a
duras penas se puede uno
contener, tanto más cuanto que la acidez del estómago aumenta
durante el ayuno; pero aquí se trata de algo diferente y más
llamativo, pues el tipo que ahora consideramos da tal importancia al
acto de comer que mientras come no puede distraerse, ni hacer otra
cosa, considerándolo casi como una ceremonia: todo lo que se refiere
a las funciones digestivas
para él es un verdadero placer. Después de comer se sienta en una
butaca, generalmente baja, o se
tumba en un diván, dedicándose a la lectura, a fumar y a oír la
radio, pero sin otra delectación especial, pues todo gira en él
durante este tiempo en torno al acto fisiológico de la digestión,
aunque parezca estar en estado
contemplativo.
Otro aspecto de la personalidad
del viscerotónico es que se
refiere a su vida de relación, que guarda correspondencia con lo
anterior. Le satisface la amistad la compañía. Le gustan las formas
corteses y ceremoniosas. Tiene deseo de estar entre los demás, en el
grupo encuentra su medio
ambiente, pues dentro de él halla el apoyo y la protección que le
sirve como de almohada espiritual en que
reclinarse.
Es tolerante, y desea la aceptación y un ambiente
plácido y cómodo.
Tiene una gran facilidad para comunicar sentimientos a
los demás, aunque su contacto es uniforme y constante, sin altibajos
ni erupciones, ni tampoco de gran intensidad; triste o alegre,
siempre existe en él una emoción, y sintoniza fácilmente con los
demás. «Lleva, como suele decirse, el corazón en la mano», en el
sentido de que expone sus sentimientos íntimos a la mirada pública.
Es amable y siente sincero interés, y curiosidad también, por y
hacia todo cuanto le rodea, personas y cosas; y una insaciable
necesidad de afecto y de aprobación, que viene a
ser como una especie de alimento para su
espíritu.
Por el hecho de
ser débil, es natural que toda su actitud ante el mundo sea pacífica
y promotora de paz, de armonía, de protección de los demás.
Difícilmente se atreverá a plantar cara, a discutir, a terciar
violentamente, a mantener su intransigencia,
a ser inflexible en sus negaciones, a ser contundente en sus puntos
de vista, porque esto significaría malestar y una situación
violenta, tanto en el orden físico como en el emotivo. Antes bien,
actuará con cierta diplomacia, procurando dar un rodeo y
sinceramente deseará darse por convencido, dejarse ganar y
conquistar por su oponente o interlocutor. Su amabilidad deriva hacia
la debilidad. Necesita rodearse de personas de las que está seguro.
Cuando quiere o precisa obtener algo, como carece de autoridad, apela
a argumentos emotivos para conmover a los demás, procurando pulsar
las fibras sentimentales a fin de poderlos manejar más fácilmente.
Una característica importante de las personas
viscerotónicas es la de convertirse en dominantes, a pesar de ser
suaves y blandas, una vez han conseguido adaptarse. Esto se debe a
que no pueden soportar que los demás hagan cosas distintas de las
que sirven para su seguridad, apoyo, protección, etc. Sin embargo,
su misma emotividad hace que obren siempre con el corazón en la
mano, sin guardar rencores ni antipatías, brindando su amistad
sinceramente a todo el que les acepta; esto les hace ganarse
fácilmente la general simpatía, teniendo a su favor los
sentimientos de los demás cuando los necesitan.
Personalmente, el viscerotónico es un hombre -o mujer-
que se siente satisfecho de sí mismo y de sus relaciones con la
gente y con el mundo, sin apurarse en las situaciones difíciles,
manteniéndose siempre plácido, como si no tuviera la facultad de la
previsión porque puede turbar su sosiego.
No mira al mañana, sino al ahora. Y su sentido del
progreso y de la responsabilidad está muy menguado.
Es persona blanda en toda su constitución psíquica,
sin dinamismo ni potencial energético.
En su infancia, y es ésta una nota muy típica del
temperamento que estamos analizando, no ha tenido nunca rabietas ni
posteriormente tampoco explosiones de ira o enojo.
Además de las características citadas que pueden
apreciarse con bastante exactitud en unas breves relaciones de trato
personal con el individuo que deseamos conocer, Sheldon añade otros
rasgos, que enumeramos a continuación:
Sociabilidad en el comer.
Amabilidad indiscriminada.
Insaciable necesidad de afecto y aprobación.
Interés y curiosidad hacia los que le rodean.
Dormir profundo.
Bajo el efecto de una moderada cantidad de alcohol,
aumentan los demás rasgos de la viscerotonía.
Necesidad de compañía en momentos de congoja.
Profundo amor al período de la infancia y fuerte
adhesión emocional a la familia, a la idea de familia y
especialmente al concepto de amor maternal.
Ya dejamos indicado que estas características describen
un caso extremo, y que en la realidad este temperamento se encuentra
combinado en mayor o menor grado con los otros.
Enjuiciándolo críticamente, el viscerotónico, tiene
aspectos negativos, o defectuosos, como la falta de energía corporal
y anímica pero otros son positivos y valiosos, como la capacidad de
concordar y estar a tono con los demás, sintonizando en todo lo
tocante a la vida afectiva; la facultad de congraciarse con los
demás, el sentido del humor, la sensibilidad en el trato, la
humanidad y diplomacia, la tendencia a la paz y a la concordia.
La falta de este componente viscerotónico en una
persona concreta, supone la ausencia, en la proporción
correspondiente, de los rasgos temperamentales diseñados.
Somatotonía
Su actitud física, su postura y sus movimientos
aparecen afirmativos, firmes, decididos, y en su persona se revela
una característica prontitud del cuerpo a la acción. Anda erguido,
con la cabeza alta, los hombros hacia atrás, el pecho dilatado y su
marcha es animada y resuelta. La mímica de la cara y manos cuando
habla es vigorosa y enérgica, sobre todo si discute y se altera.
Siente afición al movimiento y a la aventura física,
al esfuerzo; le seduce el riesgo, el peligro y la lucha, por el
simple hecho de serlo, prescindiendo de los objetivos que se persiga
en ellos y llegando a la temeridad, que constituye para él la mejor
diversión. Si es conductor, por ejemplo, se deja ganar a gusto por
la fiebre de la velocidad, y disfruta entregándose a los juegos
atléticos más violentos, al alpinismo, carreras, equitación, etc.
Tiene una enorme facilidad para la acción, debido a la
movilidad de su abundante energía, que fluye incontenible,
espontánea, sin que se vea interferida por una fatiga o somnolencia
crónicas, ni por inhibiciones o restricciones mentales. Está
siempre pronto a la acción, como si sus músculos no conocieran el
cansancio. Para las personas en las que domina este temperamento, las
primeras horas de la mañana son las mejores del día para
desarrollar sus actividades sintiendo cada vez mayor gusto, según
corren los años, en levantarse temprano. Son personas muy
madrugadoras.
Esta inclinación somática a la actividad les confiere
una gran facilidad para convertir sus ideas en obras. No se detienen
en los aspectos teóricos y especulativos del pensamiento, sino que
en seguida tienden a buscar su realización. Son personas que
construyen, fabrican, hacen, en una palabra: realizan.
Esta tendencia se manifiesta en sus gestos y palabras,
instrumentos de la relación interhumana. Su mímica es expresiva y
directa; se dirigen sin rodeos a la persona con quien desean hablar,
y con ademanes que no dejan lugar a dudas, por lo contundentes y
francos, dicen lo que sienten. No hay en ellos la excesiva
condescendencia y zalamería que domina a los viscerotónicos y que
les hace depender de los demás, ni son huidizos y subjetivos como
los cerebrotónicos. El somatotónico es objetivo e impersonal: su
asombrosa franqueza no hiere, de ordinario, precisamente porque brota
con la máxima espontaneidad y sinceridad, que impersonaliza las
frases despejándolas de segundas intenciones. Al hablar, es
concreto, escueto, tajante, decidido, directo, rápido, breve. Tan
abierto que a veces resulta brusco y duro, procura decir las cosas de
manera precisa y sin remilgos ni eufemismos, siendo sus palabras fiel
expresión de su pensar y de su sentir.
Su voz suele ser penetrante, de modo que aunque hable
sin levantar el tono, se oye con claridad a distancias inverosímiles,
como si dominase el mundo de los sonidos. Es ésta una característica
tan típica de los somatotónicos, que puede servir de base para
distinguirlos.
Este fuerte impulso a la acción y al dominio les hace
autoritarios: desde un punto de vista físico, son arrojados y
combativos, necesitando adoptar siempre la actitud de vencedores.
Prontos en la iniciativa para llegar al fin antes que los otros, no
sienten reparos en tomar las medidas que sean necesarias, o en
preguntar a los demás. Lo mismo que el viscerotónico depende de «la
buena voluntad social», y el cerebrotónico de su «agudeza
sensorial» y de su precaución y cautela, el somatotónico se apoya
en su vigor vital. Se sitúa en seguida en el ángulo competitivo y
se lanza inmediatamente a ganar la carrera de la competencia.
En otros aspectos, su afán de ser los primeros les hace
déspotas: están convencidos de que siempre tienen razón, y no
suelen dar su brazo a torcer, ni aceptan los argumentos y consejos de
los demás. Quieren ante todo dominar, mandar, triunfar, estar
encima.
Un rasgo interesante de las personas en las que domina
este temperamento es que ofrecen un aspecto externo y adoptan unas
posturas y una actitud corporal y mental de mayor madurez de la que
corresponde a su edad fisiológica, dando la impresión de ser
mayores de lo que en realidad son. El niño somatotónico parece
tener dos años más, por sus rasgos físicos, su modo de hablar y de
comportarse. Y el adolescente, está más maduro y asentado que el
promedio de los jóvenes de su edad. El individuo mismo se siente más
viejo de lo que es, como si se hallara respaldado por una experiencia
adquirida más rápida y sólidamente que los otros.
Finalmente, en los momentos de congoja, el somatotónico
reacciona lanzándose más a la acción, a diferencia del
viscerotónico, que busca compañía para contar sus pesares y
descargarse en los demás; y del cerebrotónico que se cierra y
repliega en sí mismo, sufriendo él a solas su dolor o su
preocupación.
Con Sheldon enumeramos, a continuación, otros rasgos
del somatotónico:
Insensibilidad a muchas necesidades o deseos de las
personas que rodean al sujeto.
Claustrofobia. El gusto por lugares abiertos, grandes, o
espaciosos.
Inescrupulosidad. El individuo es inescrupuloso en el
sentido de que usará sin vacilar las cosas, e incluso las personas,
con el fin de lograr algún objetivo.
Indiferencia espartana al dolor y a las molestias
físicas.
Estrepitosidad general, sana, tanto en el movimiento
como en las demás actividades personales.
Mente objetiva, extensiva, extravertida. El individuo es
marcadamente extravertido en el sentido de que su atención se vuelve
en forma desproporcionada hacia la escena exterior y se ve así
separada -disociada- de la mentalidad interior. El individuo toma sus
decisiones en forma inmediata, sin examinarse a sí mismo y sin
examinar sus motivaciones.
Bajo la acción
de una cantidad moderada de alcohol, el individuo se torna agresivo
en forma más abierta, menos inhibida y más bulliciosa se siente más
expansivo y lleno de un sentimiento de poder.
Interés preferente hacia los objetivos y actividades de
la juventud.
Cerebrotonía
En este temperamento todos los rasgos se basan en el
predominio del sistema nervioso sobre los demás, siendo muy poca la
aportación visceral y mínima la muscular.
En primer lugar, suelen adoptar una postura encogida,
como si todo su cuerpo se hallase en tensión, reprimiéndose,
crispado y rígido, los labios apretados, los
músculos de la cara tensos, notándose esto
especialmente en el puente de la nariz. Los puños cerrados, las
manos escondidas, las piernas juntas o tensamente cruzadas una sobre
otra cuando están sentados, los brazos juntos por las muñecas o en
posturas poco naturales y tensas, los hombros
inclinados hacia adelante. Esta rigidez afecta incluso a las
funciones vegetativas: la respiración es poco profunda, contenida y
rápida; y en el aparato digestivo hay una continua tensión que
produce frecuentemente cierta constipación intestinal.
De ordinario no suele sentarse, o, en caso de hacerlo,
será en el borde de la silla, tendiendo siempre a replegarse,
acurrucarse y encorvarse para ocupar el mínimo de espacio posible.
Frente a esta inhibición corporal, que parece huir del
contacto humano y de la vida, el cerebrotónico mantiene la mente y
la atención siempre despiertas y vigilantes: existe en ellos una
excesiva atención consciente a todo, elaborando o tratando de
elaborar respuestas mentales a cuanto se ofrece a su mirada.
Le sirve a este fin de poderosa ayuda su fina agudeza
sensorial: tiene ojos y oídos muy agudos, a los que nada se escapa,
ni exterior ni interiormente. Por eso son sumamente aprensivos
respecto de lo externo y también de sus propios procesos interiores,
por ejemplo, de sus funciones digestivas, de su ritmo cardíaco o de
la salud de los pulmones, etc., y analizan una y otra vez sus
raciocinios y su visión de la vida desde el punto de vista personal.
Su mente es una gran incubadora en la que cobran vida todos sus
problemas y en donde todo pasa a ser objeto de un menudo estudio que
suele pecar de excesivamente teórico y, por lo
mismo, alejado de la realidad de las cosas y las
personas.
No obstante, el cerebrotónico siente la necesidad de
que nada de lo que pasa por el foco de su atención quede desligado
del conjunto, y todo tiende a encajarlo dentro del esquema mental en
que se hallan situadas sus experiencias anteriores. En su laboratorio
interior se halla a gusto y hasta es para él algo vital el retirarse
de vez en cuando como si allí necesitase reponer sus fuerzas para la
lucha de su vida. En realidad le agradaría poder vivir siempre
recluido en su soledad, compartiéndola a lo sumo con uno o dos
amigos íntimos.
Este exceso de vida mental suele mantenerse con sus
contenidos en el secreto de la intimidad. El cerebrotónico no es
comunicativo. Hace de su interior un castillo
en el que se repliega siempre que se siente amenazado, o cuando le
afecta algún dolor o sufrimiento físico o moral. Así como el
viscerotónico procura consolarse comiendo a ultranza o durmiendo a
pierna suelta, o en el trato con los demás,
y el somatotónico entregándose al esfuerzo y la lucha y olvidando,
el cerebrotónico o ectodérmico tiende a refugiarse en el estudio,
la meditación, la introspección o a volar en alas de su
imaginación. Es un tipo de personas que incuban y acumulan dentro de
sí muchos problemas, y a quienes cuesta en grado sumo hablar de lo
que sienten, porque han observado que la vida les
crea problemas cuando son
espontáneos en demasía al hablar, así como en
la expresión de sus afectos. Y se alarman también cuando ven actuar
a un somatotónico que adopta formas de hablar y de moverse con las
que ellos no pueden competir.
Un caso concreto y muy frecuente
en este temperamento en los años de la infancia, es el de niños
cerebrotónicos que, ya jovencitos, en la vida colegial sobre todo,
no han podido correr y jugar como los demás, ni vencer en ningún
deporte, teniendo que soportar las burlas de sus compañeros y de
otras personas; progresivamente se van encerrando dentro de una
coraza que les va aislando de los otros. Tratan de resolver sus
problemas en su interior, y mientras tanto se mantienen cada vez más
cautos y desconfiados, encerrándose en su torre de marfil al menor
peligro. Por eso sus músculos se tensan, como si estuvieran
preparados siempre para salvar alguna imprevista situación difícil
y temiendo no acertar con el gesto o con la postura más
convenientes. Este peligro que sienten como una amenaza continua, les
hace ser amantes de la soledad, por sentirse allí más seguros. Tal
es, a grandes trazos, el secreto de sus inhibiciones en el trato
social.
Otros rasgos que perfilan el modo de ser característico
de este temperamento son:
Una fuerte represión emocional: tienen natural
tendencia a ocultar sus sentimientos, lo que no quiere decir que no
sean tal vez más intensos que en las personas de otros
temperamentos. Les domina una especie de pudor afectivo, que les
impide descubrirse ante los demás, como si al hacerlo quedaran
desnudos ante la mirada pública. Por eso externamente revelan una
frialdad extremada que les hace aparecer insensibles a cuanto
significa vida afectiva: no sólo al dolor ajeno y aun propio, sino
también a la alegría, pues contienen su risa, ahogan la tos en la
garganta, tratan de hacer el menor ruido posible, temiendo siempre
distraer la atención ajena -como si sintieran una devoción casi
religiosa por la atención de los demás-, y mueven muebles, puertas
y todos los objetos de forma tan cuidadosa cual si no los tocaran
siquiera.
La primera impresión que produce una persona de este
temperamento suele ser muy inferior a su verdadero valer; no es
timidez, sino inadecuación para reaccionar en el plano de la
realidad a la altura que exigen las circunstancias, aunque éstas
sean apreciadas intelectualmente por el interesado. Sobre todo en las
primeras entrevistas con personas de mayor autoridad, produce una
impresión desfavorable o no tan buena como es capaz de producir en
circunstancias normales. En general, rehúye, tal vez porque se
siente inferior, toda clase de reuniones sociales, especialmente si
en ellas ha de tomar alguna parte activa, y si son de carácter
esporádico y superficial.
Como parecerá natural, los individuos de este
temperamento no gustan de espacios amplios, extensos, despejados,
abiertos. La inmensidad les asusta, detestan las cúspides de las
montañas, desde donde se divisa un horizonte circular, perfecto y
dilatado, y prefieren los valles hondos, tranquilos y boscosos,
protegidos por elevadas montañas o cuando menos por colinas. Se
encuentran bien, pero no felices del todo, pues nunca lo están por
completo, en los sitios donde se consideran protegidos por los
elementos naturales del ambiente, orográficos u otros, por
suponerlos adecuados para su protección, como si desde allí
pudieran ver el mundo y la vida con una perspectiva más honda y
real.
Un rasgo físico de este temperamento es la movilidad de
los ojos y el aspecto sensible de los músculos de expresión facial.
Especialmente los ojos son rápidos y despiertos, al mismo tiempo que
ingenuos y soñadores, y tienen un brillo especial. Evitan la mirada
directa de otras personas, y se mueven con rapidez en todas
direcciones.
El cerebrotónico suele parecer más joven de lo que en
realidad es, habiendo sufrido cierto retraso en la adolescencia y
conservándose en una juventud física muy prolongada.
Su interés y su mirada auscultan siempre el futuro, y
buscan en el más allá la liberación del período de su vida que
van dejando atrás, como si hubieran de encontrar después una
madurez a la que siempre aspiran y que ven alejarse como los
espejismos de agua en el desierto.
La juventud y los años que van quedando atrás son una
ascensión dolorosa de la que hay que desprenderse para llegar a la
meta: en ellos se sentían postergados y anulados, y buscan
rehabilitarse en el futuro.
Es predispuesto al insomnio y se fatiga excesivamente.
Las bebidas espirituosas apenas le producen la euforia que suele
causar en otros temperamentos, antes bien, cuando beben en dosis
reducidas, más bien experimentan depresión y se entristecen. En
principio, les repugnan las bebidas alcohólicas. Su exceso les lleva
al pesimismo y a un estado notable de postración. Pero cuando se
habitúan a la bebida, se vuelven locuaces, más ágiles y rápidos
en los procesos mentales; aunque los efectos del alcohol, a largo
plazo les embota la mentalidad, después de haberla estimulado.
Finalmente, el cerebrotónico es persona que mira
siempre el lado serio de la vida, pero con espíritu ágil,
inteligente, sutil y conceptivo. Ve el mundo desde un punto de vista
muy personal y subjetivo, y lo analiza intelectualmente; el
ectodérmico piensa principalmente en el fin de la vida, filosofa,
inquiere la verdad, busca las causas últimas y altísimas de las
cosas y considera las mismas sub specie
aeternitatis. Carga el
acento en el interior y en lo superior, y no se somete a los hábitos
externos de una norma de vida o un reglamento en el estudio, trabajo
y ni siquiera en el comer, dormir, eliminar, etc. Nada se repite del
mismo modo: la mente confiere novedad a cada acto en cada momento,
aunque se hayan realizado anteriormente muchos otros iguales, pero no
de igual manera. Por eso es reacio a la formación de hábitos
metódicos y regulares en cualquier vertiente de su actividad humana.
A esto es debido el hecho frecuente de obtener menor puntuación de
la que corresponde a su inteligencia -por lo general superior a la
media- en exámenes y competiciones académicas: la falta de método
en el estudio le hace llegar en condiciones inferiores al momento de
dar cuenta de lo que sabe.
Son cualidades buenas y positivas de este temperamento
la exquisita sensibilidad y la capacidad de discernimiento y la
potencia conceptiva y de asimilación. Y defectos: esa cierta
frialdad que los aparta del sentimiento humano inmediato; su visión
de las cosas y de las personas demasiado conceptiva y abstracta; su
capacidad ejecutiva mediocre, especialmente si se trata de tipos
temperamentales puros o acentuados.
Para ellos la verdad es aquello que es en sí mismo la
realidad tras las apariencias fenoménicas, pero también lo que
racional o intelectualmente pueden concebir, asimilar, exponer,
justificar, razonar, demostrar o sentar como teoría, principios,
postulado o doctrina. Hay muchos letrados que pertenecen a este tipo
y para quienes es verdad, subjetiva desde luego, lo que pueden
sostener dialécticamente con ayuda de argumentos decisivos que no
han podido ser invalidados por el contrincante. Son creyentes de la
potencia inmensa de la mente. Creen en el mens
agitat molem.
Estas son las descripciones correspondientes a los tres
tipos extremos. En la mayoría de los casos, no obstante, existe una
mezcla más rica de los componentes primarios, correspondiendo
entonces a temperamentos en los que los rasgos temperamentales
descritos aparecen también más combinados. A partir de la
observación de estos tres tipos constitucionales extremos, de los
que probablemente todos conocemos personalmente algún ejemplo,
conviene ir ejercitándose en observar en qué grado aparecen
combinados los tres elementos constitucionales en las personas que
nos rodean, a la vez que comprobamos sus manifestaciones
temperamentales. Poco a poco se irá adquiriendo así una experiencia
que se mostrará de gran utilidad en la convivencia y relación con
las demás personas.
Recordemos a este efecto que el primer componente
constitucional -la endomorfia- incluye las vísceras, la grasa, el
agua y la linfa.
El segundo componente constitucional -la ectomorfia-
corresponde al desarrollo de la piel, sistema nervioso y órganos de
los sentidos.
Los dos primeros componentes se juzgan de un modo
positivo por el mayor o menor volumen y configuración de los tejidos
correspondientes. El tercer componente, en el método de Sheldon, se
valora por la ausencia relativa de los otros dos, es decir, cuando
las vísceras ocupan un volumen mínimo y el aparato locomotor es
asimismo frágil. Esto constituye quizás un punto débil en el
sistema, por lo demás excelente, de Sheldon.
Nosotros recomendamos observar el desarrollo o calidad
del sistema nervioso por sí mismo, positivamente, esto es, la
agudeza sensorial, la precisión de los movimientos, la rapidez de
las reacciones, la claridad de comprensión, la agilidad de la mente,
etc. Igualmente creemos que es importante distinguir en el segundo
componente, la mesomorfia, si existe predominio del esqueleto
-elemento estático, de sostén y de resistencia - o predominio
muscular y circulatorio -elementos dinámicos-. En el primer caso
(predominio óseo) el temperamento tendrá más las características
de perseverancia, paciencia, resistencia para encajar las
dificultades de toda clase, seriedad, tendencia a la abstracción y
al ensimismamiento. En cambio, si predomina el elemento dinámico -el
sistema muscular y circulatorio-, la persona encajará directamente
en la descripción que hace Sheldon del temperamento somatotónico.
Aplicaciones
inmediatas del conocimiento de los temperamentos
Nuestra personalidad tiene muchas dimensiones, consta de
muchos factores, de los que
el temperamento es tan sólo
uno. Por esta razón hemos de evitar el querer definir a las personas
con solo los datos que nos proporciona el estudio del temperamento.
Pero el conocimiento del temperamento es
de gran importancia para discernir el sentido
general, la dirección básica de una conducta. Es posible, a veces,
que los factores adquiridos del exterior tiendan a querer deformar la
tendencia natural del temperamento. Tal ocurre, por ejemplo, cuando a
un cerebrotónico se le forma con la idea de que ha de ser una
persona de acción, combativa y que ha de ponerse a la cabeza de una
empresa comercial. Si esta persona carece de suficiente factor
mesomórfico -somatotónico- por más que se esfuerce, nunca podrá
ser un hombre de lucha en el sentido corriente del término;
intentará aparecer como
si lo fuera, pero a costa de mucho esfuerzo
interior, con escaso rendimiento exterior y con la imposibilidad de
mantener este tono de vida con cierta continuidad. La persona se
sentirá fracasada y lo será realmente, por haberse forzado a seguir
un camino opuesto a lo que era su aptitud natural, por haber nadado
contra la corriente profunda de su verdad biológica. Esta misma
persona hubiera probablemente triunfado dentro de una actividad más
estrictamente intelectual o quizás artística y, desde luego, en
esta dirección se sentiría mucho más a sí mismo, sin tanto
esfuerzo, y con más resultados positivos.
Lo importante, como se ve en al anterior ejemplo, es
desarrollar la personalidad dentro de la línea natural de las
propias tendencias y aptitudes, trabajando para conseguir el máximo
perfeccionamiento del propio temperamento, sin quererlo cambiar
artificialmente por otro. Estos problemas, que son más frecuentes de
lo que se cree, son debidos en gran parte a la educación
indiscriminada que recibimos en nuestra infancia y en nuestra
adolescencia. La sociedad nos pone frente a los
ojos una figura ideal del hombre tal como lo
admira -en la sociedad actual esta imagen es la del hombre
somatotónico- y nos estimula a imitarlo
y a ser como él, sin tener en cuenta nuestras
verdaderas tendencias y necesidades.
Las aplicaciones más inmediatas que puede tener para el
hombre de acción el conocimiento de los temperamentos, son las
siguientes:
1ª. Ver con más claridad cuáles
son sus propias tendencias temperamentales y
gracias a ello fijar con mayor precisión no
sólo el objetivo más adecuado de su vida, sino
también el mejor modo de conseguirlo, esto es, la línea de acción
para la cual está naturalmente más capacitado. Siguiendo y
perfeccionando esta línea natural y espontánea encontrará mayor
satisfacción y más eficiencia que no pretendiendo seguir normas
impuestas forzadamente del exterior o queriendo imitar algún modelo,
por bueno y excelente que sea en sí mismo.
Evidentemente nos referiremos aquí tan sólo a
la disposición interior del individuo, aparte de
la formación concreta de tipo técnico o comercial que el mejor
desempeño de su función pueda requerir. Queremos señalar con ello
el peligro de que la persona introduzca dentro de
la imagen idealizada de sí misma elementos que estén en
contradicción con otros
contenidos más profundos de su mente, lo que sólo produciría
tensiones, conflictos y malestar interior. La conducta inteligente
consiste en encauzar hacia un fin útil todas las fuerzas y
tendencias naturales de la personalidad, en vez de suprimir o mutilar
alguno de los contenidos vivos de nuestro ser. Quien trabaja a favor
de la naturaleza tiene toda la fuerza de la naturaleza a su favor.
2ª. Mejor valoración de las
posibilidades de acción de los demás.
Cuando nos venga una persona de marcado
predominio viscerotónico, por ejemplo, sin que parezca poseer
suficiente aporte somatotónico, y nos hable con tono vehemente de la
nueva actividad que él va a emprender o de las muchas que puede
hacer por nosotros, podemos razonablemente poner en duda sus
afirmaciones: o quiere impresionarnos favorablemente con un fin
determinado, pero sin estar en condiciones de cumplir lo que dice, o
bien él se engaña a sí mismo, siendo víctima de sus deseos y de
su imaginación.
En la selección de personal tendremos ya una norma,
parcial aún y que debe ser completada con el estudio de los demás
factores, pero siempre cierta. Ningún examen psicotécnico
contradecirá nunca las indicaciones básicas dadas por un
buen estudio del temperamento, sino que siempre
las complementará.
3ª. Disponer de un medio seguro
para saber cómo tratar a las personas. Cada
temperamento, en efecto, tiende, como se ha visto, a un tipo de
valoración, o si se quiere, a la preferencia por un enfoque
particular de las cosas.
Al componente viscerotónico de nuestro interlocutor hay
que hablarle, en tono de buen humor, del bien o del bienestar, de la
costumbre tradicional o de la norma social. Al componente
somatotónico, hay que invitarle con entusiasmo a la acción, a la
lucha, a la superación, a la
reacción; responde automáticamente a todo desafío y a una discreta
llamada a su amor propio. El
factor cerebrotónico, en cambio, necesita la explicación razonada,
la demostración, el proyecto y la planificación.
Todos tenemos, a Dios gracias, los tres componentes. Se
trata, pues, de establecer la proporción aproximada de cada uno de
ellos. Esta proporción nos dará el tono exacto con que debemos
llevar básicamente nuestra conversación, aparte de otros factores
circunstanciales, para conseguir una plena resonancia en nuestro
interlocutor.
3. PSICOLOGÍA EVOLUTIVA
Vamos a trazar un breve esquema de las fases que sigue
la línea evolutiva de la psicología del hombre, desde su nacimiento
hasta la senectud.
Cada uno de nosotros se encuentra en un punto concreto
de la evolución psicológica, cuyos rasgos generales son comunes a
todos los individuos de cada
sexo. Por lo que la meta que pretendemos conseguir -el pleno
desarrollo de la personalidad no es nada fijo, ni mucho menos común
para todos, sino que hay que buscarla dentro de las naturales
limitaciones impuestas por realidades que caen fuera del dominio de
nuestra libertad. Hemos hablado ya anteriormente con cierta extensión
de una de las limitaciones a esa libertad, el temperamento. La edad
psicológica es otra. Un adolescente, por ejemplo, no puede dar el
rendimiento mental del que será capaz cuando se convierta en hombre
maduro, ni un anciano tendrá la retentiva memorística del joven.
Cada edad, dentro de límites más o menos variables, según los
individuos, posee determinadas capacidades. Conocerlas es colocarse
en el plano realista de nuestro trabajo interior, pues nos hará
comprender por un lado la clave de ciertos defectos aparentes,
propios de la edad más bien que personales, orientándonos en el
camino a seguir, y nos descubrirá por otro, zonas que teníamos
descuidadas y que podemos explotar por encontrarnos en el momento más
propicio de nuestra vida para conseguir en ellas un mayor desarrollo
y rendimiento. Aparte, naturalmente, de la utilidad que dichos
conocimientos pueden reportarnos para comprender mejor las personas
que nos rodean, en beneficio suyo y nuestro: hijos, cónyuge y otros
familiares, amistades y demás personas con las que hemos de entrar
en contacto, cada una situada en una edad y sometida a los rasgos
generales propios de la misma.
Etapas
de la evolución psicológica del hombre
PRIMERA
INFANCIA: Desde el nacimiento a los siete años.
1. Los cinco primeros años de vida:
a) Etapa de adiestramiento social
elemental, que alcanza hasta los quince o dieciocho meses:
Se desarrollan las tendencias propias de la especie
humana, no sólo como respuesta a un estímulo externo, sino
primordialmente surgiendo desde dentro.
En los primeros trimestres el niño va adquiriendo el
control de sus músculos, llegando durante el primero a mantener
erguida la cabeza, y en el segundo a mover la cabeza y los brazos a
voluntad, a vocalizar -se trata del llamado «laleo»-, y dar
muestras de esperar el alimento a las horas de costumbre.
En el tercer trimestre el niño adquiere también el
dominio del tronco y manos y articula las primeras sílabas,
intentando repetir lo que se le dice, y atendiendo al oír su nombre.
En los trimestres siguientes extiende el dominio a
piernas, pies y dedos de los pies, andando ya, y a sus esfínteres;
empieza a hablar muy imperfectamente.
b) Etapa de inserción en la sociedad doméstica, que
comprende desde los dieciocho meses a los cuatro o cinco años:
Consigue controlar sus necesidades de eliminación en el
segundo año, y en los siguientes transmite su pensamiento en frases
y oraciones, empieza a adaptarse al medio familiar en los usos que
éste exige -comer solo, vestirse y lavarse, etc.-, hasta llegar a
los cinco años sabiendo articular correctamente toda clase de
palabras y expresarse con plena soltura, así como tener un dominio
total de su aparato locomotor; busca a sus iguales para el juego, y
empieza a sentir curiosidad por las cosas -edad del «¿por qué?»-.
Toda esta evolución sigue una línea en la que se
manifiesta una progresiva tendencia hacia la actitud erguida de su
ser como independiente y personal. Esta tendencia se marca
especialmente en el llamado «período de la resistencia», entre los
3 y los 5 años, en el que el niño reacciona con resistencia y
tozudez, sintiendo en ello reafirmar su personalidad frente a los
demás. Es una etapa normal y su ausencia, aun parcial, puede
significar una voluntad débil y blanda en el niño.1
1. En estas breves descripciones
de la evolución psicológica de la infancia y de la adolescencia,
seguimos, resumiéndolas, las ideas de los siguientes autores: A.
Gesell, E. Mira, L. Kanner, L. Carmichael y M. Tramer (v.
bibliografía).
2. De los 5 a los 7 años, o segunda etapa de la primera
infancia:
Corporalmente el niño está en pleno desarrollo y
camina hacia una meta de perfección infantil, ganando en armonía
corporal y en agilidad.
Empiezan a manifestarse los primeros indicios de
actividad intelectual propiamente dicha y consciente: incipientes
deducciones lógicas e inducciones generales a partir de sus
experiencias, aunque sólo aún de tipo físico. Da muestras
evidentes de que distingue entre lo esencial y lo accidental de las
cosas. Rigen para él los primeros principios lógicos, de
contradicción, identidad, etc., lo mismo que la relación de
causa-efecto.
Afectivamente, hacen acto de presencia los «sentimientos
valorativos» y aparecen intereses altruistas, de gratitud,
compasión, etcétera. Nace también una preocupación moral y un
sentido de responsabilidad ante sí mismo de sus propios proyectos.
Socialmente el niño comienza a trabar amistades,
agrupándose varios amigos en «pandilla», con un código interno
del grupo, que sigue a un jefe, más capaz que el resto.
En el aspecto volitivo, el niño manifiesta una
tendencia cada vez mayor a mirar en sus actos hacia el futuro que él
mismo trata de proyectar.
SEGUNDA
INFANCIA: De los 7 a los 10 u 11 años.
Hacia los 8 años el niño cambia de dentición y
experimenta un rápido crecimiento corporal en altura, con
manifestaciones de excitación y termina de insertarse en su
psiquismo la noción del mundo objetivo que le rodea. A partir de
aquí, la razón adquiere un papel predominante en su pensamiento -en
las niñas un año más tarde - y se inicia una franca diferenciación
de los rasgos psíquicos propios de cada sexo.
En los niños el interés se dirige hacia fuera, hacia
la aventura, gozando con las narraciones históricas y las
construcciones que exigen habilidad técnica.
En las chicas el interés converge en la familia y las
amistades, mostrando predilección por la fantasía de los cuentos y
fábulas.
Entre los 9 a 11 años llegan los dos sexos a un punto
máximo dentro de la infancia, con un sentido de plenitud vital que
hace adoptar una actitud abierta, franca, cordial y hasta altanera.
EDAD
PREPUBERAL: De los 11 a los 13 años.
Los 11 años marcan una trayectoria distinta para cada
sexo:
Las chicas experimentan una regresión entre los 11 y 13
años, como si se adelantase la crisis puberal: disminuye
notablemente su rendimiento, decae el vigor corporal, y la chica
adopta una actitud general de apatía e inhibición ante sí misma y
ante los demás, replegándose en su interior y manifestando
displicencia y terquedad. Esta etapa dura hasta la menstruación,
hacia los 13 años, y constituye una segunda fase negativa o de
resistencia.
Los chicos siguen una trayectoria ascendente todavía,
que aumenta la propia sensación de fuerza, ya notable en la etapa
anterior, con lo que llegan a una actitud algo infatuada -«edad del
pavo»-, de oposición al no-yo, llámese éste padres, superiores o
compañeros, que se manifiesta en rebeldías y peleas, como expresión
de la propia exuberancia vital que les hace sentirse centro de todo
lo demás. En otro aspecto, el chico busca la realidad, y el contacto
directo con ella le hace tener como virtud máxima la sinceridad. Con
todo ello se prepara para el equilibrio inestable característico de
la etapa siguiente, provocándose una progresiva separación de la
influencia paterna. Por todo lo cual también este período señala
para los chicos, de modo distinto que en el sexo femenino, una
segunda fase negativa.
En esta etapa hace su aparición un creciente interés
por el mundo sexual, que anteriormente apenas existía para el niño.
Surge una fuerte inclinación a tocar los órganos sexuales propios y
de otros niños, una curiosidad creciente despertada por los menores
estímulos, por conocer el origen de la vida, etc.
PUBERTAD
Y ADOLESCENCIA
Es una etapa de transición entre la infancia y la edad
adulta, y, como tal, llena de contradicciones.
En su obra, Mira y López hace un detallado análisis de
los rasgos generales que perfilan las manifestaciones vitales del
adolescente, entre los que destacan los siguientes:
a) Corporales:
Se producen notables alteraciones somáticas, que rompen
la armonía del cuerpo, propia de la edad anterior. La desproporción
en las dimensiones de las distintas partes del cuerpo produce una
natural falta de gracia en los gestos y movimientos.
Los cambios son seguidos de cerca por el propio sujeto.
Lo mismo ellos que ellas están continuamente observándose y con
frecuencia reflejan por escrito sus impresiones sobre su cuerpo,
destacando los rasgos negativos. Tienen una gran tendencia a mirarse
al espejo: las chicas observan con preocupación los menores detalles
que maculan su belleza y ellos espían en sí mismos la musculatura y
otros rasgos de masculinidad. Consecuencia natural es el miedo
exagerado al ridículo por el temor de que los demás puedan echar de
menos lo más cotizado en cada sexo: la belleza y el vigor
respectivamente. Para compensar sus defectos o realzar sus cualidades
corporales lo mismo que por el aumento de la valoración del aprecio
social, hace su aparición un fuerte deseo de vestir bien, pero según
su gusto personal, lo que suele chocar con las imposiciones
familiares a este respecto.
b) En su personalidad:
1. Intelectualmente: hasta ahora apenas ha hecho su
aparición el pensamiento propiamente abstracto, como elaboración
propia y perfectamente delimitado. Es en la pubertad cuando el
muchacho y lo mismo la chica empiezan a «filosofar», realizando
abstracciones y relacionando conceptos. Surge entonces la aspiración
a «reestructurar su estilo de vida» (Mira y López) de acuerdo con
la nueva jerarquización de sus ideas y con las conclusiones a que le
van conduciendo sus experiencias fuera de la tutela familiar y
escolar, a las que antes vivía sometido y de las que ahora va
prescindiendo cada vez más. Sin embargo su inseguridad le mueve, en
este terreno, a encarnar en una persona concreta su ideal de vida, un
profesor, un compañero de estudios, un personaje de la vida real o
fantástica, de una novela o película, con la cual se identifica y
que no suele durar mucho en el pedestal, pues difícilmente sigue la
línea predilecta del púber, y entonces éste cambia.
Intelectualmente, por lo tanto, sólo se inicia el tanteo de caminar
con los propios pies, y lo que en realidad hace el muchacho y la
chica es andar a la deriva, siguiendo ahora a uno y luego a otro, y
dudando o dogmatizando según se tenga o no a mano un ideal.
2. Domina esta fase una gran inestabilidad emotiva: tan
pronto se cree el muchacho, o la chica, que es el centro del
universo, como se considera un ser inútil y sin sentido, sin que
medien, a veces más que horas entre uno y otro sentimiento. Esta
agitación de todo su ser que se revuelve y quiere asentarse en algo
fijo sin conseguirlo, crea un continuo desasosiego y una sensación
de angustia vital.
3. En la misma esfera emotivo-afectiva-vital, y como
efecto del aumento de hormonas sexuales en circulación, aparece un
intenso erotismo, de franca expresión sexual, que convierte en
estímulos y representaciones imaginativas del sexo opuesto aun las
acciones y objetos más neutros sexualmente. Todo le recuerda el sexo
opuesto: desde la madre o el padre, respectivamente, hasta una mesa o
la tierra, un olor o una sensación táctil, como si toda la
naturaleza y los objetos todos se sexualizasen a sus ojos. Sin
embargo no concretan todavía en una persona preferentemente
determinada estas fantasías y sentimientos.
4. Afirmación de la personalidad: una de las más
destacadas características de la pubertad es una fuerte tendencia a
la afirmación de su yo frente a la familia y la escuela y frente a
la sociedad en general que le trata aún como un niño. El púber
reacciona ante esta situación que cree injusta, y procura por todos
los medios salir por los fueros de su sentido de personalidad. Como
aún no ha conseguido el dominio de sí mismo que pondrá en sus
manos la seguridad propia del adulto, cae en una lucha indecisa que
le convierte en juguete de sí mismo, haciéndole alternar entre
períodos en que se desenvuelve con una serenidad artificial, y otros
de regreso a tipos de conducta y reacciones infantiles. Aníbal Ponce
ha caracterizado este hecho diciendo que el púber oscila entre los
dos polos de la «ambición» (ideal deseado), y la «angustia»
(realidad actual).
LA JUVENTUD Y LA MADUREZ
La etapa juvenil, que podríamos considerarla extendida
entre el apaciguamiento de la ebullición puberal, hacia los 18 años
en los varones y hacia los 16 en las hembras, hasta la madurez, entre
los 22 a los 26 años en los varones y entre los 20 a 24 en las
hembras, se caracteriza por una progresiva independencia en el
aspecto económico y en la iniciativa y responsabilidad de los actos
y por la transformación de los criterios.
El joven tiene que enfrentarse con una mayor complejidad
de todos los antiguos problemas, y además:
- Con la preparación para afrontar la lucha en el
terreno profesional. Durante la adolescencia y pubertad el problema
profesional se enfoca más bien desde un punto de vista vocacional,
de orientación mediante la interpretación de las propias tendencias
y necesidades a que dan origen los impulsos, las aficiones y
aptitudes. En la juventud, continúa este tanteo, pero en él, el
sujeto se acerca cada vez más a la realidad. Es todavía una
preparación. Se está maduro profesionalmente cuando se ve claro y
se toma conciencia de la profesión.
- Con el problema de construir una nueva concepción de
la vida y una filosofía personal que sea al mismo tiempo síntesis
de todas sus experiencias y tenga la coherencia y adaptabilidad
necesaria para poder interpretar el mundo y servir de base positiva a
la postura personal ante su pasado y su futuro.
El complejo de problemas que implican el abandono del
domicilio de sus padres y el establecimiento de una nueva familia:
encontrar consorte, medios económicos suficientes, etc.
- La tensión sexual alcanza su punto culminante en la
fase de la juventud, haciendo por lo mismo más necesaria la
orientación, tanto más cuanto que hoy, debido a la complejidad de
la sociedad, resulta más difícil el ajuste del individuo y aumentan
las exigencias que se le plantean, retrasando la edad en que contrae
matrimonio, con lo que se alteran también la duración del noviazgo,
el tipo de relaciones mutuas, los proyectos que dependen de la
solución que se dé al problema profesional, así como el número de
hijos.
La atracción sexual genérica en la pubertad, se
concreta ahora en una persona determinada, con la que se mantienen
relaciones constantes y exclusivas, estabilizándolas con el contrato
matrimonial.
«En la gran mayoría de los casos el matrimonio es
cuestión interna de un mismo grupo, es decir, las dos partes
contrayentes tienden a ser de la misma raza, nacionalidad, religión
y estado socioeconómico» (Davis y Reeves).
Hasta tal punto que parece ser que el 50 % de los
matrimonios se contraen entre individuos que habitan en un mismo
barrio y un 25 % por parejas cuyos domicilios no distan entre sí más
de cinco manzanas o bloques de casas.
Es interesante y curioso a este respecto la encuesta de
Adams en la que un número de solteros y solteras obtuvo en sus
respuestas el siguiente porcentaje a esta pregunta: «¿Qué espera
usted del matrimonio»?, contestaron:
SOLTEROS
Compañía 40 %
Reducción de tensión 30 %
Amor 30 %
Hijos 10 %
Hogar 5 %
SOLTERAS
Amor 33 %
Seguridad 27 %
Compañía 20 %
Hijos 11 %
Reducción de tensión 9 %
Y según los resultados de Vail y Stault, las cualidades
que ambos sexos prefieren en el consorte son:
Carácter moral.
Semejanza de intereses.
Inteligencia.
Según Cattell, las personalidades defectuosas tienden a
quedar excluidas del matrimonio, por ejemplo los individuos
emotivamente inmaduros o defectuosamente integrados, los
delincuentes, las personas con tendencia histeroide, etc. Este hecho
hace ver un proceso selectivo en la vinculación conyugal. Según el
mismo autor, existe también un proceso clasificador, por el que
tienden a unirse matrimonialmente parejas que pertenecen a un mismo
grupo de promedio de cualidades y condiciones, aproximándose a una
correlación en torno a 0,50 respecto a la mayoría de las
cualidades: estatura, peso, salud, inteligencia, nivel cultural,
grado y tipo de educación, intereses, tendencias comunicativas y
expansivas, etcétera; y sólo se exceptúan ciertos rasgos, como la
tendencia dominante o sumisa, en la que la correlación se aproxima
más a una complementación que a una semejanza.
Lo expuesto es más una problemática propia de la
juventud que una descripción de las características de esta fase de
la vida. Sin embargo la juventud es la época de la solución de los
principales problemas que se plantean al individuo para el resto de
su vida.
Afortunadamente el joven se halla con todas sus energías
al máximo de su rendimiento, lo que le sitúa en las mejores
condiciones para resolver con las mayores probabilidades de acierto
dichos problemas, aunque, de hecho, la experiencia demuestra un alto
porcentaje de errores.
LA
EDAD ADULTA
La edad adulta se sitúa generalmente entre los 25 y los
45 años, aunque puede y suele prolongarse más por su límite
posterior, y supone la madurez en todas las facetas de la
personalidad. Estudiaremos cada una de ellas, concretando las
características más salientes.
I. INTELIGENCIA: 56 profesores de Universidad, en una
investigación de Eckert, trazaron la descripción de la madurez
intelectual según los siguientes rasgos fundamentales:
1. Emitir juicios racionales sin matizarlos con tonos
emocionales.
2. Ser capaz de percibir relaciones y correlacionar
objetos y materias.
3. Actitud crítica y valorativa ante los problemas.
4. Independencia en el modo de pensar y obrar.
5. Experiencia y trasfondo más amplio en las cuestiones
a debatir.
6. Iniciativa en el trabajo intelectual, sugiriendo
problemas y preguntas inteligentes.
7. Capacidad de aplicar los conocimientos utilizando
principios generales en situaciones específicas.
8. Comprensión y apertura con capacidad para asimilar
ideas y deseo de hacerlo.
9. Pronta comprensión de nuevos hechos e ideas.
10. Sentido de los valores desde el punto de vista
filosófico.
11. Intuición, capacidad para separar lo accidental de
lo accesorio y para implicar problemas.
12. Actitud tolerante frente a los demás y a sus ideas.
13. Capacidad para suspender el juicio hasta obtener
mayor convicción y más sólidas razones.
II. SOCIABILIDAD: Los rasgos que indican haber
conseguido la madurez social son:
1. Juicio maduro sobre problemas y asuntos de
trascendencia.
2. Capacidad para emprender actividades de cooperación
sobre una base sana y adecuada.
3. Asumir la responsabilidad de los propios actos.
4. Haber conseguido una amplia gama de amigos elegidos
fundadamente.
5. Tener independencia de juicio y acción, aunque
respetando las opiniones y derechos del prójimo.
6. Capacidad para adoptar una postura objetiva frente a
sí mismo.
7. Demostrar flexibilidad en la adaptación a las
distintas situaciones entre ellas al papel desempeñado.
8. Dirigir el pensamiento y la acción hacia proyectos
no sólo inmediatos sino ordenados a acciones a largo plazo.
9. Haber superado el egocentrismo en las conversaciones
y acciones.
10. Valorar los propios asuntos y problemas de acuerdo
con el bien del grupo, más bien que con relación a la repercusión
que pueden tener sobre él mismo.
III. PROFESIÓN: Por madurez profesional se entiende la
disposición adecuada para realizar la elección profesional con
acierto. Se consideran estos criterios de madurez:
1. Conciencia de que se ha de efectuar la elección
profesional.
2. Aceptación de la propia responsabilidad.
3. Información profesional.
4. Previsión profesional: haber proyectado algo en
relación con el futuro profesional.
Respecto a esta previsión, debe abarcar los tres grados
previsión a largo plazo, a corto plazo, y a plazo intermedio, y debe
ser independiente de la experiencia profesional anterior.
La madurez profesional liga al hombre a su trabajo, le
brinda la posesión admitida del lugar que le corresponde en el
conjunto social y la posibilidad de su orientación política.
IV. MATRIMONIO: En la sociedad conyugal se refleja la
madurez o su falta. Hay factores que afectan de un modo positivo al
éxito del matrimonio: el instinto sexual, la sociabilidad, la
tendencia a la protección activa y pasiva, el miedo o el ansia o
necesidad de seguridad, la autoafirmación traducida en satisfacción
de poseer los afectos de una persona estimada por la sociedad, etc.
Existen otros factores muy relacionados con él, como la situación
económica, las aspiraciones a conseguir determinado nivel social, la
responsabilidad de una carrera o profesión, etc. Y junto a esto,
determinados hábitos y complejos, adquiridos a lo largo de la
experiencia personal, afectan también decisivamente al rumbo y éxito
de la unión.
Terman enumera los siguientes factores que afectan,
favorablemente a la felicidad conyugal:
1. Felicidad conyugal de los padres.
2. Felicidad en la propia infancia.
3. Ausencia de conflictos con la madre.
4. Disciplina doméstica ni rigurosa ni relajada.
5. Fuerte adhesión a la madre.
6. Fuerte adhesión al padre.
7. Ausencia de conflictos con el padre.
8. Franqueza y naturalidad de los padres en materia de
educación sexual.
9. Raros y no severos castigos en la infancia.
10. Actitud premarital, libre de disgusto y aversión
frente a lo sexual.
11. Ausencia de experiencia sexual anterior al
matrimonio.
12. Conocimiento mutuo de algunos años antes del
matrimonio.
13. Igualdad de afecto por sus respectivos padres.
14. Mayor educación.
15. Deseo de hijos.
16. Ni excesivas ni escasas amistades en la historia del
marido.
17. Empleo fijo del esposo.
Quejas más frecuentes en los casados, también según
Terman:
La edad adulta alcanza su culminación, entre los 25 y
los 35 a 40 años, como término medio.
LA VEJEZ
Bühler distingue estas etapas desde la juventud
inclusive:
1. En la juventud la actividad tiene carácter
provisional y preparatorio.
2. Hacia los 30 años, las actividades se hacen más
específicas y definidas.
3. Hacia los 45 empieza un período de examen de
resultados y realizaciones. La persona se pregunta si ha conseguido
la posición, éxito e ingresos ambicionados.
4. En la fase adelantada de la edad madura, se presenta
un esfuerzo especial para conseguir el éxito apetecido.
5. Al final sucede un período de retrospección de la
vida.
En las últimas etapas de la vida decrecen algunas
actividades aunque aumentan aspectos de otras; así, disminuyen la
adaptabilidad, el ingenio, y permanecen o aumentan las que dependen
de la experiencia.
En la última etapa, la vejez, se observa una involución
progresiva que se manifiesta en la disminución de:
La capacidad de rendimiento de los sentidos sociales:
vista y oído, que inducen actitudes psíquicas de defensa contra el
aislamiento y de suspicacia y temor ante el ambiente.
La capacidad de rendimiento de los músculos, del
sistema nervioso y del circulatorio, de su vigor y de su armónica y
natural coordinación; se pierde la estabilidad del equilibrio
fisiológico y la armonía de las funciones, se experimenta una
elevada fatigabilidad, marcha lenta e insegura, temblor de manos,
pérdida de la capacidad reproductora.
La memoria como capacidad de aprendizaje -cuesta más
aprender cosas nuevas- y como organización del material memorístico
almacenado -se olvida el uso hecho de él: el viejo, cuenta muchas
veces la misma historia a la misma persona-.
En el aspecto emotivo, puede darse lo mismo una
creciente inestabilidad y excitabilidad, que una mejor disposición
hacia la tolerancia y los intereses sociales. En el primer caso,
influyen preponderantemente los procesos orgánicos degenerativos y
la sensación de desplazamiento en el medio social; en el segundo, la
mayor objetividad con que pueden situarse ante las cosas por trabajar
la inteligencia con un índice menor de rozamiento, aunque su
potencia sea menor. No obstante, especialmente la mujer tiende a una
melancolía involutiva, con el máximo alrededor de la menopausia.
La actitud ante el pasado es conservadora, respecto de
opiniones, hábitos y vocabulario, debido al mucho tiempo que han
permanecido fijadas y por ello los viejos son menos influenciables
por el medio ambiente. Es proverbial la reacción displicente del
viejo contra la novedad.
Cavan resume en la siguiente lista los rasgos de la
senilidad, recogidos de varios autores:
1. Preocupación por la economía, relacionada con la
edad del retiro.
2. Preocupación por la salud.
3. Sentimiento de postergación, aislamiento, soledad.
4. Suspicacia.
5. Estrechamiento de interés, que conduce a la
introspección; aumento de interés por las sensaciones corporales y
por los placeres físicos.
6. Pérdida de memoria, especialmente de los
acontecimientos recientes y en el campo de la evocación espontánea.
7. Rigidez mental.
8. Garrulería, especialmente acerca de los tiempos
pasados.
9. Hacinamiento y conservación
de las cosas, generalmente innecesarias.
10. Pérdida del interés por la actividad y aumento de
la tendencia al reposo.
11. Sentimiento de inadaptación que aboca a una
sensación de inseguridad y ansiedad, irritabilidad o a sentimientos
de culpabilidad.
12. Reducción de la actividad sexual, pero aumento del
interés por las materias sexuales, especialmente en el varón;
regresión a niveles primitivos de expresión.
13. Incuria, desaseo, adanería.
14. Tendencias conservativas (no todos están de acuerdo
en este punto).
15. Incapacidad de adaptación a condiciones nuevas.
16. Disminución del contacto y de la participación
social.
La impresión pesimista del cuadro que acabamos de
trazar de la senilidad, queda hoy disminuido por los siguientes
factores:
1. El aumento de la higiene y la dieta modernas ha hecho
que sea mayor el número de personas que llegan a una edad avanzada y
que los rasgos de la vejez sufran una regresión hacia etapas
posteriores de la vida, en beneficio de las otras que amplían sus
límites superiores. De forma que «la edad eficaz del ser humano se
prolonga a medida que la civilización avanza» (Marañón).
2. La gimnasia y el más elevado nivel de vida hacen que
por un lado la elasticidad del cuerpo y el normal funcionamiento del
organismo se prolongue hacia edades más avanzadas; y que sean más
accesibles y numerosos los medios de lograr una sana evasión que
disminuya los efectos negativos de índole afectiva que hacen más
enojosa esta edad.
3. Es interesante notar que la vejez actúa menos
desfavorablemente cuando el grado cultural es mayor. Y que el cese en
el trabajo obra desfavorablemente, por lo que la prorrogación de la
edad de jubilación, aparte de ser debida a la mejor conservación
del hombre, le ayuda a mantener por más tiempo su normal
funcionamiento. La mujer tiene una compensación en la dedicación a
las tareas domésticas, que moviliza y sostiene su actitud positiva
ante el trabajo.
4. SALUD Y ENFERMEDAD
El ideal del hombre es poseer, según dice aquel
aforismo clásico, mens sana in corpore sano,
es decir, una mente normalmente desarrollada, que
pueda rendir al máximo de sus capacidades a voluntad del sujeto, en
un cuerpo sano, exento de deformaciones y enfermedades tanto
congénitas como adquiridas.
Pero en contraste con este ideal, la vida nos muestra
que muchas personas carecen, en diversa escala, de una de las dos
cosas o, a veces, incluso de las dos. Hay quienes gozan de una salud
física excelente, pero la evolución de su psiquismo -por diversas
circunstancias que analizaremos en otro lugar- ha seguido unos
derroteros equivocados, originándoles una serie de problemas que
perturban y obstaculizan su perfecto funcionamiento humano. Otros, en
cambio, afectados por un trastorno orgánico crónico o hasta por
algún defecto físico, parecen vivir perfectamente adaptados a su
situación irradiando optimismo y cordial interés hacia cuantas
personas y cosas les rodean. Pero existe también esa multitud de
personas, quienes víctimas de alguna deficiencia física o de alguna
enfermedad, más o menos crónica, convierten su propia vida -y sobre
todo la de quienes les rodean- en poco más o menos que un calvario,
pues casi las únicas formas de expresión que parecen ser capaces de
utilizar son: lamentos continuos, irritación, malhumor, depresión,
críticas, exigencias, etc. Y son tan constantes estas
manifestaciones caracterológicas en la mayoría de los enfermos, que
vale la pena mirarlas un poco más de cerca. A ello vamos a dedicar
las páginas de este epígrafe.
En la medicina actual cada vez se da
mayor importancia al papel que la mente juega en la aparición, curso
y terapia de las enfermedades. La medicina psicosomática, en efecto,
es una especialidad que en poco tiempo se ha ido ramificando de tal
manera que amenaza ya hoy día con absorber dentro de sí a casi
todas las demás especialidades médicas. Por ser tema del mayor
interés para el médico, hay sobre el particular infinidad de
estudios en libros y revistas del ramo.
Otra cosa es ya -y más importante para nosotros en este
momento- la influencia que las enfermedades
ejercen en el psiquismo humano. Sobre este tema, por extraño que
parezca, escasean mucho más los estudios especializados. De los
pocos trabajos serios que hemos podido encontrar para redactar estas
líneas, hemos seleccionado la obra Personalidad
y Enfermedad de H.
Fleckenstein, de donde hemos resumido los principales rasgos
psicológicos que suelen presentar las personas enfermas, como
consecuencias de la enfermedad.
De ordinario se piensa siempre, al hablar de
alteraciones psíquicas producidas por una enfermedad, en
modificaciones que implican un empeoramiento. Esto no
es del todo exacto, pues durante la enfermedad
puede gestarse una intensa maduración de la personalidad, como hemos
señalado más arriba. Sin embargo, aunque esto ocurre en aquellas
personas que ya han trabajado previamente en su progreso interior o
también en aquellas naturalmente predispuestas a ello, subsiste el
hecho de que la mayor parte
de enfermos, quizá por la falta de auténticas convicciones
superiores, filosóficas o religiosas, en las que anclar el espíritu
cuando sufre el cuerpo, sufren un empeoramiento en su estado de
ánimo, actitudes y conducta, acusando determinados rasgos negativos
y desviaciones caracterológicas.
Alteraciones
psicológicas del enfermo
ALTERACIONES
INTERNAS:
a) Afectivas:
1. La primera es una sensación general de malestar.
Mientras en el estado de salud, debido al funcionamiento armónico de
todos los órganos,
experimenta el hombre una sensación general de bienestar corporal y
psíquico, la más leve enfermedad o lesión de un miembro o
de un órgano desencadena un malestar general,
haciéndose solidaria toda la unidad vital humana del dolor que
directamente se siente en un lugar concreto del cuerpo o, de la
afección de un pequeña parte del organismo.
2. El paciente sufre un estado de depresión, con el
consiguiente descenso en la actividad psíquica y vital.
3. Lo mismo que la sensibilidad se
agudiza, también, por
concomitancia, lo hace
la afectividad, manifestándose un estado afectivo de irritabilidad,
característico, que en los trastornos
del corazón se traduce en angustia, en los digestivos en mal humor,
en los de genitales en irritación; cuando se limita o suprime la
libertad de movimientos físicos o su capacidad, se manifiesta en
forma de desazón, etc., según el tipo de enfermedad y la
constitución del paciente.
Las excitaciones no guardan proporción con los motivos
que las provocan, sino que son exageradas, y aparecen por regla
general tanto en forma de excitación, como de insomnio o de mayor
locomotividad. La excitación causa una depresión de ánimo y luego
una euforia frívola e inmotivada, que hace pensar en algún
trastorno de tipo intelectivo. En algunos enfermos existe una
disposición de ánimo colérica y un modo de ser gruñón como
reacción contra los dolores
y el malestar.
4. Otra repercusión del aumento de la sensibilidad es,
de ordinario, la elevación del nivel afectivo y la aceleración del
ritmo del pensamiento que llega a adquirir a veces velocidades
vertiginosas. Aunque también puede ocurrir lo contrario, una
disminución de la vida afectiva e intelectual como réplica del
descenso del umbral de excitación del sistema nervioso.
5. La manifestación psíquica más importante que
produce la enfermedad, sobre todo si ésta persiste largo tiempo y va
acompañada de fuertes molestias, es la amargura, que los enfermos
expresan por medio de egoísmos brutales, terquedad, ironías acres,
maledicencia, sensiblería, suspicacias y envidias, etc. Por esta
razón el enfermo requiere un trato delicado y un fino miramiento, en
evitación de motivos que puedan dar origen o justificación, al
menos subjetiva, a tales reacciones.
6. Inestabilidad, es el rasgo afectivo más
característico. Continuas oscilaciones de su estado de ánimo y de
su humor, sin motivo razonable.
7. Positivamente, la enfermedad proporciona a la vida
afectiva matices más delicados, capacitándole para apreciar las
sensaciones y sentimientos que despiertan las cosas que le rodean
-minerales, plantas y animales- y los valores del espíritu ideas,
arte, religión - como fruto del ensimismamiento
a que la enfermedad le inclina.
b) Alteraciones intelectuales:
Para el intelecto, la fantasía y la energía creadora,
la enfermedad física posee una gran trascendencia. Durante las
enfermedades graves de alguna duración o en determinadas
insuficiencias orgánicas, la vida intelectual pierde en amplitud,
aunque gana a veces en profundidad y sutileza.
Pero en muchos otros casos el enfermo no experimenta
apenas otros estímulos que los vitales. Su atención está dirigida
a su cuerpo y a sus necesidades, y consiguientemente suele tener una
excesiva preocupación por su yo, perdiendo en parte el sentido del
equilibrio en la comprensión de sí mismo, de sus deberes y sus
derechos. Especialmente se manifiesta este defecto en los
tuberculosos y también en los sordomudos y en algunos lisiados.
c) Alteraciones volitivas:
1. El primer peligro que la enfermedad plantea al
enfermo respecto a su actividad volitiva es la abulia, que se
manifiesta en forma de apatía e indiferencia o, al menos, en una
notable debilidad de voluntad, que tiende a claudicar con mayor
facilidad que la normal ante los instintos o caprichos.
2. El segundo peligro, que manifiestan más bien los
individuos de voluntad enérgica, es la rigidez y terquedad, que
ponen trabas tanto a la relación con el prójimo como a la
recuperación de la propia salud.
3. Las alteraciones intelectuales y volitivas son
inducidas por las afectivas. Los niveles inferiores pierden en parte
la dependencia que tenían respecto de los superiores, por el
predominio que produce la enfermedad en los estados afectivos, los
que siembran el desorden con su exaltada impulsividad y su
excitabilidad, dificultando a la voluntad seguir la línea trazada
por la razón.
d) Otras alteraciones:
La falta de trabajo, de ejercicio físico, de
distracciones y la alimentación rica en albúminas, aparte de la
existencia de otros estímulos, especialmente en los sanatorios,
exalta hasta cierto punto la vida sexual del enfermo.
En los casos de insuficiencia orgánica o anemia, no
estando el paciente afectado por otros tipos de enfermedad, los
instintos sexuales, suelen acrecentarse, porque el interés vital se
repliega hacia las zonas inferiores y la atención gira también
principalmente en torno al propio cuerpo. Y también por
compensación, desquitándose con excesos en este terreno de su
deficiencia en los otros.
En las enfermedades consuntivas, excepción hecha de la
tuberculosis, paralelamente con el apetito y las fuerzas físicas
disminuye también la sexualidad.
Mención especial requiere la desesperación que se
apodera del enfermo incurable. La desesperación crece
proporcionalmente a la conciencia de la gravedad e incurabilidad de
la enfermedad, si no hay compensaciones de orden más elevado,
llegando a crear, aunque con menos frecuencia de lo que se piensa,
una predisposición al suicidio, sobre todo en las enfermedades
adquiridas, como invalidez, ceguera, etc. Cuando son congénitas o
bien crónicas pero que aparecen ya a una edad avanzada de la vida,
el paciente se adapta a su situación, o por no haber tenido otra
experiencia de sí mismo que aquélla, en el primer caso, o por
juzgar que su mal es gaje de la edad, y entonces llega a considerarlo
como una especie de compañero de fatiga.
La idea de suicidio puede tomar cuerpo si el paciente
prevé largos y agudos sufrimientos, y se deja llevar de un falso
pesimismo. Pero aun entonces es frecuente que se
mantenga un hálito de esperanza que, junto al
instinto de conservación y
al sentido religioso del más allá, escondido aún en el hombre más
incrédulo, evite el suicidio.
ALTERACIONES
EN LA VIDA DE RELACIÓN:
Numerosos enfermos están «socialmente enfermos». El
paciente reconcentra en sí mismo todas las preocupaciones, no
contando para él ni familiares ni encargados de cuidarle -médicos,
enfermeras, sacerdotes-, ni intereses superiores de la sociedad. Se
siente víctima de los demás, y tiende más bien a cortar relaciones
o hacerlas hirientes por su parte.
Los inválidos y deformes físicos, y sobre todo los
lisiados y sordomudos, si la falta de delicadeza,
la ligereza o la brutalidad de los miembros sanos de la comunidad
hacen que ellos sientan anulados sus esfuerzos más sinceros por
vencer su ineptitud social,
suelen reaccionar en contra de la sociedad, de modo análogo a los
desheredados de la fortuna respecto a los ricos. Maldicen de los que
son normales, y pasan de los sentimientos a la
acción con más facilidad que la persona normal, por la tendencia a
la exculpación de sus propios actos y la falta de dominio de sus
impulsos. Los partidos políticos más extremistas y radicales son un
atractivo y ofrecen una compensación para estos enfermos, que
encuentran allí un medio de dar salida a su
actitud antisocial.
4.
IMPORTANCIA DE LA VIDA AFECTIVA EN LAS MOTIVACIONES DE LA CONDUCTA
Importancia
de los sentimientos y emociones
Esta importancia reside, principalmente, en las
siguientes razones:
1ª Por su carácter primario, permanente e irracional.
2ª Por su gran contenido energético.
3ª Por ser grandes factores dinamizantes de la
conducta.
4ª Por su constante influencia sobre la salud y sobre
la mente.
5ª Por ejercer su acción, en gran parte, desde el
plano inconsciente.
6ª Por estar necesariamente asociados a los valores del
Yo y
también, por consiguiente, a todos los valores
que para este Yo
existen en el mundo.
El detalle de estas razones, sus consecuencias y su
mutua relación se apreciarán con claridad al estudiar más adelante
la estructura y dinámica del inconsciente. No obstante, haremos
ahora un comentario a cada uno de estos puntos, que nos servirá de
útil introducción al tema más complejo del inconsciente.
Carácter
primario, permanente e irracional de los sentimientos
En el niño pequeño, recién nacido, no se puede hablar
propiamente de afectividad, no existe. Tiene una sensibilidad interna
que corresponde a lo que llamamos sensaciones; experimenta tan sólo
tensiones interiores, malestares orgánicos y la satisfacción de las
necesidades cubiertas. En el aspecto psicológico el niño se mueve,
pues, exclusivamente entre los polos placer-dolor. Estos polos
constituyen la primera ley psicológica del mundo biológico, que es
el primer mundo sensible que vivimos. Esta ley
regirá después en nosotros toda la vida, mientras tengamos una
biología.
Poco a poco el niño va asociando su sensación de
bienestar con objetos exteriores, con la madre, con la niñera, con
quien le proporcione la satisfacción de sus necesidades y a quien
transfiere su sensación de placer; ensancha su campo psicológico al
transferir su satisfacción a las personas quede atienden. Mostrará
alegría al ver a su madre, no porque la ame, como poéticamente se
tiende a interpretar, sino porque para el niño, la madre es en
realidad el anticipo de la satisfacción del placer. Posteriormente,
empieza a desligar sus reacciones emocionales de las sensaciones
puramente físicas, aunque siguiendo un proceso lento, laborioso, que
va teniendo lugar a través
dedos años.
Paralelamente a las sensaciones placer-dolor, el niño,
ya desde su primera infancia, es capaz de experimentar dos emociones
negativas: temor e ira.
El niño reacciona con temor ante ciertos estímulos
inesperados y bruscos. Por ejemplo, si se le coge en brazos y se le
deja descender con cierta brusquedad, el niño experimentará una
reacción de espanto; si oye sonidos muy broncos o si se grita
delante de él, reaccionará del mismo modo, con miedo. Conviene
observar que el miedo o susto
de la primera infancia provocado por estos estímulos bruscos es de
naturaleza muy diferente del miedo permanente que tienen muchos
adultos; en el niño, el miedo es una reacción defensiva de su
psiquismo biológico ante una amenaza exterior y actual, pasada la
cual deja de tener efecto sobre la criatura, mientras que el miedo de
la mayor parte de los adultos
es debido principalmente a una amenaza que surge en especial de su
interior ante ciertos estímulos exteriores, como
veremos con detalle más adelante.
La ira o irritación
es asimismo una reacción biológica de descargar, debido a una
tensión acumulada, a una carga de energía psíquica de tono
desagradable que finalmente se expulsa con brusquedad.
El niño es un ser eminentemente sensible y a medida que
va creciendo, la afectividad adquiere una importancia extraordinaria,
tanta como la misma comida. El niño necesita no sólo la comida,
bebida y aire, sino también, y no en menor grado, emociones. Las
emociones positivas son para la psique en desarrollo del niño lo que
la buena comida es para su cuerpo.
Hemos de tener presente que el niño, en principio, no
tiene nada en su conciencia, en su mente, no hay en él precedentes
ni datos, es una materia virgen en la que se van inscribiendo las
cosas, las impresiones, las percepciones, las experiencias. Cada
fenómeno es totalmente nuevo y en aquel momento tiene para él un
carácter de totalidad, puesto que no hay contrastación, no hay
referencias, no hay sentido
de proporción. Cada cosa queda marcada allí como un todo, sin
resistencia, porque nada encuentra dentro del niño contrapartida,
oposición, crítica ni censura.
Si vive emociones placenteras, positivas, y las
vive, no sólo porque no le
falta nada esencial, sino porque el ambiente, los que le rodean, le
comunican también sentimientos positivos, veremos como el niño
adquiere confianza, seguridad y soltura. El modo de sentirse
a sí mismo y la idea que se irá formando de su
propia realidad y valor, corresponderán exactamente a la suma de
emociones, de reacciones, de ideas y experiencias de toda clase que
haya ido registrando en su relación con la gente y, especialmente,
en la relación de la gente con él. El niño, en efecto, se valorará
siempre a sí mismo según se sienta valorado por los demás, y esto
de un modo exacto, ya que, al principio al menos, no
tiene ningún otro medio de valerse ni medirse.
Este proceso por el que pasa a sentir de sí mismo lo
que los demás han mostrado hacia él, se denomina mecanismo de
introyección y es el proceso
inverso de otro fenómeno muy frecuente durante toda la vida, el
fenómeno de proyección, por
lo cual uno atribuye a algo exterior una cualidad o un valor
puramente interior.
Se comprende, pues fácilmente la gran importancia que
tienen las experiencias de nuestros primeros años de vida. Y aunque
es normal que todos hayamos tenido en la infancia experiencias
agradables y desagradables, positivas y negativas, si la fuerza de
las positivas no es mayor que la de las negativas, nos encontraremos
después que algo oscilará dentro de nosotros; sin saber por qué,
existirá como una duda profunda sobre nosotros mismos, una constante
vacilación sobre nuestra propia realidad y valor, que fácilmente
proyectaremos sin
darnos cuenta sobre las demás personas, sobre
las cosas, los problemas, etc. Y esto a pesar de haber reunido
posteriormente experiencias positivas de nosotros mismos y estar
conscientemente
convencidos de nuestras buenas cualidades.
Los padres y los maestros deberían conocer mejor la
influencia que sus palabras y actitudes tienen en los niños que
tratan de educar. Entonces procurarían, cuando tienen que corregir
al niño o niña, que se viera claramente que lo que realmente se
rechaza es la cosa o defecto
de la criatura pero no a ella misma. No basta que
la intención del educador sea correcta. El niño registra tan sólo
la forma en que tiene lugar la reacción del adulto y no su
intención. Y si bien es muy conveniente para su bienestar futuro
corregir y disciplinar al niño, en ningún
momento ha de sentirse éste rechazado o
desamparado afectivamente por sus padres porque esto provocará en él
una fuerte reacción de angustia que sólo producirá consecuencias
perjudiciales durante el resto de su vida.
Este mundo de las sensaciones, emociones y experiencias
infantiles, por el hecho de ser uno de nuestros primeros mecanismos
psíquicos constituirá la base de nuestro ulterior edificio
psicológico. Posteriormente aparecerá nuestra facultad razonadora,
reflexiva, crítica, etc., pero no olvidemos que antes todos nosotros
hemos estado viviendo varios años dominados totalmente por este
mundo psíquico compuesto de sensaciones, emociones y sentimientos, y
este mundo psíquico permanece activo en nosotros durante toda la
vida, detrás de nuestra actividad más o menos inteligente y
reflexiva. Por esta razón, en el mismo momento en que dejamos de
estar plenamente despiertos, activamente conscientes, atentos, tiende
automáticamente a imperar de nuevo el psiquismo mágico e irracional
de las sensaciones, emociones, deseos y temores, produciendo
desviaciones tendenciosas en nuestros procesos mentales y la
disminución más o menos acusada de su objetividad.
Los momentos en los que no estamos del todo despiertos
durante el día son mucho más frecuentes de lo que creemos. Existe
un medio práctico para medir exactamente estos períodos de ausencia
mental, que será expuesto en otro lugar. Por el momento, bástenos
evocar el espectáculo que se nos presenta a la vista cuando cogemos
el metro o el autobús: vemos a una absoluta mayoría de los
pasajeros que parecen estar bajo los efectos de la hipnosis, con una
expresión de ausencia total a pesar de estar despiertos, expresión
que tampoco corresponde a la actitud de la persona que
deliberadamente, esto es, de un modo consciente y activo, está
absorta pensando en algo determinado. Dan la completa impresión de
estar soñando. Por la calle, igual: vemos a muchas personas que van
por ella como medio sonámbulas. Pues bien, en estos momentos, lo que
rige en tales personas es el mundo psíquico infantil, caracterizado
por la falta total de sentido crítico, como veremos en breve al
estudiar el inconsciente, y susceptibles de ser fuertemente influidas
en su conducta no por razones, sino por cualquier estímulo sensorial
que despierte asociaciones de tipo instintivo o emocional.
Resumiendo los conceptos de este apartado, vemos que:
a) Las sensaciones, emociones y
sentimientos van haciendo su aparición progresivamente desde los
primeros meses y años de vida y preceden en mucho a la aparición de
la capacidad crítica y razonadora. En nuestro edificio psíquico
cuanto más primitiva es una estructura, mayor fuerza tiene, más
consistencia, de tal modo que en los momentos de crisis o peligro van
cediendo en primer lugar las estructuras más recientemente
adquiridas, más nuevas, una por una, y permanecen las más antiguas
o primitivas. Por lo tanto, el mundo afectivo que está, por una de
sus vertientes, firmemente insertado en el nivel instintivo-vital,
tiene, en este sentido, más importancia en la dinámica de la
personalidad, y, por consiguiente, también en la motivación general
de la conducta, que otras estructuras cualitativamente superiores,
tales como la mente concreta, la mente intuitiva, el nivel estético,
etc.
Otra consecuencia de esta prioridad de lo
afectivo es lo antinatural que resulta querer
producir modificaciones en la conducta o en el modo de ser de una
persona, a base tan sólo de
razones y de disciplina, sin tener
en cuenta los problemas
profundos que tal persona puede tener en dicho nivel
afectivo-emocional.
b) Las fuerzas emocionales, como realidades dinámicas
que son, están en constante actividad y tienden a querer expresarse
constantemente hacia el exterior. La mente consciente no quiere que
se manifiesten, y ni siquiera desea saber nada de ellas por estar
ocupada de continuo con otras cosas. La mente, pues, está pensando
en sus cosas y no se da cuenta de nada más. Cuanto más despierta
está la mente mejor controla sus mecanismos
defensivos y selecciona con mayor rapidez aquellos contenidos de su
interior que considera buenos o útiles en cada momento. El sujeto
tiene entonces la impresión de que las emociones no
le perturban, no le molestan,
no se interfieren en su actividad consciente, no existen. Y, no
obstante, apenas baja la guardia, apenas se descuida un poco, se
encuentra divagando, imaginando las cosas más absurdas. La
imaginación es el lenguaje plástico del sentimiento. La afectividad
ha estado, pues, en todo momento detrás de sus procesos
intelectuales, pugnando por salir y expresarse.
c) Los sentimientos y las emociones tienen la
característica de buscar directamente su satisfacción y de hacernos
ver como si las cosas tuvieran verdaderamente el valor y el sentido
que sólo existe en los
mismos sentimientos. Esto significa que, con toda seguridad, nuestros
conflictos emocionales tenderán a conducirnos a situaciones y
objetivos que se apartarán o hasta estarán en contradicción con
nuestros objetivos conscientes y racionales. E indica también que,
de no estar muy alertas o de no solucionar de modo real los problemas
importantes que puedan existir en nuestro interior, nos sentiremos
impulsados a ver y valorar de un modo tendencioso, desproporcionado e
injusto a las personas, ideas o cosas que despierten dentro de
nosotros, por asociación, resonancias afectivas.
El
valor energético de los sentimientos y emociones
Los sentimientos y las emociones, conjuntamente con los
impulsos del nivel instintivo, constituyen la fuente de,
prácticamente, toda la energía de nuestra personalidad elemental.
Normalmente, y aunque nos parezca extraño, nosotros
conocemos tan sólo una mínima porción de estas energías, ya que,
en su mayor parte, permanecen ocultas en nuestro plano
inconsciente, bloqueadas por el mecanismo
conocido con el nombre de represión. Lo
que en realidad hemos reprimido son multitud de impulsos instintivos,
sentimientos y reacciones emotivas, pero, al
hacerlo, ha quedado reprimida a la vez la energía
inherente a ellos. Y esto tiene una importancia enorme para el
funcionamiento de la personalidad, porque equivale exactamente a una
mutilación. De ahí la gran utilidad de recuperar la mayor parte
posible de este patrimonio energético que nos pertenece. A esto
precisamente se ha dedicado la moderna psicología, iniciada en su
día por Freud.
La
afectividad como factor dinamizante de la conducta
Como hemos ya indicado antes, la afectividad, en
general, es de naturaleza esencialmente dinámica, es expansiva,
comunicativa, irradiante, y moviliza a la persona hacia lo que desea.
En toda acción puede apreciarse que la mente da la
idea, fija el objetivo y señala el camino, pero la energía dinámica
que impulsa a la acción procede siempre o del nivel instintivo
-impulsos, necesidades, deseos-, o del nivel afectivo -sentimientos,
emociones-. Las personas entusiastas, con gran afectividad, son
personas de gran capacidad de acción. En cambio los apáticos, los
indiferentes, son incapaces de desenvolverse por existir un bloqueo
intenso de sus sentimientos y emociones.
Influencia de las emociones sobre la salud y sobre la
mente
Prácticamente toda la Medicina psicosomática descansa
sobre la constatación de la constante influencia que los estados
emocionales ejercen sobre el funcionamiento del organismo físico.
Para tener una ligera idea de esta acción sobre el cuerpo, basta
recordar que cada emoción, aunque sea débil, provoca una respuesta
fisiológica general, pero especialmente, en los siguientes órganos
y sistemas: sistema nervioso, musculatura lisa y estriada, corazón y
vasos, aparato respiratorio, y sistema endocrino. Y, si bien las
emociones placenteras tienen un efecto sano y estimulante sobre
dichos aparatos, las emociones negativas, sobre todo cuando persisten
durante tiempo -por ejemplo la llamada tensión nerviosa o estrés-,
tienen unas consecuencias desastrosas para la salud.
Para tener una idea de conjunto sobre la influencia de
las emociones en la salud y en la mente, se reproduce el siguiente
cuadro esquemático:
ACCIÓN
DE LAS EMOCIONES SOBRE EL CUERPO:
Si son emociones positivas:
Estimulan la vitalidad en general. Por lo tanto:
a) Aumenta la energía y la rapidez de todos los
procesos vitales.
b) Aumentan las defensas orgánicas
contra los agentes patógenos.
c) Estimula la actividad física como placer.
Si son emociones negativas:
1. Emociones excitantes: ira, odio, impaciencia,
vehemencia, etc.:
a) Producen desequilibrios en todos los mecanismos
reguladores del organismo, causando especialmente, trastornos
digestivos, nerviosos y circulatorios.
b) Predisponen a los traumatismos.
c) Producen a continuación emociones y estados anímicos
deprimentes.
2. Emociones deprimentes: tristeza, inseguridad, temor,
tedio, etc.:
Disminuyen la vitalidad en general. Por lo tanto:
a) Hacen descender la energía vital
y lentifican todos los procesos vitales.
b) Disminuyen las defensas
orgánicas.
c) Dificultan toda actividad física.
ACCIÓN
DE LAS EMOCIONES SOBRE LA MENTE:
Si son emociones positivas:
a) Aumentan la productividad mental.
b) Facilitan la visión del aspecto positivo de todas
las cosas.
c) Amplían y aclaran la perspectiva mental.
d) Favorecen la iniciativa y las
ideas creadoras.
e) Estimulan la expansión
intelectual y el contacto social.
f) Facilitan la comprensión humana.
Sin son emociones negativas:
1. Excitantes:
a) Desequilibran la perspectiva.
b) Provocan juicios y decisiones
extremistas.
c) Inestabilidad mental.
d) Aumentan el espíritu de polémica y la agresividad.
e) Producen a continuación estados emocionales y
mentales de tipo deprimente.
2. Deprimentes:
a) Disminuyen la productividad
mental.
b) Inducen ideas negativas; anulan
toda iniciativa.
c) Limitan y obscurecen de manera progresiva la
perspectiva mental.
d) Producen un aislamiento personal
completamente estéril.
Influencia
de las emociones desde el plano inconsciente
El hecho de que gran parte de las fuerzas emocionales
actúen desde el inconsciente hace que su acción pase normalmente
desapercibida por todo aquel
que no esté especialmente entrenado en registrar estas
manifestaciones a medida que van surgiendo. Y así, las
manifestaciones a que den lugar estas influencias, tanto en el estado
de ánimo como en la conducta, se intentarán justificar
automáticamente con razones artificiales e improvisadas, con el
consiguiente aumento de confusión en la mente.
El que existan en nosotros factores que influencian
nuestra conducta sin que los conozcamos, nos sitúa en condiciones de
inferioridad, ya que nos obliga a tener
que controlar algo que no sabemos qué es. Se parece a la situación
de uno que tuviera que vigilar a otro, pero sin poderlo ver. Esta es
una de las razones que justifican sobradamente el estudio de lo que
la psicología puede decirnos acerca de este misterioso inconsciente.
Asociación
de los sentimientos a los valores del Yo
El Yo vive identificado con una serie de valores que,
como es natural, considera como las cosas más importantes de la
vida. Estos valores pueden consistir en la verdad contenida en
determinadas ideas, en llegar a conseguir ciertas situaciones, en
vivir determinados estados interiores, en desarrollar al máximo
algunas facultades, etc., etc. Sean cuales sean estos valores
particulares del Yo, el hecho es que tiende hacia ellos con toda la
fuerza de que es capaz, es decir, está afectivamente ligado a ellos.
Estos sentimientos pasarán a ser factores predominantes en su
conducta, en sus actitudes, en toda su vida. El hecho mismo de evocar
estos valores personales o de conseguir acercarse un poco más a su
realización, despierta en la persona fuertes sentimientos de
satisfacción, de felicidad, que se convierten a su vez en nuevos
factores determinantes de actitudes y conducta.
Lo mismo podemos decir respecto a
las cosas del mundo que considera más valiosas.
Por el mismo hecho de su valoración, queda afectivamente ligado a
ellas y esta ligazón afectiva pasa a ser un factor constante y de
mucha importancia, ya que en función del mismo valorará otras
cosas, seleccionará, rechazará, decidirá, etc.
Hemos visto a través de las explicaciones sencillas de
este capítulo, como al margen de la importancia que pueda tener
nuestra mente y la formación intelectual, el nivel afectivo tiene un
papel preponderante en los condicionamientos y
motivaciones de la conducta, incluso en muchos de los casos que
aparentemente están basados en el factor racional.
Por lo tanto, la higiene y la educación de la vida
afectiva son requisitos esenciales para mejorar el rendimiento de la
mente y de toda la conducta en general. La higiene se refiere a la
limpieza y saneamiento de la multitud de sentimientos y emociones
contradictorios que normalmente se han
acumulado en nuestro interior durante nuestra vida. La educación
afectiva se refiere principalmente a dos cosas: a una progresiva
actitud más abierta, generosa y profunda, producto de una maduración
afectiva de la personalidad, y a una mayor elevación del tono de los
sentimientos, resultado de una sincera vida espiritual. Y éstos
serán precisamente los temas de varios capítulos del presente
libro.
Sentimientos,
emociones y estados de ánimo
No siempre resulta fácil en la
práctica, distinguir el sentimiento de la
emoción. Los mismos psicólogos difieren a menudo sobre los rasgos
distintivos de ambos fenómenos afectivos. Por ello creemos útil
decir aquí unas palabras sobre este tema.
El sentimiento
es la relación afectiva -de atracción o de
rechazo- que se establece entre lo potencial en el sujeto -todo
cuanto está pugnando por desarrollarse en su interior- y las
cualidades, según las aprecia la persona, en determinadas personas,
cosas, instituciones, ideas, etc.
Si el objeto concreto -persona, idea, situación, etc. -
encarna la realización afectiva de lo que el sujeto está
necesitando desarrollar, el sentimiento será positivo, de atracción,
de adhesión, de aceptación, de afirmación, de amor, de unión.
Pero si el objeto concreto representa, en cambio, a los
ojos del sujeto, la negación o lo contrario de lo que tiende a
desarrollar, entonces la relación afectiva o sentimiento será de
tipo negativo: repulsión, rechazo, separación, negación, odio,
destrucción.
Admiro a la persona inteligente o a la persona que ha
triunfado porque en ellas aprecio de un modo afectivo algunas de las
cualidades que me están presionando interiormente. Venero a un
sabio, a un santo, y adoro a Dios porque en un grado u otro en ellos
intuyo la presencia real de lo que estoy anhelando y me empuja por
dentro con mayor fuerza: la conciencia de plenitud, la paz, el
discernimiento, la potencia del ser.
Rechazo, en cambio, al egoísta, al orgulloso, al
primitivo, porque además de no ofrecerme, según el criterio
superficial, apoyo alguno para la afirmación de mis cualidades en
desarrollo, representan la negación de lo que necesito conseguir, y
personifican además, los defectos que estoy rechazando en mí mismo
y que trato de superar.
Estas valoraciones y estos juicios, no obstante, no se
hacen siempre de un modo consciente y deliberado, sino que tienen
lugar la mayoría de las veces, en los sectores inconsciente o
intuitivo de nuestra mente.
El sentimiento, pues, tiene su raíz en nuestra
naturaleza profunda. Responde siempre a una necesidad básica. Cuando
los sentimientos pertenecen a nuestros niveles más elementales les
solemos llamar apetitos, deseos. Cuando pertenecen a niveles más
superiores los denominamos propiamente sentimientos o aspiraciones.
No todos los sentimientos se refieren o se proyectan a
realidades exteriores. En el ser humano también se forma a muy
temprana edad, una imagen y una idea de sí mismo; y esta
representación de sí mismo o Yo-idea viene a constituir en la
persona corriente el objeto de una gran cantidad de sentimientos.
Estos son los que se llaman los sentimientos del Yo, aunque mejor
sería llamarlos sentimientos hacia el Yo. El sentimiento central
hacia el Yo lo constituye la autoestimación. Cuando este sentimiento
está distorsionado -como ocurre casi universalmente debido a la
deformación básica que sufre la idea del Yo da lugar a las diversas
formas de sobreestimación: orgullo, egoísmo, soberbia, egolatría,
vanidad; defectos que, desgraciadamente, «siempre que no sean
excesivos» han pasado a considerarse ya como un elemento normal y
corriente del carácter humano.
La emoción
es una reacción de ajuste del nivel afectivo,
esto es, del sentimiento del individuo, ante todo hecho -interno y
externo - según afecte a su proyectada actualización.
También aquí, las emociones serán positivas o
negativas, según que el hecho que se presenta a mi conciencia
signifique una confirmación, una ayuda para lo que tiendo a
actualizar, o por el contrario signifique una negación o un
obstáculo para dicha actualización. El proceso de comparación y
juicio que regula tanto el sentimiento como la emoción, tiene lugar
con mucha frecuencia en un plano inconsciente, de modo que la persona
sólo percibe la resonancia afectiva final, sin poder establecer en
estos casos una relación entre la resonancia que experimenta y su
verdadera causa.
La emoción, pues, aunque en ocasiones puede ser muy
intensa, tiene casi siempre un carácter episódico y pasajero, como
suelen tenerlo la mayor parte de hechos que incesantemente están
configurando nuestra existencia.
La emoción, si bien normalmente es de corta duración,
representa una descarga a menudo muy intensa de energía. Por esto,
en la economía energética de la persona, un verdadero control -no
una sistemática represión- de las emociones es sumamente
importante.
En la vida diaria, la deliberada inhibición de toda
emoción o sentimiento negativo es tan necesaria como la consciente y
serena apertura a todas las emociones y sentimientos positivos que
los hechos del humano existir nos están proponiendo de continuo.
En cuanto al problema de las personas que presentan
habitualmente una excesiva emotividad, digamos tan sólo que esto
puede tener su origen en una de estas tres causas:
- una debilidad orgánica que afecta al buen
funcionamiento del sistema nervioso;
- un nivel afectivo por naturaleza desarrollado,
faltando el equivalente desarrollo del nivel mental -no nos referimos
aquí al grado de inteligencia, que es el aspecto cualitativo de la
mente, sino al predominio del factor energético o aspecto
cuantitativo-;
- un inconsciente muy cargado
de emociones reprimidas del pasado y que hipersensibilizan a la
persona ante los hechos de la vida diaria y disminuyen su capacidad
normal de control y ajuste.
Aparte de los sentimientos y emociones que hemos
mencionado, hay que citar también otros fenómenos afectivos
importantes. Nos referimos a los estados de
ánimo o estados
afectivos. Los sentimientos y emociones tienen siempre un carácter
dinámico, activo. Los estados de ánimo, en cambio, tienen un
carácter más estático y no dependen siempre de las circunstancias
exteriores, aunque siempre conservan una estrecha relación sea con
el estado fisiológico, sea con los sentimientos
y las emociones predominantes en un momento dado, y matizan el tono
de nuestra conducta tanto interna como externa.
Afectividad
y niveles personales
La afectividad en general está en estrecha relación
con el resto de los contenidos personales, de modo que encontramos en
todo individuo sentimientos, emociones y estados de ánimo vinculados
a cada uno de los niveles o estratos de la personalidad. Pero además
de estas manifestaciones afectivas surgidas por
conexión directa con los niveles personales, que
constituyen lo que podríamos denominar sentimientos básicos o
primordiales, se están formando constantemente nuevas formas
afectivas más complejas, aunque de carácter más superficial, que
son resultado no sólo de su
mutua combinación sino de la incesante influencia de múltiples
factores superpuestos: problemas internos, educación, ambiente,
circunstancias del momento, etc.
De ahí que resulte prácticamente imposible el hacer
una clasificación precisa o una
enumeración completa de todas las modalidades afectivas. Nosotros
aquí nos contentaremos concitar tan sólo algunos de los
sentimientos, emociones y estados de ánimo más sencillos y
evidentes, al único efecto de que sirvan de ilustración ato que
sobre los mismo hemos dicho más arriba.
Relacionados con el cuerpo y el nivel instintivo:
a) sentimientos: tendencia afectiva
hacia la satisfacción de las necesidades básicas biológicas:
placer, actividad, descanso, libertad, unión sexual, etc., y hacia
el sentirse a sí mismo fuerte, sano, seguro y capaz de desenvolverse
bien físicamente en las situaciones que se puedan presentar.
b) emociones: placer, dolor, repugnancia, asco, avidez,
temor, susto, etc.
c) estados de ánimo: euforia, bienestar, tranquilidad,
placidez y sus contrarios.
Pertenecientes propiamente al nivel afectivo:
a) sentimientos:
hacia los demás:
-de aceptación:
hacia los iguales: amistad, amor.
hacia los superiores: admiración, reverencia, respeto,
veneración, humildad.
hacia los inferiores: benevolencia. -de rechazo:
hacia los iguales: odio, hostilidad, enemistad.
hacia los superiores: recelo, miedo, suspicacia,
cobardía, rencor.
hacia los inferiores: menosprecio.
hacia sí mismo:
autoestimación, dignidad; orgullo, vanidad,
soberbia, ambición; inferioridad, culpabilidad, desprecio de sí
mismo.
b) emociones:
hacia los demás:
-de aceptación:
hacia los iguales: simpatía, afabilidad, cordialidad.
hacia los superiores: devoción, asombro, gratitud.
hacia los inferiores: compasión, ternura, lástima.
-de rechazo:
hacia los iguales: ira, cólera, agresividad.
hacia los superiores: rabia, humillación, terror,
insolencia.
hacia los inferiores: desdén, desprecio, crueldad.
hacia sí mismo:
autocompasión, engreimiento, vergüenza,
remordimiento.
c) estados de ánimo: jovialidad, depresión, optimismo,
tranquilidad, agitación.
Relacionados con el nivel mental concreto:
a) sentimientos: curiosidad,
interés.
b) emociones: asombro, expectación, contrariedad.
c) estados de ánimo:
convencimiento, incertidumbre, perplejidad.
Relacionados con los niveles superiores o
trascendentes:
a) sentimientos: metafísicos,
artísticos, morales (deber, justicia, el bien) y religiosos.
b) emociones: admiración, aspiración.
c) estados de ánimo: angustia, serenidad,
contemplación.
5.
LA MENTE. SUS FUNCIONES Y SECTORES MÁS IMPORTANTES
¿Qué
es la mente?
La mente es el punto de confluencia de los impulsos e
impresiones procedentes de todos los niveles de la personalidad y del
mundo exterior que la rodea.
A través de sus diversos planos, la mente es el centro rector de la
conducta, el foco básico de la conciencia humana y
el instrumento regulador del flujo energético en
toda la estructura psíquica personal.
Sus
funciones más importantes
Sin pretensión de ser exhaustivos, he aquí las
funciones conocidas de la mente que aparecen como las
más importantes:
1. Registrar, a través de todos los niveles, los
estímulos procedentes del interior y del exterior de la persona:
sensaciones, impulsos, deseos, emociones, sentimientos, curiosidad
intelectual, aspiraciones espirituales; percepciones del exterior a
través de los sentidos.
2. Relacionar entre sí todos los datos registrados,
formando con ellos sistemas organizados de referencias, esquemas de
conocimientos y patrones de conducta. Esta actividad incluye tanto la
asociación como el juicio y el raciocinio.
3. Elaborar conceptos sobre la verdad y la realidad de
las cosas percibidas. En esta función intervienen, además de las
facultades citadas anteriormente, la abstracción y la
generalización.
4. Evocar los datos y experiencias adquiridos, mediante
la memoria.
5. Crear nuevas formas mentales combinando los datos
previamente registrados. Es la facultad denominada imaginación.
6. Inhibir o estimular determinadas series de datos o
estímulos, de acuerdo con la escala de valores personales existente
en un momento dado. Gracias a esta selectividad de incentivos el
sujeto puede regular voluntariamente, en cierto grado, su conducta.
7. Decidir y actualizar la adhesión del Yo a la
resultante de valores señalada en el punto anterior. Es la voluntad
consciente, que acepta y decide lo propuesto por la razón.
8. Seleccionar del mundo ambiente todos aquellos
elementos que son aptos para nutrir, consolidar y desarrollar las
diversas estructuras de la personalidad: alimentos, ambiente,
amistades, afectos, conocimientos, etc.
9. Encontrar el medio más adecuado para expresar los
contenidos interiores que pugnan por exteriorizarse, adaptando su
forma de expresión a las posibilidades que ofrece el mundo exterior.
10. Buscar la forma más conveniente y más cómoda de
satisfacer las exigencias que el ambiente le impone para aceptarlo y
protegerlo: modo de conducirse, productividad, colaboración,
etcétera.
11. Mantener el equilibrio dentro de sí mismo entre los
deseos y exigencias contrapuestos o divergentes de niveles
diferentes: gusto y deber, hostilidad y afecto, exigencias biológicas
y exigencias espirituales, etc.
12. Mantener el equilibrio entre las necesidades
interiores de la personalidad y las exigencias del mundo exterior.
Por ejemplo, en el nivel biológico, equilibrio entre la temperatura
ambiente y la del cuerpo, abrigándose cuando hace frío, etc.; en el
nivel afectivo, equilibrio entre la autoestimación y la aceptación
de sí mismo por los demás; en el nivel mental, equilibrio entre los
propios conocimientos y el nivel intelectual exigido por el estrato
social en que se desenvuelve. Para conseguir este equilibrio el
hombre dispone de varios medios, según los propios recursos
personales: adaptación de sí mismo al ambiente, emigración hacia
un ambiente proporcionado a sus posibilidades, o transformación
activa del ambiente.
13. Elevar la conciencia a la intuición de los
contenidos de los niveles superiores: arte, filosofía, moral,
religión. Paralelamente, servir de instrumento para expresar en
términos significativos en el mundo concreto lo intuido en los
niveles superiores, esto es, para concretar las creaciones de todo
orden.
14. Tomar conciencia de sus propios procesos, que se
expresan a través de todos los niveles, y despertar la conciencia de
sí mismo como sujeto o protagonista de todos ellos. Esta función
señala toda la trayectoria subjetiva que el hombre -y la humanidad-
ha de recorrer en su laborioso desarrollo psicológico y espiritual.
15. A través de las capas profundas, calificadas por
Jung como inconsciente colectivo, prefigurar
en el individuo aquellos valores psicológicos heredados del grupo
racial y familiar al que pertenece.
16. Mantener la cohesión y la unidad funcional de todas
las estructuras y niveles dentro de una definida configuración
individual. Esta función tiene lugar gracias a lo que podríamos
llamar Mente arquetípica individual.
17. Regular el flujo de energía psíquica en los
diversos niveles, produciendo así un mayor o menor desarrollo de
cada uno de ellos.
Examinando el cuadro anterior se observa que todas las
funciones enumeradas pueden agruparse en cuatro tipos principales,
que son los siguientes:
- Función dinámica u operativa (del 1 al 13).
- Función subjetiva (14).
- Función configuradora (15 y 16).
- Función energética (17).
Función
dinámica u operativa
Esta se refiere a las operaciones más manifiestas y
«visibles» de la mente.
Esta función dinámica está estructurada por la
combinación de tres clases de operaciones, inseparables en la
práctica, que constituyen a la vez el circuito operativo de la mente
y el armazón básico de toda conducta. Estas tres actividades son:
1. Percepción de estímulos.
2. Coordinación de datos.
3. Elaboración de respuestas o resultantes.
Cada estímulo que llega a la mente, sea cual fuere su
zona, plano o nivel de procedencia, desencadena una serie de
reacciones dentro de la personalidad, que conducen a un nuevo ajuste
de ésta frente a la situación. Estas reacciones constituyen la
conducta.
Estudiando, pues, la constelación de estímulos
presentes en un momento dado, podremos comprender el porqué de una
conducta. Los estímulos, en efecto, son la verdadera motivación y
el real incentivo de la conducta. Los estímulos profundos e intensos
señalarán las líneas básicas de todo comportamiento, así como
los superficiales delinearán sus matices y detalles.
Los estímulos que la mente percibe y registra son de
origen externo e interno.
Estímulos de origen externo:
1. Mundo físico.
2. Ambiente social.
Estímulos de origen interno:
3. Impulso primordial.
4. Necesidades básicas.
5. Tendencias instintivas.
6. Tendencias temperamentales.
7. Tendencias afectivas.
8. Tendencias intelectuales elementales.
9. Condicionamientos por experiencias del pasado.
10. Educación.
11. Cultura.
12. Autocondicionamiento.
13. Problemas internos.
14. Tendencias intelectuales superiores.
15. Tendencias estéticas.
16. Tendencias morales y religiosas.
17. Impulsos de la voluntad espiritual.
Esta lista de estímulos no pretende ser completa.
Incluso varios de los factores enumerados en ella contienen
parcialmente a otros o se combinan entre sí. Esto es inevitable,
puesto que resulta imposible determinar factor alguno que actúe
independientemente en ningún sector aislado de la personalidad. Pero
es lo suficiente amplia como para hacerse una primera idea aproximada
de la complejidad de nuestro mundo motivacional, a la vez que por su
orden y claridad permite abordar el estudio del tema de una forma
sistemática.
Cada estímulo necesita coordinarse con los demás
factores ya existentes en activo dentro del sujeto, lo cual se
ejecuta ordinariamente de un modo automático e inconsciente. Cuando
este proceso se hace de forma consciente lo denominados reflexión
o deliberación.
Toda conducta es un intento de resolución de los
problemas planteados dentro de la mente por una doble polaridad de
dinamismos:
a) la satisfacción de las
exigencias interiores frente
alas posibilidades del mundo exterior;
b) la satisfacción de las
exigencias del exterior frente
a las posibilidades interiores
del sujeto.
La resolución de estas dualidades se ha de satisfacer
de modo que:
- la reacción esté dentro de los límites de su
capacidad de esfuerzo y de adaptación, y
- pueda conservar un equilibrio relativamente estable,
tanto dentro de la propia personalidad como entre ésta y el mundo
ambiente.
Cuando la respuesta o conducta satisface estas
necesidades, la persona consigue el objetivo que está buscando en
todo momento: mayor seguridad interior, autoexpresión o
autoevidencia.
Función
subjetiva
Hemos visto (núm. 14) que la función subjetiva de la
mente es aquella mediante la cual el hombre toma conciencia de sus
procesos y de sí mismo como sujeto.
Esta autoconciencia o realización
del Yo espiritual es la cúspide del desarrollo interno de la
persona, está en el fondo de
todas sus motivaciones y es la auténtica razón de ser de su vida.
La consecución de este objetivo, no obstante, queda, para la inmensa
mayoría de la gente, más allá de sus posibilidades inmediatas, ya
que ni siquiera son conscientes de que tal objetivo pueda existir.
Antes de llegar a estas alturas, el individuo ha de ir
tomando progresiva conciencia de los fenómenos que están ocurriendo
en su interior, ha de
descubrir paso a paso que tiene un cuerpo, unos sentimientos y unas
facultades mentales que ha de aprender a conocer y a manejar cada vez
de mejor manera, hasta que por fin llegue a descubrir que todos esos
mecanismos y sus funciones son intrínsecamente diferentes de sí
mismo, y que él es el sujeto permanente y protagonista inmutable de
todos ellos.
Lo que suele vivir el hombre medio es la conciencia
indirecta de su propia realidad a través de la identificación con
que vive sus fenómenos de conciencia. Lo que comúnmente considera
el hombre como conciencia de sí mismo, en efecto, no es más que la
identificación mental de su Yo con un determinado estado o contenido
de la conciencia -idea, emoción, impulso, etc.-, desde
el cual contempla otro estado o fenómeno de conciencia en sí mismo.
El hombre vive su Yo a veces
como si fuera una sensación,
a veces como un sentimiento y a veces como una idea. Pero, además,
esta sensación, sentimiento e idea no son siempre las mismas. Varían
considerablemente a través del tiempo y también según las
circunstancias particulares de cada momento. Este cambio escapa casi
siempre a la percepción de la mayoría de las personas, quienes
creen ingenuamente que su conciencia de sí mismos es siempre la
misma.
En el trabajo, por ejemplo, el Jefe vivirá su Yo como
si fuera autoridad y responsabilidad,
y todas las reacciones obedecerán a esta
perspectiva; en la iglesia, en cambio, la misma persona se
vivirá a sí misma probablemente como aspiración
y sumisión, y las
actitudes que adoptará de modo espontáneo serán las
correspondientes a dichos sentimientos.
Aunque en toda identificación hay implícita la noción
de realidad del propio sujeto -realidad que afirmamos al decir «Yo»
existe al mismo tiempo un elemento que no es el Yo, pero que se toma
como si realmente lo fuera, ya que uno se apoya
en él para valorar en aquel momento todo lo demás. Si el hombre
pudiera darse cuenta de un modo inmediato, efectivo y permanente de
que sus ideas, afectos, etc., son del Yo,
pero no son el
Yo en sí mismo, habría descubierto el secreto del dominio perfecto
de sí mismo. Pero esto corresponde ya al desarrollo superior de la
personalidad.
La conciencia de sí mismo a través de los propios
actos puede funcionar de diversos modos que, a su vez ejercen gran
influencia en las motivaciones de la conducta. Y dado que, además,
estos varios modos son influibles por nuestra voluntad, el tema es
doblemente útil e interesante.
La mente consciente puede funcionar, entre otras, de las
formas siguientes:
- con amplitud o estrechez.
- de forma superficial o profunda.
- con diversa intensidad de atención.
La amplitud de la mente
produce los siguientes resultados: mayor
capacidad de selección por ser consciente de mayor número de
estímulos, menos fatiga por ausencia de tensión, mayor capacidad de
comprensión y asimilación, mayor flexibilidad y adaptabilidad,
mayor facilidad para percibir y concebir ideas de conjunto y
automática capacidad de síntesis.
La estrechez mental,
en cambio, produce limitación en la percepción
de estímulos y unilateralidad en las reacciones, rigidez, tensión,
fatiga, etc.
Lo ideal es tener habitualmente la
actitud amplia pero con la capacidad plenamente
regulada a voluntad, de estrechar el campo mental en los
momentos en que conviene centrarse por entero
sobre un campo limitado -una idea, una labor, etc.-, pudiendo excluir
durante este tiempo la percepción de todo otro estímulo.
La mente abierta al exterior desde un plano profundo
produce unas reacciones mucho más sinceras,
auténticas y vigorosas. La actitud superficial,
como es lógico, hará que las
reacciones sean inestables, probablemente
falseadas, e inconsistentes.
En cuanto al factor atención,
bastará decir aquí que, a medida que aumenta su
intensidad,
especialmente cuando se consigue asociar con
una actitud mental abierta, produce, entre otros,
los siguientes resultados: aumenta la capacidad receptiva, mejora la
capacidad de fijación de las percepciones, dispone con mayor
facilidad de todos los datos que tiene a su disposición, facilita la
visión inmediata de la esencia de los problemas y, en suma, aumenta
la capacidad de rendimiento de todas las facultades mentales en
general.
Función
configuradora
En principio, se puede
distinguir la función configuradora de las estructuras,
aisladas y en conjunto, de la función
configuradora de las actitudes
y de la conducta.
Aunque ambas funciones operan desde los
sectores inconscientes de la mente.
La primera es la que tiene lugar gracias a los elementos
señalados en los números 15 y 16. Gracias a
ella el individuo conserva su unidad dentro de su
complejidad, como igualmente la conserva en cierto modo cada raza,
nación y grupo familiar. Y esta acción configuradora la podemos ver
presente en los países en los que hay grupos raciales mezclados y
donde cada grupo conserva sus rasgos propios, haciendo que la
asimilación e integración mutuas se hagan con mucha lentitud y
dificultad.
La configuración de la actitud y de la conducta la
veremos con cierto detalle al estudiar en próximos capítulos los
condicionamientos mentales producidos por las experiencias, la
formación del Yo-idea y las técnicas de autocondicionamiento.
Función
energética
Es ésta una función mental aún sólo parcialmente
conocida por los psicólogos de Occidente y también, por lo tanto,
aún poco aprovechada.
Al hablar de la estructura de la personalidad según la
ha verificado la psico-fisiología hindú, ya pudimos ver la
importancia de la energía psíquica en el desarrollo de los chakras,
y, también, por consiguiente, en los niveles
personales. Por otra parte, el psicoanálisis nos ha facilitado el
conocimiento de la gran importancia que tienen, en la economía
energética de la personalidad, los bloqueos o retenciones de energía
que produce nuestra mente con las llamadas inhibiciones y represiones
de los impulsos. En el transcurso del presente libro se podrán
apreciar, además, otros aspectos de esta función, que nos
confirmarán, por la importancia de sus aplicaciones prácticas, la
gran utilidad de este enfoque energético de la personalidad.
Aquí diremos sólo dos
palabras, a título de ejemplo, de una de estas aplicaciones,
reservando otros aspectos más importantes para ulteriores capítulos,
a fin de poderlos tratar con la extensión que merecen.
La función que nos ocupa puede resumirse en una frase:
allí donde va la atención sostenida, allí
va también la energía.
De este principio se derivan dos consecuencias
inmediatas:
1ª Que la atención profunda y sostenida sobre una
función, produce automáticamente el incremento energético de la
misma, sea ésta de tipo fisiológico o de tipo mental.
2ª Que la misma atención profunda y sostenida en esta
dirección, produce, a la vez, un aumento de la conciencia
de realidad de dicha
función.
Por esta razón el pensamiento
reiterado sobre un mismo tema hace que éste gane progresivamente en
fuerza, relieve e importancia y se imponga poco a poco
de modo permanente en el primer plano de la
conciencia. Y que, paralelamente, se produzcan las consiguientes
modificaciones fisiológicas en el organismo físico, en la
estructura afectiva y en el nivel mental.
De ahí la conveniencia de no
dejarnos arrastrar en ningún momento por
las preocupaciones, la enfermedad o el mero aspecto negativo de los
problemas, y en cambio, la gran utilidad de pensar habitualmente y
con profunda atención en el aspecto positivo de lo
que somos y de lo que queremos llegar a ser.
Sectores
de la mente
Siendo la mente el punto de confluencia de las
impresiones procedentes de todos los niveles
de la personalidad, así como el centro rector de la conducta en
todos sus aspectos, es evidente que ha de estar conectada, en sus
diversos planos de profundidad, con todos y cada
uno de los niveles ejerciendo una función específica respecto a
cada uno de ellos.
La primera división de los sectores de la mente que se
impone a nuestra observación es, pues, la de tipo vertical. Así,
podemos distinguir los siguientes sectores mentales:
1. Sector mental de lo físico o mente física.
2. Sector mental de lo instintivo-vital o mente
instintivo-vital.
3. Sector mental dedo afectivo o mente afectiva.
4. Sector propiamente mental o mente racional.
5. Sector de la mente superior o mente superior o mente
intuitiva.
6. Sector afectivo espiritual, ético y estético o
mente afectiva espiritual, ética y estética.
7. Sector volitivo-espiritual o mente
volitiva-espiritual.
Otra división natural que podemos hacer de la mente es
la de tipo horizontal:
1. Sector o plano externo o mente objetiva.
2. Sector o plano interno o mente subjetiva.
3. Sector o plano axial o mente central.
Y, en fin, la división más aceptada hoy día por
psicólogos occidentales, que es la siguiente:
1. Mente consciente
2. Mente extraconsciente
mente superconsciente
mente preconsciente
mente inconsciente
mente subconsciente
inconsciente colectivo
Con esto queda expuesto el esquema introductorio sobre
la mente que hemos creído útil dar en esta fase del estudio, a fin
de que el lector pueda seguir
con mayor aprovechamiento los temas que van a seguir.
6.
LAS MOTIVACIONES EXTERNAS DE LA CONDUCTA. AMBIENTE Y PERSONALIDAD
El
medio ambiente
Grande es la influencia del medio ambiente. Se ha
llegado a decir que la persona es exactamente el producto de la
herencia y del ambiente. Sin restar valor al ambiente, creo que es
demasiado determinar hasta tal extremo la formación de la
personalidad. Cierta es la influencia de la herencia, de los factores
somáticos, temperamentales; cierta también la
influencia social o del medio ambiente. Pero,
para explicar la personalidad en todos sus fenómenos hay que buscar
algo más, y este algo más es una tercera dimensión que, para
llamarla del modo que se manifiesta en la experiencia, diremos que es
el factor madurez interior o amplitud de
conciencia.
La herencia nos viene dada, el ambiente también, y si
nosotros fuésemos tan sólo el producto de ambas cosas, no nos
quedaría nada propio de nosotros mismos; estaríamos, por lo tanto,
completamente determinados, seríamos una máquina exacta, en la que,
dado un factor preestablecido que es la herencia, y modificando de un
modo determinado el ambiente, obtendríamos siempre resultados fijos
de conducta y de estados interiores, y esto, desde luego, no es así.
Aunque el ser humano no puede ser sometido a condiciones
experimentales de absoluto rigor, en la medida en que determinadas
circunstancias permiten aproximar estas condiciones de
experimentación, constatarnos que personas presumiblemente con la
misma carga hereditaria y con un ambiente muy similar viven las
situaciones de un nodo muy diferente; no tan diferente en un sentido
ostensible, externo, sino en algo que hace que uno viva las cosas
desde una perspectiva y el otro desde otra muy diversa. Este hecho
nos conduce al planteamiento del problema de la libertad.
¿En
qué consiste nuestra libertad?
La libertad no consiste, como se nos ha dicho muchas
veces, en que podemos hacer lo que queremos. Esto resulta muy
halagador, pero no es cierto; podemos, es verdad, hacer algo por
nosotros mismos, más no del modo que solemos pensar, como en seguida
veremos. Inicialmente, en el aspecto material, no somos más que una
célula. Todo lo que llegamos a ser después nos lo incorporamos del
exterior. Y esto ocurre no sólo en el plano fisiológico, sino
también en todos los niveles personales. De modo que toda la
efectividad, todas las ideas son de algún modo producto de los
materiales que nos vienen de fuera. En realidad existen en nuestro
interior unas fuerzas virtuales, que marcan ciertas preferencias,
unas direcciones a nuestra estructura individual. Pero todos los
elementos concretos, absolutamente todos, los extraemos del exterior.
De ahí podemos deducir la enorme influencia que tiene el ambiente en
la formación, desarrollo y expresión de la personalidad.
Si bien nosotros contamos con estas fuerzas virtuales y
las hemos actualizado incorporándonos tales elementos del ambiente,
queda todavía por dilucidar otro factor, a saber: ante estas fuerzas
y estos elementos, ¿dónde estoy yo?, ¿qué papel desempeña mi
foco de referencia, mi eje personal? Todos vivimos
la experiencia de que en un momento dado, por ejemplo, nos
situamos en un plano
puramente instintivo, biológico, y en este preciso momento, cuando
yo estoy situado en el plano
biológico, las leyes que rigen para mí son únicamente las
biológicas. Cuando estoy en un nivel afectivo, para mí no
existe más que amor-odio. Y cuando me vivo sólo
en un nivel mental, impera para mí el principio verdad-error. En
cada uno de estos niveles yo estoy determinado, en cada uno de ellos
no puedo actuar de modo diferente de lo que es mi naturaleza en este
nivel; por lo tanto, en cada uno de mis niveles no
tengo libertad. Lo que ocurre es que quizás yo
sí pueda pasar de un nivel
a otro, o vivir ciertos niveles desde
otros más elevados. Y esta
posibilidad de desplazamiento voluntario de mi foco de conciencia es
lo que no me viene dado ni por la
herencia ni por el ambiente.
Por la herencia se me entrega una fuerza direccional
interior, por el ambiente unos materiales, y con ambos elementos cada
uno edificamos nuestros niveles físico-psíquicos, pero, ¿dónde
queda el yo?, ¿en qué punto de mi estructura psíquica me encuentro
libre? Cuando me sitúo en un nivel, quedo determinado por las leyes
de este nivel. Por lo tanto
no tengo libertad de acción en ninguno de los niveles mientras me
estaciono en uno de ellos; lo que sí tengo, es libertad potencial
para desplazarme de un nivel a otro, para seleccionar en qué nivel
he de situarme, y, desde él, determinar mi conducta y mis estados.
Pero aún esto, no siempre. Pues sólo puedo hacerlo mientras estoy
despierto, atento, lúcido; cuanto más lúcido esté, mayor
capacidad tendré para seleccionar el nivel en
que quiero situarme. Por el contrario, si no
permanezco del todo lúcido, quedaré más o menos identificado por
inercia en uno u otro de mis niveles de modo automático, y entonces
tampoco tendré completa libertad.
La tercera dimensión es, pues, esta capacidad de
desplazarme de un nivel a otro, que depende de la amplitud de
conciencia, de la madurez interior. Según me sitúe se seguirá una
resultante y esta resultante será inevitable. En
definitiva, lo que varía, dependiendo en cierto grado de mí, es el
punto en que me coloco, que obedece a mi
capacidad de situarme voluntariamente más arriba
o más abajo.
En este sentido la libertad no consiste en hacer lo que
uno quiere, sino, en el hecho de seleccionar qué escala de valores
utilizaré en un momento dado. Mi libertad, reside en la capacidad
que tengo para no depender de unos niveles, para sustraerme a su
influencia. La libertad es, pues, la capacidad de
disminuir el número de los condicionamientos que me determinan.
Cuando la persona
deja de quedar automáticamente identificada con un nivel, está
suficientemente despierta, lúcida, para poder desplazar su mente a
otro nivel, a voluntad, y vivir desde allí; en este caso se libera
de los niveles de los pisos inferiores. Y según va ascendiendo en
esta capacidad de liberarse de niveles, adquiere gradualmente
conciencia de mayor libertad, libertad de no
hacer, libertad de emanciparse: libertad igual a
liberación.
Mundo
físico
El medio ambiente físico en el que el hombre ha de
desenvolverse ejerce una indudable influencia sobre su vida y su
conducta. Entre los factores que ejercen esta influencia hay que
mencionar: el clima, la temperatura, la humedad, la altura, el tipo
de alimentación, medios de transporte, etc..
El geógrafo norteamericano Ellsworth Huntington,
profesor de la Universidad de Yale y autor de numerosas obras y
ensayos -principalmente Mainsprings of
Civilization- ha
recogido, a través del mundo entero, miles de observaciones muy
curiosas sobre este tema. Por ejemplo, el promedio de temperatura
moderado o templado, un grado de humedad algo elevado, excepto en
verano, y la frecuencia moderada de cambios de temperatura, son
condiciones que favorecen de modo definido el progreso humano.
Respecto al rendimiento de la imaginación y del raciocinio, se
alcanza el punto máximo en primavera, y siguen después por orden
decreciente, otoño, invierno y verano.
El tipo de alimentación, que viene dado en gran parte
por los recursos naturales de cada país, tiene asimismo una
influencia precisa sobre la actividad humana, bien sea por la riqueza
o pobreza de sus componentes nutritivos básicos, o bien por el mayor
predominio de una clase determinada de alimentos: grasas, pescado,
conservas, frutas, etc.
Existen otros factores físicos externos al hombre que
ejercen una influencia en su cuerpo y a través de él en su
temperamento, carácter y conducta, pero hasta ahora no se ha
conseguido especificar científicamente el grado y condiciones de
estas influencias. Tales son, por ejemplo, la diferencia entre luz
natural y luz artificial, la composición o
contaminación de la atmósfera, etc.
No obstante, en conjunto, y refiriéndonos siempre a las
personas que habitan nuestras modernas ciudades, este factor del
mundo físico tiene más bien una importancia escasa y, si lo hemos
mencionado aquí, ha sido tan sólo para ser más completos en la
exposición del tema que nos ocupa.
Mundo
social
El ambiente social, constituido tanto por las demás
personas como por las tradiciones, las instituciones, las ideas y las
costumbres por ellas creadas, forma en conjunto un poderosísimo
factor que en todo momento está interviniendo, activa y pasivamente,
en el desarrollo, subsistencia y configuración de la personalidad.
La acción del mundo social sobre el individuo es
constante y se extiende a lo largo de toda su vida. No obstante,
nosotros consideraremos aquí como pertenecientes a esta categoría
tan sólo a los estímulos que llegan a la mente procedentes del
exterior de un modo inmediato y actual, dejando a un lado por el
momento la influencia de la educación, cultura y circunstancias
ambientales vividas en el pasado, por la razón de que, si bien su
procedencia original fue del exterior, en el momento presente estos
factores actúan ya, más o menos modificados, desde el propio
interior del sujeto.
El mundo social juega dos papeles diferentes en las
motivaciones: como elemento activo que, penetrando en el individuo,
le motiva determinadas reacciones y como medio o instrumento que le
permite expresar y satisfacer, de un modo más o menos satisfactorio,
las necesidades originadas en su interior.
Las
razones de su importancia
La gran fuerza de la influencia activa de la sociedad en
el individuo se debe a varios factores de los que comentaremos aquí
brevemente algunos de los más importantes:
- Desde nuestra primera infancia hemos estado
aprendiendo a adaptarnos, a
obedecer, primero a los padres,
después a los maestros y
demás personas adultas. Nos hemos condicionado fuertemente a ser
pasivos frente al conjunto, al mundo. Además, de pequeños hemos
contemplado a los mayores; y en cierta manera nuestro propio deseo
nos ha llevado a querer imitarlos para ser como ellos. En realidad,
no teníamos opción para conducirnos de otro modo, ya que las formas
concretas de conducta las adquirimos siempre inicialmente del
exterior.
- Por otra parte, nosotros necesitamos estar de acuerdo
con el ambiente. El representa
para nosotros el mundo que nos protege, que nos da seguridad. No
podemos vivir solos, aislados del grupo. Pues de la sociedad
recibimos -o esperamos recibir- calor, afecto, aceptación y todo
cuanto es preciso para satisfacer nuestras necesidades.
- La propia sociedad ejerce una fuerte y constante
presión sobre el individuo en un esfuerzo por conformarlo de acuerdo
con los patrones de conducta y de valores por ella establecidos. La
comunidad, representada principalmente por lo que denominamos
«opinión pública», exige que cada uno de sus componentes acepte y
siga inflexiblemente determinadas ideas y líneas de acción. Sólo
de vez en cuando y después de cierta lucha, acaba por admitir que
alguien se separe de la norma habitual. Esto sucede cuando una
persona demuestra poseer en un elevado grado alguna de las cualidades
que la sociedad admira: talento, poder, habilidad, etc., aun cuando,
como ocurre con frecuencia- estas cualidades se manifiesten tan sólo
en un plano elemental. En estos casos la opinión pública tiende a
poner sobre un pedestal a tales personas y les presta un culto
idolátrico. La sociedad pasa así, excepcionalmente, de la oposición
a la admiración de un mismo individuo para erigir sus héroes y sus
ídolos.
Pero esto ocurre en algunos casos aislados. Para el
común de las personas, la sociedad no tolera que nadie se separe de
la norma habitual. La opinión pública y la reacción automática de
todo grupo social cuidan de velar celosamente mediante la inevitable
crítica, burla, censura, menosprecio u hostilidad para que esto no
ocurra.
Sus
modos de acción
l. La sociedad cumple para con el hombre la función
absolutamente necesaria de servirle de contrapartida a sus tendencias
habituales centrípetas y centrífugas. La tendencia centrípeta es
la que inclina a adquirir. ¿A adquirir qué y dónde? Adquirir del
medio ambiente elementos en todos los niveles. Como aquí nos
referimos más bien a los niveles psíquicos que al biológico, el
medio ambiente es la sociedad, que nos sirve de campo de nutrición
de la personalidad, proveyéndonos de todos los elementos concretos,
formales. Dentro poseemos, como quedó ya explicado, fuerzas
virtuales, estructuradoras, pero necesitamos materiales para llenar y
configurar nuestra personalidad con rasgos concretos; así como nos
es indispensable el aire para aspirar y este aire nos viene del medio
ambiente, y necesitamos alimento, casa, vestidos, etc., precisamos
también de afecto, de protección; necesitamos ideas, valores, etc.,
y todo ello nos viene dado por la sociedad. Por esta razón decíamos
que la sociedad es un campo de nutrición para toda la personalidad.
Muchos de entre los elementos que hemos ido absorbiendo
del exterior, después de apropiárnoslos y asimilarlos a través de
nuestro metabolismo físico y psíquico, volveremos a
expresarlos de nuevo hacia el exterior. Y así
daremos lugar a las tendencias centrífugas: la necesidad de
expansión, de contacto, de desarrollo, de crecimiento, de
comunicación. Ahora bien, estas tendencias centrífugas exigen algo
y alguien con quien comunicar,
un término de la nueva relación que originan; y ese algo es el
medio ambiente y ese alguien es la sociedad.
Donde yo recibo, la sociedad
da; donde yo doy, la sociedad recibe. En definitiva, la sociedad
forma, repetimos ahora como síntesis, la
contrapartida exacta de las dos tendencias
centrípeta y centrífuga del individuo.
Un medio ambiente social puede ser rico o pobre. En el
aspecto físico, lo será en pureza de aire, en alimentación, etc. Y
de parecida manera ocurre también en el psicológico: en la vida
afectiva y mental puedo moverme en un ambiente rico o en uno pobre,
donde mi afectividad no reciba todo el alimento que
precisa y donde mi mente no encuentre todos los
datos, todas las ideas básicas que necesita según su capacidad; en
tal caso me condicionará negativamente, quedará en mí un
sentimiento de frustración como resultado de la insatisfacción de
mis necesidades.
Respecto a la expresión ocurre lo mismo: yo me expreso,
quiero correr, físicamente necesito hacer ejercicio; pero si vivo en
un piso pequeño donde habitan dos familias, no podré hacerlo; si
estoy en un ambiente en que permanezco todo el día cargado de
obligaciones demasiado rígidas y severas no podré expansionarme
afectivamente. Puede suceder, incluso, que viva en un círculo social
en el que cada persona esté tan preocupada por sus cosas, que nadie
sea receptivo a expresiones afectivas. Este clima psicológico
determinará en mí los síntomas de la insatisfacción.
2. La sociedad nos impone condiciones; hará el papel
que nosotros le pedimos, a su modo, más exigiéndonos un tributo.
Podemos observarlo ya de un modo muy claro en la primera sociedad que
existe en la vida humana: la relación del hijo con la madre. El hijo
precisa de la madre y la madre le proporciona, en mayor o menor
grado, lo que su hijo necesita. Sin embargo, aunque no lo parezca, la
madre satisface las necesidades de su hijo bajo ciertas condiciones,
al menos desde el punto de vista del niño. La madre le da afecto,
pero le exige a cambio que sea obediente, pacífico, etc. Si se porta
mal, la madre le riñe y le pone mala cara; y esto el hijo lo vive
como un abandono momentáneo, como una señal de que en aquellos
instantes no le quiere.
La sociedad obra exactamente lo mismo: quiere que
nosotros seamos de un modo prefijado. En cada época hay unos
determinados valores que predominan, unas determinadas ideas que se
consideran como buenas, unas determinadas costumbres que gozan de la
unánime aprobación y tienen vigencia. La sociedad impone ciertas
condiciones que presionan sobre la conducta e influyen en el modo de
ser de cada uno de sus miembros. Cada uno de ellos necesita de la
sociedad y se siente coaccionado a hacer lo que ella quiere, porque
de ese modo evitará ser rechazado, conseguirá la aceptación de los
demás y con ello tendrá la sensación de seguridad que necesita
para vivir.
Dependemos de este imperativo social incluso frente a
nosotros mismos. Porque, como nos hemos ido desarrollando sin que
existan en nuestro interior unos valores previos fundamentales ya
estructurados, hemos ido aceptando de modo mecánico los valores
vigentes en la sociedad como los normales, y cada uno se ha ido
incorporando insensiblemente estos valores; la propia mente se ha
formado de acuerdo con tales ideas que llegan por fin a ser el
reglamento de cada uno, ya no sólo ante los demás, sino incluso
ante sí mismo. A no ser que llegue a conseguir interiormente su
emancipación, viviendo con una madurez superior a la normal, se
sentirá interiormente obligado, incluso cuando está sólo, a tener
las mismas ideas, los mismos gustos que los demás, a obrar como los
otros. Porque, si se siente diferente, surge en seguida el miedo:
necesita adaptarse a los valores sociales para obtener la conciencia
de seguridad, de normalidad y de dignidad.
Todo esto hace que el individuo se sienta obligado a
seguir los usos y costumbres de su ambiente, prescindiendo de la
justificación interna, de la lógica y del valor intrínseco de
tales usos y costumbres.
3. La sociedad influye en nosotros porque constituye un
campo de compensación de las frustraciones. Como todo el mundo tiene
frustraciones, se ha llegado a una especie de acuerdo tácito para
organizar una serie de usos, instituciones y actos y una amplia gama
de actividades que sirven tan sólo para producir satisfacciones
compensatorias. Salas de fiestas, cines, programas de televisión,
literatura, etc., no responden en rigor a un interés por el,
desarrollo mental, sino a la necesidad de compensación que
experimenta la gente. De un modo u otro es el intento de llegar a
vivir el valor del yo, de reafirmar en un mundo irreal lo que no se
ha podido vivir en la realidad cotidiana.
4. La sociedad influye también en nosotros de otra
manera: creándonos necesidades artificiales.
Estas nuevas necesidades las introduce por varios
caminos. Unas veces son los actos, las diversiones, etc., a los que
empezamos asistiendo espontáneamente, movidos por el mecanismo que
acabamos de citar de la compensación e inducidos por la oferta de la
sociedad a que nos sirvamos preferentemente de las compensaciones que
ella nos tiene preparadas. Pero llega un momento en que la fiesta
social, o el hecho de que se trate, se convierte en una obligación
de modo que, si no asistimos o dejamos
de hacer aquello, quedamos en situación violenta, considerándose
que hemos cometido una falta social, que nos hemos apartado de la
sociedad. Así, muchas cosas de origen espontáneo, correcto o no, se
convierten en obligación y llegan a transformarse para nosotros en
necesidades artificiales.
Otras veces lo que influye en la creación de la nueva
necesidad es el interés comercial. En esta línea encontramos la
gran fuerza de «la moda», que es la presión que ejercen
determinados sectores de la sociedad para reglamentar ciertos usos de
un modo puramente convencional, asociando a los mismos, como es
natural, la idea de valor,
prestigio, belleza, etc. Es sabido que uno de los objetivos de la
publicidad es precisamente «crear la necesidad».
5. Por último, la sociedad influye en el individuo de
un modo indirecto: creando en él una necesidad de protesta.
En efecto, el individuo necesita de la sociedad, y
cuando se ve desamparado por ella no puede menos de sentir soledad y
angustia. Porque basa su seguridad precisamente en el continuo
suministro de materiales y aprobaciones que recibe del ambiente y en
cuanto se encuentra sin
ellos, es natural que viva su situación de desamparo como si se
negara enteramente su valor personal y que sufra una profunda
angustia.
Pero, por otro lado, todos estos condicionamientos y
obligaciones que impone la sociedad a cambio de los correspondientes
servicios que presta, van en contra de la espontaneidad de los
impulsos, de la tendencia a la libertad. Constituyen obstáculos,
barreras para lo que sería la libre expresión de todas las
tendencias del hombre. Y esto origina, de una parte, las represiones,
y de otra las protestas contra estas mismas represiones. En la medida
en que la normalidad nos cuesta cara, protestamos de este precio en
nuestro interior subconsciente, que aprovecha cualquier oportunidad
para manifestar externamente esta protesta, lanzándola contra el
prójimo, la autoridad, la política, el clero, etc. De hecho, pues,
siempre hay una reacción de
crítica a punto, que sólo necesita, la más pequeña ocasión para
brotar y manifestarse.
Cada uno de los mencionados son elementos que influyen,
condicionan y muchas veces determinan nuestra conducta. Si estudiamos
todos estos factores, tendremos la explicación de gran parte de
nuestro modo de obrar ordinario. Una de las aplicaciones prácticas
que podemos deducir de lo expuesto es aprender a descubrir en
nosotros mismos la fuerza de los condicionamientos; no
teóricamente, sino observando y sintiendo la
importancia que doy a los demás, el miedo que tengo de la opinión
de los demás y la presión
que esta opinión ejerce en mí. Como consecuencia de este
descubrimiento interior, debo aprender a ir emancipándome, no porque
deba rehuir la sociedad o hacer lo contrario de lo que dicte, sino
sólo porque yo, interiormente,
no debo depender de la sociedad. Tengo que
aprender a no basar mi seguridad, mi conciencia de mí mismo, mi
conciencia de valor, en estos aspectos externos sino en mi potencial
interior.
Las
áreas sociales
La sociedad puede subdividirse en varios círculos o
áreas, según la razón de ser de tal grupo particular. Así,
podemos distinguir claramente las siguientes áreas grupales más
importantes:
Familiar.
Profesional.
Social propiamente dicha.
General indeterminada.
ÁREA FAMILIAR
Siempre muy importante y, a menudo, bastante compleja.
La importancia de la influencia familiar deriva, en general, de los
siguientes factores:
a) La continuidad de la presencia
y del contacto. La continua convivencia con las
mismas personas hace que los mismos estímulos, esto es, los modos de
ser de los componentes familiares, se repitan una y otra vez
reforzando los efectos mutuamente producidos.
En la medida que esta acción recíproca es positiva por
tratarse de caracteres armónicos, tal reiteración es excelente.
Pero cuando no existe en los componentes del grupo familiar
suficiente madurez psicológica, la continuidad del contacto
determina tanto una relajación en el control de las actitudes y de
las expresiones, como una mayor fricción por las mutuas diferencias
de carácter, de opiniones, de gustos, etc. El resultado de todo ello
es que surjan con frecuencia prolongados estados de tensión, que los
problemas más pequeños aparezcan como de gran importancia, y que,
consiguientemente, todos los componentes de la familia queden
afectados por la situación, en mayor o menor grado, pero siempre en
el sentido de sentirse coartados, amenazados e irritados.
b) El contenido afectivo
de la vinculación. Si no existiera ningún
afecto entre los componentes de la familia, ésta no podría
subsistir. Por otra parte, si el afecto fuera en todo momento amplio,
sincero e incondicional -lo cual implicaría que las personas de
referencia estuvieran libres de intensos problemas interiores y
hubieran alcanzado una madurez emocional- no existirían problemas de
convivencia y la vida familiar se convertiría en una fuente
constante de estímulos positivos y creadores. Pero en la medida en
que esto no es así por la interferencia de tales problemas, o bien
por existir un exagerado primitivismo en la forma de amar, la
relación afectiva adquiere un carácter ambivalente o contradictorio
que es origen de constantes choques y conflictos. En todo caso, el
afecto existente y que subyace incluso en las situaciones de
oposición, hace que las influencias recíprocas de los modos de ser
de los componentes de la familia penetren profundamente -diríamos
que «para bien o para mal»- en el psiquismo de cada uno, y que
desde allí ejerzan gran influencia en su ulterior conducta.
c) Y, por último, dado que es en el seno familiar
donde, erróneamente, se suelen sentir las personas menos obligadas a
controlar sus estados, es ahí donde van a parar las consecuencias de
las más diversas preocupaciones y problemas que agobian a sus
componentes; por ejemplo, que la esposa, el hijo o cualquier otro
miembro del hogar, pague las consecuencias de una humillación
sufrida por el esposo en el despacho. La familia, pasa así a hacer
además una función de «cámara de compensación de problemas»,
creando con ello nuevas reacciones -de adaptación, de defensa, de
ataque o de huida- en sus componentes.
Especifiquemos ahora brevemente la influencia habitual
de las principales figuras de la familia, en su doble versión,
positiva y negativa, aunque como es natural, en la vida corriente
sólo encontraremos casos mixtos en los que predominará un rasgo más
que el otro.
LOS PADRES.- El hijo ama muchas veces en secreto a sus
padres, y cuanto ve en ellos de afecto, de inteligencia y de poder lo
integra en la imagen ideal de lo que quiere llegar a ser en el
futuro. Tanto es así, que incluso ya siendo adulto, se encontrará
imitando y repitiendo todavía palabras, gestos y actitudes que, sin
haberse dado cuenta, le han quedado profundamente grabadas en la
mente desde su infancia. Si los padres cumplen bien su papel de
educadores, además de la influencia automática producida con el
ejemplo de su propia actitud y conducta, sabrán inculcar en la joven
mente de sus hijos ideas básicas amplias, justas y positivas que
servirán para encauzar adecuadamente sus aspiraciones y aptitudes.
En resumen, la acción positiva de los padres sobre sus hijos
consiste en dar las oportunidades para que éstos seleccionen de
aquéllos -lo mismo puede ser del padre que de la madre- determinadas
cualidades caracterológicas que mayormente admiran por ser afines a
sus tendencias temperamentales, aún parcialmente latentes. Estas
cualidades, junto con las ideas que paralelamente les han inculcado,
se incorporan a la imagen ideal de sí mismos y constituyen una parte
importante de su futuro patrón de conducta. No es raro, en estos
casos de acción netamente positiva de los padres, que los hijos
sigan muy de cerca la misma actividad profesional que el padre o que,
por lo menos, se parezcan extraordinariamente a él en muchas de sus
actitudes.
El aspecto negativo, tiene lugar cuando los padres o no
aman suficientemente a sus hijos o, aún amándolos mucho, su amor
adopta formas defectuosas, bien sea por una excesiva rigidez y
exigencias en la educación, o bien por el contrario, por una
blandura excesiva.
Estos defectos de educación tienen por consecuencia que
se formen en la mente de los hijos una mezcla de necesidad de afecto
y de resentimiento que se traduce en acciones y actitudes
contradictorias; deseos de hacer y ser lo contrario de lo que son los
padres y, al mismo tiempo, deseo de ser admirados por ellos,
etcétera. Estos defectos pueden prolongarse hasta mucho más allá
de la adolescencia, y así, efectivamente, encontramos muchos adultos
cuya relación con los padres dista mucho de ser franca y cordial,
como reminiscencia de estos conflictos de la infancia.
La importancia de la acción de los padres sobre la vida
de los hijos es elevada, puesto que no se limita a la estricta
relación hijos-padres, sino que la actitud que el hijo adopte
-consciente o inconscientemente- frente a sus padres, será la misma
que adoptará en su vida adulta frente a cuantas personas o
instituciones hagan la misma función de autoridad, sea en el campo
profesional o en el político, religioso, etc.
LOS HERMANOS.- En el aspecto positivo, la convivencia
con los hermanos facilita el desarrollo de las cualidades de amistad,
colaboración, noble competencia, generosidad, adaptación, etcétera.
Cuando la acción de los hermanos es más bien negativa,
actúa en el sentido de generar celos, envidia, hostilidad,
subestimación o sobrevaloración de sí mismo, según los casos,
individualismo, etcétera.
La actitud respecto a los hermanos determinará el
patrón de la conducta hacia los semejantes en general y hacia los
amigos en particular.
EL CÓNYUGE.- En el matrimonio se viven nuevas facetas
del amor; si la vida conyugal se vive en todo momento de un modo
positivo, se irá evolucionando desde el amor pasional y apasionado
del principio hasta la plena compenetración, comprensión y
aceptación del modo de ser del otro a medida que se va ganando en
madurez. Se aprende a pensar en términos colectivos en vez del modo
individual que existía en la vida de soltero. Por las reacciones del
cónyuge se aprende a descubrir muchos puntos débiles de sí mismo.
La vida conyugal, cuando se vive bien es, en suma, el medio más
completo y eficaz para alcanzar una rápida maduración afectiva y
del carácter.
Pero, por otra parte, en la convivencia conyugal van
surgiendo uno por uno todos los problemas internos que, sin darse
cuenta, los cónyuges aportan al matrimonio. Problemas de
inseguridad, de orgullo, de resentimiento, de autoritarismo, etc.
Cuando por ambas partes no existe comprensión y buena voluntad para
ir superando de un modo inteligente y generoso las crisis provocadas
por tales tendencias, la situación fácilmente degenera en una
tensión crónica en la que cualquier cosa desagradable es posible.
La convivencia se convierte en lucha permanente por la propia
independencia y supremacía. La fórmula de vida en estos casos es a
menudo: en casa, cerrarse o atacar y estar en ella lo menos posible;
fuera de casa, buscar compensaciones de todo orden y encontrar bellas
cualidades en el hogar ajeno.
La actitud básica subyacente en la vida conyugal será
el patrón de conducta respecto a toda la clase de asociaciones y
colaboraciones de tipo estable.
LOS HIJOS.- Si existe suficiente madurez afectiva e
intelectual, la presencia de los hijos, despertará en los padres
nuevas facetas de amor y ternura, un sentido de protección y
responsabilidad, y conducirá a una mayor comprensión del psiquismo
elemental.
En cambio, cuando no existe en los padres esta madurez
necesaria, los hijos repercuten en un sentido negativo; pérdida de
la relativa independencia de la que gozaban, nuevas e incontrolables
molestias; a menudo, disensiones en materia de educación, problemas
de autoridad y formas de castigos; la madre necesita estar pendiente
de los hijos, vestidos, alimentación, vigilancia, etc., y el padre
se siente más o menos postergado, con lo que aumenta su mal humor y
su deseo de buscar compensaciones en otros lugares. Cuando los hijos
son algo mayores, muchas de estas molestias subsisten y se añaden
otras nuevas: aumenta el sentido crítico de los hijos, sus deseos y
caprichos, su ansia de libertad, etc.
La actitud interior frente a los hijos constituirá el
patrón básico de conducta respecto a los inferiores, los débiles y
los subordinados.
LAS DIFERENCIAS ENTRE VIEJOS Y JÓVENES.- Muchas de las
divergencias surgidas en el seno de las familias tienen su origen en
las diferencias de los modos de ser de los componentes que tienen ya
cierta edad y los que son todavía muy jóvenes.
Los mayores tienen, como es natural, mucha más
experiencia de la vida, un juicio más maduro y están exentos de los
impulsos irreflexivos de la juventud. Pero, en cambio, tienen mucha
dificultad en comprender y aceptar que la juventud actual difiere en
varios rasgos de la juventud de hace 30 ó 40 años. La juventud
actual es más inquieta, más atrevida, más independiente y más
intuitiva en general que la de las generaciones pasadas. Esto obliga
a nuestros jóvenes a buscar nuevas formas de pensamiento y de
acción, rechazando como estrechas, rígidas y arcaicas las formas de
la generación anterior. Pero en el intento de crear esas nuevas
formas se dejan llevar muchas veces por la impulsividad, la
irreflexión, el apasionamiento y la unilateralidad, propias de la
edad y rasgo común de la juventud de todas las generaciones. Y estos
rasgos son lo que ve la gente mayor y por ellos critica el modo de
ser en conjunto de la juventud.
De manera que los jóvenes, llevados del olímpico
optimismo de su juventud y de su inexperiencia, pero también por la
fuerza de algo auténtico y espontáneo que, sin saber qué es,
quieren expresar, arremeten indiscriminadamente contra las formas de
pensamiento tradicionales, sin darse cuenta de sus propios defectos y
de que más importante que destruir es renovar, transformar y crear.
Y de que toda creación va siempre de dentro a fuera, del espíritu a
la forma, esto es, de la intuición a la idea, de la idea al
pensamiento -que es la forma mental- y del pensamiento a la acción
-que es la forma física-. Y si la idea no se integra armónicamente
en el pensamiento actual y concreto dedo demás que ya existe, por
brillantes y ciertas que puedan ser la intuición y la idea, en sí
mismas, no tendrán ninguna oportunidad de incorporarse con
permanencia en el conjunto de formas existentes.
Conocer y comprender bien lo tradicional y, al mismo
tiempo, vivir con toda la fuerza, entusiasmo e inteligencia la
necesidad de crear nuevas formas: esto es lo que ha de saber hacer la
juventud consciente de hoy.
Comprender y aceptar que la vida es siempre un proceso
ascendente, dinámico y renovador: esto es lo que le corresponde
hacer al hombre maduro, dándose cuenta, al mismo tiempo, de que
dicho proceso es en sí mismo más importante que las formas a las
que, temporalmente, da lugar.
ÁREA PROFESIONAL
Las relaciones humanas profesionales pueden agruparse en
relaciones de cuatro niveles diferentes:
-Relación con los superiores.
- Relación con los iguales.
- Relación con los subordinados.
- Relación con personas externas.
RELACIÓN CON LOS SUPERIORES.- Vividas positivamente,
las relaciones con los superiores son fuentes de estímulo, de
enseñanza y de satisfacción para el subordinado inteligente.
Pero cuando se viven negativamente, son motivo de
actitudes contradictorias en el subordinado -servilismo por un lado y
acerba crítica por otro-, o bien francamente negativas:
susceptibilidad, indolencia, etc.
RELACIÓN CON LOS IGUALES.- La relación con las
personas de igual categoría profesional estimula la amistad y la
camaradería, la colaboración, la conciencia de grupo y de equipo,
etcétera.
Vividas negativamente, estas relaciones son causa de
envidias, rencillas, individualismo exagerado, de tratar de eludir
responsabilidades, descargarse de gran parte del trabajo, etc.
RELACIÓN CON LOS SUBORDINADOS.- Positivamente, facilita
la disposición de actitud de ayuda, de comprensión y de amistad
desinteresada.
Pero cuando la persona vive en un estado negativo, este
tipo de relación despierta en ella la necesidad de darse importancia
humillando al subordinado con un autoritarismo absurdo o quizá con
bromas de mal gusto.
RELACIÓN CON PERSONAS EXTERNAS A LA EMPRESA.- Este
grupo está constituido principalmente por los clientes y
proveedores.
Para la persona que sabe adoptar una buena disposición,
el trato con los clientes o proveedores ofrece la máxima oportunidad
para desplegar sus mejores capacidades de iniciativa, tacto,
persuasión, simpatía, ductilidad y firmeza.
Pero para quien adopta una actitud cerrada o encogida
cada entrevista de esta clase será una prueba difícil en la que no
ve otra alternativa que ser vencedor o vencido, reaccionan do a las
situaciones de modo excesivamente personal y convirtiendo en
problemas detalles sin importancia debido a su exagerada
susceptibilidad.
ÁREA SOCIAL
Comprende esa multitud de contactos más o menos
habituales que tenemos con determinadas personas con las que
compartimos la satisfacción de ciertas necesidades, tendencias o
aficiones.
Podemos apreciar la existencia de varios de estos
grupos, caracterizados cada uno de ellos por el tema o razón de la
afinidad:
- Grupo religioso, considerando aquí la religión no en
su aspecto de vida interior, sino en sus manifestaciones externas en
las que se tiene oportunidad de trabar conocimiento y amistad con
otras personas que comparten las mismas creencias.
- Grupo cultural, por razón de las mismas aficiones a
determinados estudios.
- Grupo recreativo, constituido por las personas que
comparten los mismos esparcimientos, juegos, deportes, etc.
- Grupos de otras amistades, como son las que han
llegado a serlo por relaciones de familiares, de vecindario, con
motivo de un viaje, que nos han sido presentadas por otras amistades,
etcétera.
Todas estas clases de relación social pueden ser
motivo, para quien está preparado para ello, de desarrollar un sano
interés por los demás, de ensanchar los propios puntos de vista, de
comunicar las propias ideas y opiniones, de aprender de la
experiencia ajena, de conseguir una expansión de la mente y del
espíritu, de fortalecer la conciencia de comunidad, etc.
Pero, todos sabemos muy bien que demasiado a menudo en
nuestra sociedad estas relaciones no pasan de un nivel en extremo
superficial; que en ellas impera un puro convencionalismo y que cada
cual se interesa de veras tan sólo por sí mismo.
ÁREA GENERAL INDETERMINADA
Entendemos con esta denominación la multitud de
contactos esporádicos y fortuitos que estamos teniendo
constantemente durante todo el día: personas y situaciones que
percibimos mientras vamos por la calle: personajes y argumentos de
novelas, de películas, de obras teatrales; noticias, datos y
sugerencias que nos ofrecen las revistas, la radio, los rótulos de
la calle, las conversaciones oídas casualmente; todas las formas de
publicidad y propaganda que nos asedian por todas partes, etc.
Es imposible determinar el grado y la forma de
influencia que tales estímulos pueden eventualmente producir en una
persona. Pero lo que sí es cierto es que tal influencia existe y
que, en general, el tipo de acción que ejercerá nunca será nocivo,
si esta persona sabe estar en todo momento, atenta, despierta y bien
consciente de sí misma.
LAS SITUACIONES ESPECIALES DEL AMBIENTE
Aparte de la acción de las anteriores áreas grupales
con su carácter relativamente estable y permanente, hay que tener en
cuenta también la influencia especial que producen en el individuo
determinadas situaciones más o menos transitorias y accidentales de
esas mismas áreas grupales.
Así, por ejemplo, en el área familiar la enfermedad o
muerte de algún familiar muy próximo y especialmente querido crea
un período de tristeza, desaliento y depresión que dificulta todo
cuanto implique iniciativa, esfuerzo y entusiasmo. En cambio, el
nacimiento de un primer hijo, una boda afortunada, pueden ser
circunstancias que estimulen activamente la capacidad de rendimiento
del individuo.
En las áreas profesional y social, igualmente se
presentan situaciones especialmente favorables unas veces y
desfavorables otras, que estimulan o dificultan la afirmación y la
expresión positiva del sujeto.
Por último, no hay que olvidar que en nuestros días
cada vez adquieren mayor importancia determinados hechos o
situaciones de índole internacional por su contundente e inmediata
repercusión sobre cada individuo.
Con esto quedan señalados los principales tipos de
estímulos externos
susceptibles de constituir una motivación primaria o secundaria de
la conducta. Hemos de contentarnos aquí con esta enumeración tan
general, puesto que descender a mayores detalles y particularidades
alargaría desmesuradamente el texto, y de todos modos, siempre
quedarían innumerables situaciones y casos sin quedar incluidos,
dado el infinito número de combinaciones y circunstancias personales
que concurren en cada acto de la conducta individual.